19/03/2016, 22:16
—¡Te estoy... diciendo... que me engañó! —gritó por enésima vez, entre angustiados jadeos.
Aunque no habían dejado de correr, los dos hermanos avanzaban ahora a un ritmo mucho más calmado que antes. Aquella decisión no había sido fruto de la voluntad del mayor; sin embargo. Conocía al dedillo las debilidades y fortalezas de su hermana pequeña y por lo tanto sabía bien que, aunque notablemente veloz, no era capaz de aguantar una carrera a máxima velocidad durante un tiempo moderado.
Kōri dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Y yo te estoy diciendo que no puedes confiar en la primera persona con la que te cruces. Esa inocencia tuya te va a jugar más de una mala experiencia, hermanita. No va a ser la primera, ni la última vez, que te pasará esto si sigues por ese camino.
Ayame desvió la mirada, aún con lágrimas en los ojos y la sangre hirviéndole en las venas. Hacía ya rato que había dejado de ver los molestos destellos rojos tras sus párpados. Pero seguía enfadada. Muy enfadada. Y ni siquiera podía asegurar si estaba más enfadada con Datsue o con ella misma.
—Yo... sólo quería salvar al caballo... Eso es todo...
Un tenso silencio congeló el aire alrededor de los dos shinobi. Sólo les acompañaba el sonido de sus propios pasos, chapoteando sobre el camino empedrado.
—Eso lo has conseguido —añadió el muchacho súbitamente, pero sus ojos gélidos seguían clavados en el horizonte y Ayame fue incapaz de discernir si de verdad estaba decepcionado con ella o simplemente... ¿preocupado? La máscara de hielo de su hermano resultaba a veces tan perfecta que era incapaz de ver más allá de ella como solía hacer. Si Kōri de verdad no quería mostrar ninguna emoción, nadie jamás sería capaz de adivinarla a través de su gesto. Justo como estaba haciendo ahora—. Pero podrías haber acabado como su sustituto, Ayame. Ni siquiera sabíais si iba a sacrificar al animal de verdad o sólo trataba de tomar el pelo a ese Datsue de Takigakure.
—¡Pero...!
—No puedes embarcarte en encargos que quedan más allá de tu mano como kunoichi —le interrumpió, de manera brusca—. Y menos aún cuando, en consecuencia, te granjeas la enemistad de todo un pueblo. ¿Has pensado que jamás podremos volver allí?
Sí. Claro que lo había pensado. Y no sabía si le dolía aún más el haber perjudicado y traicionado a los taberneros. Después de todo, ellos no tenían la culpa...
—Además, eres la jinchūriki de la aldea —añadió, en apenas un susurró.
Y con una sobrenatural sincronización, el trueno acompañó al latigazo de dolor que sintió Ayame al escuchar aquellas palabras directamente de la boca de su hermano.
No hubo demasiado tiempo para pensar en ello, sin embargo. Un par de minutos después, ambos shinobi se detuvieron bruscamente. Las animadas multitudes que hacía apenas unas pocas horas habían transitado el Puente Tenchi habían desaparecido sin dejar rastro.
«¿Tanto tiempo ha pasado?» Ayame se horrorizó al alzar la mirada y ver un cielo tan oscuro, sin rastro de luna. Debido a la tensión del momento no había medido el tiempo, pero no cabía duda de que la noche se había cerrado del todo durante su estancia en la posada.
Sin embargo, no todo rastro de vida había desaparecido del lugar. Un único caballo se alzaba sobre el lugar. Un caballo que le resultaba terriblemente familiar...
—Ese es... —gruñó Ayame, sintiendo que las entrañas le ardían de nuevo—. ¡TÚ! —gritó, adelantándose para encarar al animal y buscar a su desgraciado propietario; sin embargo, una garra de hielo se cerró en torno a su brazo antes de que pudiera avanzar siquiera un par de metros.
—Ayame, déjalo ya —aquellas tres únicas palabras de Kōri eran una sentencia en sí misma, pero a Ayame no pareció importarle.
—¡ESE ES EL CABALLO DEL MALNACIDO QUE ME ABANDONÓ! —aullaba, muerta de rabia. En realidad, podría haberse desasido de su agarre con suma facilidad, pero bien sabía que con su hermano las cosas no eran tan fáciles. No sería capaz de escapar de él si no era bajo su voluntad.
Y sus ojos de escarcha no reflejaban esa voluntad en absoluto.
Aunque no habían dejado de correr, los dos hermanos avanzaban ahora a un ritmo mucho más calmado que antes. Aquella decisión no había sido fruto de la voluntad del mayor; sin embargo. Conocía al dedillo las debilidades y fortalezas de su hermana pequeña y por lo tanto sabía bien que, aunque notablemente veloz, no era capaz de aguantar una carrera a máxima velocidad durante un tiempo moderado.
Kōri dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Y yo te estoy diciendo que no puedes confiar en la primera persona con la que te cruces. Esa inocencia tuya te va a jugar más de una mala experiencia, hermanita. No va a ser la primera, ni la última vez, que te pasará esto si sigues por ese camino.
Ayame desvió la mirada, aún con lágrimas en los ojos y la sangre hirviéndole en las venas. Hacía ya rato que había dejado de ver los molestos destellos rojos tras sus párpados. Pero seguía enfadada. Muy enfadada. Y ni siquiera podía asegurar si estaba más enfadada con Datsue o con ella misma.
—Yo... sólo quería salvar al caballo... Eso es todo...
Un tenso silencio congeló el aire alrededor de los dos shinobi. Sólo les acompañaba el sonido de sus propios pasos, chapoteando sobre el camino empedrado.
—Eso lo has conseguido —añadió el muchacho súbitamente, pero sus ojos gélidos seguían clavados en el horizonte y Ayame fue incapaz de discernir si de verdad estaba decepcionado con ella o simplemente... ¿preocupado? La máscara de hielo de su hermano resultaba a veces tan perfecta que era incapaz de ver más allá de ella como solía hacer. Si Kōri de verdad no quería mostrar ninguna emoción, nadie jamás sería capaz de adivinarla a través de su gesto. Justo como estaba haciendo ahora—. Pero podrías haber acabado como su sustituto, Ayame. Ni siquiera sabíais si iba a sacrificar al animal de verdad o sólo trataba de tomar el pelo a ese Datsue de Takigakure.
—¡Pero...!
—No puedes embarcarte en encargos que quedan más allá de tu mano como kunoichi —le interrumpió, de manera brusca—. Y menos aún cuando, en consecuencia, te granjeas la enemistad de todo un pueblo. ¿Has pensado que jamás podremos volver allí?
Sí. Claro que lo había pensado. Y no sabía si le dolía aún más el haber perjudicado y traicionado a los taberneros. Después de todo, ellos no tenían la culpa...
—Además, eres la jinchūriki de la aldea —añadió, en apenas un susurró.
Y con una sobrenatural sincronización, el trueno acompañó al latigazo de dolor que sintió Ayame al escuchar aquellas palabras directamente de la boca de su hermano.
No hubo demasiado tiempo para pensar en ello, sin embargo. Un par de minutos después, ambos shinobi se detuvieron bruscamente. Las animadas multitudes que hacía apenas unas pocas horas habían transitado el Puente Tenchi habían desaparecido sin dejar rastro.
«¿Tanto tiempo ha pasado?» Ayame se horrorizó al alzar la mirada y ver un cielo tan oscuro, sin rastro de luna. Debido a la tensión del momento no había medido el tiempo, pero no cabía duda de que la noche se había cerrado del todo durante su estancia en la posada.
Sin embargo, no todo rastro de vida había desaparecido del lugar. Un único caballo se alzaba sobre el lugar. Un caballo que le resultaba terriblemente familiar...
—Ese es... —gruñó Ayame, sintiendo que las entrañas le ardían de nuevo—. ¡TÚ! —gritó, adelantándose para encarar al animal y buscar a su desgraciado propietario; sin embargo, una garra de hielo se cerró en torno a su brazo antes de que pudiera avanzar siquiera un par de metros.
—Ayame, déjalo ya —aquellas tres únicas palabras de Kōri eran una sentencia en sí misma, pero a Ayame no pareció importarle.
—¡ESE ES EL CABALLO DEL MALNACIDO QUE ME ABANDONÓ! —aullaba, muerta de rabia. En realidad, podría haberse desasido de su agarre con suma facilidad, pero bien sabía que con su hermano las cosas no eran tan fáciles. No sería capaz de escapar de él si no era bajo su voluntad.
Y sus ojos de escarcha no reflejaban esa voluntad en absoluto.