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—No hay necesidad de pensar tanto en el asunto, Ayame-san —replicó Mogura, invitándola con un gesto de su mano a seguir caminando, y ambos volvieron a ponerse en marcha, escalón a escalón—. Sentir envidia por ver a otra persona llegar antes a un lugar que uno aspira es algo natural. No es malo. Pero es poco inteligente demostrar ese y otros tipos de emociones públicamente. Eso si es malo.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pero en aquella ocasión no le miró de forma directa. Mentiría si dijera que ella no sintió envidia cuando se enteró de que su compañero había sido ascendido, ¡pero una cosa era sentir envidia y alegrarse por él al mismo tiempo y otra muy diferente era pagarla con él!
—Después de todo, más allá de mis habilidades o mi desempeño, fue la decisión de Arashikage-sama. Criticar mi valía como Chūnin es criticar su decisión como líder, y eso es algo que no puede ser permitido. ¡Pero Aotsuki-san estás volviéndote fuerte a pasos agigantados...! ¡Dudo que enfrentes esa clase de problemas...! —¡Estoy seguro de que no falta mucho para que Daruu-san y tu se vuelvan Chūnin también...!
—¡Oh, vamos! —exclamó ella, roja hasta las orejas—. Aún me queda mucho por aprender... Y además... —le miró a los ojos, repentinamente seria, y alzó un dedo—. A-ya-me. ¿No crees que ya hemos pasado bastantes cosas como para que me sigas llamando por mi apellido, Mogura-senpai?
Porque si no había sido suficiente la misión de rango S que habían cumplido juntos o que él hubiera formado parte del grupo que le salvó la vida, no sabía qué más debía pasar para que la tomara por alguien más cercana.
—Pero Daruu-kun... él sí que es alguien increíblemente fuer... —comenzó a decir, pero entonces se interrumpió en seco. Distraídos como estaban conversando, no se había dado cuenta de que ya habían llegado al tercer piso. Ambos se encontraban en aquel momento en el rellano de la escalera; frente a ellos había un gran ventanal a través del cual sólo alcanzaban a ver la lluvia golpeando con fuerza los cristales y alguna que otra luz de neón de algún edificio lejano, pero el pasillo se extendía tanto a mano derecha como a mano izquierda—. O... ¿Oyes... eso...? —preguntó en apenas un susurro, temblando.
Y Mogura ni siquiera tuvo que esforzarse en afinar el oído. Una melodía lenta, casi melancólica, tocada en piano flotaba en el aire y llegaba con total claridad hasta sus oídos. Parecía provenir de alguna de las clases que debían encontrarse en el ala este.
—S... ¿Sabes si hay... algún aula de música... o algo así...?
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—¡Oh, vamos! Aún me queda mucho por aprender... Y además...
El tono de la kunoichi tanto en voz y piel cambiaría de un momento a otro cuando esta se volviese hacía él con un dedo en alto.
—A-ya-me.
Corrigió la muchacha, con respecto a la forma en la que el médico se dirigía hacía ella.
—¿No crees que ya hemos pasado bastantes cosas como para que me sigas llamando por mi apellido, Mogura-senpai?
—Supongo que si, Ayame-san.
Contestó Mogura, con su usual tono serio y calmado de siempre.
—Pero Daruu-kun... él sí que es alguien increíblemente fuer...
El chuunin escuchaba lo que iba diciendo la chica mientras seguía sus pasos, y casi se la chocaba cuando se detuvo. ¿Qué había pasado con Ayame, se había quedado sin pilas su linterna o algo por el estilo?
O... ¿Oyes... eso...?
Consultó temblorosa. Fue entonces cuando pudo escucharla, aquella melodía de piano que parecía totalmente ajena a la tormenta que afuera estaba azotando Amegakure. Mogura asintió con un gesto de su cabeza. Entrecerró los ojos un poco y trató de afinar su oído tanto como fue posible para determinar una dirección de procedencia.
—S... ¿Sabes si hay... algún aula de música... o algo así...?
—Si existe, no la he visto nunca.
Confesó Mogura dando unos pasos hacía delante, dejando que Ayame le alumbrase con la linterna. Miró entonces hacía la dirección que parecía ser de donde provenía el sonido.
—Una triste melodía de piano.
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—Si existe, no la he visto nunca —respondió Mogura, confirmando sus peores sospechas. Él se adelantó unos pocos pasos, y Ayame extendió el brazo para iluminarle el camino con la linterna—. Una triste melodía de piano.
Ella tragó saliva con esfuerzo.
—Y si... ¿Y si es un piano fantasma...? —susurró, con un hilo de voz, siguiendo sus pasos—. O... o quizás un fantasma tocando el piano... O un fantasma tocando un piano fantasma...
Ni siquiera tenía sentido lo que estaba diciendo, pero el terror le había nublado el raciocinio. Los dos ninjas continuaron caminando con pasos lentos, cautelosos, hacia una melodía que seguía reverberando por las paredes de los pasillos. El sonido les llevó hasta la tercera puerta que encontraron en el pasillo derecho. Y, tal y como habían previsto, parecía provenir de su interior. No había ningún rótulo que indicara que aquella era un aula de música ni similar, ni Ayame estaba completamente segura de que existiera algo así en una Academia Ninja.
—Q... ¿Qué hacemos...? —le preguntó a su compañero en voz baja.
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—Y si... ¿Y si es un piano fantasma...?
Manase Mogura no pudo evitar levantar una ceja en cuanto escuchó eso, pero no volteó a ver a su compañera.
O... o quizás un fantasma tocando el piano... O un fantasma tocando un piano fantasma...
Los ojos del médico se abrieron de par en par en cuanto la chica siguió hablando, pero no tardaron en volver a su estado normal, marcando un semblante serio como si cada paso que diese en la vida fuese juzgado por alguien omnipresente. Lo que decía Ayame no tenía ni pies ni cabeza.
Ambos siguieron caminando por el pasillo, con la música aquella ambientando la escena. Finalmente llegaron a la entrada de una sala que tenía todas las de ser la fuente de aquella música de piano.
—Q... ¿Qué hacemos...?
Preguntó la jinchuuriki. Mogura le miró un par de segundos y luego volvió su mirada a la puerta, el picaporte para ser preciso.
—Ya hemos llegado hasta este punto...
Dijo mientras extendía su mano hasta colocarla en el objeto.
—Veamos de que se trata esto.
Y seguidamente abrió la puerta.
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Mogura la miró durante unos instantes, y Ayame se sorprendió al no descubrir ningún atisbo de terror o siquiera sobresalto en su rostro. Más de una vez había pensado que la voz del Chūnin era similar a la de su hermano, pero en los últimos encuentros que había tenido con él había ido comprobando que incluso la expresión de su rostro era similar. Es decir, casi inexistente.
—Ya hemos llegado hasta este punto... —sugirió, con la mirada de sus ojos oscuros clavados en el picaporte de la puerta. Alzó la mano hacia él, y Ayame supo lo que iba a hacer antes siquiera de que siguiera hablando—. Veamos de que se trata esto.
La música se interrumpió de golpe cuando abrió la puerta. Demasiado rápido. Demasiado de improviso para que Ayame se pudiera preparar mentalmente para lo que podrían encontrar el otro lado.
Pero nada podría haberlos preparado para aquello. Ni aunque hubieran dispuesto de todo el tiempo del mundo.
Porque al otro lado... no había nada. O, al menos, nada que podrían haber esperado. Escobas, cubos de fregar, trapos, diferentes productos... Aquella no era la puerta de ningún aula. Sólo era la puerta de un desvencijado armario de limpieza. Por supuesto, no había rastro alguno de ningún piano. Ni de ninguna persona. Ni mucho menos de ningún fantasma.
—Pero... pero si venía de aquí... —balbuceaba Ayame, completamente confundida—. ¡Tú también lo has oído, Mogura-senpai!
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La música se interrumpió de golpe cuando abrió la puerta. En su interior no había más que objetos de limpieza y artículos para realizar el mantenimiento diario del edificio. No había ningún fantasma, ni nadie ajeno a la institución, solo ellos.
—Pero... pero si venía de aquí...
Dijo la kunoichi, visiblemente sorprendida por la falta de un tercero al otro lado de la puerta. Manase Mogura miró la habitación de arriba a abajo y de lado a lado, sin decir nada.
—¡Tú también lo has oído, Mogura-senpai!
Cerró la puerta y miró a la chica.
—A lo mejor el sonido quedó atrapado en el interior del cuarto.
Se limitó a decir el médico. No tenía mucho sentido lo que había dicho, y era consciente de eso, pero lo cierto es que no tenía una respuesta exacta de lo que estaba sucediendo en aquel preciso instante.
—¿A dónde deberíamos revisar ahora?
Preguntó el chuunin mientras miraba por encima de su hombro en la continuación del pasillo. ¿Ayame tendría deseos de seguir con su cacería de fantasmas?
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Mogura cerró la puerta, que emitió un sonoro y desagradable chirrido, y se volvió hacia ella.
—A lo mejor el sonido quedó atrapado en el interior del cuarto —soltó, y Ayame alzó las cejas hasta el infinito.
—¡¿Pero cómo se va a quedar el sonido atrapado dentro de un armario de la limpieza?! —le espetó en un susurro.
Pero lo cierto era que ninguno de los dos podía tener una respuesta coherente a lo que acababa de pasar.
—¿A dónde deberíamos revisar ahora?
Ayame abrió la boca para responder; pero su voz se vio eclipsada por un nuevo sonido. El sonido de un lastimero llanto de una niña que se alargaba en el tiempo y el espacio, clavándose en sus oídos y poniéndoles la piel de gallina. Con los músculos paralizados del terror, y rígida como una tabla de madera, Ayame se volvió hacia el origen del sonido.
Un par de puertas más adelante. En el cuarto de baño de las chicas.
—M... M... Mo... Mogu... ra...
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Ayame estaba a punto de dejar escapar una respuesta de sus labios cuando, de repente y sin previo aviso, un nuevo sonido se hizo con la escena. Esta vez no se trataba de música de ninguna clase de instrumento, sino un sonido más humano, una niña lloriqueando.
Mogura esbozó una mueca de incomodidad en cuanto escuchó aquel sonido, no le daba buena espina escuchar esa clase de ruidos a esas horas y en esa clase de lugares. Pero sin duda alguna la reacción de Ayame empeoraba las cosas y de alguna manera potenciaba la sensación que aquella atmósfera generaba.
—M... M... Mo... Mogu... ra...
La chica se giró hacía donde estaban los baños, el médico afiló un poco su mirada y tragó saliva.
—Si. Lo escucho.
Dijo y comenzó a dar pasos en dirección hacía la puerta del baño.
—No perdamos tiempo, Ayame.
Probablemente la kunoichi estaría demasiado nerviosa como para darse cuenta de que el chuunin no había empleado un honorifico en esa ocasión.
Su cuerpo estaba tenso, mentiría si dijiese que no lo estaba. Pero aún así trataba de mantenerse tan centrado como fuese posible. Buscó pararse delante de la puerta y tocó un par de veces.
—¿Quién está ahí?
Preguntó con un tono más serio de lo usual. ¿Qué estaba sucediendo en el tercer piso?
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—Si. Lo escucho —asintió su compañero, y a Ayame le pareció percibir un deje de temblor en su voz. Sin embargo, el Chūnin, haciendo gala de un valor que Ayame estaba muy lejos de sentir, arrancó a andar hacia el cuarto de baño—. No perdamos tiempo, Ayame.
No hacía falta que se lo dijera dos veces, ella ya se había pegado prácticamente a su espalda para no quedarse sola en aquel pasillo maldito, manteniendo en alto su tembloroso brazo, lo suficiente como para alumbrar el camino con su linterna.
Mogura se detuvo enfrente de la puerta y llamó con sus nudillos dos veces.
—¿Quién está ahí?
Pero nadie respondió a su llamada. Lo único que se escuchaban eran aquellos espeluznantes lloriqueos desde su interior. Y entonces a Ayame le dio un vuelco el corazón.
—¡Mogura-senpai! —le llamó, con insistentes toques en el brazo. Para cuando se volviera hacia ella, Ayame estaba pálida como la cera, y sus ojos aterrados iban y venían desde el rostro del chico hasta la puerta del baño—. ¿Y...? ¿Y si...? ¿Y si...? —balbuceaba, con un hilo de voz—. ¿Y si es Hanako-san...?
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Lo que fuese que estuviese detrás de aquella barrera, no parecía importarle en lo absoluto el llamado del chuunin. Solo parecía preocuparle seguir lloriqueando.
—¡Mogura-senpai!
Dijo Ayame mientras llamaba su atención con reiterados toques en su brazo. Volteó a verla y aquella mirada le preocupó un poco, esa chica no se encontraba bien.
—¿Y...? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si es Hanako-san...?
Mogura levantó ligeramente una ceja, no sabía exactamente de que estaba hablando la kunoichi. ¿Quién era Hanako y qué hacía llorando tan tarde en el baño de la academia?
Se volvió a la puerta y volvió a tocar.
—Hanako-san. ¿Te encuentras dentro?
Dijo mientras llamaba a la puerta golpeando con sus nudillos ligeramente por encima del ruido que hacía el llanto incesante.
—¿Quién es Hanako-san, Ayame?
Susurró desviando ligeramente su mirada a la jinchuuriki.
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11/04/2018, 12:12
(Última modificación: 11/04/2018, 12:13 por Aotsuki Ayame.)
Pero Mogura simplemente enarcó una ceja. Como única respuesta se acercó de nuevo a la puerta del baño y volvió a llamar.
—Hanako-san. ¿Te encuentras dentro?
—¡Noooooo...! —gimoteó Ayame, llevándose las manos a la cabeza.
Percibió que el Chūnin se disponía a llamar a la puerta de nuevo, y prácticamente se abalanzó sobre él para agarrarle del brazo y detenerle.
—¿Quién es Hanako-san, Ayame?
Ella abrió la boca para responder, pero entonces les llegó una voz desde el interior. Una voz infantil, de una chiquilla, y cargada de la más absoluta lástima.
—Sí... Estoy aquí...
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Muerta de miedo, Ayame salió corriendo, tan rápido como le permitían sus temblorosas piernas, y en apenas un parpadeo bajó los tres pisos de la academia prácticamente volando sobre los escalones. Salió del edificio, y una vez se vio a salvo de toda aquella locura, se dejó caer al suelo de rodillas. Tenía la piel de gallina, el corazón le palpitaba a toda velocidad y todo su cuerpo temblaba sin control.
—Era verdad... era verdad... El tercer piso de la academia está maldito... —murmuraba, sintiendo la voz pastosa en la garganta. ¿Pero cómo se le había ocurrido entrar ahí? ¡Menuda estupidez!
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—¡Noooooo...!
Exclamó Ayame con las manos en la cabeza. Antes de que el Chūnin pudiese volver a tocar la puerta, la fémina se lanzó sobre él y tomó su brazo para detenerlo.
Y antes de que tuviese oportunidad de responder la pregunta que había hecho, alguien más tomó la palabra. Una niña con una voz delicada y con un tono bastante triste.
—Sí... Estoy aquí...
La mirada de Mogura se posicionó sobre la puerta. De ahí había venido la voz. Y antes de que pudiese darse cuenta, la presión que ejercía la jinchuuriki sobre su brazo había desaparecido, y Ayame se escuchaba dejar la escena tan rápido como solo ella podía ir.
«Supongo que Ayame tuvo suficiente...»
Pensó después de dedicar un segundo a escuchar la escalera.
¿Por qué estas llorando, Hanako-san?
Consultó parado frente a la puerta, en un pasillo alumbrado solo por la escasa luz del exterior.
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Pero, lejos de seguir los pasos de su compañera, Mogura se plantó frente a la puerta de los cuartos de baño. Ahora sólo iluminado por la escasa luz que provenía de los edificios recubiertos de neones que llegaba desde el exterior. Ahora sin la linterna, el tercer piso de la academia resultaba mucho más oscuro y tétrico de lo que había sido antes.
Eso sin hablar, por supuesto, de...
—¿Por qué estas llorando, Hanako-san? —preguntó el médico.
Pero en aquella ocasión no recibió respuesta alguna. Incluso los lastimeros llantos se habían detenido.
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El pasillo estaba sumido en la oscuridad, oscuridad que hubiese sido plena de no ser por la contaminación lumínica que había en Amegakure. Mogura desconocía si Ayame le esperaba fuera del edificio en la seguridad de la calle bañada por la lluvia o si seguía corriendo en dirección a su hogar para cubrirse con su manta anti-demonios.
Hanako no respondió a la pregunta del chuunin.
De acuerdo, Hanako-san. No voy a obligarte a hablar, pero si no me vas a contar que te sucede mejor me voy a beber.
Soltó el médico, en un tono que a lo mejor sonaba como que tenía la capacidad de interactuar e imponer su voluntad sobre la entidad al otro lado de la puerta, pero que prefería envenenarse con alcohol en un lugar de mala muerte.
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Efectivamente, Mogura no recibió ninguna respuesta más a su última frase. Era como si todo hubiera vuelto a la normalidad desde la escapada de Ayame. No más canciones de piano... no más llantos de niñas desconsoladas en el cuarto de baño.
Cuando el médico decidiera salir del edificio se daría cuenta de que Ayame ya no estaba allí. Presa del miedo y cansada de esperarle a la interperie, había vuelto corriendo a su casa, abandonándole a su suerte en la Torre de la Academia maldita.
Pero...
Parecía que la aventura no había acabado ahí.
Aquella noche durmió muy mal. Terriblemente mal. Apenas había podido pegar ojo, y las pocas veces que conseguía conciliar el sueño la acosaban visiones sobre pianos encantados, fantasmas en espejos y... Hanako-san... A consecuencia de ello, ahora arrastraba tales ojeras que podría haber sido confundida fácilmente con un mapache. Restregándose la mano por el rostro por aquel terrible dolor de cabeza que la acosaba, Ayame se levantó a duras penas de la cama, se vistió a desgana y acudió al comedor a desayunar. Allí, tanto su padre como su hermano se la quedaron mirando cuando se dejó caer en la silla como un trapo sin ni siquiera dar los buenos días.
Ambos se miraron, confusos.
—¿Te has resfriado? Ya te he advertido mil veces sobre esa manía tuya de no coger un paraguas cuando vas fuera.
—No he dormido nada bien —respondió ella, con voz ronca—. Y anoche sí cogí el paraguas...
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