26/07/2015, 02:21
Ichiro se había obstinado y propuesto a conocer un poco más de sus raíces, criado por los hermanos de su madre, prácticamente no conoció a sus padres, fueron obligados a servir a su señor feudal cuando los necesito. Su padre, era un granjero común y corriente y poco se sabía de él, ya que el muchacho quedo en manos de su familia materna.
Por otro lado su madre, era una kunoichi de lo que alguna vez fue la aldea de la niebla, había fallecido en una de las tantas guerras civiles que habían ocurrido a lo largo del país, o por lo menos eso era lo que el shinobi sabía gracias a la poca información que revelaban sus tíos, ya que estos cuando saltaba alguna charla sobre sus padres intentaban desviar el tema, o simplemente se quedaban callados.
“Convertir su cuerpo en agua” esto era lo que definía mejor a su madre y que el joven heredo directamente. Hōzuki, una familia que poco se sabía de ella, pero los dientes afilados como tiburón y los diferentes manejos de chakra que le brindaba el clan ataba fuertemente a Ichiro a sus orígenes.
Realizaba el viaje solo, con un cargamento liviano, con su ropa habitual azul y negra, su pelo al viento. Caminando entre pasadizos y cordilleras se acercaba al lugar. Los primeros avisos era un descenso de la temperatura, aunque estaban en invierno, el frio se hacía sentir todavía más en aquel lugar, y una ligera neblina que paso a paso se iba poniendo un poco más espesa.
El joven no conocía muy bien el camino, iba con cuidado observando todo a su alrededor, antes de salir en su viaje, le pregunto a algunos pobladores como llegar, muchos no sabían con determinación como, ya que nunca se habían adentrado tanto en las montañas, los escalofríos y la niebla se ponían insoportables, además se comentaba que la mayoría de las personas que llegaba al lago no regresaban jamás. Muchos de estos aldeanos les aterraba la idea de acercarse a ese lago, también comentaban que muchos espíritus de los ninjas todavía merodeaban por ese lugar no aceptando su muerte.
Finalmente el camino comenzó a transformarse en una explanada gigante, aunque Ichiro no podía ver mucho, había notado que el camino estaba menos sinuoso además que más parejo de lo que había sido en todo su recorrido. – No puedo ver nada, será mejor que espere que cambie el clima, así estoy prácticamente ciego. Pensó el shinobi mientras se subía en una piedra de 2 metros de alto y se sentaba en ella en modo zen con los ojos cerrados, y los oídos atentos por si escuchaba un ruido que sus otros sentidos no pudieran percibir.
Por otro lado su madre, era una kunoichi de lo que alguna vez fue la aldea de la niebla, había fallecido en una de las tantas guerras civiles que habían ocurrido a lo largo del país, o por lo menos eso era lo que el shinobi sabía gracias a la poca información que revelaban sus tíos, ya que estos cuando saltaba alguna charla sobre sus padres intentaban desviar el tema, o simplemente se quedaban callados.
“Convertir su cuerpo en agua” esto era lo que definía mejor a su madre y que el joven heredo directamente. Hōzuki, una familia que poco se sabía de ella, pero los dientes afilados como tiburón y los diferentes manejos de chakra que le brindaba el clan ataba fuertemente a Ichiro a sus orígenes.
Realizaba el viaje solo, con un cargamento liviano, con su ropa habitual azul y negra, su pelo al viento. Caminando entre pasadizos y cordilleras se acercaba al lugar. Los primeros avisos era un descenso de la temperatura, aunque estaban en invierno, el frio se hacía sentir todavía más en aquel lugar, y una ligera neblina que paso a paso se iba poniendo un poco más espesa.
El joven no conocía muy bien el camino, iba con cuidado observando todo a su alrededor, antes de salir en su viaje, le pregunto a algunos pobladores como llegar, muchos no sabían con determinación como, ya que nunca se habían adentrado tanto en las montañas, los escalofríos y la niebla se ponían insoportables, además se comentaba que la mayoría de las personas que llegaba al lago no regresaban jamás. Muchos de estos aldeanos les aterraba la idea de acercarse a ese lago, también comentaban que muchos espíritus de los ninjas todavía merodeaban por ese lugar no aceptando su muerte.
Finalmente el camino comenzó a transformarse en una explanada gigante, aunque Ichiro no podía ver mucho, había notado que el camino estaba menos sinuoso además que más parejo de lo que había sido en todo su recorrido. – No puedo ver nada, será mejor que espere que cambie el clima, así estoy prácticamente ciego. Pensó el shinobi mientras se subía en una piedra de 2 metros de alto y se sentaba en ella en modo zen con los ojos cerrados, y los oídos atentos por si escuchaba un ruido que sus otros sentidos no pudieran percibir.