Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El compartir continuó sin ningún tipo de inconveniente, a tal punto de que poco quedaba en las mesas del sustancioso almuerzo que habían preparado para todos los invitados que ocupaban aquel barco. El tiempo corrió mucho más rápido de lo que algún tripulante hubiera podido predecir y pronto sabrían que ya habían zanjado casi la mitad del camino, para cuando un potente haz de luz iluminó el horizonte y logró captar la atención de los presentes y así también la del Timonel, quien advirtió tan pronto como pudo de que más pronto que tarde, el barco alcanzaría los linderos de una inevitable tormenta, que se cocía en nubes negras y llovizna a unas cuantas leguas adelante.
Bastó media hora para que la embarcación finalmente tocara el ojo de aquel temible temporal. Grandes ventiscas azotaban a los presentes, y las incansables gotas de lluvia hacía de aquella borda un peligroso lugar para estar si no se lograban aferrar fuertemente a una pieza del mismo barco. Así que todos hicieron lo propio, sintiéndose salvos de los caprichos de la lluvia, y la turbulenta marea.
Pero nadie mejor que Kaido sabía que, no importaban demasiado qué tantas precauciones se tomaran, si la Tormenta decidía hundir aquella barcaza, lo haría sin rechistar. Y así se los hizo saber, cuando...
¡CRACK!
Kaido siguió el pequeño caudal de sangre que salía lentamente despedido del fallecido tripulante. La siguió tan de cerca, y embelesado por ella, que mantuvo la mirada hasta que la lluvia comenzó a escurrir la sangre con el agua, como si tratase de limpiar su desastre y salir impune de tan fatídica muerte.
«Vaya la de suerte que es ser un Hozuki en éste momento. Si ésta maldita tormenta nos hace naufragar, probablemente yo...»
De pronto sus dubitativas fueron interrumpidas de nuevo por otro accidente, aunque el que ahora se encontraba en peligro aún se aferraba a la vida. Alguien podía hacer algo, desde luego, y quién más que el valiente Yota, dispuesto a rebatir las teorías sobre su aldea y sobre su gente con una actuación heroica.
Pidió la ayuda de Akame, y aunque Datsue estuvo dispuesto a ayudar también, eligió finalmente no entrometerse en los asuntos del par de salvavidas que harían lo posible por salvar a aquel muchacho.
Tanto Yota como Datsue se apresuraron a enunciar, con total determinación, que había que hacer algo para ayudar al pobre marinero. El de Kusa fue más directo que el de Uzu —cosa que Akame ya esperaba— pero aun así no levantó el culo del asiento. «Hijos de una hiena sifilítica, ¿así es como pensáis ayudar?». El Uchiha lanzó una mirada a Kaido, a juzgar por su aspecto de escualo, parecía el más indicado para completar aquella hazaña; «Tiene agallas, ¿podrá respirar bajo el agua también?». Sea como fuere, el Pez no parecía dispuesto a mover un sólo dedo.
—Por todos los demonios de Yomi... —masculló el Uchiha mientras concentraba chakra en las suelas de sus sandalias ninja.
Todavía sin tenerlas todas consigo, Akame se puso en pie. La capa de energía que recubría sus sandalias le mantuvo pegado a la resbadaliza cubierta, que se bamboleaba a un lado y a otro, golpeada por las olas. Caminó unos cuantos pasos, inseguro, mientras se acercaba a la barandilla tras la que estaba colgado aquel tipo. Todavía podía oír sus gritos de auxilio por encima del rugir del mar, la tormenta y las órdenes voceadas del timonel.
El Uchiha se asomó y vio al marinero agarrado con ambas manos de una de las cuerdas que se habían soltado con el temporal. Agarró la soga con ambas manos y trató de tirar... Sin éxito. Aquel tipo podía pesar, fácilmente, treinta kilos más que él. «Jamás conseguiré levantarlo a pulso». Tiró una vez más, tiró con todas sus fuerzas, pero no hubo manera. Notó como el barco daba otra sacudida y la cuerda se le escapó de las manos, silbó por el aire como una serpiente furiosa y...
Cayó al mar. Akame lo observó todo con los ojos como platos, buscando entre el oleaje al marinero que ya había desaparecido. Retrocedió con un brinco, temeroso de sufrir él el mismo destino si se quedaba demasiado cerca de la barandilla.
—
La tormenta amainó poco después, como si Susanoo ya estuviese satisfecho tras cobrarse un par de víctimas de aquel barco, y las nubes abandonaron el cielo. El atardecer estaba casi en su punto más bajo, con el Sol iluminando vagamente el mar desde el horizonte. La embarcación, algo maltrecha pero todavía lo bastante en condiciones como para llevarles hasta su destino, surcaba el mar a paso lento, casi triste.
—¡Tierra a la vista! ¡Nos acercamos a Isla Monotonía! —vociferó el vigía desde lo alto del palo mayor.
—Al fin... —suspiró Akame desde su asiento, todavía empapado, con los ojos fijos en la pequeña islita que se intuía ya en el horizonte.
—¡Tierra a la vista! ¡Nos acercamos a Isla Monotonía!
Datsue elevó al fin los ojos del suelo, emitiendo un suspiro prolongado, como si hubiese estado aguantando la respiración por mucho tiempo. El Uchiha se había quedado callado durante el resto del trayecto, pensando en los dos pobres marineros cuya vida había sido segada de forma tan prematura y precipitada. Por el primero no hubiese podido hacer nada, pero por el segundo… Si hubiese ayudado a Akame a tirar de la cuerda…
El Uchiha sacudió la cabeza. Era mejor no pensar más en ello, o de pronto se encontraría preguntándose por la posible esposa —ahora viuda— que aguardaba paciente a que su marido regresase a casa, con la feliz noticia de que se había quedado embarazada.
Se levantó, y posó una mano en el hombro de Akame, a quien le había escuchado murmurar algo segundos atrás.
—No te tortures —dijo, mirándole a los ojos—. Has hecho lo que has podido.
Entonces le dio la espalda. La ropa, empapada, le pesaba, y sentía el frío en su piel de gallina. Arrastró los pies hasta la proa, sin intercambiar la mirada con nadie más, y alcanzó a distinguir su destino en el horizonte: la isla Monotonía.
Allí le aguardaba la solución a todos sus problemas. Su tesoro. Su oportunidad para una vida mejor. Sin embargo, tras la muerte de los dos marineros, el Uchiha se encontraba desanimado. Pesimista. Aquello había sido un mal presagio, y ahora dudaba más que nunca que el señor Soshuro fuese a elegirle a él como heredero.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—¡Tierra a la vista! ¡Nos acercamos a Isla Monotonía!
Aquellas palabras de aviso lograron sacarme de mi particular trance. Quizás, y solo quizás, si todos le hubiéramos echado un cable a Akame y entre todos hubiésemos tirado de aquella cuerda que era la única esperanza del hombre que murió ahogado le habríamos salvado... Pero eso era algo que no íbamos a saber nunca y sus gritos quedarían grabados en nuestros cerebros, al menos en el mío.
No obstante, debía seguir con mi propósito. Habíamos llegado por fin a isla Monotonía, no era muy grande pero se antojaba acogedora aunque, sobre todo, repleta de los lujos de aquel ricachón moribundo.
Datsue se interesó por el murmullo de su compañero de ¿clan? mientras que yo caminaba cabizbajo aún sumido en mis propios pensamientos, como si formará parte de un rebaño de ovejas que sigue a su pastor, sin saber exactamente a donde nos llevaban , seguramente al palacio o dodne fuera que estuviese el tal Soshuro.
Kaido no se atrevió a vestir su rostro con una de sus típicas sonrisas, ni a decir nada fuera de lugar; durante lo que restó de ruta. Esa fue su forma más apropiada de presentar sus respetos y hacerle duelo a dos hombres que habían perdido la vida haciendo su trabajo, lo que de alguna forma le recordó lo peligroso que podía llegar a ser su propia ocupación. Pero, a diferencia de en otras ocasiones —en las cuales, la decisión de no ayudar al prójimo no pesó tanto como en ese instante— nunca se había sentido tan mal consigo mismo, o con su forma de proceder.
Cuando el marinero cantaba la cercanía a la isla Monotonía, ya lejos del área donde estaba ahora la profunda tumba de los marineros que Akame no pudo salvar; el gyojin lo supo.
«Remordimiento. ¿Con que así es que se siente, eh?»
Entonces se acercó a los linderos de sus colegas, donde Datsue consolaba a su compañero, y Yota, por otro lado; apreciaba el hecho de que hubieran llegado finalmente a su destino.
—Sin martirios, Akame. Esos hombres han perecido cumpliendo con su labor, que era la de traernos a todos hasta ésta isla en una sola pieza. No hay muerte más honrosa que esa.
Y aunque sus palabras de ánimo probablemente fallaran en su objetivo, sentía necesario decirlo. Comerse la cabeza con aquel par de pérdidas no sería sino una forma de restarle mérito al sacrificio de aquellos dos marineros, que por los caprichos del destino, sucumbieron durante el viaje.
El Uchiha torció el gesto ante las condolencias de sus dos compañeros de profesión. Se cruzó de brazos, bajando la mirada hasta dar con la fiel madera del barco —que había resistido los embites de las olas durante la tormenta—. Apretó los dientes mientras en sus ojos se reflejó el rostro de aquel marinero sin nombre al que había intentado, sin éxito, salvar de su inmediato destino.
—¿Quién ha dicho tal cosa? —replicó el gennin, todavía sin alzar la vista, ante los comentarios de Kaido y Datsue.
Mentía al pretender que aquello no le había afectado, claro. Pero era sincero en el hecho de que no lo sentía del mismo modo que sus compañeros. Uchiha Akame no era ajeno a la muerte.
Sea como fuere, el barco acabó atracando, con éxito, en el pequeño embarcadero de Isla Monotonía. Ya era noche cerrada, y el lugar estaba envuelto en una bruma oscura, rota sólo por los puntos de luz brillante que ofrecían farolas dispuestas a lo largo del muelle. El lugar no parecía opulento ni lujoso en absoluto, sino más bien descuidado y viejo. La niebla que lo cubría todo no hacía sino acrecentar aquella sensación de soledad y olvido.
Los marineros arreglaron aparejos, echaron el ancla y colocaron una escalerilla de madera para facilitar a los invitados el llegar a tierra.
Allí los esperaba la comitiva de bienvenida. El primero en recibirles fue un anciano de estatura considerable, muy flaco y demacrado, que se apoyaba en un bastón de madera negra. Su rostro estaba surcado de arrugas y profundas marcas, y sus ojos parecían dos luceros en las cuencas hundidas de su rostro. Vestía con un sencillo yukata de color blanco con rebordes rojos, muy viejo y desgastado, y calzaba unas getas de madera. Por su atuendo, nadie diría que era un noble con una isla en su poder.
—¡Ah, mis queridos invitados! Bienvenidos a Isla Monotonía —les saludó con una voz grave y rota—. ¿Qué tal el viaje?
Junto a él había un total de cuatro fornidos hombres, todos de complexión y rasgos parecidos; piel pálida, pelo negro y ojos claros. Eran más altos que cualquiera de los muchachos y visiblemente más corpulentos, y sus rostros parecían del todo inexpresivos. Nisiquiera miraban a la comitiva, sino que parecían embelesados en algo que hubiera más allá del horizonte.
La primera en presentarse fue la mujer noble, que con una elegante reverencia dio su nombre y apellido; la siguió su fornida guardaespaldas, Togashi Yuuki. Soshuro respondió con una tosca inclinación de cabeza que daba a entender el poco interés que tenía en aquella invitada.
—Buenas noches, Soshuro-sama —saludó Akame, recordándose que estaba hablando con un miembro de la nobleza, por poco que lo pareciese—. Mi nombre es Uchiha Akame.
Los ojos del viejo se movieron rápidos, buscando primero al gennin. Y luego, al encontrarlo, se detuvieron en su pelo y sus ojos.
—Ah, excelente. Bienvenido Uchiha-san —respondió, con una reverencia tan profunda como su maltrecha espalda le permitió.
Datsue no respondió a la réplica de Akame. Incluso alguien como él, que hablaba hasta debajo del agua, sabía reconocer esos momentos en los que uno no debía sacar a pasear su lengua. Y aquel era uno de esos.
En su lugar, esperó solitario, junto a la popa, a que el barco llegase a tierra. La Isla Monotonía les recibió entre una espesa niebla, apenas espantada por las luces de las lámparas, que flotaban suspendidas en el aire como espíritus melancólicos. A decir verdad, la primera impresión no fue del todo positiva. No era ni la mitad de glamurosa ni de exótica que el Uchiha se había imaginado. Pero seguía siendo una isla, y eso ya era decir mucho.
Una isla cuyo dueño pronto pudo conocer. Se trataba de un hombre anciano, de vestimenta más propia de un pobre que de un rico, pero cuya escolta no dejaba lugar a dudas de su poder adquisitivo. El anciano se había traído a nada menos que a cuatro hombres, tan fornidos como las profundas raíces del Árbol Sagrado.
—Mi nombre es Uchiha Datsue —se presentó, tras Akame, haciendo una florida reverencia. Como todavía no sabía el carácter de aquel anciano, ni de qué pie cojeaba, prefirió ser escueto, y tan solo añadió:—. Un placer conocerle.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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Renegando de sus sentimientos, Akame negó todo aquello como bien lo sabía hacer un profesional, demostrándose tan calmo como habría de esperar. Ni Datsue, ni él, tenían intención de llevarle la contraria, porque probablemente ellos dos también estuviesen luchando internamente con sus propio demonios nacientes de presenciar la muerte en primera fila. Y no sólo en una ocasión, sino en dos.
De cualquier forma, no había nada que hacer. La barca no iba a regresar, eso estuvo claro en el momento en que el ancla fue soltada hacia las profundidades de la costa. Los marineros prepararon todo y dispusieron de una rampa para que los presentes pudieran dejar el maltrecho navío y así surcar los oscuros linderos de la Isla monotonía, que, encerrada en la sepulcral oscuridad de la noche, tan sólo se dejaba ataviar por unos cuantos puntos luminiscentes a lo largo y ancho de la ciudad.
Allí abajo, una comitiva de bienvenida les recibió; compuesta por un hombre de edad avanzada y de cuatro guaruras, todos con aspecto curiosamente similar. Tan fornidos y serenos a la vez que daba mala espina.
Aquel panorama, le recordó sin duda a cuando él, Akame, y Kotetsu; viajaron kilómetros hasta tierras desconocidas bajo falsas promesas de grandeza, sólo para pelear un par de veces por sus vidas. Kaido no era un tipo pesimista, ni mucho menos, pero algo le hacía creer que éste nuevo viaje en particular iba a ser similar a aquella fatídica aventura.
—Umikiba Kaido —alegó, en seco, y sin un sólo ápice de protocolo.
Estaba todo dispuesto para que Soshuro recibiera a sus aspirantes a ricachón. Tanto era así que tan solo debíamos cruzar aquel puente de madera para bajar de la embarcación y verle, esperando, con un aspecto totalmente decrepito junto a 4 de sus guardias, fornidos como robles de los más gruesos.
*Soshuro-sama*
Uno a uno fuimos bajando y pronto empezaron las presentaciones. Primero fueron las dos damas, más tarde fue el propio Akame que daba a conocer su nombre para que posteriormente Datsue y Kaido hicieran lo propio.
Era mi turno.
— Yo soy Sasagani Yota, un placer poder conocerle
Incluso me permití el lujo de hacer una leve reverencia, haciendo gala de los modales que me había enseñado mamá y que tanto costó que aprendiese. Al fin servían de algo más que para saludar al Morikage.
Yota mi pana, 2 días de retraso respecto del límite acordado, sin avisar ni nada... Y es la segunda vez XD A la próxima me veré obligado a sacarte de la trama.
Las demás presentaciones se sucedieron de forma variopinta. Datsue fue el inmediatamente siguiente a Akame, dando ahora sí su verdadero apellido. El timonel del barco, que había bajado junto con los shinobi, le entregó una hoja de papel algo arrugada al noble y éste la ojeó con ojos ávidos mientras los dos gennin restantes se presentaban.
Se hizo evidente que algo inquietaba al señor Soshuro. No era la falta de modales de Kaido, seguro, pues el anciano decrépito nisiquiera prestó atención a la presentación del Tiburón —y eso parecía raro, dado el singular aspecto de éste—. Tampoco pareció reparar en los modales de Yota. No, había algo más. Cuando despegó la vista del papel, su mirada se paseaba entre Akame y Datsue con intermitentes destellos de algo que ninguno de los presentes pudo identificar.
—Ah, acompáñenme, mis queridos invitados —dijo al fin, tratando de alzar ambos brazos en un gesto que quedó a medio terminar por la visible decrepitud del anciano—. Su carruaje está listo.
Soshuro se dio media vuelta y, seguido de sus cuatro guardaespaldas, enfiló la dirección opuesta al embarcadero, envueltos por la niebla. Aquella bruma no era lo suficientemente densa como para impedir ver a la comitiva, pero sí para trasladarles una sensación de inquietud. Las luces del embarcadero titilaban a su alrededor, disipando pobremente la oscuridad de la noche. Tras unos minutos divisaron, al final del sendero, un par de carruajes lo bastante amplios como para transportar a la comitiva al completo.
El noble montó en uno de ellos junto con sus guardaespaldas, seguido de Ide Mizuki y su robusta guardaespaldas. Akame torció el gesto, molesto por no haber sido más rápido que la mujer, y se resignó a compartir vehículo con el resto de sus compañeros ninja. El interior era bastante cómodo, bien acolchado e iluminado por una pequeña lámpara de aceite que colgaba del techo. El Uchiha tomó asiento y esperó a que sus colegas hicieran lo propio.
—Pues... No es lo que me esperaba de un noble rico y deseoso de encontrar un heredero —admitió Akame con cierta gracia—. ¿Todavía seguís interesados en recibir esta... isla?
Una vez todos estuviesen en el carromato, los cocheros harían restallar sus látigos y, a relincho de caballos, los carruajes se pondrían en marcha.
Recorrían un sendero de tierra poco cuidado, con numerosos baches y huecos que hacían tambalearse el carromato. Dejaron el embarcadero atrás, adentrándose en la isla en dirección al pueblo. Éste era, en realidad, una agrupación de viviendas pequeñas y humildes, todas de idéntica arquitectura y construcción; madera pintada de blanco y con franjas rojas. Estaban dispuestas formando un plano perfecto, con idéntica separación entre calles.
A través de los ventanales del carruaje, los muchachos pudieron ver un gran cartel de madera que presidía el pueblo, y el cual rezaba...
BIENVENIDOS A ISLA MONOTONÍA
El lugar donde nunca pasa nada
«Pues no parece un sitio precisamente normal... No se ve un alma por las calles, y será apenas poco después de la hora de cenar. ¿No hay una taberna, ni borrachos a los que servir?», cavilaba el Uchiha.
—¿Y los demás? —murmuró Akame, aunque lo bastante alto como para que en aquel reducido espacio, todos se enterasen. Siete barcos habían partido de las costas de La Capital, pero sólo el suyo parecía haber llegado al embarcadero de Isla Monotonía.
—Pues... No es lo que me esperaba de un noble rico y deseoso de encontrar un heredero. ¿Todavía seguís interesados en recibir esta... isla?
Datsue volvió a meter la cabeza dentro del carruaje y sonrió.
—Oh, disculpe nuestras bajas pretensiones, señor Akame —respondió, con guasa—. La próxima vez no nos molestaremos en hacer un viaje por nada menos que un continente entero. ¡Solo una isla, habrase visto! —exclamó, sarcástico, mientras miraba sonriendo al resto de sus acompañantes.
Si bien Akame tenía parte de razón, una isla seguía siendo una isla, y Datsue pelearía con uñas y dientes por ella. Sin embargo, ya había cometido un error: ir en el carruaje equivocado. Estaba convencido de que la pequeña noble ya estaría engatusando a su mecenas, y eso no le gustaba nada en absoluto. No obstante, había captado cierto interés en la mirada del señor Soshuro. Un interés que no vio en el resto, salvo quizás Akame. «Maldito Uchiha…» Por mucho que dijese que no estaba interesado en la herencia, a Datsue le costaba creer que rechazase algo tan bueno como una isla si se lo dejaban en bandeja.
—¿Y los demás? —preguntó Akame, tras divisar un cartelito con el nombre de la isla.
Datsue se llevó un dedo a los labios.
—Shh… —se apresuró a silenciarle—. Parece que Soshuro no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle. Mejor no decirle nada para evitarle… preocupaciones.
¿Qué seis barcos se habían perdido en la tormenta? ¡Maravilloso! Eso significaba decenas de contrincantes menos con los que luchar por la herencia. ¡Todo eran ventajas!
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27/06/2017, 23:54 (Última modificación: 28/06/2017, 02:06 por Umikiba Kaido.)
—Pues... No es lo que me esperaba de un noble rico y deseoso de encontrar un heredero. ¿Todavía seguís interesados en recibir esta... isla?
Interesado no estuvo nunca, realmente. Y ahora, menos que mas; teniendo en cuenta que la ventaja en aquella competición ya estaba en manos de otros. Probablemente, personajes mucho más carismáticos, elocuentes y de alta alcurnia, mucho más adecuados que el propio gyojin para ser selectos para heredar nada más y nada menos que una isla entera, con todo lo que ello conlleva.
Datsue, sin embargo, siempre fiel a su naturaleza sarcástica, intentó dejar en claro que sus pretensiones era tan o más altas que la de cualquiera. No obstante, si el Uchiha tenía intenciones de tener alguna chance para con el señor Soshuro, o bien se ponía un par de tetas para competir con la hermosa Ide Mizuki; o empezaba a trazarse un plan de acción que le permitiera recuperar algo de trecho en la carrera por la misteriosa, solitaria y moribunda Isla Monotonía...
«El lugar donde nunca pasa... ¿nada?»
Un lugar donde nunca pasaba nada, y que por lo visto; tampoco tenía a nadie.
—Miren, ni una sola alma en las calles para recibirnos —argumentó, mientras le echaba un ojo por fuera del ventanal del carruaje a los linderos y alrededores del pueblo; que hasta entonces se antojaba vacío y solitario a pesar de que aún no caía la noche tardía—. bueno, y es que si mis tierras fueran a ser regaladas a algún extranjero de mierda que poco conoce acerca de mi pueblo, o de mi gente, sinceramente; yo tampoco estaría muy contento que digamos.
Y esa, era sólo una posibilidad. Que los participantes —llámese ellos cuatro, y unos pocos cuantos más, teniendo en cuenta que hasta los momentos, eran los únicos que habían hecho acto de presencia en el embarcadero— no contasen con la estima de los monótonos ciudadanos de aquella lejana isla.
29/06/2017, 20:37 (Última modificación: 30/06/2017, 08:12 por Uchiha Akame.)
Bueno, dado que Yota una vez más (la 3ra concretamente) pasa del límite de 72 horas sin justificación ni aviso, y que además dice que "le saltemos y se acabó el problema", dejamos de contar con él para esta trama. Su pj volverá al barco y no le ocurrirá nada malo, pero ya no seguirá participando.
Seguimos nosotros 3, posteando como hasta ahora.
La carreta siguió su camino a través de las calles del pueblo. No sólo no se veía un alma por allí, sino que además el lugar se encontraba en un estado de limpieza y arreglo que contrastaba con aquella niebla tenebrosa y el aspecto destartalado del embarcadero. Las calles estaban pavimentadas con adoquines de color gris piedra, y unas pequeñas vallas de madera —pintadas de blanco también— señalaban claramente dónde comenzaba la parcela de una casa y dónde terminaba. Al adentrarse en el pueblo, ya dejando muy atrás el embarcadero y el cartel de bienvenida, los muchachos pudieron ver a través de los cristales de sus ventanas que todas las casas estaban numeradas en perfecto orden, empezando por el uno.
—Parece que el señor Soshuro es muy ordenado —comentó el Uchiha con cierto tono satisfecho. Al menos algo se hacía bien en aquella isla.
De repente, el carromato dio un brinco. Una de las ruedas había topado con un desnivel en la calzada, una imperfección que sin duda parecía impropia del lugar. Akame se asomó por la ventana y pudo ver la casa frente a la que justo estaban pasando, la número siete. Parecía tener un pequeño corral, construido de forma bastante pobre, junto al edificio. Y en él, un par de cabras retozaban y bufaban, visiblemente alteradas. Probablemente de no ser por los lazos que las mantenían atadas a un poste, habrían huído a todo correr.
Pasadas las viviendas, el carromato empezó a subir una cuesta al final de la cual, sobre un pequeño monte, se erigía la mansión del señor Soshuro. Incluso desde allí, en la carreta, se podía distinguir que el edificio era imponente; muy grande y amplio, de tres plantas y rodeado de una enorme parcela. «El viejo no escatima en comodidades», se dijo Akame. Junto a la casa, bajo la colina, se podía distinguir una especie de faro; algo más pequeño de lo que cabría esperarse. En mitad de la oscuridad no se podían intuir muchos detalles, pero no parecía estar en funcionamiento. Había luz en la última planta, pero no parecía tan intensa —ni de lejos— como sería necesario para guiar a los barcos... «Aparte de que la costa está a un par de kilómetros de distancia... ¿Qué sentido tiene construir un faro aquí en medio?».
Kaido, que iba sentado el más próximo a la ventana desde la que se podía ver el faro, pudo intuir una figura en el balcón del edificio. Parecía estar observándoles.
Llegaron poco después a la mansión del noble. Los carromatos pasaron el arco de piedra que franqueaba la entrada al recinto y luego subieron un corto camino de tierra hasta la entrada de la vivienda. Desde aquella colina se podía ver un bosque muy frondoso, que se extendía desde los pies de la misma hasta el final de la Isla —el opuesto a donde los chicos habían desembarcado—.
—Ah, pasen, pasen mis queridos invitados —les pidió Soshuro tras bajar del carromato con ayuda de uno de sus guardaespaldas. Los otros tres subieron la escalinata de mármol que llevaba a la enorme puerta principal y la abrieron entre dos. Akame, obediente, se bajó de su carromato e ingresó en la mansión.
La entrada era una estancia amplia, bien adornada con todo tipo de lujos; lámparas bañadas en oro, cortinas de seda blanca, y varios cuadros de figuras que a ninguno de los ninja le resultaron familiares. Nada más entrar un par de criados se aseguraron de que no se mojaran con la lluvia abriendo extensos paraguas y luego les guiaron hasta el comedor.
El salón-comedor resultó ser incluso más grande que la entrada. Una mesa larga de caoba estaba dispuesta en el centro, con suficientes sillas a su alrededor como para que todos los invitados, y su señor, tomaran asiento. Los guardaespaldas permanecieron de pie, tras Soshuro, al igual que el resto de criados.
—Ah, ahora que ya estamos acomodados, permitidme daros la bienvenida a mi isla, la Isla Monotonía —anunció el viejo, tratando sin éxito de sonar altivo—. Por favor, disfrutad cuanto queráis de la comida —añadió, mientras más criados entraban en la sala portando bandejas con todo tipo de manjares—.
Akame empezó por devorar una pierna asada de cordero que una muchachita de apenas trece años había dejado cerca suya, mientras que con la mano libre pidió que le sirvieran un poco de zumo de frutas. «Otra cosa quizás no, ¡pero estoy comiendo como nunca! Por todos los dioses, sólo por esto ya ha merecido la pena el viaje», pensó el Uchiha —probablemente olvidándose de la tormenta.
—Ah, ¿qué tal si me hablan un poco de ustedes? Al fin y al cabo, mañana por la mañana uno de los presentes habrá heredado esta isla, junto con toda mi fortuna.
El trayecto hasta los linderos de la gran mansión del viejo Soshuro transcurrió sin ningún tipo de inconveniente salvo por algún bache en el camino. Quizás para los más atentos, aquello habría significado algo —teniendo en cuenta que si había algo intachable e innegable de aquella isla, es que todo lucía perfectamente pulcro y ordenado; como si se tratase de un pueblo en el que su monarca fuera poco piadoso para con las imperfecciones— pero al escualo no le llamó para nada la atención. Al contrario, se sintió ligeramente aliviado al encontrarse finalmente con algo que estuviera vivo, como lo eran aquellas cabras asustadizas encerradas en el maltrecho corral de la casa número siete.
No obstante, el gyojin no podía dejar a un lado el hecho de que el pueblo le crispaba los nervios. Y mientras más avanzaban por la colina, mayor era su corazonada de que la isla Monotonía tenía algo especial, y diferente; y sus compañeros seguramente estarían de acuerdo en que lo desconocido generaba ese tipo de temor. Un temor resarcido con cada metro de avance, con cada detalle. Con cada discrepancia entre las edificaciones del pueblo, como aquella gigante mansión de tres pisos, y el mal ubicado faro a su costado.
Uno en el que pudo ver desde su privilegiada posición, la figura de un hombre frente al ventanal observándoles con detenimiento. Kaido tuvo que apretarse las piernas, en silencio, y rastrilló los dientes.
«Vamos, ten un poco de coraje; escualo de mierda. ¿Una bestia como tú rehuyendo de un pueblo fantasma? ¡eres el maldito tiburón de Amegakure, nada debe asustarte!»
Torció el gesto, y dejó que la densa neblina consumiera sus pensamientos. Hasta que el carruaje se detuvo, y tuvieron que bajar.
Lo que vino después fue un viaje de excentricidades y derroches en los que cersioraba a los presentes con cada paso lo tangible que llegaba a ser la fortuna del viejo Soshuro. Los adornos de oro, los inmensos espacios, las ostentosas decoraciones. Tantas comodidades reunidas en un sólo lugar, que llegaba a ser hasta cierto punto abrumador. Kaido no pudo evitar compararle con aquel hombre llamado Satomu, filántropo millonario del país del Fuego. Ambos tenían similitudes agobiantes.
Y fue esa comparación de aventuras lo que le obligó a pasar épicamente del banquete. Si aquella vez temió ser envenenado, esa noche lo temía aún más.
—Ah, ¿qué tal si me hablan un poco de ustedes? Al fin y al cabo, mañana por la mañana uno de los presentes habrá heredado esta isla, junto con toda mi fortuna.
—Por aquí Umikiba Kaido, el shinobi más insigne de todo el jodido país de la Tormenta. Siéndole sincero, he venido aquí sin una pizca de expectativa para con su jodida fortuna, porque siendo realista; soy el que menos probabilidades tiene de ser elegido. No sé en que basará esa elección, sin embargo, pero para mí es mejor prevenir que lamentar. Una bestia como yo no es de los que se lamenta por nada —acotó, son la impropia seriedad de su persona. No era usual verle hablar tan sincero, y centrado—. aunque si es tan amable, como premio de consolación me gustaría que me hablase un poco sobre éste país, quiero conocer acerca de sus pueblos, de su folclore, de si las historias que se cuentan en mis tierras son ciertas, o no.
30/06/2017, 03:00 (Última modificación: 30/06/2017, 03:04 por Uchiha Datsue.)
Mientras sus compañeros de carruaje se preocupaban por la apariencia más o menos tétrica del pueblo, el Uchiha lo analizaba todo de forma metódica. Así como el ojo experto y la mente aguda eran capaces de hacer una composición bastante precisa de un ninja a través de la observación de su kunai, analizando sus muescas o la falta de éstas, su cuidado, su antigüedad… Datsue intentaba hacer lo mismo a través de las tierras del señor Soshuro. Cada matiz, cada bache —o más bien, la ausencia de estos—, aportaba a Datsue información valiosísima sobre su dueño.
Fue así como desechó su principal idea de hacerse pasar por bardo, pues dudaba que un hombre con un gusto tan particular por el orden y la limpieza tuviese gran debilidad por la música. Al menos, no por las improvisadas e informales melodías que al Uchiha le había dado tiempo a componer.
En su lugar, se preparó un papel bastante distinto, y por eso, cuando le llegó el turno de hablar en el banquete, el Uchiha se limpió con la punta de una servilleta sus labios apenas humedecidos por la salsa de la carne que había degustado previamente, y su voz, lejos de temblar por la mentira improvisada, salió tan fluida y firme como la de un actor de teatro consumado.
—Como previamente mencioné, soy Uchiha Datsue. —Espalda recta; hombros alineados y hacia atrás; mentón ligeramente levantado. Todo en su expresión corporal recordaba al de un joven noble tan orgulloso como rico, y es que, si quería ser uno de ellos, tendría que empezar a actuar como tal, ¿no?—. Nací en la mar, sobre tres tablas mal colocadas de un pequeño bote salvavidas que se tambaleaba bajo la furia de Susano’o. Mi madre, en paz descanse, fue una antigua escolta del Señor Feudal del País del Agua. Siempre se enorgullecía al contarme que mi sangre era totalmente limpia, sin manchas de ningún otro clan. Mi padre era un shinobi de Uzu, y fue asesinado por el Gobi, el bijuu que posteriormente quedaría confinado en Amegakure. No tengo recuerdos de él, mas mi madre siempre me decía que procedía de una rama de descendencia del mismísimo Uchiha Hazama. Me decía que su sharingan había evolucionado más allá de lo conocido, y que yo, algún día, heredaría su visión.
»Por lo demás, soy un tipo de lo más tranquilo. No me gustan las excentricidades, ni los ruidos, ni las improvisaciones. Soy un chico de hábitos y de costumbres muy marcadas. Limpio, ordenado, y extremadamente metódico. Quizá por eso, mis compañeros de Aldea me llaman Datsue el Profesional. Pertenezco a esa especie en extinción que piensa que la tradición debe prevalecer sobre las modernidades, que las viejas costumbres y el linaje son más importantes que las alocadas aventuras con las que muchos jóvenes de hoy en día suelen sueñar.
»Soy, en definitiva —«su jodido hombre» —, un chico de fuertes principios y valores morales, que cree en la importancia de los buenos modales y la educación, así como el sosiego y la reflexión introspectiva. Si se me ha de achacar algún defecto, si acaso es el de ser demasiado perfeccionista.
Terminada su presentación, saboreó con finura el zumo de frutas que tenía a mano, y lanzó una mirada de lo más educada a Mizuki, su teórico rival más fuerte. Una mirada con la que pretendía decir… «¡Ja! He dicho reflexión introspectiva sin hacerme la lengua un lío. ¡Supera eso, zorra!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80