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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Sí, sí —la cortó Daruu, agitando una mano en el aire con los ojos cerrados—. Está claro que te sabes la teoría. La básica. Pero te hablo de los fundamentos.

Ayame le miró sin comprender, pero él no tardó en explicarse:

Para esta técnica no firmas ningún contrato con nadie. Como si invocases un objeto cualquiera; en ese caso tienes que visualizar el objeto en el lugar donde ejecutas el jutsu y a donde suministras el chakra. Vale, pero en este caso es un poco más complicado. Tienes que visualizarte a ti EN EL LUGAR donde te quieres invocar. Y tienes que llamarte a ti mismo. Llamar a... tu propio chakra —Daruu debió de percibir la mirada perpleja que le estaba dirigiendo Ayame, porque se encogió de hombros—. Sé que suena extraño, Ayame, lo siento, pero esto no es un simple Bunshin no Jutsu —Le guió un ojo, en una clara referencia a la primera vez que los dos habían entrenado juntos.

¡Ojalá fuera tan fácil! —respondió Ayame, sonriendo para sí. Había pasado tanto desde aquel entonces cuando ella ni siquiera era capaz de invocar una simple réplica ilusoria...

Ven, mira —Daruu se dio la vuelta y se dirigió a la misma roca sobre la que había estado apoyado. Sin pensárselo dos veces, se mordió el dedo pulgar, tal y como había visto a su padre y hermano hacer tantas veces, pero él dibujó con su sangre el ideograma "Caramelo" en la roca—. Para invocarte a un lugar necesitas dos cosas: imaginarte a ti misma en ese lugar, pero con una exactitud bastante decente... y que haya un rastro de tu sangre en ese lugar. Como cuando invocas a un animal y ofreces tu sangre, sólo que en este caso te transportas a ti misma a una ofrenda ya existente. Da igual que el rastro esté seco, pero en ese caso tienes que hacer una buena marca. No pongo el ideograma por casualidad. Tiene que ser algo que puedas imaginar muy bien, en mi caso es el primer ideograma de mi nombre —volvió a encogerse de hombros—. La cosa es: es muy fácil imaginarte, en medio de un combate, en una posición donde sepas que está tu sangre. Al lado de un enemigo —si te corta con su espada— o en su espalda —si le has marcado a propósito—; porque evidentemente tienes un recuerdo reciente para completar tu visualización aunque tú estés dentro de una nube de humo, ¿vale?

Y Ayame asintió. Aunque lo cierto era que comenzaba a sentirse algo mareada con tanta explicación.

Pero si tienes que invocarte a un lugar lejano, es complicado imaginarte todos los detalles de ese lugar en concreto. Es mejor si recuerdas un sitio exacto, y si el rastro de sangre lo haces con una marca que te sea extremadamente fácil de visualizar en la mente... puedes reconstruir más o menos el lugar señalado y la técnica del Kuchiyose no Jutsu hará el resto. Serás atraída a ese rastro en concreto, y no a cualquier otro. ¿Entiendes? Otra cosa es ya aterrizar de pie. A mi me llevó meses... ya lo sabes.

Creo... creo que lo entiendo... —murmuró ella, en voz baja. Sus ojos viajaban del ideograma de sangre que Daruu había dibujado en la roca al propio cuerpo del muchacho. Le resultaba extremadamente difícil imaginar la posibilidad de poder teletransportarse sin más a la posición de aquel kanji; pero, como siempre, no podía poner en cuestión la magia del chakra. Ayame inspiró por la nariz y alzó ambos hombros—. Entonces... ¿qué debo hacer? Aparte del tema de la sangre y la imaginación y eso, quiero decir.
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Daruu observó a Ayame, incrédulo. Los ojos de la muchacha alternaban objetivo entre su marca de sangre y él mismo, perdidos como una cabra flotando sobre una plancha de madera en el mar del País del Agua.

¿"Del tema de la sangre y la imaginación y eso"? ¿"La imaginación y eso"? ¿En serio, Ayame? —Daruu se chocó la palma de la mano contra la frente—. ¡No es imaginación! Es vi-sua-li-za-ción. ¡Visualización! ¡Te tienes que ver a ti misma en ese sitio! ¡Es muy importante!

Suspiró, y se dirigió hacia ella. Le puso una mano en el hombro.

¿Conoces los sellos del Kuchiyose no Jutsu? La técnica tiene los mismos sellos, pero la secuencia va al revés, con una excepción: los sellos Perro y Pájaro están en el mismo orden. Es decir: Carnero, Mono, Perro, Pájaro, Jabalí. Y luego, tienes que dar una palmada.

»No hay ningún otro secreto. A partir de ahí todo es práctica.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Daruu miró a Ayame con ojos como platos, y la muchacha ladeó la cabeza con gesto interrogatorio. ¿Acaso había dicho algo malo?

¿"Del tema de la sangre y la imaginación y eso"? ¿"La imaginación y eso"? ¿En serio, Ayame? —le espetó, golpeándose la frente con la palma de la mano—. ¡No es imaginación! Es vi-sua-li-za-ción. ¡Visualización! ¡Te tienes que ver a ti misma en ese sitio! ¡Es muy importante!

¿No... es lo mismo? —preguntó ella, con genuina inocencia—. Quiero decir, visualizar es ver algo que en realidad no está ahí, osea que lo estás imaginando... Y cuando estás imaginando estás visualizando algo en tu mente, en este caso te imaginas a ti mismo en... Bueno, da igual —añadió rápidamente, al ver la expresión en el rostro de Daruu.

Él, con un impaciente suspiro, se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

¿Conoces los sellos del Kuchiyose no Jutsu? La técnica tiene los mismos sellos, pero la secuencia va al revés, con una excepción: los sellos Perro y Pájaro están en el mismo orden. Es decir: Carnero, Mono, Perro, Pájaro, Jabalí. Y luego, tienes que dar una palmada.

«Hubiese sido mejor que me dijeras simplemente el orden de los sellos, sólo lo has liado más.» Pensó la pobre muchacha, sin atreverse a formular aquellas palabras en voz alta. Que eran los mismos sellos que el Kuchiyose, pero que estaban al revés, a excepción del Perro y el Pájaro, que esos sí respetaban el orden original...

No hay ningún otro secreto. A partir de ahí todo es práctica.

Ayame asintió.

Vale... ¿Puedo...? ¿Puedo ver cómo lo haces tú primero?
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Daruu asintió.

Prueba primero con un rastro fresco que puedas ver, es más fácil imaginarte a ti misma en un punto que estás siguiendo con la mirada —explicó—. Con una simple gota basta.

Dicho esto, tiró de portaobjetos. Sacó un kunai, se pinchó delicadamente en un lateral de la mano y lo lanzó hacia adelante.

Ahora hago los sellos, y me visualizo a mí mismo en el punto donde está el kunai.

Carnero, Mono, Perro, Pájaro, Jabalí... Palmada.

Cuando Daruu juntó las manos, desapareció tras un destello rojizo, del color de la sangre. Al mismo tiempo, donde había estado el kunai, una nube de humo estalló, similar —cumpliendo las expectativas— a las que uno vería cuando un shinobi invoca animales de una familia ninja. Cuando la nube de humo se disipó, Daruu se reveló dándole vueltas al kunai con el dedo metido dentro de la anilla.

No es fácil. No te frustres si no consigues hacerlo medianamente bien en semanas.
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Él asintió.

Prueba primero con un rastro fresco que puedas ver, es más fácil imaginarte a ti misma en un punto que estás siguiendo con la mirada —explicó—. Con una simple gota basta.

«Acabas de decir "imaginar".» Se dijo Ayame, entrecerrando los ojos. Nuevamente, no lo expresó en voz alta.

Mientras tanto, Daruu había sacado un kunai y se pinchó en un lateral de la mano. Unas gotas de sangre mancharon el filo metálico y fue entonces cuando lo arrojó hacia delante.

Ahora hago los sellos, y me visualizo a mí mismo en el punto donde está el kunai. —Sus manos se entrelazaron en la secuencia de sellos que le había descrito anteriormente y, con una última palmada, el shinobi desapareció sin dejar rastro.

Más allá, en la posición del kunai arrojado, estalló una súbita nube de humo. Y Daruu apareció tras ella, haciendo girar el kunai con el dedo metido dentro de la anilla con arrogancia.

No es fácil. No te frustres si no consigues hacerlo medianamente bien en semanas.

Pero Ayame frunció los labios en un mohín.

¡Bah! ¡Lo conseguiré en una semana! —apostó, sacando ella misma un kunai.

Tal y como había hecho Daruu anteriormente, se pinchó en el dedo pulgar y dejó que el acero bebiera de su sangre con una ligera mueca de dolor. Después arrojó el kunai contra la roca más cercana, donde quedó perfectamente clavado, y comenzó a entrelazar las manos mientras se concentraba, tratando de visualizarse a sí misma en el mismo lugar donde había arrojado su arma.

«La mecánica no es tan distinta de la Técnica de Transformación.» Se dijo, confiada.

Carnero, Mono, Perro, Pájaro, Jabalí... ¡Palmada!

Un repentino destello carmesí la envolvió, y Ayame cerró los ojos instintivamente.

¡Lo logré! —gritó, extendiendo ambos brazos al cielo...

Justamente desde la misma posición donde estaba hasta hacía unos instantes.
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¡Bah! ¡Lo conseguiré en una semana! —apostó, sacando ella misma un kunai.

¡JA! —se le escapó a Daruu. Luego, carraspeó y con el puño delante de la boca y una sonrisa traviesa declaró—: Bueno, bueno, vamos a verlo. Venga, a ver —la apremió.

Ayame se pinchó el dedo pulgar con un kunai y lo arrojó contra una roca. Formuló los sellos con una cara de suma concentración que habría sido la envidia de un monje budista en plena meditación. Dio una palmada y...

Y...

Hubo un destello rojo.

Hubo un estallido de humo blanco...

...en el mismo sitio.

Y Ayame estaba allí.

¡Lo logré! —gritó, extendiendo ambos brazos al cielo...

¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!! —Daruu cayó al suelo, rodando de la risa—. ¡Ay, ay por favor...! ¡AYYY!
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¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡Ay, ay por favor...! ¡AYYY!

Las risotadas de Daruu, que había caído al ruelo rodando, resonaron en los oídos de la pobre muchacha, que bajó los brazos con suma lentitud y agachó la mirada. Y no era el único, Kokuō, aún desde su posición se tapaba la boca, ocultado una risa discreta.

¡Oye, yo no le veo la gracia! —protestó, cruzándose de brazos profundamente abochornada por la situación—. ¡Esta vez lo conseguiré, ya lo veréis!

Y con un último bufido, la muchacha cerró los ojos con indignación y volvió a entrelazar las manos.

«Concéntrate... concéntrate... Y visualízate en...»

Esta vez iba a hacerlo. ¡Lo haría y entonces les impresionaría a ambos! ¡Esta vez iba a teletransportarse de verdad!

¡Palmada!

El destello carmesí volvió a envolverla y efectivamente, cuando este se desvaneció, Ayame ya no estaba allí. Casi inmediatamente se escuchó un leve estallido que liberó una cortina de humo y...

¡Agh! ¡S... SEÑORITA! —bramó Kokuō, que había sido completamente sepultada por una apurada Ayame, que trataba de reincorporarse lo más rápido posible.

¡LOSIENTOLOSIENTOLOSIENTOLOSIENTO!
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¡Oye, yo no le veo la gracia! —protestó Ayame, mientras Daruu terminaba de limpiarse las lágrimas de risa con el dorso de la mano y se reincorporaba de nuevo. Pensó entonces en lo feliz que era, pudiendo reír con tanta tranquilidad mientras el mundo a su alrededor seguía avanzando. No era sólo por tener a Ayame de vuelta, debió reconocer, sino por la Paz. La Alianza de las Tres Grandes les permitía respirar en paz, y era... refrescante.

Pues debes de estar cegata —se burló, mientras se sacudía las briznas de hierba de su pantalón.

Y así, Ayame, henchida de orgullo y determinación, volvió a intentarlo una vez más. Formuló los sellos, dio una palmada, y tras un destello carmesí consiguió desaparecer. Daruu abrió la boca de par en par. ¡Lo... lo había conseguido! ¡Pero si él había tardado muchas, muchas semanas! ¡No se lo podía creer, al final iba a resultar que Ayame era un gen...!

¡Agh! ¡S... SEÑORITA! —La voz de Kokuo retumbó a lo lejos. Daruu giró instantáneamente el cuello, como un perro que pone el oído cuando escucha jaleo fuera de la puerta de la casa de su amo.

¡LOSIENTOLOSIENTOLOSIENTOLOSIENTO!

«¿¡PERO CÓMO LO HA HECHO!? ¡SI LA SANGRE ESTABA EN LA OTRA DIRECCIÓN!»

Sólo Ayame era capaz de hacer algo tan mal que daba la vuelta y se convertía en un milagro del Ninjutsu. Por supuesto, Daruu estaba seguro de que el rastro de sangre había desaparecido del kunai —así debía ser, si no iba a ser él el que tuviera que aprender de ella—. Si la kunoichi intentaba realizar la técnica de nuevo, esta ni siquiera surgiría efecto.

De hecho, debería dejarlo estar. Uno de los motivos por el que se tardaba tanto en dominarla era que el jutsu era terriblemente agotador. Consumía rápidamente el chakra y además moverse o mover a clones contigo —oh, no, eso aún no se lo había dicho a Ayame. «Verás tú cuando haya cinco Ayames intentando hacer la técnica a la vez. Notsuba, prepárate»— tenía un efecto curioso: como si el movimiento lo hubieras realizado corriendo. Salvando las distancias, claro. Un Sunshin no podía llevarte a la otra punta de Oonindo.

Pero desde luego la técnica tenía su revés. Y ahora Ayame ni siquiera disponía de esa vitalidad adicional que le proporcionaba Kokuo.
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Tras varios traspiés más y después de varias quejas de Kokuō entrelazándose con las disculpas de Ayame, la muchacha consiguió ponerse en pie y apartarse del Bijū, que la miraba con los ojos entrecerrados y con las ganas de devolverle una colleja como mínimo adivinándose en sus iris aguamarina. No fue hasta aquel entonces cuando Ayame se dio cuenta de lo terriblemente cansada que estaba. Resollando con esfuerzo, y con las piernas temblorosas, la muchacha bajó de la roca con sumo cuidado para no caer y terminó de rodillas sobre el césped.

Qu... ¿Qué ocurre? —balbuceó, sumamente confundida. ¿Sólo dos intentos de la técnica habían bastado para dejarla así? ¡Se sentía como si hubiese estado corriendo por más de veinte minutos!

Sin embargo, obstinada como sólo ella podía ser, Ayame se levantó tambaleándose y acercó sendas manos, con todas las intenciones de volverlo a intentar.




  • Aguante 20
    -10 por 5 turnos
    -10 por 4 turnos
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Daruu observó cómo Ayame, en la distancia, bajaba de la roca y se tambaleó hasta quedar de rodillas. El chico se cruzó de brazos y comenzó a caminar hacia donde estaban ella y Kokuo, a paso tranquilo. Pese a la advertencia de su propio cuerpo, había decidido volver a intentarlo, y ahora sus manos temblorosas se acercaban buscando formar de nuevo aquellos sellos.

Daruu podría haberla detenido, eso es cierto. Fácilmente, podría haber formulado un sello del Carnero y haberse plantado delante de ella, sujetándole un brazo. Podría haber hecho el papel de salvador, o el de maestro compasivo. Pero el carácter de Amegakure no era ese.

En Amegakure había un dicho muy bueno que revelaba mucho sobre su cultura en la enseñanza:

Sólo ahogándose aprende uno a vivir bajo la lluvia.

Y así pues, dejó que Ayame se ahogara.
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Las manos de Ayame volvieron a entrelazarse de forma más lenta que sus anteriores intentos. Jadeaba, le ardían las entrañas como si hubiera estado corriendo una maratón, pero nada de eso le importaba. Quería hacerlo, ¡quería conseguirlo! ¡Quería demostrarle a Daruu de lo que era capaz!

La palmada restalló en la pradera, y el destello rojo la envolvió una tercera vez. Pero al destello le sucedió el estallido de una nube de humo en el mismo lugar, y Ayame apareció tras ella, tirada de cualquier manera sobre la hierba respirando entrecortadamente.

Si vuelve a hacerlo una sola vez más terminará desmayada —habló Kokuō, con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano.

No... aún... aún puedo... una... vez... más... —respondió Ayame, pero no fue capaz de reincorporarse. Apenas podía siquiera levantar la cabeza del suelo.




  • Aguante 10
    -10 por 5 turnos
    -10 por 4 turnos
    -10 por 3 turnos

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Daruu llegó al lado de Ayame y Kokuo. Se quedó allí, de brazos cruzados, a un metro y medio de Ayame. Entonces se sentó, apoyando ambas manos en la fresca hierba.

Ayame volvió a realizar la técnica, y evidentemente no funcionó, además de dejarla físicamente para el arrastre. La nube de humo reveló una escena lamentable, pero Daruu se mantuvo impasible, los ojos fijos en la kunoichi.

Si vuelve a hacerlo una sola vez más terminará desmayada —habló Kokuō, con la cabeza apoyada sobre la palma de la mano.

No... aún... aún puedo... una... vez... más... —respondió Ayame, pero no fue capaz de reincorporarse. Apenas podía siquiera levantar la cabeza del suelo.

Lo sabe —dijo—. Pero aún así no dejará de intentarlo hasta que caiga inconsciente.

»Ayame, por esto mismo todavía no eres chuunin. No eres consciente de tus propias limitaciones. Hay que saber valorar la situación de uno mismo antes de ponerse en riesgo.

»Para aprender a usar esta técnica, y a llevar la placa, deberías de aprender también a contenerte. Sólo entonces podrás demostrarte a ti misma que estás a la altura. Y a los demás.
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Lo sabe —escuchó a Daruu detrás de ella, junto a la roca sobre la que estaba sentada Kokuō—. Pero aún así no dejará de intentarlo hasta que caiga inconsciente. Ayame, por esto mismo todavía no eres chuunin —añadió el muchacho, directo a la llaga, certero como el pico de un cuervo—. No eres consciente de tus propias limitaciones. Hay que saber valorar la situación de uno mismo antes de ponerse en riesgo. Para aprender a usar esta técnica, y a llevar la placa, deberías de aprender también a contenerte. Sólo entonces podrás demostrarte a ti misma que estás a la altura. Y a los demás.

Ayame apretó las mandíbulas, tan fuerte que sus dientes chirriaron. La debilidad física había hecho pedazos su caparazón, mostrando en todo su esplendor el dolor que estaba sintiendo Ayame desde hacía tiempo.

No... Te... equivocas —siseó, haciendo acopio de fuerzas para apoyar los brazos en el suelo e incorporar el torso—. ¡No soy Chūnin porque fui una estúpida que se dejó llevar por el idiota de Uchiha Datsue! —Llena de rabia, sus dedos se cerraron sobre la tierra en sendos puños, dibujando cinco arañazos a su paso—. ¡No soy Chūnin porque cuando puse un pie fuera de la aldea uno de esos estúpidos Generales me encontró, me abatió de un solo golpe y revirtió el sello, aprisionándome! ¡No soy Chūnin porque Yui-sama no confía en mí después de todo eso!

Un mes había pasado desde que regresara a la normalidad, ¡y el silencio de la Arashikage es lo único que había recibido como respuesta a su solicitud de una segunda oportunidad!

¡BAM! La tierra tembló bajo su puño cuando lo golpeó con todas sus fuerzas. Un doloroso nudo había cerrado su garganta, las lágrimas volvían a rodar por sus mejillas. Rompió a llorar sin poder evitarlo.

»Si no fuera consciente de mis limitaciones me habría lanzado contra Kuroyuki sin pensarlo dos veces. ¡Pero no lo hice! ¡Traté de huir y regresar a salvo! ¡¿De qué sirvió que me tomara tantas molestias ocultándome con esa estúpida capa y ese antifaz?! ¡Nada sirve de nada! ¡Todo lo que hago es inútil!
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Daruu negó con la cabeza.

Ninguno de nosotros estaba preparado ante los Generales —dijo—. Aún así, aunque lo hayamos pasado mal, míranos. Mírate. Has ayudado a Kokuo. ¿Eso también ha sido inútil? —Miró brevemente a Kokuo, pero enseguida apartó la mirada—. No, no me equivoco, Ayame. Si fuiste una estúpida que se dejó llevar por el idiota de Uchiha Datsue es porque no sabes sondearte a ti misma, averiguar en qué estado estás, y reaccionar en consecuencia. Como ahora. Si Yui-sama no te hace chuunin no es porque te capturaran los Generales, es porque si puedes arriesgar, tú arriesgas, tú te lanzas.

»¿Quieres saber lo importante que es conocer tus limitaciones? ¿Quieres aprender de mi? —Apoyó las manos en los muslos y se reincorporó. Se dio la vuelta—. Agoté todo mi chakra en aquella playa de Amegakure sólo para lucirme utilizando esta técnica. En una pelea de entrenamiento. Y eso me impidió hacer nada. Y perdí una parte de mi que jamás voy a recuperar.

Se dio la vuelta.

Así que escúchame, escucha a Kokuo cuando te habla, y deja de frustrarte, enfadarte y dejarte llevar por lloros; y haz caso si te decimos que pares porque te vas a hacer daño. Porque algún día, algo malo pasará por insistir y arriesgar, y entonces sí que vas a lamentarlo.

Comenzó a caminar. Sin darse cuenta ni saber por qué, apretaba los puños con fuerza. Últimamente, se ponía demasiado susceptible cuando recordaba a esa hija de puta.

Pero él también debía estar a la altura.
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Ninguno de nosotros estaba preparado ante los Generales —replicó Daruu tras ella—. Aún así, aunque lo hayamos pasado mal, míranos. Mírate. Has ayudado a Kokuō. ¿Eso también ha sido inútil?

Ayame no respondió. Daruu y Bijū intercambiaron una mirada, pero él apartó enseguida la suya.

No, no me equivoco, Ayame. Si fuiste una estúpida que se dejó llevar por el idiota de Uchiha Datsue es porque no sabes sondearte a ti misma, averiguar en qué estado estás, y reaccionar en consecuencia. Como ahora. Si Yui-sama no te hace chuunin no es porque te capturaran los Generales, es porque si puedes arriesgar, tú arriesgas, tú te lanzas.

Ayame se reincorporó con un gruñido, pero siguió dándoles la espalda. Le habría gustado rebatir aquello, asegurarles que todo aquello había cambiado con el exhaustivo entrenamiento al que se había visto sometida después del Examen, a modo de castigo.

¿Quieres saber lo importante que es conocer tus limitaciones? ¿Quieres aprender de mi? Agoté todo mi chakra en aquella playa de Amegakure sólo para lucirme utilizando esta técnica. En una pelea de entrenamiento. Y eso me impidió hacer nada. Y perdí una parte de mi que jamás voy a recuperar.

A Ayame le costó algunos segundos darse cuenta de que Daruu estaba hablando del momento en el que perdió sus ojos.

«No. No los perdió.» Se corrigió mentalmente. «Esa... víbora... se los robó.»

Así que escúchame, escucha a Kokuō cuando te habla, y deja de frustrarte, enfadarte y dejarte llevar por lloros; y haz caso si te decimos que pares porque te vas a hacer daño. Porque algún día, algo malo pasará por insistir y arriesgar, y entonces sí que vas a lamentarlo.

Creo que es la primera vez que oigo a un humano aconsejar que escuche a un Bijū... —comentó Kokuō, con cierta diversión.

Y Ayame dejó escapar un largo y tendido suspiro, tratando de serenarse. Fue entonces cuando escuchó los pasos de Daruu, alejándose, y no supo qué hacer. Seguir intentando realizar aquella técnica sería un suicidio para ella, su cuerpo no aguantaría tanto esfuerzo.

¡Daruu! —le llamó, girándose hacia él—. ¿Cómo vas con el Genjutsu?
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