Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Cuando Datsue llegó a las puertas de la Villa, no encontró a Akame allí. Aquello podía parecer un hecho poco digno de mención para cualquier observador no versado en las personalidades y el hacer de los Hermanos del Desierto, pero para el joven chuunin sí que constituiría una sorpresa —probablemente—. Porque todos sabían que Akame, el Profesional, nunca había llegado tarde a una cita.
Cinco minutos pasada la hora acordada, la escuálida figura del jinchuuriki restante se divisó al final de la amplia calle que daba a las puertas de Uzushiogakure. Llevaba una mochila en la espalda, color verde caqui, repleta de mudas, provisiones, un saco de dormir y una toalla. Llevaba también un pequeño botiquín improvisado —que incluía una píldora de soldado superior, envuelta en papel de traza—, una cajita de madera con doble fondo y de apenas el tamaño necesario para esconder un kunai en el mismo. Por su parte, Akame vestía como solía; con sencillez. Pero, esta vez, sin rastro alguno de su placa, chaleco o equipamiento ninja. Llevaba una camiseta de mangas cortas de color arena, pantalones verde caqui y sandalias bastante corrientes.
—¡Datsue-kun, lamento la tardanza! —se disculpó nada más llegar junto a su compañero—. ¿Vamos?
Akame llevaba también, escondido en el dobladillo de sus pantalones, un sedal de hilo ninja... Y un juego de ganzúas en los calzones, detalle que había copiado a cara descubierta a su Hermano menor.
A cada minuto de retraso que pasaba, Datsue tenía una nueva teoría sobre los motivos que habían llevado a su Hermano a llegar tarde. Cuando le vio llegar en el quinto —y no en el cuarto ni en el sexto, muy importante—, el Uchiha supo que solo había una explicación posible.
—¡Ya me tenías preocupado! —exclamó, cuando él se disculpó por la tardanza—. Dime, no habrás estado… —De manera inconsciente, meneó la mano de arriba abajo—. No, ¡espera! ¡No me lo digas, no me lo digas! —Por los Dioses, ¡ahora no se quitaba la imagen de la cabeza! «Un profesional haciéndose una paja… ¡Qué imagen más dantesca!» —. ¡Fuera, fuera! —se gritó, mientras se daba golpecillos en la sien.
Cualquiera diría que los Hermanos del Desierto estaban a punto de comenzar una de sus misiones más importantes. Pero así era.
—Oye, ahora tengo curiosidad —dejaría caer, tras un rato. Le miró de reojo—. Tú... —carraspeó—. ¿Qué tipo de porno ves?
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Como no podía ser de otro modo, Datsue se lanzó a imaginar y suponer qué era lo que había tomado a su compañero el suficiente tiempo como para permitirse llegar tarde a una misión oficial. Pese a que Akame sabía que él nunca acertaría el verdadero motivo —o eso esperaba—, no pudo evitar avergonzarse notablemente cuando Datsue empezó a preguntarle sobre pajas, pornografía y esa clase de temas que, todo el mundo sabía, ningún Profesional que se preciase de serlo podía prestar atención.
¿No?
—¿¡Pero qué dices!? —exclamó el Uchiha, agitando los brazos de forma un tanto cómica—. ¡No... No... Yo no... ¿Qué clase de pregunta es esa?!
Entonces Akame pasó a la defensiva, cruzándose de brazos y dándole ligeramente la espalda a su compañero.
—Además, no se trata de eso. Estaba asegurándome de que no me dejaba nada, y de que el apartamento estaba cerrado con llave —replicó, y Datsue rápidamente pudo intuir que era mentira—. ¡Como sea! Pongámonos en marcha, ¡no hay tiempo que perder!
Y, pretendiendo pasar de puntillas sobre el tema de sus gustos pornográficos, El Profesional de Uzushio empezó a caminar hacia las enormes puertas de la Villa.
Pero Datsue era un iluso —y de lo grandes— si realmente creía poder sonsacarle de manera tan fácil algo tan personal y embarazoso a su Hermano. Malas excusas y evasivas fueron todo lo que recibió, y supo que tendría que tener la constancia y paciencia del mar arañando un acantilado para siquiera penetrar en la fortaleza que Uchiha Akame era.
Y, sinceramente, aquel día no se veía con tanta energía.
Teniendo en cuenta el físico de su difunta novia, uno podía hacerse a la idea. No obstante, su Hermano a veces era tan serio y profesional que le costaba imaginárselo metido en el meollo. «Joder, seguro que es tan profesional que hasta le decía a Koko de ponerse en tal o cual postura porque esa tenía un 95,6% de eficacia para llevarla al orgasmo». Se detuvo de pronto, dándole vueltas a lo que acababa de pensar…
Y soltó una larga y aguda carcajada. Luego recordó que Koko estaba muerta, y la sonrisa se le oscureció en el rostro.
—Sí… Vamos, vamos.
• • •
Los Hermanos del Desierto caminaban por las Planicies del Silencio. Habían encontrado una pequeña posada la noche anterior, y tras ponerse las botas con un buen desayuno, habían emprendido su viaje hacia el Norte. Datsue llevaba un rato callado, como era habitual en él cuando le hacían madrugar, pero había cierta idea, cierto pensamiento, que había germinado en su cabeza la noche anterior y ahora luchaba por salir.
—Oye, Akame… Tú… —carraspeó—. Pongámonos en un supuesto, ¿vale? En un supuesto terrible, catastrófico, espantoso —hizo una pequeña pausa para asegurarse de que estaban solos—. Imagínate que estalla la guerra entre Uzu y Ame, ¿vale? ¡Bam! Por lo que sea. Si tú, en este supuesto indeseado, fueses Uzukage… ¿Qué harías? ¿Cuáles serían tus primeros pasos?
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Uchiha Akame caminaba a paso medio junto a su compadre y compañero de aventuras. Pese a que Ceniza casi estaba llegando a su fin y el fresco del Otoño pronto tomaría el relevo al calor del Verano, aquel día todavía hacía un Sol que rajaba las piedras, y caminar por las Planicies —donde, como su nombre indicaba, el terreno no ofrecía cobertura alguna frente al astro rey— no era la mejor forma de afrontarlo. Por eso, Akame no había tardado en sacar su kasa de paja y colocárselo en la cabeza. «Algo es algo», se dijo, pese a que seguía sudando en las axilas y la espalda.
Tras largo recorrido de silenciosa caminata —ninguno de los dos Hermanos estaba muy comunicativo aquel día, a la luz de los recientes acontecimientos— y mientras Akame repasaba por enésima vez la ruta a seguir en su cabeza, Datsue rompió el mutis con una pregunta para nada trivial. No obstante, el jōnin agradeció un poco de conversación para romper la monotonía que el paisaje y el silencio imprimían a la escena, de modo que se dispuso a contestar tras meditarlo unos instantes.
—Buscaría una alianza con Kusagakure —respondió con seguridad—. El Remolino tiene a los Hermanos del Desierto, además de muchos ninjas capaces, pero esos bárbaros de Ame... Ya hemos comprobado que incluso uno de ellos es capaz de competir con un jutsu de mi Mangekyō. Subestimar a la Lluvia podría ser un error fatal, así que intentaría estrechar lazos con los de Kusa. Coño, si la alianza resultase fructífera, probablemente Amegakure capitularía antes de pelear... No creo que estén tan locos como para pensar que pueden ganar a dos Aldeas juntas.
Como si el hablar tanto de golpe le hubiera despertado el mono, Akame se sacó un cigarrillo y lo encendió con ayuda de su mechero, después de intentarlo varias veces. Fumó un par de caladas y dejó escapar el humo. «Ah, nada como un cigarrito para aliviar una pesada caminata. Por mucho que diga la gente, esto es como una inyección de energía, jeje». Luego añadió a su anterior comentario unas cuantas puntualizaciones.
—Pero, si me preguntas, en caso de que esa carta fallase... Trataría de tenderles una trampa. Especialmente a Ayame; por lo que me contaste, parece una kunoichi temperamental y fácil de manipular y engañar. Intentaría lanzarle el cebo adecuado y luego capturarla, con ella en nuestro poder dudo muchísimo que ni siquiera Amekoro Yui se negara a negociar los términos de su rendición.
Entonces se le ensombreció la mirada.
—Y si aun así eso no surtiese efecto... Entonces usaría a Ayame como cebo para atraer a la Arashikage y su círculo más cercano; y los mataría a todos.
Datsue oía con entusiasmo las distintas tácticas que su Hermano confeccionaría en caso de entrar en guerra contra Amegakure. Aliarse con Kusa era la carta ganadora, sin duda, y atrapar a la jinchuuriki un buen golpe en la mesa.
—Hmm… Después de todo lo que ha vivido, dudo que sea ya tan fácil de engañar —replicó ante la idea de manipular a Ayame. Él mismo había visto su actitud en el Círculo de Rocas Ancestrales. Y luego había dejado escapar un biju en pleno torneo. Dudaba que no hubiese tomado, o hubiesen tomado por ella, ciertas medidas para fortalecer su mente. El simple hecho de haber vivido todo aquello la había curtido, a buen seguro.
—Y si aun así eso no surtiese efecto... Entonces usaría a Ayame como cebo para atraer a la Arashikage y su círculo más cercano; y los mataría a todos.
Datsue tragó saliva, y sintió que los vellos se le ponían de punta. No era por lo que acababa de soltar, sino por la forma. Si lo hubiese dicho con rabia, él mismo hubiese aplaudido la idea. Si lo hubiese dicho con pena, incluso le habría asegurado que era el único camino. Que se lo merecía por la forma en que había tratado a Aiko. Pero lo había dicho con la misma calma y serenidad que le embargaba cuando hacía cosas tan anodinas como untar de manteca un bocadillo o pelar una mandarina. Eso era lo que verdaderamente le asustaba.
—Serías un buen Kage… —comentó al fin. Se llevó una mano a la boca y carraspeó—. Yo añadiría nacionalizar Los Herreros y cortarles el grifo armamentístico. Pero sí, sin duda serías un buen Uzukage…
»¿Alguna vez piensas en ello? —le soltó, como quien no quería la cosa—. Cuando matamos a Zoku y nos hicimos con el sombrero de Uzukage. Aquel día, si hubiésemos querído… —Lo dejó en el aire, sin atreverse a terminar la frase.
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Akame hinchó el pecho con mal disimulado orgullo cuando su compadre alabó la exposición de táctica militar, muy breve, que acababa de hacerle. No es que hubiese dedicado días a pensarlo —de hecho él seguía creyendo que, de haber una guerra, no dispondrían del margen de acción como para confeccionar un plan mucho más elaborado—, sino que recordaba bien las lecciones de estrategia y táctica que le habían impartido a lo largo de su vida. El shinobi era un combatiente silencioso y letal, que finalizaba cualquier conflicto con un único y preciso ataque. Así veía Uchiha Akame la guerra.
Datsue añadió un interesante punto a aquel teórico plan de ataque, y el jōnin tuvo que reconocer que era una genialidad. Quien controlase Los Herreros controlaría el mayor flujo legal de armas de todo Oonindo; un preciado recurso que, por azares del destino, los del Remolino tenían al alcance de la mano. «Claro que los de Ame podrían jugar al mismo juego», se dijo el joven Uchiha. «Tecnología, sobre todo. Nuestro suministro de baterías eléctricas y demás componentes avanzados se vería seriamente dañado...» Desde luego, la guerra suponía una desmejoría de la calidad de vida de todos los habitantes de Oonindo a gran escala. La de los que siguieran vivos conforme el conflicto avanzase, claro.
Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos lúgubres pensamientos. Con el incidente del Examen de Chuunin tan reciente, le daba vértigo pensar en todas aquellas posibilidades extendiéndose ante él. Cuando Datsue le dijo que sería un buen Kage, Akame se echó a reír con sinceridad.
—Pensaba que me conocías mejor, compadre —replicó—. Puedo matar a seis hombres en menos de cinco segundos... Pero la gente me ignora al pasar, me trabo hablando en público y se me da fatal convencer a los demás, no digamos ya mentir. Yo soy un soldado, no un líder —luego, tras pensarlo unos momentos, agregó—. Tú, en cambio...
Pero el menor de los Hermanos del Desierto le interrumpió con un pensamiento indirecto que provocó gran malestar en Akame. ¿Que si pensaba en ello? La verdad era que...
—Cada día —respondió—. Y cada día entiendo lo errados que hubiésemos estado. Los Hermanos del Desierto, los Matakages... La gente de la Villa nunca nos hubiera aceptado. No sé siquiera si lo hacen ahora.
¿Él, en cambio? Supuso que Akame no sugeriría de ser Datsue Uzukage. No había chico menos preparado para el puesto. No, preparado no era la palabra adecuada, sino opuesto a todos los valores que se requería. Era egoísta, irresponsable, infantil y una fuente inagotable de problemas. Aunque si tenía a alguien al lado que le pusiese los pies en la tierra…
—Cada día —dijo su Hermano, interrumpiendo sus pensamientos—. Y cada día entiendo lo errados que hubiésemos estado. Los Hermanos del Desierto, los Matakages... La gente de la Villa nunca nos hubiera aceptado. No sé siquiera si lo hacen ahora.
Datsue resopló.
—¿Acaso hubiesen aceptado a Hanabi, antes de que se formase todo el quilombo? No sé, tío, yo creo que hemos perdido contundencia. Se nos falta al respeto sin temor a consecuencias. Joder, que te intentaron matar y no hicimos nada. Me intentaron matar a mí también y no hicimos nada. Casi arrasan con media Villa nuestra y no… hicimos… nada.
»Y lo que más me frustra de todo eso es que hubiese podido intentar rescatar a Aiko y no hubiese cambiado una mierda. Después de todas las que nos hicieron casi hasta estaríamos en paz. Pero claro —chasqueó la lengua, y el rencor que no sabía tenía todavía guardado salió a la luz:—, tenías que dejarme colgado.
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El jōnin tragó cada palabra de lo que decía Datsue con una resignación casi religiosa, a sabiendas de que todas ellas eran verdad. Uzushiogakure, ya fuese por sus precedentes históricos, el clima, la calidad de sus valores o la personalidad desenvuelta y afable de sus gentes, se veía últimamente como el tonto de la clase entre las Aldeas. Dastue tenía razón; la Lluvia había cometido numerosos atropellos contra ellos en los últimos tiempos y ninguno había sido contestado más que con sumisión y la cabeza gacha. «Joder, incluso mandaron un pergamino-bomba al despacho del Uzukage». Cuanto más lo pensaba, más le ardía el estómago; Amekoro Yui no tenía reparos en contestar cualquier provocación con una violencia desmedida, y lo mismo aplicaba a sus subordinados. Pero luego eran ellos quienes reclamaban reposición por los daños causados de parte de sus propias víctimas.
«Es de locos.»
Akame tomó una gran bocanada de aire y respiró profundamente. Era consciente de que asuntos tan delicados como la política internacional no podían ser tratados con las entrañas en caliente. De lo contrario, todos acabarían matándose a la primera de cambio. «Parece que nadie de Ame ha llegado jamás a esta conclusión, y debemos ser los demás los que demos nuestro brazo a torcer por el bien de la paz en Oonindo... Shiona-sama, ¿cómo pudo mantener buenas relaciones con semejantes bárbaros?» Se esforzó por apartar aquellos pensamientos cargados de resentimiento y agresividad de su mente.
Entonces Datsue sacó trapos sucios a pasear, y el jōnin le confrontó con actitud serena pero decidida. Se plantó frente a él, cara a cara, y habló con la dureza del hierro.
—Te salvé la vida, coño, ¿es que no lo ves? ¿Tantas ganas tenías de morirte? Me cago en todo, compadre, hay que joderse... —negó con la cabeza y se apartó del camino de su compañero—. ¿Cuándo vas a superarlo?
¿Salvarle la vida? ¡Y una mierda! ¡Él si le estaba salvando la vida! ¡Cada día! ¡Cada día que no se presentaba en el despacho del Uzukage y le informaba de lo que cierta mujer le había contado sobre él!
—¿Por qué tengo que superarlo? ¿Eh? ¿Por qué? —le replicó, furioso—. Cuando murió Koko, dijiste que querías hacerte más fuerte. Tan fuerte como para proteger a todos los que te importaban. ¿Qué era, pura fachada? —le espetó—. Si un día miro mal a los de Ame y me entierran bajo un lago, ¿lo dejarás correr también? ¿Así de fácil? Lo superas a los dos días y santas pascuas, ¿no? Ya encontraremos otro colega, ¿eh? Total, yo te daba muchos disgustos —le hervía la sangre.
»¡Pues que sepas que tú también me los das a mí! ¡Que lo que yo estoy haciendo por ti no tiene nombre, joder! —«¡Para que luego tú me dejes en la estacada! ¡Me cago en mi puta vida!»
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Ah, la furia. Aquella era una emoción mucho más fácil de digerir para Akame cuando le venía en contra. Mucho mejor que cualquier otra que conociese, porque la ira era precedible. Si uno observaba con suficiente atención, veía que la furia tenía arnés y correajes, como una bestia descontrolada; si se tiraba lo suficiente de las riendas hacia un lado, u otro, era posible dirigirla. Y a Uchiha Akame le gustaban las cosas que podía controlar. Le hacían sentirse a salvo, porque lo que puedes dominar jamás podrá vencerte.
Por eso mismo, cuando Datsue estalló en furibundas réplicas —exactamente como Akame pensaba que haría—, el jōnin se limitó a poner los ojos en blanco y aguantar el chaparrón con admirable estoicismo. Ya no sintió ganas de replicar, ni de liarse a ostias con él, ni nada parecido. Todo cuanto su Hermano decía, le entraba por un oído y le salía por el otro.
¿Todo?
No, hubo algo, algo que llamó su atención. Algo inesperado, algo que no encajaba y que por tanto no debía estar ahí. Una variable inesperada en la ecuación de la ira de Datsue. Akame, como observador avezado que era, la advirtió al momento. Frunció el ceño con escepticismo y se cruzó de brazos.
—¿Ah, sí? —inquirió el Uchiha—. ¿Y qué es eso que estás haciendo por mí?
Sin darse cuenta, ambos se habían detenido. Ahora eran dos figuras inmóviles en mitad de las solitarias Planicies del Silencio, sólo alteradas por las ráfagas de viento veraniego que hacían tintinear sus armas dentro de sus portaobjetos y les revolvían el pelo.
Datsue tuvo que morderse la lengua. Con ganas. Porque no había cosa que más desease en el mundo en aquellos momentos que soltárselo. Soltarle todo lo que sabía de él. Soltarle que se estaba jugando su propio pescuezo por mantenerle a salvo. Que, a diferencia de lo que había respondido Akame en el examen que habían compartido, él no le había delatado.
Pero, ¿qué le había dicho aquella misteriosa mujer? Que si contaba algo de lo que le había informado, Akame moriría. No sabía si era un simple farol, pero el riesgo no merecía la pena. Simplemente, tendría que averiguar en qué coño estaba metido por otros derroteros. Había colocado un Sello de Rastreo en Cicatrices. Con todo lo de Aiko, y el Chunin, lo había pospuesto y pospuesto, pero quizá era hora de ir a darle una visita.
Si es que seguía vivo, claro.
—Mira, no me hagas hablaaaar, no me hagas hablar. Que no te conviene, eh, Akame. Pero todos tenemos nuestros trapos sucios. Unos más que otros. —Y hasta ahí podía hablar, para su desgracia.
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Pero el jōnin no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Con cada palabra que decía, Datsue cavaba más hondo en aquel hoyo de desconfianza que de repente se abría paso en el pecho del mayor de los Uchiha. Pese a que en un principio había sido sólo una nota disonante, un leve presentimiento de que una parte de la perorata de Datsue no encajaba, a cada segundo que pasaba Akame tenía más y más claro que algo estaba pasando. Algo le ocultaba su compadre. Entre ellos dos siempre había habido secretos y rencillas, como buenos Hermanos que eran, pero al final siempre lo habían acabado solucionando. Juntos, ellos eran imparables; pese a que sus diferencias fuesen, a veces, más notables que aquellas cosas que les unían.
Akame volvió a cruzarse de brazos, esta vez con gesto más sereno que el anterior. Sólo varió su postura el tiempo necesario para sacarse un cigarrillo, colocárselo entre los labios y encenderlo con parsimonia. Todo sin levantar la vista de su compadre.
Cuando fumó un par de caladas, dejó escapar el aire directamente hacia Datsue, y luego habló.
—¿Qué es lo que no me conviene pues? —quiso saber. De nuevo su voz no sonaba amenazante, pero sí profundamente inquisitiva, como un afilado senbon penetrando en la carne de su objetivo—. ¿Y qué trapos sucios? ¿De qué demonios hablas?
Tan asimilada tenía su posición y su vida en Uzu que, ni siquiera durante aquella conversación, el Uchiha se planteó la posibilidad de que Datsue hubiera descubierto sus secretos orígenes. Él era Uchiha Akame de Uzushiogakure, y lo más importante, se sentía Uchiha Akame de Uzushiogakure. Cualquier vestigio del pasado que pudiera sugerir lo contrario era, para el joven jōnin, simplemente como el retazo difuso de un sueño muy lejano. Como si, en realidad, jamás hubiese sucedido.
Datsue apartó de un manotazo al aire el jodido humo que Akame le echaba. Su Hermano insistió, preguntando; y él, por primera vez, calló. Simplemente se echó a un lado. Tomó aire, lo dejó salir muy lentamente. Se serenó. No podía permitirse el lujo de perder el control. La última vez le había salido muy caro, y eso que había tenido suerte.
Un poco más y…
—Tenemos una misión de vital importancia que cumplir —se excusó, reemprendiendo la marcha—. No podemos permitirnos el lujo de perder el tiempo con disputas personales.
Uchiha Datsue haciendo de profesional, quién lo iba a decir.
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Akame se quedó en el sitio, pensativo, mientras daba otra pitada a su cigarrillo y veía a Datsue alejarse a paso rápido. Aquella conversación había sido tan intrigante como inesperada, y ahora al joven jōnin le quedaban demasiadas dudas por despejar como para dejarlo, simplemente, pasar. Pero también estaba en la certeza de que Datsue no iba a hablar más de lo que había querido así como así, de modo que la extracción de esa información aparentemente jugosa y confidencial debía realizarse con mucho más tino. Y mucha más paciencia.
«¿Qué es eso que me ocultas, compadre?»
Sea como fuere, el muchacho no tardó en apurar su cigarrillo y, tras arrojar lo que quedaba de él al suelo y apagar la colilla con el tacón de sus botas ninja, echó a correr para alcanzar a su compañero de aventuras. El Sol de Verano apretaba de lo lindo y ambos empezarían pronto a notar los efectos del calor y la fatiga. Por desgracia, en las Planicies del Silencio no solía haber mucha sombra, y probablemente no pudieran parar hasta llegar a su primer destino: el Valle de los Dojos.
Allí, esperaba Akame, podrían servirse de su estatus como Campeón del Torneo de los Dojos para conseguir acceso y poder comer, descansar y reponerse.