Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Desde que los médicos habían revisado a Ayame y habían aplicado un vendaje sobre su abdomen, habían pasado ya treinta minutos. En ese tiempo, había dado tiempo para que las dos mujeres subieran al despacho y hablaran largo y tendido. Pero ninguna de las dos rompió el silencio cómplice que se había forjado. Ni la que estaba sentada frente al escritorio, ni la que lo hacía tras de él, con el gran balcón a las espaldas. Ahora prácticamente diluviaba, como si el propio Amenokami estuviera tan frustrado como ellas.
Yui tenía la vista clavada en el ébano de su escritorio. Acariciaba la madera con el dedo índice de la mano derecha, que le habían escayolado después de su ataque incontrolable de ira y desesperación en la entrada. El puño de la mano izquierda seguía cerrado, y de vez en cuando temblaba, cuando ella apretaba con más fuerza. Se había hecho una herida en el labio inferior, fruto de sus dientes afilados.
—Nuestro Kaido sigue vivo —dijo. No fue una pregunta. Fue una afirmación de autoconvencimiento, como si aún no se creyese lo que acababa de pasar. Entornó los ojos y arrugó la nariz, llena de una rabia interior que no podía apagarse.
Ayame no sabía cuánto tiempo había pasado. Prácticamente se había dejado llevar hasta el hospital como un muñeco sin vida, y se había mantenido igual de silenciosa mientras le practicaban las curas pertinentes y le vendaban el vientre. Igual de silenciosa se mantuvo en el trayecto de vuelta a la Torre, y en el interminable ascenso en el ascensor. Igual de silenciosa se mantenía ahora, dentro del despacho de Yui, sentada frente a su escritorio y con la mirada fija enla nada. Era como si su cerebro, harto de recibir daño, tanto físico como emocional, hubiese decidido sedarse a sí mismo. La sombra de las lágrimas derramadas aún recorrían las mejillas de la muchacha.
Y la Arashikage, frente a ella, guardaba un silencio similar.
—Nuestro Kaido sigue vivo —afirmó Yui, convencida.
Y los labios de Ayame temblaron sin poder evitarlo.
—Yo le vi... Le vi... Vi a Kaido... El de verdad... Me habló... —reveló Ayame, débil, con un hilo de voz. Sus manos, en su regazo y una de ellas vendada, se cerraron instintivamente como si deseasen aferrarse a algo.
—Ayame —interrumpió a la muchachita que lloraba frente a ella—. Por difícil que te parezca, es hora de retomar la compostura. Ahí abajo dijiste que estaba siendo manipulado por ese tatuaje.
»Pero antes de llegar a ese punto, quiero saber qué hacías exactamente con él, y por qué. Quiero que me cuentes esta historia de principio a fin. Despacio. Tómate el tiempo que necesites. Y asegúrate de contarme todo lo que pasó. —Aquella Yui casi no se parecía a la que Ayame conocía, o más bien a la idea que tenía de ella. Pasada la adrenalina de la pelea, la Arashikage se había topado con una triste realidad, y con un problema más grande que el que creía tener.
Porque para ella, un traidor no era un problema, era una molestia que uno debía extirpar, como un tumor. Como una enfermedad. Lo matas, te sanas. Pero si Kaido estaba siendo controlado por alguna especie de Genjutsu, la solución no era tan sencilla. Porque no podían simplemente matarlo.
Porque entonces, Kaido era su hijo, y tenía que rescatarlo.
Era como si, de pronto, hubiera vuelto al día en el que envió al muchacho de misión. Cuando le ordenó matar a aquellos cabrones. Y se arrepentía. Se arrepentía muchísimo. Porque si no lo hubiera hecho, ahora él estaría allí.
Yui suspiró, y no dudó ni un instante en interrumpirla:
—Ayame. Por difícil que te parezca, es hora de retomar la compostura. Ahí abajo dijiste que estaba siendo manipulado por ese tatuaje.
Ayame asintió, y fue a hablar, pero volvió a ser cortada por la orden directa de la Arashikage:
—Pero antes de llegar a ese punto, quiero saber qué hacías exactamente con él, y por qué —dijo, de una forma muy diferente a lo que Ayame estaba acostumbrada a ver en aquella mujer. En aquellos instantes, no era una tormenta eléctrica, no se sentía intimidada o aterrorizada por su presencia. Era como un cielo gris, encapotado, amenazante de lluvia. Pero, por el momento, Ayame se permitió el infantil deseo de sentirse protegida—. Quiero que me cuentes esta historia de principio a fin. Despacio. Tómate el tiempo que necesites. Y asegúrate de contarme todo lo que pasó.
«No... todo no. No puedo hacerlo.» Ayame se estremeció ligeramente.
—Sí, Yui-sama —La kunoichi respiró hondo varias veces, buscando serenarse. Cerró los ojos, ordenando sus pensamientos, y pocos segundos después los abrió—. Estaba en Coladragón. El tiempo era horrible, así que decidí buscar refugio en una posada de allí. Conozco a los dueños, y ya había estado varias veces allí, así que...
«Ahora que lo pienso... Me fui sin despedirme, ni decir nada... Kamiseba y Ari deben estar preocupados...»
Ayame alzó los ojos hacia Yui en una mirada profunda y llena de significado.
»Mientras estaba comiendo entró un grupo de personas. Siete u ocho, más o menos. No les presté mucha atención, parecían marineros y no conocía a ninguno de ellos. Pero entonces escuché la voz de uno de ellos, del mismo que habéis visto cuando hemos llegado a Amegakure. Le llamaban Kincho, pero su voz, y estaba completamente convencida de ello, era la de Umikiba Kaido —¿Cómo no iba a reconocer la voz de su amigo perdido?—. Al principio pensé que, si de verdad era él, debía estar camuflado bajo la Técnica de Transformación, pero un Henge no Jutsu es muy débil, y no conseguí desbaratarlo pese a que lo intenté —tirándole un plato de caldo ardiendo, cabía decir—. Así que decidí seguirles en la distancia cuando abandonaron el local...
Ayame estaba en Coladragón. Por lo que sea, la kunoichi decidió no explicarle por qué se encontraba allí, pero lejos de tomárselo más Yui intuyó que se trató de un viaje estrictamente personal. Su jinchūriki quiso refugiarse de la tormenta, cosa que la Arashikage consideró innecesario. «Débil. Debes ser la Tormenta.» Al parecer, era amiga de los dueños de la posada. La muchacha levantó la vista y la miró como quisiera decirle algo. Pero Yui no entendió, sólo se quedó confusa.
La muchacha continuó con el relato. Se cruzó con un grupo de marineros y uno de ellos era, supuestamente, Kaido disfrazado. Pero el disfraz era más eficiente que un simple Henge no Jutsu. De modo que ante aquella sospecha ella decidió seguirles.
—Muy bien hecho —asintió Yui—. Pero no debes ponerte demasiado en riesgo. —Cada vez que hablaba con Ayame se obligaba a decir lo mismo, pero su corazón siempre le decía lo contrario cuando se trataba de ella. ¿No era lo que hacía Ayame en realidad el espíritu de una auténtica amejin?—. Estamos hablando de Dragón Rojo. Son muy peligrosos. ¿Cómo llegaste a confrontarlo de forma directa?
—Muy bien hecho —asintió Yui, y las mejillas de Ayame se encendieron ligeramente—. Pero no debes ponerte demasiado en riesgo. Estamos hablando de Dragón Rojo. Son muy peligrosos. ¿Cómo llegaste a confrontarlo de forma directa?
Ayame, contrariada, agitó la cabeza.
—Tomé las medidas necesarias para que no me descubriesen, Yui-sama. Los seguí desde el aire, a una distancia suficiente para que no se percataran de mi presencia, pero al mismo tiempo no perderles de vista —resolvió, con orgullo inflado, antes de continuar el relato—: Resulta que se dirigían hacia una especie de galpón de aluminio, no muy lejos de la posada. Los espié desde el tejado, y a simple vista no parecía más que una simple fábrica de preparado de pescado o algo así. Vamos, el típico lugar donde lo preparan antes de sacarlo al mercado. Pero no podía irme sin más, no me quedaba tranquila... Por eso, burlé a los guardias de la puerta utilizando una de mis ilusiones de voz y me colé dentro...
Ayame respiró hondo, temblaba ligeramente.
»No... No era una fábrica de pescado. Lo vi cuando ese tal Kincho, el que yo sospechaba que era Kaido, tomó uno de los peces. Estaba abierto en canal y en su interior tenía guardado una bolsita con un contenido azul brillante: omoide —pronunció, con asco y repulsión, como si lo hubiese tenido en su misma boca—. Y el jefe de ese lugar, o lo que fuera, le estaba preguntando si Kaido-sama estaría satisfecho con aquel cargamento, si podían contar con su protección durante los próximos seis meses. Y se supone que iban a llevar todo aquello hacia el Remolino. Pero...
»No... no podía quedarme de brazos cruzados por más tiempo. Ese lugar sólo era una fábrica de droga camuflada, y ese tal Kincho era Kaido disfrazado.
Ayame explicó que siguió al grupo desde el aire, evitando ser descubierta. «¿Desde el aire? ¿Qué pasa, te hiciste crecer unas alas o qué?», pensó Yui, divertida. Pero entonces frunció el ceño, quizás preguntándose si esa broma en realidad era real.Deseó interrumpir a la kunoichi, pero se reprimió a tiempo. Ahora estaba hablando sobre un galpón. «¿Qué coño es un galpón?»
—¿Qué coño es un galpón? —verbalizó Yui, confundida. Luego hizo un ademán con la mano—. Na, déjalo, sigue, sigue.
Su chūnin explicó que se trataba de una simple fábrica de preparado de pescado. Por algún motivo, decidió quedarse a investigar. «Inquisitiva, como Shanise. Me gusta». Siempre hacían falta kunoichi como ella. Porque Yui era impulsiva, una fuerza de choque, de asalto. Una líder, sí. Pero para tareas de inteligencia... prefería confiar en los demás. Y que ellos le explicasen las cosas complicadas. Como qué coño era un puto galpón.
La fábrica de pescado resultó ser una distribuidora de omoide. Yui hizo rechinar sus dientes afilados en cuanto Ayame pronunció la palabra.
—Y claro, ya está. Lo tuviste claro desde ese mismo momento. Dragón Rojo estaba en el ajo. Y la voz era seguro la suya —intervino Yui, más afirmando que preguntando.
Ayame confirmó enseguida diciendo que escuchó directamente su nombre, acompañado de un honorífico que le puso los pelos de punta. «Se ha convertido en un Cabeza de Dragón.» Supuestamente el cargamento estaba destinado al Remolino. «Esta gentuza está pasándose de la raya. Al principio, fue por petición de ese viejo decrépito de Umigarasu... pero ahora esto ya es personal.»
—¿Y qué hiciste, entonces? ¿Simplemente te lo trajiste?
Más de una vez, Ayame vio interrumpido su relato por alguna pregunta formulada por Yui, pero antes de que pudiera responderla, la Arashikage la instaba a continuar. Por lo que así fue.
—Y claro, ya está. Lo tuviste claro desde ese mismo momento. Dragón Rojo estaba en el ajo. Y la voz era seguro la suya —afirmó, y Ayame correspondió con un nuevo asentimiento—. ¿Y qué hiciste, entonces? ¿Simplemente te lo trajiste?
«Peligro...» Ayame contuvo la respiración momentáneamente. De repente se sintió al borde de un acantilado que amenazaba con lanzarla al vacío si no pronunciaba las palabras correctas.
—Primero le enfrenté —respondió, con un hilo de voz—. Quise destruir la mayor parte del material posible con una de mis técnicas de Suiton más poderosas. Kincho lo resistió, claro, o realizó alguna técnica de intercambio para evit...
Ayame se quedó blanca como la cera.
—Fue ahí cuando hizo el Kage Bunshin... y huyó... ¡Maldita sea! —rugió, golpeándose la pierna con un nuevo puñetazo.
Cerró los ojos, respirando hondo varias veces. La compostura, debía mantener la compostura...
—Kaido me reveló su identidad bajo aquel disfraz y empezó toda aquella tontería con que los Kage nos manipulan, que si sólo somos peones en una partida de ajedrez, que si estaba ciega por no verlo, que si él había sido un tipo avispado por haberse dado cuenta a tiempo... Volvió a llamarme vasija, que no era nadie —añadió, y una ligera sombra cruzó sus iris.
«Esquívalo.»
—Le respondí que era irónico que dijera todas esas cosas después de irse en una misión de infiltración para acabar con Dragón Rojo y terminar uniéndose a ellos. Le dije que era muy irónico que él, precisamente él, dijera todo eso, después de haber acabado con otros traidores como Keisuke, los Kajitsu o su propia familia. Y le dije que no me importaba lo que dijera, que yo era Aotsuki Ayame, y que como kunoichi de Amegakure me debía a mi aldea, mi familia y mis amigos... Y que eso le incluía a él.
»Y algo en él pareció... romperse de repente. Algo le hizo daño, se agarró el brazo donde tiene ese maldito tatuaje del dragón y me suplicó que le ayudara. Yo... —añadió, con la voz temblorosa—. No pude evitarlo, me confié, corrí a abrazarle. Mi intención era aprovechar esa cercanía para traérmelo de vuelta, pero al mismo tiempo me alcanzó con el Mizudeppo.
Ayame volvió a tomar aire, llenando sus pulmones como si hubiese estado largo rato bajo el agua.
—Pero antes de eso me dijo algo... Me dijo que confiara en el alquequenje que se oculta tras la niebla, que no perdiéramos la fe en el verdadero Kaido —Ayame hizo una breve pausa, tensa—. El resto... ya lo conoce.
Ayame se enfrentó a Kaido destruyendo por el camino todo el material posible que Dragón Rojo necesitaba para preparar la droga. «Inteligente. Con arrojo, pero bien meditado. ¡Joder, Ayame, te dije que valías, sólo te falta ser más directa!» Pero la muchacha se dio cuenta en ese preciso instante de cuándo Kaido le había colado un Kage Bunshin.
—No importa, Ayame. Ahora ya no —dijo Yui—. Desbarataste sus planes allí, al menos, y me has traído una información muy valiosa. Sigue.
Ayame le contó cómo Kaido había tratado de convencerla a ella también con aquél discursito, pero la muchacha le había repuesto enfrentándole con evidencias de su pasado. «¡Muy bien, joder! ¡Bam! ¡Así se hace!»
—Y le dije que no me importaba lo que dijera, que yo era Aotsuki Ayame, y que como kunoichi de Amegakure me debía a mi aldea, mi familia y mis amigos... Y que eso le incluía a él.
—¡Sí, joder, sí! ¡Así sí, Ayame, COÑO! —¡Bam! La Arashikage dio una sonora palmada en la mesa, sobresaltando momentáneamente a Ayame. Por un momento, Yui parecía haber vuelto a ser ella misma—. Perdón. Sigue —dijo, tras aclararse la garganta.
La chūnin le contó como algo en Kaido quebró su voluntad y se agarró el tatuaje. De cómo le suplicó Ayuda, de cómo le abrazó —algo que Yui consideró terriblemente temerario— y de cómo había acabado todo.
—Pero antes de eso me dijo algo... Me dijo que confiara en el alquequenje que se oculta tras la niebla, que no perdiéramos la fe en el verdadero Kaido —Ayame hizo una breve pausa, tensa—. El resto... ya lo conoce.
Yui tomó aire y lo expulsó lentamente. Su mano acarició el pomo de un pequeño cajón en su escritorio.
—Hoy, no me has devuelto a Umikiba Kaido, Ayame —dijo Yui—. Pero me has devuelto la esperanza. Él está ahí. Y con eso te tienes que quedar, joder. Has hecho un muy buen trabajo. Sé que normalmente soy muy sobreprotectora contigo, pero has juzgado por ti misma que debías investigar aquella fábrica de envasado, y casi consigues traer a un camarada de vuelta. —Abrió lentamente el cajón, y rebuscó en él. Se escuchó un tintineo metálico—. Me has explicado con todo lujo de detalles lo que pasó. Y aunque Shanise diría que esa rabia que sientes es demasiado... temperamental, demuestras pasión, demuestras ambición, demuestras valor. Y aquí estás, hablando conmigo. Sin miedo. De igual a igual. Eso es lo que quiero de vosotros. —La mujer extrajo algo dorado del cajón y lo deslizó sutil y suavemente por encima de la mesa, manteniéndolo fijo a la madera con los dedos índice y corazón.
Era una placa identificativa de jōnin.
»¿O tal vez sí tengas miedo de mí? —musitó, y la miró a los ojos. Ayame descubrió de nuevo en ellos la Tormenta, más viva que nunca, y de pronto tanto los elogios anteriores como la duda que se le planteaba ahora se agolparon en su pecho con una calidez abrumadora. Nunca se había sentido tan asustada, pero tampoco se había sentido tan orgullosa, ni tan apreciada por Amekoro Yui—. Soy un poco espesa, y por eso me gusta recurrir a kunoichi tan reflexivas e inteligentes como tú, o como Shanise. —Otro halago más—. Pero aún así hay cosas que no se me escapan. Hace un tiempo, en este mismo despacho, quise darte esta placa. No te la di porque te faltó arrojo. Dependiste de Amedama y no dejaste de tenerme miedo durante toda la reunión. Con todo este asunto, sin embargo, me has sorprendido. Y aún así, no dejo de pensar en la forma en la que abandonaste mi despacho cuando os dije que me contáseis siempre todo de manera inmediata (Carisma 40). Tengo la sensación de que me guardas algo, Ayame.
»Hoy has confiado en mí, y has visto que cuando confías en Amegakure, todos nos ayudamos entre nosotros. Déjame ayudarte, Ayame, coño. Cuéntame. ¿Hay algo que deberías decirme? —Acercó más la placa dorada hacia Ayame. Pero apretaba con los dedos en la mesa firmemente.
Los elogios de Yui cayeron sobre ella como una auténtica lluvia reconfortante. Cada frase dada era respondida conun nuevo vítore, con una nueva palmada que aupaba su ánimo, con un nuevo entusiasmo realmente contagioso. Era la primera vez que se sentía tan reconocida por su Arashikage, en lugar de temblar de miedo ante ella. Era la primera vez que bailaba bajo la tormenta y no temblaba a su paso.
—Hoy, no me has devuelto a Umikiba Kaido, Ayame —dijo Yui entonces—. Pero me has devuelto la esperanza. Él está ahí. Y con eso te tienes que quedar, joder. Has hecho un muy buen trabajo. Sé que normalmente soy muy sobreprotectora contigo, pero has juzgado por ti misma que debías investigar aquella fábrica de envasado, y casi consigues traer a un camarada de vuelta. —Yui abrió un cajón con lentitud y comenzó a rebuscar en él. Ayame no pudo evitar mirarla, con el interrogante brillando en sus ojos castaños. Escuchó con claridad y tintineo metálico, y algo dentro de ella respondió a esa llamada con emoción y expectación—. Me has explicado con todo lujo de detalles lo que pasó. Y aunque Shanise diría que esa rabia que sientes es demasiado... temperamental, demuestras pasión, demuestras ambición, demuestras valor. Y aquí estás, hablando conmigo. Sin miedo. De igual a igual. Eso es lo que quiero de vosotros.
Y a medida que Yui sacaba la mano del cajón, los ojos de Ayame se abrieron como platos, cegados por un destello dorado. Su corazón se olvidó de latir durante un instante, embelesado por aquella placa con forma triangular y bañada en dorado: la placa de un jonin. ¿Acaso estaba...?
—¿O tal vez sí tengas miedo de mí? —preguntó la Arashikage de repente, y Ayame alzó la cabeza como un resorte. Se encontró con los iris de la tormenta, y el baile se detuvo. Volvía a estar atrapada en el ojo del huracán, y daba miedo, la asustaba.
La muchacha tragó saliva, sin atreverse a moverse un solo milímetro. Sin atreverse a acercarse siquiera a la placa que le tendía. De repente había dejado de percibirlo como un premio a su esfuerzo. Se había convertido en un anzuelo. En un peligroso y terrible anzuelo. Su silencio debió hablar por ella.
—Soy un poco espesa, y por eso me gusta recurrir a kunoichi tan reflexivas e inteligentes como tú, o como Shanise. Pero aún así hay cosas que no se me escapan. Hace un tiempo, en este mismo despacho, quise darte esta placa. No te la di porque te faltó arrojo. Dependiste de Amedama y no dejaste de tenerme miedo durante toda la reunión. Con todo este asunto, sin embargo, me has sorprendido. Y aún así, no dejo de pensar en la forma en la que abandonaste mi despacho cuando os dije que me contáseis siempre todo de manera inmediata. Tengo la sensación de que me guardas algo, Ayame. Hoy has confiado en mí, y has visto que cuando confías en Amegakure, todos nos ayudamos entre nosotros. Déjame ayudarte, Ayame, coño. Cuéntame. ¿Hay algo que deberías decirme?
Yui acercó aún más la placa a ella, y Ayame tensó los músculos y se echó atrás en la silla, cerrando los ojos con fuerza, como si así pudiera protegerse del hipnótico brillo dorado que la tentaba.
«¿Va a hacerlo por una placa? ¿Por un ascenso?» Sintió la voz de Kokuō en su mente.
«No es la placa. ¡Me importa un bledo esa placa!» Respondió ella, aunque en parte... era mentira. «Pero si no la cojo, sospechará aún más de mi actitud. Y si la cojo... sabrá que le estoy mintiendo y puede que sea aún peor... ¡Maldita sea!»
¿Por qué de repente se sentía como si ella fuera la criminal a la que deberían interrogar? Parpadeó, tratando de ocultar las lágrimas.
—No puedo aceptarlo, Arashikage-sama —dijo al fin, con un hilo de voz, apartando el rostro. Inspiró hondo. Volvió a espirar. Lo repitió varias veces, pero no encontraba las fuerzas. No encontraba la salida a aquel entuerto. No había manera de esquivarlo por más tiempo.
La primera reacción fue que se puso muy roja. ¿Rechazar una placa de jōnin? ¿Por qué? Luego se puso morada. ¿Pensaba ocultarle algo y por eso la rechazaba? ¿Creía que con rechazarla ya bastaba, que se iba a marchar de allí tan ricamente? Luego, lejos de huir, Ayame la miró a los ojos y le dijo que había liberado a Kokuō. ¡Al bijuu!
Yui recobró el color original. Y sonrió.
Y estalló en una carcajada.
—¡¡JAJAJAJA, JAJAJAJAJAJA!! ¡Sí, joder! ¡Y encima tienes sentido del humor! —dijo—. Bueno, ahora en serio, dime.
28/01/2020, 21:53 (Última modificación: 28/01/2020, 21:53 por Aotsuki Ayame.)
El rostro de Yui pasó por varias tonalidades de color, todas ellas crecientes en ira. El rojo de la sangre, el morado de las nubes de tormenta... Ayame se mantuvo estática, agarrándose las manos en un vano intento por contener los temblores de terror que la invadían. Pero había dado el paso. Ahora no había marcha atrás. Y estaba dispuesta a acatar las consecuencias, cuales fueran.
Y entonces... Soltó una sonora y rotunda carcajada que sacudió todas y cada una de las paredes del despacho.
Ayame no pudo evitar parpadear varias veces, genuinamente sorprendida por aquella reacción.
—¡¡JAJAJAJA, JAJAJAJAJAJA!! ¡Sí, joder! ¡Y encima tienes sentido del humor! Bueno, ahora en serio, dime.
—Yui-sama, es en serio: He liberado a Kokuō, el Bijū de cinco colas que está dentro de mí —repitió, de forma lenta y pausada. No iba a desmentirlo, estaba absolutamente aterrorizada y sus piernas estaban gritándole que saliera corriendo de aquel despacho. ¡O que se tirara por la ventana y huyera volando! ¡Cualquier cosa menos estar allí frente a aquella terrorífica mujer que estaba a punto de descargar su ira sobre ella! Pero se obligó a sí misma a clavar los pies en el sitio y a mantener los ojos en la tormenta. Había dicho que no había vuelta atrás, por mucho miedo que le diera—. Sigue dentro de mí, pero le he liberado de su prisión. Ya no está la jaula que la retenía. Es libre. O, al menos, todo lo libre que puede ser...
Y como si no fuera suficiente con sus palabras, uno de sus ojos se tiñó de aguamarina.
28/01/2020, 22:00 (Última modificación: 28/01/2020, 22:01 por Amedama Daruu.)
Esta vez, el rostro de Yui adquirió el color de la cera. La mujer miró a Ayame a los ojos, y esta vez ella vió la Tormenta reflejada en su máximo esplendor. El azul de los ojos de la Arashikage ya no parecía el de las plácidas aguas del lago que rodeaba a la villa siendo salpicado por el torrente de agua de lluvia, sino el de un monstruo que escupía rayos por la boca. Amekoro Yui se levantó como un resorte, enviando el sillón en el que estaba sentada deslizándose por el suelo hacia atrás. Pareció como si el cristal del balcón se rompiese con el golpe, pero en realidad fue un trueno que hendió el cielo y cegó momentáneamente a la kunoichi. Cuando pudo abrir los ojos, la Arashikage ya no estaba allí, sino a su derecha, rodeando la mesa.
—¿QUE HAS HECHO QUÉEEE!? —Estalló de rabia, y dio un salto en el sitio, propinando una fuerte patada a su escritorio de ébano. El mueble, por imposible que pueda parecerlo, salió disparado hacia la pared contraria, chocando contra un grupo de estantería y desperdigando los libros por el suelo. La madera se partió por la mitad. Otro nuevo escritorio que añadir a la partida de gasto.
¤ Kikku-ken ¤ Espada Patada - Tipo: Ofensivo - Rango: S - Requisitos: Taijutsu 70 - Gastos: 12 CK (multiplicable x7) - Daños: 20 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
El usuario gira sobre sí mismo a toda velocidad y propina una patada giratoria al oponente. Si la fuerza de la patada supera al 70% de su PV actual (no es necesario que su PV llegue a 0) y la fuerza de esta técnica es mayor a 100, la patada corta al adversario por la mitad. Si no, lo manda despedido en la dirección del golpe y le desarma de todo lo que estuviera sujetando.
Se acercó un par de pasos hacia Ayame, y se fijó en su ojo.
»¿¡Pero por qué, Ayame!? ¿¡PERO CÓMO SE TE OCURRE!? ¿¡ES QUE NO RECUERDAS TODO LO QUE TUVIMOS QUE PASAR MIENTRAS KURAMA TE REVIRTIÓ EL SELLO!? ¿¡POR ESTO TUVIMOS QUE PEDIRLE A UZUSHIOGAKURE QUE LOS SABIOS LO VOLVIESEN A REVERTIR!? ¿¡PARA ESTO!?
Ahí estaba. La reacción que esperaba. Y para la que jamás podría estar preparada.
Los ojos de Yui se volvieron eléctricos. La fulminaban con todo su peso. La Arashikage se levantó de golpe. Ayame hizo lo mismo en un acto reflejo. El sillón en el que había estado sentada la líder se vio propulsado por la inercia del brusco movimiento y salió despedido contra el cristal del balcón. Un estallido restalló en sus oídos, pero no fue el cristal, sino la misma materialización de la ira de Yui en forma rayo. Ayame se vio cegada por el súbito resplandor, pero cuando pudo volver a abrirlos no vio a a la Arashikage frente a ella... sino a su lado. Junto al escritorio.
—¿QUE HAS HECHO QUÉEEE!? —vociferó.
Ayame se encogió sobre sí misma al verla alzar la pierna y preparó todo su cuerpo para el impacto.
¡¡BAM!!
Fue la mesa la que recibió el brutal ataque. La madera crujió bajo su pie. Salió despedida en dirección contraria. Chocó contra la estantería violentamente. Los libros cayeron al suelo junto a la la placa dorada, que rebotó con un delicado y lastimero tintineo. Ayame, encogida sobre sí misma, se había quedado paralizada de terror cuando Yui se abalanzó sobre ella.
—¿¡Pero por qué, Ayame!? ¿¡PERO CÓMO SE TE OCURRE!? ¿¡ES QUE NO RECUERDAS TODO LO QUE TUVIMOS QUE PASAR MIENTRAS KURAMA TE REVIRTIÓ EL SELLO!? ¿¡POR ESTO TUVIMOS QUE PEDIRLE A UZUSHIOGAKURE QUE LOS SABIOS LO VOLVIESEN A REVERTIR!? ¿¡PARA ESTO!?
Ansiedad. Miedo. Pánico. Terror. La situación la estaba sobrepasando a pasos demasiado acelerados. Después del día que había tenido, sumando ahora todas aquellas emociones, Ayame ya no se sentía capaz de hilar correctamente sus pensamientos, mucho menos de articular las palabras.
—Esa... esa jaula... era... muy pequeña... —sollozaba entre bocanadas de aire, sin poder evitarlo. Maldijo su propia debilidad. Maldijo su miedo. Maldijo su propia existencia. Pero no se movió del sitio. Pese a que le temblaban hasta las pestañas—. ¡No... No podía dejar... que volviera a ella! ¡No... No después de vivirlo yo en mis propias carnes! Yui... Yui-sama... Los bijū no son simples entes de chakra sin sentimientos ni conciencia... Son... Son... Seres vivos como nosotros... Conscientes... Inteligentes... Sensibles... No viven para estar encerrados y atrapados...
Conforme Ayame iba hablando, la Tormenta se iba cirniendo sobre ella amenazando con engullirla, haciéndola retroceder. La muchacha tropezó con uno de los libros y tuvo que seguir retrocediendo arrastrándose por el suelo. Porque la Tormenta nunca retrodecía. Avanzaba, avanzaba. Y al final, uno tenía que mojarse y aguantar el chaparrón.
—¿¡Qué estás diciendo, te has vuelto loca!? —dijo—. Eso fue lo que pasó en el Examen de Chūnin, ¿¡verdad!? ¡Te habló! ¡Te convenció para salir y matarnos a todos! ¡Para destruir Uzushiogakure como destruyó Yamashi-To! —bramó—. ¿¡Te suena ese nombre!? ¡¡Ahora la llamamos LA CIUDAD FANTASMA, AYAME!!
»¿¡Que tienen sentimientos, que tienen conciencia!? ¡¡Díselo a los miles de personas que perdieron la vida aquél día!! ¡¡Ve al Cementerio del Gobi y dile a los niños en sus tumbas que lo que los mató no era un monstruo si tienes cojones!!