Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El mayor de los Uchiha soltó un suspiro —de espaldas a todos, para que nadie pudiera verle— cuando su compañero de misión sugirió, tirando de compasión, que le debían al menos un almuerzo al viejo. «Le debemos mucho más, pero ni eso le devolveremos» quiso decir Akame. ¡Por supuesto que estaban en deuda con él! Le habían interrogado duramente y el tipo ni siquiera parecía en condiciones de amenazarlos. Todo lo que había hecho había sido suplicar que le sacaran de Ichiban.
—Datsue-kun, le has librado de las ataduras de un Juuinjutsu —dijo finalmente Akame, volviéndose hacia el anciano y sus compañeros—. Creo que es pago suficiente por la información que nos ha dado, ¿no estáis de acuerdo?
Interpeló a Eri, pero ella se manifestó a favor del parecer de Datsue. «Dos contra uno...» Derrotado, Akame se limitó a asentir con un deje de impaciencia.
—Vale, vale, está bien... Le traeremos algo. Pero primero, por favor, ¡vamos a comer nosotros! Me rugen las tripas —aseguró, poniendo ambas manos sobre su vientre.
Si sus compañeros le hacían caso, el joven Uchiha saldría por fin de aquella casa vieja y maloliente. El pálido Sol de Otoño le bañó el rostro, y Akame se estiró a gusto apenas pisó el parco camino de tierra que llevaba hasta la vivienda del anciano. Luego de esperar a que Eri y Datsue salieran, el genin enfilaría camino hacia la taberna.
—Joder, todo esto se ha vuelto sumamente oscuro y tenebroso de repente... —caviló en voz alta—. A estas alturas, parece claro que lo que quiera que hiciesen en ese templo está relacionado con los extraños sucesos de la mansión del señor Takeda. Pobre infeliz...
Pese a que al final no logró convencer a sus compañeros de llevar al anciano a la posada, sí consiguió su propósito de, al menos, invitarle a comer. Era lo mínimo que podían hacer tras semejante interrogatorio. Y ahora que Akame lo decía…
—Tienes razón, Akame. Yo ya pagué mi deuda con él liberándolo del juuinjutsu. Es por eso que… —se relamió los labios—, debéis ser vosotros dos quiénes le paguen la comida.
»Sí, tienes toda la razón del mundo —repitió, pletórico por la salida que le había dado su propio compañero para librarse de rascar el bolsillo—. Sí señor. Toooda la razón del mundo.
Cuando Akame tenía razón, había que dársela y punto. Datsue no era nada orgulloso en ese sentido. No señor.
Tras despedirse del anciano, tomó su túnica y gorro de lana y salió de allí con pasos rápidos, temeroso de oír alguna réplica a su sentencia sobre la invitación. Poco después, el mayor de los Uchiha comentaría lo oscuro y tenebroso que se había tornado la misión. Datsue asintió. Lo que había empezado como una broma de algún vecino envidioso había terminado en sectas religiosas de oscuro propósito. ¿Estaría relacionado con lo que ocurría en la mansión? Estaba convencido de que sí, pero todavía no sabía cómo.
Suspiró.
—Y ese juuinjutsu… Los tipos no eran unos fanáticos religiosos cualesquiera. Sabían lo que hacían. En cierta parte, al menos —comentó, pensativo—. No nos quedará otra que inspeccionar la mansión a fondo, a ver si encontramos algo. —Datsue recordó entonces aquel chakra vomitivo que por un momento le había expulsado del genjutsu. Solo de pensar que se encontrarían con algo así en la mansión… le daba escalofríos.
»Aunque yo estoy reventado tras usar el Fūja Hōin —comentó, como quien no quiere la cosa—. Y además… ¡Ah! —Se llevó una mano al muslo derecho, dolorido, y entonces empezó a cojear—. Me dio un tirón y todo. Joder… Creo que… es mejor que os deje ir a vosotros primero, y yo descanse un poco. Y luego yo ya…
»Sí —asintió—, luego yo ya…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
16/12/2017, 13:31 (Última modificación: 16/12/2017, 13:31 por Uzumaki Eri.)
La kunoichi dejó caer sus hombros con cansancio, la verdad es que aquello estaba siendo realmente agotador. Akame, por su parte; accedió a traer algo de comer para el hombre, y lo peor fue que el otro Uchiha ya estaba haciendo de las suyas, por lo que al final la supuesta comida correría a cargo de Akame y Eri.
Ella suspiró, acababan de derrotarla por completo.
Y así, los tres genin abandonaron la casa del hombre, dispuestos a volver a la taberna para llenar su estómago de algo que les diese fuerzas. Eri se mantuvo callada a lo largo del camino, sin ánimo de decir o argumentar nada. Sabía que ahora tocaba ir a esa mansión maldita y solo de recordarlo se le cerraba poco a poco el estómago, por lo cual prefería no darle vueltas al asunto.
Hasta que...
—Aunque yo estoy reventado tras usar el Fūja Hōin. Y además… ¡Ah! —Se llevó una mano al muslo derecho, dolorido, y entonces empezó a cojear—. Me dio un tirón y todo. Joder… Creo que… es mejor que os deje ir a vosotros primero, y yo descanse un poco. Y luego yo ya…
—Y una mierda —le cortó la única fémina del grupo, chasqueando la lengua —, tú te vienes también —sentenció—. La idea del Fūja Hōin fue tuya, además tampoco sacamos demasiado al liberarle del Juuinjutsu, así que después de comer vamos los tres o no vamos ninguno, que para eso es una misión, ¿está claro?
Pero antes de que ninguno de los Uchiha pudieran replicar, ella ya había comenzado a andar muy deprisa, dejándoles atrás y murmurando cosas como hombres....
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Nada más Datsue empezó a coger carrerrilla, Akame ya sabía lo que se le venía encima. Con tantas aventuras y misiones que habían vivido juntos —también peleas—, los Uchiha estaban empezando a conocerse demasiado bien; y él sabía cuando su joven compañero intentaba escurrir el bulto... Que solía ser siempre.
—No pienso hacerme cargo de una deuda que ha surgido de vuestro imaginario colectivo —zanjó el Uchiha, sin mudar su expresión serena—. Así que o pagamos todos, o yo no pienso soltar un ryo. Al fin y al cabo, ahora mismo somos un equipo —agregó, entrecerrando los ojos y soltando una risa divertida.
Pero ahí no quedaba la cosa. En su maniobra evasiva, Datsue intentó además abstenerse de pisar el suelo de la casa —una perspectiva que se había tornado más y más siniestra conforme avanzaba el día—, y sugerirles a los otros dos que hicieran de avanzadilla. Antes de que Akame pudiera replicar, Eri alzó la voz y manifestó sin pelos en la lengua lo que pensaba de la idea de su compañero. El mayor de los Uchiha escuchó, atónito, cómo aquella chica se despachaba a gusto sin que le temblara el pulso ni un momento.
Cuando terminó, enfiló el camino hacia la taberna y se adelantó con visible enfado. Akame soltó una carcajada a pleno pulmón.
—¡Me gusta esta chica! —exclamó, riendo, mientras le daba una palmada en el hombro a su compañero.
—
Cuando los shinobi llegaron a la taberna el ambiente estaba más o menos igual de tranquilo que por la mañana. Parecía claro que en un pueblo tan pequeño como Ichiban, la gente no tenía por costumbre comer fuera de casa en los días de trabajo. Casi todas las mesas estaban vacías, y sólo había una ocupada por un par de parroquianos que jugaban a la cartas y bebían sake, y otro que hacía lo mismo con un pequeño vaso de madera en la barra.
Akame tomó asiento en la mesa más cercana a la chimenea, que crepitaba irradiando calidez, e hizo señas al hombre que lustraba un par de jarras de cristal tras la mesa.
—Un estofado y una jarra de agua, por favor —exclamó a viva voz, sin siquiera levantarse.
«¡Imaginario colectivo, dice! ¿¡Será cabrón!?» Como la guinda del pastel, Akame acabó soltando una carcajada, asegurando que ahora formaban un equipo.
—Bueno… Yo no fui el que se puso a darle bofetones a un pobre anciano indefenso. Esto de no querer pagarle un simple estofado es muy feo por tu parte, Akame… Muy feo. —le reprochó—. Y nada profesional —agregó, para rematar.
Pero parecía que aquel día estaba gafado, o que aquellos dos se habían puesto de acuerdo para llevarle la contraria, porque ni Akame aceptaba que Datsue se librase de pagar, ni Eri que acudiese más tarde a la mansión. Así se lo hizo saber la kunoichi, en un tono que no admitía réplica alguna.
—Para que luego digas que no te ves haciendo de ninja malo… —farfulló por lo bajini, mientras le desaparecía la cojera misteriosamente.
—¡Me gusta esta chica! —exclamó Akame, dándole una palmada en el hombro.
—Bah… —murmuró, dándose por vencido—. Ninjas…
• • •
—¡Lo mismo para un servidor! —exclamó, tras el pedido de Akame. Se acomodó en la silla, se inclinó sobre la mesa y murmuró—: Bueno, ¿y qué hacemos ahora? ¿Preguntamos al camarero qué sabe del templo ese? ¿O vamos directos a la maldita mansión?
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Antes de que ninguno pudiese replicarle, ella ya se había marchado y pronto se hallaban de nuevo en la taberna, refugiándose del frío otoñal de aquel lugar y buscar algo que llevarse al estómago, caliente, a poder ser.
—Lo mismo —coreó Eri sentándose al lado de Akame e ignorando por completo al otro Uchiha.
— Bueno, ¿y qué hacemos ahora? ¿Preguntamos al camarero qué sabe del templo ese? ¿O vamos directos a la maldita mansión? —preguntó Datsue en un murmullo. En un principio la joven lo miró con cara de pocos amigos, luego paseó la mirada por el lugar y optó finalmente por encogerse de hombros.
—Por mí, deberíamos ir ya, nadie parece querer cooperar o simplemente saber mucho del tema —fue lo que dijo la fémina después de tomar uno de sus mechones de pelo para jugar con él —. A no ser que queráis preguntar algo, si es así, vamos.
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El hombre que estaba tras la barra dejó a un lado el trapo con el que limpiaba las jarras y asintió a los muchachos, dando a entender que había tomado nota —mentalmente— de la comanda. Poco después desapareció tras la puerta que había junto a la barra, y que seguramente daría a la cocina o la despensa del precario hostal.
Mientras tanto, Akame aprovechaba para calentarse las manos arrimándolas a la candela. Pese a que todavía era mediodía, el viento de Otoño se le antojaba especialmente gélido e Ichiban no era un pueblo lo suficientemente grande como para que supusiera una gran diferencia a encontrarse al raso, en mitad de las planicies.
—Estoy con Eri-san, no tiene sentido retrasar más nuestra visita a la mansión del señor Takeda. Creo que deberíamos comer, reposar un poco y luego revisarla a fondo... Presiento que hay algo aquí que todavía no hemos averiguado.
Poco rato después el camarero reapareció llevando con ambas manos una enorme bandeja de madera. Sobre ella había tres grandes cuencos humeantes de estofado acompañados de tres buenas jarras de agua fresca. El hombre dejó todo aquello sobre la mesa y les dió además tres cucharas y una cesta con varios mendrugos de pan tierno. Akame lo agradeció todo con una inclinación de cabeza y empezó a comer con avidez.
El Uchiha, que ya nada tenía que temer al viento gélido de afuera, dejó su gorro de lana sobre un pomo de la silla. Luego, se friccionó las manos y se humedeció los labios con la lengua, hambriento.
—¡Buen provecho! —exclamó, antes de lanzarse a por el estofado. No solo sabía bien, sino que en un día tan frío como aquél reconfortaba su cuerpo, calentándole por dentro. Durante la comida, apenas murmuró una o dos palabras, centrándose por completo en devorar lo que tenía frente a él, dando de vez en cuando pequeños bocados al pan que le habían traído. Al terminar, limpió el plato con un trozo de pan y se lo llevó a la boca—. Pues coincido con vosotros, sí —farfulló, con la boca llena—. No deberíamos perder más tiempo…
»Aunque quizá —empezó, todavía con la mirada clavada en el plato. Un leve brillo de esperanza iluminó sus ojos—, podría quedarme yo a hacer un par de preguntas mientras vosotros vais a la mansión para ahorrar tiempo… —se llevó el último trozo de pan a la boca, y, sin tragarlo todavía, farfulló—: Ya sabéis: división de trabajo. Todos los buenos equipos lo hacen…
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Eri se dedicaba a calentarse las manos dejándolas aplastadas bajo el peso de su cuerpo. Akame, por su parte, acababa de darle totalmente la razón, por lo que no pudo evitar levantar el mentón con orgullo.
Con suerte el camarero apareció pronto y la joven tuvo que sacar sus manos para posarlas a ambos lados del cuenco que acababa de dejar frente a ella y que hacía que salivase solo de verlo, agradeció al camarero y recobrando su apetito en menos que cantaba un gallo, comenzó a pensar por qué empezar a comer. Así que diciendo un breve buen provecho, la joven empezó a degustar su plato no sin antes tomar un trozo de pan.
Datsue, por su parte; dijo que estaba de acuerdo con ir ya a la mansión. Ella asintió, satisfecha, mientras mojaba un pedazo de pan en su estofado, sin embargo...
—Aunque quizá, podría quedarme yo a hacer un par de preguntas mientras vosotros vais a la mansión para ahorrar tiempo… Ya sabéis: división de trabajo. Todos los buenos equipos lo hacen…
—No —interrumpió Eri mientras se llevaba un poco de agua a los labios —. No vas a sacar nada en claro, así que te vienes con nosotros, como un auténtico equipo...
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Durante la comida reinó el silencio en la taberna, sólo roto por alguna maldición ocasional por parte del parroquiano que estuviera perdiendo a las cartas en ese momento. Akame comprobó con una mirada que sus compañeros parecían estar disfrutando del estofado tanto como él; o quizás era que simplemente estaban hambrientos. Pese a que no habían tenido que realizar un esfuerzo físico notable —a excepción de Datsue, que sí que había sudado la gota gorda para sellar el Juuinjutsu del viejo loco—, todo aquel asunto de la investigación les había hecho trabajar su intelecto a revientacalderas.
Akame se recostó en el respaldo de su asiento cuando terminó, dejando la cuchara cruzada sobre el cuenco para dar a entenderlo, y llamó la atención del rechoncho hombre tras la barra con un gesto de su mano derecha.
—Un té verde, por favor.
El camarero asintió con diligencia y volvió a desaparecer tras la puerta junto a la vieja barra de madera.
Justo cuando Akame se volteaba de nuevo hacia sus compañeros, Datsue soltaba otro de sus comentarios para intentar escurrir el bulto. «Este tío es un marmolillo, ¿todavía no se entera de que no vamos a pasar por ese aro?» Eri le replicó con la mordacidad de quien está perdiendo la paciencia y el propio Akame, en un alarde de serenidad, se limitó a apuntar las palabras de su compañera kunoichi.
—Por las tetas de Amaterasu, Datsue-kun, ¿harías el favor de dejar de intentar eludir tus responsabilidades durante al menos un momento? —le inquirió—. Te quejas más que un kusareño llamado a filas.
Al poco el Uchiha tenía ante sí una taza de madera llena de té, calentito y humeante, que fue despachando con breves sorbos.
—Creo que nos vendría bien un descanso para aclarar la mente. ¿Os parece si volvemos a vernos aquí a las tres?
Datsue suspiró, rendido. Definitivamente, aquellos dos se habían aliado en su contra. No dejaban ninguna grieta, ningún punto débil por el que pudiese atacar para librarse de aquella diabólica mansión.
—Te quejas más que un kusareño llamado a filas —dijo Akame, para rematar su negativa.
—Ja. Ja. Ja —rio, con exagerado sarcasmo. Pese a que el chiste no le había hecho ninguna gracia, se lo apuntó mentalmente para usarlo en el futuro. Seguramente, cuando el chiste fuese para reírse de otro y no de él, le resultaría mucho más gracioso—. ¿A quién narices escuchaste decir ese chiste? —preguntó. No se creía que aquella mente tan cuadrada por el profesionalismo la hubiese discurrido por sí misma.
Pero estaba claro que seguir insistiendo en el tema era perder el tiempo. Finalizada la comida, Akame propuso tomarse un pequeño descanso y volver a reunirse allí a las tres.
—Está bien —dijo Datsue, levantándose—. Y acordaos que hay que llevarle un estofado al viejo —agregó, más para Akame que para Eri.
Seguidamente, subió por las escaleras hasta la habitación que compartía con Eri. Tiró la capa de viaje a un lado, el gorro de lana a otro, y las sandalias a una tercera esquina, para luego echarse boca abajo en la cama. Después de semejante madrugón, y con la comida todavía caliente en el estómago, no le costaría demasiado echarse una pequeña siesta…
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La joven pronto terminó su plato, rebañando el cuenco todo lo que pudo para no desperdiciar ni una gota del estofado. Apuró el vaso de agua y lo dejó todo bien colocado encima de la mesa, recostándose en el respaldo de la silla con la cara surcada por algo parecido a satisfacción.
Aunque Datsue aminoraba aquella sensación intentando escabullirse, de nuevo. Por suerte, Akame y ella estaban totalmente de acuerdo en no dejar que se fuese de rosas. No parecía enfadado por sus constantes negaciones, y parecía más irritado con el otro Uchiha que con ella, así que simplemente no agregó nada más.
—Creo que nos vendría bien un descanso para aclarar la mente. ¿Os parece si volvemos a vernos aquí a las tres?
—Está bien. Y acordaos que hay que llevarle un estofado al viejo
Y acto seguido, el chico del moño desapareció rumbo a lo que sería una pequeña siesta. Eri se quedó mirando por donde había desaparecido el chico y luego se volvió a Akame, con una sonrisa.
—Si quieres, voy yo a llevar el estofado al viejo, tu descansa —le propuso mientras se levantaba, dispuesta a acercarse al camarero y pedir otra ración de estofado para llevar.
Si quieres, para hacer el salto, mueve a mi personaje y nos lo ahorramos.
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Akame despidió a su compañero con una leve inclinación de cabeza y luego se dispuso a seguirle, levantándose él también. El Uchiha no tenía intención alguna de llevarle comida al anciano —le parecía un engorro innecesario—, pero Eri salvó la situación.
—Eso es muy amable por tu parte —dijo Akame, con una profunda inclinación de cabeza—. Gracias, Eri-san.
Con esas, el genin enfiló las escaleras que conducían al segundo piso, jugueteando con la llave de su habitación dentro de uno de los bolsillos de sus pantalones. En ese momento más que en ningún otro agradeció no tener que compartir la estancia con nadie; necesitaba pensar, aclararse las ideas.
«El tiempo es un círculo plano...»
—
Poco después Eri atravesaba la plaza del pueblo —desierta a aquellas horas de la tarde— en dirección a la casa del anciano. Dobló la esquina al llegar a las ruinas calcinadas del antiguo templo y caminó un poco más hasta llegar a la precaria casucha. La puerta de madera podrida estaba firmemente cerrada, al igual que todas las ventanas. Pese a que salía humo de la chimenea, si la kunoichi intentaba ver a través de los cristales no distinguiría gran cosa.
Si llamaba a la puerta, nadie respondería. ¿Tal vez el anciano había decidido echarse una pequeña siesta, como sus compañeros de misión?
Akame dejó que fuese ella la que llevase el estofado. La verdad es que no le importaba, y seguro que Akame necesitaba un poco de descanso antes de llegar a la mansión, después de todo, ella no había hecho nada durante la misión y de alguna manera se lo debía a todos.
Por eso allí se encontraba, caminando por el pueblo para llegar lo más pronto posible a la casa del anciano que acababan de hacer hablar y de salvar —por así decirlo— de ser esclavo de un Juuinjutsu por el resto de su vida. Llamó a la puerta de madera con recelo, mientras que con la otra mano sujetaba la bolsa donde había guardado toda la comida del hombre.
Esperó unos segundos, pero no hubo respuesta por el otro lado. Intentó mirar por una de las ventanas pero fue inútil, no se podía ver nada. Bufó y se alejó un poco, viendo la pequeña cortina de humo que se alzaba desde la chimenea de la casa. ¿Dónde se habría metido aquel hombre?
Llamó otra vez, más fuerte, y esperó.
—¡Anciano! —chilló, desde el otro lado de la puerta —. ¡Le traigo la comida! ¡Abra, por favor!
¿Se habría dormido?
Intentó abrir la puerta de alguna manera, probó con las ventanas también. Solo quería darle el estofado e irse, ¿sería tanto pedir?
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La kunoichi trató de abrir la puerta por sus propios medios; primero utilizando la fuerza bruta, que no fue ni por asomo suficiente para vencer a la gruesa hoja de madera vieja que bloqueaba su camino. Luego, tratando de forzar la cerradura con ayuda de alguno de sus utensilios ninja. Por desgracia para la Uzumaki, su destreza manual no era lo suficientemente alta como para poder siquiera con aquella sencilla cerradura de hierro oxidado.
Finalmente, Eri se fijó en las ventanas. Lo primero que pudo ver fue que había tres; una de ellas junto a la puerta, en la fachada frontal de la casa, y dos más en los laterales, una a cada lado. El marco estaba hecho de la misma madera que la puerta y se insertaba con cierta holgura en la piedra de las paredes. Los cristales estaban sucios y parecían bastante frágiles. Todas estaban cerradas por dentro.