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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Dentro del País de la Tierra, existe un camino de lo más peculiar. Conocido en todas partes como ruta de peregrinación, asciende en forma de una serpenteante escalera de piedra por la montaña más grande del país, denominada como Cielo. A pesar de esta similitud, la cantidad de escalones y los enormes pilares puntiagudos que rodean cada tramo del camino hace parecer más bien, a los que se atreven a recorrerlo, que están experimentando un desesperante infierno.

Y ahí estaba Juro, recorriendo aquel estúpido camino, a pesar de que lo que debería haber hecho, hace ya un rato, habría sido dar la vuelta y regresar por donde había llegado.

Desde que había partido de su encuentro con Zaide, muchas dudas habían comenzado a revolverse en su interior. A pesar de que quería establecer un plan por su cuenta, no podía evitar el estar de acuerdo con el Uchiha: dar vueltas sin ningún sentido no le iba a llevar a ningún sitio. El País del Viento, sin embargo, tenía un cierto atractivo para él. No solo ya conocía el lugar, sino que la existencia de un señor feudal y la posibilidad de que Kurama apareciera ahí le daba una ventaja que antes no había imaginado.

Sin embargo, en lo que parecía el camino de vuelta al lugar donde había pasado casi un año escondiendose, se había topado de ello con el País de Tierra en medio. Y en cuanto había escuchado hablar de esta montaña, su cuerpo no había resistido el impulso de escalarla. Puede que fuera una señal, pero esa montaña se llamaba igual que el cielo que tanto añoraba Chōmei (y, por extensión, el propio Juro). ¿Y si de verdad había algo aguardando por ellos ahí?

Aunque eso lo vería, claro está, si lograba escalarla.

« ¡Me aburro! Caminar tanto nos va a dar mala suerte.
¡Vamos a estirar las alas un rato!»

— Y una mierda. ¿Y si nos encontramos a alguien por el camino?

«Menudo cobardica eres, Juro-kun.
Vivir con miedo es algo muy desafortunado jejeje»

No se dignó a contestarle. Chōmei daba buenos consejos cuando quería, pero ya había aprendido, después de mucho tiempo, que le encantaba fastidiar al personal. Era como un niño pequeño. Entrañable, pero con el tiempo, se podía poner muy pesado.

Lo cierto es que en algo le tenía que dar la razón. En aquel momento, se encontraba subiendo los escalones de uno de los tramos medios del recorrido. Por suerte, no se habían topado aún con nadie en aquel ascenso, quizá por las frías temperaturas. De cualquier manera, Juro prefería evitar una situación peligrosa. Se había camuflado con un henge, para aparentar ser un hombre adulto, que rondaría los treinta años, con una frondosa barba y pelo castaño, con unas entradas que apuntaban ya hacia una calvicie futura. Sus ojos seguían igual de marrones, pero más oscuros. Conservaba su tamaño, pero era bastante más corpulento. Se arrebujaba en una manta negra, que tapaba la mayor parte de su figura, a excepción de su rostro.
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#2
Muchas son las leyendas que rodeaban a las Escaleras al Cielo del País de la Tierra: Muchos afirmaban que eran un lugar de iluminación mística, que un famoso monje budista había vislumbrado al verdadero y único dios en su cima y le había revelado la verdad sobre la naturaleza de la vida y de la muerte, otros tantos que la cima era el único lugar desde el que se podía ver todo Ōnindo, para otros era una peregrinación que todo ser humano en la faz del mundo debía realizar como mínimo una vez en la vida...

¿Cuál era su propio caso? ¿Qué era lo que buscaba en aquellas escaleras?

Otro peldaño más.

Lo cierto era que ni ella misma lo sabía. Pero igual de cierto era que el mundo no había dejado de agitarse en los últimos meses y la situación la había desbordado. Primero había llegado Kurama con sus Generales, amenazando la paz y estabilidad de todo Ōnindo bajo la amenaza de un imperio controlado por Bijū, con él como su emperador supremo y los seres humanos como sus esclavos.

«Qué frío...» Ayame se arrebujó aún más en su capa de viaje, cuando una brisa invernal sacudió su cuerpo.

Con la llegada de Kurama había sucedido la reversión de su sello, confinándola en la claustrofóbica dimensión del Gobi durante varios largos meses que se le hicieron eternos mientras el Bijū hacía y deshacía controlando su cuerpo todo cuanto deseaba. Afortunadamente, aquella historia había acabado bien. Quizás demasiado bien para lo que eran los intereses originales de Kurama. Pero la amenaza de los Generales seguía estando ahí, y ya había tenido que enfrentarse a ellos hasta en tres ocasiones.

Otro peldaño. Y ya había perdido la cuenta de cuántos llevaba, pero si alzaba la vista hacia la cima, su corazón se hundía al ver el trecho que aún le quedaba.

Y no sólo estaban Kurama y sus Generales. Dragón Rojo, una organización de criminales tanto o más peligrosos, había extendido sus alas sobre el mundo. A duras penas habían conseguido rescatar a su amigo de sus garras, pero el precio a pagar había sido caro. Muy caro: Un estadio lleno de vidas humanas, concretamente.

Ayame se detuvo, con el puño apretado contra el pecho. Le dolía. Y estaba cansada. Terriblemente cansada. Confiaba en que aquellas Escaleras al Cielo de verdad la liberaran de toda aquella ansiedad acumulara. O, al menos, que la ayudaran a despejarse la mente. ¿Pero de verdad sería así si conseguía llegar hasta la cima?

«No lo entiendo. ¿Por qué no vuela con Takeshi?» Habló Kokuō en su mente.

No funciona así... —susurró ella, negando con la cabeza.

«¿No? ¿Y entonces cómo se supone que funciona?»

Ayame tardó algunos segundos en responder:

No lo sé.
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#3
Tras caminar incontables peldaños, Juro empezó a sentirse puramente agotado. El trecho que le quedaba era demasiado grande y aunque podía avistar la cima, no sabía muy bien que pasaría cuando llegara. Poco a poco, se sintió superado por aquella extraña sensación de angustia. Aquella estúpida incapacidad. Tenía que seguir caminando. Llegaría a algún lugar, seguramente. ¿Por qué entonces sus piernas se doblegaban? ¿Por qué le costaba tanto? Si el camino estaba delante, ¿por qué le daba tanto miedo seguir?

Solo un rato más tarde se daría cuenta de que el problema no era la montaña ni el cansancio, sino lo que en ese momento simbolizaba para él.

Se sentó en el lugar más sólido que encontró, en mitad del camino serpenteante de las Escaleras al Cielo. Bebió agua y se serenó, mentalizandose para la subida. Se repitió que había ningún problema en parar, mientras la idea fuera volver a levantarse luego. No importaba si no podía sacar fuerzas de su interior, tendría que acceder a ellas de cualquier forma. Iban a ser sus piernas las que le llevaran hasta arriba.

Justo cuando pensó que Chōmei estaba extrañamente callado, escuchó las pisadas. Y se dio cuenta de que ya no estaba solo en aquel lugar. No sabía cuanto rato había parado, pero sí que alguien parecía estar ascendiendo por el mismo tramo que él.

Se tapó aún más con la manta que arrastraba, mientras mantenía su disfraz. Se repitió que, si se mentalizaba, no tenía porque pasar nada. Probablemente era un peregrino que le tomaría por otra persona común, haciendo un descanso. Y si la cosa se ponía fea, siempre podía saltar por el precipicio y salir volando antes de que un pilar le atravesara. Hasta un shinobi lo tendría dificil para perseguirle en semejante terreno.

Cuando las pisadas se acercaron, se dio la vuelta, mientras esgrimía su mejor sonrisa y un gesto amable...

... que se quedó congelado en su rostro. Ojiplático, vio que la persona que tenía delante no era otra que Aotsuki Ayame. Quiso abrir la boca para decir algo, pero su garganta se hizo un nudo tremendo.

Los recuerdos le inundaron. Su pequeño y casi mortal encuentro, hace ya varios años, en aquella mansión embrujada no significo mucho más que una pequeña alianza y un paso hacia una posible amistad. Pero desde entonces, todo se había empañado de circustancias. Desde la amenaza de los generales, el encuentro con Kokuō en su cuerpo y el exilio de Juro, habían ocurrido tantas cosas. Él siempre había escuchado hablar de ella, por múltiples personas. Pero... ¿Qué pensaría la chica al verle ahora? Supo que de todas los que se podría haber encontrado, ella era la que más fácil iba a ver a través de su disfraz.

¿Qué haría Ayame en cuanto se diera cuenta?

Al igual que Juro, Chōmei también estaba cargado de emociones. Juro pudo sentirlo. Al fin y al cabo, ahí estaba alguien muy importante para él...

« ¿Hermana?»
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#4
Otro escalón...

¿Y qué había sido de Umikiba Kaido? Desde que Yui lo había rescatado de Dragón Rojo no había vuelto a saber de él. Lo había visto alguna vez por la aldea, pero, cobarde como sólo ella podía ser en situaciones así, lo había estado evitando. Kaido había sido una persona muy importante para ella: no sólo compartían vínculos de linaje, sino que había sido un buen amigo, casi un hermano. ¡Había acudido a salvarle la vida de los Kajitsu Hōzuki incluso! ¿Entonces por qué? ¿Por qué no podía olvidar aquellas hirientes palabras que le dedicó cuando se lo encontró con Akame? ¿Por qué le seguía doliendo el abdomen, allí donde le había disparado la bala de agua cuando le sorprendió en aquel almacén de omoide? ¿Por qué no era capaz de volver a mirarle a los ojos?

Otro escalón...

Tan concentrada estaba en sus propios pensamientos, que Ayame no se dio cuenta de que alguien más subía aquellos escalones a unas buenas decenas de metros por delante de ella. No hasta que detuvo sus pasos, probablemente agotado por la caminata, y ella terminó alcanzándole.

«No puede ser...»

Ayame alzó los ojos hacia él cuando la voz de Kokuō en su mente volvió a sorprenderla y le miró con cierta cautela. La figura se volvió hacia ella, y Ayame quiso dedicarle una sonrisa de ánimo, pero esta quedó congelada en su rostro cuando le vio. Al principio no le reconoció: tenía un aspecto mucho más desmejorado que la última vez que se encontró con él y llevaba el cabello largo, apagado y más sucio, recogido en una coleta que se escondía por debajo de la capa. Incluso la mirada de sus ojos oscuros parecía diferente, pero su frente, ahora libre de flequillo, ya no lucía rastro alguno de banda.

Y él la miraba de forma similar.

«¡Chōmei!»

J... ¿Juro? —pronunció, al cabo de varios segundos de incredulidad concentrada.

Todo Ōnindo le había estado buscando durante los últimos meses; y, de un momento a otro, había sido ella la que se acabara presentando cara a cara con él por accidente. Cara a cara con un exiliado de la aldea shinobi que le vio nacer; pero no un exiliado cualquiera: el exiliado con la mayor recompensa sobre sus hombros, acusado de asesinar a su Kage en Kusagakure. Cualquier shinobi, sobre todo si provenía del País del Bosque, habría dado cualquier cosa por una oportunidad así. Ellos, por venganza. Otros porque si lo entregaban a las autoridades Kusajines no sólo se harían monstruosamente ricos, sino que además podría convertirse en los héroes que forjaran de nuevo la alianza entre Kusagakure y el resto de las aldeas.

¿Pero de verdad quería algo así?

No. No así. Ayame ya había demostrado en más de una ocasión no ser una kunoichi corriente. Ella no era ninguna profesional, y prefería guiarse por el dictado de su corazón. Aunque este la condujera en más de una ocasión a los problemas.

Así, terminó alzando las manos y mostró las palmas en señal de paz.

No voy a hacerte daño —le aseguró, pero seguía mostrándose cautelosa y no despegaba los ojos de él. Juro no podría verlo, pero su cuerpo se estaba preparando para un posible ataque. Después de todo, aún quedaba una oscura sospecha en su mente—: Pero, antes de nada, sólo dime: ¿Estás con Kurama?
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#5
Sí, había muchas razones por las que cualquiera podría haber tratado de atacar a Juro. No por nada había pasado tanto tiempo aislado del resto, escondido y camuflado para evitar cualquier tipo de interacción humana real. Como un fantasma, había desparecido de la faz del mundo el máximo tiempo que había podido. Pero también era cierto que como persona y como jinchūriki sentía que tenía unas obligaciones con la humanidad, a pesar de todo. Eso es lo que le había hecho salir de su escondite y arriesgarse.

Hasta el momento había sido cauteloso. Solo se había dejado ver cuando había querido que le vieran. Sin embargo, este era el segundo error que cometía en muy poco margen de tiempo.

Otra vez, solo pudo rezar mentalmente para que este último error no acabase con él.

« Yo... yo me encargo, no te preocupes. No podemos desaprovechar esta oportunidad. Tenemos que hablar con ellas » — apaciguó a Chōmei, intentando hacerle ver que tenía la situación bajo control. Por primera vez, la criatura estaba más que agitada y emocionada. Al fin y al cabo, la que tenía delante era una de sus hermanos, aunque no pudiera comunicarse directamente con ella debido a la situación en la que estaban los dos en ese momento.

« La fortuna es la que ha hecho que nos encontremos con ellas, chico.
Procura que tu mala suerte no lo fastidie, ¿eh?
Espero que hayas aprendido algo después de tanto tiempo teniendome como referente, jejeje »

El comentario podía parecer hasta cruel, pero Juro, que ya lo conocía, supo que no era así. Estaba intentando disimular la emoción que le embargaba con otra de sus bromas y sus típicas muletillas. Realmente, estaba feliz. Y se alegro por él.

Ante la sorpresa de Juro, la reacción de Aotsuki Ayame fue establecer una tregua. Le mostró una señal de paz. Sin embargo, la pregunta que vendría a continuación, además de lógica, denotaba claramente sus intenciones. Quería ver si era un aliado en la guerra entre los bijuu, o, por el contrario, tendría que terminar la paz que tan gentilmente había comenzado.

No supo si sus palabras por sí solas podrían convencerla, pero la miró a los ojos y trató de mostrarle que estaba siendo sincero.

— No. Chōmei y yo estamos en contra de su imperio — afirmó, con convencimiento. No era momento de dudar o sentir nerviosismo. Su vida, quizá la de todos, dependía de que le creyera —. Puede que vayamos por libre, pero tenemos las mismas ganas de acabar con él que vosotros.

Por primera vez, Juro hablaba en plural, y es que estaba seguro de que el bijuu que residía en su interior pensaba lo mismo que él. En ese momento, hablaba por los dos. También quería demostrarle a Ayame que ambos estaban en buenos términos, lo que quizá podría interesarla.

Como muestra de buena voluntad, imitó a Ayame y, muy lentamente, alzó ambas manos mostrandole las palmas.

— Quizá mi palabra no te valga de mucho, pero no tengo ninguna intención de hacerte daño tampoco. En ninguna circunstancia. No quiero provocar más conflictos — El "más" era claramente intencional. Ayame, como cualquier otro shinobi de las tres Aldeas, sabría perfectamente lo que había hecho —. A Chōmei y a mí nos encantaría hablar contigo... y con Kokuō, si está dispuesta, claro.

Su cuerpo aún recordaba perfectamente el último encuentro que tuvo con el bijuu. Se vio así mismo a punto de ser asesinado, ante las amenazas que vociferaba junto a su odio por los seres humanos. Sin embargo, también recordaba que, en el fondo, no le había parecido un monstruo. Probablemente, no pretendía hacerles daño a no ser que la provocaran. Ella no buscaba asesinar o pelear. Y quería a sus hermanos, de eso estaba seguro.

Puede que confiar en Uchiha Zaide fuera la peor idea del mundo, pero si él decía la verdad, Ayame y ella se encontraban en buenos términos ahora. Entonces, ella podría entenderle.
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#6
«Señorita, déjeme hablar con él.» Insistía Kokuō.

«Espera, por favor. Sé las ganas que tienes de hablar con tu hermano, y lo entiendo. Te prometo que lo harás, pero antes necesito asegurarme de unas cuantas cosas.»

No le hacía ninguna gracia. Y Ayame notaba los esfuerzos que estaba haciendo el Bijū por contener su orgullo, acatar su petición y no tomar su cuerpo directamente. En otras ocasiones lo había hecho, en muchas de ellas en situaciones completamente irresponsables, pero parecía que Kokuō también comprendía la importancia de aquel momento. Lo mucho que significaba para los cuatro allí presentes.

No. Chōmei y yo estamos en contra de su imperio —respondió Juro, mirándola fijamente con aquellos profundos ojos oscuros—. Puede que vayamos por libre, pero tenemos las mismas ganas de acabar con él que vosotros.

Ayame parpadeó un par de veces, entre sorprendida y confundida. Todo aquel tiempo que Juro había pasado como exiliado, ella se había apoyado en la sospecha de que el Jinchūriki había asesinado a su Kage después de aliarse con Kurama. Era lo más rápido y sencillo de intuir. Pero él ahora lo negaba. Y ella quería creerle, quería sentirse aliviada por su revelación. Pero si aquella no había sido la razón para cometer aquel atroz crimen, ¿cuál había sido entonces?

Quizá mi palabra no te valga de mucho, pero no tengo ninguna intención de hacerte daño tampoco —continuó el exiliado, alzando las manos de manera similar a como lo había hecho Ayame segundos atrás—. En ninguna circunstancia. No quiero provocar más conflictos. A Chōmei y a mí nos encantaría hablar contigo... y con Kokuō, si está dispuesta, claro.

N... No. Te creo —asintió Ayame, bajando las manos con cierta cautela—. Con gusto hablaremos con vosotros. Llevamos mucho tiempo queriendo hacerlo, nuestro último encuentro fue... bueno —sus labios temblaron en una sonrisa incómoda y nerviosa, pero no dio más detalles. Estaba segura de que Juro lo recordaría bien; después de todo, Kokuō les dio un buen susto en el bosque. Pero el gesto de Ayame volvió a tornarse serio inmediatamente—. Pero antes necesito saber el por qué. Si no estabas del lado de Kurama, ¿entonces por qué...? ¿Por qué hiciste algo así, Juro?
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#7
Juro bajó lentamente los brazos, al mismo ritmo que Ayame. Desde luego, era una situación curiosa para ver; un exiliado y una Jōnin bajando y subiendo sus manos en mitad de la nada.

La conversación estaba yendo bien y hasta pareció creerle — con reservas, por supuesto, pero no podía culparla de eso, ya que cualquier persona con dos dedos de frente las tendría. Sin embargo, la breve mención que hubo hacia la reunión que ambos tuvieron anteriormente fue solapada, en seguida, por el gesto serio y la pregunta que por supuesto, ya se esperaba recibir. Antes de cualquier tipo de reunión, Ayame quería detalles.

Supuso que aquella situación no era mala del todo. Si la chica había esperado que él estuviera aliado con Kurama — lo cuál, teniendo en cuenta su situación y la pregunta, era probable —, cualquier otra cosa que le contara sería para bien. Y en el peor de los casos, al menos otra persona más sabría lo que le había ocurrido por si él no podía contarlo en el futuro.

— No es precisamente algo que sea fácil de explicar — explicó, mientras exhalaba un profundo suspiro. No sabía cuánto debía contarle y cómo de dispuesta estaría a escucharlo, así que antes de nada, prefirió aclarar algo —.Probablemente pensarás que quise traicionar a mi villa, pero la verdad es que no es así. Kusagakure sigue siendo mi hogar y lo será hasta el día de mi muerte. Ahí vive mi familia, mis amigos y mis compañeros. También siguen siendo las personas más importantes para mí, aunque probablemente, ellos ahora mismo me odiarán. Mi idiotez podría haberlos matado, así que no les culpo.

» Mis intenciones no fueron asesinar a mi antiguo líder, pero bueno, ya sabes lo que se dice, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones— Hizo una mueca. Su abuela siempre le había dicho esa frase y era la primera vez donde veía su verdadero significado. ¿Qué estaría haciendo su abuela ahora mismo? Pensar en ello le provocó una angustia indescriptible —. En ese momento, solo quería escapar de él. Huir lo más lejos posible y ponernos a salvo. Pero él me persiguió y la cosa se descontroló. Yo me descontrolé. Chōmei no tuvo la culpa.
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#8
No es precisamente algo que sea fácil de explicar —respondió Juro, y Ayame alzó una ceja ligeramente. No había reproche en su gesto a simple vista, solo y llanamente curiosidad—. Probablemente pensarás que quise traicionar a mi villa, pero la verdad es que no es así. Kusagakure sigue siendo mi hogar y lo será hasta el día de mi muerte. Ahí vive mi familia, mis amigos y mis compañeros. También siguen siendo las personas más importantes para mí, aunque probablemente, ellos ahora mismo me odiarán. Mi idiotez podría haberlos matado, así que no les culpo.

Ayame lanzó un profundo suspiro.

Te voy a ser sincera: no es que pensara que quisieras traicionar a tu aldea. Pero la única razón lógica que se me ocurría era que os hubiéseis unido al Ejército de Kurama y hubieseis actuado bajo su mandato.

Mis intenciones no fueron asesinar a mi antiguo líder, pero bueno, ya sabes lo que se dice, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones —Aclaró. O, al menos, intentó hacerlo, porque la verdad era que Ayame cada vez entendía menos—. En ese momento, solo quería escapar de él. Huir lo más lejos posible y ponernos a salvo. Pero él me persiguió y la cosa se descontroló. Yo me descontrolé. Chōmei no tuvo la culpa.

Pero... ¿Por qué querías huir de alguien como Kenzo-dono? Quiero decir... era tu Morikage...

De verdad que no lo entendía, y estaba haciendo verdaderos esfuerzos por hacerlo. ¿Qué razón de peso te llevaba a querer huir del que había sido tu máximo líder, el padre de tu aldea? Ella misma había sufrido la ira de Yui en numerosas ocasiones. ¡Había llegado a sentir su espada en el cuello!
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#9
Juro asintió, ante las palabras de Ayame. Una triste sonrisa asomaba por sus labios. Lo entendía. Él también habría pensado lo mismo un tiempo atrás, antes de que nada de aquello ocurriera.

— Para mí, era como el padre que nunca tuve. Le idolatraba — admitió abiertamente —. Tomó algunas decisiones que me afectaron, desde luego, como obligarme a convertirme en jinchūriki, hacerme mantenerlo en secreto ante mis propios compañeros o retenerme en la aldea. Pero solo supongo que lo hizo por el bien de la aldea y por el mío, y en el fondo pienso que no puedo culparle por ello, aunque en realidad me hicieran sufrir.

Trató de corregirse. No quería dar lastima. Especialmente, frente a otra persona que como él, tampoco lo habría tenido fácil. Ayame era otra jinchūriki al fin y al cabo. Kurama la había cazado, y dudaba mucho que la situación hubiera sido agradable para ella. Por su reacción, entendió que era posible que la líder de su villa hubiera aceptado a Kokuō.

No buscaba aceptación o perdón. Solo explicarse. Con esa determinación, se relajó y continuó con la historia.

— Después de la conversación que tuve con Kokuō, intenté explicarselo todo y razonar con él. Como es lógico, no aceptó que pudiera comunicarme con Chōmei, ni que los bijuu fueran seres racionales, ni que existieran algunos como Kokuō, que solo querían vivir libres. Lo entendió, pero no le gustó absolutamente nada — Se frotó las muñecas, un tanto nervioso —. Pero todo empeoró cuando Kurama me secuestró, en una misión, a través de uno de sus generales y un mercenario. No tuvo la oportunidad de revertir mi sello, porque Chōmei decidió ayudarme en ese momento y pudimos vencerle. Pero cuando regresamos a la villa, aquel hecho había levantado muchas sospechas y no tuve más remedio que contarle lo que había ocurrido.
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#10
Para mí, era como el padre que nunca tuve. Le idolatraba —asintió Juro, con una sonrisa que rompía el corazón—. Tomó algunas decisiones que me afectaron, desde luego, como obligarme a convertirme en jinchūriki, hacerme mantenerlo en secreto ante mis propios compañeros o retenerme en la aldea. Pero solo supongo que lo hizo por el bien de la aldea y por el mío, y en el fondo pienso que no puedo culparle por ello, aunque en realidad me hicieran sufrir.

Ayame dejó escapar el aire por la nariz. ¿Qué le iba a contar? Le habían sellado a Kokuō cuando apenas tenía cinco años y no tenía ni idea de lo que estaba pasando ni por qué, había sido condenada a convertirse en el "recipiente" de una bestia a ojos de muchos y a contener su ira primigenia. En más de una ocasión había fracasado, en más de una ocasión había perdido el control y había puesto en peligro cientos de vidas. Y cuando Kuroyuki consiguió revertir su sello terminó encerrada en lo más profundo de su propio ser durante meses. Y allí estaba ahora, frente a frente con alguien que había compartido su destino pero que había tenido un final muy diferente. Y Ayame no podía evitar preguntarse: ¿cuál era la diferencia entre ambos?

Después de la conversación que tuve con Kokuō, intenté explicárselo todo y razonar con él —continuó Juro—. Como es lógico, no aceptó que pudiera comunicarme con Chōmei, ni que los bijū fueran seres racionales, ni que existieran algunos como Kokuō, que solo querían vivir libres. Lo entendió, pero no le gustó absolutamente nada —Juro se frotó las muñecas, nervioso.

«Vaya, y pensar que Yui pudiera llegar a ser más comprensiva que ese afable Kenzou...» Escuchó a Kokuō musitar de mala gana dentro de su cabeza.

Pero todo empeoró cuando Kurama me secuestró, en una misión, a través de uno de sus generales y un mercenario —agregó, y Ayame palideció al escucharle. ¿Él también se había cruzado con algún General?—. No tuvo la oportunidad de revertir mi sello, porque Chōmei decidió ayudarme en ese momento y pudimos vencerle. Pero cuando regresamos a la villa, aquel hecho había levantado muchas sospechas y no tuve más remedio que contarle lo que había ocurrido.

Y supongo que fue entonces cuando... ocurrió... —Se aventuró Ayame, con rostro sombrío.
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#11
Juro volvió a asentir. La chica estaba en lo correcto. Aunque la tragedia se había cocido a fuego lento durante el tiempo que pasó encerrado en su aldea, el regreso tras el secuestro había sido el desencadenante de todo.

«Dile toda la verdad, chico. Yo también formé parte de ello»

Chōmei habló también desde el interior de su cabeza, dándole un mensaje claro. Su voz, a diferencia de otras veces, sonaba mucho más seria, y no había ni una pizca de broma en su ser.

El marionetista tomó aire y ordenó sus pensamientos, para acabar de contar el relato. Se había prometido así mismo que se lo contaría simple y llanamente y no le daría más vueltas, pero sabía que era una mentira. A diferencia de cualquiera otra persona que le escuchase, Ayame era distinta. Ella entendía, al menos en parte, los sentimientos que le habían asolado en lo referente a su condición de Jinchūriki. Quizá por eso, en el fondo, estaba tan ansioso por ser entendido por ella. Porque le aceptara. Así, no se sentiría tan solo.

— Chōmei me lo advirtió. Antes de subir a su despacho, me dijo que no debería de confiar en él. Que Kenzou-sama tenía los dados trucados. Y que no dudaría en encerrarle en un jarrón de nuevo y asesinarme — explicó, para luego continuar —. No quise creerlo, pero me inquietó, porque me hizo pensar en el desprecio que había mostrado hacia los bijuu y su negativa a creer en algo de lo que le decía. Tras contarle lo que ocurrió en el secuestro, me tachó de traidor y de ser un aliado de Kurama por haber confiado en un bijuu. No hubo tiempo de discutirlo precisamente, porque llamó a sus ANBU sobre mí.

» En ese momento, no sentí odio, ni quise atentar contra mi villa. De verdad. Lo único que sentí fue miedo por mi vida — le dijo a Ayame, sosteniendole la mirada todo lo posible. Para que viera que era una persona sincera —. Intenté huir con el poder de Chōmei. Pero él... era simplemente demasiado poderoso. Me arrinconó. Estuvo a punto de acabar conmigo en mitad de la aldea. Y entonces, me descontrolé. Las emociones me dominaron, supongo. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, todo se había terminado.

Le había contado una versión mucho más resumida de su historia, pero ahí residía todo lo importante. Aquella era la historia de un traidor que aún soñaba con poder volver a su villa algún día. De alguien que, a pesar de estar rodeado por la suerte, se sentía la persona más desafortunada. Y del bijuu que había decidido salvarle de los peligros que le rodeaban, pagando el precio de la infamia.
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#12
Juro asintió a modo de respuesta, y Ayame agachó la cabeza, visiblemente sombría. Intentaba ponerse en su lugar, pero le resultaba casi imposible: Mil y una veces había temido hasta el extremo a Amekoro Yui, cien y una veces había llegado a dudar de su método de gobierno basado en el miedo, y alguna decena más había pasado por su cabeza alguna idea utópica que se quedaban en eso, en infantiles ensoñaciones. Pero en ninguno de aquellos pensamientos había pasado siquiera la sombra de la tentación de un asesinato.

Y mucho menos del asesinato de la kunoichi más poderosa de la aldea y su líder al mismo tiempo. Atacar a Yui habría sido atacar la misma cabeza del sistema que les sostenía.

«No creo que esto pueda reducirse a la fama que tienen los Kusajines...» Pensó para sus adentros.

Chōmei me lo advirtió. Antes de subir a su despacho, me dijo que no debería de confiar en él. Que Kenzou-sama tenía los dados trucados. Y que no dudaría en encerrarle en un jarrón de nuevo y asesinarme — añadió Juro, como si le hubiese leído la mente—. No quise creerlo, pero me inquietó, porque me hizo pensar en el desprecio que había mostrado hacia los bijuu y su negativa a creer en algo de lo que le decía. Tras contarle lo que ocurrió en el secuestro, me tachó de traidor y de ser un aliado de Kurama por haber confiado en un bijuu. No hubo tiempo de discutirlo precisamente, porque llamó a sus ANBU sobre mí. En ese momento, no sentí odio, ni quise atentar contra mi villa. De verdad. Lo único que sentí fue miedo por mi vida —Juro clavó sus ojos oscuros en los aterrorizados de Ayame, que le contemplaba petrificada en el sitio, absolutamente horrorizada ante lo que estaba escuchando—. Intenté huir con el poder de Chōmei. Pero él... era simplemente demasiado poderoso. Me arrinconó. Estuvo a punto de acabar conmigo en mitad de la aldea. Y entonces, me descontrolé. Las emociones me dominaron, supongo. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, todo se había terminado.

P... ¡Pero eso es terrible, Juro! —balbuceó, cuando fue capaz de alzar la voz. Y aún así sentía que no tenía suficientes palabras para expresar lo que estaba sintiendo en aquellos instantes. ¿Incredulidad? ¿Terror? ¿Sorpresa? ¿Horror? ¿Indignación?—. Juro... te has visto empujado a un exilio involuntario por algo que ni siquiera fue culpa tuya... ¡No es justo!

Y además, sin posibilidad alguna de volver a su hogar... Kintsugi odiaba de forma encarnizada a los bijū. ¿Cómo podría Juro convencerla de su inocencia?
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#13
Como si el destino hubiera decidido ponerse de su lado por una vez, sus palabras llegaron a la kunoichi de Amegakure. Para Juro fue tan chocante ver esto como para ella entender la situación, porque no había esperado que en tan poco tiempo ella iba a creer sus palabras. Pero era la misma Ayame que había decidido darle la oportunidad de hablar a la primera de cambios. Supuso que simplemente, era diferente a la mayoría de personas.

« Puede que esto sea verdadera fortuna. Quizá no todo está perdido » — Al igual que en su encuentro con Yota, un aliado más podía ser muy valioso para él, y más en esta situación.

Juro... te has visto empujado a un exilio involuntario por algo que ni siquiera fue culpa tuya... ¡No es justo! — balbuceó Ayame, atónita.

— Gracias por creerme, Ayame. Tus palabras significan mucho para mí — murmuró, sin si quiera ser capaz de alzar la voz. Era una sensación demasiado extraña, pero cálida. Era gratitud —. Nada me habría hecho más feliz que regresar y aclarar todo esto en ese momento. Pero el anterior Morikage era un hombre muy querido en la villa. Incluso si mi familia y mis amigos me hubieran creído, los altos cargos no, y la situación habría sido muy peligrosa para todos. Es increíble que ya haya pasado un año...

Juro suspiró. El tiempo pasaba sin piedad y sentía que la verdad se iba hundiendo más y más en un pozo del que nadie la sacaría.

Por lo que he oído, la cosa se está poniendo fea, ¿verdad? Kusagakure no está en los mejores términos con las demás aldeas y desde luego, su posición respecto a los Bijuu está clara. Sé que no tuve otra opción, pero, si te soy sincero, no puedo evitar sentirme responsable. Quise que los bijuu fueran aceptados y fracasé estrepitosamente.

Si, Ayame tenía razón, no era justo. Sus intenciones habían sido buenas, pero el antiguo Morikage ya tenía una decisión tomada hace mucho tiempo. E incluso tras su muerte, Juro está seguro de que su propósito se cumplió: al obligarle a convertirse en un monstruo, los habitantes de Kusagakure consideraron a los Bijuu como tal. La rabia y la impotencia le había carcomido durante mucho tiempo, pensando que, por culpa de ese error, lo había estropeado todo. Kusagakure los odiaría para siempre incluso si las demás aldeas avanzaban y eso al final acabaría provocando su ruina.

Y lo peor de todo es que en realidad, lo que había dicho Ayame era cierto. La situación estaba favoreciendo a Kurama. Le había ayudado indirectamente.
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...

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#14
Gracias por creerme, Ayame. Tus palabras significan mucho para mí —musitó Juro, visiblemente sorprendido.

Y Ayame no pudo evitar cruzarse de brazos y ladear la cabeza a un lado y a otro. La gente siempre la había tachado de inocente, más de una vez le habían recriminado que confiara de forma tan rápida en la gente. Pero en aquella ocasión, algo en su interior sentía que era lo correcto. ¿O simplemente estaba saciando su sentimiento de alivio?

No es que te conozca muy bien. Quiero decir, apenas hemos hablando un par de veces... Pero digamos que no pareces el tipo de shinobi que va asesinando por ahí a sangre fría... —respondió, con una sonrisa nerviosa.

Nada me habría hecho más feliz que regresar y aclarar todo esto en ese momento. Pero el anterior Morikage era un hombre muy querido en la villa. Incluso si mi familia y mis amigos me hubieran creído, los altos cargos no, y la situación habría sido muy peligrosa para todos. Es increíble que ya haya pasado un año... —Juro suspiró. Y Ayame le miró con cierta lástima. Ella no vivía en Kusagakure, pero había conocido lo suficiente a la nueva Morikage para saber que, tal y como decía, lo tenía muy crudo para demostrar su inocencia en un caso así. Prácticamente... iba a necesitar un milagro—. Por lo que he oído, la cosa se está poniendo fea, ¿verdad? Kusagakure no está en los mejores términos con las demás aldeas y desde luego, su posición respecto a los Bijuu está clara. Sé que no tuve otra opción, pero, si te soy sincero, no puedo evitar sentirme responsable. Quise que los bijuu fueran aceptados y fracasé estrepitosamente.

Ayame volvió a cruzarse de brazos, casi a la defensiva.

No puedo negártelo... No sé si conoces a la nueva Morikage: Aburame Kintsugi; pero parece que odia con toda su alma a los bijū... y a los jinchūriki. Nos ha vetado el paso al País del Bosque bajo amenaza y quiere que su país sea una tierra libre de bijū —La kunoichi suspiró y se encogió de hombros—. Si te digo la verdad, todo ese tema del veto a mí me da igual. No me va a pasar nada por no volver a pisar el País del Bosque nunca más, pero me da mucha lástima la situación. Me gustaría que las tres aldeas volvieran a estar unidas... como antes. Ahora mismo sólo tienen un acuerdo contra Kurama que más valdría un papel mojado, la verdad.

Ayame miró a su alrededor, y después volvió a mirar a Juro.

Quizás deberíamos hablar en otro lugar. Aquí, en mitad de unas escaleras que sabe Amenokami adónde conducen...
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#15
No es que te conozca muy bien. Quiero decir, apenas hemos hablando un par de veces... Pero digamos que no pareces el tipo de shinobi que va asesinando por ahí a sangre fría...— Juro no pudo evitar sonreír. No es que creyera que su apariencia influía de manera determinante en su decisión (al fin y al cabo, los asesinos nunca se revelan tan fácilmente), pero pudo entender a qué se refería. Quizá eran las circunstancias, el hecho de que tuvieran ciertas cosas en común, o una conexión más allá de lo que ambos pudieran entender, gracias a las condiciones en las que se habían encontrado.

De cualquier manera, él también sentía que podía confiar en ella. Y eso, en una persona que llevaba un año huyendo, es algo muy extraño.

No puedo negártelo... No sé si conoces a la nueva Morikage: Aburame Kintsugi; pero parece que odia con toda su alma a los bijū... y a los jinchūriki. Nos ha vetado el paso al País del Bosque bajo amenaza y quiere que su país sea una tierra libre de bijū — Los gestos y las palabras de Ayame le entristecieron profundamente. Había imaginado que la situación era mala, pero oírlo directamente de una de las involucradas lo hacía aún peor de lo pensado.—. Si te digo la verdad, todo ese tema del veto a mí me da igual. No me va a pasar nada por no volver a pisar el País del Bosque nunca más, pero me da mucha lástima la situación. Me gustaría que las tres aldeas volvieran a estar unidas... como antes. Ahora mismo sólo tienen un acuerdo contra Kurama que más valdría un papel mojado, la verdad.

— Ojalá pudiera disculparme por todos los errores que Kusagakure está cometiendo con el resto de aldeas y los bijū. Pero unas palabras no arreglarán nada — Los actos eran los únicos que podrían cambiar la situación. Pero a estas alturas, ¿habría algo que pudiera hacer? —. Puedo comprender el motivo de su odio, pero eso la está cegando y temo por las consecuencias que pueda provocar su mandato. Aunque me gustaría poder mitigarlo, lo único que lograría ahora mismo sería mi muerte, y eso tampoco cambiaría nada.

Lo había pensado miles de veces. Porque sabía ciertas cosas. Había escuchado, oculto bajo disfraces en las tabernas más próximas, las habladurias sobre como la nueva Morikage era discípula del anterior. Sobre su odio. No era difícil entenderlo, y él era el causante absoluto. Se sentía responsable, pero no sabía como arreglar la situación. Incluso si regresaba a la villa y trataba de explicarlo todo, se negaría a creerle y moriría. No conocía a esa mujer y no sabía si era apta para gobernar la villa, pero sabía que el odio te ciega y te hace incapaz de ver más allá.

Antes de poder continuar con la conversación, Ayame le sugirió ir a un lugar menos concurrido. Juro solo pudo darse cuenta de que tenía razón: estaban en mitad de un lugar público, hablando como si nada, y él ya no tenía su coartada.

— De acuerdo. ¿Tienes algún lugar en mente? Apenas conozco estos lugares y en cuanto pongo un pie en ellos, me suelo perder — admitió, rascándose la nuca mientras esbozaba una sonrisa.

Era peligroso, sí. Dejar a otra persona decidir sobre el lugar a donde ir podría provocar su muerte. Pero Ayame había decidido confiar en él después de todo. Supuso que él debía de pagar esa confianza con algo. Aun así, no pudo evitar sentirse ciertamente intranquilo, y lo seguiría estando hasta asegurarse de que ningún peligro los aguarda.
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