Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
A partir de aquel momento, el viaje se volvió mucho más aburrido y taciturno. Había heridas que el Uchiha todavía sentía abiertas, y pese a que la mayor parte del tiempo estaban sedadas por un olvido autoimpuesto, cuando sus ojos pasaban por ellas no había auto sugestión posible que calmase el dolor.
Su primera parada fue en Los Herreros, en una conocida posada que Datsue acostumbraba a utilizar cada vez que se pasaba por allí. Cosa frecuente, dado su acuerdo con la Marca del Hierro. Al día siguiente, no obstante, no tuvieron tanta suerte. En el Bosque de la Hoja no les quedó más remedio que acampar, encendiendo un buen fuego al atardecer y cocinando un pequeño jabalí que habían cazado. Su siguiente parada fue en Minori, el conocido pueblo dedicado a la agricultura. Allí, Datsue se puso hasta las cejas de caldo con patatas y fabada, su comida favorita por aquellas tierras.
No fue hasta el cuarto día que los Hermanos del Desierto cruzaron la frontera en dirección al Valle de los Dojos. El pequeño de los Uchiha, cabe decir, no había estado perdiendo el tiempo. Durante todo el trayecto había estado enfrascado en un nuevo proyecto de fuuinjutsu, una idea que había nacido a raíz de los problemas acontecidos en el Chunin.
Un fuuinjuts que lo solucionaría todo.
—Hmm… Sí, pero es que si empleo el Teorema de Uzumaki el Generoso rompo el equilibrio del sello —murmuraba, para sí mismo, con la mano en el mentón y la mente en otra parte. Fue así que ni siquiera se dio cuenta: habían llegado al fin.
Las cordilleras se alzaban como una gran muralla en la lejanía, y el camino principal que transitaban se dividía ahora en varios, con carteles en cada uno: Nantōnoya; Kitanoya; Nishinoya; y Sendōshi.
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Pese a lo que pudiera pensarse, la silente actitud de los Hermanos durante el resto del viaje hasta los Dojos agradó a Akame, al fin y al cabo él era un ninja de pocas palabras. Aunque normalmente gustaba de charlar con su compadre, contar historias o echarse unas risas, tampoco le desagradaba el silencio. Así fue que recorrieron Uzu no Kuni, cruzaron la frontera de Hi no Kuni y finalmente avistaron las enormes cordilleras en el horizonte que anunciaban el poco camino que les quedaba por recorrer hasta llegar al famosísimo Valle de los Dojos. Conforme se iban acercando, recuerdos del Torneo acudían a la mente del joven Uchiha; en semejantes circunstancias, aquellas historias parecían casi de fantasía. Las tres Villas compitiendo en sana rivalidad, con sus ninjas conviviendo y entablando amistades sin temor a las represalias.
«Oonindo ha cambiado mucho...»
No tuvieron problemas para ingresar —uno de los guardias incluso reconoció a Akame cuando éste se presentó—, y una vez dentro pusieron rumbo a Sendōshi. La gran urbe céntrica del Valle ofrecía todas las acomodaciones que dos ninjas cansados podían necesitar, además de representar un punto inmejorable para establecer su primera medición. Sin embargo, al ver el cartel que anunciaba la dirección en la que había que ir para llegar al complejo donde los participantes de Uzu se habían alojado durante el Torneo, Akame no pudo evitar sentir una profunda punzada de dolor en el corazón.
Allí había conocido a Kageyama Koko, se había enamorado de ella y había comenzado una relación que terminaría abruptamente meses después. Todavía recordaba el restaurante al que habían ido a comer por primera vez, la calidez de las sábanas de su habitación, la suavidad de su piel...
«Ella ya no está aquí.»
Cuando el Sol ya se encontraba en lo más alto del cielo, los dos muchachos deglutían con voracidad un sabrosísimo asado de cochinillo del Valle, un plato muy famoso por su carne jugosa y su salsa especial, receta única en Oonindo. Akame se encontraba devorando las últimas piezas de su ración, acompañada de papas y verduras salteadas como guarnición, cuando decidió romper el silencio que había predominado durante el viaje.
—Joder, este cochinillo está de puta madre. Lástima que tengamos que darnos el piro mañana, me quedaría aquí una semana. ¿Te acuerdas de...? —el Uchiha carraspeó sonoramente. Precisamente las vivencias que él y Datsue habían compartido durante el Torneo no eran muy agradables—. Digo, de... Ejem, de...
Incapaz de improvisar, el jōnin terminó por bajar la mirada.
Datsue estaba a punto de activarla en su antebrazo cuando negó con la cabeza.
—Mejor en la habitación —decidió, cauteloso.
Por extraño que pudiese parecer, el Uchiha no estaba atiborrándose con el asado. Tenía el estómago cerrado, y es que no eran pocos los recuerdos que también le venían a él. Allí había visto por última vez a la Eri y Nabi de la promoción de Akame, antes de sus trágicas muertes. Allí había sido también —a unos kilómetros— donde había perdido la virginidad con Aiko. Donde se había enemistado con Ayame. Donde una cebolla había empezado una disputa que a punto había estado de sacudir los mismísimos cimientos de Oonindo.
¿Cómo era el dicho? El batir de las alas de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo. «Ya lo creo que sí».
—Nos vemos arriba —dijo, levantándose, y olvidándose de pagar su parte.
• • •
Estaban en el cuarto de Datsue. El gran mapa de Oonindo, extendido sobre la cama. En la mano del Uchiha, una brújula. Una brújula de verdad, que le sirvió para orientar el mapa en la dirección correcta. Cuando ambos estuvieron de acuerdo en que no se podía precisar más el ángulo, Datsue posó la mano sobre el Valle de los Dojos y en el papel se dibujó una sencilla y minimalista brújula. La aguja se movió —«¡estamos dentro del rango!»—, apuntando a Aiko.
Apuntando a Amegakure.
—Lapiz y algo recto para trazar la línea —pidió a Akame, para después marcar con una raya sobre el mapa la dirección. Una raya que atravesó las Llanuras de la Tempestad Eterna, el Bosque de Azur y que pasaba muy cerca de Shinogi-to y Coladragón—. Pues parece que no está muy al norte. —Eso eran buenas noticias.
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El jōnin terminó el asado en solitario, aprovechando incluso que Datsue se había ido para terminar su parte. Él también tenía un remolino de furiosas avispas en el estómago, de experiencias acumuladas —muy dolorosas— que ahora parecían querer volver a buscarle como fantasmas del pasado. Pero Akame ya había decidido abrazar todo aquello, sumirse en la melancolía y dejar que le cubriese por completo como una capa de lodo pegajoso. No tenía sentido seguir luchando contra aquello; la gente iba a morir. La gente moría. Todos lo hacían. Las visiones de Shukaku siempre se lo mostraban con crudo detallismo, y aunque él mismo no quisiera reconocerlo, siquiera plantearse la idea... ¿Estaban por fin haciendo mella en su cordura? ¿Se rompería aquel fino hilo que le mantenía pegado al firme que las convenciones sociales definían como estabilidad mental? Tipos como él hacía mucho que habían dejado atrás la mayor parte de su moralidad en pos de cumplir aquello para lo que habían sido concebidos; ser ninjas.
¿Qué diferencia hacía?
—
Akame le tendió a su compañero un lápiz y luego colocó un taco de madera sobre el mapa para trazar una línea recta. El recorrido de la misma causó gran sorpresa y alivio a ambos, pues eso significaba que Amegakure no Sato estaba en algún punto al Norte del Bosque de Azur, pero al Sur de Shinogi-To... Cosa que restringía considerablemente el abanico de posibilidades. Con aquella información, Akame tenía clara su siguiente parada.
—Entonces deberíamos continuar hacia Yachi, y de ahí a las Escaleras del Cielo. En un par de días estaríamos allí —afirmó—. Aunque eso implicaría cruzar territorio de Arashi no Kuni.
Se incorporó, cruzando los brazos.
—O podemos rodear por Mori no Kuni, lo que nos llevará mucho más tiempo. Personalmente... Creo que podemos cruzar directamente por las Tierras de la Llovizna... Espero que hayas traído un paragua sellado en el culo, porque nos va a hacer falta.
—Tú eres el Jōnin, tú mandas —dijo ante la sugerencia de cruzar las Tierras de la Llovizna—. Aunque Hanabi nos dijo expresamente de evitar meternos en territorio enemigo —dejó caer.
Había algo bueno en eso de ser Chūnin, en que lo hubiesen degradado: y es que la responsabilidad no caía sobre sus hombros.
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Y Akame respondió frunciendo los labios con evidente disgusto. Le reventaba esa capacidad que Datsue tenía de subvertir la jerarquía militar —cuando no obviarla completamente— en los momentos en los que a él le convenía, y por otro lado aferrarse a ella como una garrapata cuando quería eludir responsabilidades. Akame endureció el gesto antes de contestar.
—Mira, compadre, si te vas a poner en plan "de maricona" esto no va a funcionar —le soltó de repente—. Nuestra diferencia de rangos no es más que la cagada que hiciste al burlarte de Yui. Sabes tan bien como yo que estás más que capacitado para ser jōnin, así que hazme un favor y ahórrame esta mierda.
Sin previo aviso, el Uchiha se dio media vuelta y procedió a salir de la habitación.
—Nos vemos abajo en media hora —dijo antes de salir dando un sonoro portazo.
—
Exactamente treinta minutos después de que el joven jōnin abandonase la habitación de su compañero de aventuras, compadre y subordinado, su figura delgada y fibrosa se dio a ver en la entrada del hostal. Llevaba a cuestas su mochila y el kasa de paja sobre la cabeza para protegerse del Sol de la tarde. Podrían haberse quedado allí a pasar la noche, relajarse y descansar, pero dado que Akame había decidido finalmente —con buen criterio, a su parecer— darle la razón a Datsue y bordear la frontera de Arashi no Kuni para llegar hasta el País de la Tierra, no tenían un sólo segundo que perder.
El Uchiha había aprovechado también para aprovisionarse de raciones de viaje en una modesta tienda de comestibles cercana, y de paso comprar una capa de viaje marrón que le serviría para resguardarse de los inclementes elementos en las montañas de Tsuchi no Kuni.
21/11/2018, 16:35 (Última modificación: 21/11/2018, 16:39 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Datsue dio un respingo en la cama del sonoro portazo.
—Por los huevos de Susano’o —soltó, por variar un poco de las siempre mencionadas tetas de Amateratsu—. Parece que alguien se ha levantado de mal humor.
Resignado, quitó el sello brújula del mapa y lo selló en su cuerpo, aprovechando el tiempo que le quedaba para descansar un poco.
• • •
Llegaba el momento de retroceder. De desandar el camino para seguir avanzando.
Haciendo caso a las instrucciones de Hanabi, evitaron en todo momento adentrarse en el País de la Lluvia, bordeando la frontera. El Uchiha seguía dándole vueltas a su particular idea de fuuinjutsu, y como no tenía otra cosa que hacer que pensar en ello, creía empezar a llegar a una conclusión, a una solución a su problema. «Hora de testear y pulir».
Inundado en sus propios pensamientos, el viaje fue tranquilo y sin sobresaltos. ¿A dónde iban?, les preguntaron en alguna ocasión. A la Ribera Norte, a ver a mi familia, respondía siempre él. Y es que, las mejores mentiras eran las que tenían algo de verdad.
Hubiesen podido parar en la Ribera Sur a descansar —que les quedaba cerca y casi de camino—, pero Datsue se negó en redondo. De nuevo, tuvieron que acampar al aire libre, perdiendo bastante tiempo en cazar algo de provecho y hacer un buen fuego. Al menos, así tenían la certeza de que no se levantarían con el cuello degollado o, peor todavía, sin todas sus pertenencias. Porque sí, eso era lo que hubiese pasado si hubiesen cometido el fatal error de dejarse embaucar por esos sureños.
Ya había pasado más de una semana desde su partida, y allí estaban, cruzando la frontera hacia el País de la Tierra. Todavía les quedaría un largo trecho hasta las Escaleras al Cielo, y probablemente se verían obligados a acampar antes —o a dormir en una posada, si es que encontraban alguna—.
—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó, no muy convencido por la ruta elegida.
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Y los shinobi caminaron, caminaron y caminaron todavía más cuando Akame creyó que los pies se le iban a caer a trozos. El Otoño ya asomaba su taciturno rostro conforme se acercaban al final de Ceniza, de modo que al menos el clima se hizo más soportable; el calor abrasador del Verano dejó paso a una brisa fresca otoñal, húmeda y cargada de viejos recuerdos. Los muchachos pasaron de largo de la Ribera Norte, lugar de procedencia de Datsue, y siguieron su camino hacia las montañas. Cuanto más se acercaban, más bajaban las temperaturas y más inclemente era el tiempo. Llegó un momento en el que Akame tuvo por fin que guardar su kasa de paja y echarse la capa de viaje por encima, sobretodo cuando el Sol se escondía tras los altos riscos en el horizonte. Como un faro, aquellos picos escarpados les marcaban la ruta a seguir.
Akame se detuvo, evaluando rápidamente el entorno.
—Sí, seguro. Todo coincide con las señas que nos dió aquel tipo en la posada del camino —asintió—. Creo que deberíamos llegar mañana al mediodía.
«Aunque bien podría estar equivocándome...»
Lo malo de aquel paisaje es que destacaba por su monotonía; para el joven jōnin todos los peñascos lucían iguales, todas las colinas tenían el mismo aspecto y dos senderos eran prácticamente indistinguibles uno del otro. Así pues, sólo les quedaba ser rigurosos con las parcas indicaciones que habían recibido, y continuar el camino.
El Uchiha echó a andar por el sendero pedregoso que estaban recorriendo en ese momento, ascendiendo para rodear una escarpada colina. Llevaba en casi completo silencio desde que habían cruzado la frontera del País de la Tierra, y cuando por fin lo rompió, no fue sino para verbalizar los pensamientos que le habían mantenido en tal estado.
—Fue por aquí, ¿no? En estas montañas —preguntó, de repente—. ¿Fue aquí donde asesinaron a Koko-chan?
Datsue se detuvo de repente al oír la pregunta, tan repentina e inesperada como una flecha en medio de una noche tranquila. Abrió la boca, la cerró, y se obligó a reanudar la marcha, como si la saeta no le hubiese alcanzado en el jodido pecho.
—Ehm… Más al norte —dijo en voz baja. No porque temiese ser oído, sino porque, simplemente, le salió así—. En dirección Notsuba, entre dos escarpadas montañas. Los lugareños le llaman el Cañón del Secuestrado, porque… Bueno, eso.
Bajó la mirada al suelo y apretó los puños. Si por aquel entonces hubiese tenido el poder que tenía ahora, si hubiese entrenado duro y alcanzado el Mangekyō Sharingan a tiempo… probablemente Koko seguiría viva. Pero por aquel entonces estaba a otras cosas. A hacerse rico. A simplemente buscar buenas oportunidades de negocio.
Había faltado el respeto a su profesión, y el mundo le había mostrado las consecuencias.
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El Uchiha alzó la vista hacia las montañas que se encontraban en la dirección en la que su compadre le había apuntado. Se quedó así unos largos segundos, ausente, con los ojos vidriosos y el pecho encogido. Los pensamientos que pasaron por su cabeza en esos instantes serían un misterio durante mucho tiempo, pues nunca los revelaría a nadie. Pero baste decir que todo quedó en una solitaria lágrima que se deslizó por su rostro hasta caer sobre el pedregoso sendero. Allí, perdido como una mota de polvo en la inmensidad de un palacio, quedaría para siempre aquel recuerdo.
—Entiendo —respondió Akame por fin, todavía con aire ausente—. Sigamos entonces. Tenemos que terminar con esta misión cuanto antes, cada día que perdemos es un día más que le damos al enemigo. Esos perros amejin pueden estar planeando ya un ataque... Con el jutsu de teletransporte de Daruu, podrían aparecerse en la Aldea cuando les venga en gana.
Akame echó entonces a andar. Caminaba con paso tenso, era evidente que algo se estaba guardando. Apenas hubo recorrido unos cuantos pasos, pateó una pequeña piedra con una de sus botas ninja, soltando un rugido desgarrador de agonía y frustración.
Datsue le dio su espacio, sin saber qué hacer. El Uchiha podía ser muchas cosas, tener una gran labia y un enorme poder de convicción, pero consolar no era algo que se le diese bien. Ni tampoco saber qué hacer en esos momentos. La mayoría de las veces, como aquella, simplemente se quedaba callado.
Akame tampoco era de los que ponían fáciles las cosas. Al contrario que su Hermano, que exteriorizaba cada emoción como un libro abierto, él se encerraba en sí mismo. No se dejaba llevar por la cólera, ni se ponía a chillar o lanzar acusaciones para desahogarse. Simplemente se lo guardaba todo dentro, absorbiendo y absorbiendo como una esponja infinita. Un día iba a estallar, y ese día esperaba estar muy lejos.
El solo amago de que sucediese en aquel momento, al soltar un rugido de frustración tras patear el suelo, le puso la piel de gallina.
—Vámonos, compadre. —Y ahí estaba de nuevo, cortando las emociones que fluían por su cuerpo y metiéndolas a empujones de nuevo bajo su coraza.
No supo si decirle que era bueno desahogarse. Que dejar escapar toda la rabia y el llanto te limpiaban por dentro. Al menos, por unas horas.
Al final, como siempre, optó por callar.
• • •
Estaban en la entrada de una cueva que habían hallado antes de oscurecer. Junto al fuego, en aquella ocasión sin carne que cocinar. No habían tenido suerte con la caza, y habían tenido que tirar de los bocadillos que habían comprado en la última posada.
Era una bonita noche, sin luna, pero de un cielo estrellado. En ocasiones, el Uchiha se olvidaba de lo bello que a veces podía ser el mundo.
—¿Sabes? Dicen que en las montañas del norte, en cierta época del año, el cielo se cubre por una especie de ondas verdes, rosas o púrpuras. Aurora boreal, creo que le llaman. —Y todo el mundo que decía haberlas visto aseguraba que era un espectáculo que merecía presenciar al menos una vez en la vida—. Y hablando de lo místico —parecía que había hecho una mera introducción para poder soltarlo, pero realmente se había acordado por ello—, nunca me contaste qué hacía tu otro Mangekyō.
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24/11/2018, 14:59 (Última modificación: 24/11/2018, 15:09 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame comía su cena con la mirada perdida entre las estrellas, manteniendo aquella actitud taciturna y ausente que le había embargado desde que llegaran a las Montañas de la Tierra. A la luz de la hoguera, las sombras de la cueva bailaban en una especie de misteriosa danza macabara, y el crepitar de la leña ardiendo era lo único que podía escucharse. Datsue optó entonces por romper el silencio, hablando sobre unos extraños fenómenos meteorológicos que sucedían en aquella zona de Oonindo durante algunas noches del año. Akame atendió, curioso, y trató de imaginarse cómo sería contemplar un espectáculo natural de tanta belleza. Aquel pensamiento le reconfortó, y dio gracias a su Hermano en silencio por haberle sacado una sonrisa.
Sin embargo, pronto el menor de los dos ninjas viró la conversación hacia otros derroteros. Akame arrugó la nariz, molesto al ser preguntado por algo como aquello. Sin embargo, no dio una mala contestación, sino que se limitó a decir la verdad.
—Puedo contarte que no tiene nada que ver con el poder de Uzume, el que ya conoces. Ooyamatsumi, mi Mangekyō derecho... Es pura ira irracional, no sirve para nada más que para destruir. Tal y como están las cosas, a lo mejor tienes ocasión de verlo pronto.
El Uchiha terminó su bocadillo y se encendió un cigarro.
—Joder, hace un frío de cojones aquí.
Incluso junto a la hoguera, la humedad de la cueva y el frío viento de las montañas en el Otoño —ya habían entrado en la Estación— eran demoledores para cualquiera acostumbrado al cálido clima del País de la Espiral. El Uchiha se removió bajo su capa de viaje, que ahora se alegraba de haber comprado, y musitó con aire suente...
Datsue asintió quedamente ante la descripción del Mangekyō derecho de Akame. Pura ira destructiva. En cierta manera, sonaba como al suyo, el de su ojo izquierdo. Era curioso como cada Uchiha tenía su particular poder, pero que, en el fondo, todos servían para lo mismo: machacar, machacar y machacar. O al menos ellos dos, porque tampoco es que supiese de más poderes.
Terminado el bocadillo, el Uchiha se arrebujó en su capa de viaje. Efectivamente, hacía un frío de cojones, e incluso junto al fuego tenía la piel de gallina. Akame retomó el tema político, y el Uchiha expulsó el aire por la boca, generando una gran nube de vaho.
—Difícil decirlo —respondió, tras un rato—. Pero he estado pensando en la estrategia que me comentaste: buscar una alianza con Kusagakure. Creo que haríamos bien en limar las asperezas que tuvimos con ellos y empezar a formar ciertos… lazos. Por si las moscas —comentó. Aunque cada vez que pensaba en Yota o el malnacido de Etsu le hervía la sangre.
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Akame asintió; desde luego, aquello tenía todo el sentido del mundo. ¿Pero, y si Kusagakure no se negaba? ¿Y si Ame ya se les había adelantado y ahora la Lluvia y la Hierba estaban tramando un golpe sorpresa contra Uzu? Demasiadas preguntas, y muy pocas respuestas. El Uchiha se rebujó en su manta y apuró el cigarrillo con una calada; luego lo tiró —casi entero— a la hoguera. Se dio media vuelta y trató de acomodarse para echar una cabezada.
—Hasta mañana, compadre.
Y así, el joven jounin cerró los ojos y se dejó llevar al reino de los sueños.
Y con ello, los Hermanos del Desierto dejaron que el mundo onírico invadiese su mente. Un mundo que compartían desde hacía un tiempo. Un mundo en el que Shukaku era su Dios, y ellos, el divertido juguete con el que se entretenía torturando.
Como en la realidad.
• • •
Al día siguiente, cuando llegaron a las Escaleras al Cielo, repitieron el procedimiento hecho en el Valle de los Dojos. Aquel era un punto mucho más concreto en el mapa, y el Uchiha tenía la esperanza de que la raya trazada fuese por ello más precisa.
Como querían asegurarse y no cometer error alguno, los Hermanos del Desierto continuaron su viaje hacia el noroeste, parando en Notsuba para comer y dormir y alcanzando su destino al día siguiente. La Torre de Mediación, conocida por ser tan indestructible como el Árbol Sagrado.
De nuevo, era un punto muy concreto en el mapa, que les ayudaba a trazar una línea desde un punto más exacto.
—Así que aquí estás… —murmuró, cuando vio dónde se cruzaban las tres rayas: en un punto intermedio entre Shinogi-to, el Bosque de Azur y el Cementerio del Gobi.
Allí le esperaba su destino. Fuese cual fuese este.
• • •
Diez días más tarde…
Regresaban. Hambrientos. Sucios. Malolientes. Lo normal cuando no tienes donde lavar la ropa y tanto las mudas como las camisas no sudadas se terminan. «Ojalá fuese como en los libros. Nunca mencionan lo sucio que te puedes sentir en los épicos viajes que los protagonistas se pegan». Imaginó que porque no era glamuroso, ni atraía al lector pegarse una página entera descubriendo las penurias que uno tenía que pasar en medio del bosque cuando tenía que hacer de vientre y se le había acabado el papel higiénico.
Claro que las hojas de los árboles servían como substituto, pero… no eran lo mismo.
—¿Sabes?, he estado pensando. Sobre el principal problema que tuvimos en el Chunin. —Hacía muchos días que no sacaba el tema, pero era menester—. Falta de comunicación, hermano. Si tú me hubieses podido decir a dónde te llevaste a Ayame, hubiese respondido a esos pesados kusajines y a Shanise. Ella no hubiera tratado de matarme y… Bueno —ahora que lo repensaba detenidamente…—, seguramente lo hubiese intentado igual. Pero a lo que voy es que quizá los kusajines no se hubiesen vuelto locos y… —Un momento. ¿Yota? ¿Etsu? ¿Qué no se hubiesen vuelto locos?—. Qué digo, seguramente lo hubiesen hecho igual. Bueno, en definitiva, que durante todo este viaje he estado creando y perfeccionando un fuuinjutsu. Un fuuinjutsu que nos permita hablar entre nosotros, como si se tratase de un comunicador, pero que no se queda sin batería ni está limitada a unos cuantos kilómetros de distancia.
»¿Qué me dices? ¿Te lo pongo? Se verá el kanji de Hermandad y un pequeño número al lado. Creo que el mejor sitio es detrás de la oreja, a modo de tatuaje. O encima, así el pelo te lo tapa.
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