—Kazuma-kun —A Juro no le pasó desapercibido el detalle de que su voz sonaba muy lejana. Demasiado —. Algo extraño está ocurriendo aquí. Quédate quieto, unos momentos, y escucha. ¿Oyes el sonido de la lluvia y de la tormenta? ¿¿El ruido de la cama cuando me muevo, o de la puerta cuando se abre? ¿Escuchas mi voz en su tono habitual? ¿O por el contrario, escuchas otros sonidos provenientes de tu cuerpo?

Kazuma le miro un tanto extrañado, mas dormido que despierto. Se quedó unos instantes pensando, procesando lo que le estaban diciendo hasta que su mente se aclaró un poco y pudo hablar:

—Claro... —Se desarropo y levanto, con la pesadez y paciencia de un anciano.

Encendió la luz de una lámpara de aceite y se acercó a la pared opuesta a la puerta, donde comenzó a tantear la superficie. Todo esto se operó en absoluto silencio; pero en cuanto movió las planchas de lo que parecía ser una ventana fuertemente cerrada, se hizo presente el sonido: el rugir lejano de la tormenta y el crujir de la fachada.

—¿Así está mejor? —pregunto, aun con mucho sueño.

Juro observó como su alumno, con una tranquilidad pasmosa, encendía la luz y empezó a tantear la superficie. Entonces, ejecutó un movimiento que el chico no esperaba: movió las planchas de una ventana. Entonces, el sonido pareció regresar a la habitación, y tanto el crujir como la tormenta recobraron fuerza.

« ¿Qué es... esto? » — ¿Aislamiento? Desde luego, Juro no había esperado aquello.

— ¿Las habitaciones están aisladas? — comentó Juro, realmente sorprendido. Quizá su imaginación le había jugado una mala pasada en el fondo, y se había precipitado. Era muy curiosa esa extraña función que había la plancha, y desde luego, tenía muchas preguntas, pero no era el momento.

Su alumno parecía tranquilo, por lo que ya había vivido esa experiencia antes. Juro suspiró. Menudo sensei estaba hecho.

— Lo siento, Kazuma-kun. Vuelve a poner la plancha si quieres. Puedes seguir durmiendo.

Se acostó y trató de dormir y olvidarse de aquella situación más bochornosa. Quizá, con suerte, su alumno lo achacase a un mal sueño o no lo recordase. Igualmente, si tenía dudas, mejor preguntarlas mañana. Con saber que todo estaba bien y que no había nada raro en aquel lugar (aparte de su extraño diseño y su función), le valía.

—¿Las habitaciones están aisladas? —comentó Juro, realmente sorprendido.

—No estoy seguro —respondió bostezando—. El casero me había explicado la última vez que vine, pero era algo complicado y no entendí mucho.

—Lo siento, Kazuma-kun. Vuelve a poner la plancha si quieres. Puedes seguir durmiendo.

—La dejare removida —dijo acomodando la plancha de madera en una especie de carril lateral a la ventana cerrada—. El sonido de la lluvia también es agradable…

El joven se devolvió a su cama, envolviéndose para recuperar la calidez que había perdido. Por suerte, las tierras del sueño aun le tenían las puertas abiertas. Kazuma se dejó llevar por un suave río, buscando con sus instintos la continuación de aquel sueño que se había visto interrumpido. Pero era tan difícil, aquel lugar adstrato era tan amplio que la posibilidad de fabricar dos veces el mismo sueño era cercana a cero. Existía la posibilidad de que fuese guardado en donde yacían los sueños recurrentes; pero ¿cómo encontrar una dirección y una hora en un sitio donde el espacio y el tiempo carecen de magnitud fija?

«¿Cómo terminaría aquel sueño?»

Juro entendió a medias la explicación de su alumno, pero no hacía falta saber mucho para entender que, ciertamente, ese hotel estaba de alguna forma insonorizado. Podrían ser las paredes, algún revestimiento, o quizá otro extraño mecanismo. El chico ya había decidido que no era momento para pensarlo: mañana, si eso, le preguntaría al dueño.

—La dejare removida. El sonido de la lluvia también es agradable…

— Si — dijo Juro. La verdad es que escuchar la lluvia le hizo sentir mejor. Era más... humano —. La verdad es que lo es.

Observó a su alumno regresar a los brazos de Morfeo. Suspiró. ¡Ojala él tuviera tanta facilidad para dormirse!

Se guardó entre las sabanas, tapandose hasta la cara, y trató de soñar por sí mismo. Aunque estuviera dificil, creía que también tenía derecho a aspirar por su oportunidad: por un pedacito de sueño, de aquellos que se fabricaban en el cielo. Cerró los ojos y trató de no pensar en nada. El sonido de la lluvia le ayudó a relajarse, y al fin, sintió que podía dormir.

Aquella noche Kazuma soñó mucho, soñó con cosas extrañas y familiares, con cosas inverosímiles y muy realistas; y estos sueños les eran tan claros como el cristal, pero cuando la mañana le invito a abrir los ojos, todo los soñado perdió forma y sentido. Al principio lo recordaba todo claramente, pero para cuando llego al baño y se lavó el rostro, las imágenes se hicieron lejanas y escaparon a su memoria.

«¿Por qué es tan difícil mantener un sueño sujeto a la memoria?», se preguntó, un poco frustrado.

Pero no había sentido en lamentarse por lo olvidado; lo mejor que podía hacer era continuar con su hacer: le habían ofrecido calentar el agua, pero decidió darse un baño de agua fría que casi le arrebata algunos lamentos. Se acomodó el cabello y se lo unto con un poco de aceite de coco que le había ofrecido una de las hermanas. Termino por acomodar su ropa y dirigirse al comedor.

No estaba seguro a qué hora se despertaría su sensei, pero para cuando lo hiciera podría conseguirlo en el comedor, disfrutando de una enorme tasa de avena especiada, humeante y espesa. Por supuesto, también habría una para él, si gustaba de tan sencilla comida.

Aquella noche, Juro no soñó. Bueno, más bien, no logró recordar absolutamente nada. A pesar de que su mente normalmente estaba activa durante la noche, nada más cerrar los ojos todo se borró.

Sin embargo, no lo lamentó. Se despertó adormilado, pero activo. Juro era madrugador (si ya le costaba conciliar el sueño fuera de casa, tampoco le duraba mucho) pero para cuando se había levantado, Kazuma ya no estaba. Con calma, fue hasta el baño, se lavó la cara, y posteriormente, se dio una ducha caliente, cortesía de una de las hermanas que le ofreció calentar el agua. Después, se vistió y se acomodó hasta estar presentable y poder bajar al comedor.

Encontró a su alumno sobre la mesa, comiendo. A su lado, un sitio, y otro plato como el suyo. Con una sonrisa, Juro se sentó.

— Buenos días, Kazuma-kun — saludó —. Veo que eres un chico madrugador. ¿Has dormido bien?

—Buenos días, Kazuma-kun —saludó—. Veo que eres un chico madrugador. ¿Has dormido bien?

—Bueno días, sensei —saludo con afabilidad—. Dormí bastante bien, aunque no logro recordar que fue lo que soñé; lastima, creo que era algo interesante… Es curioso, ¿verdad? El no recordar nada de los sueños suele significar que dormimos bien.

—“A veces, el olvido es la forma efectiva de alivio y curación”, solía decir mi esposa —dijo el señor de la posada, mientras se unía a la mesa, llevando una tasa té humeante y con suficiente cafeína para animar a un buey—. Buenos días, jóvenes, espero que hayan dormido cómodamente: las peculiaridades de la posada no agradan a todo el mundo.

Kazuma lo recibió con su misma amabilidad de siempre. Si su pequeño ataque de locura nocturna le había molestado, no lo dejó entrever. Juro disfrutó del tazón que tenía al lado y empezó a devorarlo. Tenía hambre, y la comida no era mala. Que fuera sencilla o no tampoco le importaba demasiado.

Su alumno hizo una interesante reflexión sobre el sueño y el descanso. El marionetista no había escuchado nada al respecto, y puede que hubiera querido indagar más, pero entonces, apareció el dueño de la posada, uniéndose a ellos con una taza de té y cafeina.

—“A veces, el olvido es la forma efectiva de alivio y curación”, solía decir mi esposa. Buenos días, jóvenes, espero que hayan dormido cómodamente: las peculiaridades de la posada no agradan a todo el mundo.

— Gracias — Sus palabras avivaron la llama de su curiosidad —. La verdad es que, si bien he disfrutado descansando, me gustaría saber más acerca de las peculiaridades de las que habla. Le agradecería si pudiera contarme.

Inclinó el tazón de comida, esperando respuestas.

El dueño de la posada sonrió y dio un profundo trago a su té.

—Explicarlo… No sabría cómo, pero puedo mostrarle —argumento mientras se levantaba de la mesa para buscar algo. Luego volvió con una plancha de madera que entrego al marionetista—. Allí está todo el truco.

Kazuma se inclinó para ver, y no le costó mucho distinguir la complicada línea de símbolos que marcaban un camino grabado en la madera: sin duda alguna era una técnica ninja de sellado.

—Es una especie de línea…, varias líneas que forman algo así como una cadena: cada eslabón es un panel; si quitas unos el sonido reaparece, pero si están todos alineados el sonido disminuye hasta casi desaparecer.

»Es como magia, ¿cierto?

Juro asintió, sintiendo una gran curiosidad. ¿Ni si quiera el hombre podía decirle exactamente por qué? Puede que ahí sucediesen cosas que no estaba comprendiendo del todo.

—Es una especie de línea…, varias líneas que forman algo así como una cadena: cada eslabón es un panel; si quitas unos el sonido reaparece, pero si están todos alineados el sonido disminuye hasta casi desaparecer. — Juro pudo ver una complicada línea de símbolos. Aunque no era un experto, el ya sabía algo de técnicas de sellado.

Nunca había visto esa clase de sello (al menos, no aplicado de esa manera) pero podía entender el funcionamiento. El aislamiento venía dado por chakra. Con razón se había sentido así de extraño. De verdad había algo en esa posada fuera de lo común.

— Se podría decir que sí — dijo Juro, con media sonrisa. Ya lo comprendía —. Si no es mucha indiscreción, me gustaría preguntar algo. Fue su mujer quién hizo esto, ¿verdad?

Según lo que aquel hombre le había dicho, sus raíces eran inciertas, y él mismo sospechaba que en su pasado fue ninja. No le extrañaría que esto les aportara alguna pista más al asunto. De hecho, ahora podía entender aquel comentario que tanto le había extrañado en sus inicios, cuando el hombre dio que su mujer quizá "se había pasado con aquello de tranquilo".

—Así es, mi esposa era una amante de la arquitectura no convencional —dijo con la risa de alguien con muchas anécdotas—. También era muy ingeniosa y considerada: vera, tengo un oído muy sensible y mi sueño es extremadamente ligero; por lo que invento estas planchas para absorber el ruido.

—¿Le explico cómo funcionaban? —se atrevió a preguntar el peliblanco.

—Si… Pero la primera vez me pareció algo absolutamente incomprensible; así que luego me dio la explicación que yo les he dado a ustedes.

»¿Usted si entiende cómo funciona? —pregunto a Juro.

En sí mismo el sello no era nada complicado; pero la forma en que había sido aplicado denotaba un ingenio agudo y una experiencia amplia: el jutsu, básicamente, absorbía las vibraciones de su inmediato medio sólido y de las que se dispersaban en el aire. Y su disposición en forma de cadena aseguraba una envoltura absorbente ideal para un espacio cerrado.

Juro sonrió. Creía que lo entendía. El sello era simple, pero su función, era una que no había pensado nunca: aquellas cadena permitía al lugar absorber las ondas sonoras.

Tras escuchar las palabras del hombre, el marionetista pensó que quizá la mujer se lo había explicado, pero él no lo había pillado.

« Es normal. Un civil no lo entendería »

— Más o menos, sí. Yo también me especializó en este tipo de técnicas — admitió Juro —. Es una técnica shinobi, puesta de una manera muy ingeniosa ,desde luego. Mientras los sellos se mantengan en el sitio, funcionará, y aislará el sonido.

» Estoy seguro de que su mujer fue una mujer extraordinaria — dijo, y lo hizo de corazón.

—Bastante, incluso en apariencia —dijo mientras sacaba del interior de su túnica un pequeño retrato que cargaba siempre consigo.

—A ver —dijo Kazuma estirando la mano como un chiquillo curioso.

Sostuvo la imagen de manera que él y Juro la viesen: la señora era una pelirroja alta, le sacaba una cabeza a su esposo, y sus ropas de mangas cortas mostraban unos brazos y un cuerpo fuerte, rudo inclusive.

—Era bastante salvaje cuando la conocí, pero resulto ser más tierna que un panecillo —recordó con una sonrisa—. Imagino que su vida anterior fue bastante dura, creo que por eso no le gustaba hablar de ella.

—¿Por qué sospechaba que era un ninja? —pregunto el peliblanco.

—Pues… tenia conocimientos muy raros; además de que era bastante fuerte y tenía… varias cicatrices muy serias.

Juro observó la fotografía con curiosidad. Era una mujer pelirroja, con un cuerpo fuerte y decidido. Desde luego, podría tratarse de una Kunoichi. Juro no pudo evitar hacer una relación que era bastante evidente.

« Pelirroja, sellado... ¿Podría tratarse de una Uzumaki? » — pensó, para sí.

Kazuma quiso averiguar acerca de cómo sabía él que ella era una Kunoichi. El hombre alegó que tenía conocimientos extraños, y, además, unas cicatrices bastante sospechosas. Juro asintió. Los ninjas tenían una vida peligrosa, demasiada. Aunque su cuerpo aún no tenía unas cicatrices notorias, no tenía duda de que si llegaba a veterano, las tendría.

— Es posible. La vida de un shinobi es muy dura. Tienes que hacer cosas que a veces no quieres, ver cosas que una persona normal no debería ver... — murmuró Juro —. Desconozco que fue exactamente lo que le pasó a su mujer, pero estoy bastante seguro de que trataba de huir de su carrera como shinobi.

» Si se quedó aquí fue porque encontró la paz que tanto buscaría — aventuró Juro, con una sonrisa.

—Si se quedó aquí fue porque encontró la paz que tanto buscaría —aventuró Juro, con una sonrisa.

—Yo también lo creo —confirmo aquel hombre—. No todos tienen la posibilidad de rehacer su vida y encontrar la paz.

—¿Qué le sucedió? —se atrevió a preguntar Kazuma, luciendo tan sereno como siempre.

—Pues… Inochiko (Así se llamaba ella) sufría del corazón, al menos desde que la conocí. Al principio no era nada grave, pero en los últimos tiempos tenía problemas de fatiga y baja tensión —recordó saboreando su bebida como si esta también tuviera recuerdos escondidos—. Cuando falleció, el médico me dijo que por la cicatriz que tenía en su pecho, parecía como si un rayo hubiese tomado forma de garra e intentase arrancarle el corazón.

»Y, según el mismo, era imposible que una persona sobreviviese a un golpe como ese; menos aun que lo hiciese durante tantos años.