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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#91
El brazo de Kuroyuki avanzó hacia el cuello de Yui. Yui levantaba su brazo y hacía aparecer de la nada —un poder que compartía, quizás sin saberlo, con su adversaria— una gran cuchilla. Ninguna de las dos cedió. Ambas completaron el movimiento, y Los dedos de Kuroyuki casi rozaron el cuello de la Tormenta cuando...


¡¡crrRRREEEAK!!


Se escuchó un crujido. Kuroyuki ahogó un quejido de dolor, mordiéndose el labio, haciéndose sangre. El ōkunai de Yui rasgó y quedó clavado en algo sólido. Yui consiguió desviar un poco el brazo, pero Kuroyuki se aferró con tanta fuerza entonces a su cara que hasta marcó las uñas en su piel. Y entonces llegó el frío.

Una aterradora ola de frío que la entumeció y la dejó completamente rígida.

Cuando te adentras de lleno y de frente en una Tormenta de nieve, debes estar dispuesta a pagar el precio.

El cuerpo paralizado de Yui cayó al tejado con un golpe seco. Kuroyuki sacudió su brazo. La gruesa capa de hielo púrpura negruzco cayó tras dos sacudidas.


- PV:

240/270

(-30)
- CK:

352/500

(-30)
- CK Kurama:

0/200




¤ Hijutsu: Mahyōryū Uroko
¤ Técnica Secreta: Escamas del Dragón de Hielo Demoníaco
- Tipo: Defensivo
- Rango: A
- Requisitos: Yuki 60
- Gastos: 30 CK
- Defensa: 20 PV
- Efectos adicionales:
  • El usuario evita cualquier herida o lesión provocada por armas o técnicas cortantes y contundentes.
  • Esta técnica no podrá volver a ser utilizada en 5 turnos
- Carga: 0
- Velocidad: Instantánea
- Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Técnica defensiva ultrarrápida desarrollada por Kuroyuki. Concentrando chakra Hyōton en un punto del cuerpo, consigue generar un fragmento de hielo negro purpúreo para bloquear un ataque. La técnica es ultrarrápida, lo que permite activarla casi por instinto, pero mover el chakra y transformarlo a esta velocidad no puede hacerse muy a menudo. Unos segundos tras recibir el golpe, el hielo se resquebraja y cae. La técnica está pensada para usarse en el momento del impacto, por lo que Kuroyuki no puede mantenerla activa a la espera de recibir un ataque ni blandir una protección duradera con ella, como antebrazos, escudos o cubrecuellos que duren más de un instante.

Fuerza 40 · Resistencia 60 · Aguante 100 · Agilidad 120 · Destreza 100
Poder 70 · Inteligencia 60 · Carisma 40 · Voluntad 60 · Percepción 120


Para el uso con Hyōbuki no Jutsu:
- x9 Uchigatana
- x20 Shuriken
- x20 Senbon
- x5 Kunai

Portaobjetos, muslo derecho:
- x2 Kemuridama
- x1 Hikaridama
- x2 Antídoto
- x1 Juego de ganzúas
- x1 Esposas supresoras de chakra
- x1 Píldora estimuladora de sangre superior




· · ·



Yokuna sujetó a Ayame por los hombros firmemente, tratando de tranquilizarla, y asintió. Los tres hombres se miraron, perplejos. Yokuna la miró a los ojos y parpadeó varias veces.

Lo sé. Lo sabemos. Tu padre nos envió a Yukio —dijo—. Envió un águila a Shinogi-To. Estábamos destinados a palacio, ya sabes, por lo de Dra... Es igual. ¡Somos los refuerzos! Pero...

»Teníamos entendido que tú también estabas prisionera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? ¿Y Zetsuo? ¿Y... y la Tormenta?
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#92
Yokuna agarró a Ayame por los hombros con firmeza, tratando de transmitirle algo de paz. Pero ella no estaba en condiciones de tranquilizarse. No aún. No mientras Yui siguiera atrapada en aquel pueblo cubierto de nieve por su culpa.

Lo sé. Lo sabemos. Tu padre nos envió a Yukio —respondió él, con calma—. Envió un águila a Shinogi-To. Estábamos destinados a palacio, ya sabes, por lo de Dra... Es igual. ¡Somos los refuerzos! Pero... Teníamos entendido que tú también estabas prisionera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? ¿Y Zetsuo? ¿Y... y la Tormenta?

Los ojos se le llenaron de lágrimas sin poder evitarlo.

Estaba allí con ella... y con mi padre y mi hermano —balbuceaba, terriblemente nerviosa y con apenas un hilo de voz—. Pero entonces apareció Kuroyuki, y quise sacarlos a todos de allí. Quería teletransportarnos de vuelta a Amegakure... P... Pero ella... Ella debió soltarse en el último momento y... ¡Y yo no me di cuenta! La dejé allí, Yokuna-san, ¡ha sido mi culpa! ¡Tengo que volver a por ella antes de que sea demasiado tarde!
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—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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#93
Fue demasiado repentino. Una ola tan súbita de frío que le entumeció todos y cada uno de sus músculos. Trató de rugir. De revolverse. De sobrepasar aquel inconveniente a base de pura fuerza de voluntad y determinación. Era algo que solía funcionarle…

… mas no aquella vez.

Sus ojos, llenos de rencor, miraron por última vez a Kuroyuki antes de que su cuerpo paralizado por el hielo se desplomase sobre el techo. No podía moverse. No podía siquiera hablar. Habían paralizado al rayo de la tormenta y tan solo podía pensar. Maldecir. Cagarse en los muertos de aquella zorra y aquel zorro y emponzoñar su sangre de un odio primitivo y visceral. ¿Cómo había sido tan rápida? ¿Cómo no le había cortado el brazo a tiempo? Quiso levantarse y patearle el culo, pero era inútil. Estaba inmóvil, vulnerable, mas no se sentía impotente. Era un sentimiento de débiles, y ese no era uno de sus muchos defectos. No, lo tenía claro. La Tormenta de nieve la había cazado a la intemperie, pero ella todavía no había dicho su última palabra. Iba a matarla. Iba a matarla. Iba a…

«Hazlo».

Sin importarle sufrir las consecuencias. Era dura, y el hielo que le recubría era más duro todavía. Podría soportarlo. Que la jodiesen. A Kuroyuki y al zorro. ¡Que la jodiesen bien jodida!



¡¡BBOOOOOOOOOMMMMMMM!!



El clon, olvidado desde hacía unos minutos, hizo su parte: estallar en una terrorífica explosión que engulló la nave, el suelo y todo ser viviente a cincuenta metros a la redonda.




- PV:

340/500

-20

- CK:

76/270

-100


- Daños: Explosión (150PV)
- Notas: Como el hielo me deja prácticamente invulnerable, entiendo que no debo restarme nada por la explosión.
-Técnicas: Jōki Bōi
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#94
Kuroyuki no lo entendió. No entendió nada. Estaba ahí, rígida como una roca. Atrapada en el tiempo, incapaz de moverse. También el tejado del almacén estaba ahí. No solo sus ojos: sus pies habían sido testigos, firmemente clavados en él. Ahora solo sentía dolor. Dolor, por todo su cuerpo. Dolor en sus ojos, que no entendían por qué no podían ver. Dolor en sus oídos, pues el molesto pitido apenas le dejaba oír las voces de aquellos compañeros que ahora la aupaban e intentaban retirarla arrastrándola por el suelo. Dolor en la espalda, del aterrizaje forzoso.

¡Resista, General! ¡Resista...!

S... s...

¡Descanse, por favor, no hable! ¡Ha habido una explosión, ha...!

¡S... soltadme! ¡S-selladla! ¡Que alguien que sepa usar Fūinjutsu la selle!

Corriendo, una figura más entraba en escena. Medía casi dos metros. Su piel oscura contrastaba con la nieve y con su vestimenta. Sus ojos violetas estaban clavados en el centro del que había sido un buen pedazo de Yukio... y ahora un cráter.

Pero sobretodo, sus ojos estaban centrados en el bloque de hielo que aún parecía sonreír.

Hammer empuñó su martillo, y se detuvo, paciente, mientras una pareja de ninjas del copo de nieve se acercaban portando lo que parecía ser un rollo de vendas.

¿Kuroyuki está bien? —exigió saber Hammer.

¡Le ha dado de lleno! ¡Pero creemos que se recuperará!

«Tranquilo, Hammer. La curaré.»

Hmm. ¿Qué hacéis?

¡Sellarla, señor! ¡Nunoshibari no Jutsu! —La tela que sujetaba se lanzó hacia los pies de Yui y comenzó a enrollarla por los tobillos, las rodillas...

«Bien, bien. Muerta, es una declaración de guerra. Viva...»

«...es el acta de rendición de Amegakure.»


- PV:

90/270

(-150)
- CK:

377/500

(+25)
- CK Kurama:

0/200



Fuerza 40 · Resistencia 60 · Aguante 100 · Agilidad 110* · Destreza 90*
Poder 70 · Inteligencia 60 · Carisma 40 · Voluntad 60 · Percepción 120

*: -10 puntos por quemadura.


Para el uso con Hyōbuki no Jutsu:
- x9 Uchigatana
- x20 Shuriken
- x20 Senbon
- x5 Kunai

Portaobjetos, muslo derecho:
- x2 Kemuridama
- x1 Hikaridama
- x2 Antídoto
- x1 Juego de ganzúas
- x1 Esposas supresoras de chakra
- x1 Píldora estimuladora de sangre superior




· · ·



Yokuna palideció ante el testimonio de Ayame. La tomó de la mano por un segundo e hizo un gesto con la cabeza. El Cazador asintió a los demás ninjas y se encaramó en el borde del tren. Ágil, se agarró del borde y volvió a bajar a través de la misma ventana. Esperó a que Ayame le siguiera y cerró el cristal.

Allí dentro debían haber al menos cincuenta shinobi de Amegakure. Todos con mala cara. Todos observándola muy atentamente. Algunos ahogaron un grito al verla. Otros pidieron explicaciones. Yokuna intentó calmarles, y le ahorró a Ayame el disgusto de contar lo sucedido, aunque él todavía no lo entendía muy bien.

¡Aotsuki! ¡No se preocupe! —estalló de pronto una voluntariosa y muy entusiasta mujer, que medía un metro ochenta y casi parecía una torre a su lado—. ¡Usted es la mano derecha de la Arashikage! ¡Y nosotros los más fieles shinobis y kunoichis de toda la aldea! ¡Yui es nuestra Tormenta! ¡Jamás se dejará vencer! ¡Y tal y como ella haría, nosotros apretaremos bien los dientes y cargaremos hasta acabar con todos y rescatarla!

Un coro de vítores estalló para animar a Ayame. Yokuna se dio la vuelta y sonrió.

Bueno... creo que inspiras bastante más en estos hombres y mujeres que alguien como yo. Demasiado solitario. No estoy acostumbrado a trabajar en equipo, ya lo sabes.

»Como mano derecha de la Arashikage, eres la tercera kunoichi con más autoridad en Amegakure. deberías liderar el asalto.
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#95
Ayame vio el color desaparecer del rostro de Yokuna. El Cazador la cogió de la mano e hizo un gesto con la cabeza que la kunoichi no supo bien cómo interpretar hasta que se vio prácticamente arrastrada hasta el borde del vagón del ferrocarril. Con un movimiento grácil, el hombre volvió a descolgarse y bajó hasta el interior del vagón por la misma ventana que debía haber utilizado anteriormente para subir hasta allí. Ella se volvió por última vez hacia el halcón que aún volaba tras su estela, con una sonrisa en los labios que distaba mucho de su habitual gesto alegre y despreocupado. La situación la había sobrepasado de una manera que, en aquellos momentos, le hacía inimaginable el poder volver a sonreír con normalidad nunca más.

Muchas gracias, Takeshi.

Ten mucho cuidado en el norte —respondió el ave, antes de desaparecer en una nube de humo.

Ayame respiró hondo por la nariz y, siguiendo los mismos pasos que Yokuna, se descolgó del vagón y se coló en su interior por la ventana. Lo que vio la dejó sin palabras. Y, durante un breve instante, no pudo evitar sentirse asustada y abrumada a partes iguales. Decenas y decenas de shinobi de Amegakure estaban allí reunidos. Todos ellos con gestos sombríos. Todos ellos se sorprendieron de igual manera al verla allí. Sentía sus ojos clavados en ella, mirándola, pidiendo explicaciones. Pero Yokuna salió al paso para defenderla, para calmar la tempestad que rugía.

¡Aotsuki! ¡No se preocupe! —exclamó de forma entusiasta una kunoichi que se encontraba cerca de ella y que le sacaba más de un par de cabezas de altura. Casi parecía una torre—. ¡Usted es la mano derecha de la Arashikage!

«La Mano Derecha...» Repitió Ayame en su cabeza, mordiéndose el labio. ¿Y de qué le había servido un título así? ¡Seguía siendo una chiquilla que había sido incapaz de proteger a su Tormenta!

¡Y nosotros los más fieles shinobis y kunoichis de toda la aldea! ¡Yui es nuestra Tormenta! ¡Jamás se dejará vencer! ¡Y tal y como ella haría, nosotros apretaremos bien los dientes y cargaremos hasta acabar con todos y rescatarla!

Un coro de vítores acompañaron a las palabras de la mujer, pero Ayame agachó la mirada en silencio, tratando de ocultar las lágrimas que se agolpaban en la comisura de sus ojos.

«Jamás se dejará vencer... Ojalá tengas razón... Ojalá...» Rogó. Pero, aunque quería tener una fe ciega en Amekoro Yui, su razón no le dejaba hacerlo. Ella misma se había enfrentado a Kuroyuki en más de una ocasión. Sabía el poder que tenía aquella mujer... Y Kurama.

En aquellos momentos, optimismo y esperanza era lo último que sentía.

Bueno... creo que inspiras bastante más en estos hombres y mujeres que alguien como yo —le dijo Yokuna—. Demasiado solitario. No estoy acostumbrado a trabajar en equipo, ya lo sabes. Como mano derecha de la Arashikage, eres la tercera kunoichi con más autoridad en Amegakure. Tú deberías liderar el asalto.

Y Ayame levantó la cabeza de golpe al escucharlo.

E... Espera, ¿qué? ¡Yokuna, yo no...! —balbuceaba, llena de ansiedad.

Pero seguía teniendo decenas y decenas de pares de ojos fijos en ella, expectantes, depositando toda su confianza en ella. Aquello la abrumaba, por supuesto que lo hacía. Era peor que colocarse en lo más alto de la Torre de la Arashikage el peor día de tormenta en Amegakure. No quería liderar, ¡ella no estaba preparada para eso! ¿Cómo iba a liderar alguien que no había dejado de meter la pata desde que había pisado aquel ferrocarril el día anterior? Ni siquiera tenía el Carisma de Yui, no tenía el talante de su padre ni la calma de su hermano. ¿Cómo iba ella a...? Tragó saliva. Y cerró los ojos durante unos instantes.

Porque, de todo aquel vagón, ella era la única que tenía la información sobre lo que estaba ocurriendo en Yukio. Debía ser ella quien se convirtiera en su faro. Y tenía que hacerlo, aunque no quisiera.

«Padre, dame tu don para el liderazgo...»

Escuchadme todos —habló, y aunque trató de imprimirle firmeza a su voz no pudo evitar un deje tembloroso—. No pretendo convertirme en vuestra líder, ni nada por el estilo... Pero la Tormenta nos necesita. Y no os voy a mentir: está en serio peligro, mucho más del que os podáis imaginar. Yukio ha caído, todos sus habitantes le han dado la espalda a Amegakure y ahora apoyan abiertamente a Kurama. Y la Tormenta está allí atrapada, luchando contra uno de sus Generales más poderosos y Amenokami sabe qué más. Tenemos que ir y rescatarla. Tenemos que traerla de vuelta sana y salva a casa. Pero, al mismo tiempo, tenemos que tener mucho cuidado si queremos volver con vida de ese pueblo...

Ayame respiró hondo varias veces, como si hubiese terminado de correr una maratón. Y entonces recordó algo, su primer fallo garrafal, y miró a su alrededor con cierta aprensión:

Y no se os ocurra aceptar nada de comida o bebida en este cacharro. En especial si es... limonada.
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#96
Sus manos, petrificadas. Sus ojos, inmóviles. El frío se le colaba por la nariz y le congelaba los pulmones. Los engranajes de su cerebro se movían despacio, como si tuviesen que rodar sobre la escarcha y el hielo que se había formado a su alrededor. Sus pupilas todavía absorbían la luz del exterior, si bien el hielo cambiaba su forma. Veía siluetas a su alrededor, una ligera muchedumbre. Oyó el granizo repiquetear contra ella. Su hermana malvada y suicida todavía podía dar guerra.

Solo necesitaba tiempo. Otros tres minutos, y desencadenaría una explosión tan mortal como la anterior. Pero tiempo era precisamente lo que no iban a darle.

Vio un par de figuras difusas acercársele. Se preguntó si una de ellas sería Kuroyuki. Se preguntó si todavía seguiría con vida. Mientras algo empezó a enrollarla, las tinieblas se convirtieron en su mundo. ¿Era aquel su final?

No mientras la lluvia siguiese bañando su país.

No mientras su corazón siguiese bombeando rayos de tormenta.

No mientras Amegakure no Sato siguiese en pie.
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#97
Las palabras de Ayame no eran, desde luego, tan efectivas como las de Yui, ni como las de Shanise. Pero desde luego, sí más que las de Yokuna. A pesar de su pintoresco aspecto, durante un momento pareció mezclarse entre el resto de hombres y mujeres, que clamaron en vítores. Ayame supo transmitir bien la historia de una Yui que luchaba contra viento y marea. Y a pesar de que todos sabían, en el fondo, que quizás llegasen demasiado tarde, Ayame prendió la llama de la esperanza.

Ha estado muy bien —le dijo Yokuna—. No te preocupes por lo de la limonada, Zetsuo ya nos advirtió de ello. Además, el tren está vacío. Lo despejamos en la estación. Aquí solo hay ninjas.

Y habían muchos ninjas, desde luego. Ayame estaba ante, quizás, un par de decenas de ellos.

Si Yui seguía con viva, sin duda la rescatarían.

...¿verdad?


· · ·


Aunque la llama de la esperanza se había encendido, era frágil y tenue. Ayame podía verlo en los rostros de aquellos que hace rato la vitoreaban y le daban palmaditas en la espalda y abrazos efusivos. Todos estaban sentados, cabizbajos. Algunos jugaban con los dedos, nerviosos. La kunoichi corpulenta de antes daba vueltas en un extremo del vagón, paseándose adyacente a la puerta que la separaba del siguiente.

Y mientras sus esperanzas se hacían cada vez más pequeñas, Yukio, en el horizonte, se hacía cada vez más grande.

Ayame —dijo Yokuna, a su lado, de pronto—. ¿Cual es el plan? —Señaló a la ciudad—. ¿Qué narices...?

Allí, en el centro de Yukio, varias casas habían caído y había varias columnas de humo, como si hubiese habido un incendio. Desde allí no podían verse señales de actividad.

¡Es Yui, seguro! ¡Está luchando! —dijo uno de los hombres.

No —cortó otro, con una mueca de dolor—. Esos son los signos de una lucha que acabó hace tiempo.

No sabemos qué nos vamos a encontrar, Ayame, y puede que esperen refuerzos de Amegakure. Estamos a merced de una emboscada, así que pensemos bien cómo vamos a actuar.
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#98
Las palabras calaron en las decenas de shinobi que la escuchaban. Quizás no de la manera que lo habrían hecho las palabras de Yui o de Shanise, o incluso de su padre, pero en aquellos instantes parecía que Ayame se había convertido en una suerte de bote salvavidas para todos aquellos shinobi y kunoichi. Y la presión resultaba asfixiante.

Ha estado muy bien —la felicitó Yokuna, entre los gritos y vítores de sus compatriotas—. No te preocupes por lo de la limonada, Zetsuo ya nos advirtió de ello. Además, el tren está vacío. Lo despejamos en la estación. Aquí solo hay ninjas.

Ayame suspiró, aliviada. Con tantos aliados, deberían poder ayudar a Amekoro Yui sin demasiados problemas... ¿No?

«Aguanta, por favor. Ya vamos, Tormenta...» Rogó para sus adentros, entrelazando las manos sobre el pecho.

El tiempo pasaba interminable en aquel vagón de metal. Y después de la explosión de efusividad venía la tensa preocupación. Ayame pudo verlo mientras se paseaba arriba y abajo, sin dejar de darle vueltas a la cabeza. La inmensa mayoría de los shinobi que se encontraban allí estaban ahora sentados y cabizbajos, y algunos jugaban con los dedos en un intento de disipar su nerviosismo. Al fondo, en el extremo final del vagón, la misma mujer corpulenta que la había interpelado anteriormente ahora daba vueltas como un león enjaulado.

Y Yukio cada vez estaba más cerca.

Ayame —la llamó Yokuna, de pronto a su lado—. ¿Cual es el plan? —preguntó, señalando a la ciudad, pero antes de que Ayame pudiera decir nada su atención se desvió inevitablemente hacia el pueblo—. ¿Qué narices...?

Y es que, allí a lo lejos, varias columnas de humo se alzaban desde diferentes puntos de Yukio. Desde su posición pudieron ver que varias casas habían caído como si hubiesen sido aplastadas por un gigante. Ayame palideció al verlo.

¡Es Yui, seguro! ¡Está luchando! —gritó alguien.

Pero la ausencia de actividad en Yukio sólo evidenciaba una dolorosa verdad.

No. Esos son los signos de una lucha que acabó hace tiempo.

No sabemos qué nos vamos a encontrar, Ayame —intervino Yokuna—, y puede que esperen refuerzos de Amegakure. Estamos a merced de una emboscada, así que pensemos bien cómo vamos a actuar.

Yo... —balbuceó la kunoichi, abrumada y mareada a partes iguales.

Se dejó caer sobre uno de los asientos vacíos y se llevó las manos a la cabeza. No quería seguir mirando a Yukio, pero sus ojos se veían inevitablemente atraídos hacia el pueblo como si de un poderoso imán se tratase. Ella había estado allí hacía varias largas horas. Para cuando se había desaparecido con su padre y su hermano estaban en el interior de una prisión, ¿qué había pasado para que todo estallara de esa manera? ¿Y dónde estaba Yui? Una parte de ella quería creer que podía haber escapado sana y salva de aquel pueblo nevado, pero Ayame la conocía demasiado bien. Conocía el arrojo de la Tormenta, y le costaba mucho imaginársela escapando a hurtadillas sin dar la cara. Intentaba no dejarse llevar por el pánico, pero en aquellos instantes de le hacía una tarea imposible.

No sabemos lo que vamos a encontrarnos allí... —dijo, con voz apagada, repitiendo las palabras de Yokuna—. No sabemos qué ha pasado con Yui, y es muy probable que Kuroyuki siga por allí... Además, somos demasiados, llamaríamos demasiado la atención si entramos en tropel a Yukio. Quizás... quizás deberíamos hacer un reconocimiento aéreo antes de llegar. Los halcones deberían pasar más o menos desapercibidos, ¿no?
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#99
Yokuna dejó escapar un largo suspiro. Negó con la cabeza.

Los halcones sí —dijo—, pero el tren no. Si no nos han visto ya, será por la tormenta de nieve. No sólo nos verán, nos oirán, también.

Aún estamos a tiempo de frenar el tren —sugirió otra kunoichi—. Si nos quedamos a esta distancia, podríais enviar a los halcones sin problema. ¿Podrán resistir el frío?

Yokuna se acarició la barbilla, pensativo.

Echad los frenos —asintió—. Buena idea, Ayame. Pero tendremos que ser discretos.
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Los halcones sí, pero el tren no —respondió Yokuna, lanzando un largo y profundo suspiro al tiempo que negaba con la cabeza—. Si no nos han visto ya, será por la tormenta de nieve. No sólo nos verán, nos oirán, también.

Aún estamos a tiempo de frenar el tren —sugirió otra kunoichi que estaba cerca—. Si nos quedamos a esta distancia, podríais enviar a los halcones sin problema. ¿Podrán resistir el frío?

Ayame asintió.

No puedo volver a invocar a Takeshi, así que tendremos que conformarnos con uno de mis halcones más... pequeños. Pero no se lo digáis a la cara, se puede enfadar... —añadió, permitiéndose el lujo de soltar una risilla nerviosa—. Por el frío, no os preocupéis. Vive en lo más alto de la montaña de Sora-Su, así que está acostumbrado a la nieve y al frío.

Yokuna se acariciaba la barbilla, pensativo.

Echad los frenos —asintió, finalmente—. Buena idea, Ayame. Pero tendremos que ser discretos.

Nadie verá a Setsuhane —le aseguró, comenzando a entrelazar las manos tras haberse mordido el dedo pulgar—. Discreción es su segundo nombre.

Con una última palmada en el suelo y una pequeña nube de humo, una estela blanca surgió como una saeta de ella y se posó sobre una de las estanterías más altas del vagón, las destinadas a guardar el equipaje. Era un halcón algo más grande de lo habitual, de plumaje blanco como la nieve y moteado de negro en el lomo y las alas. El ave hinchó el pecho con orgullo, observándolos con sus ojos oscuros.

Espero que me hayas llamado por algo digno de mi talla, hmph —graznó, hosco.

Por favor, Setsuhane. Necesitamos tu ayuda —le suplicó Ayame, tendiéndole algo al ave, que lo tomó con una de sus garras. Se trataba de un comunicador—. Tienes que entrar en Yukio sin que nadie te vea, e informarnos de lo que está pasando allí. Yo estaré escuchando —agregó, señalándose su propio oído izquierdo.

Hmph... Seré como una pluma entre la nieve. Te cobraré un extra por la misión de sigilo.

¡Está bien! ¡Está bien! ¡Hazlo y ya está!
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—Habitación de Ayame: Link

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Yokuna se cruzó de brazos, con una sonrisilla. Creía conocer a aquél halcón. Quizás lo hubiese invocado, hacía mucho tiempo. Le sonaba de algo su descaro, pero lo cierto es que no recordaba siquiera su nombre, hasta que Ayame lo recordó.

Si no te importa, Ayame, un único ave llamará menos la atención. Además, será mejor que ahorremos todas las fuerzas que podamos. —Estuvo a punto de preguntarle a Setsuhane si necesitaba la ayuda, pero viendo la actitud que tenía, se lo pensó dos veces—. Te esperaremos —dijo, quedamente, y se dio la vuelta. Abrió la ventana.


· · ·


Era difícil ver bajo aquella tormenta de nieve, incluso para los ojos de un halcón. Pero estaba meridianamente claro lo que estaba sucediendo allí. Como sospechaban los ninjas, les estaban esperando. Pero no estaba claro que aquello pareciese una emboscada.

En la estación habían apostados cuatro shinobi, patrullando de lado a lado. El resto de la ciudad estaba casi completamente vacía, si por vacía entendemos que no había signos de vida. Más bien parecía un auténtico campamento militar, lleno de ninjas. Lo más curioso era el extraño cráter, en un extremo de Yukio. Allí había más ninjas: Setsuhane contó hasta veinte, rodeando el cráter. Y en el centro había una elevación hecha de un extraño material cristalino de color negro. Era una especie de escenario. Quien estaba allí arriba quería, sin duda, que se le viera bien.

Setsuhane afinó la vista.

Había un hombre, alto, espigado y pelirrojo, con una larga, larga melena lisa. Parecía impaciente, paseando de un lado a otro de la plataforma. Sujetaba una larga katana en la mano. En una sobria silla de madera, había una persona, una mujer de cabello negro. Amordazada y atada a la parte de atrás por las muñecas con unas esposas metálicas. Las piernas estaban atadas con cuerdas.

El hombre agitó la espada, impaciente, y acarició con la parte roma el cuello de la mujer.

Algo le revolvió las tripas. El instinto, quizás.

Le decía que se largase de allí ahora mismo.


· · ·


Ayame también sintió algo.

Está aquí, señorita.
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Setsuhane alzó el vuelo y remontó la tormenta. Su cuerpo se difuminó rápidamente entre las nubes blanquecinas y los copos de nieve mientras recortaba la distancia que le separaba del pueblo de Yukio. Allí tuvo que aminorar la velocidad y entrecerró los ojos. El pueblo se había convertido en un destacamento militar, con shinobi por todas partes. Sin embargo, lo que le llamó más la atención fue aquel cráter, sobre el que se había levantado una especie de plataforma cristalina de color azabache. El halcón comenzó a volar en círculos sobre él, con las alas completamente extendidas. Fue allí donde le vio, de pie sobre la tarima, destacando sobre el resto de shinobi que se encontraban allí a modo de público, junto a una silla donde reposaba Amekoro Yui, esposada y amordazada.

Y entonces sintió que un desagradable escalofrío le recorría de arriba a abajo, poniéndole las plumas de punta. Y no era por el frío. El instinto le gritaba a voces que se largara de allí volando, pero Setsuhane tenía una misión que cumplir. Y él nunca fallaba un cometido.

Esto no me gusta... No me gusta nada, Ayame.

Al otro lado, Ayame escuchaba llena de ansiedad. Y a medida que las descripciones de Setsuhane llegaban hasta sus oídos, su rostro iba palideciendo cada vez más. Al final, se vio obligada a sentarse en una de las butacas del vagón, temblando incontrolablemente.

Yukio... Yukio está tomada. Hay ninjas por todas partes —Comenzó a relatar, sintiendo la garganta tan seca como si no hubiese bebido nada de agua durante las últimas semanas—. Hay un cráter en un extremo del pueblo. Y sobre él han levantado una especie de tarima, o escenario, o algo así. Con unos veinte ninjas a su alrededor. Y sobre ella... sobre ella... —Ayame se llevó una mano a los ojos, respirando entrecortadamente—. Sobre ella está Amekoro Yui, atada a una silla y amordazada...

Pero eso no era lo peor. Lo peor estaba sobre aquella tarima, acompañando a su anterior Arashikage.

«Está aquí, señorita.»

«Lo sé...»

Junto a ella hay un hombre. Con una katana. Parece estar esperándonos... Es... Es...

»Es Kurama.

La sentencia cayó como un jarro de agua helada. Ayame tragó grueso, pero era como si tuviera un erizo atascado en la garganta. Estaban entre la espada y la pared. No había manera de entrar en Yukio sin ser detectados, y Kurama ejecutaría a Yui al menor indicio de revuelo. ¿Qué debía hacer en una situación así? Entrelazó las manos con fuerza, con tanta fuerza que sus dedos crearon surcos blancos en sus dorsos. Se le llenaron los ojos de lágrimas, porque cualquier solución que se le pudiera ocurrir, pasaba siempre por el mismo lugar.

Enterró la cara entre las manos, resollando, resoplando. Sentía que le iba a estallar la cabeza. Sentía que sus entrañas ardían como un volcán.

En ausencia de la Tormenta y de la Arashikage, ella era la autoridad allí. Tenía el deber de protegerlos a todos. A todos los que se encontraban en el ferrocarril. A todos los que seguían en Amegakure. A Yui. A su familia. A Daruu. A Kiroe. A todos.

Y para ello...

Voy a entregarme.
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—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Los hombres y mujeres de Yui escuchaban atentamente a Ayame, y sus rostros reflejaban el mismo terror que sentía la muchacha. Cuando acabó y declaró sus intenciones, la mujer corpulenta de antes se le acercó y la agarró por los hombros, levantando sus pies del suelo.

¡No! ¡No, no, no, no! ¡No puedes hacer eso, Aotsuki! ¡Tú eres parte del futuro de Amegakure! —exclamó—. Y probablemente uno de los objetivos del enemigo. ¡Es obvio que espera refuerzos de Ame, pero no te espera específicamente a ti! ¡Deja que nos ocupemos nosotros!

Deja que me ocupe yo —asintió Yokuna—. Probablemente quiera usar a Yui como chantaje. Negociar. Tú debes volver a Amegakure. Al lado de Shanise. Es el lugar donde perteneces.

Negociar... —comenzó otro de los hombres—. ¿Creéis que Yui querría que hiciésemos alguna concesión? Conociéndola, preferiría morir... Honestamente, compañeros... no creo que ese zorro piense jugar limpio. Yui...

La mujer que agarraba a Ayame la sacudió como una lavadora en pleno centrifugado.

¡No sabemos lo que va a pasar todavía! ¡Pero por eso mismo! ¡Yui puede morir, pero la Tormenta seguirá viva! ¡Shanise tomará el puesto, y entonces tú, tú...!

Yuka. Suéltala ya.

Yuka bajó los brazos poco a poco y depositó a Ayame en el suelo. Sollozó.

Ayame... para muchos de nosotros eres una heroína. Yui se quedó luchando y os dejó marchar, ¿no? ¿Crees que Yui querría que te entregases?

¡No aguanto más! —espetó otra kunoichi, levantándose. Hizo un aspaviento con el brazo, señalando a la puerta del vagón—. ¡Pienso pelear con uñas y dientes para sacar a Yui viva de ahí y patearle el culo a ese zorro! ¡Es lo que ella querría!

Hubieron algunos gritos de guerra de aprobación, pero también cuchicheos y ruminaciones preocupadas.

¡No! ¡Sería una locura! ¡Y Yui moriría al primer movimiento!

¿Qué es lo que querría ella? —insistió la kunoichi, enfadada, dando un paso hacia Yokuna.

Todo está perdido. Esto va a acabar en una guerra, de una manera u otra. Sed realistas —añadió una voz más, apagada. Un hombre escuchimizado, que en una esquina, se rascaba la cabeza, nervioso—. Aotsuki Zetsuo pidió refuerzos para un rescate casi imposible. Intentaron rescatarla, pero ella decidió quedarse, ¿no? Y ahora está sola. Y estamos yendo hacia una trampa. No podemos ganar. Solo podemos perder.

El hombre levantó la mirada.

»Deberíamos dar la vuelta, volver a Amegakure y comenzar a organizar un ejército. Yui ya ha sellado su destino. Pensemos en el futu...

Yuka se acercó y le agarró por el cuello, levantándolo. El hombre agarró su brazo, intentando escapar de la presa.

¡CÓMO TE ATREVES, GUSANO COBARDE...!

¡Eh! ¡Déjalo en paz!

¡Echémoslo del tren!

¡Eh, eh, por favor, un poco de calma, un poco de cal...!

Alguien empujó a Yokuna. El vagón se convirtió en caos, más parecido a una pelea de bar que a un escuadrón de shinobi y kunoichi. Habían llantos y gritos de rabia. Sollozos de dolor. Llamadas a la calma.

Desesperación. Almas rotas.
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Tal y como se esperaba, una caótica tempestad sucedió a las últimas palabras de Ayame. Su sentencia.

¡No! ¡No, no, no, no! ¡No puedes hacer eso, Aotsuki! —rugió la mujer corpulenta, agarrándola por los hombros con tanta fuerza que levantó sus pies del suelo—. ¡Tú eres parte del futuro de Amegakure! Y probablemente uno de los objetivos del enemigo. ¡Es obvio que espera refuerzos de Ame, pero no te espera específicamente a ti! ¡Deja que nos ocupemos nosotros!

«Pero Amekoro Yui ES Amegakure. No puedo...» Ayame se mordió el labio inferior, intentando contener unas lágrimas que se le escapaban como si de una olla a presión se tratase.

Deja que me ocupe yo —intervino Yokuna—. Probablemente quiera usar a Yui como chantaje. Negociar. Tú debes volver a Amegakure. Al lado de Shanise. Es el lugar donde perteneces.

«Te mataría. Y después mataría a Yui. Tú también perteneces a Amegakure, Cazador...»

Negociar... —comenzó otro de los hombres, como si le hubiese leído el pensamiento—. ¿Creéis que Yui querría que hiciésemos alguna concesión? Conociéndola, preferiría morir... Honestamente, compañeros... no creo que ese zorro piense jugar limpio. Yui...

Ayame se vio sobresaltada cuando la mujer que la sostenía la zarandeó violentamente.

¡No sabemos lo que va a pasar todavía! ¡Pero por eso mismo! ¡Yui puede morir, pero la Tormenta seguirá viva! ¡Shanise tomará el puesto, y entonces tú, tú...!

«¿Yo qué?»

Yuka. Suéltala ya.

La mujer la depositó en el suelo con cuidado, sollozando.

Ayame... para muchos de nosotros eres una heroína. Yui se quedó luchando y os dejó marchar, ¿no? ¿Crees que Yui querría que te entregases?

Ella ni siquiera tuvo tiempo de responder. El caos estalló con más violencia, y el vagón del ferrocarril se convirtió en una olla a presión. Unos querían luchar con uñas y dientes, lanzarse a un suicidio colectivo que sólo conseguiría que les matasen a ellos y a la Tormenta, otros (como Yokuna), trataban de imponer calma, siendo engullidos por la turba enfurecida en el proceso; otros, quizás más sensatos, optaban por volver a Amegakure y preparar allí un ejército, pero eran rápidamente acallados e incluso se llegó a sugerir la posibilidad de arrojar fuera del tren a los cobardes. Fuera como fuese, nadie se ponía de acuerdo en aquel enjambre, y Ayame era la única que guardaba silencio, con la cabeza agachada y el gesto sombrío. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Y al final, no pudo soportar aquel escándalo por más tiempo. Nadie le prestaba ya atención, y sus manos, lentas y temblorosas, se entrelazaron lentamente en el sello del Tigre. Una infinidad de plumas comenzó a inundar el aire del vagón, cayendo lentamente desde el techo en un suave y lento vaivén hipnótico.

No soy ninguna heroína... —pronunció, con un hilo de voz, mientras su técnica iba sumergiendo a sus compañeros de armas en un profundo sueño del que no habrían de salir en un buen tiempo—. Pero no voy a dejar que muráis por mi culpa. Lo siento.

Durante un momento, les envidió. Envidió que pudieran hacer a un lado todas sus preocupaciones y dormir de aquella manera tan relajada. Pero ella no podía permitirse eso. Por eso, Ayame dejó una de sus marcas de sangre bajo uno de los asientos. Ni siquiera sabría si tendría oportunidad de escapar, pero siempre era conveniente tener al menos una marca, sólo por si acaso. Después, abrió la ventana que le quedaba más cerca, se encaramó a ella, y saltó del vehículo. Sus pies se enterraron en la nieve al aterrizar, pero ella no pareció notar el frío. Tenía los ojos llorosos clavados en el horizonte y sus pies comenzaron a andar hacia Yukio.

Allí, a lo lejos, una sombra alada se acercaba a toda velocidad a su posición. Era Setsuhane, que dejó caer el trasmisor de vuelta en las manos de Ayame y se colocó junto a ella, revoloteando.

¿Qué estás haciendo? ¡No sabes lo que te espera ahí delante!

Setsuhane... Por favor... Vuelve a Amegakure y avisa a Shanise de lo que está sucediendo aquí.

¡Pero, Ayame!

¡Haz lo que te digo! —bramó ella, espantando al ave con un aspaviento de su mano. Había sonado bastante más brusca de lo que había tenido intención. Pero no había podido evitarlo.

«¡Señorita, DETÉNGASE! ¡Ya no es sólo Kuroyuki o los ninjas del Copo de Nieve! ¡Estamos hablando de Kurama! ¡El mismo Kurama que quiso sellar a mi hermano! ¡El mismo que lo asesinó! ¡El mismo que creó a esas monstruosidades llamadas Gebijū! ¡No tendrá ningún tipo de piedad con usted!»

Pero, con la tormenta de nieve mordiéndole la piel e igual de sola que cuando había abandonado su aldea natal, Ayame se dirigió entre lágrimas hacia su guillotina, haciendo oídos sordos a las exclamaciones y advertencias de Kokuō.

Ninguno de los shinobi del tren se hacía una idea del poder que albergaba Kurama, de la destrucción que podría llevar a cabo si se lo proponía. Enviarlos a luchar, como ellos querían, sólo resultaría en una carnicería sin ningún tipo de resultado. Enviar a alguien a negociar resultaría en lo mismo: Kurama sólo quería ver la caída de Amegakure y parecía estar dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de evitarlo. Y, sobre lo de volver a la aldea y advertir a los demás allí... ¿Cómo podría mirar a la cara a Shanise después de abandonar a Yui por segunda vez en el mismo día? Había sido culpa suya: culpa de haber caído en una trampa tan estúpida como la de la limonada drogada, culpa suya al dudar de matar a uno de sus atacantes y que la Tormenta resultara herida, culpa suya por no darse cuenta de que se había soltado de su brazo, abandonándola a su suerte en aquel lugar congelado...

Todo era culpa suya, y sólo ella debía solucionarlo.

Lo siento, Kokuō. Pero es la única alternativa.

«¡¡DEJE DE ECHARSE LA CULPA POR TODO LO QUE SUCEDE EN EL MUNDO!!» Bramó el Gobi en su mente.

Pero ella le hizo oídos sordos. Ayame se enjugó las lágrimas para evitar que se le congelaran en la comisura de los párpados, pero nada pudo hacer por el terrible nudo que sentía en el pecho. Estaba sola. ¿Y qué haría una vez llegara allí? Ni siquiera ella lo sabía.

Probablemente... Probablemente muriera igual de sola...




¤ Nehan Shōja no Jutsu
¤ Técnica del Templo de Nirvana
- Tipo: Apoyo (Genjutsu ambiental)
- Rango: A
- Requisitos: Genjutsu 90
- Gastos: 75 CK (impide regeneración de chakra)
- Daños: -
- Efectos adicionales: Duerme a uno o más objetivos durante Inteligencia/10 turnos o 2 horas (ver descripción).
- Sellos: Tigre
- Velocidad: Lenta (caída de plumas), Instantánea (efecto)
- Alcance y dimensiones: 10 metros a la redonda
Poderoso genjutsu que actúa en área, afectando a cualquier persona que se encuentre dentro de ella. Los objetivos afectados quedarán sumidos en la misma ilusión, en la que verán una lluvia de plumas blancas cayendo lenta y suavemente desde el cielo. Cualquier persona que vea estas plumas caer experimentará un extremo estado de hipnosis en forma de paz, tranquilidad y liberación de cualquier tipo de sufrimiento, y terminará cayendo en un profundo sueño. No importa lo mucho que alguien intente resistirse al hechizo hipnótico, el deseo de dormir es instintivo y no se puede hacer nada frente a él.

Dado que se trata de una ilusión, no se puede despertar a un usuario afectado por la técnica por medios convencionales, ni siquiera despertará aunque se esté desarrollando un combate a su alrededor. El Genjutsu sólo se podrá disipar mediante el uso del Genjutsu: Kai durante la caída de las plumas, ya sea aplicándolo en otra persona o en uno mismo si se da cuenta de la ilusión antes de que tenga efecto sobre él.

El afectado dormirá durante Inteligencia/10 turnos en las tramas donde se aplican turnos o como máximo durante 2 horas si, por una razón u otra, no se pueden aplicar turnos (final de trama o similares).
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Y así, Aotsuki Ayame echó a caminar, a través de la helada tormenta de nieve, siendo consciente de que probablemente no habría vuelta atrás. Quizás en su trayecto pensase en todo lo que podría no volver a ver: a sus compañeros, allá en el tren. A su familia, allá en Amegakure. A Shanise, allá en su despacho. A Daruu. A Kaido. Incluso a Datsue, con quien ahora mantenía una fraternal amistad.

Pero estaba tan determinada que era capaz de desoír a la voz de su compañera, Kokuo, y en este caso, por desgracia, también a la voz de su propio cuerpo, que le decía: tengo frío. A la estación de Yukio llegó una escuchimizada figura envuelta en una capa de viaje empapada e insuficiente. Dos ninjas del copo de nieve la vieron desde lejos y cuchichearon entre ellos al reconocerla.

Ambos sacaron sendos kunai y se quedaron en guardia, quizás extrañados de que una enemiga que había huído volviese por su propio pie en paralelo a la vía.

¡Eh, tú! ¡Aotsuki! —dijo uno de ellos—. ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure. ¿Vienes tú sola? —quiso saber—. ¡Las manos donde pueda verlas! —Se dio la vuelta hacia uno de los dos compañeros que vigilaban agazapados desde un tejadillo y le gritó—: Yōichi, avisa al Emperador. Dile que Aotsuki Ayame está aquí.
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