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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
¿Al Mudo? Daigo entendía, y tenía sentido que en lugar de comerse a uno de los suyos, lo hicieran con alguien más. También entendía que lo necesitaban, aunque no les gustase. No tenían de otra si es que querían sobrevivir.

Aún así. Él no lo haría. Simplemente no podía, pero tenía que ayudarlos.

— Sí. Puede que tenga algo, pero necesito información—. —Dijo, en voz baja—. Necesito saber qué tan peligroso es todo el mundo en comparación a la Hambrienta. Sé que a ella podría reducirla con facilidad, pero no sé nada del resto.

Mientras hablaba, Daigo empezó a desatarse su cinturón de cadenas, que realmente sólo cumplía el trabajo de arma oculta en lugar del de cinturón, para vendarse con él los puños.
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¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!

Team pescado.


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#77
Al niño se le escaparon unas risitas, como si la pregunta de Daigo le resultase muy graciosa.

La Faraonesa y la Ciega no son de meterse en muchos líos, y cuando lo hacen, no deberían suponer un problema para alguien como tú. Eso sí, lucharán con uñas y dientes.

Allí todo el mundo lo hacía, o haría tiempo que no serían más que carne para ellos.

Mordiscos, ya lo viste. Es un bruto que sabe usar muy bien sus dientes. No te confíes, le he visto arrancar la yugular a un hombre de un solo mordisco

»Ya has visto cómo se las gasta la Estranguladora. Nunca ataca de frente, pero como consiga tumbarte al suelo es como una boa constrictora.

»La Coleccionista empuña cráneos en las manos. Es fuerte, y tiene mil armas entre sus ropajes de huesos y objetos que ha ido coleccionando de sus víctimas aquí. No te fíes ni un pelo.

»Chillidos… Con Chillidos es mejor no meterse. Nos unimos una vez, dos grupos contra él… Y como ves, sigue ahí. Cuenta con dos huesos bien afilados y aún sin ellos… es una mole casi indestructible. La Hambrienta dijo una vez que era un General del Ejército del Viento, un hombre de máxima confianza de Hokori Kishin. Quizá fue apresado por Nathifa en alguna escaramuza. No lo sé. Pero cuando él se acerca... el resto se aparta.
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#78
Daigo asintió. Ahora que ya tenía algo de información de todo el mundo, confiaba en que podría encargarse de dos de ellos, quizás de tres ahora que tenía sus armas, pero no estaba segura. Además, tanto la Estranguladora como Chillidos le daban miedo. Más la primera que el segundo, pues un ataque sorpresa podría ser peligroso.

Al terminar de atar sus cadenas, el boxeador parecía haber tomado su decisión.

— Yo puedo hacerte de guardaespaldas. —Le dijo a la Matasanos, todavía en voz baja—. Puede que no pueda caminar mucho, pero si quieren hacer algo tendrán que llegar hasta nosotros, así que no importa.

Y si venían todos a por ellos, las cadenas le permitiría mantenerlos a raya.

— ¿Podrías proteger a la Llorona y a Tres Dientes? —Le preguntó a Risitas, antes de girarse a la Matasanos—. Si algo sale mal y vienen a por ellos, tú podrías venir a protegerlos mucho antes que yo.
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#79
La Matasanos asintió, casi con solemnidad, cuando Sin Piernas aseguró su seguridad. El hecho de que acabase de desenroscar jodidas cadenas de su cintura daban todavía más peso a unas palabras que se sentían… francas. Las de alguien que respaldaba sus palabras con hechos.

Risitas, ante su pregunta, se encogió de hombros, no muy seguro de cómo responderle.

Solo soy un niño —dijo, y entonces se rio. Una risa que despertaba incomodidad. Una risa que creaba preguntas del tipo: ¿qué demonios habría hecho un niño de su edad para estar allí? Fuese como fuese, el chiquillo no parecía asustado por tener que quedarse con la Llorona
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#80
Daigo suspiró. Parecía que todo estaba decidido. Ahora solo les quedaba actuar y rezar porque Risitas realmente estuviese bien. Había visto a la Estranguladora asustarse de él, y el hecho de que fuese un niño era... curioso. Probablemente se tratase de alguna especie de genio demasiado hábil, pero aún así, Daigo estaba muy preocupado.

— Bien. Hagámoslo. —Terminó por decir, antes de asentirle al grupo y caminar hasta su objetivo para proteger a la Matasanos.

«Pase lo que pase, esta vez los protegeré».
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#81
La Hambrienta abrió los ojos, indignada, cuando vio al Sin Piernas y su nueva aliada acercarse al cadáver del Mudo.

Ey. ¡Ey! ¡Ese es nuestro amigo! ¿¡Qué hacéis!? —La Matasanos empezó a cortarle un brazo al cadáver. Atravesó la carne con relativa facilidad, pero el hueso era otro cantar—. ¡Qué cojones! ¡Hija de puta! ¡ES NUESTRO!

¿Se están comiendo al Mudo? —preguntó la Ciega, con los ojos entrecerrados, tratando de enfocar al Sin Piernas. ¡Bastardos comearenas!

El grupo conformado por La Hambrienta, la Ciega, la Faraonesa y Mordiscos se acercaron a Daigo. Tanto la Estranguladora como la Coleccionista permanecieron atentas, tanto a ellos como al otro cadáver que había quedado algo descuidado.

Mordiscos tomó carrerilla y trató de placar a Daigo, embistiéndole como un toro embravecido(16PV).
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
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Grupo 5:
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#82
Daigo sintió conflicto con cada paso que daba. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero lo necesitaban para sobrevivir. Aunque él no fuese a probar bocado, y no lo iba a ser, su grupo lo necesitaba para sobrevivir.

Fue desenredando la cadena de su mano derecha según se acercaba.

Los gritos de la Matasanos le llegaban, vaya que sí. Cualquiera diría que después del engaño que había sufrido antes por su parte ya no escucharía tonterías como "¡es ni amigo!" Y cosas así, pero es que si no era su amigo, tenía que ser el amigo de alguien.

O el compañero de alguien, o el hermano, o el padre, o el amante, y ahora estaba muerto.

Aún así, Daigo no reaccionó al escuchar entonces los gritos de la Ciega, pero no fue fácil. Para ello tuvo que hacer como un Yotsuki que recubre su cuerpo de electricidad para pelear y recubrirse él de una densa capa de frialdad, especialmente alrededor de su corazón. La decisión estaba tomada y no iba a echarse atrás.

En cuanto mordiscos empezó a correr hacia él para placarlo, Daigo agitó la cadena de su mano derecha directamente hacia su tobillo derecho para atraparlo y tirar de él con fuerza, aprovechando que ya venía corriendo hacia adelante para hacerlo caer al suelo (10 PV).

Pero no sé quedó ahí, pues si lo hacía caer aprovecharía la inercia para traerlo hasta él y lanzarle dos puñetazos directos a la mandíbula con la zurda (24 PV cada uno). No buscaba matarlo, pero no parecía tener problemas en intentar desencajarle la mandíbula.

Levantó la mirada. Sabía que La Hambrienta debía seguir herida, pero no podía confiarse. El resto podía llegar en cualquier momento.
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#83
Todo sucedió en apenas unos segundos. Mordiscos fue el primero en atacar, como casi siempre pasaba, con el resto de su grupo atrás para darle apoyo. Pero no hubo tiempo a brindarle tal cosa. Solo a gritar, espantados. La mismísima Coleccionista retrocedió unos pasos al verlo. La mismísima Estranguladora abrió la boca, desencajada por la impresión.

Daigo fue inclemente. Implacable. Intratable. Como si fuese el mensajero preferido de Izanami, envió a la Diosa de la Muerte un nuevo obsequio en la misma noche. Cuando las cadenas tiraron del tobillo de Mordiscos, el hombretón cayó de espaldas contra el suelo y su nuca se estrelló contra la roca. Aturdido, se vio arrastrado por las cadenas y…

Y Daigo le envió a las profundidades del Yomi. Sus puños envueltos en cadenas golpearon sin piedad el rostro de Mordiscos. El primero acertó donde quería: en la mandíbula. El segundo, en un movimiento extraño por parte de la cabeza de su víctima, le alcanzo la mejilla. Le dio tal golpetazo que su nuca se estampó de nuevo contra la roca…

Dados 1d10 para Mordiscos: Pifia (1)

… rompiéndole el maldito cráneo.

El mundo a su alrededor quedó en shock. Por primera vez, los habitantes del Ojete de Ōnindo vieron al verdadero Daigo.

Dios santo… —La Matasanos quedó tan impresionada que se interrumpió con el brazo a medio cortar.

Qué cojones… ¿Mordiscos…?

Mordiscos estaba muerto. La Hambrienta y los suyos habían pasado de ser el grupo más numeroso y temido a perder a dos de sus mejores luchadores. Las reglas estaban a punto de cambiar. Los muertos seguían creciendo. Lo bueno de todo aquello era que…

Bueno… Ahora podemos compartir la comida… ¿eh? —dijo, un tanto nerviosa, la Faraonesa.
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#84
¡PAM! el primer puñetazo impactó directamente en la mandíbula de Mordiscos, que no tuvo la oportunidad de defenderse ni del primer, ni del segundo golpe que impactó directamente en su mejilla.

Todo sucedió de golpe, en un terrible accidente. La cabeza del hombre rebotó contra el suelo, partiéndose en el acto.

«¡No!». No llegó ni a decirlo. Tampoco pudo detener su puño. Fue demasiado rápido.

Daigo empezó a sentir náuseas y los oídos le empezaron a pitar, cosa que no hizo más que empeorar cuando vio la sangre correr en el suelo. Ni siquiera pudo escuchar la reacción de la Matasanos o de la Hambrienta, pues junto al pitido de sus oídos solo podía escuchar el sonido de los latidos de su propio corazón.

Se miró las manos. Esta era la primera vez en toda su vida que estaban manchadas de sangre y no era la suya. Las otras veces podía decirse a sí mismo que fue un accidente, daño colateral, un error de juicio, o cualquiera de esas estupideces que se decía a sí mismos para dormir por las noches. Esta vez era distinto, planeaba hacerle daño a ese hombre. Su intención era hacerle daño. Quizás no pensaba matarlo, pero era estúpido golpear a alguien repetidamente en la cabeza y esperar que estuviese bien al terminar.

No. Esta vez había sido él, completa e indudablemente había sido él. ¿Un mal golpe? Tonterías ¿Que no pudo controlar su fuerza? No. No quiso controlar su fuerza, que era distinto. Una y otra vez veía sus manos manchadas de sangre, como si no pudieran evitar buscarla. Quizás estaba en su naturaleza.

«Lo siento...» Se disculpó mentalmente. No podía decírselo en voz alta. Tenía que ser fuerte. Tenía que serlo.

Tenía que parecerlo.

— Sí... —Respondió Daigo, volviendo a enrollar su cadena poco a poco—. Podemos compartir.

Esperaría entonces a que la Matasanos acabase su trabajo antes de ir a sentarse con el resto si nadie lo molestaba. No pretendía comer nada, eso lo había decidido desde el principio. Tampoco quería hablar.

«Se suponía que iba a pagar por mis crímenes...» Se decía. «Se suponía que Tomizawa-san iba a ser el último...»
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#85
Nadie le molestó. Nadie se atrevió a molestarle.

El Ojete de Ōnindo iba a vivir un cambio de reinado. El grupo que tenía el bastón del poder, comandado por la Hambrienta, había sufrido demasiadas pérdidas como para mantenerlo. Quizá tratasen de aparentar por un tiempo que seguía en su posesión, pero estaba claro que la Matasanos y los suyos tenían los números. Los números… y al Sin Piernas.

Por el momento, sin embargo, no hubo trifulcas. Por primera vez en mucho tiempo, había comida en abundancia para todos. Tres Dientes fue tirado al vacío, por el agujero que conducía a sabe los Dioses dónde, y aún así quedaban cuerpos de sobra.

La Coleccionista se quedó con la lengua del Mudo y la mandíbula de Mordiscos para su colección. La Estranguladora consiguió hacerse con un brazo para sus reservas de comida. El frío llegó. La Llorona, que antes siempre dormía junto a Tres Dientes para darse calor, se acurrucó junto a Daigo.

En un momento dado, Chillidos despertó encolerizado, rugiendo y chillando mientras se agarraba la cabeza y se tambaleaba de un lado a otro, como si le doliese mucho. La Llorona se abrazó con más fuerza a Daigo. Pero el momento pasó. La calma volvió. Chillidos se hizo con una buena parte del cuerpo de Mordiscos —nadie se atrevió a ofrecerle resistencia cuando se lo arrebató al grupo de la Hambrienta— y el tiempo pasó.

Horas. Hasta que se oyó el cerrojo de una puerta abrirse allá en lo alto.

¿Cómo vais, cerdos? —En lo alto del muro, un hombre de cabellos pelirrojos y barba arreglada apareció sosteniendo una antorcha—. ¡Oink, oink! ¡Vamos, no os escucho!

El guardia pareció querer escudriñarles. Pero el fuego no llegaba a iluminarles bien. Había demasiada distancia, y sus ojos no estaban acostumbrados a la oscuridad. No como ellos lo estaban.

¿Es impresión mía, o sois menos? —rio—. Vamos, vamos. Acercaos. Es hora de daros de beber.

A Daigo le habían avisado. Era un momento muy peligroso, aquel. Todos los grupos se juntaban bastante. El agua era el bien más preciado allí, y a veces, en la cercanía y el descuido, caían cuchilladas entre ellos.

Todos se pegaron a la pared. Algunos con la boca abierta. Otros con alguna cuenca improvisada.

Ah, se me había olvidado —dijo la Matasanos a Daigo—. A veces…

Se oyó una cremallera bajando.

Un chorro cayó sobre ellos. Cálido, agrio.

Les estaban meando encima.

¡Sucio bastardo!

¡¿Cómo osas hacerle eso a tu Faraonesa?! ¡Pagarás cara tu osadía!

Los insultos salieron disparados en un fuego a discreción. El guardia no paraba de descojonarse.

Oh, sí. ¡Qué a gusto me he quedado! Bebed, bebed, cerdos. ¡Mi meado es más de lo que os merecéis! —Todavía entre risas, el hombre desapareció de su vista. Se oyó una puerta metálica moverse, y luego un cerrojo.
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#86
Nadie se atrevió a molestarlo.

Entonces Daigo se dio cuenta de lo que había conseguido. Le temían. Ahora le temían aunque él nunca lo había buscado. Joder. ¿En qué se había convertido? No quería ni pensar en ello y le daba miedo pensar en lo que pudiera pasar si el grupo de la Hambrienta tomaba represalias. No por lo que su grupo pudiera hacer, sino por lo que él pudiese llegar a hacer si eso sucedía. Por suerte, no hubieron más problemas por el momento y pudieron descansar.

Al rodear a la Llorona con su brazo para darle calor y protegerla, Daigo empezó a sentirse un poco mejor, pues pudo recordarse a sí mismo entonces que todavía había gente a la que proteger allí dentro y que hacía esto por ellos, aunque acababa de conocerlos.

Finalmente se quedó dormido durante unas horas, hasta que chillidos lo despertó gritando y abrazó a la Llorona un poco más fuerte para calmarla. Luego volvió a dormirse hasta que finalmente llegó la hora.

Pudo escuchar al guardia avisar de su llegada mientras se burlaba de ellos. Ya le habían explicado lo tenso que iba a ser este momento, pues todos querrían agua y fácilmente podría ocurrir una pelea.

Daigo, por su parte, se quedó un paso por detrás de todo el mundo mientras se quitaba el chaleco para atrapar el agua. No pretendía beber nada aquel día. Se encontraba bien y el resto realmente lo necesitaba. No sería justo malgastar recursos en él todavía.

Escuchó una cremallera bajarse.

«¡Hijo de puta!»

Sin pensarlo, abrió su chaleco justo encima de la Llorona para atrapar toda la lluvia dorada que podría caer sobre ella, agachando la cabeza para intentar que no le cayese nada a él mismo en la cara.

No entendía por qué cojones aquel guardia había hecho eso, pues cada vez que alguien le había hecho mal o lo había herido podía encontrarles una excusa. Quizás porque sus convicciones no le permitían hacer las cosas de otra forma, como Zaide, o por supervivencia, como la Hambrienta; pero ese hijo de puta solo quería burlarse de ellos. Por primera vez, Daigo estaba seguro de que odiaba a una persona, y aquel hombre era el feliz afortunado de ser el primero.

Por suerte, aquel encuentro no fue del todo en vano. Al menos ver a aquel hombre le había dado algo de información que no desaprovecharía.
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#87
Los grupos se separaron enseguida. Algunos como la Llorona habían evitado el meado gracias al Sin Piernas. Otros no habían tenido tanta suerte. El ambiente estaba caldeado. Algunos se mostraban abatidos. Otros, furiosos.

Dormimos sobre nuestra propia mierda. Nos tenemos que comer los unos a los otros. —El Ojete de Ōnindo enmudeció. Hacía mucho tiempo que Chillidos no hilvanaba más de tres palabras seguidas, aparte de sus chillidos. Daigo, de hecho, era la primera vez que le escuchaba hablar—. ¡NOS MEAN EN LA CARA!

Dio un golpe con la base del puño a la pared, y Daigo sintió que vibró. ¿O era su imaginación? Probablemente lo era, sí. Pero podía ver que, aún en los huesos, aquel tío daba hostias como panes.

¡¿Hasta cuándo?! ¡¡¿¿HASTA CUÁNDO??!!

Hasta que necesiten otro soldado para su guerra y suban al más fuerte. Es decir, a ti —soltó la Hambrienta.

El sello no funciona en mí.

El sello funciona en todo el mun… —Pero la mirada encendida de Chillidos le hizo interrumpirse. No sería ella quien le contradijese. No señor.
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#88
Por primera vez, Daigo escuchó hablar a Chillidos, que no solo estaba enfadado o abatido por lo que acababa de pasar. Estaba furioso, y era comprensible. Daigo lo entendía bien. No sabía nada de lo que había hecho ninguna de las personas allí dentro y francamente, de momento, no le importaba. Seguro que la mayoría merecía estar encarcelados como él, pero nadie merecía que lo tratasen de aquella manera.

Aparentemente, y según él, el sello de obediencia no funcionaría en Chillidos. Daigo no estaba seguro de que aquello fuese posible, pero si aquel hombre estaba aquí en primer lugar y no sirviendo de esclavo era por algún motivo. Incluso ahora, prácticamente muerto de hambre, Chillidos parecía ser extremadamente fuerte, bastante más fuerte que muchos ninjas que Daigo había conocido en su vida.

— Tengo una plan para salir del agujero. —Dijo Daigo, en cuanto Chillidos interrumpió a la Hambrienta—. Pero el plan acaba allí arriba. No estoy seguro de lo que haría para salir de la prisión, pero tendríamos un comienzo.

Daigo dejó su chaleco en el suelo y levantó las manos, mostrándoles las ensangrentadas cadenas.

— Podría utilizarlas para romper la pared poco a poco y crear huecos en los que agarrarnos. Los guardias no están tan acostumbrados a la luz como nosotros, así que probablemente no nos verían si tenemos cuidado al subir. —Les explicó—. Podríamos escondernos y esperar a que abran las puertas. Una vez fuera ya podremos volver a utilizar ninjutsu.

Entonces recordó una cosa. ¡No lo había preguntado!

— Por cierto. ¿Quienes saben utilizar ninjutsu?
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#89
Chillidos se llevo una mano a la cabeza, y arrugó el rostro. Parecía que iba a chillar, pero se contuvo.

Suena a… plan.

Para matarnos a todos.

Si salimos, bastará con que los guardas me vean. Reconocerán a su Faraonesa enseguida.

Vamos a ver —dijo, rodando los ojos ante el comentario de la Faraonesa—. Pero, ¿qué haremos si salimos? Cuando me tiraron a esta prisión de mierda, había cientos de ninjas ahí afuera.

Yo… Yo no sé usar ninjutsu —dijo la Llorona, la única que se acordó de responder la pregunta de Daigo.

Yo sí.

Yo… también.

Y yo —dijo la Coleccionista.
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#90
— Bien. —Respondió Daigo, aunque la verdad habría sido más fácil si todos allí supiesen ninjutsu—. Yo soy especialista en Taijutsu y Raiton. También se me da bien el Fūton.

Esperaba que con que él les explicase sus habilidades al resto, ellos se animaran a hacer lo mismo. No podían hacer un plan sin saber exactamente las armas que tenían.

— Pero lo más importante: se me da bien actuar. Me enfrenté a una de las esclavas de Nathifa hace tiempo, y pude engañarla haciéndome pasar por ella, pero no creo que funcione lo mismo con los guardias que no son esclavos.

Esos podrían ser realmente un problema. Estaba seguro de que todos los esclavos eran ninjas, pero el resto de guardias eran un misterio para él, así que en la duda tendría que ponerse en el peor de los casos.

— ¿Qué sabéis hacer vosotros? —Acabó por preguntar.
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