Tenían algo que agregar, claro, pero sobre otras cosas. Se habló de las cuentas, de los beneficios que estaba dejando el omoide en aquel mes. De la distribución, de nuevas rutas que sus barcos podían tomar para evitar ser reconocidos y capturados, tanto por las Villas como por la competencia.

Hablaron de los sobornos a la guardia, de posibles inversiones y de mover el dinero. Tener los ryos guardados en la hucha era dejar que se lo comiesen las musarañas, en palabras de Money.

Media hora más tarde, la reunión se disolvió. Money y la Anciana se desvanecieron. Muñeca dijo a Kaido que partirían mañana. Shaneji le dio una palmada en la espalda y le deseó buena suerte. Ryū salió con cara de pocos amigos al exterior.

—Kaido —le llamó Otohime—. Nada de problemas con ninjas de las tres viejas Villas. Cuanto menos llamemos su atención, mejor. —Se levantó y se acercó a él. Bajó la voz—. Y ten paciencia con Muñeca, ¿quieres? Puede ser un poco difícil, pero pronto comprobarás que es una ninja prodigio.

La noche se extendió, entonces, para tratar otros temas de interés general. Cuentas, sobornos, movimientos de dinero; rutas comerciales y demás vicisitudes dignas de una organización con tanto fuelle como aquella.

Cuando estos tópicos se vieron zanjados, uno a uno los Cabeza de Dragón se fueron disolviendo, para volver a sus propios asuntos personales.

Sólo dos quedaron en la mesa. Otohime se dirigió a Kaido.

—Kaido. Nada de problemas con ninjas de las tres viejas Villas. Cuanto menos llamemos su atención, mejor. Y ten paciencia con Muñeca, ¿quieres? Puede ser un poco difícil, pero pronto comprobarás que es una ninja prodigio.

No lo dudaba. Eso, de que fuera prodigio. Lo intuía, pues los vestigios de su lucha en el Cañón del Secuestrado y así también su supervivencia había sido prueba tangible de ello.

—Lo intentaré, pero es un trayecto muy largo y el mundo está lleno de sorpresas. Quién sabe a qué clase de shinobi pueda conseguirme por ahí —dijo, con su típico tono de broma. Sólo que en ese instante no sabía qué era lo que le depararía el destino cuando partiera hacia el Desierto. No sabía a quién le iban a poner en su camino—. respecto a Muñeca, lo sé. Sé que le tenéis estima. Volveremos, Otohime-chan, volveremos a salvo. Y con la cabeza de ese hombre. Por Dragón Rojo.

El sello de su brazo, súbitamente, brilló.

Otohime esbozó una sonrisa apagada.

—Por Dragón Rojo —dijo ella, estrechándole la mano. Se despidió de ambos y se fue a descansar a sus aposentos.

Kyūtsuki permanecía sentada.

—¿Has estado alguna vez en el desierto, Kaido? —preguntó, golpeando la mesa con las yemas de los dedos, a través de los guantes—. Vas a necesitar una cara amiga una vez allí. Alguien que te guíe, tenga contactos y sepa moverse.

»En Inaka hay una persona al que llaman Comadreja. Él puede ayudarte, si le dices que vas de mi parte y le enseñas la marca.

La última guerrera en pie le hizo entonces un inciso: esa fue Kyūtsuki. Kyūtsuki le caía bien. No debía esforzarse tanto con ella como con el resto. Era como si él también llevase una máscara, y sin poder conocerse los rostros, todo fuera más sencillo de exteriorizar.

—Estuve un par de veces, hará dos años de eso —contestó. La primera ocasión había sido en Inaka donde conoció a Senju Riko. La otra, cuando conoció de tú a tú a Aotsuki Ayame, allá en el Festival de la Línea de los Dioses—. te agradezco el dato. ¿Cómo lo encuentro?

Kyūtsuki paró de jugar con los dedos.

—No tiene madriguera fija —le respondió, franca—. Pregunta por él en la Taberna Seca o El Oasis. Él dará contigo. Y, Kaido —agregó—. Si puede te sacará hasta la última moneda. Necesitarás ponerte un poco duro con él. Recordarle con quién está tratando.

Bien. Fue anotando punto a punto: una jodida comadreja sin hogar fijo que tenía oídos en dos tabernas del pueblo. Tenía cierto predilecto por sonsacar a la gente, y no dudaría en dejar a Kaido en la quiebra a cambio de esa ayuda de la que hablaba Kyūtsuki. El gyojin tendría que ser firme y hacer aval de su condición como un —cuasi— miembro de dragón rojo para que la información, los contactos y la guía no le salieran tan caro.

Asintió, sin verse preocupado. Si alguien era bueno en poner a la gente en su sitio, ese era él.

—Lo tendré en cuenta. Tranquila, le mandaré tus saludos —dijo con una ponzoñosa sonrisa entre dientes—. el señuelo —se refería, evidentemente, al cadáver—. ¿cuándo lo pondrás en órbita de Amegakure?

Kyūtsuki asintió. Mencionar el nombre de ella y mostrar un poco de carácter era todo lo que le haría falta para manejarle con soltura. Ante la pregunta de Kaido, se levantó.

—Partiré ya mismo. —Cuánto antes pensasen que estaba muerto, antes dejarían de buscarle y, por tanto, crearles problemas. Aunque nunca se podía descartar que alguno quisiese vengarle. Era, de todas formas, un mal menor irremediable. Y de lo que uno no podía solucionar, mejor no perder el tiempo preocupándose—. Recuerda que las reuniones de Dragón Rojo se realizan siempre en Mizuyōbi, a la misma hora. Imagino que sabes usar el Gentōshin no Jutsu, ¿no?

Cuando ella se levantó, el gyojin lo hizo también.

—Mizuyōbi, a ésta hora. Entendido —dijo, dando certeza de que sabía usar aquel jutsu—. nos vemos pronto.

Habiéndose despedido, no le quedó de otra que renquear hasta sus aposentos y recobrar las fuerzas que el bautizo le había arrebatado.

Al día siguiente, los miembros del grupo desayunaron juntos. Todos salvo Kyūtsuki, que ya se había ido, y Shaneji, que probablemente se había quedado durmiendo hasta tarde. Eso sí, cada uno se hacía lo suyo, y tampoco es que hubiese gran cosa en el almacén que le enseñó Otohime. Mucha comida enlatada, poca verdura, nada de fruta… Lo mínimo para llenar el estómago. Todo el mundo se quejaba de ello, pero nadie —salvo Otohime cuando hacía salidas— le buscaba solución.

Kaido presenció cómo Muñeca abrazaba a Otohime al despedirse y cómo iba a la habitación de Shaneji a decirle adiós. Abrazó también a Ryū, pero este tan solo le devolvió un gruñido, sin prestarle atención, mientras se ponía gafas de cerca —era muy cómico verle así— para leer un enorme pergamino que tenía entre las manos.

Tras salir en barca, los pasos de Kaido y Muñeca se dirigieron al pueblo. Allí era donde se encontraba Money, y allí sería su primera parada para recoger fondos para el viaje.

—En realidad Zaide no da tanto miedo como dicen, ¿sabes? —comentó Muñeca, con voz aguda y triste. Se le notaba alicaída por tener que salir de viaje, pero al mismo tiempo, determinada en hacerlo bien—. Cuando yo salí a matarle, la mayoría de las veces se escondía detrás de sus amigos y siempre terminaba huyendo. La única vez que se quedó a luchar yo… —Ella le había matado. Bueno, Katame, mientras ella le distraía. El problema era que, de alguna forma, no había sido así.

Por mucho que lo pensase, y le diese vueltas, no entendía el cómo. Recordaba perfectamente a Katame atravesándole con su katana. Su cadáver inerte. ¿Cómo era posible que siguiese vivo?

Abandonar Ryūgū-jō fue mucho más difícil para Muñeca que para él. Aún con la Marca en su brazo, su sentido de pertenencia no estaba tan arraigado a aquel lugar como podía serlo para otros miembros. La definición de hogar era un concepto demasiado trillado para un muchacho que se crió para ser la herramienta de otros y que nunca se sintió parte de algo, hasta que aniquiló a toda su familia y juró lealtad a Amekoro Yui.

Pero esa lealtad se había esfumado. Ahora imperaba nuevamente esa necesidad empírica y antinatural de querer ganarse su puesto en la escala alimenticia entre dragones.

—Tú ... viste lo que él quiso que vieras, probablemente. Son buenos en eso —comentó, con los recuerdos de Uchiha Datsue destrozándole la mandíbula asolándole la cabeza—. te voy a ayudar, Muñeca. Enmendaremos juntos el error de Katame —sí, buena elección; la de poner toda la responsabilidad sobre un puto muerto y no en ella—. y volveremos a casa con la cabeza en alto.

»Todos me han dicho que eres una kunoichi excepcional. Y les creo. Sé que podré confiar en ti cuando vayamos a por ese hijo de puta.

Muñeca se sonrojó por la confianza.

—¡Pues claro que puedes confiar en mí, Kaido-kun! —exclamó con voz aguda y algo más alegre—. Pero es extraño. Yo… me cuidé mucho de no caer en sus ilusiones. Yo también soy buena en Genjutsu, ¿sabes? —dijo, hinchando el pecho, orgullosa por los logros y avances que había hecho en los últimos dos años.

»¿Y a ti? —preguntó, curiosa—. ¿Qué se te da bien?

—El suiton es mi fuerte, también las artes de mi clan —seguro conoces alguna por Shaneji—. y digamos que tengo una gran predilección por la espada. Un compendio demasiado físico, si me lo preguntas. Por eso pedí que alguien me acompañara. Me alegra que hayas sido tú.

Le sonrió. ¿Le daría miedo su grotesca sonrisa?

—Tendrás que cuidarme de esos genjutsu, por sobre todo. Soy jodidamente susceptible a esa mierda.

¿Miedo a su sonrisa? Con la de cosas que había visto Muñeca, no. Más bien era todo lo contrario. Él, Shaneji, Kyūtsuki… Todos ellos eran tenían un aspecto bastante peculiar y amenazador, incluso el propio Ryū. Pero a ella, lejos de espantarla, le agradaba. La hacía sentir más… segura.

Era la sonrisa amable y anodina a la que le tenía miedo.

—¿Bueno con la espada? —dijo, inclinándose a un lado y a otro para tratar de verle el arma enfundada. No la encontró—. ¡Pues habrá que comprarte una por el camino! —exclamó con voz aguda—. Ten cuidado con Zaide. Las espadas sí que se le dan bien —tuvo que reconocerle.

»No tengas miedo, ¡conmigo estarás libre de Genjutsus! —le aseguró, totalmente convencida de ello—. Además, no suele emplear Kage Bunshins. Es bastante débil, en eso. A veces usa un gran jutsu, pero tú solo tienes que esquivarlo. Después estará muy cansado y podremos acabar con él.

Desde luego, Muñeca era mucho más optimista que sus compañeros. ¿Inocente? Quién sabe, pero era casi la única que podía hablar con propiedad. No por nada, le había perseguido y enfrentado a él por casi un año. El resto no podía decir lo mismo. No por nada, los Cabezas de Dragón que le habían acompañado estaban todos muertos.

... Y ella no. Ella seguía viva, y coleando. ¿Suerte? tampoco. La suerte es para los mediocres.

—Perdóname la franqueza, Muñeca, pero... cómo es que tú, este... ya sabes —balbuceó, tratando de encontrar la frase correcta—. mira, he conocido prodigios antes, pero lo tuyo va más allá. ¿Que edad tienes? ¿reaaalmente?

Muñeca torció el gesto, frunciendo el ceño.

—¿Realmente? —preguntó, algo seca—. ¿Por qué? ¿Cuántos crees que tengo?