Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«¿Susano'o? ¿El Tempestuoso Dios del Valor?». Incluso con el miedo calándole hasta los huesos, Akame no pudo evitar reparar en aquel detalle del salmo. ¿Se refería en efecto a aquella deidad, con la que se decía que algunos Uchiha habían hecho comunión a lo largo de la historia? «Sí, debe ser el mismo Susano'o... ¿Pero, entonces...?» Según antiguas leyendas e historias del clan, algunos poderosos Uchiha habían encontrado la manera de comunicarse con el Dios de las Tormentas para que éste les diese su favor. Quienes lo habían conseguido, alcanzaron un poder inimaginable.
Claro, que allí no había ningún Uchiha salido de leyendas, sólo un tenebroso bosque, un faro inexplicablemente inútil y un coro de una sola voz que los tenía a los tres aterrorizados. Por esa misma razón, cuando Datsue quiso hacerles entrar y Kaido replicó, Akame unió su voz a la del Gyojin.
—De ningún modo, Datsue-kun. Al fin y al cabo, ¿no te gustaría ganarte esta noche algún otro sobrenombre que añadir a tu larga lista? —apuntilló el Uchiha, firme con una estaca—. Ve sin miedo, nosotros te cubrimos las espaldas.
Con aquella frase tan típica de su compañero, Akame se apostó detrás del mismo y, con un empujón de su mano diestra, le urgió a avanzar al interior del faro.
«¡Menudos cobardes!» pensó Datsue, con desprecio, cuando ninguno de los dos aceptó su propuesta. Akame todavía fue más lejos, situándose estratégicamente a su espalda para empujarle e instarle a ir de primero. Mirase como se mirase, aquello era una pésima idea.
—Malditos cobardes —farfulló, indignado, mientras avanzaba un paso. Que luego no le fuesen con milongas con la supuesta profesionalidad de uno o la bravura de los Amerienses. Allí el único que estaba haciendo honor a su sobrenombre era él: Datsue el Intrépido.
«Joder. Joder, joder, joder, joder…» Los pasos de Datsue podían resultar exasperantes: extremadamente lentos, como una vieja tortuga en la arena; además de inseguros, dudando cada vez que daba uno de si dar el siguiente o no, como un joven en plena pubertad tratando de ligar con su amor inconfesable.
El cántico todavía resonaba en su cabeza, y la palabra Susano’o se iba adueñando cada vez más de sus pensamientos. Susano’o, el Dios de la Tormenta y del Mar. ¿Había sido casualidad aquella furiosa tormenta en pleno océano, que se había tragado con ella a nada menos que seis navíos? ¿O aquella especie de conjura tenía algo que ver?
En toda su vida, siempre hubiese respondido negativamente a la última pregunta. En aquellos momentos, sin embargo, le entraban dudas. Unas dudas que seguían reflejándose en sus pasos, tremendamente cautos, que trataban de hacer el mínimo ruido posible mientras le conducían al interior del faro…
«Por favor, Izanagi, padre de todos los Dioses. No dejes que caiga en las garras de tu cruel esposa, sálvame del Yomi y juro… por lo más sagrado, que a partir de ahora me comportaré. Nada de timos, ni más mentiras, ni de aprovecharse de la gente. Seré un buen chico, un chico honorable… Lo juro. Por favor, te lo suplico…»
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Entre el miedo y la zozobra, Kaido se permitió sentir un ligero cúmulo de satisfacción, al ver como la pantalla de protección de Datsue caía derrumbada ante el las demoledoras palabras de Akame. Éste le incitó, como mejor su lengua le permitió, que fuera él la vanguardia del avance hacia el interior del terrorífico faro, haciendo alarde de sus ya referidas ganas de vivir una buena aventura. Y de añadir un nuevo sobrenombre a su extenso palmares de motes.
Pero la realidad le golpeó en súbito cuando ambos comenzaron a avanzar. Kaido no tuvo ni la intención de apurar el paso, ni tampoco la de quedarse atrás, así que mantuvo la marcha al mismo nivel de Akame.
Con los puños cerrados, colmillos apretados y la mirada un tanto perdida. Como si creyese que en cualquier momento le iban a saltar enemigos de todos lados.
22/07/2017, 03:20 (Última modificación: 22/07/2017, 14:23 por Uchiha Akame.)
Akame entrecerró los ojos hasta quedar en apenas dos rendijas negras cuando su compañero les insultó por lo bajo. No es que él se fuese a ofender —cobarde, viniendo de Datsue, tenía menos credibilidad que un político en verbena—, pero tampoco le hacía gracia que alguien pusiese en duda sus capacidades. Sea como fuere, Datsue acabó accediendo y con paso tembloroso abrió la puerta de madera. Los goznes oxidados rechinaron con un lamento desgarrador y una fría corriente de aire sacudió a los tres muchachos.
El interior del faro estaba casi a oscuras, iluminado sólo por la tenue luz de las pocas antorchas que colgaban de las paredes. Nada más entrar, los muchachos encontraron una estancia sumamente pequeña con una vieja mesa de madera podrida y dos sillas. A la derecha comenzaban las escaleras de caracol que subían hasta la cima. Akame se colocó otra vez detrás de su compañero de Aldea y, con otro leve pero firme empujón, le dirigió hacia el ascenso. «Si Kaido está en lo cierto, encontraremos respuestas en el balcón más alto... El caso es, ¿queremos saber lo que realmente está ocurriendo aquí?».
Los gennin subieron decenas de estrechas escaleras, teniendo incluso que agachar la cabeza a veces para no chocar con los soportes metálicos y oxidados de las antorchas que iluminaban pobremente el ascenso a la cima del faro.
Tras una agotadora subida, al fin vislumbraron un rellano al final de las escaleras. Correspondía a la parte más alta del faro, una estancia igual de pequeña que la de abajo pero con un gran ventanal quedaba al balcón exterior. Había también dos estanterías de madera —igual de podrida que la de la mesilla de abajo— repletas de libros polvorientos.
—Cuando la Luna de sangre baja...
La voz sobresaltó al Uchiha, que dió un respingo y se giró rápidamente hacia el balcón. Allí había una mecedora de color marrón oscuro, y reposando sobre ella, una figura. Kaido la reconocería como el anciano que les había estado observando durante el camino a la mansión del señor Soshuro. El tipo vestía con andrajos y sujetaba un bastón en la mano derecha con el que señalaba continuamente a la Luna. Una Luna grande —quizás demasiado grande— que se alzaba en el cielo nocturno, frente a ellos. Daba la sensación de que casi podrían tocarla si alargasen la mano.
—La línea entre hombres y bestias se difumina... —continuó el anciano, canturreando.
Tenía los ojos tapados con una venda muy sucia, y su rostro estaba surcado de arrugas, manchas y heridas a medio cicatrizar.
Con el corazón en un puño, Datsue subía escalón a escalón con el mayor cuidado posible de no hacer ningún ruido. El ambiente era opresivo y oscuro, con un matiz fantasmagórico debido a la luz lunar que se filtraba desde arriba. Cuando llegaron al final de las escaleras, el Uchiha contuvo el aliento. Se habían topado con el origen del cántico…
—Cuando la Luna de sangre baja...
Era un anciano el que la canturreba. Un anciano con los ojos vendados, que se mecía en una silla sobre el balcón, señalando con un bastón la luna… «La luna…» Jamás había visto una luna tan grande ni tan hipnótica. El Uchiha se hubiese quedado embobado mirándola de no encontrarse en la situación en la que estaba. Miró a izquierda y derecha: solo un par de estanterías viejas y podridas, pero ni rastro de Soshuro y el timonel.
—La línea entre hombres y bestias se difumina...
—… Y cuando Susano’o descienda, seré bendecido con un hijo.
Meses más tarde, cuando Datsue relataba aquella historia a cada chica con la que se encontraba para impresionarlas —modificando algunos detallitos sin importancia—, siempre se preguntaba, mentalmente, porque había dicho lo que dijo cuando se topó con el viejo. Nunca dio con una respuesta clara. Simplemente, le había salido del alma.
Tras su pequeño desliz de lengua, el Uchiha se quedó clavado en el sitio, incapaz de moverse o articular palabra alguna. El miedo —el terror a lo desconocido—, le impedía siquiera darle la espalda para echar a correr escaleras abajo y alejarse lo máximo posible de aquella torre, la isla, y sus excéntricas y odiosas locuras…
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Sumergidos en el interior del escalofriante faro, Kaido no pudo hacer más que mantenerse a raya de sus compañeros. Cerró detrás suyo la puerta —que volvió a rechinar como cerdo en matadero—, y continuó el ascenso por las raídas escaleras ligeramente iluminada por un par de antorchas.
De pronto sintió la garganta reseca, como si no se hubiese hidratado en más de una semana. Pero el miedo, y la expectativa, además, le impidieron mover sus manos hasta los linderos de su termo. No era hora de beber sino de observar. Observar tan detenidamente como pudieran, a los detalles. A los peligros. A las amenazas. O la amenaza, en singular.
Puesto que, allí en lo más alto de aquella torre; se encontraron a un único individuo, cuyo lánguido cuerpo calzaba fino sobre una estropeada silla mecedora, de esas típicas de las películas de terror. Tenía el rostro aboyado con cicatrices a medio curar y el área de los ojos yacían cubiertos por una tela sucia y ligera.
Sus labios, sin embargo, se movían melodiosamente bajo la imperante luz de luna. Sus manos señalaban al gran satélite, como si cantase una serenata para ella, y sólo para ella.
—… Y cuando Susano’o descienda, seré bendecido con un hijo.
Justo en ese instante, la confianza que tenía en sus compañeros desembocó en un mar de dudas. Que Datsue repitiera el final de aquella frase tan religiosamente le hizo temer de lo que aquella melodía podría haber hecho en sus compañeros. Lo cierto es que a partir de ese momento, no le quitaría el ojo al Uchiha de la vanguardia, quien desde su posición, tendría la tarea de elegir cuál sería el siguiente movimiento para los tres curiosos shinobi. ¿Llamarían la atención del viejo, o en vista de que no había rastro alguno de Soshuro, o el timonel, decidirían volver sin levantar sospechas?
22/07/2017, 21:04 (Última modificación: 22/07/2017, 21:22 por Uchiha Akame.)
—... Y cuando Susano'o descienda, seré bendecido con un hijo.
Las palabras de Datsue retumbaron en la cumbre del faro. El anciano detuvo su salmo —que no su balanceo en la mecedora—, y por un momento todo quedó en silencio. Entonces, una carcajada brotó de las entrañas de aquel hombre, gorgojeando, hasta salir de sus labios. Fue una risa tímida y suave al principio que fue ganando en intensidad y malicia hasta convertirse en una carcajada gutural, siniestra, que retumbó por toda la habitación. El viejo siguió riendo mientras Akame se preguntaba qué demonios estaba sucediendo.
Siguió riendo mientras los ojos del joven gennin se teñían de rojo, con dos aspas negras en torno a cada pupila. Rió más cuando Akame giró la cabeza levemente, buscando a su compañero de Aldea, y vio cómo el Sharingan brillaba también en los ojos de Datsue. Las carcajadas del viejo se les metieron en la cabeza a ambos Uchiha, que cuando quisieron llevar la vista al frente, sintieron como la sangre les hervía en las venas.
La Luna, tan grande y majestuosa como hacía unos instantes, con su color de plata, era ahora roja. Completamente roja, como la sangre de los Uchiha y el Sharingan de sus ojos. El viejo empezó a cantar de nuevo, esta vez con más intensidad, y ambos muchachos pudieron sentirlo dentro de ellos.
Era aquella Luna de sangre. Tan cerca y tan lejos, para los dos Uchiha aquella melodía se había convertido en toda una ovación tocada por una orquesta de almas en pena que ellos mismos habían esclavizado en incontables batallas. Su corazón bombeaba el mismísimo fuego de Amaterasu por sus venas, sus ojos todo lo podían ver y Susano'o les invitaba a sentarse en su mesa junto a él y darse un festín que duraría toda la eternidad. Se sintieron poderosos.
Desde fuera de aquel macabro sueño vívido, Kaido se mantenía completamente despierto. Los cantos del anciano no hacían efecto alguno en él, y la Luna —pese a que desde allí se podía contemplar mejor que desde abajo— no era más que lo que había sido siempre. Lo que sí pudo ver el escualo fue a sus dos compañeros de aventura con los ojos fijos en aquel orbe plateado, avanzando como sonámbulos hacia ella.
Un paso, otro paso. Cada vez estaban más cerca. El aire fresco de la noche golpeó a los dos Uchiha en el rostro cuando salieron al balcón, con la mirada fija en la Luna, estirando los brazos como si quisieran tocarla. La barandilla metálica les paró un momento, pero los gennin del Remolino no parecían dispuestos a dejar que aquel trivial obstáculo les privase de alcanzar las promesas de poder, gloria y eternidad.
Akame fue el primero en pasar una pierna por encima de la baranda con gesto ausente. La caída era de más de quince metros.
25/07/2017, 17:50 (Última modificación: 25/07/2017, 18:51 por Uchiha Datsue.)
Tenía miedo, tanto que no podía ni moverse, paralizado como una mariposa en una tela de araña. Pero entonces le oyó: una risa rota y decadente, que fue ganando en intensidad y excentricidad, pero que lejos de asustarle, lejos de aterrarle todavía más, le tranquilizó. Le contagió.
De pronto sintió que sus labios se curvaban en una sonrisa macabra, y así se vio reflejado en los ojos de Akame, tan rojos como los suyos propios. Ambos sentían la llamada de la luna, que en un mudo cántico les seducía como las sirenas a los marineros.
La luna, grande y roja sobre un cielo tan negro como las entrañas del Yomi. Alguien normal hubiese pensado que se trataba del reflejo del mismísimo Tsukiyomi. Alguien con poca vista, que se trataba de Amateratsu, confundiendo el tono rojizo que había adquirido con el sol. Uchiha Datsue no era ni una cosa ni la otra, y por eso conocía la verdad. Él —y ahora lo sabía—, tenía la sangre de Uchiha Hazama corriendo por sus venas, insuflándole la ambición necesaria por recuperar lo que le pertenecía: el mundo. Él tenía sus ojos, y por eso lo sabía: aquel era Susano’o, invitándoles a un festín para celebrar las buenas noticias: el Dios de las Tormentas, al igual que haría Datsue, había cogido lo que le pertenecía. Y por eso estaba bañado en sangre. Y por eso estaba en el antiguo hogar de sus difuntos hermanos. Su nuevo hogar.
Susano’o nunca había visto con buenos ojos compartir el reino heredado por su padre con sus dos hermanos. Pero había sido paciente. Paciente como el mar, que con el paso de los siglos va labrando la forma que quiere en la piedra del acantilado contra el que se estampa. Y su paciencia había obtenido resultados: Izanagi se había retirado, tomándose un descanso divino. Su padre era lo único que le había detenido hasta entonces. Pero ahora ya no estaba. Ahora…
El Uchiha dio un paso sobre la barandilla. Luego otro, irguiéndose sobre ella con los dos pies, y los brazos en alto, como si quisiese abrazar la luna. Quería llegar hasta ella. Quería ser el primero en felicitar al Único Dios Verdadero. Quería ser bendecido y ser tomado como hijo adoptivo…
Bajo él, una caída de más de quince metros. No temió. No caería. Susano'o le sostendría. O, mejor dicho, su...
—Padre...
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25/07/2017, 20:07 (Última modificación: 25/07/2017, 20:13 por Umikiba Kaido.)
De pronto, la cumbre de aquel faro les recibió con su único espectador; una luna de desorbitadas proporciones que iluminaba el maltrecho balcón que hacía de hogar para el decrépito viejo de ojos vendados, quien al saberse conocedor de la llegada de sus ansiados invitados, calló su cántico en súbito y dejó que un silencio sepulcral les abrazara con fraternidad. El viento sopló, agudo y frío sobre los presentes, y al instante, el anciano comenzó a reír en escalada hasta que su gesto se convirtió en una carcajada tétrica y desproporcionada, tan fuera de sí que daba la sensación que la vieja cordura, un tanto resignada, había abandonado al viejo decrépito décadas atrás.
Un severo escalofrío inundó al gyojin, y le hizo temer. Pero lejos de tener el mismo efecto en sus compañeros, a ellos pareció invadirles algún falso sentido de tranquilidad, y reaccionaron como poco se habría de esperar. De hecho, con aquella carcajada, los ojos de Akame se tintaron de rojo; y ambos Uchiha comenzaron a avanzar al unísono, con sus manos en alza y saludando a la enorme luna que les observaba tan de cerca. Un paso tras otro, hasta que se ambos dieron con las afueras del balcón.
—Ey, cabrones. ¿Qué coño hacen? —les preguntó, incrédulo. Y hasta ese entonces, Kaido no comprendía lo que estaba pasando, hasta que se percató de cómo los Uchiha ignoraron completamente el espacio por donde transitaban, perdidos y sumidos en aquel magistral orbe plateado. Ahí entendió que, por alguna razón, sus dos compañeros habrían sido sugestionados, probablemente, por algo o alguien. Y que, por la razón que fuera, ahora mismo no eran conscientes de su entorno. Ni de los peligros que acechaban detrás de la baranda que habrían querido saltar—. ¡maldita sea, despierten!
Su grito desesperado no sólo fue eso, una simple advertencia. No, el gyojin se vio en la imperante necesidad de hacer algo por sus compañeros, que ignorando la larga caída delante suyo, intentaban pasar por encima de la baranda del balcón. Kaido, no obstante, tenía otros planes para ellos: y es que antes de que Akame pudiera pasar la otra pierna, ya el escualo se encontraba tomándole por el cuello de la camisa con la mano izquierda, y usando la fuerza de dicha extremidad para halar hacia él. Con suerte, aquel impulso habría sido suficiente para tirarle al suelo y ganar algo de tiempo para ocuparse de Datsue.
Datsue, sin embargo, le llevaba algo de ventaja. Y con ella, necesitaría de sus genes, del agua que le representa; la cuál usó para inflar su brazo derecho, y envolver el cuello del segundo Uchiha en una potente llave a nivel del pecho. Tendría que obligarle a regresar ambos pies por detrás de la baranda.
Si quería morir tan fácilmente, tendría que hacerlo despierto. No fuera de sí.
25/07/2017, 20:31 (Última modificación: 25/07/2017, 21:58 por Uchiha Akame.)
«Susano'o... Concédeme... Tu poder...»
Podía sentirlo. Le estaba llamando. A su alrededor el balcón del faro se había convertido en un campo de batalla sembrado de muerte y destrucción. Las llamas le acaloraban el corazón, el canto de los pájaros había desaparecido para dar lugar a los aullidos de los heridos; de los muertos. Cientos de almas que ahora serían sus sirvientes en el más allá. Todas segadas por su mano. De sus ojos manaba un poder tan intenso que una mirada era capaz de destruir a sus enemigos. Caían por decenas, y su sangre bañaba al Uchiha.
Akame reía y mataba y se regocijaba en la gloria de la carnicería. Todo en el nombre del Tempestuoso Dios del Valor y del clan Uchiha, sus legítimos hijos y herederos. Pronto, el éxtasis de la batalla no fue suficiente. Akame quería más. Alzó los brazos al cielo y clamó a su Dios, a su Padre, a su Protector. Sintió como una energía sin igual le invadía por completo, rodeándole con un halo índigo y violeta. Poco a poco aquel chakra fue tomando la forma de un inmenso guerrero Tengu.
«Soy invencible... Soy... Soy... ¡SOY UN DIOS!»
De repente, captó una voz. Era tenue e insignificante, indigna de dirigirse a un Dios como él, que había ascendido a los mismos cielos para ocupar su legítimo lugar junto a Susano'o. Y, sin embargo, aquel insecto cuestionaba su autoridad. Su magnificencia. Su infinita clarividencia. El Uchiha afinó el oído, furioso.
—¡Akame, despierta, hijo de puta!
De repente el gennin notó un fuerte tirón en la espalda, la voz de Susano'o desapareció junto con los aullidos de sus enemigos en un vórtice y todo se volvió negro.
—
—Ugh...
Notó el viento frío de la noche golpeándole en el rostro. Miró a su alrededor y empezó a recordar. El faro, las escaleras, el balcón... Aquel anciano con los ojos vendados... «¿Qué demonios...?» Cuando por fin empezó a ser consciente de dónde estaba y la niebla mental que le enajenaba se dispersó por completo, el Uchiha se incorporó.
—¿Pero qué mierda...? —logró articular.
Los cantos del viejo habían cesado, así como su balanceo, y ahora se mantenía totalmente quieto. Un escalofrío recorrió a los muchachos, e incluso a pesar de que sus ojos estaban vendados, cualquiera de ellos pudo asegurar que estaba atravesando a Kaido con la mirada.
—¡Padre…! —rugió Datsue por segunda vez, como un hijo al reencontrarse con su padre tras décadas sin verse.
Rio. Una carcajada de pura felicidad, mientras cerraba los ojos anegados en lágrimas y sentía el abrazo de Susano’o. Sentía que le bendecía, que le acogía como un hijo, elevándole a los cielos. Su voz dejó de sonar aguda y chillona como el de un pilluelo de barrio, para volverse profunda y gutural como la tormenta. Sus pulmones ya no se contentaban con el aire de su alrededor, sino que cogían el oxígeno de las nubes, del mismísimo cielo. Expiró, y un torbellino se arremolinó en el mar. Abrió los ojos, y el mundo ardió bajo su mirada. Rio, todavía más alto, y la tierra se estremeció de puro terror…
… y hacía bien en estremecerse, pues su reinado sería implacable e indoblegable como la tormenta en el mar.
Sintió que algo le rodeaba el cuello. Una mosca. Una simple caricia. Hinchó el pecho para deshacerse de tan insignificante molestia, pero sorprendentemente permaneció allí, e incluso le empujó hacia atrás, tirándole al suelo…
… tenía que hacérselo pagar. Tenía que…
... El Uchiha chocó con la cabeza contra el suelo y chilló de dolor, llevándose ambas manos a la coronilla, frotándola tan dolorido como confuso. Entonces elevó la mirada y se topó con el viejo, quedándose helado. Por un momento había pensado que estaba muy lejos de allí, que estaba en…
Sacudió la cabeza. Aquel viejo parecía estar mirando a Kaido, en un silencio tan sepulcral y espeluznante como el de un verdugo antes de ejecutar al condenado. El Uchiha tragó saliva, sin atreverse siquiera a respirar, y dio gracias a los Dioses por no ser él el objetivo del anciano…
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Su esfuerzo propició que tanto Akame, como Datsue volvieran en sí; recuperando la conciencia luego de la aparatosa intervención del escualo. El primero despertó, entre confusos quejidos, por detrás del gyojin, y Datsue, poco después; abandonaría el trance y se escabulliría del agarre del tiburón una vez se encontrase seguro.
El brazo del Hozuki perdió su portento y volvió a su tamaño natural, mientras que el escualo se veía obligado a intercalar la mirada entre los Uchiha con rostro afligido, vestido de terror. Ya no sonreía, ya no vacilaba. Tan sólo quería poder salir de ahí en una sola pieza, y sin embargo...
—¡No le escuchéis, no le escuch.... —de pronto, sus labios se entorpecieron el uno con el otro y sus palabras de trabaron. Aquel escalofrío que le había envuelto el cuerpo ahora era palpable, y su cuerpo no supo como reaccionar a la tajante mirada velada que le arrojaba el anciano, a pesar de tener sus ojos cubiertos por la venda. De cualquier forma, entendió que si los Uchiha habían salido de sus trances, había sido por su intervención, lo que le convertía, de buenas a primeras, en un obstáculo. Un bache molesto que tendría que remover.
«Mierda, mierda, ¡mierda!»
Entre el miedo y la zozobra, el gyojin no tuvo más remedio que actuar ciegamente, en igualdad de condiciones con el anciano. Si la desidia y su mermada voluntad se lo permitían, atacaría al viejo sin pensarlo. Un golpe, o dos, cuantos fueran necesarios para hacerlo callar... a pesar de que de su boca no salía ni una sola palabra.
El Tiburón de Amegakure arremetió, confuso y furioso, contra aquel anciano en mecedora. El rostro del viejo compuso una mueca deforme y horrenda cuando el primer puñetazo de Kaido lo alcanzó en plena nariz. El amenio notó, bajo sus nudillos, cómo el tabique nasal de aquel hombre que debía pasar los setenta años se rompía sin oposición. Y, poco después, la sangre caliente, espesa, negra, que bajó por su nariz.
—¡Argh!
A espaldas del Gyojin se oyó un golpetazo. Akame acababa de caer derribado, como empujado por una fuerza invisible, con ambas manos aferrándose la nariz sangrante e hinchada. «¿¡Pero qué cojones...!?» El Uchiha no tuvo tiempo de abrir la boca, porque antes de que ninguno de los tres muchachos se diese cuenta, Kaido había asestado otro fuerte golpe al anciano ciego —esta vez, en el pómulo derecho—. Fue un puñetazo fuerte, rápido y seco, pero el anciano ni siquiera gimió.
En su lugar fue Datsue el que tuvo que reprimir un bufido ahogado cuando trastabilló un par de pasos, teniendo que agarrarse a la barandilla metálica del balcón si quería conservar el equilibrio. Notaría un fuerte dolor en la parte derecha de su rostro, ahora amoratado y palpitante.
—¡Para, joder! —aulló al aire Akame, que ya esperaba el próximo golpe. Todavía se encontraba recostado sobre el frío suelo de piedra, con la mano derecha agarrándose la nariz y la izquierda tratando de arrancar un pedazo de su camisa para parar la hemorragia. «Al menos he tenido suerte de que mi nariz lleve rota tantos años...»
Uchiha Datsue no se consideraba un tipo violento, pero cuando reconoció en los ojos de Kaido la firme determinación de atacar a aquel ciego y —aparentemente— indefenso anciano, una corriente de euforia invadió su cuerpo, eclipsando momentáneamente el miedo que sentía. «¡Eso es, joder! ¡Primero un buen puñetazo y luego, ya si eso, llegan las preguntas! ¡Como se acostumbra en Amegakure! ¡Pues claro que sí, joder!»
Aprovechando la confusión, el Uchiha quiso tomar el flanco del anciano. ¿Para ayudar a Kaido en su noble paliza? Nada más lejos de la realidad. Para salir corriendo de allí y no mirar atrás, más bien. Por el camino, escuchó cómo Akame gruñía al otro lado, justo cuando el Ameriense acertaba su primer golpe. No lo alcanzó a comprender, pero lejos de preocuparse por su compañero, aquello solo provocó que tuviese más ganas de que Kaido continuase. «¡Otra más, Kaido! ¡Vamos, no pares joder! ¡No…!»
¡Plaf!
Sintió como recibía un puñetazo fantasma en plena mejilla. Le pilló tan de improvisto y tan de sorpresa, que se trastrabilló hacia atrás y a punto estuvo de caer al suelo si no hubiese sido por la barandilla metálica, a la que se agarró como horas antes —aunque ahora parecía que había pasado una eternidad— se había agarrado a las cuerdas del barco en plena tormenta.
—¡Para, joder!
—Me cago en… —farfulló Datsue, boquiabierto y con un dolor palpitante en un lado del rostro. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Acaso estaban siendo atacados por fantasmas o…? Miró a Kaido, luego a Akame y luego al anciano. «Estás tomándome el pelo, joder. Debes estar tomándome el pelo…»—. Kaido, ¡contrólate, joder! ¡Primero se pregunta y luego, si acaso, se pega! ¡Para de una vez o nos matarás a todos!
«Malditos Amerienses y sus bárbaras costumbres, joder. Va a conseguir matarnos a todos. Qué cojones, céntrate. Recuerda lo que has aprendido en la Academia. Esto… esto… tiene que ser un Genjutsu, o una especie de Fuuinjutsu macabro y que debería ser totalmente ilegal, joder. Es como si me hubiesen hecho vudú. Y de ser así, lo primero que habría que hacer es…»
El Uchiha se levantó de un salto, invadido de pronto por el instinto más antiguo y poderoso que tenía la humanidad: la supervivencia. Se abalanzó sobre el anciano y atrapó una de sus manos, tratando de hacerle una llave tras su espalda, presionándola e inmovilizándola. ¿Su objetivo? Evitar a toda costa que hiciese sellos o cogiese algún tipo de arma que llevase escondido entre sus ropajes, no ya solo para atacarles, sino para atacarse a sí mismo… y por tanto a él también. Desesperado, buscó la otra mano del viejo para repetir la acción e inmovilizarle ambos brazos lo mejor que pudiese.
—¡Quiero irme a casa, joder! —rugió, al borde del llanto, Datsue—. ¡A la mierda la herencia y la puta isla! ¡Quiero irme a casa!
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Un golpe, «¡Toma, pedazo de mierda!»; y el frágil tabique del viejo se torció hacia el costado, víctima del potente impulso con el que abalanzó su brazo sobre él. Su mano izquierda se tintó de rojo, bañándole los nudillos de sangre, que pronto se escurriría entre sus dedos e inundaría sus fosas de un fuerte olor a hierro.
A la distancia, escuchó un estruendoso quejido. Pero no le importó. Cegado por la furia, llevó su mano hacia adelante, y volvió a acariciar con violencia el rostro del anciano, ésta vez por su derecha. Y de nuevo, una súplica. Pidiéndole que se detuviera. Pero ésta no provenía del silente anciano, sino de Datsue, que se volcó hacia los extremos de la baranda al unísono de su puñetazo.
¿Por qué? ¿por qué eran ellos los que le exhortaban a detenerse?
Entonces tuvo que voltear, con los orbes inflados, y su respiración agitada. Apretaba los dientes tan fuerte que las navajas rozaban peligrosamente sus labios. Su rostro: el reflejo de su bestia interna.
—¡Qué pasa, coño!
Umikiba Kaido trastabiló hacia atrás, y observó como Datsue se abalanzó para tomar con sus propias manos el control de la situación. Intentó tomar los brazos del anciano a fin de inhabilitarlo, consciente de lo que quizás allí estaba pasando. Sólo allí, recién, Kaido entendió, en teoría, el asunto. Un golpe, dos golpes.
«¿Les hizo daño a ellos?»
El gyojin se acercó finalmente hasta los linderos del viejo, y se debatió internamente sobre cómo actuar a partir de ahora en adelante. Entre los quejidos de llorica de Datsue, y la paciente espera de Akame: alguien tenía que hacer algo, pero el qué no estaba para nada claro.
Lo único que se le ocurrió fue meter la mano y quitarle la venda al viejo. Si los iba a matar a los tres, que lo hiciera viéndolos a los ojos, al menos.