1/06/2017, 20:45
(Última modificación: 29/07/2017, 02:19 por Amedama Daruu.)
Kiroe se acercó rápidamente a Kōri con un paño húmedo. Con cuidado, le envolvió las manos y Kōri torció ligeramente el gesto con desagrado cuando sintió el agua tibia en su piel. Después de todo, detestaba el calor.
—Lo siento, ha sido culpa mía —se disculpó la mujer, mientras sacaba de su bolsillo un par de guantes rosas muy gordos y se los ponía—. No me acordé de darle los guantes a Daruu. Ha sido una suerte que fueras con ellos, porque si no, se las habrían visto canutas para transportar las...
«¿"Las..."?» El corazón de Ayame comenzó a latir desbocado. La puerta del misterio se abría ante ella y ya veía el resplandor dorado de la respuesta en su resquicio...
—...fresas shiroshimo.
—¡Mamá! —exclamó Daruu, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Llevo ocultando que son fresas más de tres días, y ahora coges y lo dices tal cual!
—F... ¿Fresas...? —balbuceó Ayame, francamente sorprendida.
—Te dije que no tenías de qué preocuparte —dijo Kōri, junto a ella.
Sin embargo, Kiroe le restó importancia al asunto con un aspaviento de su mano.
—Vaaamos, vamos. Soy yo la que pidió que no se revelara, ¿no? Igual puse demasiado énfasis, De igual manera, con ellos me da igual, pero así lo habéis tratado con mucha más discreción. No quiero que nadie que pudiera o quisiera perjudicarme se enterase... Hay mucha competencia intentando copiar la receta de estos bollitos.
Kōri asintió varias veces.
Sin embargo, la decepción que Ayame se había llevado al descubrir que el ingrediente secreto no eran más que unas fresas normales, corrientes y molientes, se vio rápidamente disipado cuando Kiroe levantó la tapa de la caja y se liberó una nube de aliento gélido. Porque aquellas fresas estaban lejos de ser simples fresas normales, corrientes y molientes. Eran blancas como la nieve, pero las semillas y las hojas eran de un color azul cristalino.
—Bien, bien. Te ha dado de los buenos. Demonios, niño, ¿qué has hecho? Le has amenazado con un arma, ¿o algo así? —preguntó Kiroe, pero Daruu, lejos de negarlo, se rascó la nuca y desvió la mirada.
—Estoooo... Bueno... Digamos que algo así.
—¡¿QUÉ?! —exclamó una Ayame estupefacta.
Pero tanto Kiroe como Daruu estallaron en sonoras carcajadas.
—¿Recuerdas cuando tuve que meterle en una prisión de agua durante medio minuto para que no me subiera el precio al doble? —dijo Kiroe.
—Lo recuerdo, lo recuerdo.
—¿O cuando le tuve que amenazar con anegar todo el jardín?
—Ay, ay... Sí, sí que me acuerdo.
—¿Y de aquella vez que...?
—Mamá, creo que deberíamos ir a cobrar la recompensa. —La interrumpió Daruu.
Kiroe dejó de reír y cuando giró su mirada hacia Kōri y Ayame se encontró a los dos hermanos estupefactos. El Hielo, aunque mantenía su expresión inalterable con profesionalidad, había abierto los ojos de par en par. Pero Ayame estaba, literalmente, boquiabierta.
«¿Pero qué clase de mafiosos tenemos por vecinos?» Pensó, aterrorizada.
—Esto... Sí, sí es cierto. ¡Perdonad por entreteneros, chicos! Estaréis deseando descansar.
—Eh... s... sí...
—Primero debemos ir a la torre de Arashikage-sama para recoger nuestra recompensa. Un placer haber trabajado para usted, Kiroe-san —se despidió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.
Ambos salieron de la tienda, pero antes de partir Ayame le tiró de la manga a su hermano.
—¿Estás completamente seguro de que no son peligrosos? —le preguntó en voz baja. Y ya no se estaba refiriendo exclusivamente a las fresas shiroshimo.
—Lo siento, ha sido culpa mía —se disculpó la mujer, mientras sacaba de su bolsillo un par de guantes rosas muy gordos y se los ponía—. No me acordé de darle los guantes a Daruu. Ha sido una suerte que fueras con ellos, porque si no, se las habrían visto canutas para transportar las...
«¿"Las..."?» El corazón de Ayame comenzó a latir desbocado. La puerta del misterio se abría ante ella y ya veía el resplandor dorado de la respuesta en su resquicio...
—...fresas shiroshimo.
—¡Mamá! —exclamó Daruu, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Llevo ocultando que son fresas más de tres días, y ahora coges y lo dices tal cual!
—F... ¿Fresas...? —balbuceó Ayame, francamente sorprendida.
—Te dije que no tenías de qué preocuparte —dijo Kōri, junto a ella.
Sin embargo, Kiroe le restó importancia al asunto con un aspaviento de su mano.
—Vaaamos, vamos. Soy yo la que pidió que no se revelara, ¿no? Igual puse demasiado énfasis, De igual manera, con ellos me da igual, pero así lo habéis tratado con mucha más discreción. No quiero que nadie que pudiera o quisiera perjudicarme se enterase... Hay mucha competencia intentando copiar la receta de estos bollitos.
Kōri asintió varias veces.
Sin embargo, la decepción que Ayame se había llevado al descubrir que el ingrediente secreto no eran más que unas fresas normales, corrientes y molientes, se vio rápidamente disipado cuando Kiroe levantó la tapa de la caja y se liberó una nube de aliento gélido. Porque aquellas fresas estaban lejos de ser simples fresas normales, corrientes y molientes. Eran blancas como la nieve, pero las semillas y las hojas eran de un color azul cristalino.
—Bien, bien. Te ha dado de los buenos. Demonios, niño, ¿qué has hecho? Le has amenazado con un arma, ¿o algo así? —preguntó Kiroe, pero Daruu, lejos de negarlo, se rascó la nuca y desvió la mirada.
—Estoooo... Bueno... Digamos que algo así.
—¡¿QUÉ?! —exclamó una Ayame estupefacta.
Pero tanto Kiroe como Daruu estallaron en sonoras carcajadas.
—¿Recuerdas cuando tuve que meterle en una prisión de agua durante medio minuto para que no me subiera el precio al doble? —dijo Kiroe.
—Lo recuerdo, lo recuerdo.
—¿O cuando le tuve que amenazar con anegar todo el jardín?
—Ay, ay... Sí, sí que me acuerdo.
—¿Y de aquella vez que...?
—Mamá, creo que deberíamos ir a cobrar la recompensa. —La interrumpió Daruu.
Kiroe dejó de reír y cuando giró su mirada hacia Kōri y Ayame se encontró a los dos hermanos estupefactos. El Hielo, aunque mantenía su expresión inalterable con profesionalidad, había abierto los ojos de par en par. Pero Ayame estaba, literalmente, boquiabierta.
«¿Pero qué clase de mafiosos tenemos por vecinos?» Pensó, aterrorizada.
—Esto... Sí, sí es cierto. ¡Perdonad por entreteneros, chicos! Estaréis deseando descansar.
—Eh... s... sí...
—Primero debemos ir a la torre de Arashikage-sama para recoger nuestra recompensa. Un placer haber trabajado para usted, Kiroe-san —se despidió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.
Ambos salieron de la tienda, pero antes de partir Ayame le tiró de la manga a su hermano.
—¿Estás completamente seguro de que no son peligrosos? —le preguntó en voz baja. Y ya no se estaba refiriendo exclusivamente a las fresas shiroshimo.