Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Efectivamente, Raku había acertado al preguntar por las alergias, así que rápidamente asintió, y se puso manos a la obra junto con su hijo para preparar un par de platos para ellos dos.
Datuse y Riko, por otro lado, se sentaron en una mesa y fue entonces cuando Datsue, en un arrebato de vergüenza, le pidió a Riko una camiseta o algo con lo que poder cubrir su torso, a lo cual el moreno no pudo más que reír.
—Sí, sí, perdóname. — Dijo justo antes de levantarse y desaparecer por otra puerta diferente, situada al otro extremo de la sala, donde podía verse un cartel que decía ''Solo personal autorizado''.
No tardó demasiado en volver con una camiseta interior blanca que lo más probable era que le quedara holgada al Uchiha, pero era mejor que nada.
—Aquí tienes. — Diría volviendo a sentarse. —Oye Datsue, ¿te importa si te hago una pregunta? — Empezó el genin, y antes de que le diera tiempo a responder al Uchiha, siguió. —¿Cómo has trabajado este tiempo? Quiero decir, eres muy fuerte para ser tan joven, ¿verdad? Al menos eso es lo que se dice, me gustaría saber tu forma de trabajar si es posible, ya sabes.
Datsue se vistió con la camiseta y rápidamente llegó a la conclusión de que aquella no pertenecía a Riko: era imposible que le quedase tan grande siendo suya. Ya más presentable, el Uchiha se sentó y terminó de ajustarse el hielo al tobillo, que con tanto movimiento había cedido algo.
—Mi entrenamiento, ¿hmm? —se mesó la barbilla, pensativo—. Lo cierto es que yo entrenaba fatal, ¿sabes? Me ves hace un par de años y era un puto tirillas.
»Pero encontré a alguien… Un rival, digamos. Con el que siempre competía e intentaba superar. Yo no tenía la fuerza de voluntad para levantarme a las ocho de la mañana cada maldito día, pero esa persona me empujaba a ello. —Mientras hablaba, sonaba nostálgico—. Después estuve un año entero enfrascado en una… guerra personal. Estaba lleno de odio y de rencor, y aunque no te recomiendo nada ese camino, fue por esa época donde más progresé. El odio, o el amor, según cómo lo veas, es peligroso, Riko. Pero te empuja como ninguna otra cosa en el mundo. A superarte. A crecer. A romper barreras.
»En este año, mi objetivo era prepararme para batirme en duelo contra Hanabi-sama. Y ese sueño me mantuvo dándolo todo por meses —se encogió de hombros—. Creo que la clave es marcarte un objetivo, Riko. Yo he hecho entrenamientos de todo tipo, pero al final lo que más importa es la mente. No entrenes por entrenar. No vayas a correr por la playa mientras piensas qué habrá de comer luego. ¿Entiendes lo que te digo? Márcate un objetivo, el que sea, y ve a muerte a por ello. Así es cuando más se progresa.
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Riko escuchó cada palabra del Jōnin con total atención, al final le estaba dando unos muy buenos consejos, consejos de experto que había pasado por lo que estaba pasando él ahora mismo, por lo que no hablaba por hablar.
«Con que una meta, ¿eh?»
El moreno asentía para que Datsue se diera cuenta de que le estaba escuchando y realmente, fue en ese momento en el que se dio cuenta de que, ahora que se había graduado no tenía ningún otro objetivo en mente, entrenaba por rutina y por nada más y quizás fuera por eso por lo que estaba algo estancado.
En este momento, una vez Datsue terminó de hablar, apareció Roki, el padre de Riko con dos platos, que les puso enfrente. Frente a Datsue una costilla de un tamaño considerable cubierta de una salsa oscura que, en cuanto probara, sabría que tenía una base de chocolate que le daba un toque exquisito a la carne, junto a una guarnición de patatas asadas. Frente a Riko una pieza de carne cortada en tiras, dejando ver el perfecto punto de la carne, con un color rosado que la hacía más que apetecible, una guarnición de patatas fritas y un pequeño bol en el que se podía ver una salsa de un color verde muy clarito. Y justo después les plantó una jarra de agua delante y un par de vasos con hielo.
—¡Que aproveche chicos!
En cuanto se quedaron solos, fue Riko el que habló.
—Tienes razón, cuando estaba en la academia solo tenía en mente graduarme y eso me ayudó mucho, desde entonces no he tenido ningún objetivo real en la cabeza, quizás si que sea el momento para buscar uno... — Empezó el joven. —Quizás te tome como mi rival e intente superarte, ¿qué te parece? — Dijo riendo. —Bueno, ¡que aproveche!
El plato tenía una pinta exquisita, y el sabor no defraudó. Sublime, culpablemente placentero. Culpable, si, porque adivinaba en esa salsa una base de chocolate. Azúcar puro. Eso no concordaba con una dieta tan estricta como la que llevaba. Aunque, un día era un día, ¿no? Lo marcaría en su calendario como el día trampa.
—Tu rival, ¿hmm? —dijo mientras devoraba un trozo de carne como si llevase una semana sin comer—. Entonces te aconsejo que hoy tengas doble sesión de entrenamiento, Riko. Hoy… y todos los días de tu vida —Sonrió—. Porque no pienso ponértelo nada fácil.
»Y dime, ¿cómo es que decidiste no seguir el negocio familiar? —La típica pregunta de siempre: ¿por qué se había hecho ninja? Estaba muy manida, sí, pero lo estaba por algo. No había mejor forma de conocer a un ninja que saber qué le había impulsado a serlo.
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Riko pinchó uno de los trozos de carne que tenía delante, con la sal gruesa por encima y la mojó en aquel delicioso chimichurri de piña antes de metérselo en la boca y saborear aquella delicia hecha bocado.
—Tu rival, ¿hmm? Entonces te aconsejo que hoy tengas doble sesión de entrenamiento, Riko. Hoy… y todos los días de tu vida. Porque no pienso ponértelo nada fácil.
El moreno tragó antes de contestar.
—Bueno, si ese es el único requisito, entrenaré tres veces al día, así te alcanzaré antes. — Rió el joven. —Pero quizás debiera ponerme metas más alcanzables, o más a corto plazo, para no desanimarme, ¿no? — Preguntó mientras miraba con deseo un nuevo cacho de carne que tenía pinchado en el tenedor. —¿Quieres probarlo? — Ofreció.
La conversación siguió su curso hasta una pregunta que era bastante lógica.
—Bueno, lo cierto es que más o menos he seguido a mi padre, él fue shinobi antes de entrar aquí. Y de todas formas, creo que esto no es lo mío, aunque tengo un buen manejo con los cuchillos, la verdad. — Admitió el moreno.
3/10/2019, 20:23 (Última modificación: 3/10/2019, 20:23 por Uchiha Datsue.)
«Tres veces al día, ¿eh?» Como no tuviese cuidado, iba a sobreentrenarse. Y eso era un retroceso. Pero admiraba el entusiasmo del chico. Si de verdad podía mantener ese ímpetu y esas ganas por superarse, y no era cosa de dos o tres semanas, llegaría lejos.
—Hmm… No, gracias. Estoy bien con este —rechazó amablemente la oferta de Riko—. Pues sí, quizá una más a medio plazo no te vendría mal. Intenta… no sé, ponerte como meta aprender algún ninjutsu en concreto. Eso podría estar bien. Cuando aprendí el Doton, me estanqué un poco. Luego descubrí que existía una técnica que te permitía volar… ¡Volar! O sea, bueno, tú ya lo viste. Es flipante —Jamás se cansaba de hacer el tonto por el aire—. Y a partir de ese momento subí como la espuma.
Luego, atendió atento a la explicación del chico. Seguía los pasos de su padre. Típico. Aunque, pronto descubriría, en el mundo ninja eso no era suficiente. Uno tenía que tener sus propias motivaciones, nacidas de sus entrañas. Ya las encontraría. A él le había llevado años.
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Datsue rechazó amablemente la oferta del genin y justo después le empezó a proponer ideas para marcarse como metas, y lo cierto era que, escuchando la historia que le contó se le empezó a iluminar una bombillita, quizás aquella era la solución.
—¡Es muy buena idea! Lo cierto es que hay una técnica que sí me gustaría dominar cuanto antes, aunque tengo que entrenar un todavía. — Empezó el moreno. —¡Oye! Por casualidad no estará el Fuuton entre tus especialidades, ¿no?
Aquello sería muy bueno, siempre y cuando quisiera enseñarle en caso afirmativo claro, aunque en caso negativo...
—Oye... Quizás te parezca repentino, pero, ¿qué te parece ayudarme en mi entrenamiento de vez en cuando? — Propuso el joven, justo antes de lanzar un nuevo bocado a su carne.
No, por desgracia no sabía mucho de Fuuton. Era una pena, porque combinados con el Katon creaban auténticas tormentas de fuego. Aunque, gracias a los dioses —o, bueno, a su padre desconocido—, había nacido con ojos de shinigami. Con ellos era capaz de copiar técnicas, y una de las ya tenía en su repertorio era de Fuuton.
—Solo conozco una. El Reppūshō. Pero no se encuentra entre mis especialidades, no. Lo mío es Katon, Doton, y ahora me gustaría aprender Raiton. Hay una técnica que vi usar a una compañera mía que… Oh, te correrías nada más verla. Lo juro. —No, aquella no era una de sus exageraciones. Aunque también quería retomar el Shurikenjutsu. Antaño era capaz de ejecutar el Desvío Divino, y ahora estaba tan oxidado que dudaba hasta de saber desviar un par de shurikens con hilos atados.
Una vergüenza.
—Hmm… —Datsue masticó el último trozo de carne con lentitud, tras oír la petición del chico—. Antaño te hubiese dicho que sí sin dudarlo. Quería ser Sensei, ¿sabías? De la Academia y todo. Pero, ahora… he perdido un poco esa pasión. Y tengo muchas cosas en mi plato de las que ocuparme. —Pero que no se dijese que Uchiha Datsue no echaba una mano a los suyos—. Podemos probar a darte un par de prácticas, cuando vea que tenga libre. Aunque, te lo advierto: soy de los exigentes.
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Riko escuchó con atención a su compañero y casi escupe lo que tenía en la boca cuando escuchó como éste elogiaba una de las técnicas de una compañera suya.
—Bueno, debe de ser una técnica muy buena entonces, desde luego. — Dijo una vez tragó.
Lo siguiente era algo esperable, aunque realmente Riko había propuesto más o menos lo mismo que ofertó el Uchiha, así que quedó bastante contento con el resultado.
—¡Pues genial entonces! Hombre, esperaba que lo fueras, si no, no sería tan eficiente. — Aceptó el menor con ganas.
De pronto el padre de Riko salió de la cocina y se acercó a la mesa, sentándose en una silla.
—Perdóname un momento Datsue. — Se disculpó de antemano y se acercó un poco más a su hijo. —Riko, el proveedor de la carne llega tarde, y sabes que él siempre es puntual, estoy algo preocupado, ¿podrías intentar averiguar qué está pasando, por favor? — Lo dijo en un tono bajo, pero Datsue fue capaz de escucharlo todo perfectamente.
Y tal y como había llegado, se fue, entrando con prisas y visiblemente agobiado en la cocina.
Oh, vaya que si lo era. Se llamaba Raiton no Yoroi, y era la mayor preciosidad que había visto en su maldita vida.
El hombre que atendía el restaurante se acercó hasta la mesa a decirle algo a Riko, interrumpiéndoles momentáneamente. Aunque habló en voz baja, el oído entrenado del Uchiha captó claramente sus palabras.
Se limpió los labios con una servilleta.
—¿Ocurre algo, Riko? —preguntó, como si no hubiese escuchado nada.
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La aparición de su padre enturbió un poco el ambiente, y Datsue podría notarlo tan solo con mirar la cara del moreno, que tenía el ceño un poco fruncido.
—¿Ocurre algo, Riko?
El genin levantó la mirada.
—Nada no te preocupes, será una tontería, pero me tendría que encargar de ello, por si acaso. — Dijo el joven, levantándose y dejando la servilleta en la mesa. —Ha estado bien esto, a ver cuando damos esas prácticas entonces. — Dijo tratando de recuperar el tono alegre del resto de la charla.
Y rápidamente salió del local, empezando a correr nada más cruzar el umbral de la puerta. El moreno recorrió un par de calles, metiéndose por algún que otro callejón y atajando por lugares por los que normalmente no pasaba nadie, hasta que, en una de estas calles oscuras se paró delante de un carro que parecía que había sido asaltado.
Datsue había madurado. Crecido. Se creía mejor persona y mejor ninja. Pero uno no podía cambiar la naturaleza de lo que era, y, ¿ser altruista? No, esa no era una de sus muchas virtudes. Así que aceptó la negativa de Riko, y no insistió.
Terminada la comida, quiso pagar. Si el padre de Riko no aceptaba cobrarle, no insistiría. Sí, la avaricia seguía siendo uno de sus muchos defectos.
Cuando salió a la calle, cojeando un poco, tiró la bolsa con el hielo ya derretido a un cubo de basura. Tal y como había pensado, no se había hecho un esguince. Apostaba a que en una hora o dos ya ni le dolería. «Bueno, hora de volver a casa» El destino, sin embargo, le tenía preparada una última sorpresa. Coincidió que recorrió las mismas calles que Riko, y cuando se lo encontró, halló también un carro dejado en medio de la calle.
—Ey, Riko. ¿Qué ocurre?
Aquello era extraño. Muy extraño.
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Tal y como era de esperar el padre de Riko se negó a recibir el dinero por parte de Datsue, ya que habían sido ellos mismos quienes se habían ofrecido a hacerles algo para comer.
Una vez en la calle, el genin se encontraba pensativo, sin lugar a dudas aquello era de lo más extraño, ¿qué hacía el carro allí? Trataba de pensar en qué hacer en aquel momento, pero fue entonces cuando una voz le sorprendió por atrás
—Ey, Riko. ¿Qué ocurre?
El moreno se giró, sopesando si decirle la verdad a Datsue o no.
—Verás, este carro es de uno de los proveedores de mi padre, que tenía que haber llegado hace bastante rato... no sé si me explico. — Desde luego que aquello le daba mala espina.
El genin se puso a buscar algo que le diera la más mínima pista que seguir para encontrar al dueño del carro, que era lo que más le preocupaba. Hacia la derecha de donde se encontraban los dos shinobi podrían ver una caja de cartón blanca abierta, y un par de plásticos que llevaban hacía la siguiente calle.
Datsue frunció el ceño. Sí, Riko se explicaba tan claro como el agua del Río del Árbol Sagrado. Aunque el Uchiha, curtido ya en miles de experiencias, frenó su imaginación. ¿Un asalto, en plena Villa? ¿Con decenas de ninjas por todas las esquinas? O era el ladrón más temerario del mundo, o seguro que había otra explicación.
Tras investigar el carro, y comprobar si había sufrido algún tipo de desperfecto o daño, siguió el pequeño rastro. Se agachó frente a una caja de cartón blanca e investigó su contenido. Luego, tomó los plásticos —¿algún tipo de envoltorio de comida?—, y se dirigió hacia la calle a la que apuntaban.
—Seguramente no sea nada grave, pero…
Pero nunca se sabía.
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Efectivamente, Datsue tenía razón, lo más seguro era que no fuera nada, sobre todo teniendo en cuenta que estaban en medio de la Villa, pero aquello era muy raro, por lo que lo mejor era, al menos investigar un poco, averiguar qué estaba pasando.
Los dos shinobi se dirigieron hacia la calle a la que les guiaba el rastro de las bolsas, que daba a unos edificios altos con una gran cantidad de apartamentos, y en los soportales de los mismos se podían ver varios locales, la mayoría de ellos cerrados, pero, de uno salía un bullicio fuera de lo normal para la hora que era.
—No me jodas...
El Fuumi se llevó la mano a las sienes, dándose un ligero masaje en ellas tratando de calmarse y caminó en dirección al local.
—Creo que ya sé qué ha pasado. — Le dijo a su compañero.
Nada más entrar en el bar verían a un hombre subido en una mesa con una jarra de cerveza en la mano, zarandeándola de un lado para otro mientras cantaba una canción que era prácticamente imposible de entender, mientras el resto de clientes jaleaba y vitoreaba el espectáculo.