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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
La respuesta de Akame a las burlas de su compañero no fue más que dedicarle una mirada cargada de autoridad. Estaban en una misión, quien hubiera tenido o tuviese razón no era relevante; sólo necesitaban terminar el trabajo... Cosa que se les antojaba bastante fácil. «Parece claro que este trío son los responsables».

El Uchiha abrió los dedos de su mano diestra y liberó al perrito, que cayó al suelo, se revolvió con miedo y corrió a refugiarse junto a sus amigos. La niña lo abrazó con fuerza, sin darse cuenta de que ella misma estaba temblando. El niño, también aterrado, trató de mantenerse firme.

Sin embargo, cuando Datsue les inquirió, la niña empezó a llorar. Él trataba de contener las lágrimas que inundaban sus ojos, pero cuando habló, lo hizo con un hilo de voz.

Por favor... Sólo queríamos comer... Por favor... ¡Tenemos mucha hambre!

Cuando Noemi se dio media vuelta, anunciando que iría a buscar a la dueña de la tienda, la niña empezó a llorar a moco tendido y el chico suplicó una vez más, con el rostro desencajado de terror.

¡No! ¡Por favor! ¡Esa vieja llamará a los guardias! ¡Nos pegarán hasta que se harten!

Akame observaba la situación sin decir palabra. Su mirada, que había recuperado aquel tono azabache tan característico, pasaba del perro a los niños y luego al perro otra vez. En su fuero interno, una voz temblorosa repetía sin cesar...

«Soy un profesional... Soy un maldito profesional...»
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#47
El Uchiha detuvo su palabrería barata, de golpe, al oír la justificación de los niños. Era algo que ya tenía asumido, que ya se imaginaba… pero escucharlo de sus bocas fue como recibir una bofetada. Una bofetada de realidad.

Luego miró a Akame, esperando que hiciese gala de su fama y le quitase de encima el marrón de posicionarse. Había investigado sobre él —como al resto de compañeros que tenía marcados como clientes potenciales—, y le habían asegurado que, por encima de todo, el chico era de los que cumplían con sus obligaciones. Sin embargo, al mirarle, lo único que vio fue un joven chico inseguro que se preguntaba, quizá por primera vez verdaderamente en serio, si el deber estaba realmente por encima de la moral.

Chasqueó la lengua, y contempló con expresión ceñuda a los críos, molesto. Molesto por una sociedad que se preocupaba tantísimo por la etiqueta, los modales y la educación, pero que luego permitía que críos como ellos muriesen de hambre o frío. Molesto por las falsas sonrisas amables, por las preguntas de cortesía, para luego desviar la mirada cuando te encontrabas en la mierda. Pero, ¿a qué ser humano no se le partía el corazón al contemplar aquella escena? Sintió un pinchazo en el pecho…

«… pero yo no tengo corazón», se obligó a recordarse, mientras desviaba la mirada hacia el diamante tatuado en su dedo. Recordaba bien cómo se lo había hecho, en aquella escapada a Shinogi-to junto a su socia. Junto a…

Si vais a convertir esto en una votación —dijo de pronto, con voz cortante, dándoles la espalda a los niños—. Voto por…«la pasta», cumplir con nuestro deber.

Tenía los nudillos blancos por la presión ejercida entorno a sus puños y la mirada perdida, en algún punto lejano del callejón.
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#48
La chica ya se había retirado de la escena, no tenía interés en llevar las cosas a votación tal y como Datsue lo había propuesto y hablaría directamente con la señora Tofu aunque no con la sola intención de revelarle la identidad de los ladrones, algo antes tenía que hacer por mero capricho.

La Sakamoto completamente sola ingresó nuevamente al local pasando por debajo de la reja que Akame había dejado a medio abrir y si nada la detenía se dirigiría directamente a la puerta por la que había visto desaparecer a la señora Tofu, aunque no tenía mucha idea de si tendrían autorización para ingresar a ese sector del lugar o si estaría cerrada y se vería obligada a golpear hasta recibir una respuesta.
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#49
¿Votación? —exclamó Akame, verdaderamente sorprendido.

¿Desde cuando allí había algo que decidir?

No te sigo, Datsue-kun —respondió el Uchiha, aun sin salir de su asombro—. Aquí no veo ninguna votación, sólo una misión que cumplir.

Los niños, encogidos de miedo, empezaban a asumir su destino. El perro, como si estuviese leyendo las mentes de los shinobi, se zafó del abrazo de la pequeña y se colocó firme sobre sus cuatro patas, delante de los chiquillos. Empezó a gruñir tratando de sonar amenazador...

Pero lo cierto es que Akame sólo vio tres cuerpos temblorosos y asustados. Entrecerró los ojos y desvió la mirada. Y algo se retorció en lo más profundo de su interior, algo con olor a callejuela sucia, con sabor a comida sacada de la basura. Agitó la cabeza, tratando de disipar aquellos pensamientos.




Noemi, que ni corta ni perezosa había vuelto a la tienda para buscar a la señora Tofu, halló el lugar tan vacío como después de que ellos se fueran. No había rastro de la dueña.

¡Eh, tú, rubita!

La voz sobresaltó a Noemi, que vio a la señora Tofu subiendo calle arriba en dirección a ella. Pese a que debían ser las once de la noche y la calle estaba desierta, aquella mujer no se cortaba un pelo en gritar cuanto quería.

¿¡Qué haces aquí a estas horas!? ¿¡Acaso me estás robando tú ahora!? ¡Informaré de esto a tus jefes!
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#50
¿Votación? No te sigo, Datsue-kun —respondió el Uchiha, aun sin salir de su asombro—. Aquí no veo ninguna votación, sólo una misión que cumplir.

Y así, con aquellas simples palabras, Akame, también conocido como el Devoralibros por alguno de sus compañeros, pasó a convertirse para Datsue como Akame el profesional.

Bien —no pudo decir más.

Noemi se había ido, aparentemente en busca de la señora Tofu. ¿Dónde? El Uchiha no tenía ni la más remota idea. En la tienda no estaría, eso desde luego, pues la acababan de abandonar hacía cinco minutos. Pero quizá hubiese averiguado su dirección cuando salió a investigar por su cuenta.

Fuese como fuese, había que detener a aquellos chiquillos hasta su identificación ante la señora Tofu.

Dio media vuelta, decidido a ello, pero seguía sin ser capaz de mirarles, como si sus ojos estuviesen magnetizados y ellos, a su vez, también, por el mismo polo. Chasqueó la lengua, contrariado por su propia actitud.

Os ofreceré un trato —dijo al fin, de mala gana, todavía sin mirarles a la cara—. Nuestra misión es detener al ladrón, y, si nos ceñimos estrictamente al significado de la palabra, yo no veo más ladrón que al perro —desvió brevemente la mirada hacia Akame, para ver como reaccionaba ante aquello—. Iros ahora, y solo el perro sufrirá las consecuencias. Quizá algún guardia se apiade de él y lo adopte…«Un quizá muy poco probable». O quizá lo sacrifiquen. Quedaos, y todos asumiréis las consecuencias....

»Decidid.
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#51
Lo que Noemi no había tenido en cuenta era que la señora Tofu se había ido del local, pero por suerte justo cuando ella entró la mujer regresó por algún motivo que la rubia al menos desconocía pero claramente llamaría considerablemente la atención. «¿Qué pretendías hacer…? »se preguntaba a sí misma con una mirada suspicaz que duró lo que la anciana tardó en acusarla de ladrona, gesto que le sacó una sonrisa un tanto burlona a la kunoichi.

—¿Robarle? ¿Se cree que a una Sakamoto le hace falta? —Preguntó con cierta ironía—. Recuerde con quién está hablando señora —concluyó con aire solemne eliminando completamente aquella sonrisa que se le había dibujado.

Lo que restaba era informarle lo que habían encontrado ahí afuera con los otros Uchihas, pero seguramente tendría que extorsionarla un tanto para que coopere finalmente. Después de todo, si bien en su clan la educaron para que mirase con desprecio a los más débiles y como kunoichi debería de estar dispuesta a arrebatarle la vida al más desdichado de los huérfanos, ella seguía siendo una humana.

—Vine para informarle que hemos encontrado al ladrón, pero antes de guiarla hasta donde están mis compañeros quisiera llegar a un acuerdo con usted, algo que probablemente la beneficiará. —La kunoichi comenzó a avanzar, rodeando a la anciana para tener buena vista del bote de basura de afuera que todavía expedía ese aroma a putrefacción—. Lo que allí se está pudriendo son sobras, ¿me equivoco? Pero como nadie se lo lleva, todo se pudre y la peste seguramente le espantará una buena cantidad de clientes así que… —Noemi hizo una ligera pausa para buscar las mejores palabras, seguramente la señora Tofu era el tipo de persona que solo buscaba las ganancias así que tendría que darle un enfoque algo distinto—. Si dejase las sobras para la gente sin hogar o los animales callejeros, estos le terminarían haciendo el favor de deshacerse de lo que usted considera basura, de esa forma lo que tire en el bote no terminará soltando la peste que desprende ahora mismo. Gana usted al no tener semejante porqueriza espantando a sus potenciales clientes y ganan ellos al conseguir algo para llevarse al estómago, no es mal trato a mi parecer, considerando que de todas formas las sobras las tirará a la basura.

En todo momento Noemi se había mostrado sumamente seria, no sabía realmente por qué estaba intentando hacer semejante cosa por unos huérfanos pero sentía la necesidad de hacer al menos una buena acción por alguien, de esa manera además de dejar en buena posición al clan, también podría sentirse al menos un poco mejor consigo misma al haber ayudado de alguna manera a alguien que realmente lo necesitaba. «Esto es raro… Nunca un Sakamoto haría algo así »pensaba en lo que esperaba pacientemente la respuesta de la gritona que momentos atrás la había acusado de ser una ladrona.

—¿Qué me dice? —Preguntó finalmente esperando escuchar una afirmativa por parte de la señora Tofu.
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#52
Los chicos temblaban como flanes y sus ojos estaban anegados en lágrimas, pero las palabras de Datsue no hizo sino darles firmeza. Ambos niños se echaron sobre el perro, abrazándolo con fuerza mientras el animal se mantenía —tan aterrado como ellos— estoico ante los ninjas. Akame les dedicó una mirada dura como la pizarra.

¡No! —lloriqueó la niña—. Kaiyō es nuestro amigo, ¡nunca le abandonaremos!

El niño, por su parte, alzó la vista y clavó sus ojos avellanados y lacrimosos en los de Datsue.

A los ladrones nos llaman basura... ¡Pero los que abandonan a sus amigos son peor que basura! —gritó, desgañitándose.

Akame le devolvió la mirada a su compañero; en ella había una mezcla de emociones que nisiquiera él mismo era capaz de descrifrar. Nunca, en todos sus años en Tengu, en su corta vida como shinobi, se había visto en una situación igual. Su memoria se remontó un poco más allá, a las peligrosas y embarradas calles de Tanzaku, y creyó entender...

Pronto sacó esos pensamientos de su cabeza. Dio un par de pasos hasta colocarse a un lado de los chicos y el perro, cortándoles el paso.

Andando, muchachos —les instó, y sus ojos volvieron a resplandecer con el brillo de la sangre—. Seguid a mi compañero.

El Uchiha esperó entonces a que Datsue emprendiese la marcha que él cerraría, asegurándose de que ninguno de los pilluelos ni tampoco el perro intentase escapar.

Al final de la calle, tras la esquina, se pudieron escuchar varios gritos. «Parece la señora Tofu... Hay que darse prisa». Akame lanzó una mirada a su compañero y apremió a los niños gesticulando con las manos. Tenía la impresión de que algo estaba a punto de salirse de madre.




La dueña de la tienda abrió los ojos desorbitadamente cuando Noemi le respondió con altivez. Roja de ira, se acercó a la kunoichi, sacó un pergamino de uno de los bolsillos de su kimono y empezó a agitarlo frente a la chica.

¿¡Con quién estoy hablando!? ¿¡Con quién estoy hablando!? —gritó, repitiendo la frase de Noemi—. ¡Te diré con quién estoy hablando, maldita niñata descreída! ¿¡Sabes cuánto he pagado por tus servicios, rubita tonta!? ¡Vuelve a hablarme de esa manera y me aseguraré de informar de todo a tus superiores! ¡No encontrarás trabajo ni fregando escaleras!

La señora Tofu se dio media vuelta, tratando de calmarse, y luego exigió con autoridad.

¿Qué porquería hablas de trato? ¿Acaso me vas a decir cómo gestionar mi negocio? ¡Pero serás descarada! ¡Llévame con tus compañeros ahora mismo!
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#53
Ni un rastro de duda asomó en sus ojos. Ni un rastro de leve reflexión, de pensárselo siquiera. Ante la propuesta de Datsue, aquellos críos se abalanzaron sobre el perro como una madre haría con su hijo recién nacido para protegerle de un depredador, como si la vida de aquel canino fuese tan valiosa como las suyas propias.

Una imagen tierna, enternecedora, que rompería el corazón a cualquiera…

… salvo a Uchiha Akame. En aquel corazón solo parecía caber la alegría por el éxito de una misión y la aflicción por el fracaso. Aunque, como shinobis que eran, ¿no era eso lo correcto?

Datsue chasqueó la lengua, dando una patada a un guijarro suelto. Entonces, encabezó la marcha, conduciendo a los niños a la tienda de la señora Tofu. No, no pensaba escudarse en las dudas. Él siempre había sabido qué era lo correcto y qué no. En todas sus decisiones, en todos sus dilemas, jamás había tenido dudas al respecto. Tampoco las tenía ahora...

... otra cosa era que escogiese el otro camino.

Apenas pasó medio minuto cuando fuertes chillidos llegaron hasta los oídos de aquellos cuatro jóvenes. El Uchiha aceleró el paso, creyendo reconocer la voz, y poco después dos figuras emergieron de entre la oscuridad. Eran Sakamoto Noemi y la señora Tofu, que parecían haber tenido una fuerte discusión.

El Uchiha carraspeó, a modo de captar su atención.

Señora Tofu —dijo, con voz mucho más apagada de lo habitual en él—. Hemos encontrado a los… A los… —algo en él se estaba rompiendo mientras decía aquellas palabras. Algo que creía ya roto hace mucho tiempo—, ladronzuelos.

Clavó la mirada en el suelo, y allí permaneció el resto del tiempo...
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#54
La mujer solo sabía gritar, o eso era lo que Noemi estaba deduciendo al escuchar tal ataque de ira por parte de la contraria que no hacía más que insultarla, incluso quería intimidarla pero había algo que no estaba considerando y era el soporte que tenía de parte de su clan. Es decir, no necesitaba lo que le pagarían por cumplir aquella misión, tampoco necesitaba que una anciana le gritase y no tenía por qué rebajarse. Aunque es cierto que en otras circunstancias probablemente se habría visto intimidada, pero la señora Tofu hacía de todo menos imponer respeto, por el contrario, a la rubia casi que le daba pena cómo hacía las cosas.

—Informe lo que quiera entonces, y recuerde escribir bien mi nombre o sus amenazas no servirán de nada —respondió inmutable incluso cuando le estaban mostrando un pergamino por la cara.

«No, estoy segura que no servirán.»

La anciana solo le había dejado en claro que se daba demasiado aire de grandeza, es decir, era imposible que por un estúpido reporte de una misión de rango D le quitasen todo tipo de trabajo, inclusive era habitual que se falle alguna que otra misión y a ella al menos no le importaba fallar una sola y de rango D. «Como si a los altos mandos les importase una mierda de esta índole »pensaba divertida dirigiéndose a la salida sin mostrarse dispuesta a cooperar con la señora Tofu. Total, el negocio de la anciana le daba lo mismo.

Sus compañeros habían llegado, trajeron a los huérfanos y al perro, pero a Noemi ya ni le importaba, total, el intento por hacer algo bueno lo había hecho y a causa de aquellos Uchihas no lo había logrado. Puede que jamás lo lograse, pero aquello le había acortado bastante tiempo.

Sencillamente salió del recinto no sin antes dedicarles una mirada desaprobatoria a sus dos compañeros, que dejaron todo despojo de humanidad por un bonito sello en sus historiales. «¿Cómo se supone que confíe en gente así? El día de mañana seguramente abandonen a alguno de los suyos con tal de cumplir una misión estúpida » aquello era lo que pasaba por la mente de la kunoichi mientras se alejaba.
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#55
¡Ya lo creo que lo haré! ¡Verás cuando se lo diga a...!

La dueña del local interrumpió su griterío cuando los dos Uchiha doblaron la esquina, acompañados de dos niños mugrientos y un perro no mucho más limpio. Con una mirada de anticipación y triunfo en el rostro, la señora Tofu se acercó a los gennin.

¡Ah, de modo que estos criminales eran los responsables! —exclamó con notable satisfacción—. ¿Pensábais que podíais robar a Tofu Rin, eh? ¡Pues estáis muy equivocados!

Akame no pudo evitar desviar la mirada de aquella mujer, cuyos gritos ya estaban empezando a molestarle. Parecía que la dueña de la tienda no sabía resolver las cosas de otro modo más que a voces; «empiezo a comprender por qué el señor Tofu es un borracho redomado... No hay manera de aguantar esto siete días a la semana estando sobrio...».

Cuando Noemi pasó por su lado con cara de pocos amigos, Akame se limitó a encogerse levemente de hombros. «Es el trabajo», se dijo para sí mismo, y su voz sonó mucho menos convencida de lo que a él le hubiese gustado. Pero, sea como fuere, no podía dejar que aquellas dudas transluciesen al exterior. Era un ninja del Remolino, un Uchiha, y, sobre todo... Un condenado profesional. Así había de vivir y morir.

Si no le importa, firme aquí por favor —pidió el Uchiha, extendiéndole a la señora el pergamino de misión.

Tofu Rin asintió, complacida, y desapareció tras la puerta corredera de la tienda. En mitad de la noche veraniega, los niños parecían aterrados y confusos a partes iguales. El chico se dedicaba, de vez en cuando, a lanzarles miradas de odio a los dos Uchiha; y la niña no se despegaba de su fiel amigo canino.

Aquí está, ¡estupendo!

La dueña firmó donde debía y luego se volvió hacia los infantes.

Pequeños ladronzuelos... —escupió con patente desprecio—. Esperad a que llame a los guardias.

Akame, por su parte, había tenido suficiente por aquel día —y noche—. Viendo que Noemi había tomado su propio camino, dio media vuelta en dirección contraria y empezó a caminar calle arriba; no sin antes hacerle un ligero gesto a Datsue para que le siguiera. Era casi media noche, demasiado tarde para volver a Uzu, pero... Había llegado hasta sus oídos cierto plan que podía ser interesante para la noche.
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#56
No entendía nada. De pronto, Noemi se iba de la escena rumiando por lo bajo. Estaba claro que acababan de tener una discusión… ¿pero sobre qué? Hubiese jurado, de no ver su forma de comportarse, que había tratado de persuadir a la mujer para no incriminar a los niños. Pero la kunoichi ni siquiera había posado los ojos en los críos. Tan pronto como los había visto, se había marchado, y ahora repetía la maniobra.

«Desde luego… Ni profesionalismo ni gaitas. ¡Esta tía sí tiene el corazón de piedra de un shinobi!» pensaba Datsue, mientras veía como Akame pedía a la señora Tofu que firmase el papel de la misión, prueba de que los tres ninjas habían cumplido con su cometido. Notaba la mirada clavada del crío en su nuca, pero no se atrevió a decir nada. Ni a devolverle la mirada. La niña seguía sollozando, por lo bajo, mientras el Uchiha sentía una presión cada vez más grande en el pecho.

Aquello no estaba bien…

Al fin, la señora firmó el pergamino. El Uchiha emitió un suspiro, mientras la presión del pecho se atenuaba sustancialmente. Ahora se sentía mucho mejor, desde luego. Era distinto tener quinientos ryos en el bolsillo asegurados que no tenerlos.

A un gesto de Akame, Datsue le siguió calle arriba, dando la espalda a los niños, a las deudas morales que ni le iban ni le venían. Él había superado aquella sensiblería barata hacía mucho tiempo, y por mucho que la niña siguiese gimoteando, él no iba a…

¿Me esperas un segundo, Akame? —dijo de pronto, deteniéndose—. ¡Estaré aquí en menos de lo que un Kusareño se rinde en combate! —exclamó, ya de espaldas, mientras corría de vuelta a la tienda.

No, algo seguía sin ir bien, y tenía que remediarlo.

¡Señora Tofu! —exclamó, al llegar junto a ella—. Podría… ¿Podría hablar con usted un segundo? Es importante —le aseguró, con voz solemne.
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#57
El Uchiha se limitó a asentir ante la pregunta de su compañero, haciéndose a un lado de la calle para apoyarse en la pared de la casa más cercana y descansar un poco el cuerpo. Mientras veía a Datsue alejarse en dirección a la tienda, Akame sacó un cigarrillo de uno de los bolsillos de su pantalón y, con gesto discreto, lo prendió. Dio una calada y disfrutó del sabor amargo del tabaco; no quería ser visto por sus compañeros, por lo que el hecho de que Datsue hubiese decidido volver a la tienda —y que Noemi les hubiera dado plantón— suponía vía libre para echarse un pitillo.




Cuando Datsue llegó a la tienda, no encontró a nadie en la calle. Si corría la puerta de la entrada, descubriría que la señora Tofu había metido a los chicos dentro —perro incluído—, mientras esperaba a algo o a alguien.

¿Uh? —la presencia del ninja la cogió de improvisto—. ¡Ah! Eres tú, muchacho. Pasa, pasa... Mi marido ha ido a avisar a la guardia, no tardarán en llegar.
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#58
Hum… Estupendo —dijo, con voz no muy convencida, cuando la señora le advirtió que los guardias ya estarían al caer. Eso le daba muy poco tiempo…

Se acercó hasta ella, evitando la comida estropeada derramada por el suelo, y, con voz baja, como si estuviese a punto de contarle un secreto prohibido, le dijo:

Verá, señora Tofu, verá... —Datsue retorcía y entrelazaba las manos una y otra vez, nervioso, indeciso por cuáles serían las mejores palabras para abordar el tema—. ¿Ha visto a mi compañero de antes? —supuso que no había mejor manera de empezar que echarle el muerto a otro—. El chico es un profesional —remarcó la última palabra con tono solemne—, de cabeza a los pies. Y me temo, señora Tofu, me temo… —Datsue decía aquello como si fuese a darle la noticia más trágica del mundo—, que va a ir directo a informar a los inspectores de sanidad.

Datsue dejó que el silencio se adueñase de la tienda por unos instantes.

Créame cuando le digo que ni siquiera sabía que existían. ¡Pensé que eran un simple bulo para asustar a los comerciantes! ¡Pero que me aspen ahora mismo si lo que digo no es cierto! ¿Y quiere saber qué les dirá? —terminó por decir, dejando la pregunta en el aire. Ahora era el momento decisivo. El momento en que veía una apertura, un punto débil al que atacar…

…o se llevaba el mayor guantazo de su vida.
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#59
La dueña de la tienda retorció su rostro surcado de arrugas de varias formas. Con intriga primero, sorpresa después, indignación y poco más tarde... Y finalmente unas ligeras betas de miedo. Tofu Rin era una mujer a la que la vida no había regalado nada; todo cuanto tenía lo había conseguido con el sudor de su frente. Llevaba el negocio casi en solitario —el borracho de su marido no contaba—, y había logrado hacerse un hueco entre los proveedores de la distinguida nobleza de Yamiria.

Por esa misma razón, la sola mención a algo que pudiera manchar el buen nombre de su local era para ella peor que un veneno.

¿¡Tu compañero!? ¿Pero, por qué? ¿¡Qué significa esto!? —balbuceó, confusa—. ¡Y me pidió que firmara, el muy sabandija!

Datsue pudo ver como las manos huesudas de la mujer se apretaban en torno a la copia del pergamino de misión que, como cliente, tenía.
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#60
Lo sé, señora Tofu, lo sé. Yo tampoco me lo puedo creer —decía Datsue, con voz igual de indignada—. ¡Pretende cobrar por la misión, y luego incriminarla a usted, nuestro propio cliente! ¡Es un escándalo! —a medida que hablaba y se iba metiendo en el papel, su voz iba subiendo en intensidad y enojo, terminando por hasta casi indignarse de verdad con su propio compañero.

Pero verá, señora Tofu, verá —continuó, recobrando momentáneamente la compostura—. Ha de comprender que mi compañero, Uchiha Akame, es un tipo intransigente. Ya por el día, mientras inspeccionábamos la tienda, hizo referencia al hecho de que ustedes no tuviesen inventario. Más que hacer referencia, se quejó amargamente, haciendo hincapié que aquello iba en contra de la ley número 33 del año 200 de Onindo —Datsue no sabía ni si lo que acababa de soltar por la boca era la mayor burrada del mundo, tan sumido en la improvisación como estaba—. Sin inventario, usted no puede saber qué alimentos están caducados y cuáles no… ¡Ya sé que en realidad sí lo sabe! —exclamó rápidamente, antes de que se quejase—. Por supuesto que sí. Pero, ya sabe… Akame es de esos tipos que siguen las normas al pie de la letra. Y el mal olor no le hicieron pensar otra cosa que había ciertos alimentos que estaban… pasados. Además, señaló no sé qué cosa que no cumplía los requisitos mínimos que todo local que vende carne debe tener, y que constituían un delito contra la sanidad pública. Perdóneme por no ser más específico, pero es que el chico empezó a mencionar cientos de artículos de números interminables y lo mío, le confieso, no es la memoria.

Tras semejante perorata, Datsue calló, esperando ver su reacción. Tenía que ser paciente, porque, de lo contrario, podría dar al traste con todo...
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