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Alquequenje - Versión para impresión

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Alquequenje - Aotsuki Ayame - 1/10/2017


Hola, buenos días/tardes/noches (según la hora a la que estéis leyendo esto) y bienvenidos a la trama. Al habla Ayame, yo actuaré de máster en esta aventurilla.

Antes de empezar me gustaría fijar unas pocas normas y datos adicionales para que la trama no termine estancada en el tiempo y en el olvido:
  • El límite de posteo será de 72 horas
  • No hay turnos establecidos
  • Durante los primeros turnos, y hasta nuevo aviso, yo diré quién o quiénes deben postear en el siguiente turno
  • Alquequenje estará ambientado en Viento Gris, después de las tramas de Los Hilos del Mundo

A los participantes: Sé que al principio os dije que esto iba a ser una misión pero al final lo voy a dejar como una trama normal. Espero que eso no os suponga ningún inconveniente, pero creía que era más justo. Eso es todo por ahora. Espero que todos pasemos un buen rato con esto Sonrisa




Viento Gris había llegado a Ōnindo, y con él los fríos vientos del norte. Sin embargo, parecía que aquella mañana, el Invierno caía con toda su fuerza sobre Amegakure. Las fuertes ráfagas de viento impulsaban una lluvia que, si ya de por sí caía con fuerza, habían convertido en auténticas cortinas de agua que ocultaban todo lo que quedaba a unos pocos metros de distancia mientras Amenokami restallaba sus látigos de rayos por encima de los impotentes rascacielos que soportaban como podían la tormenta del siglo. Y debajo de ellos, las aguas corrían por unas calles completamente desiertas y ahora casi inundadas. Aún siendo habitantes de Amegakure, nadie se había atrevido a desafiar a la feroz tormenta.

Y como un reflejo de la tormenta exterior, Aotsuki Zetsuo aporreó la puerta con puños de hierro.



¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!



—¡AMEDAMA, ABRE LA PUERTA! —vociferó, y el tono de su voz nada tuvo que envidiar a los truenos que estallaban en el exterior.

Junto a él, Kōri se mantenía a una distancia prudencial. El shinobi parecía mantener una gélida calma que su padre estaba lejos de sentir, pero si alguien se fijaba lo suficiente en él, podría darse cuenta de que su habitual desangelado rostro estaba cubierto por un gesto sombrío.




En el próximo turno sólo postea Daruu.



RE: Alquequenje - Amedama Daruu - 3/10/2017

La lluvia caía, inclemente, sobre las calles de Amegakure no Sato. En el Distrito Residencial, la dueña de un establecimiento bastante conocido miró a través de las ventanas de su cuarto, en el primer piso, y decidió que ese día abriría la Pastelería de Kiroe-chan un poco más tarde. Al fin y al cabo, no parecía que, con aquél chaparrón, fuese a haber mucha clientela. Pese a todo, en algún momento tendría que abrir, se dijo. La gente de Amegakure estaba acostumbrada a la lluvia. Aquella tormenta sólo era un poco más fuerte de lo que estaban acostumbrados. Alguno vendría. Más tarde.

Por eso, después de tomarse el desayuno, Kiroe se vistió y bajó al piso de abajo, para bajar las sillas, para comenzar a calentar los hornos y preparar las masas, para colocar las cartas en las mesas, con delicadeza, en una posición determinada. Era un ritual matutino que siempre la ayudaba a terminar de despertar, y ver su negocio en marcha siempre le arrancaba una sonrisa.

Pero cuando terminó de bajar la última silla y se limpió el sudor de la frente, alguien aporreó la puerta, dispuesto a interrumpir el silencio ruidoso de la lluvia y su tranquilidad.



¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!



—¡AMEDAMA, ABRE LA PUERTA! —La inconfundible voz de Zetsuo inundó la sala. Kiroe suspiró, y se dirigió a la puerta de la cafetería.

«¿Qué querrá ahora este...?»

Kiroe abrió la puerta, y también los ojos con sorpresa. En cuanto a Zetsuo, tenía un aspecto aterrador. No por lo enfadado que pudiera estar, no, sino por su rostro asustado. En cuanto a Kori...

...si se conocía a Kori mucho tiempo, se podía saber a ciencia cierta cuando algo iba muy mal.

—¿Qué ha pasado, Zetsuo? —espetó la pastelera de inmediato. El rostro de Kiroe se volvió pálido como la cera de una vela.


RE: Alquequenje - Aotsuki Ayame - 3/10/2017

La puerta se abrió justo en el momento en el que Zetsuo ya estaba levantando el brazo para asestar otra ronda de golpes a la puerta. Al otro lado, Kiroe palideció súbitamente al ver el rostro desencajado del médico.

—¿Qué ha pasado, Zetsuo? —preguntó.

Pero él casi no la dejó terminar. Se adelantó, quedando a escasos centímetros del rostro de la pastelera, zarandeando un papel delante de las narices.

—¿¡QUE QUÉ HA PASADO!? ¡ESTO HA PASADO! ¿¡DÓNDE ESTÁ TU JODIDO CRÍO! ¡¡¡DARUU!!! —bramó, y sin pedir ningún tipo de permiso ni miramiento tiró el papel al suelo y siguió llamando al genin dentro del establecimiento.

Kōri se adelantó, pero no siguió el trayecto de su padre. Se agachó a recoger el papel y después de unos segundos durante los que se quedó mirándolo con aquel gesto sombrío y pensativo se lo entregó a Kiroe.

—Ayame salió ayer por la mañana y... aún no ha regresado —explicó—. Encontramos esto en su habitación cuando hemos ido esta mañana a ver si había vuelto durante la noche.

El papel en cuestión no era nada más y nada menos que una carta. Una carta escrita con grafía redondeada y algo inclinada que parecía haber sido dirigida a Ayame.


Querida Ayame:

Hay algo de lo que tenemos que hablar con urgencia. Te espero al mediodía en las Playas de Amenokami.

Siempre tuyo, Daruu.


Aquello explicaba la ira y el miedo que exudaba Zetsuo por cada poro de su piel y que Kōri estaba intentando mantener con todas sus fuerzas detrás de su máscara de insensibilidad. Sin embargo, para alguien que conocía tan bien a Daruu como era su propia madre y tan inteligente como ella, algo saltaba a la vista: Aquella no era la letra de su hijo.

—¡¡¡DARUU!!! ¡¡BAJA AHORA MISMO O SUBIRÉ YO A MATARTE CON MIS PROPIAS MANOS, CONDENADO MOCOSO!!




Siguiente turno: Daruu



RE: Alquequenje - Amedama Daruu - 5/10/2017

Zetsuo se adelantó, cortándola, y zarandeó un papel delante de ella, casi sin dejar que la mujer lo leyera. Sus ojos morados trataron de recorrer con toda velocidad el papel y se entrecerraron con astucia cuando reconoció —o más bien no reconoció— la letra de la nota. Dejó que el jounin le gritase, pero cuando la empujó para pasar dentro, rozó discretamente la piel del dorso de su mano.

El hombre había arrojado el papel al suelo, y Kori se adelantó para cogerlo y enseñárselo. Dijo a Kiroe que Ayame había salido el día de antes, por la mañana, y que aún no había regresado. Que habían encontrado la nota en su habitación.

Kiroe ya había visto en nombre de su hijo —no correspondiente a la caligrafía empleada—, pero no había podido leer los contenidos de la carta. Al hacerlo, abrió los ojos con sorpresa y le tendió el papel a Kori. Suspiró, tratando de tranquilizarse, pues el corazón le había dado un vuelco, y luego, formuló el sello del Carnero.

—Esta nota no la ha escrito mi hijo —anunció a Kori—. Esta no es su letra. Y Ayame no está aquí. —Trató de medir las palabras con cuidado, mirando a Kori.

Detrás, unos símbolos habían crecido en la mano de Zetsuo, se le habían enrollado por todo el cuerpo y no permitían que se moviera. Kiroe se dio la vuelta y se acercó a él, despacio.

—Zetsuo, necesito que te tranquilices un momento, Daruu no ha sido, esta no es su letra —repitió, paciente—. Ni siquiera han tratado de falsificarla. Y Daruu no habría hecho salir a Ayame de la aldea, para empezar.

»Eres un jounin, Zetsuo. Esto es preocupante, pero no por las razones que crees. Abandona ahora mismo ese estado mental, y escúchame:

La mujer tomó aire y liberó el sello que ataba a Zetsuo.

—Es posible que los Kajitsu Houzuki hayan engañado a Ayame.

En ese momento, la puerta que llevaba al piso de arriba se abrió. Un Daruu con profundas ojeras salió, bajando los escalones a la pata coja mientras trataba de calzarse la bota que le faltaba.

—Y-ya, ya voy, Zetsuo-sen...se ¡AHHHH!POM. El muchacho cayó de bruces contra el suelo. Se levantó, frotándose la cocorota—. ¿Qué... qué pasa? ¿Qué son esas caras? ¿Mamá? ¿Zetsuo-sensei...? ¿K-Kori... sensei?

Cuando observó el leve deje de preocupación del rostro de Kori, Daruu supo que algo iba terriblemente mal.


RE: Alquequenje - Aotsuki Ayame - 5/10/2017

Kiroe tomó el papel y lo leyó para sí. Bajo la atenta mirada de Kōri, la mujer abrió los ojos en un claro gesto de sorpresa y cuando su mano libre formuló el sello del carnero, El Hielo reaccionó tensando todos los músculos del cuerpo en respuesta.

—¡AGH! ¡¡MALDITA... MUJER!! —Pero era la voz de Zetsuo la que blasfemaba detrás de la pastelera. Todo su cuerpo estaba rodeado por una serie de filigranas que Kōri no supo interpretar más que como una compleja fórmula de Fūinjutsu y parecía ser incapaz de mover un solo músculo. ¿Pero en qué momento...?—. ¡¡¡SUÉLTAME AHORA MISMO O TE JURO QUE DESTRUIRÉ HASTA EL ÚLTIMO LADRILLO DE ESTA JODIDA PASTELERÍA!!!

Kōri hizo el amago de aldelantarse para ayudar a su padre, pero Kiroe le interpeló:

—Esta nota no la ha escrito mi hijo —le dijo, con total seriedad—. Esta no es su letra. Y Ayame no está aquí.

Él la estudió con sus ojos escarchados durante varios largos segundos. Al final, su mirada se ensombreció aún más y asintió con la cabeza.

—¡¡¡¡KIROEEEEEEEEE!!!!

La mujer se separó de Kōri y se acercó con lentitud a Zetsuo, que prácticamente la fulminaba con la mirada, incapaz de hacer nada más.

—Zetsuo, necesito que te tranquilices un momento, Daruu no ha sido, esta no es su letra —repitió, con una paciencia digna de un santo—. Ni siquiera han tratado de falsificarla. Y Daruu no habría hecho salir a Ayame de la aldea, para empezar. Eres un Jōnin, Zetsuo. Esto es preocupante, pero no por las razones que crees. Abandona ahora mismo ese estado mental, y escúchame:

Kiroe tomó aire. Las ataduras de Zetsuo desaparecieron, y el hombro tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no abalanzarse sobre ella.

—Es posible que los Kajitsu Hōzuki hayan engañado a Ayame.

Él abrió aún más los ojos. Y justo en ese momento, la puerta que llevaba al piso de arriba y a la vivienda de la familia Amedama se abrió. Daruu bajaba los escalones a la pata coja, tratando de calzarse la bota que le faltaba.

—Y-ya, ya voy, Zetsuo-sen...se ¡AHHHH! —La falta de prudencia llevó a lo inevitable: Daruu cayó de bruces contra el suelo, casi a los pies de Zetsuo. Se levantó, frotándose la cocorota—. ¿Qué... qué pasa? ¿Qué son esas caras? ¿Mamá? ¿Zetsuo-sensei...? ¿K-Kōri... sensei?

Pero nadie respondió enseguida. Zetsuo había clavado sus afilados ojos aguamarina en los perlados de Daruu y, abandonando toda prudencia, estaba registrando a toda velocidad la mente del muchacho. Buscó y rebuscó a lo largo de todo el día anterior... pero en ninguno de sus recuerdos encontró tampoco a Ayame.

El médico cerró los ojos y suspiró con infinito cansancio. De repente se sentía por los menos diez años más viejo. Una parte de él lo había sospechado desde el principio, pero le había sido más fácil y más llevadero creer que su vecino tenía algo que ver con la desaparición de su hija... en lugar de afrontar que todo aquello podía ser obra de un grupo organizado de locos fanáticos y supremacistas.

Pasó así varios segundos. Volvió a respirar hondo un par de veces y, para cuando volvió a abrir los ojos, el brillo de cólera había desaparecido. Ahora sólo quedaba una férrea determinación.

—Kōri, ve a avisar a Arashikage-sama. Yo me acercaré a las Playas de Amenokami y te esperaré allí buscando cualquier rastro.

El Hielo asintió y desapareció en apenas una brisa gélida. Zetsuo, sin decir una sola palabra más, se dio media vuelta y se dispuso a abandonar la pastelería.




Próximo turno: Daruu



RE: Alquequenje - Amedama Daruu - 5/10/2017

Unos y otros estaban actuando de una forma muy extraña. Zetsuo parecía tremendamente decaído, y ese rostro desangelado característico de Koori se había convertido en una especie de mohín a medio formar. Su madre se estaba mordiendo el labio inferior, y, cruzada de brazos, golpeaba repetidamente el parqué del suelo.

Daruu estaba en medio de todo aquello. Miró a su madre, se acercó y le dio dos suaves toques en el brazo.

—Mamá, ¿qué... qué pasa?

—Koori, ve a avisar a Arashikage-sama. Yo me acercaré a las Playas de Amenokami y te esperaré allí buscando cualquier rastro.

Kiroe tendió la falsa carta a Daruu, quien la recorrió con los ojos. Le recorrió un sudor frío, y cayó al suelo de culo.

—Pero... por qué... ¿quién...?

Koori desapareció en apenas un suspiro helado. Zetsuo se dirigió a toda prisa hacia las calles. Kiroe avanzó junto a él.

—¡Espera, Zetsuo! —dijo, pero Daruu la alcanzó y la agarró de la manga.

—¡Quiero ir!

—¡No irás! —su madre se giró y vio a Daruu, con lágrimas en los ojos.

—¡Quiero ir, te he dicho!

—Jovenci... ¡Ah!

Daruu liberó una ráfaga de chakra por todo su cuerpo y derribó a la mujer. Formuló el sello del carnero y se movió con una agilidad tremenda, escapando e internándose en un callejón cercano...

...en dirección al edificio de la Arashikage, para reunirse con Koori.

Kiroe chasqueó la lengua y se levantó de un salto. Estaba claro que no podría detener a su hijo. A decir verdad, pensándolo fríamente, ella hubiera hecho lo mismo de joven. Preocuparse de él no tendría sentido, porque perdería más tiempo convenciéndole que buscando a Ayame. La mujer subió un momento y se cambió de ropa.

Estaba oxidada, pero Kiroe la jounin volvería a actuar.


· · ·


Cuando Zetsuo atravesó el umbral de la puerta de entrada, una sombra se cruzó por delante de él. Era Kiroe, que le agarró el brazo con firmeza.

—¡Te he dicho que esperes, Zetsuo! —Kiroe iba vestida con el chaleco oficial de la villa, y por debajo llevaba un jersey de cuello alto púrpura con mangas anchas y largas. El pantalón era de color negro, y llegaba hasta sus tobillos. Llevaba dos portaobjetos: uno en el muslo derecho y otro detrás del chaleco, cosido a él.

»Cierra los ojos.

Hubo un breve destello rojizo. Y los pies de los dos jounin despegaron del suelo.


· · ·


—¡Koori-sensei! —Daruu jadeaba. Perseguir a Koori durante una urgencia como aquella no tenía nada que ver con perseguirlo durante las misiones, cuando el jounin se dejaba alcanzar para darles un respiro. Apoyó las manos en las rodillas y se permitió tomar el aliento—. ¡Koori-sensei! —repitió, insistente—. ¡Déjame ir contigo, por favor! ¡Tengo que ir...! Ayame es mi... —vaciló un momento—. ¡Es mi compañera de equipo! ¡Somos un equipo! ¡Por favor...!

Hizo una reverencia.

Koori estaba al otro lado del pasillo, sujetando ya la puerta que llevaba al despacho de Yui.

—Por favor.


· · ·


ZZZZZZUP. Otro destello rojo. Y Kiroe y Zetsuo aterrizaron en la arena con un estrepitoso golpe. Menos mal que la arena era blandita, pensó Kiroe. Quiso reír, pero el momento no lo merecía.

Se levantó y se sacudió la arena de la ropa. Observó con orgullo la marca sonriente que había dejado en la roca, allí en el risco. Todavía seguía intacta. Un buen rastro de sangre puede tardar años en desaparecer.

Y sin embargo, como si se estuviese evaporando poco a poco, la marca se desvanecería en unos segundos.

—Bien. Lo siento por el susto, creo... Creo que nunca te enseñé el Chiishio Kuchiyose... En fin, supongo que cuando descubras donde estamos me lo perdonarás —dijo Kiroe, alegre—. Bienvenido a la Playa de Amenokami.


RE: Alquequenje - Aotsuki Ayame - 6/10/2017

—¡Espera, Zetsuo! —resonó la voz de Kiroe tras Zetsuo, y aunque dudó momentáneamente, terminó por detenerse y girarse hacia la pastelera.

Pero Daruu se había adelantado y, con lágrimas en los ojos, ahora discutía con su madre sobre su deseo de acompañarlos. Zetsuo maldijo entre dientes. ¡No había tiempo que perder! ¡Cada segundo perdido allí podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte de su hija! Al final, viendo que Kiroe no iba a dar su brazo a torcer, Daruu se libró del agarre de su madre liberando una ráfaga de chakra desde todo su cuerpo. La mujer cayó al suelo y el muchacho aprovechó para deslizarse como un relámpago a través de la puerta y perderse al girar un callejón. Zetsuo no se movió ni hizo el mínimo amago de detenerle cuando pasó junto a él y la brisa que levantó sacudió el bajo de su sobretodo. Tenían prisa. Demasiada prisa. No podían pararse a discutir los caprichos de los chiquillos.

Y aún así, con toda la rabia contenida, tuvo que esperar a que Kiroe subiera a su casa para prepararse.

—Maldita sea... —mascullaba entre dientes.

Apenas pasaron unos pocos segundos, pero el médico se cansó enseguida de esperar. No estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados mientras el minutero del reloj seguía corriendo, y al final decidió marcharse por su propia cuenta. Desapareció con una ligera neblina y echó a correr a toda velocidad hacia las puertas de entrada de la aldea.

—¡Te he dicho que esperes, Zetsuo!

La figura de Kiroe se plantó frente a él repentinamente, obligándole a frenar en seco con una nueva maldición:

—¡No hay tiempo que perder, joder! ¡Es un rescate no una jodida fiesta! —exclamó, encarándola de nuevo. Sin embargo, se sorprendió al descubrir que Kiroe había sustituido su uniforme de pastelera y había rescatado su viejo atuendo como kunoichi de la aldea. Ahora iba ataviada con el chaleco oficial de Amegakure por encima de un jersey de cuello alto de color a juego con sus ojos púrpuras y mangas amplias; y un pantalón oscuro. Llevaba también dos portaobjetos similares a los suyos, uno en el muslo derecho y otro detrás del chaleco.

—Cierra los ojos.

Zetsuo inspiró profundamente por la nariz, se obligó a serenarse y terminó por obedecer a regañadientes. Se le escapó, sin embargo, una nueva maldición cuando vio un destello rojo por detrás de sus párpados y sintió que el suelo se esfumaba de repente.



. . .



La tormenta no había conseguido detenerle. Como una brisa gélida, el jonin se movió entre las calles de Amegakure a toda velocidad. No tardó más que unos pocos minutos en llegar al torreón de la Arashikage, subir al último piso y atravesar el largo pasillo. Ya tenía la mano apoyada sobre los dos portones con el símbolo de Amegakure grabados en ellos y que daban acceso al despacho de Yui cuando escuchó un resuello tras él.

—¡Kōri-sensei! —le llamaba la inconfundible voz de su alumno, que jadeaba con esfuerzo al principio del pasillo. El genin tuvo que apoyar las manos sobre las rodillas antes de poder siquiera pronunciar una palabra más. Kōri no pudo menos que preguntarse cómo Daruu había conseguido alcanzarle y llegar casi al mismo tiempo que él, cuando casi acababa de salir del ascensor. ¿Acaso habría subido las escaleras corriendo hasta el último piso de la torre?—. ¡Kōri-sensei! ¡Déjame ir contigo, por favor! ¡Tengo que ir...! Ayame es mi...[/sub] —vaciló un momento—. ¡Es mi compañera de equipo! ¡Somos un equipo! ¡Por favor...!

Inclinó el cuerpo en una reverencia, pese a que, con el agotamiento que llevaba encima, aquel simple gesto le podría haber supuesto el haber caído de boca al suelo. El Hielo le observó en silencio con detenimiento durante unos instantes, estudiando las posibilidades con ojo crítico.

—Por favor —insistió, implorante, y Kōri alzó ligeramente la barbilla.

—Eso deberá decidirlo Yui-sama —replicó, antes de añadir algo más—: Pero intercederé por ti, tus ojos pueden sernos de utilidad.



. . .



Con un último destello rojo, los dos adultos cayeron con estrépito sobre un mullido colchón que amortiguó sus aparatosas caídas.

—Mierda... —masculló Zetsuo, levantándose tambaleante y sacudiéndose la arena de las ropas.

Sin embargo, se interrumpió cuando llegó hasta sus oídos un suave rumor. El susurro de las olas rompiendo contra la costa.

—Bien. Lo siento por el susto, creo... —dijo Kiroe junto a él. Pese a las circunstancias, parecía inusualmente alegre—. Creo que nunca te enseñé el Chiishio Kuchiyose... En fin, supongo que cuando descubras donde estamos me lo perdonarás. Bienvenido a la Playa de Amenokami.

El hombre volvió a abrir los ojos con sorpresa. Iba a preguntar cómo demonios había hecho eso cuando sus rapaces ojos repararon en una roca del risco en la que había dibujada una sonrisa con sangre y que ahora se estaba desvaneciendo a toda velocidad. No tuvo más que sumar dos y dos en su cabeza para comprender que aquella mujer acababa de utilizar una avanzada técnica de teletransporte utilizando su propia sangre como conductor.

Y, en aquel momento, no pudo alegrarse más por no haberse ido sin ella. Acababan de ahorrarse casi medio día de viaje.

—Bien hecho, Kiroe... Y... gracias, supongo.

Kiroe no iba a escuchar muchas más veces aquella palabra, y Zetsuo no le tiempo a regodearse en ella. Se mordió el pulgar, dejó que la sangre bañara su mano y con una serie de sellos la posó sobre la arena, levantando una nube de humo y polvo al contacto. Un águila real apareció tras los jirones y con un potente aleteo, se posó en el antebrazo del médico, quien le susurró alguna orden antes de agitar el brazo y dejar que el ave remontara el vuelo, se alzara en altura y se perdiera a lo lejos después de volar una buena distancia de manera paralela a la costa.

—Le dije a Kōri que le esperaría aquí, pero no contaba con que nos trajeras en un parpadeo —le dijo a Kiroe, escrutándola con sus ojos aguamarina—. Él puede venir aquí sobre uno de sus búhos, pero aún así eso le llevará algunas horas.

Sin embargo, con lo que no contaba Zetsuo era con que su hijo no viajara precisamente solo.



. . .



Kōri y Daruu volvían a recorrer las calles a toda velocidad. El Jōnin se veía obligado a frenar su propio paso para no perder de vista al genin, pero eso no significaba que no le azuzara para que pusiera todo su empeño en seguirle. Yui había accedido a que le acompañara, pero dada la delicadeza de la situación (y bajo el consejo de su mano derecha), había escogido a dos shinobi más.

Y, mientras se desplazaban, El Hielo pensaba en cómo podrían moverse hasta las Playas de Amenokami de manera rápida. De haber ido él sólo podría haber usado uno de sus búhos para ahorrarse gran parte del viaje. Pero ahora eran un grupo de cuatro personas, y Yukyō no iba a poder transportarlos a todos ellos...

De ir a pie, el viaje les podría costar casi medio día de viaje.

El jōnin y el genin llegaron a su primera parada: la residencia de Manase Mogura.




Siguiente turno: Primero Mogura, después Daruu.



RE: Alquequenje - Manase Mogura - 6/10/2017

La residencia Manase se encontraba ubicada en uno de los barrios más pudientes de Amegakure. Unos muros tradicionales de cemento y tejas con tuberías recorriendolos se elevaban hasta los dos metros de altura, cubriendo un solar de aproximadamente media hectárea. Prácticamente en el centro de este lugar se erguía una casona de tres plantas bastante tradicional, con materiales adaptados al ambiente donde se encontraba.

Jōnin y el genin llegarían a la entrada de la vivienda, en ella se apreciaría un portón de dos hojas bastante elegante. A un lado, un letrero alumbrado por una luz de neón, en este podría leerse el nombre de las dos personas que habitaban la casa. Debajo de ese mismo letrero había un timbre.

El sonido de unas getas de madera golpeando el piso de cemento avanzaría hasta la puerta y entonces el portón se abriría para responder al llamado de las visitas. Desde detrás de este se terminaría asomando un muchacho con un paraguas, bajo este lucía una larga cabellera negra echada hacía atrás, su atuendo no podía señalar que el joven se encontrase en un día de servicio, más bien estaba usando ropa de civil, un largo kimono gris y un por encima de eso un haori marrón oscuro.

¡Daruu-san...!

Comentó en un tono un tanto jocoso al ver que quién habría llamado a su puerta sería su viejo compañero y amigo de la academia, Amedama Daruu. Pero había algo más, estaba acompañado, por una persona que también conocía pero no podría decir que fuese su amigo, Aotsuki Koori.

Aotsuki-san.

Su tono volvería a ser tan serio como siempre. Su cuerpo acompañaría sus palabras y le dedicaría una reverencia. Podría llegar a esperar una visita de Daruu en algún momento de su vida, quizás este precisaría alguna clase de medicina o podría llegar a traerle pastel de fresa, pero no podía decir lo mismo del hermano de la jinchuuriki del Gobi.

¿En qué puedo ayudarlos?

Consultaría alternando su mirada entre ambos, llevándose una mano hasta el cabello para arreglarse el peinado.


RE: Alquequenje - Amedama Daruu - 7/10/2017

Koori tocó al timbre de Mogura.

El corazón de Daruu no podía más. Estaba la carrera, pero no era sólo por eso: primero, Ayame volvía de una misión súper importante después de casi una semana, después, le decía que había perdido el control de Gobi pero que "todo estaba bien". ¡Y un cuerno! Al parecer, unos lunáticos estaban detrás de ella. Casi la atrapa uno de esos locos durante esa misión, un tal Marun, y ahora se la habían llevado. ¡Se la habían llevado!

Daruu cambió el peso de un pie al otro, mordiéndose el labio inferior. Sabía que debía mantener la calma en la medida de lo posible. Que si no, interferiría en la misión. Aún así... Aún así...

—¡Daruu-san...!

—¡Mogura-kun, es terrible! —dijo, inmediatamente. Luego, se dio cuenta de que no era él el que tenía que hablar, y bajó la vista—. Bueno... Mogura-senpai.

Mogura había sido ascendido a chunin. Eso le daba un poco de envidia, pero en aquél momento no podía pensarlo. No era importante.


· · ·


Definitivamente, Zetsuo debía de estar muy afectado si se había rebajado hasta a agradecerle explícitamente algo. Kiroe no iba a hundir el dedo en la llaga, no era el momento, pero sin duda hubiera soltado una de sus risillas de lo contrario. Por lo pronto, se la guardó para sí.

Zetsuo invocó un águila utilizando el Kuchiyose no Jutsu. Kiroe la contempló un momento, maravillada. El pájaro echó a volar y se puso a rastrear la costa desde arriba.

—Pues mientras viene Koori, nosotros deberíamos hacer algo, sí —Kiroe asintió, y se mordió también el pulgar—. Busquemos huellas... y rastros.

Puso la mano en la arena y una nube de humo reveló a un pastor alemán con el símbolo de Amegakure azul tintado en el lomo.

—Amemaru a su servicio, ¡guau! —ladró.

—Amemaru-kun. Busca el rastro de Ayame.

—¡Enseguida! —Empezó a olisquear la arena.

—Conoce el rastro de toda tu familia —dijo Kiroe, acercándose a Zetsuo—. Y... de bastante más gente de Amegakure... Jiji.


RE: Alquequenje - Aotsuki Ayame - 8/10/2017

Afortunadamente, después de tocar al timbre de la magnífica mansión, Jonin y genin apenas tuvieron que esperar unos pocos segundos antes de que Mogura se personase en la entrada.

Al contrario que ellos, el recién ascendido a chunin iba cubierto con un paraguas, aunque de poco le serviría bajo una tempestad como aquella. De hecho, los radios amenazaban con quebrarse pronto si no cejaba en su vano intento de cubrirse de la lluvia. Por la forma que iba vestido, era evidente que el chico no había pensado ofrecer servicio aquel día. Lástima que su día libre estuviera a punto de verse arruinado...

—¡Daruu-san...! —exclamó el médico al ver al genin, aunque enseguida recuperó su habitual gesto serio y disciplinado cuando reparó en su acompañante. Dobló el cuerpo en una reverencia, a la que Kori respondió con una ligera inclinación de cabeza—. Aotsuki-san. ¿En qué puedo ayudarlos?

—¡Mogura-kun, es terrible! Bueno... Mogura-senpai —se adelantó Daruu, aunque enseguida se cortó y le dio el paso a Kori.

—Manase-kun, debes acompañarnos. Tenemos prisa, así que te pondré al corriente por el camino, cuando recojamos al otro miembro del grupo. Necesitamos que tomes todas tus armas y herramientas shinobi, y te prepares para salir de la aldea —le dijo el Jonin, directo y frontal como solía ser él, al tiempo que le entregaba un oergamino enrollado en el que se expresaba la orden firmado del puño y letra de la misma Arashikage.

Y así se haría. Después de que Mogura hiciera lo que se le había ordenado, el ahora grupo de tres retomaría el camino a con la misma celeridad que habían estado llevando hasta el momento...

De camino a casa de Umikiba Kaido.



. . .



—Pues mientras viene Koori, nosotros deberíamos hacer algo, sí —respondió Kiroe con un leve asentimiento y comenzó a hacer los mismos gestos que el médico había realizado anteriormente—. Busquemos huellas... y rastros.

Al poner la mano ensangrentada sobre la arena, un formidable perro pastor alemán surgió de la nube de humo. Sobre el pelaje del lomo llevaba tintado en color azul el símbolo de Amegakure.

Un ninken.

—Amemaru a su servicio, ¡guau! —ladró.

—Amemaru-kun. Busca el rastro de Ayame.

—¡Enseguida! —respondió el cánido, que empezó a olisquear la arena con el frenesí de un rastreado.

Zetsuo le dirigió una larga mirada a Kiroe. ¿Así? ¿Sin más? ¿Sin un olor de muestra? Y ella pareció descifrar el significado de su pregunta muda, porque respondió:

—Conoce el rastro de toda tu familia. Y... de bastante más gente de Amegakure... Jiji.

Él se limitó a fruncir el ceño.

—Me había olvidado de esas... tácticas tuyas —le espetó, entrecerrando los ojos. Pero enseguida sacudió la cabeza—. Como para tomarte por una dulce e inocentona pastelera. ¡Bah!

Zetsuo se adelantó y comenzó a seguir los pasos de Amemaru. La lluvia se había llevado gran parte del olor, pero aún quedaba en el aire una débil fragancia que los sentidos de un ninken como Amemaru podría seguir si se concentraba lo suficiente. Y ese rastro les conduciría hacia el noroeste, hasta casi la línea de Costa, donde divisaron una serie de huellas que habían quedado marcadas en la arena mojada. Eran el rastro evidente de las huellas de una persona, los pies demasiado grandes para ser los de Ayame pero tan hundidos en la arena que o bien aquella persona resultaba demasiado pesada o...




Turnos en la siguiente ronda:
-Kaido
-Mogura
-Daruu



RE: Alquequenje - Umikiba Kaido - 8/10/2017

A diferencia del congratulado Manase Mogura —quien de un momento a otro se había convertido, quizás, en uno de los primeros chunin de ésta nueva generación de novatos—, Kaido no radicaba en una zona tan opulenta como la de él. Por el contrario, si el contraste de los barrios más ostentosos existía porque sus comunidades habían sido construidas a los alrededores de la aldea y no así en el interior de ésta; estaba claro que el hogar del gyojin se tendría que encontrar en el corazón de la metrópolis de Amegakure: en alguno de los callejones que se cruzaba con alguna infinidad de otros edificios, con tubos, y goteras por doquier.

El camino que les llevó hasta la puerta de su piso tampoco era demasiado vistoso. Un pasillo iluminado con luces de neón y recubrimientos de paredes de concreto duro, acompañado de conexiones y cañerías que serpenteaban por el techo.

Hasta que dieron con el umbral metálico que daba separaba el exterior con su hogar, una enorme puerta metálica con un diminuto agujero en el medio por el cual podía echar un ojo hacia el otro lado.

Y así lo hizo esa vez.

Entonces vio lo que nunca en su vida pensó tener al otro lado de su morada. Ahí se encontraba Mogura, aquel elegante médico con su peinado en extremo impoluto, esperando resolutivo a que el gyojin atendiera. A su lado, el pelopincho de Daruu, con un temple que advertía cierta preocupación y detrás de ellos; el hielo, con su mirada gélida por sobre las bisagras de la puerta. Kaido creyó que con tan sólo verle, sus huesos se iban a congelar en ipso facto.

Entonces abrió. Y les recibió con su típica sonrisa socarrona. Los miró uno a uno, en silencio, y después habló.

—Oh, pero si es nada más y nada menos que ¡Mogura-sama! —espetó, tan irónico como le era posible, con la mirada perpetua sobre el chaleco que vestía su "superior"—. es un honor tenerlo frente a mi puerta, señor; de verdad.

Soltó una risilla apenas audible, y luego miró a Daruu.

—Pelopincho-kun, señor Albino. ¿Díganme, qué les trae hasta mi humilde y acogedora morada?


RE: Alquequenje - Manase Mogura - 8/10/2017

—¡Mogura-kun, es terrible! Bueno... Mogura-senpai

Las palabras de Amedama Daruu se detuvieron en el momento en que reparó que no le correspondía hablar. En su lugar, el superior ambos se volvió el foco de atención. Mogura no estaba enterado de nada pero el tono de las palabras de su amigo no parecían indicar nada bueno.

—Manase-kun, debes acompañarnos. Tenemos prisa, así que te pondré al corriente por el camino, cuando recojamos al otro miembro del grupo. Necesitamos que tomes todas tus armas y herramientas shinobi, y te prepares para salir de la aldea

Entendido.

El joven médico asintió con un gesto de su cabeza y tomó el pergamino que le había sido entregado por el jonin, el mismo resultaría estar redactado y firmado por la propia Arashikage. Cosa que solo sumaba peso a la orden del superior que tenía frente suyo.

Volveré en un momento.

Se limitaría a decir para luego meterse dentro de su casa.

Minutos más tarde, el portón de madera se abriría nuevamente para dejar pasar al muchacho. Ya no estaba vestido con ropa de civil, ahora llevaba puesto las prendas que acostumbraba a llevar cuando se encontraba en servicio. El detalle más notable sería la adquisición del chaleco militar que solo los shinobi que ostentaran el rango de Chuunin en adelante estaban habilitados a usar.

Vestido más acorde a la situación, el grupo podría seguir su camino hacía el próximo destino.

. . .

El hogar de Umikiba Kaido no podría haber contrastado más con la residencia Manase. Lejos de contar con un terreno exclusivamente dedicado a contener la totalidad de la estructura, el hogar del azulado chico era un espacio delimitado por la separación de dos torres y con un montón de infraestructura pública contaminando el espacio de ingreso.

—Oh, pero si es nada más y nada menos que ¡Mogura-sama!

Por alguna razón sentía que aquella actitud de Umikiba Kaido no le sorprendía en lo absoluto, como si fuese algo que tenía que haber esperado escuchar por parte de su persona.

Es un honor tenerlo frente a mi puerta, señor; de verdad.

Había pasado un tiempo desde la última vez que le vio pero aún así no parecía haber mejorado para nada sus modales.

No hay necesidad de ser tan formal, Umikiba-san. Con llamarme Manase-senpai será mas que suficiente.

Comentó ni bien encontró la oportunidad de hacerlo.

—Pelopincho-kun, señor Albino. ¿Díganme, qué les trae hasta mi humilde y acogedora morada?

Mogura estaba aprendiendo a lidiar con la actitud del azulado chico, pero no estaba seguro de poder decir lo mismo del resto del grupo. Sin duda alguna la elección de palabras de Kaido le llegó a provocar algo parecido a sorpresa.

«Señor Albino...»

No pudo evitar reparar en el detalle del apodo que había elegido para referirse a Aotsuki Koori, el jonin a cargo de ellos.


RE: Alquequenje - Amedama Daruu - 9/10/2017

Pese a que Daruu le había cedido la palabra, el Hielo no dio demasiados detalles. Pero Mogura, obediente y formal como era, no necesitó nada más para prepararse y salir, al cabo de unos minutos, con todo su equipamiento, totalmente dispuesto para la misión. El grupo pronto se dejó de permitir el respiro y tomaron rumbo en busca del último integrante de aquél peculiar grupo. Umikiba Kaido.

La casa de Kaido estaba cerca del centro, entre un mar de edificios de hormigón y tuberías metálicas. Al contrario de la ostentosa casa de Mogura, la del tiburón no era más que uno de los tantos habitajes humildes de la ciudad. Los tres se pararon frente a la puerta metálica de entrada. La mirilla corrió hacia un lado, y por ella se asomaron dos ojos enmarcados en piel azul. Abrió y les sonrió como sólo sabía hacer él. Les recorrió la mirada, y entonces se burló de la nueva posición de Mogura, un poco de colegueo, un poco con desafío. Vamos, Kaido en estado puro.

Rio, miró a Daruu y les preguntó qué hacían allí.

—Será mejor que te guardes los motes para otro momento, Kaido —le espetó Daruu, con la voz claramente sobrecogida—. Han secuestrado a Ayame. Tenemos que irnos.

Sin esperar ni una respuesta, y esperando que Koori terminase de explicarles los detalles de la incursión durante el viaje a la Playa de Amenokami, Daruu se separó del grupo y se acercó a donde la calle se abría a una pequeña plaza. Si le seguían, comprobarían como el muchacho estaba haciendo sellos y escupía una especie de líquido morado que parecía caramelo.

Recuperó el aliento, se fue un poco a la izquierda, y repitió la jugada, escupiendo otra masa, esta vez de color roja. Las bolas de caramelo se agitaron y desplegaron un par de alas cada una, terminando en dos grandes pájaros hechos de caramelo.

—Koori-sensei —dijo Daruu—. ¿Cabemos los dos en uno de tus búhos?

»Así me concentraré en mantener el jutsu y volarán más rápidos con ellos encima.


· · ·


De nuevo, Kiroe soltó una risilla cuando Zetsuo calificó sin adjetivos sus tácticas. En el fondo, ella sabía que el hombre la admiraba. Porque dos expertos en inteligencia sólo podían hacer algo así entre ellos. Kiroe, además, que era experta en espionaje y en recopilación de información, sabía que entre espías, a veces había admiración pese a pertenecer a bandos opuestos.

Zetsuo se adelantó y siguió a su ninken. Kiroe canturreó y fue detrás, prestando atención a su entorno ella misma en busca de huellas, rastros, algún detalle que...

Lo vió: Amemaru había encontrado un rastro. Kiroe corrió para quedar a su altura y siguió junto a él el olor hasta que dieron con una serie de huellas marcadas en la arena.

—Amemaru, además del olor de Ayame, hay otra persona, ¿verdad? —preguntó Kiroe, agachándose y hundiendo el dedo en una de las huellas—. Alguien más.

—Así es, ¡woof! —respondió Amemaru.

—Bien. Puedes volver, Amemaru.

—¡Woof! Claro, ¡woof! —ladró el perro. Después, estalló en una pequeña nube de humo.

Kiroe se levantó.

—Alguien se la llevó a cuestas, Zetsuo —indicó, y señaló hacia arriba, hacia el cielo—. Es hora de que tu águila siga las huellas desde arriba y desde una distancia prudencial. Si da con ellos antes que nosotros, quizás podamos cogerles por sorpresa.


RE: Alquequenje - Aotsuki Ayame - 10/10/2017

Mogura y Kaido eran como el día y la noche. Lo que uno tenía de calmado y educado, el otro lo tenía de socarrón y fanfarrón. Y no sólo en su carácter, sino también en la apariencia de sus respectivos hogares. Mientras que Mogura vivía en una opulenta mansión de tres plantas, el hogar de Kaido era discreto, encajonado a duras penas entre dos edificios que se elevaban sobre él. El camino hasta la puerta sólo era un pasillo con las paredes contiguas iluminadas con neones y recorridas por interminables tuberías.

Tras llamar a la puerta, el Tiburón surgió después de un breve vistazo por la mirilla, con aquella sonrisa suya adornada de navajas.

—Oh, ¡pero si es nada más y nada menos que Mogura-sama! —exclamó, con voz cargada de ironía—. Es un honor tenerlo frente a mi puerta, señor; de verdad.

—No hay necesidad de ser tan formal, Umikiba-san. Con llamarme Manase-senpai será mas que suficiente —respondió el recién ascendido a Chunin, armado de su fría calma.

Pero Kaido no había terminado. Soltó una risilla, y luego se volvió hacia Daruu y a Kōri.

—Pelopincho-kun, señor Albino. ¿Díganme, qué les trae hasta mi humilde y acogedora morada?

—Será mejor que te guardes los motes para otro momento, Kaido —replicó Daruu, sobrecogido. Junto a él, Kōri mantenía el porte sin siquiera entrecerrar los ojos, aunque tenía los iris clavados en Kaido. Ya había sido advertido de los modales del genin, pero tampoco era el momento de ponerse a dar lecciones de jerarquía. Conque obedeciera las órdenes de sus superiores sería más que suficiente—. Han secuestrado a Ayame. Tenemos que irnos.

Daruu se retiró momentáneamente y Kōri aprovechó la oportunidad para intervenir y terminar de poner al día a los dos nuevos integrantes del improvisado equipo. Tal y como había hecho con Mogura anteriormente, le tendió al Tiburón un pergamino sellado y firmado por la misma Arashikage por el cual se requería la acción de Kaido bajo su supervisión en una misión urgente.

—Necesitamos que te prepares y vengas con nosotros, Umikiba-kun —indicó, y sólo cuando el chico volviera con todo su armamento encima continuaría con la explicación mientras se dirigían al exterior—. Ayame desapareció ayer por la mañana. Lo último que sabemos de ella es que se dirigió a las Playas de Amenokami, así que ese será nuestro primer destino para buscar cualquier pista y reunirnos con Aotsuki Zetsuo y Amedama Kiroe, ambos Jonin.

Salieron a una pequeña plaza, donde Daruu estaba armando lo que parecían ser dos pájaros del tamaño de dos personas adultas, uno rojo y otro morado, y que estaban conformados por... ¿Caramelo endurecido?

—Kori-sensei —dijo Daruu—. ¿Cabemos los dos en uno de tus búhos? Así me concentraré en mantener el jutsu y volarán más rápidos con ellos encima.

Kōri, que estaba contemplando la obra de su alumno con cierta curiosidad, fijó en él sus ojos escarchados en un gesto pensativo. Parecía que el chico había tenido una idea parecida a la suya y, afortunadamente, contaba con los medios para llevarla a cabo. Eso le libraría de varios quebraderos de cabeza.

—Sólo hay una forma de saberlo.

Se llevó el pulgar a los labios y lo presionó ligeramente con sus colmillos. La sangre carmesí bañó su piel nívea, y el Jonin apoyó la mano en el suelo encharcado. Detrás de una nube de humo, un búho nival de proporciones similares a las de las aves de Daruu sacudió sus plumas bajo la lluvia.

—Yukyō, sé que es un esfuerzo para ti, ¿pero te ves capaz de llevarnos a Daruu-kun y a mí hasta la playa de Amenokami sobre tu lomo?

Sin mover el torso siquiera, la magnífica ave giró su cuello casi ciento ochenta grados para poder observar al genin. Sus ojos cristalinos, fijos sobre él parecían calcular a toda velocidad.

—Las playas no quedan lejos, uuh uuh. Pero no podré volar tan rápido con el peso de ambos, uuh uuh.

Kōri asintió en silencio. Cualquier cosa sería mejor que ir a pie, desde luego. Con un simple gesto de mano indicó a Mogura que se montará sobre el ave de caramelo roja y a Kaido le señaló la morada. Después él mismo montó sobre Yukyō e invitó a Daruu a montarse delante de él.

—¿Todos listos?



. . .



Kiroe también lo había visto. Se acuclilló y hundió un dedo sobre una de las huellas.

—Amemaru, además del olor de Ayame, hay otra persona, ¿verdad? —le preguntó al ninken—. Alguien más.

El perro ladró. Y la confirmación cayó sobre los hombros de Zetsuo.

—Así es, ¡woof!

—Bien. Puedes volver, Amemaru.

—¡Woof! Claro, ¡woof!

El cánido desapareció tras una última nube de humo y Kiroe se reincorporó.

—Alguien se la llevó a cuestas, Zetsuo —indicó, aunque eso era algo que él ya sabía.

—Han debido dejarla inconsciente... esa niña no se dejaría coger así como así —suspiró el hombre, entrecerrando los ojos al recordar la terquedad con la que su hija afirmaba una y otra vez que no se la podía retener... porque ella era el agua.

Kiroe señaló al cielo.

—Es hora de que tu águila siga las huellas desde arriba y desde una distancia prudencial. Si da con ellos antes que nosotros, quizás podamos cogerles por sorpresa.

—Me jode decirlo pero... Eso será inútil. —Zetsuo señaló al frente.

A algo más de cincuenta metros, las huellas se encontraban con el mar y parecían adentrarse en él. A partir de aquel punto no había más rastros.

Con un nuevo suspiró, Zetsuo formuló un sello y cerró los ojos para concentrarse. Sus ojos se coordinaron con los de su águila, y pronto la oscuridad de sus párpados fue sustituida por la arena pasando a toda velocidad a varios metros por debajo de él. Estaba siguiendo las huellas en dirección contraria, hacia su origen, y entonces vio que giraban hacia unos riscos cercanos, a resguardo de la lluvia. Allí, en una duna maltrecha, las huellas del desconocido se entremezclaban de mala manera con unas diferentes, más pequeñas, en un caótico baile de pisadas y arena arrastrada.

—Hubo una lucha, a un kilómetro de aquí aproximadamente —le informó a Kiroe, sin abrir aún los ojos. Y entonces frunció el ceño, como si estuviera tratando de enfocar la vista sobre algo difuso y su rostro palideció ligeramente—. Tráelo, Kowashi.




Hasta próximo aviso no hay turnos establecidos. Podéis postear cuando queráis mientras esperéis el tiempo.



RE: Alquequenje - Umikiba Kaido - 12/10/2017

Desasosiego. Fue lo que percibió el gyojin en cuanto observó los rostros de Daruu y el jonin, cuyos temples no cambiaron a pesar del mordaz recibimiento del escualo. En cambio, Amedama Daruu mantuvo la compostura y decidió, de un momento a otro; cortar directamente por la tangente, compartiendo de forma escueta la verdadera razón por la cuál Mogura y él se encontraban ahí frente a la puerta de su casa.

—Será mejor que te guardes los motes para otro momento, Kaido. Han secuestrado a Ayame, tenemos que irnos —dijo él, antes de darse vuelta y perderse por el lúgubre pasillo.

Entonces, Kaido tuvo que debatirse internamente sobre el cómo debía reaccionar ante la súbita revelación del Hyūga. ¿Es que se trataba de una broma, acaso, o Ayame realmente se encontraba en peligro?; y, en todo caso, ¿qué tenía que ver él con todo aquello? ¿Era un sospechoso, o...

«Por los ovarios de Yui-sama, si es que el pergamino está firmado y todo. Entonces es verdad, se han llevado a la pobre Ayame...»

Leyó detenidamente la información del rollo, y luego alzó la vista. Se encontró de golpe con la gélida y experimentada mirada de Kori, quién aprovechó la oportunidad de explicar un poco la situación.

—Necesitamos que te prepares y vengas con nosotros, Umikiba-kun —ordenó, y apenas el hielo habló, Kaido sintió la necesidad de asentir sin una pizca de rechiste. Buscó sus armas y utensilios, y volvió tan pronto como pudo en busca de más respuestas—. Ayame desapareció ayer por la mañana. Lo último que sabemos de ella es que se dirigió a las Playas de Amenokami, así que ese será nuestro primer destino para buscar cualquier pista y reunirnos con Aotsuki Zetsuo y Amedama Kiroe, ambos Jonin.

—¿Jonin? ¿pero quién coño ha cogido a Ayame entonces, un puto criminal supermega peligroso o qué? ¿y por qué, que quieren de ella? ¡aghh! mierda, no importa, no hay tiempo. Vámonos, me iréis explicando en el camino mejor.

Cerró la puerta detrás, y se encaminó hasta la salida. A la plaza en donde Daruu aguardaba con algo del trabajo ya adelantado. Fue llegar y conseguir dos pájaros coloridos formados de dulce perfectamente dispuestos para alzar vuelo en cualquier momento.

—Koori-sensei —dijo Daruu—. ¿Cabemos los dos en uno de tus búhos?

«¿Buhos? ésto se pone cada vez más extraño»

»Así me concentraré en mantener el jutsu y volarán más rápidos con ellos encima.

—Sólo hay una forma de saberlo.

Así pues, ni corto ni perezoso; el "sensei" llevó uno de sus dedos hasta los linderos de su boca y lo mordió hasta hacerlo sangrar. El aroma a hierro le hizo torcer la nariz al tiburón cuyas fosas eran especialmente sensibles a la sangre, aunque no quitó la mirada de todo aquel proceso que se le antojaba algo familiar. En algún lugar había leído alguna vez acerca de ese tipo de rituales de kuchiyose donde la sangre era un precio a pagar para ejecutar el llamado, una técnica bastante útil y versátil, desde luego.

Un enorme buho de prestigiosas alas y grandes orbes oculares apareció tras una nube de humo.

—Yukyō, sé que es un esfuerzo para ti, ¿pero te ves capaz de llevarnos a Daruu-kun y a mí hasta la playa de Amenokami sobre tu lomo?

—Las playas no quedan lejos, uuh uuh. Pero no podré volar tan rápido con el peso de ambos, uuh uuh.

Kaido se quedó viendo a la bestia alada, desafiante. Todo mientras tomaba su lugar en el pájaro morado, esperando que no se fuera a desmoronar mientras estuviesen en pleno vuelo.

—Un pez que vuela, no te jode... —dijo para sí, apenas lo suficientemente duro como para escucharse a sí mismo.


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