14/01/2019, 01:12
¿Muchas más ganas? Si Yubiwa había tenido algo que ver con el ataque, dudaba que tuviesen más ganas que él mismo. Tenía que reconocer, no obstante, que todo aquello había sido una de sus mayores cagadas. No era el momento de quejarse, sino de reconocer su error y lamer las heridas.
—Es la placa de jounin de Akame. —A Datsue se le hizo un nudo en la garganta—. Quiero que te la quedes tú. Que la vistas. Y que nos hagas orgullosos de ti a ambos.
»Quien sabe, quizás se te pegue algo de profesionalidad.
Datsue esbozó una sonrisa ante la última palabra, y fue la sonrisa más melancólica que había visto Oonindo en su historia. No había pasado ni un día de haberle perdido, y ya le estaba echando de menos. En cualquier otro momento y circunstancia, estaría dando saltos de alegría y deseando salir para irse de fiesta a celebrarlo. En aquel instante, sin embargo, no notó más que una tristeza profunda. No fue ni un momento agridulce. Porque se dio cuenta que, precisamente, ya no tenía a su Hermano para celebrarlo juntos.
Nunca… más.
Se arrancó la aguja del gotero y se levantó de golpe.
—Discúlpeme, Hanabi-sama, pero he de partir. —Caminó, descalzo, hasta le mesita y tomó la placa dorada de su Hermano.
»A estas horas del día, Akame ya le habría dado dos vueltas a la Villa corriendo; practicado golpes de Taijutsu y Kenjutsu; meditado; y estaría dominando ahora un tercer elemento. —Porque Akame era así. Insaciable, metódico e incombustible. Un jodido…
... profesional.
Ya habría tiempo de llorarle. En su funeral. En la noche. El resto de su puñetera vida. ¿Aquel día? Aquel día no era para eso. Aquel día honraría a su Hermano. Aquel día se lo dedicaría a él, para hacerle sentir orgulloso. Abrió la ventana de la habitación, todavía con la blusa de enfermo puesta, y sonrió a Hanabi. Había dicho que aquel día no iba a llorar, pero, sin darse cuenta, las lágrimas caían de sus ojos como una herida abierta. Y es que, en realidad, así era. Por mucho que tratase de ocultarlo, ahora y en el futuro con su risa, sus bromas y sus insensateces, el alma de Datsue, triste y oscura, siempre tendría una herida sangrente que nunca, nunca, nunca se cerraría.
Se subió al hueco de la ventana. Una ráfaga de viento le dio los buenos días, trayendo consigo un aroma a cerezo y, curiosamente, a tabaco. Ambas cosas le recordaron algo, y giró la cabeza para mirar a Hanabi.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
—Es la placa de jounin de Akame. —A Datsue se le hizo un nudo en la garganta—. Quiero que te la quedes tú. Que la vistas. Y que nos hagas orgullosos de ti a ambos.
»Quien sabe, quizás se te pegue algo de profesionalidad.
Datsue esbozó una sonrisa ante la última palabra, y fue la sonrisa más melancólica que había visto Oonindo en su historia. No había pasado ni un día de haberle perdido, y ya le estaba echando de menos. En cualquier otro momento y circunstancia, estaría dando saltos de alegría y deseando salir para irse de fiesta a celebrarlo. En aquel instante, sin embargo, no notó más que una tristeza profunda. No fue ni un momento agridulce. Porque se dio cuenta que, precisamente, ya no tenía a su Hermano para celebrarlo juntos.
Nunca… más.
Se arrancó la aguja del gotero y se levantó de golpe.
—Discúlpeme, Hanabi-sama, pero he de partir. —Caminó, descalzo, hasta le mesita y tomó la placa dorada de su Hermano.
»A estas horas del día, Akame ya le habría dado dos vueltas a la Villa corriendo; practicado golpes de Taijutsu y Kenjutsu; meditado; y estaría dominando ahora un tercer elemento. —Porque Akame era así. Insaciable, metódico e incombustible. Un jodido…
... profesional.
Ya habría tiempo de llorarle. En su funeral. En la noche. El resto de su puñetera vida. ¿Aquel día? Aquel día no era para eso. Aquel día honraría a su Hermano. Aquel día se lo dedicaría a él, para hacerle sentir orgulloso. Abrió la ventana de la habitación, todavía con la blusa de enfermo puesta, y sonrió a Hanabi. Había dicho que aquel día no iba a llorar, pero, sin darse cuenta, las lágrimas caían de sus ojos como una herida abierta. Y es que, en realidad, así era. Por mucho que tratase de ocultarlo, ahora y en el futuro con su risa, sus bromas y sus insensateces, el alma de Datsue, triste y oscura, siempre tendría una herida sangrente que nunca, nunca, nunca se cerraría.
Se subió al hueco de la ventana. Una ráfaga de viento le dio los buenos días, trayendo consigo un aroma a cerezo y, curiosamente, a tabaco. Ambas cosas le recordaron algo, y giró la cabeza para mirar a Hanabi.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado