Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Después de los eventos ocurridos en la segunda ronda del Torneo de los Dojos, Eri sentía muchas cosas en su interior: felicidad, tristeza, decepción, alivio... Y claro, no todas eran precisamente agradables.
Su contrincante, Uchiha Datsue, el mentiroso —como lo había apodado al final —, había empatado junto con Amedama Daruu, a quien conocía y tenía miedo volver a encontrar puesto que la última vez que se vieron, Uchiha Akame, el traidor, como ahora lo llamarían en su aldea tras descubrir aquel trozo de revista en su puerta; no es que todo hubiera ido precisamente bien. Un empate, ¡empate! Después de que la clavase un triste kunai por la espalda.
E intentase explotarla.
Pero era comprensible, Daruu había demostrado que tenía destreza a la hora de combatir, así que, dentro de lo que cabía, aquel resultado le parecía justo.
Sin embargo en su interior no todo era tan sencillo, no se sentía bien y por ello había decidido acudir a la Cordillera de los Dojos, ¿por qué? Pues por un rumor, un triste rumor que había escuchado en Sendoshi.
Se encontraba en una pequeña taberna para reponerse después de haber comprado suministros necesarios para pasar aquella semana cuando un par de hombres entraron al recinto, parecían contentos por algo ya que hablaban más alto de lo normal y eso no le hacía gracia a la tabernera que ya les miraba con los ojos entornados. Tomaron asiento y pidieron sus comandas. Todo siguió normal hasta que bajaron su tono para pasar desapercibidos por los demás.
Sin embargo, Eri, que se encontraba justo en la mesa contigua; los escuchaba a la perfección.
—Eh, Yotarou, ¿sabes que entre las montañas se esconde una cueva que no tiene salida?
—No vuelvas con esas, Hiro; que nos conocemos. ¿Hoy qué será, un tesoro? —preguntó el que le acompañaba.
—¡Sí! ¡Justo eso! —exclamó emocionado —. Por lo visto está muy bien escondida, entre otras dos cuevas, ¿por qué no vamos a buscarlo esta tarde?
—Ni de coña, que yo curro...
—¡Pero deberíamos...
Y después de que los oídos de Eri se llenasen de todos los detalles de aquella conversación, y la negativa que al final le impuso Yotarou al otro hombre; quiso ir por sí misma para comprobar si aquel triste rumor podía ser verdad y... ¿Quién sabe? Encontraba el tesoro que decía estar allí.
Por eso una vez se encontró en la Cordillera, a punto de entrar en una cueva que parecía desenvocar en otras más, se paró para tomar el aliento y beber agua.
—Debería haber traído otra botella...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—¡Aquí la tiene, señorita-chan! —espetó, alguien, a espaldas de la uzujin. Sí, una voz para nada familiar, que provenía de un fenómeno azul con cuerpo humanoide, larga cabellera de la misma tonalidad y una sonrisa mordaz repleta de dientes de cuchilla, afilados como la uchigatana mejor forjada. Un ninja de Amegakure al que ella nunca había visto cara a cara, al menos. Aunque si había estado observando desde los palcos la segunda ronda del torneo, le habría visto a él luchar contra la mujer de papeles.
Y ahí estaba, sonriente; con una botella de agua ocupándole la mano coincidencialmente. ¿Pero qué hacía ahí realmente?
—Así que... ¿con que buscando un tesoro, eh? —y así, de pronto, desveló las intenciones de Eri como si hubiese podido adentrarse en los rincones de su mente y leer sus más recientes intenciones. Lo verdaderamente curioso es que aquello no era posible, al menos para él; y que supiera aquel detalle se tenía que deber a otra cosa.
La joven pegó un respingo en su posición, y tal fue que casi se le escapa aquella botella de plástico de entre las manos para seguramente perderse por algún lugar de la cordillera y no volver a verla jamás.
«¿Quién...?»
Eri se dio la vuelta rápidamente para poder encarar al desconocido —o desconocida, pero con una voz tremendamente varonil—, y... ¿Saludarle? Bueno, le estaba ofreciendo una botella de agua a una persona que desconocía, así que seguramente tendría que ser alguien amable y b...
«¡¿Qué narices?!»
La persona que tenía delante —si podía catalogarlo así—, tenía la piel azul, azul pálido, sí, pero joder, azul. ¿Tendría acaso una enfermedad o algo? ¿Se habría expuesto mucho al... Al agua? Pero si el agua era transparente... ¿Y si se había caído a un caldero lleno de pintura azul de pequeño y no pudo quitárselo aún? Vale, eso era totalmente una tontería.
Aunque no solo su azul piel era lo que resaltaba del joven que acababa de ofrecerla una botella de agua, y no lo decía por su larga y lisa cabellera azul, ¿quién era ella para juzgar a la gente por su color de cabello? No, lo que hacía que se estremeciera eran aquellos dientes... Parecían sierras, capaces de acabar con un enemigo nada más tomar su cuello.
¿Y por qué tendría enemigos? Porque, evidentemente, aquel ser que tenía delante era un shinobi, salvo que no era de su villa, sino de Amegakure.
—G-gracias... —fue lo poco que alcanzó a decir mientras estiraba su mano, tomando la botella que le ofrecía el desconocido.
—Así que... ¿con que buscando un tesoro, eh?
—¿Cómo sabe es-
Calló abruptamente y se llevó la mano libre a la boca, viéndose descubierta por aquella persona, bueno, medio descubierta, ya que al parecer aquel secreto, no era tan [/i]secreto[/i].
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
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12/09/2017, 22:08 (Última modificación: 12/09/2017, 22:45 por Umikiba Kaido.)
—¿Cómo sabe es- —las delicadas manos de su interlocutira se interrumpieron a sí mismas, luego de que su rostro demostrase la sorpresa de aquella revelación. Pero es que el bueno de Kaido no necesitaba confirmación alguna, no señor; porque él mismo había sido víctima una vez de los rumores que se ciñen acerca de la Cordillera, en toda sus extensión. Aquella imponente y natural formación rocosa ocultaba tantos secretos, y que ahí hubiese un tesoro no podía ser menos probable que encontrarse a un Yeti oriental viviendo en una de sus frías y más altas cavernas, ¿verdad?
Pero la pregunta era, sin embargo, que cómo sabía él las intenciones de la uzujin. Así que decidió explicárselo, para que no temiera.
—Pues mira, esa vez en el bar...
. . .
Yotarou y Hiro conversaban entre dientes, tratando de no levantar sospechas acerca de la índole de su conversación. Kaido, no obstante, era un tío avispado, de oído agudo además; y en ocasiones con la nariz de un metiche. Pero esa vez, curiosamente, él no era el único interesado en escuchar las conversaciones privadas de otro, y pudo darse cuenta que una dulce uzujin intentaba pegar la oreja a pesar de encontrarse en la mesa contigua a la de los dos hombres de poca monta. El gyojin observó en ella el interés, un interés que había existido en él también cuando escuchó en su momento los rumores acerca de la Senda del Carámbano. Aquella senda que resultó ser tan cierta como se contaba. Él lo había vivido en carne propia junto a Daruu. Vivió el frío, vivió a Hibagon-san y a que le tratase como una pelota enseñándole el "camino rápido". Aunque al final de todo, la pizza no estuvo del todo mal.
Así pues, no pudo sino sentirse un tanto reflejado en Eri. No, no era una experta escondiendo sus intenciones. De hecho, si tardó apenas unos segundos en levantarse de su mesa e irse a comprobar lo escuchado era mucho. Así que él, en secreto, hizo lo mismo. La siguió, hasta las cercanías de donde suponía estar aquella cueva.
. . .
... te vi muy interesada en lo que hablaban esos dos tipos y digamos que pude adivinar tus intenciones de venir aquí e intentar encontrar el supuesto tesoro. Así que déjame decirte algo. Estas cordilleras esconden muchos secretos, compañera; y también muchos peligros. La última vez que intenté desvelar los rumores que cuentan las malas lenguas en los Dojos acerca de lo que estas cordilleras ocultan, casi muero. ¡Tres veces! así que no dudo de que el tesoro exista, sino que seguramente está más custodiado que el baño privado de nuestros Kages.
Sonrió, afable, aunque esos dientes no harían sino que le hicieran temer más. No parecía entender eso, así que seguía haciéndolo de costumbre.
—Entonces dije: ¿voy a dejar que ésta pobre muchacha tiente a la suerte, sin saber bien en lo que se está metiendo? no señor. Así que heme aquí, de metido en tus asuntos. Espero que no te moleste, jeje.
Eri miró atentamente al genin de aspecto enfermizo mientras él relataba la historia del por qué había acudido aquel día y a aquella hora a la Cordillera, justamente el mismo día y a la misma hora que ella, dejando todavía su mano sobre sus labios, sin moverse un ápice y mirándole fijamente.
Al parecer había visto a la joven en aquella taberna y, además; a los poco discretos hombres que dialogaban acerca del tesoro perdido en aquel lugar. No tenía el don de la discreción, de eso no había duda; pero, ¿tan obvias eran sus intenciones?
— ...Así que no dudo de que el tesoro exista, sino que seguramente está más custodiado que el baño privado de nuestros Kages.
—Ahí debo de darte la razón —alegó la joven antes de exhalar una bocanada de aire para luego soltarla a modo de suspiro pesado.
Y es que en aquello no había reparado, incluso imaginaba que aquel tesoro secreto estaba seguramente abandonado y sería fácil acceder a él, pero lo único que tenía eran unas descripciones un tanto incoherentes de un hombre al que desconocía y un mapa que había hecho en una servilleta de taberna mientras escuchaba el relato.
Vamos, que en resumen no tenía ni por donde empezar.
—Entonces dije: ¿voy a dejar que ésta pobre muchacha tiente a la suerte, sin saber bien en lo que se está metiendo? no señor. Así que heme aquí, de metido en tus asuntos. Espero que no te moleste, jeje.
Rascó su mejilla izquierda un tanto inquieta por saber que el joven la había seguido hasta allí y ella ni si quiera se había dado cuenta de aquello, pero... Cuatro ojos eran mejor que dos.
—Creo que... Será buena idea ir los dos juntos, shinobi-san —habló ella al cabo de unos segundos —. Mi nombre es Furukawa Eri, kunoichi de Uzushiogakure, un placer.
La joven levantó su mano, esperando a estrecharla con la del chico.
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Aunque dubitativa, la kunoichi le tomó la palabra a Kaido en su totalidad. Creyó su explicación y admitió que quizás era una buena idea que fuesen dos los que se embarcasen en el viaje desconocido, que sólo uno. En caso de que algo sucediera, uno de ellos dos podría ir a pedir ayuda, o apoyarse mutuamente.
—Mi nombre es Furukawa Eri, kunoichi de Uzushiogakure, un placer.
Ella alzó su brazo, y Kaido la miró, extrañado. ¿Es que la gente ya le había perdido el miedo? ¿lo desconocido ya no suponía ser tan impactante en estos tiempos como lo solía ser antes?
El escualo se la estrechó, y se dejó sumergir en los enormes ojos de la uzujin. Grandes como el globo terráqueo, de un intenso color magenta, similar al de su cabellera.
—El placer es mío, Eri-chan. ¿Sí puedo tutearte, no? —indagó, aunque pareció responderse él mismo—. Yo me llamo Kaido. Umikiba Kaido, o también conocido como el gran Tiburón de Amegakure.
Le soltó la diestra, y se llevó ambas manos a los bolsillos. Suspiró, y volteó a ver hacia el primer tramo de la supuesta cueva.
Ante la mirada llena de extrañeza que le dedicó Kaido, Eri imaginó que algo no había ido bien con su presentación, ¿acaso había dicho algo que no le había gustado al amenio? ¿Sería que era de mala educación presentarse de esa manera en su Aldea? Con Ayame lo había hecho así... Sin embargo, al final aceptó y estrechó su pequeña mano, presentándose como normalmente estaba acostumbrada a escuchar.
—El placer es mío, Eri-chan. ¿Sí puedo tutearte, no? —la joven asintió con una pequeña sonrisa en sus labios—. Yo me llamo Kaido. Umikiba Kaido, o también conocido como el gran Tiburón de Amegakure.
«¡¿T-tiburón?!»
—K-kaido-san, es un bonito nombre... —alegó un poco nerviosa —. Pero... ¿Por qué lo de tiburón? Me pica la curiosidad, siempre y cuando quieras contestarme...
«Será por el tono de piel, o por los dientes de sierra que tiene... ¿Y si es un tiburón de verdad? Eso... Eso es imposible, ¿no?»
Sin embargo cuando soltó su diestra, la joven apartó su mano mucho más rápido de lo que hubiera querido, un tanto asustada.
«¿Comerá humanos?»
—¿Estás segura de que es aquí?
—Eh, ah, ¡s-sí! —exclamó, nerviosa —. Pasando un par de cuevas más bajaremos lo suficiente, que yo recuerde, vaya...
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—K-kaido-san, es un bonito nombre... —alegó un poco nerviosa —. Pero... ¿Por qué lo de tiburón? Me pica la curiosidad, siempre y cuando quieras contestarme...
Kaido la observó mordaz, aunque benevolente. Lucía tan buena e inocente que prefería no asustarla. Se contuvo y respondió tan tranquilo como le fue posible; cosa que no era muy usual. Debía estar siendo víctima de algún tipo de encanto o tal vez un asombroso magnetismo social de parte de Eri. De cualquier forma, no le salía de los cojones portarse mal con ella.
—Es un mote que comenzaron a usar algunos durante la academia y que se quedó conmigo incluso después de graduarme. En lo personal no me molesta, tanto que lo cogí para uso personal. Creo que resalta la imagen y hace que algunos teman más al nombre que a la persona, y eso resulta ser muy guay.
Luego, continuaron con el asunto de la caverna.
—Eh, ah, ¡s-sí! —exclamó, nerviosa —. Pasando un par de cuevas más bajaremos lo suficiente, que yo recuerde, vaya...
—Joder, pues esperemos que tengas buena memoria. Vamos, encontremos ese puto tesoro y volvamos.
El gyojin tomó rumbo hacia la diestra de Eri, superándola en altura; y se dispuso a avanzar a su lado sólo cuando ella lo hiciera. Con sus ojos de mar fijos en el interior de la primera cueva, expectante y un tanto nervioso, siendo consciente de lo que aquellas formaciones rocosas podían ocultar. Lo sabía por experiencia propia.
Al parecer lo del mote era un tiburón —obvio— que le pusieron en la academia, e incluso pareció gustarle bastante, pues lo adquirió como algo personal. «Estoy cien por cien segura que es por los dientes... Seguro, fijo... Ya preguntaré la próxima vez a alguien de Amegakure para indagar un poco.»
Sin embargo lo último que dijo no le gustó mucho, ya que, como ella, parecía que mucha gente había juzgado antes al genin por el nombre —y el apodo— que por como era él, y eso seguramente no le sentase muy bien al joven aunque dijese lo contrario.
— Vaya, pues te queda bien —alegó la joven con una sonrisa. Aunque aún estuviese un tanto tensa ya que el desconocido tenía una pinta la mar de extraña, tenía que ir acostumbrándose, ¡era un compañero de oficio, y por lo cual, los mismos cometidos que ella! O eso esperaba —. Es decir, creo que te pega bastante.
Comenzó a caminar hacia la cueva que había señalado a Kaido, a medida que se adentraban la luz se hacía menor y la temperatura parecía descender un par de grados, pasando a un calor infernal de verano a uno más fresco, típico de un amanecer de primavera. Con suerte no tardaron en salir de aquel lugar y encontrarse con otras dos sendas que conducían cada una a un lugar.
La izquierda tenía un cartel a medio borrar, solo podía leerse la palabra "inferior", mientras que la otra no contaba con ninguna placa para identificar hacia dónde dirigía.
—Vaya... Creo que no recuerdo bien si era por la derecha o la izquierda... —declaró la joven mientras se rascaba la nuca —. Voy a mirar un poco la derecha, a ver si veo algo que identifique el lugar que describieron. Recuerda: una cueva ancha y muy larga, no se divisa el final.
Luego se acercó poco a poco a la de la derecha, se adentró lentamente y metió su curiosa nariz dentro, sin embargo...
Crunch.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHG!
Eri cayó por un agujero, a la izquierda de la entrada de la cueva que acababa de entrar.
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Adentrase hasta los desconocidos linderos de aquella cueva resultó bastante sencillo, donde ambos genin pudieron percatarse del repentino cambio de temperatura que azotó el interior. Previsible, desde luego; teniendo en cuenta que el calor veraniego concentrado en el exterior no tendría forma de acceder al corazón de las formaciones rocosas. Si incluso podía haber hielo en lo más alto de la Cordillera, ¿por qué no una cálida temperatura digna de primavera?
Finalmente, dieron con otro camino que concluía en una bifurcación. A la izquierda, un letrero lucía la palabra "Inferior" (下位) escrita en su superficie, aunque probablemente pertenecía a una oración más compuesta. Sin embargo, donde podían haber estado otras palabras era sólo un manojo borroso e ininteligible.
A la derecha, nada. No había un letrero que al menos le diese una pista de hacia dónde se dirigían si tomaban esa ruta.
—Vaya... Creo que no recuerdo bien si era por la derecha o la izquierda... —admitió la dulce Eri, mientras que Kaido trataba de meterle un poco de cabeza a la situación. Miró de lado a lado, intentó otear desde su posición hasta donde la vista le diera, pero probablemente no encontraría nada. Luego, sería la uzujin quien tomaría la batuta y se animó, envalentonada, a moverse hasta el extremo derecho de la bifurcación—. Voy a mirar un poco la derecha, a ver si veo algo que identifique el lugar que describieron. Recuerda: una cueva ancha y muy larga, no se divisa el final.
—Eri-chan, espera; no creo que sea buena ide...
Crunch. Luego, un grito ahogado de desesperación.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHG!
—¡Mierda, mierda! —dijo, mientras trataba de acercarse a paso agigantado hasta el agujero. Un agujero a través del cual el menudo cuerpo de la uzujin había caído, y del cual no tenía idea alguna de si éste la llevaría hasta un fatídico final, o de alguna manera se encontraba a salvo ahí en el subsuelo de aquella peligrosa caverna—. ¡Me cago en todo, Eri-chan! ¿¡¿Estás ahí?! ¡Dime algo, coño!
22/09/2017, 12:01 (Última modificación: 24/09/2017, 16:11 por Uzumaki Eri.)
Eri había caído por un agujero oscuro, pero parecía no ser simplemente solo un agujero. Aunque eso todavía no lo sabía, solo podía sentir el dolor que le había provocado la caída tan repentina que se había llevado y la leche que ahora soportaba su trasero. Se quedó parada unos instantes, recobrando el aliento que le habían arrebatado a través del golpe cuando abrió los ojos lentamente, intentando acostumbrarse a la oscuridad que la rodeaba para ver si podía vislumbrar algún ápice de luz.
—¡Mierda, mierda! ¡Me cago en todo, Eri-chan! ¿¡¿Estás ahí?! ¡Dime algo, coño!
Escuchó la voz de Kaido un tanto distante, pero lo suficientemente alta para saber que no se encontraba tan lejos de la entrada.
—¡Estoy bien, Kaido-san! —exclamó con voz medio ronca, aún sin aliento suficiente. Miró hacia arriba y logró ver la luz del boquete por el que había caído. «Aquí una no se puede fiar ni de sus pasos...»
Se incorporó de nuevo y limpió el rastro de polvo que se había acumulado en sus mallas oscuras, luego echó otra ojeada ya más espabilada y lo que vio fue una antorcha encendida, con una llama tan potente que parecía no se iba a extinguir nunca. Tras ella había otra, y tras aquella, otra más, perdiéndose en un camino iluminado.
—¡Kaido-san! —exclamó la kunoichi —. ¡Aquí hay un camino con antorchas! ¿Subo o bajas para investigar?
Lo que Eri no parecía haber pensado era que si aquellas antorchas estaban encendidas, seguramente era porque alguien estaba allí.
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Kaido se llevó las manos al rostro, y secó su frente sudada. Tan aliviado como podía estar tras escuchar a la muchacha, respondió:
—Joder, Eri-chan, ¡te lo dije! hay que tener mucho cuidado en estas putas cuevas.
—¡Kaido-san! ¡Aquí hay un camino con antorchas! ¿Subo o bajas para investigar?
Aquel error, sin embargo, le había permitido descubrir algo importante. Y es que ahí, en el fondo de aquel agujero que parecía llevar al mismísimo inframundo, la kunoichi descubrió el flamante paso iluminado que se abría desconocido frente a ella. Según sus palabras, un sinfín de antorchas que iluminaban el camino perdido.
Kaido lo meditó un segundo, pero entonces tomó la decisión de bajar. Y lo hizo con más propiedad que la uzujin, priorizando que al final de la caída pudiera caer de pie. Sus dos botas tocaron el suelo con fuerza y levantaron algo de polvo, generando un potente eco a lo largo de la cueva.
Luego, miró a Eri. La miró con reprimenda, con los ojos de quien se sabe totalmente jodido si llegase a permitir que Eri muriese, ahora tan metido en el lodo como ella, como si de pronto la uzujin se hubiese convertido en su total responsabilidad.
Luego miró el trayecto iluminado, que en algún momento terminaba convirtiéndose en una oscura pared lúgubre. Tendrían que avanzar para descubrir más de aquel pasillo subterráneo.
—Iré yo adelante, pero estate cerquita, por si las moscas.
El escualo frunció el ceño, se frotó las manos en su pantalón y empezó a caminar para desvelar tan pronto como le fuera posible si aquel rumor que les había llevado hasta ahí era real.