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La luna menguante se alzaba en lo alto del cielo nocturno para cuando Ayame regresó a Nishinoya. Aún con los ojos enrojecidos de llorar, fue un crujido bajo su pie nada más entrar en su cuarto lo que la sobresaltó: un papel, doblado con sumo esmero. Ella cerró la puerta tras de sí y ladeó la cabeza, desganada pero al mismo intrigada. ¿Quién le había dejado una nota a aquellas horas? Se agachó, pero cuando fue a cogerla, un sinfín de cuadraditos de papel, de forma cuadrada y no más largos que sus dedos, cayeron de entre sus pliegues.
— ¡¿Pero qué es esto?! —exclamó, alarmada.
Pero, antes de ponerse a recoger, desdobló la nota. Estaba escrita con una letra que identificó de inmediato, de trazo firme y más bien soso, pero perfectamente legible. Y sintió la ira bullir en su pecho. Era una nota de Aotsuki Kōri:
Hermana:
Lo que tienes frente a ti son papeles de inducción de chakra. Estoy seguro de que sabes lo que son...
Sí, por supuesto que lo sabía. Aquellos papeles eran fabricados a partir de unos árboles especiales nativos del País del Bosque y que crecían absorbiendo el chakra del ambiente, nutriéndose de él. Ellos los habían utilizado durante los primeros años de Academia para descubrir sus naturalezas de chakra. ¿A qué venía ahora con aquello?
...y sé muy bien que te desenvuelves a la perfección con el Suiton. Pero creo que es buena idea que desarrollaras tu segundo elemento. Eres una kunoichi inteligente, sé que puedes hacerlo.
PD. Hablemos con el Gentōshin a medianoche. Tú y yo. A solas.
Kōri
«Tan escueto como siempre.» Pensó Ayame, torciendo el gesto.
Y se quedó allí plantada, con la nota en una mano y sus ojos mirando sin ver. Después de todo lo que había ocurrido durante aquel día, sintió verdaderas tentaciones de no acudir a la llamada, de dejarle plantado con el Gentōshin. Pasados algunos segundos, apartó aquellos pensamientos a un lado y terminó apretando las mandíbulas y se arrodilló para recoger todos los papelitos caídos. Ella ya sabía cómo funcionaban, sabía lo que tenía que hacer con ellos, ¿para qué iba a hablar con su hermano? De hecho, ¿iba a utilizarlos siquiera? Él mismo lo había dicho: ¡Ella era El Agua! ¿Para qué iba a despertar un segundo elemento?
¡Por ella se podían ir todos al cuerno!
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Una silueta oscura apareció súbitamente en el aire y titiló varias veces, como la imagen mal sintonizada de una televisión, antes de estabilizarse y tomar forma. Unos ojos gélidos se clavaron en los de Ayame.
—Has venido —la voz de Kōri resonó en la habitación, como si verdaderamente estuviese allí.
—Jumph. —Ella, cruzada de piernas sobre la cama, desvió la mirada con un apenas gruñido. Un silencio terriblemente incómodo y tenso envolvió a los dos hermanos y se extendió durante varios largos segundos que se hicieron eternos.
—Me alegro —agregó El Hielo, con su particular carencia de emoción en su voz.
—Jumph.
Kōri lanzó un profundo suspiro.
—Sé que estás enfadada por lo de esta t...
—¿Ya habéis subido al ferrocarril? —le interrumpió. Lo último que le apetecía era entrar en aquel tema de conversación.
La figura de Kōri parpadeó ligeramente.
—No. El tren sale mañana por la noche. Pero sabía que no me abrirías la puerta si me presentaba allí.
Ayame se mordió el labio inferior, pero no respondió. Y su silencio fue una confirmación contundente de las palabras de su hermano. En realidad, Kōri no había tenido la culpa de nada ni tenía razones para estar enfadada con él. Todo lo que había sucedido había sido con sus padres, como muy lejos podía extender lejanos rencores hacia Daruu. ¿Pero Kōri? Quizás muy en el fondo era consciente de ello, quizás por esa misma razón había acudido a su llamada a medianoche.
—¿Tienes los papeles de chakra entonces?
—Sí...
—Y sabes como funcionan, ¿verdad?
—Sí...
—¿Cómo?
Ayame torció el gesto. Kōri le estaba tirando de la lengua, obligándola a hablar. Y lo último de lo que tenía ganas era, precisamente, de hablar. Pero Kōri mantenía su mutis, y Ayame sabía bien que no volvería a hablar hasta que ella lo hiciera. Aunque pasaran las horas. Al final tuvo que resignarse:
—Se sujeeeeeta con la punta de los dedos y se le apliiiica una mínima cantidad de chaaaakra —respondió, con absoluta y exagerada desgana—. El papel reacciona de inmediato, y su efecto es diferente para cada naturaleza de chakra.
—¿Y cuáles son esos efectos?
—¿Estamos en un examen o qué? —protestó Ayame, indignada.
Pero Kōri la obsequió con un gélido silencio, y la kunoichi se sintió inmediatamente avergonzada.
—Lo... lo siento... —murmuró agachando la cabeza con las mejillas encendidas—. Para el Suiton se moja, con el Katon se prende fuego, con el Doton se reduce a polvo, con el Fūton se corta y con el Raiton se arruga.
—Eso es.
—Pero Kōri, ¿para qué necesito una segunda naturaleza? ¡Yo soy el Agua! ¡Me desenvuelvo a la perfección con ella!
—Pero no puedes utilizar ese agua cuando te enfrentas a otros usuarios de Doton o de Raiton, ¿no es así? —contraatacó él—. Está claro que no vas a dorminar una segunda naturaleza enseguida, hermanita, pero es buena idea que comiences a practicar con ella. Y para ello, primero debemos descubrir cuál es.
Ayame calló durante algunos segundos, indecisa, y se balanceó sobre sí misma, agarrándose los tobillos.
—Bueno... probaré a ver... —accedió, aunque aún no estaba del todo convencida. Entonces alzó la cabeza, clavando sus ojos en los de aquel parpadeante holograma que ni siquiera tenía los rasgos de su hermano—. Tú... ¿Sabes cuál podría ser mi segunda naturaleza?
—No quiero sugestionarte de ninguna manera. Quiero que lo descubras por ti misma.
Pero estaba claro que sí se hacía una idea al respecto. De hecho, sería una de las pocas cosas que, como su hermano y su sensei, podría llegar a enseñarle de estar en lo cierto.
—Ya... —Ayame volvió a agachar la cabeza, compungida.
—Entrena todos los días. Y hablemos todos los días a la medianoche. Así puedes contarme qué tal vas, y si tienes alguna duda.
Ayame asintió en silencio.
—Una última cosa —añadió Kōri—. No te enfades demasiado con padre.
—¡Bah! —resopló Ayame, de nuevo irritada. ¿Por qué tenía que encender de nuevo esas ascuas?—. ¡Estoy harta! ¡Harta de todos! ¿Tenían que montar un numerito así? ¿Por qué no podíamos comer en paz?
—Ayame...
Pero Ayame no fue capaz de contenerse por más tiempo. Y estalló como una verdadera olla de vapor puesta al fuego:
—¡Y encima no vinisteis a verme al hospital! ¡Desperté allí sola! ¡¿Tan poco os importo?! —gritaba, haciendo aspavientos al aire y con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Estoy harta de las discusiones! ¡Harta de las tensiones! ¡Harta de las decepciones! ¿Qué me llevé cuando recibí esta placa dorada? ¡UNA MALDITA REGAÑINA DE POR QUÉ HABÍA LIBERADO A KOKUŌ! ¡ESO ME LLEVÉ! ¡Después de jugarme el cuello por traer de vuelta a Kaido! ¡Después de jugarme la libertad contándoselo a Yui-sama! ¡Nadie se alegró por mí! ¡Ni siquiera Daruu lo celebró conmigo! ¡Sólo Uchiha Datsue pareció alegrarse de que me ascendieran! ¡Precisamente él! ¡El que me había estado haciendo la vida imposible! ¿Qué clase de ironía del destino es esa, eh? ¡No os importo! ¡No os importo a ninguno!
Por suerte Kōri era una auténtica muralla de hielo, tan sólida que era capaz de resistir los envites del ardiente fuego de Ayame:
—Sé que no piensas eso de verdad, Ayame —le espetó Kōri, más frío y calmado que nunca—. No después de luchar contra padre y que al fin te reconociera. No después de todo lo que ha hecho Daruu por ti. No después de que yo esté aquí, hablando contigo, ayudándote a mejorar como kunoichi.
Ayame volvió a morderse el labio, sollozando:
—Entonces... ¿por qué...?
La silueta de Kōri pareció inclinarse sobre ella.
—No tengo respuestas para todo, mucho menos para la vida que compartís Daruu y tú. Pero sé lo que piensa padre, sé cómo se sintió cuando te vio combatir en el torneo. Y no fue decepción, Ayame. Ni siquiera cuando caíste. Bueno, dejando a un lado ese numerito que montasteis los dos —añadió, ladeando la cabeza—. Quisimos ir a verte al hospital, pero seguías inconsciente y los médicos no nos dejaron entrar. Decidimos esperar en una cafetería cercana, y cuando intentamos volver, tú ya habías salido de la habitación. No hay nada más, Ayame. Lo sabes. No dejes que el fuego de la rabia te ciegue.
La pobre Ayame agachó la cabeza, incapaz de contener las lágrimas por más tiempo.
—Piensa sobre todo esto. E infórmame de los progresos que vayas haciendo con los papeles de chakra. Estaremos en contacto.
—S... Sí... —asintió varias veces con la cabeza.
La silueta de Kōri se desvaneció como si nunca hubiese estado allí, y Ayame volvió a quedarse sola. Y se sintió más sola que nunca. Se derrumbó en la cama y se abrazó a la almohada, llorando sin control ninguno. En algún momento de la noche fue el sueño el que la venció, envolviéndola y arrastrándola con suavidad al mundo de los sueños.
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Ayame volvió a sacar otro papelito de la caja y, cogiéndolo entre su dedo índice y pulgar, lo colocó frente a su rostro y cerró los ojos en un profundo gesto de concentración. Buscó canalizar el chakra, desde su origen en el centro de su pecho, recorriendo su brazo y terminando en la punta de sus dedos. Le aplicó una mínima cantidad de energía, y entonces...
—Se ha vuelto a mojar.
Aquella voz le arrancó otro suspiro, y Ayame volvió a abrir los ojos y estiró la espalda con un suave quejido. Una réplica idéntica a sí misma pero con los cabellos de un color blanco que se degradaba hacia el crema y los ojos de color aguamarina estaba sentada frente a ella, con las piernas cruzadas sobre la hierba y la cabeza apoyada en las manos. Su gesto mediaba entre la calma y el aburrimiento. Cualquiera que hubiese pasado por allí podría haber llegado a pensar que eran hermanas, quizás mellizas, pero Ayame se había molestado en buscar una cala recóndita en el lago partido. Nadie acudiría a molestarlas.
—¡De verdad que ya no sé qué hacer! —exclamó, arrojando el papel a un lado. Aquel se juntó con otras varias decenas como él. Todos ellos empapados por la influencia de la kunoichi—. ¡No soy capaz de extraer otro chakra que no sea de agua!
Llevaban ya varios días así. Las primeras jornadas, Ayame había aprovechado que su cuerpo aún no se había recuperado del combate contra Daruu para dedicarle todo el tiempo a intentar buscar su segunda naturaleza de chakra, pero ahora que estaba enteramente recuperada y debía dividir el tiempo entre su propio entrenamiento personal y el de su naturaleza de chakra, sentía que estaba perdiendo el tiempo al no lograr ningún avance. Y Kōri no parecía poder darle más consejos que los que le había dado ya.
—Quizás deba intentarlo de otra manera —sugirió Kokuō, ladeando la cabeza.
—¿De otra manera? —repitió Ayame, levantando una ceja—. ¡Creo que ya he probado todo lo que se me ha ocurrido!
—Corríjame si me equivoco, pero cuando realiza una técnica lo primero que hace es moldear el chakra en el interior de su cuerpo y después definir su naturaleza, ¿no es así?
—Sí, claro...
—Pero usted ya tiene una predisposición innata por el Suiton. Es por eso por lo que lo moldea siempre de la misma manera —expuso, gesticulando con la mano en el aire.
Ayame torció el gesto.
—Entonces debería... moldearlo de otra manera... —Supuso, rascándose la coronilla—. ¿Pero cómo puedo moldear el chakra en algo que no sé qué es?
Kokuō alzó los hombros.
—Puede que de una forma similar a cuando utiliza mi chakra —dijo, y sus ojos brillaron momentáneamente—. Supongo que no será lo mismo cuando utiliza su propio chakra que cuando utiliza el mío. Tendrá que buscar algo... diferente.
—Esto es mucho más difícil de lo que parecía en un principio... —Ayame respiró hondo, terriblemente agobiada.
—¿Qué naturaleza le gustaría dominar, Señorita? —le preguntó Kokuō de repente.
—¿Cuál? —repitió ella, posándose el dedo índice en el mentón en un gesto pensativo—. Desde luego, Raiton, no. ¿Qué clase de Hōzuki sería con Raiton? —soltó una carcajada—. Así que, entre el Katon y el Fūton... no sabría decirte.
Kokuō inclinó la cabeza en un mudo asentimiento. Y Ayame dio por finalizada la conversación. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había abierto aquella caja y cuántas veces había cogido uno de aquellos papeles, pero no estaba dispuesta a rendirse. No aún. Volvió a sujetar el papel, como tantas veces había hecho, y cerró los ojos de nuevo. Sentía el chakra en su interior, palpitando en el centro de su pecho. Sabía cómo moldearlo y sabía cómo concentrarlo... ¿Pero cómo cambiar su naturaleza? El agua fluía junto a ella, la llamaba desde el lago, pero Ayame apartó su voz con todo el pesar de su corazón. No buscaba al agua, buscaba a otro amigo, aún desconocido. ¿Pero quién era ese amigo? Un soplo de aire fresco se levantó de golpe, sacudiendo sus cabellos con fuerza, y Ayame frunció el ceño, sujetando con más fuerza el papel entre sus dedos para que no se volara.
—Señorita...
Ayame no respondió. No la escuchaba, de lo concentrada que estaba. El viento se calmó hasta convertirse en apenas una caricia en sus mejillas, y entonces...
—¡Au!
Un súbito pinchazo en el dedo le hizo soltar el papel. De alguna manera se había cortado y la herida sangraba. Dolorida, se llevó el dedo a la boca y sorbió la sangre. Pero no era eso lo único que había pasado. Kokuō adelantado una mano y recogió las dos mitades de un papel cortado limpiamente.
—Fūton.
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