Daruu esperaba que Ayame protestara, o que se quedara llorando. La kunoichi tenía mucho que aprender todavía, y a ojos de Daruu, no estaba preparada aún para superar sus propias sombras. Pero Ayame sorprendió a Daruu por la espalda, cambiando por completo de tema. Daruu se detuvo en el sitio, genuinamente sorprendido. Aquella pregunta, directa, en otra dirección, le había pillado con el pie cambiado. El chico giró la cabeza y miró hacia atrás de reojo, esperó unos segundos, cerró los ojos y se dio la vuelta.

—No he seguido estudiándolo, pero creo que tengo un nivel bastante avanzado —contestó. Abrió los ojos y sonrió. Torció la cabeza y esbozó una cara de confusión—. ¿Pero y eso qué tiene que ver ahora?

Daruu se detuvo en seco, giró la cabeza y Ayame adivinó la sorpresa en sus ojos. No añadió nada más, esperó que el muchacho se volviera hacia ella.

—No he seguido estudiándolo, pero creo que tengo un nivel bastante avanzado —contestó al fin. Sonrió, y su gesto se transformó en confusión—. ¿Pero y eso qué tiene que ver ahora?

Ayame entrelazó las manos en un sello, el sello del Pájaro, y habló:

—Tú me has enseñado una técnica. —Extrañamente, la voz del muchacho sonó desde la espalda de Daruu—. Es justo que yo haga lo mismo. —Y ahora a su izquierda, junto a su oído.

—Tú me has enseñado una técnica —contestó Ayame, después de formular el sello del Pájaro. La muchacha movió los labios, pero la voz sonó atrás de él. Se giró de inmediato, asustado, pero allá no había nadie—. es justo que yo haga lo mismo. —Esta vez fue un murmullo al lado del oído. A Daruu se le erizó el vello de los brazos, y se mordió el labio inferior. Su voz era... muy atractiva, y recordaba la noche anterior demasiado bien. Sintió que sus instintos se calentaban una vez más. ¿Siempre había tenido la voz tan... sexy?

—Ehh... —murmuró Daruu, con todas las defensas rotas, pero sacudió la cabeza para quitarse aquellos pensamientos de la cabeza—. Esta técnica es... genial. ¡Es genial! ¿De verdad quieres enseñármela? Estás muy orgullosa de tus técnicas de sonido. Y esta...

Ayame nunca había utilizado aquella técnica con Daruu, por lo que no le sorprendió para nada su respuesta. El muchacho se volvía hacia todos lados, buscando el origen de una voz que, por lógica, debía provenir de su frente.

——Ehh... Esta técnica es... genial. ¡Es genial! ¿De verdad quieres enseñármela? Estás muy orgullosa de tus técnicas de sonido. Y esta...

Ayame esbozó una gran sonrisa, feliz y orgullosa de sí misma.

—¡Sí! Creo que, de las técnicas que he desarrollado, esta es de la que más útil puede serte. No es tan espectacular como tu Chisio pero... —añadió, rascándose la mejilla con un dedo—. ¡Oh, y además eso no es lo mejor! Con un poco más de maña con el Genjutsu puedes incluso...

Volvió a formular el sello del Pájaro y entonces, desde la espalda del muchacho...

»¡¿Qué cojones estás haciendo con mi hija, Amedama?!

—¡Sí! Creo que, de las técnicas que he desarrollado, esta es de la que más útil puede serte. No es tan espectacular como tu Chisio pero... —dijo Ayame, y se rascó una mejilla, orgullosa de su técnica.

«¿Que no es tan espectacular?» ¡Me cago en la puta! A Daruu se le ocurrían mil situaciones en las que aquella técnica podía serle útil. ¡Mil y una! Para confundir a un enemigo en medio de un combate, para misiones de infiltración, para... para... para simular que está ya en el baño arreglándose y no haciendo el vago en la cama... sí. Para esas cosas tan útiles como shinobi.

—Bueno, pues a mí me parece muy...

—¡Oh, y además eso no es lo mejor! Con un poco más de maña con el Genjutsu puedes incluso...

Pero a Daruu le quedaban todavía muchas sorpresas por ver. Bueno, mejor dicho, por oír. Y qué sorpresas. De las desagradables. Ayame formuló el sello del Pájaro y tiró a hablar, pero a Daruu se le olvidó totalmente que estaba ejecutando su técnica. Daruu, simplemente, escuchó la exclamación de Zetsuo a su espalda. Se puso rígido inmediatamente, el corazón se le aceleró a mil y se empezó a imaginar mil y una formas por las que Zetsuo podría haber sabido todo lo que hicieron la noche anterior. A Daruu se le puso el rostro blanco como la leche, y sintió que la vista se le nublaba.

Luego, cayó hacia adelante, desmoronándose como una plancha sobre la hierba del valle.

Nada más escuchar la voz de Zetsuo, Daruu se quedó tan rígido como una tabla de madera y el color escapó de su rostro hasta dejarlo tan blanco como la piel de Kōri. Ayame quiso reír; pero, de un momento a otro, el muchacho se desplomó de golpe.

—¡Daruu! ¡Daruu! —exclamó Ayame, abalanzándose sobre el cuerpo de su pareja. Le dio la vuelta para dejarlo boca arriba y le dio un par de palmaditas en las mejillas—. ¡Daruu! ¿Estás bien? ¡Despierta!

—Si quiere puedo despertarlo yo —dijo Kokuō, a sus espaldas. Se había acercado sumida en un misterioso silencio, y una divertida sonrisa curvaba sus labios.

Daruu sintió el fresco de la brisa del valle y el cálido sol, y abrió los ojos poco a poco. Ah, qué agradable. Y encima Ayame... Ayame estaba frente a él. Qué cosa más bonita que ver al despert

—AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Daruu miró hacia un lado, hacia otro, asustado. Agarró a Ayame por los hombros, y la zarandeó.

—Tututututututututututututututututututupadre.

—AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA —gritó Daruu, abriendo los ojos de golpe. El muchacho miró a ambos lados, aterrorizado, y agarró a Ayame por los hombros y la zarandeó con brusquedad—. Tututututututututututututututututututupadre.

—¡D-D-D-D-D-Daruu! —balbuceó Ayame, mareada.

Pero en el momento en el que el pobre muchacho miró a su alrededor, pudo ver tras la espalda de Ayame una figura alta e imponente, de brazos cruzados, cabello corto y azulado y ojos afilados de color aguamarina que se clavaban en él sin ningún tipo de compasión, como si quisiera apuñalarle con ellos.

Daruu miró a un lado. No había nada. Suspiró.

—¿E... entonces lo habías hecho t-tú? —preguntó con una sonrisa nerviosa—. Ay... Ay. Menos ma

Miró al otro lado.

»AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Daruu comenzó de nuevo a zarandear a Ayame.

—¿E... entonces lo habías hecho t-tú? Ay... Ay. Menos ma... —balbuceó Daruu, pero se tuvo que interrumpir cuando sus ojos vislumbraron la ominosa sombra de Aotsuki Zetsuo cerniéndose sobre ellos como el imponente águila que era—. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

—¡¡¡K... K... K... Kokuō!!! —protestaba Ayame, que estaba siendo zarandeada de nuevo por Daruu.

Y entonces Zetsuo se echó a reír. Con un leve estallido de humo, el hombre se convirtió de nuevo en la versión humanizada del Bijū, que sonreía con suficiencia.

—Vaya, vaya... Así que Daruu le tiene más miedo al padre de la señorita que a un Bijū... Interesante.

Cuando Daruu escuchó el nombre de Kokuo, algo hizo click en su pequeña cabecita despeinada. Poco a poco, dejó de zarandear a su pareja y miró con ojos suplicantes a la figura de Aotsuki Zetsuo, que reía de forma totalmente antinatural a su ser. Con un estallido de humo, la hija de puta de Kokuo se reveló al fin, soltando un comentario mordaz que en otra ocasión había agradecido —porque era un signo de una confianza digna de una amiga—, pero que después de todo lo anterior molestó a Daruu.

Se zafó con cuidado de Ayame y se levantó, carraspeando. Se cruzó de brazos y entrecerró los ojos, mirando a Kokuo. Luego se dio la vuelta y se fue caminando.

—Te crees muy graciosa, ¿eh, pentacola?

Daruu dejó de zarandear a Ayame en cuanto se dio cuenta del engaño sufrido. Soltó a la aturdida muchacha, que se tambaleó peligrosamente después de tanto meneo, y se enfrentó a Kokuō con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados sobre el pecho. Ella le sostenía la mirada, con una sonrisa de suficiencia y la barbilla levantada con dignidad pese a que Daruu era algo más alto que ella. Al final fue él quien se dio la vuelta y echó a caminar.

—Te crees muy graciosa, ¿eh, pentacola?

Ayame se dejó caer de culo sobre la hierba, agotada.

«Allá van otra vez...» Suspiró al cielo.

—Al menos parece que tengo más sentido del humor que usted, monocola —rio Kokuō.

Y Ayame se volvió hacia ella con los ojos abiertos como platos. ¡¿Qué demoniso acababa de llamarle?!

Cuando estaba a unos metros de distancia, Kokuo contraatacó con un comentario que pilló a Daruu con el pie cambiado.

—Al menos parece que tengo más sentido del humor que usted, monocola —rio Kokuō.

Daruu se dio la vuelta, con una ceja levantada.

—Eso... es... —Su estomago convulsionó. Quiso estar enfadado, pero de pronto...—. Pff... fff... ff... ¡PFFFFJAJAJAAJAJA! —Daruu estalló a reír y cayó de culo al suelo también—. ¡La madre que te parió! ¡La madre que te parió!

Ayame, en su sitio, temblaba esperando la reacción de Daruu. Viendo cómo habían ido las cosas hasta el momento, sólo era cuestión de tiempo que se diera la vuelta y volvieran a enzarzarse en una nueva pelea.

Y no tardó en suceder... aunque no de la manera que esperaba Ayame:

—Eso... es... Pff... fff... ff... ¡PFFFFJAJAJAAJAJA! —Daruu rompió a reír sin poder evitarlo y terminó cayendo de culo al suelo también—. ¡La madre que te parió! ¡La madre que te parió!

Kokuō alzó una ceja.

—Sólo tengo un Padre, y fue Rikudō Sennin[/sub] —aclaró, como si se hubiese tomado de forma literal la expresión que había usado Daruu. De todas maneras, sacudió una mano en el aire—: [color=navajowhite]Bueno, por el momento he tenido suficiente.

Y desapareció con una última explosión de humo.


Fue lo último que escuchó Ayame, y una sonrisa iluminó su rostro.

—Bueno, ¿por dónde nos habíamos quedado?

Kokuo, sin embargo, se tomó las exclamaciones entre risas de Daruu como algo literal que no entendió. Daruu se levantó, sacudiéndose la ropa. «Menos mal que eres tú la del sentido del humor...», pensó, y también pensó, fascinado y con algo de vértigo, que tenía delante a alguien que había conocido a Rikudo-sennin, el sabio de los Seis Caminos. Estuvo a punto de preguntarle a Kokuo como era, ilusionado, pero la Cinco Colas se desvaneció en una pequeña nubecilla de humo. «¡Mierda!»

Daruu suspiró y se acercó a Ayame.

—Bueno, ¿por dónde nos habíamos quedado? —preguntó la muchacha.

—Pues si os habéis cansado de jugar con mis sentimientos con tu técnica —dijo, cruzándose de brazo y apartando una mirada ofendida—, creo que estabas por enseñármela, ¿no?