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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Kazuma observo con cuidado el mapa, detallando las señalizaciones y giros que habían grabados, comparándolos con aquellos vistos y recorridos. Si estaba correctamente ubicado, y estaba casi seguro de ello, deberían de estar muy cerca de su destino.

Ya estamos bastante cerca, sensei. Deberíamos llegar pronto a la ciudad.

El trayecto había sido más sencillo de lo que se esperaba, quizás porque nunca había hecho un recorrido de aquellos a pie.
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Ya estamos bastante cerca, sensei. Deberíamos llegar pronto a la ciudad.

— Perfecto — dijo, sonriendo a su alumno. La tarde se les estaba echando encima, y era probable que tuvieran que quedarse a hospedarse en la ciudad.

Pronto, el contorno de la gran ciudad podría verse en fondo, como contraste con los grandes bosques que ahora mismo les rodeaban. El camino les había conducido directos, afortunadamente. Quien sabe, quizá incluso Juro habría podido seguirlo, sin haberse perdido demasiado.

— Creo que ha sido un viaje algo movido, pero afortunadamente, está llegando a su fin — comentó Juro, sonriendo. Sin embargo, aún quedaba la vuelta —. La verdad es que lo de los comerciantes es un asunto peliagudo. No sabemos mucho de quién puede estar detrás de un crimen tan... organizado. Pero hoy hemos estado cerca. Quien sabe, quizá deberíamos patrullar los caminos más a menudo, hasta que se revelen.

» Igualmente, nuestro objetivo de hoy no es ese, Kazuma-kun. Tenemos que entregar el... pedido — le dijo, guiñandole el ojo. Aún no le había dicho que era, y lo hacía precisamente a proposito. Quería picar a su alumno, a ver si rompía esa aparente tranquilidad que siempre tenía.
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— Creo que ha sido un viaje algo movido, pero afortunadamente, está llegando a su fin — comentó Juro, sonriendo. Sin embargo, aún quedaba la vuelta —. La verdad es que lo de los comerciantes es un asunto peliagudo. No sabemos mucho de quién puede estar detrás de un crimen tan... organizado. Pero hoy hemos estado cerca. Quien sabe, quizá deberíamos patrullar los caminos más a menudo, hasta que se revelen.

Puede ser dificil… —dijo con algo de duda—. Dicen que los ratones no salen de la madriguera cuando la serpiente está al asecho.

—Igualmente, nuestro objetivo de hoy no es ese, Kazuma-kun. Tenemos que entregar el... pedido —le dijo, guiñándole el ojo. Aún no le había dicho que era, y lo hacía precisamente a propósito. Quería picar a su alumno, a ver si rompía esa aparente tranquilidad que siempre tenía.

¿Pedido? —saboreo la palabra, tratando de saber de qué estaba hecha—. Entonces alguien ha encargado algo…, pero no llevamos ningún paquete… quizá no es algo físico, ¿es un mensaje?
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Kazuma dudaba, y no era para menos. Ciertamente, era un asunto dificil, y siendo un genin, no era muy experimentado en estos temas. Por eso mismo, Juro no le culpó.

¿Pedido? Entonces alguien ha encargado algo…, pero no llevamos ningún paquete… quizá no es algo físico, ¿es un mensaje?

El marionetista negó con la cabeza, mientras relevaba una media sonrisa.

— ¿Crees que necesitamos cargar con un paquete para entregarlo? Eso es muy poco práctico, Kazuma-kun, ¿No crees? — dejó escapar Juro, mientras relevaba lo que había en su costado. Un pergamino. Ahí había sellado la carga —. Aquí está todo el paquete que necesitamos.

Se preguntó si su alumno era versado o no en el arte del sellado. Por lo que veía, muy experto no parecía, aunque simplemente pudiera ser que no había imaginado lo que Juro escondía. Se encogió de hombros.

» En realidad, también es un mensaje. Aunque no del tipo que tengamos que entregar. Más bien, algo que tenemos que ordenar.
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— ¿Crees que necesitamos cargar con un paquete para entregarlo? Eso es muy poco práctico, Kazuma-kun, ¿No crees? — dejó escapar Juro, mientras relevaba lo que había en su costado. Un pergamino. Ahí había sellado la carga —. Aquí está todo el paquete que necesitamos.

Ya veo… lleva algo sellado, ¿no? —aventuro.

No era muy conocedor de las técnicas de sellado, pero sabía lo suficiente como para entender que se podían confinar objetos de diversa naturaleza en las líneas que se dibujaban sobre el papel de un pergamino.

— En realidad, también es un mensaje. Aunque no del tipo que tengamos que entregar. Más bien, algo que tenemos que ordenar.

Es como un mandato o algo así, ¿verdad? —pregunto, más curioso que antes—. Debe de ser algo importante… ¿Podre saber lo que es cuando lo entreguemos?
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Debe de ser algo importante… ¿Podre saber lo que es cuando lo entreguemos?

— Claro, no veo por qué no — murmuró Juro, disimulando otra sonrisa. Por mucho que le dijese a su alumno, en su cabecita no podía concebir la posibilidad de que estuvieran haciendo un encargo banal, y que en realidad, eso no tenía ningun significado. No es que fuese cierto, pero tenía mucho que aprender.

Finalmente, maestro y alumno, llegaron a su destino. La gran ciudad: Tane-Shigai.

Ambos habían estado ahí ya, por lo que el mencionar los grandes árboles que en realidad constituían la ciudad, o la gran burbuja de paredes traslucidas que coronaba la ciudad y daba residencia al señor feudal, era innecesario. Tane-Shigai era bonita, y una gran atracción turística, eso había que admitirlo. Juro siempre se había sentido fascinado por ella.

La ciudad les dio la bienvenida con bullicio. Había gente por todas partes, y eso que ya estaba atardeciendo. Ambos se encontraron en una enorme plaza rodeada de árboles, con varias calles, como conductos, que llevarían al corazón de la ciudad (el hogar del señor feudal estaba más lejos). La gente iba y venía, y parecía haber mercadillos y otros puestos por los alrededores.

— Buen trabajo, Kazuma-kun, nos has conseguido traer hasta aquí, y has mantenido la guardia correctamente, aún con todo lo que ha pasado — le aplaudió Juro —. Ahora bien, el trabajo del ninja no solo es asegurar los caminos. Por muy segura que parezca esta ciudad, cualquier cosa puede acechar en ella, así que no puedes bajar la guardia. Si te das cuenta, pronto va a anochecer, así que si no queremos reanudar el camino en mitad de la oscuridad, tendremos que encontrar un lugar para alojarnos y comer, también.

» Aunque parece una tonteria, la pernoctación para un ninja es también un asunto serio — exclamó Juro, encogiendose de hombros —. ¿Qué hacemos, Kazuma? ¿A dónde vamos primero?
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La ciudad arbórea les recibió junto con el ocaso, por lo que ahora requerían donde pasar la noche.

—Aunque parece una tonteria, la pernoctación para un ninja es también un asunto serio —exclamó Juro, encogiendose de hombros—. ¿Qué hacemos, Kazuma? ¿A dónde vamos primero?

Conozco un buen sitio para pasar la noche —revelo el joven—: es económico y tiene buena comida.

El joven se dio a una paciente caminata, guiando a su superior a través de la maraña de puentes y cornisas. Las sombras del crepúsculo comenzaban a abandonar el suelo, elevándose hasta las cimas de los árboles y confiriéndole a la ciudad uno de sus famosos atardeceres; un tanto místicos y de sensación primitiva. Su pie sereno les llevo hasta una posada, que también parecía ser una taberna para turistas; aunque con una música que indicaba un ambiente muy familiar.

Aquí podremos pasar la noche, sensei —afirmo, señalando el local con la palma—. ¿Qué le parece?
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El marionetista no dio muestras de sorpresa cuando su alumno reveló que de hecho, ya conocía un lugar para poder pasar la noche. Aun así, en realidad, estaba bastante satisfecho. Tener recursos era importante, y eso les ayudaba mucho. Aun así, también había que tener en cuenta que estaba en un país conocido. Kazuma tendía que aprender a desenvolverse en otros lugares con la misma facilidad, era algo inevitable.

« Pero tampoco hay que ser tan duros. Al menos, ahora lo ha hecho bien » — pensó para sí, aplaudiendo silenciosamente a su alumno.

Se dejó llevar por él sin dar un solo comentario. La verdad es que no tenía ni la menor idea de dónde estaban yendo en ese momento, ni dónde estaba el lugar dónde tenían que entregar el encargo. Era un asunto peliagudo, puesto que tendrían que encontrarlo. Bueno, no. Kazuma tendría que encontrarlo, pensó para sí. Era su responsabilidad a partir de ahora.

Observó la posada una vez llegaron ahí, con aire crítico. Supuso que valdría.

— Supongo que aquí fue donde dormiste cuando visitaste este lugar, ¿verdad? — dijo, para sí —. Está bien, confiaré en tu criterio. Vamos, entremos, ya casi es noche cerrada.

Suspiró para sí, observando el cielo.

» La tienda ya no estará abierta, así que el encargo tendrá que esperar a mañana. Dormiremos hasta que salga el sol, y entonces, seguiremos.

Juro dejó que Kazuma se encargará de pedir las habitaciones y de hablar con la persona encargada. Aunque no lo conociera, era bueno para él empezar a moverse por esos asuntos. O al menos, eso creía él, en su modelo pedagógico
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— Supongo que aquí fue donde dormiste cuando visitaste este lugar, ¿verdad? — dijo, para sí —. Está bien, confiaré en tu criterio. Vamos, entremos, ya casi es noche cerrada.

Sí, Juro-sensei —respondió con determinación.

Kazuma entro al local y se acercó a la resección. El hombre de mediana edad que la atendía parecía no estarle oyendo, como si sus pensamientos se fuesen a otra parte. De pronto, choco sus palmas y grito algo sobre relacionado a que recordaba su última visita; al parecer, personas con sus rasgos no eran usuales por aquel sitio… Puede que en ningún lugar lo fuesen.

Quisiera una habitación con dos futon y algo de comida para dos personas.

Seguro… —dijo el casero mientras miraba de reojo a Juro—. Mandare a preparar una habitación; mientras, pueden acercarse al comedor. Hoy mi hija preparo sopa de carne, arroz y algo del pan que horneamos esta mañana.

Vamos a comer algo, sensei —invito mientras se adelantaba al comedor.
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Un hombre de mediana edad parecía estar atendiendo a las visitas. Juro se mantuvo en segundo plano y observó la reacción del hombre al ver a su alumno. Tardó un poco (lo que indicaba que no había sido extremadamente reciente la visita de Kazuma), pero demostró que sí se acordaba de él. Eso era algo inusual en un lugar dónde pasaba tanta gente.

Seguro…Mandare a preparar una habitación; mientras, pueden acercarse al comedor. Hoy mi hija preparo sopa de carne, arroz y algo del pan que horneamos esta mañana.

— Muchas gracias — dijo Juro, inclinando levemente la cabeza en símbolo de respeto. Tras eso, asintió a su alumno, y ambos se dirigieron al comedor.

La verdad es que el chico se moría de hambre, pero no le parecía bien demostrar unos deseos tan banales delante de su alumno. Por eso, había contenido hasta los rugidos de su estómago (que estaban en segundo o tercer plano). La promesa de una comida caliente no estaba mal, y por eso, no pudo evitar fantasear con los platos que les había descrito el hombre.

Juro siguió a su alumno al supuesto comedor. No le quitó ojo de encima: quiso ver cómo era, cuánta gente había, y de qué clase era la gente.

Se sentaría con Kazuma, dónde él eligiera. Prefirió imitarle, puesto que no sabía nada del lugar dónde se encontraban.

— ¿Te ocurrió algo en especial en este lugar? — preguntó Juro, alzando una ceja a su alumno.
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¿Te ocurrió algo en especial en este lugar? —preguntó Juro, alzando una ceja a su alumno.

No hay un suceso especial como tal, pero este sitio sí que es especial —respondió mientras caminaban hacia el pequeño comedor.

La estancia era pequeña y estaba bien iluminada. Kazuma escogió una de las cuatro grandes mesas y se sentó allí, para luego invitar a su sensei a hacer lo mismo. No pasaría mucho tiempo hasta que la hija del tendero saliera de la cocina con un montón de platos humeantes, de olor delicioso, pero demasiado para ellos dos.

También es nuestra hora de comer, espero que no les moleste un poco de compañía —dijo la muchacha de cabellera corta y castaña, sonriendo con cordialidad.

No hay problema, la comida sabe mejor en compañía —dijo el muchacho.

La mesa comenzaba a llenarse de platos deliciosos: sencillos, pero calientes y con aquel olor a sazón casera que hacía estremecer el gusto. El joven peliblanco tuvo que desviar la vista de la comida y centrarla en la muchacha que trabajaba afanosamente, pues tenía hambre y la tentación se mostraba poderosa en aquel momento. Además, la buena costumbre dictaba que no se podía comenzar a comer hasta que todos estuviesen en la mesa.

Ya vengo, iré a buscar al resto de los comensales —dijo mientras se retiraba un momento.
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Juro observó brevemente el comedor: había cuatro grandes mesas sobre una instancia perfectamente iluminada. El marionetista comprobó que era bastante acogedor: ya fuese por la luz, el ambiente o el olor, le recordaba a su hogar.

Su alumno se sentó en una de las cuatro mesas, y el marionetista le imitó. Supuso que faltaría gente aún para llenar tantos espacios.

Una muchacha que debía trabajar ahí (probablemente, siendo la hija del mesero o con alguna clase de parentesco) se sentó junto a ellos, diciendo que también era su hora de comer. Juro pudo ojear los platos: realmente tenían buena pinta. Mucho mejor que lo que cocinaba su hermana en casa, y lo que probablemente podría cocinar él mismo en un futuro cercano.

— Por supuesto — asintió Juro. Pensó en la comida y se le hizo la boca agua, pero trató de disimularlo.

La muchacha se fue, y dejó a ambos con la comida. Juro también conocía las normas de cortesía, pero igual que su alumno, estaba sufriendo por dentro. Decidió mantener una conversación para aligerar el hambre.

— Tienes razón, hay algo especial. Este lugar es muy hogareño — asintió Juro —. He estado en tabernas, hoteles... por muchas zonas del mundo, pero nunca había visto un lugar tan... familiar. Las mesas están organizadas para que la gente hable entre ellos, y parece que se han esforzado mucho haciendo esta comida.
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Tienes razón, hay algo especial. Este lugar es muy hogareño —asintió Juro—. He estado en tabernas, hoteles... por muchas zonas del mundo, pero nunca había visto un lugar tan... familiar. Las mesas están organizadas para que la gente hable entre ellos, y parece que se han esforzado mucho haciendo esta comida.

Pues muchas gracias, joven —dijo el regente del albergue mientras entraba a la estancia y se acercaba a la mesa—. Mi nombre es Jokan.

Yo soy Sir-Daria —dijo la muchacha que les había atendido antes, apareciendo detrás de él.

Y el mío es Amu-Daria —exclamo otra, con voz y aspecto idéntico y que iba tras de ella.

Las muchachas esperaron, de pie la una junto a la otra, mientras su padre tomaba asiento.

Interesante, ¿verdad? —pregunto a su maestro mientras las muchachas tomaban asiento.

Las muchachas no solo eran idénticas en apariencia, sino que incluso su voz era la misma; todo como si tratase de una especie de ilusión. Ambas se sentaron a la mesa y observaron a los invitados.

Pues bien; ya que estamos todos, comencemos —dijo el dueño, haciendo un gesto de agradecimiento a los dioses—. ¡Buen provecho!
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Juro se ruborizó un poco al darse cuenta de que el gerente le había escuchado. Eran buenas palabras, pero a nadie le gustaba ser escuchado de improvisto. Aun así, sonrió.

« Solo he dicho lo que pienso... » — Simplemente asintió y aceptó los agradecimientos, con una serenidad que en realidad, no tenía.

El hombre se presentó como Jokan. Después, apareció la muchacha que les había atendido antes, cuyo nombre era Sir- Daria. Sin embargo, al instante, como si de un clon de sombras se tratara, apareció otra exactamente igual, cuyo nombre era Amu-Daria. No solo su voz, sino su aspecto eran completamente idénticos.

— Mi nombre es Eikyu Juro. Será un placer comer con todos vosotros — afirmó el chico, sonriendo. Desde luego, la formalidad en aquel lugar era increible.

Juro solo respondió con un alzamiento de cejas a su alumno. No le pareció educado hablar de ambas muchachas delante de su propia presencia, por muy serviciales que actuasen.

Pues bien; ya que estamos todos, comencemos. ¡Buen provecho!

— Buen provecho — asintió Juro, y una vez que los demás hubieran empezado, él también empezaría a comer.

Su lengua llevaba un rato salivando ya. Esperaba grandes cosas de aquella comida, así que la empezó a probar.

Mientras tanto, también se sentía obligado a iniciar alguna clase de conversación con sus comensales. Después de todo, la compañía solía mantener conversaciones.

— Es curioso. Hasta que mi alumno Kazuma me trajo hasta aquí, no había escuchado de este lugar. Debo admitir que no visito con frecuencia la capital. Desde luego, ahora me arrepiento mucho — comentó Juro, con una sonrisa —. ¿Cuánto tiempo llevais funcionando?
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— Es curioso. Hasta que mi alumno Kazuma me trajo hasta aquí, no había escuchado de este lugar. Debo admitir que no visito con frecuencia la capital. Desde luego, ahora me arrepiento mucho — comentó Juro, con una sonrisa —. ¿Cuánto tiempo llevais funcionando?

Pocos nos conocen, puesto que este es un lugar sencillo y algo peculiar —señalo, con una sonrisa de abundante complicidad—. Mi señora esposa, que en paz descanse, y yo lo construimos hace diez y siete años, luego de que nacieran las niñas.

»Ella era de fuera de la ciudad y deseaba darle a los visitantes un sitio hogareño y tranquilo en el cual descansar… aunque quizás se le fue la mano con aquello de tranquilo —dijo para luego dejar de escapar un leve carcajada.

Así es, aunque fue hace unos años cuando papa se resignó a dejarnos llevar el albergue junto con él —confeso, Amu-Daria.

Ustedes tenían talento para ser ninjas, me hubiese gustado que utilizaran sus mejores años para recorrer el mundo y conocer gente nueva.

Quizás sea la resistencia al cambio, pero no creo que tengamos madera de ninja, padre —reprocho.

Yo creo que es cuestión de perspectiva: si yo, que no tenía ninguna habilidad especial, pude convertirme en ninja, estoy seguro de que ustedes con sus facultades podrían hacerlo sobradamente —señalo el joven peliblanco—. Pero no necesitan creerme a mí, pueden preguntarle a mi sensei, que es todo un experto.

»¿Cierto, sensei?
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