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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ni recibió respuesta, ni los intentos de abrir la puerta —tanto por la fuerza como con destreza —fueron penosos e inútiles. La joven comenzaba a desesperarse, no porque no le abriesen la puerta, sino porque el anciano estaba débil y podría estar en problemas. ¿Y si no lograba entrar? ¿Y si moría por su culpa?

Fue el turno de enfocar su vista a las ventanas. Contó tres, así que se dispuso, no sin antes dejar la bolsa que mareaba ya de un lado a otro en un rincón de la puerta, refugiado. Optó por ir a la más cercana que se encontraba en su posición y la examinó unos segundos.

Luego intentó de nuevo mirar por ellas, pero no veía nada.

Esto solo me podía pasar a mí... —maldijo la joven mientras se disponía a intentar abrirla por la fuerza, pero seguramente resultaría, de nuevo, inútil.

No le quedaba otra: romper la estúpida ventana. Si eso encontraría un par de trozos de madera y los clavaría después, pero ahora la salud del anciano era lo primero, por ello se preparó para ir con todo. No parecían muy robustas, al fin y al cabo...

Tomó carrerilla, ¿iría con el pie, o de un puñetazo? Esto de romper ventanas no era lo suyo. Optó por su puño, que era menos aparatoso. Tomó aire y fue directa...
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—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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Los intentos de la kunoichi de abrir las ventanas a la fuerza fueron, igual que con la puerta, inútiles. Por eso mismo —y después de soltar la bolsa que contenía una cazuela pequeña con estofado caliente y varios mendrugos de pan fresco— la chica se decidió a coger el toro por los cuernos y hacer lo que hiciera falta para entrar...

Tal vez con demasiado poco cuidado. El cristal de la ventana cedió ante el puñetazo de la chica, rompiéndose en mil pedazos que le ocasionaron cortes en varias partes de la mano. Pese a que ninguno parecía especialmente grave, la muchacha pudo ver cómo la sangre empezaba a fluir —especialmente por aquellos cercanos a la muñeca— de forma un tanto preocupante. Parecía una herida más aparatosa que grave, pero debía hacer algo por cortar la hemorragia si no quería que se le complicase.

Ahora sólo quedaba el marco de madera de la ventana, que por fortuna era lo suficientemente alto y ancho como para que la muchacha pudiera pasar a través de él.



Sigue Eri hasta nuevo aviso XD
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Aquello fue, sin embargo, demasiado fácil de atravesar y demasiado estúpido como para no haberlo pensado antes. ¡Acababa de fastidiarse la mano! Se llevó rápidamente la zona afectada cerca de ella y pensó que lo más lógico sería limpiar aquello antes de que los cristales que se podrían haber alojado dentro de su carne, por lo cual los buscó lentamente, intentando sacarlos antes de que fuese demasiado tarde.

Luego rasgó una de sus mangas y la apretó fuertemente contra su herida, mordiéndose los labios por el dolor que estaba sintiendo. ¡Quién le mandaba a ella!

Se hizo un nudo como buenamente pudo y dejó la mano pegada a su pecho, luego miró por la ventana por si podía vislumbrar algo conocido y murmuró:

¿Anciano? —preguntó la joven, asomándose. Tomó rápidamente el estofado y si no escuchaba respuesta, se internaría dentro de la casa para entregar la dichosa comida e irse a mirar aquella herida más detenidamente.
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Por suerte para la Uzumaki, los cortes no eran tan graves ni profundos como podrían haber sido, y tampoco tenía ningún cristal dentro de las heridas. Rápidamente se vendó como pudo utilizando un trozo de tela de su propia ropa; aquello bastaría para contener la hemorragia, al menos por el momento, aunque era improbable que pudiera usar mucho esa mano hasta que fuese debidamente atendida.

Sea como fuere, al final acabó colándose por el hueco de la ventana tras llamar —sin éxito— al anciano. Nada más aterrizar al otro lado aquel olor almizclado y un tanto amargo, el mismo que habían olido la primera vez que entrasen en la casa, se coló por su nariz. La estancia estaba en penumbra, y la única luz provenía de la chimenea que ardía tenuemente. Eri pudo intuir una figura oscura y alargada que se balanceaba junto a la mesa, entre las sombras que arrojaba la luz de la candela.

Al acercarse más vió un cuchillo ensangrentado sobre la mesa y una silla volcada en el suelo. Junto a ella, colgando de una de las vigas de madera del techo, estaba el cuerpo inerte del anciano, con una expresión deformada en su rostro sin vida y una soga alrededor del cuello. Todavía estaba desnudo de cintura para arriba, con las complicadas fórmulas de sellado de Datsue recorriéndole el torso y los brazos. Éstos tenían sendos cortes en las muñecas, empapados en sangre, y caían a ambos lados del cuerpo.

En la pared, frente a ella, pudo leer unos trazos escritos con un líquido rojo oscuro y espeso.

«ABAJO»
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Cuando se coló aquel olor que ya había olido la primera vez que entró al lugar inundó sus fosas nasales. Reprimió un gesto y cerró los ojos para intentar ver con mejor nitidez la estancia, alumbrada gracias a la pequeña fuente de luz que era la chimenea.

¿Anciano? —preguntó, cuando vio una figura balancearse entre las sombras.

Había algo que goteaba, y rápidamente movió sus ojos hasta la mesa y la silla que se encontraba caída en el suelo del lugar. Levantó poco a poco la vista, como quien se da cuenta de algo lentamente. El tiempo parecía ir lento, el balanceo acompasaba sus latidos de corazón cada vez más acelerados hasta que...

Ahogó un grito de horror. De sus ojos comenzaban a escaparse lágrimas que no podía contener mientras que con su mano buena se tapaba la boca, intentando no chillar. El estofado se le acababa de caer al suelo de la impresión, pero aquello no le había importado lo más mínimo...

«ABAJO»

Horrorizada, la joven acudió a la ventana que había roto y se coló rápidamente por ella, yendo a la taberna a zancadas en busca de sus dos compañeros aún con lágrimas en los ojos.
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Eri no tuvo mayor problema para colarse, deprisa y corriendo, por el hueco de la ventana y echar a correr hacia la taberna. Dobló la esquina, cruzó la plaza y siguió en su carrera hasta llegar al edificio más grande del pueblo. Sin embargo, antes de que pudiera alargar la mano para tirar del pomo de la puerta ésta misma se abrió en sus propias narices.

Al otro lado apareció Akame, vestido con las mismas ropas de hacía un rato pero sin su capa de viaje. No llevaba su espada a la espalda, pero sí la bandana de Uzushiogakure en la frente, y por su rostro se podía deducir que no entendía por qué Eri estaba tan alterada.

Eri-san, ¿qué ha ocurrido? —quiso saber el Uchiha, tomándola de los hombros—. Te he visto correr hacia aquí desde la ventana de mi habitación. ¿Ha pasado algo en casa del viejo?

El Uchiha clavó sus ojos en los de la chica, grandes y azules. «Parece aterrorizada... Por las tetas de Amaterasu, ¿¡qué está pasando aquí!?»
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Eri corrió y no dejó de correr hasta que dobló la esquina, huyó de allí y abrió aprisa la puerta de la taberna para toparse con un sorprendido Akame.

Eri-san, ¿qué ha ocurrido? Te he visto correr hacia aquí desde la ventana de mi habitación. ¿Ha pasado algo en casa del viejo?

Aka-Aka- —tartamudeaba la joven, jadeante y apresando su brazo fuertemente —. Muerto... ¡El anciano estaba muerto! —exclamó la chica antes de hipar y volver a llorar —. No podía entrar... Él no contestaba, yo no... Yo no...
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«¿¡Muerto!?»

El Uchiha escuchó con atención las palabras de su compañera, entrecortadas y víctimas de la ansiedad que la estaba atenazando en ese momento. Pese a todo, una cosa le quedó clara; el viejo estaba muerto. Rápidamente su cerebro ató cabos y llegó a la conclusión obvia. «Joder, no podemos dejar que nadie se entere. No al menos hasta que hayamos terminado nuestro trabajo aquí. Lo más probable es que a nadie le importe, pero agitaría los ánimos del pueblo y convertiría Ichiban en un polvorín... O quizás nos relacionen con ello. Podrían acusarnos, ese alguacil eunuco parece tener ya suficientes problemas como para tragar con uno más... Maldición».

Agarrando a Eri de los hombros trató de apartarla de la calle principal, llevándola tras la posada, donde sería menos probable que alguien les oyese. La chica parecía realmente traumatizada, y Akame soltó sus hombros para acomodar ambas manos en torno su rostro. Necesitaba que se centrase.

Tranquila, Eri-san, estás a salvo ahora —dijo, aunque él nunca había sido muy bueno con esas cosas—. Necesito que te tranquilices, ¿de acuerdo? Cuéntame lo que ha pasado.
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El chico no dijo nada al principio, sin embargo sí actuó inmediatamente. Agarró a la chica por los hombros y se la llevó detrás de la posada. La joven no dijo nada, simplemente hipaba e intentaba controlar las lágrimas para no comportarse como una niña pequeña en vez de una kunoichi formada, que después de todo, eso es lo que era.

Tranquila, Eri-san, estás a salvo ahora. Necesito que te tranquilices, ¿de acuerdo? Cuéntame lo que ha pasado —pidió el Uchiha una vez se vieron ajenos a oídos y miradas de algún residente.

Ella respiraba con dificultad, pero asintió lentamente y tomó aire, luego lo dejó ir. Así varias veces hasta que comenzaba a volver a controlar su respiración.

Akame-san, el anciano estaba muerto, creo que se suicidó —murmuró la joven, luego soltó otro hipido sin querer y esperó unos segundos para dar la explicación larga —. Cuando llegué, todo estaba cerrado a cal y canto, pero logré romper una ventana —explicó enseñando su brazo vendado de forma torpe y rápida con la tela de su camiseta —. Entré y todo estaba como lo dejamos, salvo que el anciano... —pausó, tragando grueso y mirando hacia abajo —, estaba colgado del techo, sangre cayendo de sus brazos...

Se mordió el labio inferior, aún con la imagen pegada en sus párpados cuando cerraba los ojos.

Abajo leí, detrás, con sangre... Abajo...
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Eri vomitó todo lo que acababa de vivir en aquella casa apartada de Ichiban como si le estuviese corroyendo las entrañas. Para Akame —que tenía menos escrúpulos que cualquier otro genin que hubiese conocido, salvo quizás Umikiba Kaido—, la escena que relataba su compañera kunoichi no era tan sobrecogedora. Pero incluso un tipo tan poco empático y sobrio como él sabía reconocer cuándo algo era rematadamente de mal gusto, y en aquella ocasión sólo había que ver a Eri, temblando y con los ojos anegados en lágrimas, para hacerse una idea.

No pienses más en eso, Eri-san —le dijo Akame, tomándola otra vez de los hombros—. Ese hombre estaba atormentado y medio chalupa, ya lo viste. La gente tan inestable es imprevisible.

No sabía si sus intentos de consolar a Eri surtirían efecto, pero dejar a una compañera tirada en semejante situación iba en contra de todos sus códigos de shinobi.

Vamos, vamos, te vendrá bien un chocolate caliente y descansar un poco. Vamos dentro —la animó el Uchiha mientras trataba de llevarla de vuelta a la calle principal.

Escucha, sé que debe haber sido horrible ver eso... —le dijo cuando estuvieron frente a la puerta de la posada—. Pero tienes que aguantar el tipo cuando entremos. Si se corre la voz nuestro trabajo se volverá notablemente más complicado, y todavía no hemos terminado la misión.

Luego el Uchiha abrió la puerta y entró.

Tú sube, yo te pido algo —le dijo, dirigiéndose a la barra.



Dado que Datsue está en el cuarto que comparte con Eri, ahora el orden de posteo será Eri > Datsue.
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No pienses más en eso, Eri-san. Ese hombre estaba atormentado y medio chalupa, ya lo viste. La gente tan inestable es imprevisible.

Ella solo asintió, sorbiendo su nariz e intentando relajarse poco a poco. No tenía miedo ni cosas por el estilo, aquello le había impactado más de la cuenta al ser lo más directo que había visto relacionado con la muerte y más siendo un hombre que acababan de asaltar con mil preguntas, atormentado y salvado.

Vamos, vamos, te vendrá bien un chocolate caliente y descansar un poco. Vamos dentrole dijo Akame mientras ambos volvían de camino a la taberna. Ella solo se dejó hacer, encogida de hombros.

Antes de entrar y frente a la puerta, Akame le pidió que mantuviese la compostura cuando entrasen. Ella asintió, sabía que si veían su estado podrían hacer conjeturas, terminado por saber qué ha ocurrido, relacionándoles con la muerte de aquel anciano y miles de cosas más que ella no quería ni pensar.

Está bien, te espero en mi habitación, gracias Akame-san —agradeció y se fue escaleras arriba, sin mirar a nadie en el camino.

No se sintió segura hasta que llegó a la puerta y la abrió lentamente por si Datsue se encontraba durmiendo dentro, tampoco quería perturbar el sueño de su compañero, así que entró lentamente y se fue a su cama, donde se sentó a esperar, retirándose la tela húmeda y llena de sangre que tenía en la mano. La miró detenidamente y suspiró, dirigiéndose al baño para terminar de limpiarla y buscar algo de ropa limpia y entera.

Aquello se estaba complicando demasiado, e innecesariamente.
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Cuando Eri entró en la habitación, se encontró a Datsue tirado en la cama, engruñado como un bebé en posición fetal y durmiendo plácidamente, totalmente despreocupado de la terrible visión que acababa de tener su compañera. Siempre había sido de sueño profundo, y el cuidado con el que la kunoichi entró a la habitación evitó despertarle.


• • •


El viento acariciaba las velas del barco, arrastrando un olor a sal. El oleaje, en calma, sumía en un suave vaivén el casco del velero, donde parecía estar celebrándose una fiesta. Se oía el sonido de una botella de champán al descorcharse. También risas. Gritos de júbilo.

A lo lejos, cada vez más pequeño y borroso, se distinguía una isla.

¡Lo hicimos, Datsue-kun! ¡Lo hicimos! —chillaba Eri, eufórica.

¡Jamás pensé que lo lograríamos! ¡Jamás pensé que existiría de verdad! ¡Datsue-kun, eres mi héroe! —gritó Aiko, plantándole un beso.

Vamos, vamos. Que no es para tanto —decía Datsue, quitándole importancia con un gesto de mano. Entre sus dedos, sujetaba lo que parecía una especie de mano de mármol envuelta en vendas.

¿¡Que no es para tanto!? —gritaba Noemi, quien había recuperado sus extremidades gracias a Datsue el Intrépido. ¡Es la Mano de Midas! ¡Gracias a ti hemos hecho historia! ¿Qué podemos hacer para compensártelo?

Eso. ¿Qué podemos hacer? —se añadió a la oferta Koko, implorándole con ojos vidriosos de la emoción.

Haremos lo que sea… —dijo una muchacha de cabellos celestes. Una chūnin del clan Sakamoto de la cual Datsue se había quedado prendado nada más verla en una ocasión.

B-bueno, ya que insistís, mi…


• • •


Mi equipo de superkunoichis… —farfullaba entre sueños Datsue—. Hay... una… —emitió un gorjeo parecido a la risa—, misión… muy… —otro gorjeo desde la garganta—, especial

Y otro gorjeo, que se convirtió en una pequeña risita aguda.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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Unos momentos después los pasos de Akame pudieron oírse desde la habitación, subiendo las escaleras. El Uchiha llevaba entre las manos una bandeja de madera —que el tabernero le había prestado con el ceño fruncido— sobre la cual reposaba una taza de chocolate espeso y humeante, y un platito con unos bollos dulces. Con la punta del pie derecho empujó la puerta entreabierta para entrar en la habitación; sin el cuidado que Eri le había puesto, obviamente. «Si Datsue-kun no se ha despertado ya, será mejor que lo haga. Esto se está volviendo realmente jodido...»

Ni corto ni perezoso, Akame le propinó un pequeño puntapié a la cama sobre la que dormía su compañero.

Datsue-kun, despierta —le instó—. Se acabó la hora de la siesta, es importante.

Luego dejó la bandeja sobre la pequeña mesa que había en la habitación y esperó a que Eri, que estaba en el cuarto de baño, saliera. Le pondría la taza de chocolate en las manos y la instaría a sentarse, ya fuera en la única silla que había junto a la mesa o en el borde de la cama.

Aquí tienes, Eri-san.



Volvemos al turno libre.
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Así, así… —murmuraba Datsue en sueños, acompañado de alguna risita aguda—. Oh, sí, mucho mejor… Mucho…

¡Plaf! Su cama pegó una ligera sacudida y una voz irrumpió en su sueño como una gran ola estrellándose contra él, sacándole de su mundo onírico en el acto.

Lo primero que vio fue el rostro de Akame, con esas facciones afiladas como el filo de un kunai, su nariz torcida —cuyo causante, seguramente, ya no se encontraba en el mundo de los vivos—, y esos ojos tan negros como el corazón de Izanami.

¡A-Akame! —exclamó, pegando tal salto en la cama que se cayó al suelo—. ¡No es lo que parece, tío, lo juro! —gritó rápidamente, levantando las manos en señal de tregua—. No fui yo quién… —Datsue se quedó con la boca entreabierta. La cerró. La volvió a abrir y, finalmente, la cerró por última vez.

Su mente estaba comprendiendo que acababa de tener un sueño y que ahora se encontraba en la realidad. Deseó que hubiese sido al revés, pero suspiró de alivio cuando se dio cuenta que ni Eri ni Akame podían ver nada de lo que soñaba… gracias a los Dioses. Porque seguramente sino estaría siendo arrojado por la ventana.

Y hablando de Eri…

¿Qué ha pasado? —se levantó, frunciendo el ceño. Algo estaba mal con Eri.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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Cuando Akame atravesó la puerta con un aroma dulce que le acompañaba, Eri no pudo evitar no tardar demasiado en salir del cuarto de baño, pero la herida seguía allí y le escocía, así que hizo lo mejor que pudo para evitar que se infectase más de la cuenta y salió con la mano envuelta en una toalla, que por suerte, ya no se encontraba empapada de sangre.

Una vez fuera se sentó en la cama y dejó que Akame le diese la taza de chocolate.

Aquí tienes, Eri-san.

Muchas gracias, Akame-san —murmuró la joven llevándose la taza a los labios, aunque parecía arder.

¿Qué ha pasado? —preguntó Datsue, y la verdad es que no había reparado en el otro Uchiha hasta que había hablado, enfrascada en no interrumpir su sueño. Miró a Akame y luego alejó la taza hasta su regazo.

Suspiró.

Cuando... Fui a llevarle el estofado al anciano —comenzó ella—, algo iba mal, todo estaba muy cerrado y tuve que entrar por la fuerza, más por la preocupación que porque el anciano comiese —hizo una pausa, pensando en sus próximas palabras —. Cuando entré, estaba allí, él... —mordió su labio inferior y apretó sus pestañas —. Creo que se suicidó...

Su voz se cortó, pero ya no quería llorar ni estaba tan aterrada como antes. Volvió a tomar aire y lo soltó lentamente, mirando el humo que salía de la taza que Akame le había dado.

Detrás, en la pared, había algo escrito... Creo que era... Abajo, ¿o era arriba? No lo sé, no lo vi ni me paré a hacerlo... Lo siento chicos... —se disculpó ella, cabizbaja.
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