Cuando él se la quedó mirando muy fijamente a los ojos, Kunie se fijó en que los del Uchiha todavía mostraban aquel color rojo oscuro tan característico. También vio entonces que alrededor de las pupilas de Datsue habían aparecido dos tomoe de color negro. Juraría que no estaban ahí antes... ¿O sí? Esos ojos... Tienen algo raro. No sé que es, pero hace que me entren escalofríos. Y no es que sea por el chico. Es... Algo más allá.

Decidió apartar la mirada. La noche ya había sido suficientemente surrealista como para ponerse también a divagar sobre aquel extraño dōjutsu. 'Nos permiten ver las cosas como son en realidad'. Esas fueron sus palabras... ¿Qué verá cuando me mira? Aquella agridulce pregunta le provocó otro escalofrío.

- Al mediodía, claro. - contestó, todavía ausente, soltando la mano del Uchiha.- Ten cuidado por ahí. No querría quedarme sin un rico mecenas al que salvarle el pellejo antes de empezar. - añadió, tratando de recobrar su picardía y sorna habituales.

La kunoichi empezó a caminar hacia el hostal, que, si no recordaba mal, estaba a tan sólo un par de manzanas de allí. Andaba despacio, absorta en sus pensamientos, con la piel manchada de sangre seca bajo las ropas. Ya se había olvidado casi por completo de los cuatro hombres a los que había tenido que matar. El sólo pensamiento de volver a Shinogi-to bastaba para reabrir dolorosas heridas que no la dejarían pegar ojo aquella noche.

—Descuida, soy más duro de lo que parece —respondió Datsue a su broma. Vaya si lo soy. Literalmente—. Te espero a la salida de la ciudad.

Entonces la vio partir, con aquella manera tan grácil que tenía para caminar, embobado. Luego, cuando su silueta se confundió entre las sombras de la calle, se dio cuenta que no tenía adonde ir. Mierda, se suponía que iba a ir a su hostal… ¿Y ahora qué demonios hago?

Solo, sin saber qué hacer y con el recuerdo de los hombres muertos todavía en su retina, optó por girar a la derecha y rezar por encontrar algo decente abierto. Hostia, y el sharingan. Con los nervios del altercado, todavía no había desactivado su Dōjutsu. Que alguien lo viese así era, cuanto menos, sospechoso. Por eso su iris volvió a su habitual color oscuro, desapareciendo todo rastro de sangre... Salvo la que tengo bajo la túnica.

Suspiró. Aquel iba a ser el principio de un largo viaje…

O no.