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¡FLUP! ¡PLOP! ¡CLONK! ¡PLOF!
El primero aterrizó en el colchón. El segundo, que es el que había traído consigo a los otros tres, rebotó contra el borde y cayó al suelo de culo, profiriendo un alarido. El tercero chocó contra el armario y se precipitó al suelo de espaldas. No dijo nada, pero por dentro, se arrepintió de haberle hecho usar esa técnica a su alumno. El cuarto fue el más ruidoso de todos. No por el cabezado que le dio a su hijo al caer, dejándolo prácticamente KO. No. Sino por los insultos, improperios y maldiciones que las paredes de la cabaña de vacaciones de los Amedama tuvo que soportar.
—Lo siento, no controlo bien la técnica con tanta gente... —dijo un Daruu tremendamente mareado, acariciándose las nalgas mientras se ponía de pie.
—A la próxima, recuérdame que deje yo una de mis marcas. ¡Kori-kun! ¿Estás bien? ¡Zetsuo, le has dado un cabezazo, animal!
Por cómica que pudiere parecer la escena, la razón por la que estaban allí no era nada alegre. Ayame había desaparecido. Un poco más, y se le consideraría una exiliada, o peor, cundiría el pánico y Yui empezaría a buscar culpables en las otras dos aldeas. Tal vez los había. Tal vez hubiera sido uno de esos Uchiha. Pero...
«Pero hasta que no lo confirmemos, no podemos descartar que haya sido algún Kajitsu que nos dejamos con vida.»
Esa había sido una de las suposiciones. Pese a que Kori opinaba que era imposible, Zetsuo y Daruu estaban convencidos de que podría pasar. Kiroe sospechaba que Ayame podría haber viajado a Uzushiogakure para hablar con Hanabi por lo sucedido durante el examen. «Menuda gilipollez. Ayame jamás haría eso, no después de lo que pasó».
Lo que estaba claro es que antes de que la Arashikage hiciera algo o les prohibiese salir en su búsqueda por considerar que estaban demasiados relacionados a título personal con Ayame, tenían que averiguar algo. Cada segundo era vital.
Por eso estaban allí. La última noticia que tenían de Ayame es que se dirigía a Tanzaku Gai...
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19/11/2018, 22:25
(Última modificación: 19/11/2018, 22:25 por Aotsuki Ayame.)
El invierno había llegado para quedarse y el frío calaba en los huesos ayudado por una fina llovizna. Aún así era una mañana calma y silenciosa en el valle que quedaba a las afueras de Yachi. Un silencio sólo interrumpido por el suave discurrir de las aguas del río junto a la casita de madera y el cántico de los pajarillos sobre las copas de los árboles que la rodeaban. Una mañana apacible y muda...
Hasta que ellos llegaron.
Los golpes de sus cuerpos contra el suelo y los muebles y los alaridos de dolor que les siguieron opacaron el rumor del agua. Los pájaros callaron asustados. Y el estallido de la voz de Zetsuo bramó por encima de todo lo demás:
—¡¡ME CAGO EN LA PUTA HOSTIA!! ¡MALDITO SEAS, AMEDAMA!
—Lo siento, no controlo bien la técnica con tanta gente...
—¡¡PUES A VER SI LA CONTROLAS DE UNA VEZ, JODER!! ¡¡¡CASI NOS MATAMOS TODOS!!!
—A la próxima, recuérdame que deje yo una de mis marcas. ¡Kori-kun! ¿Estás bien? ¡Zetsuo, le has dado un cabezazo, animal! —exclamó Kiroe, preocupada por El Hielo, que se levantaba en aquellos momentos frotándose la cabeza, donde una pequeña mancha carmesí resaltaba en su níveo cabello. Debía de dolerle mucho para que sus apáticos ojos estuvieran ligeramente entornados.
—¡TÚ CÁLLATE, PASTELERA! —bramó el hombre, sacudiendo el brazo que tenía libre.
Y es que su otra mano, envuelta en aquel característico destello verdoso, presionaba su frente ensangrentada.
Aotsuki Zetsuo se levantó entre renovadas maldiciones farfulladas entre dientes, se acomodó la mochila de viaje sobre el hombro y se acercó a su hijo mayor. Colocó la mano libre sobre su cabeza y la curó también en cuestión de segundos. Como un león enjaulado, resopló y se apartó de los otros tres entre pasos nerviosos y violentos.
—Vamos, tenemos un jodido día de camino hasta Tanzaku Gai y tenemos que encontrarla antes de que noten nuestra ausencia en Amegakure y todo vaya a peor —gruñó.
Era la segunda vez que hacían algo así. La segunda vez que tenían que acudir al rescate de su hija, desaparecida desde hacía cosa de dos semana en extrañas circunstancias. Lo último que sabían de ella era que había salido de la aldea de camino a aquella ciudad del País del Fuego, pero los días habían ido pasando y ella no había regresado de su visita.
—Joder... Joder... ¡¿En qué jodido lío se ha metido ahora?! ¡Si es que no se la puede dejar sola! ¡Acababa de superar su jodido castigo!
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«Bueno, un día de camino siendo muy optimistas... Tenemos que rodear toda la cordillera del Valle de los Dojos, cruzar el Valle del Fin y sólo entonces dirigirnos hacia el sur...», meditaba Daruu, por supuesto, en voz baja. Si se atrevía a contradecirle en ese estado seguro que se llevaba una hostia.
No podía culpar el nerviosismo de Zetsuo, quien se paseaba nervioso por la habitación, dando tumbos de un lado a otro.
—Bueno, ¿estáis todos bien? Hora de salir. Vamos. —Daruu fue el primero que se dirigió a la puerta y bajó las escaleras. Ya fuera de la cabaña, el grupo cogió brío a la vera del río. Si continuaban corriente abajo, llegarían al Valle del Fin, su primera parada.
—¿No dejó ninguna pista? ¿Nada sospechoso? —dijo Kiroe—. Mierda, así no llegaremos nunca. Todos podéis crear o invocar aves, ¿no? ¡Pues a los pájaros!
Daruu asintió, y casi al unísono con su madre formuló una serie de sellos que acabó en ellos dos escupiendo sendas masas de caramelo púrpuras al suelo. Rápidamente tomaron forma de pájaro. Madre e hijo saltaron a sus respectivas aves y despegaron de tierra.
—¡No os quedéis atrás!
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20/11/2018, 21:13
(Última modificación: 20/11/2018, 21:14 por Aotsuki Ayame.)
Daruu fue el primero en salir de la habitación y bajar las escaleras, aunque tal era la prisa que llevaban que Zetsuo y Kōri prácticamente le pisaban los talones. Fuera de la cabaña les recibió el aire invernal y una fina lluvia, pero ninguno de ellos dio muestras de estar pasando frío. Más bien al contrario, la marcha acelerada les haría entrar en calor enseguida. Además, uno de ellos emanaba aún más frío de manera natural, como si de una nevera con la puerta abierta se tratara.
—¿No dejó ninguna pista? ¿Nada sospechoso? —preguntó Kiroe.
—Sólo comentó que quería ir a Tanzaku Gai. No nos dijo nada más —Kōri negó con la cabeza, sombrío.
Caminando junto a él, Zetsuo resopló.
—¿Pero qué cojones se le habrá perdido allí? ¡Ya le dije que ese territorio estaba demasiado cerca del País del Remolino! ¡Pero ni puto caso! ¡Como de costumbre! —El médico volvió la cabeza hacia Daruu, con los ojos ligeramente entornados—. Y desde luego, si a ti no te ha dicho nada más, a nosotros menos aún. ¡Maldita sea!
—Mierda, así no llegaremos nunca —masculló Kiroe—. Todos podéis crear o invocar aves, ¿no? ¡Pues a los pájaros!
No hizo falta que se lo repitieran dos veces. Zetsuo y Kōri se llevaron la mano diestra a la boca y mordieron al unísono el dedo pulgar. Sincronizados, sus manos se entrelazaron en varios sellos y terminaron golpeando la tierra con la palma de la mano ensangrentada.
—¡Kuchiyose no Jutsu!
Dos estallidos, y sendas nubes de humo invadieron el espacio entre ellos. Una humareda que fue enseguida disipada por el batir de alas de dos enormes pájaros que llevaban sobre sus lomos a los dos avezados shinobi: una imponente águila y un búho nival, respectivamente. Junto a los pájaros de caramelo de los Amedama, alzaron el vuelo y pronto dejaron el suelo atrás.
—¡No os quedéis atrás! —gritó Daruu.
Pero, lejos de eso, los dos Aotsuki ganaron velocidad y se colocaron al frente.
—¡Formación en V! —ordenó Zetsuo, batiendo un brazo en lateral—. ¡Así aprovecharemos mejor el viento e iremos más cómodos!
Seguían la corriente del río, y los sinuosos meandros serpenteaban a gran velocidad por debajo de ellos.
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21/11/2018, 19:00
(Última modificación: 21/11/2018, 19:03 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Zetsuo y Kori-sensei pasaron por delante con facilidad, y el primero ordenó al grupo que adoptaran una formación en V para aprovechar el viento. «Se nota que tienes experiencia invocando pájaros, cabronazo», pensó Daruu, formando una media sonrisa con los labios, y obedeció diligentemente.
El grupo planeó durante un buen rato, rodeando la elevada cordillera del Valle de los Dojos y atravesando otro río que provenía del Valle del Fin. Fue justo en el cruce cuando Daruu entornó los ojos al divisar una figura emborronada, blanca, enganchada en la rama de un árbol a la vera del cauce.
—¡Esperad! —alarmó Daruu, y viró el rumbo bruscamente, acercándose al objeto un poco. Se llevó la mano al portaobjetos y sustrajo su visor de aumento, que reguló con cuidado para enfocar...
»¡¡No puede ser!! —exclamó—. ¡Es la túnica... la túnica de Ayame! —Habría reconocido aquella capa de viaje hasta borracho, a pesar de su deplorable estado. La tela estaba rasgada, y la mitad de la túnica estaba quemada.
Se lanzó en picado hacia la prenda.
—¡Daruu-kun! ¡Espera! —Kiroe descendió tras él.
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La bandada voló durante largas horas en completo silencio. Amparados por el gélido viento del invierno, que soplaba contra sus mejillas y hacía ondear sus cabellos y sus túnicas, y el suave batir de las alas, con el consecuente movimiento del cuerpo de las gigantescas aves por debajo de ellos, cada uno de los integrantes del grupo iba sumido en sus propios pensamientos, aunque era bien probable que todos ellos giraran alrededor de un único tema. Siguieron el curso del río hacia el sur, y las llanuras del País de la Tormenta se convirtieron en montañas que se alzaron frente a ellos como gigantes de piedra. Debían evitar la cordillera del Valle de los Dojos, por lo que viraron hacia el este y después continuaron hacia el sur, en dirección a Tanzaku Gai. Las aguas del río que estaban siguiendo se juntaron con las de otro río diferente que provenía del Valle del Fin, situado kilómetros más hacia el norte. Y fue justo en ese cruce cuando la voz de Daruu se alzó:
—¡Esperad!
—¿Qué cojones pasa, Amedama? —exclamó Zetsuo para hacerse oír por encima del viento.
Sin embargo, el muchacho no respondió. Rompió la formación cambiando de dirección bruscamente y se acercó a las aguas del río. Los otros integrantes del grupo le observaban mientras se llevaba una mano al portaobjetos y sacaba aquel peculiar visor de aumento que siempre llevaba consigo. Se lo colocó en los ojos, y tras ajustarlo un poco...
—¡¡No puede ser!! —exclamó—. ¡Es la túnica... la túnica de Ayame!
—¿¡QUÉ?! —exclamaron, padre e hijo al unísono.
Daruu se lanzó en picado, perseguido de cerca por los dos Aotsuki. Era en la orilla del río donde un deplorable trapo de tela rasgado y chamuscado se aferraba de forma lamentable a la rama de un árbol para evitar ser arrastrado por la corriente. El muchacho nunca llegó a coger la prenda, Zetsuo se le había adelantado saltando desde varios metros de altura y aterrizando prácticamente trastabillando en la tierra mojada. Cogió la túnica con ambas manos, ahora apenas un viejo trapo carcomido, y sus ojos nerviosos la recorrieron de arriba a abajo, como si le estuviera preguntando qué le había pasado; como si pudiera ver a través de los recuerdos de aquel objeto inerte como hacía con las personas. La reconocía, claro que la reconocía. Podía recordar como si hubiera ocurrido hace cinco minutos el día que Ayame le enseñó la nueva túnica que se había comprado. "¡Así pasaré desapercibida cuando pueda salir al fin de la aldea!", había dicho, radiante de emoción.
Zetsuo apretó las mandíbulas y sus manos temblaron con violencia.
—Ayame... —gruñó, roto de dolor, y alzó la mirada para mirar a su alrededor. Como si esperara ver a la muchacha acercarse a ellos desde detrás de cualquier árbol, quizás herida pero con aquella sonrisa nerviosa y temerosa suya. "No pasa nada, estoy bien", diría.
Pero, por supuesto, no la encontró.
Una mano se apoyó en su antebrazo. Una mano pálida como la nieve y fría como el más crudo de los inviernos.
—Padre, la encontraremos.
Zetsuo se encontró con los ojos de escarcha de su hijo y asintió. Volvió a reconstruir la coraza de su corazón a toda velocidad, y en cuestión de segundos cualquier rastro de debilidad desapareció de su férreo rostro.
—Ayame ha sido atacada —habló, volviéndose hacia Kiroe y Daruu—. No sé por quién. No sé por qué. No sé si ha podido ser un Kajitsu. Pero tenemos que encontrarla.
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Daruu aterrizó, y cuando estuvo a punto de levantar el brazo para alcanzar con la mano la túnica de Ayame, un preocupado Zetsuo pasó a toda velocidad, chocando contra su hombro y casi derribándolo al suelo. Una vez más, no podía culparlo. Daruu se le quedó mirando, triste, negándose a sí mismo la terrible verdad que Zetsuo estaba a punto de señalar.
«Un Kajitsu... sí. O un uzujin. Un Uchiha. Uno de esos demonios», sentenció, totalmente errado, Amedama Daruu. La verdad es que le habían dado razones. Desde hacía mucho tiempo, no hacían más que darle razones.
—Sé que es difícil, pero deberíamos mantener la calma.
—Más que difícil, imposible. ¿Pero acaso tenemos alguna alternativa? —dijo Daruu apretando los puños—. Vamos, tenemos que seguir buscando. —Se dio la vuelta, hacia su pájaro, pero Kiroe le detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Espera un momento. Deberíamos seguir por tierra. No me mires así, espera un segundo, ¿quieres? —La mujer se llevó una mano a la boca, se mordió la yema del dedo pulgar, que comenzó a sangrar. Se agachó y regó la hierba de carmesí, y formuló una serie de sellos—. ¡Kuchiyose no Jutsu!
Una gran nube de humo envolvió al grupo de ninjas. El sonido apagado de un jadeo delató a un perro marrón y a un perro negro que ya les eran familiares.
De otro momento similar a aquél.
—¡Jopé! ¿¡Otra vez!? ¡¿Pero cuándo voy a poder ver a Jōri?
—¡Inurun! No es el momento. No lo es. Os he invocado porque vosotros dos sois los que mejor olfato tenéis.
—Hola, Daruu-kun. Zetsuo-san. Kori-san. —Saludó Kuro-chan, el enorme san bernardo negro de Kiroe.
—Escuchad, Ayame ha desaparecido. Creemos que la han atacado y se la han llevado. Sólo tenemos esa túnica como pista. ¿Creéis que podéis seguir el rastro? —inquirió Kiroe, señalando el trozo de tela. Los dos perros se acercaron a Zetsuo con curiosidad y olisquearon la tela.
—Es nuestra especialidad. Entiendo que hay prisa, ¿cierto? No sé si vamos a poder ir igual de rápido con dos personas en el lomo cada uno, como la última vez. Yo soy más corpulento, pero Inurun no podrá con dos.
—¡Oye!
—No será necesario —intervino Daruu, y deshizo su pájaro de caramelo. Formuló una serie de sellos, y el mismo caramelo que lo había formado tomó el aspecto de un caballo de montura—. Yo iré en esto.
Kiroe se acercó al caballo, interesada.
—¡Guau! ¿Desde cuando sabes hacer eso?
Daruu se encogió de hombros, atreviéndose a esbozar una sonrisa tímida.
—Como sea, vámonos ya. Cualquier diferencia de tiempo es clave. —El muchacho montó en el caballo—. Kuro-chan. Inurun. Os sigo.
—Está bien. ¡Vamos, dos en mi sillín y uno encima de Inurun!
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Tras el terrible hallazgo, el grupo se preparó para continuar el recorrido hacia Tanzaku Gai. Sin embargo, antes de que pudieran volver hacia los pájaros, Kiroe retuvo a su hijo del brazo y les pidió un momento. Zetsuo se volvió hacia ella, impaciente como sólo él podía estar en una situación así.
—Ya pensaba que iba a tener que pedírtelo, joder —replicó, al verla morderse el dedo y estampar la mano contra el suelo como él mismo había hecho antes.
Tras una cortina de humo, dos canes hicieron acto de aparición: un san bernardo de color oscuro y otro perro de color pardo. Eran los mismos perros que habían utilizado un año atrás para volver a Amegakure, después de rescatar a Ayame de las garras de los Kajitsu Hōzuki. Sólo que, en aquella ocasión, sólo habían conseguido rescatar su capa de viaje. Zetsuo apretó las mandíbulas mientras los animales discutían.
—Escuchad, Ayame ha desaparecido. Creemos que la han atacado y se la han llevado. Sólo tenemos esa túnica como pista. ¿Creéis que podéis seguir el rastro? —preguntó la madre de Daruu.
Zetsuo ni siquiera tuvo que tenderles la prenda, los dos canes se acercaron a ella y la olfatearon, impregnándose del olor de su hija desaparecida.
—Es nuestra especialidad —habló Kuro-chan—. Entiendo que hay prisa, ¿cierto? No sé si vamos a poder ir igual de rápido con dos personas en el lomo cada uno, como la última vez. Yo soy más corpulento, pero Inurun no podrá con dos.
—¡Oye!
—No será necesario —intervino Daruu, que deshizo su pájaro de caramelo. Tras una nueva serie de sellos, el mismo caramelo que lo había formado tomó el aspecto de un caballo de montura—. Yo iré en esto.
—¡Guau! ¿Desde cuando sabes hacer eso? —preguntó Kiroe, sumamente interesada en la nueva habilidad del chico.
—¡Ya habrá tiempo después para los jodidos elogios! —bramó Zetsuo—. ¡Partamos inmediatamente!
Y tras aquellas palabras, Zetsuo se montó en Kuro-chan y Kōri se subió en Inurun.
—La túnica parece haber sido arrastrada por el río... Así que el ataque debió producirse corriente arriba —razonó Kōri—. Lo que aún no sabemos es si se produjo antes o después del Valle del Fin. O en el mismo Valle.
—¿Y qué cojones hacía Ayame en el Valle del Fin? ¿No iba a ir a Tanzaku Gai?
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Kuro resopló y negó con la cabeza. Sus pasos tomaron una dirección diferente a la del Valle.
—Puede ser que el ataque se produjera río arriba, pero percibo los restos de su olor más al este. —Comenzó a trotar en esa dirección, con Inurun y el caballo de Daruu siguiéndole desde muy cerca.
—El este, ¿eh? El País de la Espiral.
—No saquemos conclusiones precipitadas.
—A mi me da igual quién haya sido —sentenció Daruu—Pero conocerá la muerte como le haya hecho algo.
Y así, el grupo de shinobi cruzó la frontera. No tardó en divisar los lindes del Bosque de la Hoja.
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—Puede ser que el ataque se produjera río arriba, pero percibo los restos de su olor más al este —habló Kuro.
Y tanto Zetsuo como Kōri tuvieron que sujetarse con mayor firmeza para no caer cuando el animal comenzó a trotar. El movimiento del cuerpo del animal era mucho más brusco que el suave deslizamiento de las aves por el cielo, al que estaban acostumbrados, incluso con su continuo batir de alas. Cada zancada dada, les revolvían las entrañas como una batidora.
—¿Cómo que más hacia el este? —preguntó Kōri, confundido.
Y no era el único.
—¿Seguro que no te estás equivocando? ¡Se suponía que Ayame iba a ir a Tanzaku Gai, nos encontramos su túnica bajando desde el Valle del Fin y ahora nos dices que su rastro se va aún más hacia el este! —exclamó Zetsuo.
Se estaban alejando cada vez más del punto inicial de búsqueda y nada de lo que estaba ocurriendo tenía sentido, lo mirara por donde lo mirara... ¿Acaso Ayame les había mentido?
—El este, ¿eh? El País de la Espiral —intervino Daruu, trotando junto a ellos desde su peculiar caballo de caramelo.
—No saquemos conclusiones precipitadas —pidió Kiroe.
Pero Zetsuo ya apretaba las mandíbulas.
—Juro que reduciré esa jodida aldea a cenizas como algún Uzujin le haya puesto la mano encima —mascuyó el médico entre dientes, subrayando las palabras de Daruu y apretando con fuerza la túnica abrasada y desgajada que aún sujetaba en una de sus manos—. Y como se apellide Uchiha le sacaré los jodidos ojos y se los haré tragar.
—Aún no sabemos quién ha sido —habló Kōri. Su postura calma y gélida le acercaba más a Kiroe, y todo indicaba que tendrían que actuar como intermediarios para que tanto su padre como su pupilo templaran los ánimos—. Mantened la cabeza fría, si de verdad hubiese sido un Uzujin y pretendiese secuestrarla se la habría llevado a Uzushiogakure, al sur de aquí no al este.
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Aunque Daruu y Zetsuo siguieron gruñendo por lo bajo durante un buen tiempo, confiaron en el juicio de sus familiares y se dejaron llevar por los perros, que a pesar de haber dicho que percibían el rastro hacia el este, fueron virando cada vez más hacia el norte.
—Hace mucho viento, eso es tanto bueno como malo... —se quejó Kuro-chan. Era evidente que en ese contexto era "malo", por el tono de su voz.
—¿Por qué lo dices?
—El rastro venía del norte, no del este —intervino Inurun—. Pero el viento movió el rastro y nos confundió. De todas formas estamos muy lejos aún, se ha perdido bastante, así que...
—Por favor... por favor, encontradla. Confío en vosotros. —Daruu aguantó las lágrimas y se pegó al lomo de caramelo de su falso caballo.
El grupo de ninjas recorrió Oonindo hacia el noreste, pasando cerca del Valle del Fin para el atardecer. Estaban cerca del Puente Kannabi cuando el sol ya había abandonado el cielo. Ahora sólo la oscuridad del bosque les envolvía. Y aunque todos estaban cansados y tenían mucho hambre, habían intentado ignorarlo durante más de una hora pasada la medianoche.
Iba siendo evidente que en algún momento tendrían que...
—Percibo el olor de chineneas de leña algo más al sur... ¿deberíamos descansar hasta mañana?
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El grupo continuó la travesía. Sin embargo, no le pasó a nadie desapercibido que, pese a la afirmación de los canes de que el rastro de Ayame les conducía hacia el norte, poco a poco iban virando más y más hacia el norte.
—¿Dónde cojones se supone que vamos? —gruñó Zetsuo.
—Hace mucho viento, eso es tanto bueno como malo... —se quejó Kuro-chan. Y era evidente que, en aquellos momentos, era más malo que bueno.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Daruu.
—El rastro venía del norte, no del este —respondió Inurun—. Pero el viento movió el rastro y nos confundió. De todas formas estamos muy lejos aún, se ha perdido bastante, así que...
—Pues vamos apañados —resopló el médico.
—Por favor... por favor, encontradla. Confío en vosotros —suplicó Daruu.
Y así continuaron el viaje hacia el noreste, a lomos de dos perros y un falso caballo de caramelo. Pasaron cerca del Valle del Fin cuando comenzaba a atardecer, y se encontraban en la frontera entre el País del Remolino y el del Bosque, cerca del puente Kannabi, para cuando el sol ya se había puesto. Ahora era el turno de la noche, que desplegaba su manto sobre el bosque que les rodeaba. El hambre y el cansancio acuciaban, y aunque todos trataban de ignorarlo en pos de no frenar la búsqueda, pero...
—Percibo el olor de chineneas de leña algo más al sur... ¿deberíamos descansar hasta mañana?
Zetsuo apretó las mandíbulas, frustrado e impotente.
—Padre, todos necesitamos descansar. Incluso los perros —habló Kōri—. Además en mitad de la noche...
—¡Lo sé, lo sé! —gruñó, resignado—. Vayamos allí, a ver si podemos encontrar algún sitio donde pasar la noche. Pero recordad que estamos en el País del Remolino, será mejor que ninguna de esas jodidas ratas nos identifique como ninjas de Amegakure.
Parecía que se le había pegado el cariñoso apodo de Daruu.
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25/11/2018, 00:56
(Última modificación: 25/11/2018, 00:57 por Amedama Daruu.)
—Es muy poco probable que haya algún shinobi de Uzushiogakure pulule por una aldea en mitad del Bosque de la Hoja, a no ser que esté de paso —dijo Kiroe—. Por si acaso, no obstante, será mejor que guardemos las bandanas y las placas de rango a buen reguardo.
Por eso, Daruu no tenía problema. Se había asegurado, en su última revisión de su indumentaria de trabajo, de llevar la placa en el cinturón. De esa manera, la capa de viaje que vestía fuera del país tapaba la bandana y la medalla de chuunin por completo.
»Kuro-chan, Inurun. Dejadnos a una distancia prudencial de donde viene el rastro, lo suficiente como para que podamos orientarnos hacia él. Si nos ven entrando montando en perros gigantes y en un caballo de caramelo, será peor que si nos ven las placas.
—También debemos pensar una coartada. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe. Daruu miró de reojo a Zetsuo, y se recordó la suerte que tenía al no ser familiar suyo. Aunque mucho se temía que prácticamente lo era—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—Bien.
Los perros les condujeron hasta un claro del bosque. El humo de las chimeneas podía verse desde allí, también sentirse el olor de la leña quemada. A Daruu aquellos sentidos le transmitían calor y un buen plato de comida. Su estómago rugió con impaciencia, y se sintió culpable, pues otras prioridades reclamaban más su atención en aquél momento. Sin embargo, nadie puede aguantar mucho tiempo en ayunas. Ni siquiera el viejo Zetsuo, el Hierro.
—Bien, Kuro-chan, Inurun. Descansad... Mañana volveremos a necesitaros. ¿Podréis ayudarnos? —dijo Kiroe, mientras bajaba del lomo de Kuro-chan.
—¡Por supuesto! Si es por Ayame.
—¡Cuenta con nosotros!
Daruu bajó de su caballo e hizo que se desmoronara en un charco de un líquido viscoso y morado. Se adelantó y echó a caminar hacia el pueblo.
—Hasta mañana, chicos. ¡Vamos! Estoy deseando echarme a dormir. Y cuanto antes cenemos y durmamos, antes podremos levantarnos y proseguir con la búsqueda.
Kiroe asintió.
—¡Hasta mañana, chicos!
Los canes se sentaron en el suelo y desaparecieron en sendos estallidos de humo blanco. Kiroe acompañó al grupo.
"El pueblo" resultaron ser dos casas y una posada. «Suficiente», pensó Daruu, al tiempo que alcanzaba el pomo de la entrada. Se trataba de un lugar amplio y acogedor. Para el gozo de su suerte, estaba abarrotado: era más fácil pasar desapercibido. Nada llama más la atención que un grupo de encapuchados entrando a una posada con un señor bigotudo detrás de la barra y dos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
Allí había ruido, y a raudales. A Daruu le gustaban los sitios silenciosos, pero en aquella ocasión poco importaba. Al parecer, la posada era un establecimiento para viajeros, y el único en kilómetros a la redonda. Ya lo había parecido, a juzgar por los caballos atados en el exterior.
Cuando se acercaron al mostrador, les atendió un... señor bigotudo, sí. Daruu esperó que no hubiera un grupo de perversos extraños en la penumbra de las sillas del fondo.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?
Nivel: 32
Exp: 71 puntos
Dinero: 4420 ryōs
· Fue 30
· Pod 80
· Res 40
· Int 80
· Agu 40
· Car 50
· Agi 110
· Vol 60
· Des 60
· Per 100
—Es muy poco probable que haya algún shinobi de Uzushiogakure pulule por una aldea en mitad del Bosque de la Hoja, a no ser que esté de paso —dijo Kiroe—. Por si acaso, no obstante, será mejor que guardemos las bandanas y las placas de rango a buen reguardo.
Zetsuo asintió para sí. A él no le resultaba tan raro que pudiese haber, como mínimo, algún shinobi de Uzushiogakure pululando por los Bosques de la Hoja. Después de todo, y aunque Uzushiogakure se encontraba muy al sur, seguían estando dentro de su país. No podían bajar la guardia. Por eso, y en cuando detuvieran aquel ajetreado trote, tanto Zetsuo como Kōri se encargarían de esconder sus bandanas. El segundo lo tenía algo más difícil, pues tenía la placa anclada a la bufanda que rodeaba su cuello, así que tendría que guardarla en la mochila que llevaba sobre los hombros.
Y entonces pasaron a hablar de excusas y coartadas.
—También debemos pensar una coartada —dijo Daruu—. Lo mejor que se me ocurre es, si preguntan, decir que somos viajeros. Pero, ¿hacia dónde? ¿Por qué?
—Seríamos... ¡una familia! —dijo Kiroe—. Nos vamos a visitar la Aldea del Té. Desde Yachi. Es una media mentira. La dirección concuerda, así que...
—¡No pienso hacerme pasar por tu marido, pastelera! —gruñó Zetsuo, airado.
Pero lo dejaron estar sin demasiadas protestas. Los canes los llevaron hasta un claro en el bosque. Desde allí, alzándose sobre las copas de los árboles hacia el cielo nocturno, podían ver a la perfección las columnas de humo. Tres, para ser exactos. Después de despedirse de los fieles animales y de que Daruu deshiciera su peculiar montura, echaron a andar hacia la pequeña villa, que resultó tratarse de nada más que dos casas y una posada con varios caballos atados en una cuadra: "El Patito del Bosque", rezaba el letrero de entrada. El murmullo constante que se oía a través de la puerta ya les indicó lo que se iban a encontrar dentro: Gente. Mucha gente. Aunque, para alivio de todos, resultó ser un lugar amplio y acogedor.
«Esperemos que haya sitio para nosotros.» Pensó Zetsuo, torciendo ligeramente el gesto. Si tenían la mala suerte de que no quedaran camas en aquel lugar, se verían obligados a acampar bajo el frío del invierno a la interperie, pues no parecía haber otro establecimiento similar en varios kilómetros a la redonda. Algo que ninguno de ellos, a excepción quizás de Kōri que era probable que le diese igual, desearía.
Se acercaron al mostrador, y les atendió un señor con un respetable bigote.
—Bienvenidos al Patito del Bosque. ¿Qué va a ser?
—Buenas noches, señor —se adelantó Zetsuo, antes de que nadie más pudiera hablar—. Necesitamos dos habitaciones dobles para pasar la noche y algo de comida que llevarnos al estómago, si es tan amable.
«Ni de coña voy a compartir habitación con la pastelera loca. ¡Lo que me faltaba ya!»
No habló ni de lo hambrientos y cansados que estaban, no de lo largo del viaje que llevaban tras sus pasos. Aotsuki Zetsuo prefería dar la información justa y necesaria, sin adornos ni rodeos que pudieran utilizar en su contra.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
25/11/2018, 13:24
(Última modificación: 25/11/2018, 13:26 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Aotsuki Zetsuo prefería dar la información justa y necesaria. Sin adornos ni rodeos que pudieran utilizar en su contra. Así pues, dijo que quería comer, pero no dijo el qué. El hombre del mostrador les señaló un cartel detrás de él.
—Son 50 ryos por cabeza, y me tienen que decir qué quieren.
Como cena, había sopa de pato, pato al horno, bocadillo de pechuga de pato con salsa de naranja y ensalada con carne de pato. «Pues hace honor a su nombre... sólo tienen pato.»
—Bocadillo.
—Sopa de pato.
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