Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El primero en hablar fue Kaido, adelantándose a la joven Mizuki que ya había hecho amago de alzar el mentón y empezar a relatar sus —probablemente— nobles orígenes y vivencias. Ante la presentación del Tiburón, el señor Soshuro no prestó demasiada atención. Más bien parecía ligeramente molesto, y su mirada lanzaba furtivas ojeadas a los dos Uchiha; Datsue y Akame. Sin embargo, pese al poco interés que prestó al discurso de Kaido, sí que respondió a su petición.
—Ah, para semejantes menesteres le dejaré a mi escribano y documentalista, Umikiba-san. Aunque no sé qué busca exactamente en la historia de Mizu no Kuni, escasa en datos relevantes desde la caída de las Cinco Grandes.
Luego le tocó a Datsue, a quien el anciano escuchó con patente interés, sin quitarle el ojo de encima. A cada palabra que el joven gennin decía, más entusiasmado parecía el señor Soshuro con la historia. Llegó hasta tal punto que hizo amago de inclinarse sobre la mesa, levantándose de su asiento, para mostrar su interés. Pero su cuerpo decrépito y débil se lo impidió. Cuando el Uchiha terminó, Soshuro dejó los cubiertos junto a su plato y aplaudió de forma tan enérgica como fue capaz.
—¡Ah, excelente, excelente! —exclamó, con enfermizo entusiasmo—. Un Uchiha de sangre pura, dices. ¡Esperemos que sea cierto!
Akame, que ya había tenido que contener las carcajadas durante varios puntos de la historia de su compañero, trató de tomar el testigo. Pero Ide Mizuki se le adelantó. La mujer empezó a contar las hazañas de su padre, que le valieron pasar de comerciante ambulante a dueño de un local en Tanzaku, y más tarde a ganarse un lugar en la baja nobleza de Hi no Kuni. Cuando pasó a hablar de sí misma, Togashi Yuuki hinchó el pecho como un pavo real; parecía realmente orgullosa de servir a su señora. A oídos de Akame, el relato de Mizuki no se distinguía mucho del de cualquier miembro de la nobleza; una vida acomodada, una excelente educación y pocos problemas reales.
—Ah, muy bien, muy bien —respondió Soshuro cuando la noble terminó, dedicándole apenas un poco más de antención que a Kaido—. ¿Y qué me dices de ti, Akame-san?
El Uchiha alzó una ceja, escéptico. «Este anciano... ¿Por qué será que su interés por Datsue-kun y por mí me suena extraño?». Sea como fuere, Akame se aclaró la garganta y soltó, sin adornos ni florituras, el relato que tantas veces había ensayado frente a un espejo en los subterráneos de Tengu.
—Mi nombre es Uchiha Akame. Provengo de una humilde familia de mercantes de Tanzaku Gai, en Hi no Kuni. Mi padre no quería que yo tuviese que pasar por las mismas penurias que él, de modo que juntó algo de dinero y me mandó a Uzushiograkure no Sato para entrenarme como ninja.
Era insulso, breve y poco trabajado. Pero le daba igual. Allí estaba ocurriendo algo, notaba un interés misterioso y subyacente en cada palabra del anciano... Y estaba decidido a averiguar qué era.
De repente alguien irrumpió en la sala. Era un hombre alto, de hombros anchos y piel bronceada, y vestía con ropas típicas de la vida en el mar; pantalones hasta debajo de la rodilla repletos de parches, zapatos poco cuidados y una camisa muy gastada. Los chicos le reconocieron al instante como el timonel de su barco, y parecía bastante agitado.
—Soshuro-sama, hemos encontrado a un superviviente de la tormenta. Está ahora mismo camino de aquí.
El noble alzó la mirada, visiblemente molesto. Con un gesto regio de su mano derecha indicó a dos de sus muchachos que le ayudasen a levantarse, y posteriormente que le acompañasen hasta la puerta del comedor.
—Ah, mis queridos invitados. Me temo que debo ausentarme un momento, hay asuntos que requieren mi atención. Disfruten mientras tanto de la comida.
Y con esas, el noble desapareció junto a sus guardaespaldas. Quedaron en el comedor los invitados, sentados a la mesa, junto con varios criados que estaban de pie para cualquier necesidad que pudiera surgirles. Akame terminó su plato sin ganas y luego se quedó callado con gesto pensativo.
—
Más de una hora habría pasado ya, los criados habían recogido los platos y traído postres, y vuelto a repetir la operación después. La mesa había quedado limpia, a excepción de alguna bebida o sobremesa que los invitados hubiesen pedido.
No hacía falta poseer la mente más aguda, ni la más afinada de las percepciones para percatarse del evidente desencanto que sentía aquel poderoso noble en referencia a todo lo que tuviera que ver con Umikiba Kaido. Lo hubo sentido en carne propia ya en un par de ocasiones, siempre viéndose relegado por el poco interés que precedía a una enfocada atención en las palabras de Datsue y Akame. No en las de Mizuki la noble, ni Yuuki la protectora.
No. Su atención era exclusiva para los únicos dos invitados que compartían sangre. El profesional y el charlatán. Y eso le sacaba de quicio.
Claro que el gyojin tenía cabeza suficiente como para mantenerse callado y calmo, sin revelar su evidente disconformidad con el cómo se iba desarrollando todo. Que no se trataba sólo de que le dejaran de lado, sino lo extraño y mórbido que venía siendo el viaje en general.
Poco después de las presentaciones, el hombre encargado de llevarles a salvo hasta la costa de la isla hizo acto de presencia. Agitado, comunicó que se había encontrado a un sólo superviviente de la tormenta. Uno sólo, de séis barcas. Si aquello no era una señal...
—Ah, mis queridos invitados. Me temo que debo ausentarme un momento, hay asuntos que requieren mi atención. Disfruten mientras tanto de la comida.
Cuando hubo dejado el salón, un silencio sepulcral inundó la habitación. Y tras una hora de espera sin noticia alguna de Soshuro, o del supuesto superviviente, fue el escualo el que tuvo que abrir la boca. De nuevo.
—Un superviviente. Uno, en singular. Es decir, ¿que la tormenta se tragó a cuantos? ¿veinte, cuarenta personas? —argumentó, moviendo las manos y torciendo el gesto—. joder, hay que considerarnos entonces extremadamente suertudos. La séptima embarcación, el único navío bendecido por Ame no kami.
El Uchiha se relamió los labios al comprobar la expectación que había levantado en Soshuro con su historia, y más aún cuando vio que la Odianinjas de Mizuki no despertaba ni la mitad de interés que él en el noble. Torció el gesto, sin embargo, al ver que el mismo interés que había demostrado por él lo demostraba por Akame también. No obstante, pronto se olvidó de eso, debido a...
«¿Una familia de mercaderes en Tanzaku Gai?» Nunca se había preocupado demasiado por averiguar la historia de su compañero, pero aquello era de lo más interesante. Si su empresa por conseguir aquella isla fallaba, Akame podría resultarle muy útil en su plan B por hacerse rico: cumplir su parte de la marca del hierro haciendo que un moroso de Tanzaku Gai pagase su deuda. Si la familia de Akame era de allí, podrían serle de mucha ayuda para orientarle por los complicados entresijos de la capital del País del Fuego.
Su júbilo por cómo estaban sucediéndose los acontecimientos, sin embargo, pronto se vio diluido por el aburrimiento y el hastío. Soshuro había abandonado la sala hacía mucho tiempo, al encuentro de un superviviente de la tormenta. ¿Interpretaría el noble aquello como una señal, otorgándole al nuevo y misterioso invitado la isla? Datsue no lo sabía, pero si permanecía más tiempo en el sitio iba a sufrir una rotura de fibras de tanto mover el pie.
—No te tenía por alguien que creyese en la suerte y el destino —dijo, a Kaido, tras su comentario. Tampoco lo conocía lo suficiente para creer lo contrario, pero como siempre ocurría cuando estaba nervioso, el Uchiha hablaba aunque no tuviese nada que decir. Sin aguantar más, se levantó—. Discúlpenme, señores. Señoritas... —hizo una leve reverencia a Mizuki, aunque esta vez con algo de retintín—. Voy al baño. —anunció con voz heroica, como si estuviese a punto de ir a la guerra y no a mear.
Sin más preámbulos, se dirigió a la puerta de la salida y preguntó a uno de los sirvientes por donde se encontraba el cuarto de baño. ¿Su intención? Escaparse cuando nadie le tuviese puesto el ojo encima y salir a averiguar con qué demonios se entretenía tanto el noble.
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Akame alzó la vista, sobresaltado ante las repentinas palabras de su compañero el Gyojin. Sí, desde luego el número de supervivientes era un dato a tener en cuenta, pero él no creía que fuese a causa del favor de Amenokami. «Estamos demasiado lejos de Arashi no Kuni, Kaido-san». Datsue no tardó en manifestar su opinión de forma tan brusca como altiva; signo evidente de que se estaba aburriendo. «¿Y quién no? Llevamos ya como una hora esperando... No recuerdo que el viaje en carro fuese tan largo», reflexionó Akame.
Pese a todo, había algo que el Uchiha seguía encontrando intrigante. O más bien... molesto. Como un picor en la nuca, una sensación incómoda y persistente que no le dejaba en paz y probablemente no lo haría hasta que le prestase la debida atención. Había algo, un detalle minúsculo, una simple hebra, algo que hilaba la madeja de sucesos aparentemente inconexos que les había llevado hasta la isla.
«Siete barcos... Datsue, Kaido, Yota, Mizuki, Yuuki, yo... y éste último superviviente».
Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Datsue se excusó, levantándose y abandonando la sala. Si de algo conocía Akame a su astuto compañero, era suficiente para saber que no iba al baño. El Uchiha dedicó una mirada a Kaido que parecía querer decir «no pienso quedarme atrás», y acto seguido imitó a su compañero de Aldea.
Alcanzó a Datsue cuando uno de los criados le estaba indicando por dónde quedaba el servicio. O, al menos, el más cercano. Estaban en la entrada de la mansión, con aquellos gigantescos portones de madera abiertos de par en par y más allá las escalinatas de mármol, y más allá el sendero que bajaba por la colina hasta el pueblo.
—Datsue-kun —llamó el Uchiha, agarrando del brazo a su compañero—. La cena se me ha hecho algo pesada, ¿damos un paseo?
No parecía que ninguno de los criados fuese a detenerles.
Tan pronto como Datsue sacó su trasero del cómodo asiento, éste se embarcó hacia rumbo desconocido tras excusarse con todos los presentes. Tenía que ir al baño, dijo, y así lo secundó su compañero Akame, no sin antes regalarle al escualo una mirada de esas que llevan implícitas un mensaje:
y es que probablemente, ambos uzureños tendrían las manos puestas en algo en lo que probablemente les sería útil un par de manos extra.
Segundos después de que el segundo Uchiha se levantara también, el escualo hizo lo propio.
—Vaya, parece que tenemos el meado sincronizado. Si me disculpan...
Dejando atrás el comedor principal, Kaido se apuró a alcanzar a los shinobi del remolino. No sin antes cerciorarse de que nadie había desarrollado en súbito la necesidad de vaciar la vejiga.
—¿Quién se lo sacude a quién? —dijo, una vez alcanzada la diestra de Datsue.
7/07/2017, 21:23 (Última modificación: 7/07/2017, 21:27 por Uchiha Datsue.)
La pequeña fuga secreta de Datsue se vio abocada al fracaso cuando Akame le sorprendió por la espalda, tomándole del brazo. El Uchiha se sorprendió, pues pocas eran las veces que su compañero hacía contacto físico con nadie, pero supuso que estaría tan impaciente como él en descubrir lo que estaba ocurriendo.
El señor Soshuro se había ausentado hacía ya demasiado tiempo ante la visita inesperada de un superviviente. Sin embargo, no había regresado, ni había mandado mensaje alguno. ¿Qué estaría pasando para que les dejase plantados de tal forma? Datsue no lo sabía, pero iba a intentar averiguarlo…
—Datsue-kun —llamó el Uchiha, agarrando del brazo a su compañero—. La cena se me ha hecho algo pesada, ¿damos un paseo?
—Me parece estupendo —respondió, tras ver como Kaido también llegaba hasta ellos.
—¿Quién se lo sacude a quién?
El Uchiha sonrió. Luego se dio cuenta que Kaido se había situado a su derecha, y Akame a su izquierda, y la sonrisa se le esfumó de un plumazo. Aquello no tenía ninguna gracia.
—Cada una la suya, compañero. Cada uno la suya…
El fresco aire de la noche les dio la bienvenida, mientras los pasos de los tres shinobis resonaban en las escalinatas de mármol que conducían al sendero que llevaba al pueblo. Datsue estaba convencido de que el señor Soshuro había recorrido las mismas escalinatas horas atrás, al encuentro de aquel misterioso hombre, pero la cuestión era… ¿Dónde se encontraba ahora?
—¿Os hace una visita rápida al pueblo? —preguntó, en voz baja, a sus compañeros. Escaso de información, el sitio donde más sentido tenía que estuviese el señor Soshuro era el pueblo. Después de todo, no tenía sentido que estuviese en el puerto, pues habían dicho que el superviviente ya se encontraba de camino. Pero, ¿qué habría detenido su regreso?
El Uchiha deseó de todo corazón que no fuese nada malo... por su propio interés.
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El Uchiha no pudo evitar sonreír con cierta complicidad cuando escuchó a Kaido acercarse a ellos con una de sus jocosas ocurrencias. Allí, en mitad de la noche veraniega de Mizu no Kuni, sobre las escalinatas de mármol de la mansión de un noble cuya existencia habían desconocido hasta hacía unos días, los tres estaban unidos por —al menos— una cosa. Eran ninjas.
—Me hace —contestó Akame, empezando a descender las escaleras—. Hay algo aquí que no encaja.
Los chicos emprendieron la marcha por el sendero que bajaba la colina. En un momento dado, Akame giró la vista para encontrarse con aquel extraño faro ubicado costa adentro. La misma luz que Kaido había visto anteriormente seguía brillando en su penacho, pero sin duda todavía era demasiado débil como para cumplir el propósito que se le suponía.
—Por ejemplo, este faro. ¿Por qué demonios alguien lo construiría tierra adentro? ¿Qué barco va a guiar desde ahí?
A su alrededor, los sonidos de la noche envolvían el ambiente. La isla era silenciosa, a excepción del canto de algún ave nocturna. La Luna llena iluminaba el sendero, la colina y el bosque circundante que se extendía hasta los lindes del pueblo, más abajo. Los chicos se dieron cuenta entonces de que las huellas de un carruaje, profundas y características, descendían por aquel mismo sendero en dirección al pueblo.
—Esas parecen más recientes —comentó Akame, siguiéndolas con la mirada hasta donde alcanzaron sus ojos.
El escualo dejó que su silencio se interpretara como señal de aprobación a la agenda impuesta por Uchiha Datsue. La chance más óptima de averiguar qué cojones estaba sucediendo era acercándose hasta los linderos del pueblo principal, ubicado colina abajo desde la enorme mansión de Soshuro.
Akame reparó, sin embargo, en la existencia del faro, y de el sinsentido que suponía que hubiese sido construido en el interior de la isla, viéndose tan lejos de la costa. Evidentemente, el propósito de aquella torre no era la de guiar ningún barco ni mucho menos, ¿pero entonces qué hacía ahí?
—Cuando veníamos del embarcadero más temprano, logré ver a alguien observándonos desde la ventana de ese faro. Quizás, si voy hasta allí... pueda averiguar algo. O podemos ir luego los tres, si es que salimos vivos de ese puto pueblo fantasma.
Aquello lo dijo observando las marcas del carruaje sobre la tierra, que Akame divisó poco después.
Datsue alzó la vista, curioso, ante el faro que mencionaba Akame. En la ida no había reparado en él, una alta torre con una tenue luz en la cima. Sin embargo, su compañero de clan tenía razón. Tan alejado del mar, poco podía servir para el propósito por el que normalmente se construían.
«No tiene puto sentido. Y es imposible que no se diesen cuenta de lo ilógico de su posición mientras la estaban construyendo.»
La revelación de Kaido no hizo sino inquietarle más, haciendo que la piel se le pusiese de gallina. Al parecer, alguien había estado observándoles desde lo alto, mientras viajaban en el carruaje. «¿Para qué demonios iba a estar nadie allí, si la luz no llega a los barcos? A no ser…»
—Quizá el faro no sea para guiar a los barcos —sugirió. Definitivamente, no podía ser para eso—. Sino para guiar… ¿a las personas? —dijo, lanzando la teoría al aire. Con tanta niebla, quizá habían construido aquel faro como una especie de guía para la gente del pueblo, por si se perdían por la isla… Negó con la cabeza. No le convencía demasiado—. Creo que es mejor que te quedes con nosotros, Kaido —añadió, tratando que el creciente temor que se iba apoderando de su ser no se viese reflejado en el tono de su voz—. Tengo la impresión de que esto pueda empezar a ponerse… problemático.
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«¿Alguien... observándonos?». El Uchiha dedicó otra mirada al faro, más larga y analítica, desde la base oculta entre las copas de los árboles, hasta la cumbre tenuemente iluminada. Desde allí no era capaz de ver a nadie, por mucho que lo intentase, pero desde luego algo extraño estaba sucediendo en Isla Monotonía.
—Estoy de acuerdo, Kaido-san —terció Akame ante las palabras de su compañero de Aldea—. Definitivamente no parece que en esta isla no esté pasando nada.
Notó un escalofrío por la espalda. El ambiente parecía enrarecido, más frío de lo que cabía esperarse de una noche de Verano. Akame oteó el pueblo desde las alturas, y le pareció tan desierto y tenebroso como antes, mientras lo cruzaban en sus carruajes. «Carruajes...». El gennin se agachó para observar las huellas que araban el sendero. «Parecen de un solo carromato, y son recientes. Pero son menos profundas que las otras, por lo que el vehículo debía ir menos cargado. Sí, probablemente sean las huellas del carromato del señor Soshuro».
Con cuidado de no estropear el rastro, Akame hizo por un momento caso omiso de sus compañeros y siguió los surcos colina abajo, con la vista fija en el suelo.
—Joder... —masculló de repente—. Las huellas terminan aquí.
Si los otros muchachos se acercaban, verían que los surcos dejados supuestamente por el carruaje del señor Soshuro se desviaban del sendero, haciéndose más profundos y anchos, y terminaban en la ladera de la colina frente a la que se alzaba el misterioso faro. Todo parecía indicar que el carro se había despeñado.
Aquella revelación no hizo más que realzar la preocupación de cada uno de los presentes, sobre todo en el escualo. El latente miedo que generaba el profundo desconocimiento que tenía Kaido acerca de todo lo relacionado con la isla volvió a renacer, escalando los muros de su ciega valentía y haciendo mella en su conducta; obligándole a actuar con suma cautela a partir de ahora.
No se podía permitir ser un bocazas cuando la situación ameritaba tener la cabeza centrada, y pensar en frío.
El gyojin acompañó entonces a los Uchiha en su avance, dejando que Akame examinara las pistas como mejor lo podía hacer él. Con ojo crítico, y escrutinio, siguió las marcas del carruaje que de a poco iban haciéndose más profundas y extensas, a tal punto de terminar desviándose del camino principal; dirigiéndose directamente hacia la ladera de la colina aledaña contigua al misterioso faro.
«¿pero qué coño?»
—Por lo visto, quisieron tomar un atajo —argumentó, dejando que sus pies se vieran abrazados en su totalidad por una ligera capa de chakra que le permitió afianzarse al terreno, y así poder asomar ligeramente la cabeza por sobre el barranco. Dudó que pudiera ver algo con tan perpetua oscuridad, pero tenía que intentarlo.
Como un verdadero perro sabueso, Akame olfateaba el rastro con el mejor sentido que todo Uchiha tenía: la vista. Había identificado el surco dejado por el carromato de Soshuro, que les conducía por el camino de vuelta al pueblo. Llegado a un momento dado, sin embargo…
—Joder... —masculló de repente—. Las huellas terminan aquí.
«¿Q-qué? ¡Imposible!»
El Uchiha se precipitó hacia las huellas, examinándolas él mismo con sus propios ojos. Akame tenía que haberse confundido. Tenía…
—Joder —farfulló, irritado. La luz de la luna no era la mejor del mundo para rastrear, pero no había duda que allí se terminaba el rastro. Además, justo al desviarse del sendero, el Uchiha observó que los surcos dejados por las ruedas del carruaje se volvían más profundos, como si…—. Parece como si llevasen peso extra a partir de aquí… Como si alguien se hubiese subido justo cuando se produjo el desvío… O cuando ese alguien provocó el desvío. ¿El superviviente, quizá? —preguntó, más para sí mismo que para ellos.
Kaido, tras hacer un pequeño comentario jocoso sobre el asunto, se había asomado por el barranco. El Uchiha dudaba que viese nada con aquella oscuridad, pero no estaba de más asegurarse. Él, mientras tanto, volvió al camino, justo donde el carromato se había desviado, y trató de buscar otro tipo de huellas en el suelo… Pisadas, concretamente, procedentes del pueblo. Solo así podría confirmar su más reciente teoría…
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El Gyojin asomó la vista por encima de la escarpada ladera. La caída era de al menos diez metros, suficiente para que cualquiera que sufriera un accidente tuviese muchas posibilidades de morir al estrellarse contra el suelo. Sin embargo, aparte de eso, no pudo identificar mucho más. La Luna llena iluminaba todo el bosque con su resplandor, pero las copas de los árboles eran frondosas y poco dejaban ver. Kaido sí pudo distinguir, sin embargo, un estrecho sendero que cruzaba el bosque y, bordeando la colina, conectaba el pueblo y el misterioso faro.
Por su parte Datsue volvió sobre sus pasos y halló... Pasos. Más pasos. Allá donde terminaban las huellas del carruaje, podían distinguirse varias de personas, que tanto subían la colina como la bajaban en dirección al pueblo.
Akame se paró a su lado, con los ojos muy abiertos. Nunca lo admitiría, pero una gota de sudor frío se deslizó por su frente y le provocó otro escalofrío. A lo lejos, entre las copas de los árboles, una lechuza ululó.
—Por todos los demonios de Yomi... —masculló el Uchiha entre dientes—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Por todos los demonios de Yomi... —masculló el Uchiha entre dientes—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Podemos ir al embarcadero, esperar que amanezca y tomar el primer barco disponible para salir cagando leches de aquí —admitió con la seriedad que para nada le caracterizaba, con los ojos abiertos como bol; puestos en el sendero que contaba con dos estrechas bifurcaciones a través del bosque. Ambas conectaban por separado al pueblo, y al faro. Una caída de unos diez metros les separaban del fondo de aquel oscuro abismo que sólo podrían descubrir si se animaban a adentrarse en el corazón de los bosques—. o tomamos ese camino que nos lleva hasta el pueblo y buscamos a alguien que nos explique qué demonios está pasando. Si es que realmente hay alguien en ésta puta isla, porque las señales dicen lo contrario...
De haber sido aquello un desierto, en cualquier momento habría pasado frente a ellos una típica bola de paja con el viento silvando a su paso. Pero era evidente que la ausencia de movimiento en el pueblo era cuanto menos alarmante, y que aunado a la desaparición de las barcas de Soshuro junto al resto de los tripulantes hacía de aquella visita una experiencia tétrica e indescifrable experiencia, sino la más.
Nadie les culparía si elegían pasar exponencialmente del asunto, y abandonar cualquier pretensión sobre la herencia del viejo perdido.
—Los dejo en sus manos, aunque no parece que tengamos demasiadas opciones. De aquí a que amanezca...
«La noche es oscura y alberga temibles horrores» —se dijo introspectivamente, recitando la frase de algún libro que habría leído tiempo atrás.
El corazón le dio un vuelco ante el repentino descubrimiento. Efectivamente, allí donde terminaban las huellas del carromato había rastro de pasos. Por el tamaño de las huellas y la dirección de las suelas de los zapatos, pudo apreciar que eran de distintas personas, y que tanto iban hacia el pueblo como volvían de él. Cuán recientes eran las huellas, eso no alcanzaba a saberlo.
Mirándolo en retrospectiva, quizá debería haberse informado un poco con los criados de la mansión. Preguntar cómo iban por allí las cosas, qué tal se vivía en la isla… Todavía estaba a tiempo de volver, claro, pero el Uchiha dudaba que una vez puesto el pie dentro de la hipnótica seguridad que siempre ofrecían cuatro paredes bien iluminadas, se atreviese a salir otra vez para seguir investigando…
Y el Uchiha necesitaba saber qué estaba ocurriendo. No por la curiosidad, y ni mucho menos por la preocupación por el bienestar de Soshuro, sino porque aquella noche, en aquel mismo instante, el Uchiha se estaba jugando su futuro. Una herencia que le podría solucionar todos y cada uno de sus problemas, y que le permitirían vivir el resto de su vida sin dar un palo al agua, como siempre había soñado. No podía dejar escapar aquella oportunidad sin más, y, si de algo estaba convencido, es que no podría hacerlo él solo.
Necesitaba aquellos dos shinobis como agua de mayo en el País del Viento.
—¿Dejarlo en nuestras manos? —preguntó Datsue, con voz escéptica, tratando de imprimir la mayor seguridad que pudo en el tono de su voz—. ¿Salir cagando leches de aquí? —repitió, con voz estridente. Le lanzó una mirada de incredulidad, mezclada por la decepción—. ¿Pero es que Yota ha hecho un Henge y se está haciendo pasar por ti? ¿O qué cojones me he perdido? —se acercó a él y le clavó un dedo en el pecho, apuntándole—. ¿Tú eres Kaido de Amegakure o no lo eres? —preguntó, acusador—. Porque me niego a creer que un Kusareño haya demostrado más cojones en el barco de lo que tú estás demostrando ahora mismo.
Quizá se había pasado. Seguramente se había excedido con la última frase. Pero había creído captar cierto orgullo en la forma de ser de Kaido, y nada envalentonaba más a un vanidoso que oír cómo le acusaban de cobarde.
—Supongo que contigo cuento para ir al pueblo y seguir investigando, ¿eh? —preguntó a Akame, tratando de sonar más confiado de lo que estaba—. Un misterio a la altura de los mejores libros que has leído… ¡pero esta vez viviéndolo en persona! Apuesto a que nada en el mundo podría alejarte de tratar de resolver este enigma, ¿eh?
«Vamos, cojones… ¡Se supone que vosotros sois los valientes! No me dejéis solo o me cagaré por la pata abajo…»
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