Aparentemente era un día normal. No llovía, pero estaba nublado. Soplaba el viento, pero no era especialmente gélido. Un día más de invierno en Uzushiogakure no Sato, vaya. Claro que, últimamente, lo normal en Uzushiogakure eran las desgracias, las invasiones y los atentados.

Aquel parecía ser un día de esos. Un día que podía entrar perfectamente dentro de la nueva normalidad.

—¡Vas a lamentarlo, Sarutobi Saori! —rugió Datsue, fuera de sí—. ¡Vas a lamentarlo mucho! ¡¡¡Gōkakyū no Jutsu!!!

Y de sus labios surgió la llamarada de fuego más poderosa que fue capaz de invocar. El tremendo lanzallamas recortó la distancia que les separaba impactando —o tratando de hacerlo, al menos— en el joven Sarutobi, colisionando con la valla que tenía tras él e incendiando el césped de atrás. El fuego se movió rápidamente hacia la vivienda familiar de madera y tejas rojas, devorándolo a una velocidad asombrosa.

Se oyeron gritos de auxilio. Gente corriendo despavorida. Personas que desde sus casas trataban de contactar con el Uzukage vía telefónica. Otras corriendo directamente al edificio del Uzukage para pedir ayuda.

Todo se había vuelto un auténtico caos.




Uchiha Datsue paseaba por las calles de la Villa con tranquilidad, totalmente desconocedor de lo que estaba a punto de suceder. Era un día normal, típica tarde de invierno en Uzushiogakure no Sato. El sol estaba oculto tras las nubes, pero no hacía especialmente frío. Un día sin más, un día anodino. Un día de esos que ya se echaban de menos en aquella villa.

Vestido con su habitual chaqueta oscura, camisa blanca y peinado de trenzas, Datsue se dirigía a la plaza para hacer unas compras. No obstante, en una calle estrecha, situada entre dos casas con tejas rojas, se cruzó con un joven. No había intercambiado una palabra con él en su vida, pero, aún así, reconoció su rostro. Lo había visto en algún sitio.

—¡Hola! Oye, me suenas de algo… ¿Cómo te llamabas? —soltó, quizá demasiado abrupto.

Saori se subió la cremallera de la sudadera hasta arriba porque, aunque no hacía frío, el aire corría con cierta fuerza y el movimiento de las solapas de la prenda le molestaba un poco.

Aquel día había decidido caminar tranquilamente por la plaza, pensando un poco en cómo actuar de ahora en adelante, tratando de ponerse un horario para la que era ya su nueva vida como shinobi de la espiral cuando, de repente, algo le sacó de sus pensamientos.

—¡Hola! Oye, me suenas de algo… ¿Cómo te llamabas?

El joven miró al frente, donde surgió esa voz que suponía se dirigía a él, algo sobresaltado, algo que sin duda no pasaría desapercibido para su interlocutor y, en cuanto sus ojos se cruzaron, el pequeño Sarutobi se cuadró como si estuviera frente a su general, sin saber muy bien por qué, aquella persona le transmitía un aura de superioridad.

—Ho...¡Hola! Mi nombre es Sarutobi Saori. — Y ahora que se fijaba más, lo cierto era que él también le era conocido. —¿Y tú eras...?

Datsue chasqueó los dedos, reconociendo el nombre enseguida. «Sarutobi Saori joder, ¡pues claro!» Le sorprendió, no obstante, que el chico no le hubiese reconocido. No fue una sorpresa mala, a decir verdad. Podía llegar a ser agobiante que todo el mundo te reconociese por la calle. Quién lo diría, con las ganas de fama y protagonismo que había tenido en el pasado.

—Uchiha Datsue, Jōnin de Uzushiogakure no Sato —dijo, a secas—. Oye, ¿sabías que tuvimos la misma profe de Fūinjutsu? El otro día quedamos para tomar algo y me estuvo enseñando los expedientes de los últimos graduados. ¡Me habló muy bien de ti, que lo sepas! Asegura que eres uno de los mejores de la promoción —le felicitó.

En cuanto el joven se presentó, su interlocutor chasqueó los dedos, asustando nuevamente a Saori, que dio un pequeño respingo en el sitio, aunque no perdió la compostura, algo que sí perdió en cuanto conoció la identidad de la otra persona.

<<¡Hostia! Datsue, ¿se habrá molestado por que no le haya reconocido?>>

Aun así se mantuvo callado, tratando de quitarle hierro al asunto si es que eso tenía algún sentido.

—. Oye, ¿sabías que tuvimos la misma profe de Fūinjutsu? El otro día quedamos para tomar algo y me estuvo enseñando los expedientes de los últimos graduados. ¡Me habló muy bien de ti, que lo sepas! Asegura que eres uno de los mejores de la promoción

Aquello sí que le dejó perplejo, ¿la profe de Fūinjutsu le había hablado bien de él a Uchiha Datsue? Sin darse cuenta se había sonrojado por completo.

—Gracias... ¡Gracias! ¡La verdad que es un halago viniendo de usted! Me gustaría ser conocido como uno de los mejores usuarios de Fūinjutsu. — Dijo algo avergonzado por estar contándole sus objetivos a un recién conocido.

Datsue sonrió cuando Saori se alegró tanto por las buenas palabras de su profesora. Más teniendo en cuenta el nerviosismo que había demostrado instantes antes. A decir verdad, Datsue había contado una trola más grande que el Árbol Sagrado del País del Bosque. La profesora de Fūinjutsu no había halagado a nadie en concreto, pero nunca estaba de más subirle los ánimos a un recién graduado.

—Así que el mejor en fūinjutsu, ¿eh? ¡Pues precisamente me dijo que se te daba muy bien! Y eso es decir mucho, viendo cómo los Uzumakis suelen llevarse todos los halagos en esa rama.

Ah, malditos Uzumakis. Había que reconocer que habían nacido para ello.

—Y dime, joven, ¿cuál es tu Camino del Ninja? —preguntó, curioso. Tenía la sensación de que hacía mil años que no hacía o le hacían aquella pregunta, como si esas cosas hubiesen quedado muy en el pasado. Pensándolo bien, tan solo hacía tres años que había salido de la academia. No es que el tiempo volase, es que él había alzado el vuelo muy rápido y demasiado alto. Como les había tocado hacer a todos los de su generación, por desgracia.

Eran tiempos convulsos, los suyos.

Sin duda alguna las palabras del Uchiha habían conseguido animar a Saori de una manera que ni él mismo de esperaba, y eso, en parte era lo que estaba buscando aquel día al salir de casa, una inspiración que le iluminara el camino.

—Así que el mejor en fūinjutsu, ¿eh? ¡Pues precisamente me dijo que se te daba muy bien! Y eso es decir mucho, viendo cómo los Uzumakis suelen llevarse todos los halagos en esa rama.

El Sarutobi asintió profundamente, tenía toda la razón, sin duda alguna los Uzumaki habían sido creados por y para el Fūinjutsu, por eso que la mismísima profesora le considerara unos de los mejores en ese campo, era tan importante para él.

—Y dime, joven, ¿cuál es tu Camino del Ninja?

Y esa pregunta le hizo parar sus pensamientos por un segundo, tratando de ordenar sus ideas y dándose cuenta de que, realmente, no había pensado en ello demasiado, aunque sí que tenía una respuesta.

—Aspirar a lo más alto que me sea posible, cada vez. — Aseguró categóricamente, sin ningún tipo de duda y, aunque pudiera parecer una respuesta ambigua, lo que quería decir era que no se cerraba a nada, simplemente quería ser el mejor —¿Cuál es el suyo? — Preguntó tratando de averiguar cómo pensaba una persona como Uchiha Datsue.

Le gustó la determinación que vio en los ojos de aquel chico. También la ambición en sus palabras. Vale, quizá no fuese más que un mojigato que todavía no sabía nada de la vida. Todavía no había recibido su primera gran hostia, por así decirlo. No había tenido que levantarse porque nadie le había tumbado. Pero estar con aquel positivismo y aquel ánimo de primeras nunca era malo.

—¿El mío? —sonrió—. Permanecer en lo más alto —replicó con cierta guasa—. Parece que nuestros caminos se rivalizan… y además quieres ser el mejor en fūinjutsu, ¡mi maldita especialidad! —negó con la cabeza, como si no pudiese permitírselo—. ¿Qué me dices si zanjamos el puesto de al menos este año 220 con un combate? ¡Aquí y ahora, ¿te atreves?!

El Sharingan brilló en sus ojos sin esperar respuesta.

Toda aquella conversación se desarrolló demasiado rápido, partiendo de la base de que, al parecer, Datsue se tomó sus declaraciones como una muestra de rivalidad que, a pesar de serlo, no pretendían tener ese significado, y de repente, las pulsaciones del Sarutobi se aceleraron.

Miró a su interlocutor y sus ojos se quedaron clavados en los rojos orbes del Uchiha y sabía que, en ese momento, no tenía ninguna oportunidad, y también sabía que quizás sería una buena oportunidad de aprender de un Jōnin de su villa, algo que no sucedería todos los días, su instinto le decía que huyera, pero...

Realizó una rápida consecución de cuatro sellos y una nube de humo salió de su boca extendiéndose por toda la zona, tratando de usarla como forma de esquivar la mirada de Datsue y ocultarse en un lugar.

Datsue sonrió. Era increíble el aplomo y valentía que demostraba tener aquel chico. Aún ahora que sabía quién era él, aún sabiendo todo lo que sabía de su condición, apenas había dudado un par de segundos antes de decidir que aceptaba.

«Oh, no me digas que no te enseñaron modales», pensó, contrariado, cuando le vio ejecutar sellos antes siquiera de hacer el sello de confrontación. No iba a tenérselo en cuenta, sin embargo. Lo achacó a la emoción del momento.

Reconoció aquella técnica enseguida. Hanabi había empleado algo parecido en su combate contra él. Aquella nube de humo no era simple humo. Datsue ejecutó una rápida tanda de sellos —sus manos, al contrario que Sarutobi Saori, sí se movieron rápido—. Su cuerpo se hundió en la tierra, a salvo bajo la superficie. Y no solo eso, gracias al Moguragakure no Jutsu, era capaz de saber exactamente dónde se había ocultado Saori, mediante la medición de fuerzas magnéticas.

Se dirigió hasta allí buceando bajo tierra y asomó la cabeza justo frente a sus narices.

—¡¡Hola!! —exclamó con ímpetu, tratando de asustarle en parte y de que le mirase a la cara por el otro lado. Cuando se produjo contacto visual, ojo a ojo, continuó—. Eres de los impacientes, ¿eh?

Datsue salió del suelo y se sacudió la ropa, quitándose el polvo.

—Por los dioses, chico, no pensarías que íbamos a tener un combate en mitad de la calle, ¿no? —Suspiró—. Dime una cosa, ¿has oído hablar en clase de los Genjutsus? Ya sabes, esas técnicas que sirven para crear ilusiones. Pues, verás… ¡Estás en uno! —le anunció, pese a que a su alrededor seguía todo igual.

Entonces Datsue chasqueó los dedos, y la nube de cenizas desapareció de la calle. Volvió a chasquearlos, y el holograma de una pantalla surgió de la nada frente a ellos. En ella, aparecía la pantalla de carga de una de esas máquinas recreativas. Empezó a sonar musiquilla de fondo, y un momento dado apareció una ristra de personajes a cada lado, bajo el título: Ninja Fighter.

A la izquierda, se seleccionó automáticamente la figura de Sarutobi Saori. A la derecha, aparecieron un montón de personajes en pose de combate. Personajes que Saori apenas conocía. Un tal Amedama Daruu. Aotsuki Ayame. Umikiba Kaido. Amekoro Yui. Aburame Kintsugi. Uzumaki Eri. Uzumaki Zoku. Sarutobi Hanabi. En fin, un montón. Datsue seleccionó a un tipo llamado el Intrépido. A grandes rasgos era igual que él, pero más pequeño y con la cara más aniñada.

—Te presento a mi yo recién salido de la academia. Trece añitos tenía por aquella época. Así que, ¿qué me dices? ¿Te enfrentas a mi yo del pasado? En serio, aprecio tu determinación al enfrentarte a mí sin pensártelo… pero no sería divertido. Ahora mismo no tendrías ninguna posibilidad —dijo, con franqueza. Luego bajó la voz y, como si estuviese contándole un secreto, añadió:—. Si quieres empezar el combate, tienes que echarle una moneda.

A pesar de su técnica para tratar de esconderse y pensar en cómo actuar a futuro, el joven Sarutobi tenía la sensación de que no sería suficiente y aquello le estaba matando los nervios, debería haber dicho simple y llanamente que no, que no aceptaba aquel combate, pero sabía que el Uchiha no iba a ir en serio, no podía si realmente quería comprobar sus capacidades, por lo que...

—¡AAAAAAAH! — Saori se cayó de culo cuando la cabeza de Datsue surgió frente a él del suelo.

—Por los dioses, chico, no pensarías que íbamos a tener un combate en mitad de la calle, ¿no? —Suspiró—. Dime una cosa, ¿has oído hablar en clase de los Genjutsus? Ya sabes, esas técnicas que sirven para crear ilusiones. Pues, verás… ¡Estás en uno!

El pelinegro asintió con fuerza, aun tratando de llevar su corazón a un ritmo de latidos normal después de aquel susto y miró a todos lados, intentando ver algo que le confirmara las palabras del Jōnin, algo que no tardó en suceder, concretamente, tras el chasqueo de dedos del susodicho.

—¡Guaaaaaau! — Saori vio como a un lado se seleccionaba un personaje idéntico a él, probablemente, él mismo, al otro, sin embargo se seleccionó un personaje que era muy parecido a Datsue, una versión más joven quizá.

Y efectivamente, era un Uchiha Datsue recién salido de la academia, uno que quizás sí pudiera enfrentar cuerpo a cuerpo, lo cual le tranquilizó y le motivó, era su oportunidad de demostrarle a un superior su valía.

—¡Por supuesto! Esto es... maravilloso, ¡es un gran método de entrenamiento! — Exclamó, exaltado y, en cuanto le dijo lo de la moneda, al no especificar de qué valor debía ser, buscó la de menor valor y se la tendió a su interlocutor, porque no tenía muy claro donde debía echarla.

Datsue tomó la moneda y la introdujo en una ranura que generó para la ocasión. El insert coin desapareció de la pantalla y pudieron acceder a la siguiente fase. Ahora ambos tenían ante ellos una tienda, con todo tipo de objetos y armas, y con un saldo de mil ryōs para cada uno.

—Selecciona las armas que quieras, a mayores de las que ya tienes en la vida real, y las tendrás mágicamente en tu portaobjetos —dijo Datsue, mientras él seleccionaba las suyas tocando la pantalla, como si fuese una pantalla táctil.

Luego, llegó el momento de elegir el escenario. Datsue fue seleccionando los distintos escenarios posibles, al mismo tiempo que el mundo a su alrededor cambiaba para mostrarles una previa de cómo sería. De pronto se encontraban en la cima de un volcán cuya lava bullía en su interior. El calor era asfixiante, y el terreno áspero y seco. De ahí saltaron al mar, con aletas de tiburón girando a su alrededor. Luego pasaron a un bosque. Luego a un desierto. Luego…

—¡Bah! Las Calles de Uzushiogakure no Sato está bien —decidió, volviendo al sitio donde verdaderamente estaban—. Por cierto, Saori. Tengo que decirte que mi versión más joven era un poco… Bueno, un poco cabrona. No me lo tengas en cuenta, ¿eh?

Aquellas fueron las últimas palabras de Datsue, el Jōnin reintegrado. Su cuerpo parpadeó y bajó en estatura. Su rostro se volvió más aniñado. Sus anchos músculos parecieron pincharse y desinflarse como un globo de agua. Incluso sus ropas cambiaron a las que solía portar por aquella época: una camiseta blanca de cuello abierto y mangas enrolladas; un pantalón de chándal corto muy holgado en la entrepierna y más ajustado bajo la rodilla —donde terminaban—; tres pulseras en una muñeca y un pendiente de aro negro en su oreja derecha.

Los cuerpos de ambos genins se movieron al centro de la calle, de siete metros de ancho. Había unas vallas metálicas que las delimitaba, de apenas un metro de altura, y un jardín con una casa a ambos lados.

Una barra de vida verde y otra de chakra azul surgió encima de la cabeza de ambos. Apareció un contador entre ellos dos: tres, dos, uno… Y de pronto se escuchó desde el cielo, con voz atronadora y grave:


El Sharingan perló la mirada de Datsue el Intrépido. Solo que aquél no tenía las habituales tres aspas, sino una.

El joven iba procesando todo lo que sus ojos veían, primero apareció la ranura para insertar la moneda y, en la pantalla donde antes había elegido personajes, ahora se les presentaba una tienda de objetos y armas y un saldo determinado para gastar.

Saori estaba fascinado con aquello, y, tratando de imitar a Datsue, tocó la pantalla, seleccionando los objetos que quería. Pero lo más impactante llegó justo después, una vez los dos habían seleccionado sus armas, Datsue empezó a buscar un escenario en el que llevar a cabo la pelea y, en mas de una ocasión, el más joven de los dos tuvo que reprimir un gritito, sobre todo cuando se encontraron en mitad del mar, con un par de tiburones rondando por su posición.

—¿Todo esto es posible con Genjutsu? Es alucinante... — Fue lo único que alcanzó a decir.

Finalmente decidió por no volverse demasiado loco y seleccionó las calles de la Villa como escenario principal. El Sarutobi asintió ante la advertencia de su rival y vio como su cuerpo cambiaba completamente, tanto en complexión física como en vestimenta, y, una vez más, las pulsaciones de Saori se aceleraron, el combate estaba a punto de comenzar y, sin duda, ahora estaría igualado.

Aquella voz le pilló completamente por sorpresa, pero no perdió más tiempo y alcanzó uno de los kunais con su mano derecha y se dirigió a toda la velocidad que sus piernas le permitían hacia Datsue, dispuesto a lanzar dos tajos, el primero horizontal a la altura del pecho y el segundo en diagonal, desde el hombro izquierdo del Uchiha hasta su cadera derecha.

Datsue siguió los movimientos de Saori con un poco más de claridad gracias al Sharingan. No es que lo viese todo a cámara lenta, o que percibiese cada pequeño músculo tensándose antes de ejecutar una contracción, pero sí que era capaz de adivinar un poco mejor las intenciones del rival.

Ante el primer ataque, Datsue dio un paso hacia atrás para evitar el corte, y otro medio para evitar el segundo. No fue lo suficientemente rápido para este último, sin embargo, y recibió un corte superficial en el torso que rasgó su camisa.

No obstante, ahora Saori había quedado en una posición comprometida. Su mano derecha apuntaba a la parte derecha de la cadera del Uchiha, quedando su cuerpo ladeado y muy vulnerable. El Intrépido lo aprovechó para atrapar con su mano derecha el antebrazo del Sarutobi y, al mismo tiempo, elevar la rodilla con fuerza para hundirla en el estómago de su rival.

—¿¡Cómo osas atacar al Intrépido!? ¡Ahora verás!

Todavía agarrando el antebrazo de Saori, giró sobre los talones y, pasando el brazo del chico sobre uno de sus hombros, tiró con fuerza para tirarle de espaldas contra el suelo con una llave clásica.

Su primer ataque falló, pero el segundo sí que se encontró con la carne de su oponente, aunque no fue un golpe limpio, ya que el Uchiha pudo moverse lo suficiente como para minimizar los daños, recibiendo solo un corte superficial.

Su contraataque fue efectivo, dada la postura del Sarutobi, le fue imposible evitar que agarrara su antebrazo, aunque sí fue capaz de bloquear el rodillazo que iba directo a su estómago con la mano izquierda.

—¿¡Cómo osas atacar al Intrépido!? ¡Ahora verás!

Datsue entonces realizó una llave clásica para lanzar a Saori al suelo que, a pesar de que trató de resistirse, salió lanzado sobre el hombro de su rival e impactó con fuerza contra el suelo, golpe que le cortó la respiración por unos instantes.

Pero sin más tiempo que perder, se puso en pie, encarando nuevamente a su contrincante y dando un par de saltitos hacia detrás, tomando cierta distancia, mientras realizaba una rápida secuencia de sellos tras la cual una inmensa nube de humo negro salió de su boca, envolviendo todo lo que estaba a su alcance y dejando al Uchiha dentro de la misma e, instantáneamente, todo se volvió fuego, la nube entera explotó, arrasando todo lo que se encontrara a su alcance, mientras el Sarutobi se alejaba un poco más, tratando de tomar una distancia prudencial.

Una nube de cenizas le rodeó rápidamente. Datsue, el creador de aquella ilusión, sabía perfectamente cómo funcionaba aquella técnica. No así su versión más pequeña, que se comió el ardid con una explosión en la cara.

El pequeño Intrépido cayó al suelo, con las ropas, piel y pelo chamuscados. Se le veían lagrimillas en los ojos y una cara de muy, muy mala hostia.

—Has… Has… ¡Has chamuscado mi cara! ¡Vas a lamentarlo, Sarutobi Saori! ¡Vas a lamentarlo mucho! —Sarutobi Saori había cruzado el límite. Datsue se levantó enrabietado mientras tiraba una bola de papel al suelo. Cerró los ojos, y un destello cegador inundó las calles, proveniente de la hikaridama. Datsue, que ya estaba realizando sellos con los ojos cerrados, los abrió para apuntar—. ¡¡¡Gōkakyū no Jutsu!!!

Y de sus labios surgió la llamarada de fuego más poderosa que fue capaz de invocar. El tremendo lanzallamas en forma de esfera flamígera recortó la distancia que les separaba impactando —o tratando de hacerlo, al menos— en el joven Sarutobi, colisionando con la valla que tenía tras él e incendiando el césped de atrás. El fuego se movió rápidamente hacia la vivienda familiar de madera y tejas rojas, devorándolo a una velocidad asombrosa.

Se oyeron gritos de auxilio. Gente corriendo despavorida. Personas que desde sus casas trataban de contactar con el Uzukage vía telefónica. Otras corriendo directamente al edificio del Uzukage para pedir ayuda.

Todo se había vuelto un auténtico caos.