8/02/2016, 01:09
(Última modificación: 8/02/2016, 01:09 por Uchiha Akame.)
Cuando él se la quedó mirando muy fijamente a los ojos, Kunie se fijó en que los del Uchiha todavía mostraban aquel color rojo oscuro tan característico. También vio entonces que alrededor de las pupilas de Datsue habían aparecido dos tomoe de color negro. Juraría que no estaban ahí antes... ¿O sí? Esos ojos... Tienen algo raro. No sé que es, pero hace que me entren escalofríos. Y no es que sea por el chico. Es... Algo más allá.
Decidió apartar la mirada. La noche ya había sido suficientemente surrealista como para ponerse también a divagar sobre aquel extraño dōjutsu. 'Nos permiten ver las cosas como son en realidad'. Esas fueron sus palabras... ¿Qué verá cuando me mira? Aquella agridulce pregunta le provocó otro escalofrío.
- Al mediodía, claro. - contestó, todavía ausente, soltando la mano del Uchiha.- Ten cuidado por ahí. No querría quedarme sin un rico mecenas al que salvarle el pellejo antes de empezar. - añadió, tratando de recobrar su picardía y sorna habituales.
La kunoichi empezó a caminar hacia el hostal, que, si no recordaba mal, estaba a tan sólo un par de manzanas de allí. Andaba despacio, absorta en sus pensamientos, con la piel manchada de sangre seca bajo las ropas. Ya se había olvidado casi por completo de los cuatro hombres a los que había tenido que matar. El sólo pensamiento de volver a Shinogi-to bastaba para reabrir dolorosas heridas que no la dejarían pegar ojo aquella noche.
Decidió apartar la mirada. La noche ya había sido suficientemente surrealista como para ponerse también a divagar sobre aquel extraño dōjutsu. 'Nos permiten ver las cosas como son en realidad'. Esas fueron sus palabras... ¿Qué verá cuando me mira? Aquella agridulce pregunta le provocó otro escalofrío.
- Al mediodía, claro. - contestó, todavía ausente, soltando la mano del Uchiha.- Ten cuidado por ahí. No querría quedarme sin un rico mecenas al que salvarle el pellejo antes de empezar. - añadió, tratando de recobrar su picardía y sorna habituales.
La kunoichi empezó a caminar hacia el hostal, que, si no recordaba mal, estaba a tan sólo un par de manzanas de allí. Andaba despacio, absorta en sus pensamientos, con la piel manchada de sangre seca bajo las ropas. Ya se había olvidado casi por completo de los cuatro hombres a los que había tenido que matar. El sólo pensamiento de volver a Shinogi-to bastaba para reabrir dolorosas heridas que no la dejarían pegar ojo aquella noche.