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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
—La Diosa no puede acordarse de todos los detalles, al fin y al cabo sólo es una humana. Nos dio este sitio para vivir eternamente en la felicidad, y a ella se lo agradecemos —dijo, con los ojos muy quietos y muy fijos en Kōri-sensei—. Pero tiene sus límites y estoy segura de que cuidar de todo desgasta lo suficiente como para que se le olvide alguno de sus hijos.

Dirigió una larga mirada tanto a Daruu como Ayame. Sollozó varias veces. Sus lágrimas se deslizaban por la piel enrojecida.

—Así que insisto. Pasad la noche conmigo, por favor. Este Paraíso acaba de darme lo único que no podía darme.

La mujer se dio la vuelta y echó a caminar hacia el interior. Su mano izquierda, caída, discretamente hizo unos movimientos que para ojos de alguien no instruído no significarían nada. Pero para Ayame, Kōri y Daruu, formaban una palabra en lengua de signos:

Esperanza.

Daruu miró a Kōri, expectante.
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#77
—La Diosa no puede acordarse de todos los detalles, al fin y al cabo sólo es una humana. Nos dio este sitio para vivir eternamente en la felicidad, y a ella se lo agradecemos —respondió, con sus ojos de acero fijos en Kōri, y Ayame sintió un escalofrío—. Pero tiene sus límites y estoy segura de que cuidar de todo desgasta lo suficiente como para que se le olvide alguno de sus hijos.

«Oh, no... A ella también le han lavado el cerebro...» Se lamentó, y sintió verdadera lástima al ver a aquella kunoichi de Amegakure, casi la única cara amiga que podrían haber visto allí, sollozar de aquella manera. Pero visto lo visto aún no podían bajar la guardia.

—Así que insisto. Pasad la noche conmigo, por favor. Este Paraíso acaba de darme lo único que no podía darme.

Se dio la vuelta, y echó a andar hacia el interior de la casa. Había dejado caer su brazo izquierdo, y a Ayame casi le pasó desapercibido el gesto de su mano. Pero no a los ojos de búho de Kōri. Una simple palabra que complementaba la frase anteriormente formulada. Una simple palabra que cambiaría la concepción sobre aquella mujer y el transcurso de acción de ahora en adelante:

Esperanza.

Quizás se había equivocado. Quizás sólo estaba disimulando y no había caído ante el influjo de Shiruuba aún. Quizás seguía manteniendo intacta su cordura...

Ayame contuvo la respiración momentáneamente; y, como Daruu, dirigió una mirada interrogante hacia su hermano. Él se había mantenido estático, con su rostro de mármol imperturbable. E igual de anodina fue su voz cuando dijo:

—Está bien. Vamos, chicos.

Y los tres entraron dentro de la casa, siguiendo los pasos de la kunoichi.

«Esperanza...» Meditaba Ayame, mordiéndose el labio inferior con profunda tristeza. Ellos estaban muy lejos de representar un mensaje de esperanza para ella. Sobre todo, porque ella, al contrario que ellos, jamás podría regresar al mundo de los vivos.
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#78
Tras la orden de Kōri, el trío se internó en la casa. Era una cabaña grande con interiores de madera. Estaba decorada de forma minuciosa y abundante: casi todos los rincones tenían maceteros, casi todas las paredes cuadros de paisajes y casi todos los estantes figuritas varias. Siguiendo a la chica, llegaron a un salón acogedor iluminado y calentado por una chimenea de piedra encendida. Les instó a que tomaran asiento en uno de los sillones.

Daruu se sentó en un sofá largo que quedaba enfrente de la chimenea y de una mesita de cristal. Dejó un extremo libre para Ayame, y el sillón contrario al que tomó la kunoichi expatriada para El Hielo.

—Sé que es difícil al principio. Pero no nos queda otra que acostumbrarnos. Al fin y al cabo, aquí se vive de lujo —dijo, con una sonrisa falsa—. A veces, sólo hay que tener un poco de paciencia.

—¿Quién eres...? —preguntó Daruu.

Quien yo fuese no importa ya. ¿Quién soy? ¡Una ferviente seguidora de la Diosa!

Daruu levantó una ceja y comenzó a mover la mano por encima del asiento para mandarle un mensaje con la lengua de signos. La muchacha, sin embargo, se dio cuenta, se levantó de golpe y le revolvió el cabello a Daruu.

—Esperad. —Clavó una mirada severa en él, y luego volvió a cambiar de registro—: ¡No os he traído nada para beber! ¿Qué queréis?

—U... una hidr... —Se detuvo al sentir la dura mirada de Ayame en el cogote—. Una Ame-Cola. ¿Tienes Ame-Colas aquí?

—¡Por supuesto! —respondió con una sonrisa, de nuevo, tan radiante como falsa.
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#79
Era una casa amplia, revestida en su interior por paredes, suelos y mobiliario de madera, y decorada de manera exquisita y dedicada. Aquí y allá, múltiples cuadros de paisajes variados colgaban de las paredes y múltiples figuritas los vigilaban con ojos vacíos e inertes desde sus estanterías. Atravesaron varios pasillos siguiendo a la kunoichi, y al fin llegaron al salón.

Por mucho que le costara admitirlo, Ayame se sorprendió encontrando el lugar terriblemente acogedor. El calor del fuego, que crepitaba alegre en la chimenea de piedra, les envolvía en un cálido abrazo al que era difícil resistirse. La mujer les invitó a que se sentaran en el sillón alargado que quedaba frente a la chimenea y detrás de una bonita mesita de cristal reluciente, y ellos lo hicieron.

«Incluso los sillones son cómodos.» Pensó la muchacha.

—Sé que es difícil al principio. Pero no nos queda otra que acostumbrarnos. Al fin y al cabo, aquí se vive de lujo —dijo la kunoichi desconocida, con una sonrisa forzada estirando sus labios—. A veces, sólo hay que tener un poco de paciencia.

—¿Quién eres...? —preguntó Daruu.

Quien yo fuese no importa ya. ¿Quién soy? ¡Una ferviente seguidora de la Diosa!

«Qué extraño...» Pensó Ayame, ladeando ligeramente la cabeza.

Y parecía que no era la única que sentía aquello. Daruu intentó enviar un mensaje mudo utilizando sus manos, pero la mujer, al darse cuenta de ello, se levantó de golpe y le revolvió el pelo.

—Esperad —dijo, y tanto su voz como la mirada de sus ojos grises fueron tan cortantes como una espada de acero. Sin embargo, aquello sólo duró un instante, y enseguida regresó a su habitual gesto amable y alegre—: ¡No os he traído nada para beber! ¿Qué queréis?

—Agua... —Ayame cerró la boca de inmediato. ¡No quería pedir nada de aquel mundo falso! ¿Entonces por qué sus labios habían actuado solos?

—Una Arashi-Remon. Fría —pidió Kōri.

—U... una hidr... —comenzó a decir Daruu, y en aquella ocasión fue Ayame quien le miró entrecerrando los ojos con dureza. ¿Acaso iba a atreverse a pedir otra hidromiel?—. Una Ame-Cola —se corrigió, y Ayame se relajó un tanto. Seguía sin hacerle gracia, pero al menos con una Amecola no terminaría emborrachándose—. ¿Tienes Ame-Colas aquí?

—¡Por supuesto! —respondió ella con una sonrisa, de nuevo, tan radiante como falsa.

—Espera, voy a ayudarte. No podrás con todo tú sola —se ofreció Ayame, levantándose para ir detrás de la mujer.
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#80
—¡Claro, muchas gracias! —agradeció la chica, y tanto Ayame como la mujer se alejaron hacia la cocina.

Estaba al lado del salón. La kunoichi abrió la nevera y le fue pasando latas a Ayame.

—Coge dos. Yo llevaré otra y el agua. —Ella cogió para sí misma otra Ame-Cola.

Cuando volvieron, la mujer abrió su lata y esperó que los demás hicieron lo mismo. Y bebió tranquilamente durante unos minutos, en silencio.

A Daruu todo aquello le parecía muy extraño. ¿A qué estaban esperando?

Y entonces, a las ocho y cinco de la tarde, según el reloj de la casa, ocurrió algo extraño. El siguiente trago de Ame-Cola no le supo igual. No sabía dulce. El sofá no era tan cómodo. El calor de la chimenea no se sentía de la misma forma. Pero tampoco hacía frío.

Ni siquiera el frío de Kōri.

—Perfecto, ya podemos hablar —dijo la chica, y dejó la lata en la mesa—. No tenemos mucho tiempo, así que dejadme empezar y luego me preguntáis lo que queráis.

»Me llamo Kai Arashihime. Vine aquí hace unos meses, porque escuché en Coladragón que hacía tiempo que no se sabía nada de Shiruuba-san. Ya la conocía y sabía que era una vieja amargada, porque he venido varias veces para recoger datos de sus estudios, pero jamás la hubiera imaginado tan cruel y malvada...

»Tengo varias cosas que pediros, y la primera es que por favor, le digáis a Arashikage-sama que no soy una exiliada, que he muerto en acto de servicio... Sé que estoy muerta, no soy idiota. De hecho... Lo que deseo es morir de una puta vez... No puedo soportar esto...

Daruu apretó los puños, y en una sinapsis empática curiosa, empezó a llorar. Trató de aguantarse las lágrimas.

—Estamos hablando porque Shiruuba es capaz de controlar todo este mundo y saber qué ocurre en él y oír todo, y ver todo. Pero sólo normalmente. Es una técnica muy complicada, y necesita descansar, como todo el mundo. Tiene pequeños períodos de quince minutos en los de detecté que se pierde el sentido del gusto, del olfato... Un poco del tacto...

»Es un mundo falso, pero os aseguro que detrás de él se esconde una crueldad absoluta... No creáis que los cadáveres que visteis en el despacho son los únicos que han entrado aquí dentro... Estoy segura de que esa vieja estuvo secuestrando y matando gente y ocultando sus cuerpos como parte de las pruebas para crear el libro... Hija de puta...
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#81
—¡Claro, muchas gracias! —agradeció ella, y Ayame la siguió hasta la cocina.

Más allá de la genuina ayuda, Ayame esperaba descubrir algo más sobre el extraño comportamiento de la kunoichi, o que aquella le mandara un mensaje en clave o algo así, pero aquella situación nunca llegó a darse. Como una invitada normal en una reunión normal, tomó las latas que le iba pasando desde la nevera.

—Coge dos. Yo llevaré otra y el agua —le indicó, mientras ella cogía para sí otra Ame-Cola.

Regresaron poco después con las bebidas, y las distribuyeron entre los cuatro. La mujer abrió su lata con un seco clack y bebió en silencio durante algunos minutos. Pese al incómodo silencio que se había formado, nadie se atrevió a interrumpirla y se dedicaron en exclusiva a sus propias bebidas. Ayame se atrevió a llevarse el vaso a los labios y, nuevamente, se vio encantada con el sabor y la frescura del agua.

«Maldita sea...»

Y, cinco minutos después de que el reloj de la casa marcara las ocho, algo extraño pasó. El agua ya no se sentía tan buena, ni siquiera fresca, el sofá no resultaba tan cómodo como le había parecido en un principio, y el calor del fuego ya no era tal.

—Perfecto, ya podemos hablar —resolvió la mujer, dejando la lata sobre la mesa, y Ayame la miró extrañada—. No tenemos mucho tiempo, así que dejadme empezar y luego me preguntáis lo que queráis.

Kōri asintió en silencio.

—Me llamo Kai Arashihime. Vine aquí hace unos meses, porque escuché en Coladragón que hacía tiempo que no se sabía nada de Shiruuba-san. Ya la conocía y sabía que era una vieja amargada, porque he venido varias veces para recoger datos de sus estudios, pero jamás la hubiera imaginado tan cruel y malvada...

»Tengo varias cosas que pediros, y la primera es que por favor, le digáis a Arashikage-sama que no soy una exiliada, que he muerto en acto de servicio... Sé que estoy muerta, no soy idiota. De hecho... Lo que deseo es morir de una puta vez... No puedo soportar esto...


«Así que desde el principio sabía que no podría salir de aquí viva...» Ayame se mordió el labio inferior, profundamente apenada.

—Estamos hablando porque Shiruuba es capaz de controlar todo este mundo y saber qué ocurre en él y oír todo, y ver todo. Pero sólo normalmente. Es una técnica muy complicada, y necesita descansar, como todo el mundo. Tiene pequeños períodos de quince minutos en los de detecté que se pierde el sentido del gusto, del olfato... Un poco del tacto...

«Por eso estaba actuando de aquella manera tan extraña.»

—Es un mundo falso, pero os aseguro que detrás de él se esconde una crueldad absoluta... No creáis que los cadáveres que visteis en el despacho son los únicos que han entrado aquí dentro... Estoy segura de que esa vieja estuvo secuestrando y matando gente y ocultando sus cuerpos como parte de las pruebas para crear el libro... Hija de puta...

—N... ¿No fueron sólo los que allanaron la casa o intentaron robar el libro? —balbuceó Ayame, pálida como la cera. De manera inconsciente había apretado sendos puños sobre las rodillas y agachó la mirada. ¿Cómo podía haber llegado a tener dudas? ¡Aquella mujer era un monstruo!

—Se lo comunicaremos a Arashikage-sama, Arashihime-san —dijo Kōri, con seriedad, dejando también su refresco sobre la mesa—. Tenemos muy poco tiempo, pero permíteme hacer algunas preguntas: ¿Sabes qué motivó a Shiruuba a hacer algo como esto? ¿Cómo podemos salir de aquí? ¿Qué es ese Infierno del que la gente habla y tanto teme?

Aquella última pregunta rescató un recuerdo de la mente de Ayame, que se apresuró a intervenir inclinándose hacia delante en su asiento.

—Arashihime-san, debes tener cuidado —intervino Ayame, con lágrimas en los ojos—. Algunas personas de aquí creen o sospechan que... bueno... que eres una hereje.
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#82
Arashihime se inclinó hacia adelante en el asiento, apoyó los codos en las rodillas y juntó las manos. Miró a Ayame, y le dirigió una lánguida mirada acompañada de una sonrisa triste.

—¿Acaso es mentira? ¿Acaso soy otra cosa? Espero no olvidarlo nunca —dijo—. Pero ¿qué más da? Ellos no pueden hacerme nada, y Shiruuba, en realidad, me tiene miedo. Nos tiene miedo. Al fin y al cabo, para nosotros, el Infierno es inútil. No puede hacernos nada. —El tono de voz iba cambiando a medida que hablaba, de la amabilidad hacia la dureza fría como el hielo. Fue al Hielo, de hecho, al que dirigió la mirada después—. Esta es mi última petición, precisamente, compatriotas de Amegakure.

»Destruid el libro. Matad a Shiruuba. Acabad con la ilusión. Dejadnos morir, y sobretodo, liberad a la pobre gente que Shiruuba explota vilmente.

Se levantó y se acercó a la chimenea. Con los brazos detrás de la espalda, continuó antes de que ninguno de los tres tuviera que tirarle de la lengua para que lo hiciera:

—El Infierno, ¿eh? Sí, un nombre muy apropiado. ¿Sabéis lo que hay ahí? —dijo—. Decidme, ¿creéis que un Genjutsu de tal calibre puede mantenerse simplemente con la energía de una sóla persona?

Daruu, en el sofá, tragó saliva, se inclinó hacia adelante y se preparó para sentir el mayor ataque de odio que había sentido jamás hacia alguien. Entrecerró los ojos peligrosamente, imaginando decenas de escenarios. Ninguno de ellos fue peor del que estaba a punto de escuchar.

—Gente de rodillas. Encadenada. Con goteros y cables adaptados para el chakra enchufados por todo el cuerpo. —La voz de Arashihime temblaba. Daruu temblaba él entero—. Gente sufriendo, gente que ha olvidado que es... gente. Un rebaño humano de chakra para nutrirse. Esa es la verdadera cara de Shiruuba.

Se dio la vuelta.

—No es una Diosa. Es un Demonio.

Las piernas de Daruu casi respondieron con voluntad propia. Se levantó de un salto, apretando con fuerza los puños.

—¿Dónde está ese Infierno? —exigió.

Arashihime bajó la mirada, triste. Y sonrió.

—Bajo la ciudad. Protegido con una barrera de chakra. Imposible de romper... para un solo ninja. O quizás incluso para cuatro ninjas. —Se cruzó de brazos, ladeó el rostro y miró a Daruu—. A no ser que uno de los cuatro pudiera ver cuál es el punto donde el chakra fluye con menos fuerza, Hyūga.

»Ahora, deberíamos ser prudentes, sentarnos, y beber de nuestros refrescos, no vaya a ser que Shiruuba despierte y nos escuche conspirar. Si está esperando una intrusión, nunca podremos entrar.

—Bien. —Daruu se sentó y miró al infinito, con sus ojos clavados en un ladrillo concreto de la chimenea.
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#83
Ella se inclinó también hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. Miraba a Ayame con ojos cansados y una triste sonrisa en los labios.

—¿Acaso es mentira? ¿Acaso soy otra cosa? Espero no olvidarlo nunca —respondió.

—Lo sé —asintió Ayame, con vehemencia, bajo la atenta mirada de El Hielo. Estaba claro que no podían salvarla, pero sí que podían evitar que cayera en las garras de Shiruuba si la alertaban del peligro que corría—. A lo que me refiero es a que tengas cuidado para que no te terminen descubriendo y acabes... en ese Infierno...

—Pero ¿qué más da? Ellos no pueden hacerme nada, y Shiruuba, en realidad, me tiene miedo. Nos tiene miedo. Al fin y al cabo, para nosotros, el Infierno es inútil. No puede hacernos nada —culminó, y su voz se fue templando a cada palabra que formulaba, hasta que adquirió la gelidez de un témpano de hielo. Sin embargo, Ayame frunció el ceño, no demasiado convencida. Una mujer que manejara el Genjutsu y el Fūinjutsu con una maestría como la que había demostrado hasta el momento no podía ser moco de pavo. Shiruuba era poderosa, estaba convencida de ello. Arashihime se volvió hacia Kōri—. Esta es mi última petición, precisamente, compatriotas de Amegakure. Destruid el libro. Matad a Shiruuba. Acabad con la ilusión. Dejadnos morir, y sobretodo, liberad a la pobre gente que Shiruuba explota vilmente.

«¿Que explota a la gente?» Se preguntó Ayame, ladeando la cabeza. ¿De qué manera se podía explotar a unas personas a las que estabas concediendo deseos?

Kōri no respondió. Ni siquiera asintió. Había entrecerrado ligeramente los ojos y tenía sus ojos cristalinos clavados en la kunoichi que ahora se reincorporaba y se acercaba a la chimenea. Y es que su misión era retornar aquel libro a Amegakure. ¿Cómo fallar su misión y explicárselo a Yui? El fuego hizo bailar luces y sombras en el rostro de Arashihime, pero eran luces y sombras frías, vacías, como aquel fuego ilusorio. La mujer cruzó los brazos tras la espalda.

—El Infierno, ¿eh? Sí, un nombre muy apropiado. ¿Sabéis lo que hay ahí? —preguntó, pero nadie respondió—. Decidme, ¿creéis que un Genjutsu de tal calibre puede mantenerse simplemente con la energía de una sola persona?

Ayame aguantó la respiración. ¿Acaso había alguien más detrás de aquella locura? No. Pero ni en sus más fantásticas ensoñaciones habría llegado a adivinar la terrorífica y oscura verdad que se escondía tras sus palabras. Junto a ella, Daruu se había inclinado hacia delante, expectante.

—Gente de rodillas. Encadenada. Con goteros y cables adaptados para el chakra enchufados por todo el cuerpo. —La voz de Arashihime temblaba al hablar, pero no temblaba más de lo que hacía Ayame con cada palabra que escuchaba—. Gente sufriendo, gente que ha olvidado que es... gente. Un rebaño humano de chakra para nutrirse. Esa es la verdadera cara de Shiruuba —se dio la vuelta para encararlos de nuevo—. No es una Diosa. Es un Demonio.

Daruu se había levantado de golpe, pero Ayame, al contrario, se dejó caer sobre el respaldo del sofá con un prolongado suspiro y lágrimas en los ojos. En su cabeza se habían dibujado toda clase de escenas con la descripción que les había dado Arashihime, a cada cual peor que la anterior. Al principio habían creído que Shiruuba había creado esa técnica para su propia inmortalidad y que los insensatos que habían intentado allanar o robar su preciado libro habían sido absorbidos por aquella técnica y ahora vivían en un Paraíso donde todos sus deseos eran concedidos sin reparo y Shiruuba era reverenciada como una diosa. Después Habían sabido que no habían sido sólo ladrones y delincuentes los que habían caído allí, sino que la propia mujer había secuestrado a otras personas inocentes para llevar a cabo las pruebas de su malévola técnica. Y ahora conocían que el Infierno del que la gente hablaba de forma tan venerable para condenar a los supuesto herejes no era más que un rebaño de personas a los que se les extraía la energía para ayudar a mantener aquel mundo.

Si antes tenía el convencimiento de que Shiruuba era una mujer poderosa, ahora se sumaba el hecho de que era terriblemente peligrosa.

«Y yo... había llegado a pensar que... ¡Estúpida!»

—¿Dónde está ese Infierno? —exigió saber Daruu.

—Bajo la ciudad. Protegido con una barrera de chakra. Imposible de romper... para un solo ninja. O quizás incluso para cuatro ninjas —Arashihime se cruzó de brazos, ladeó el rostro y miró al genin—. A no ser que uno de los cuatro pudiera ver cuál es el punto donde el chakra fluye con menos fuerza, Hyūga. Ahora, deberíamos ser prudentes, sentarnos, y beber de nuestros refrescos, no vaya a ser que Shiruuba despierte y nos escuche conspirar. Si está esperando una intrusión, nunca podremos entrar.

—Bien —Daruu se sentó y miró al infinito, con sus ojos clavados en un ladrillo concreto de la chimenea.

Pero Kōri volvió a tomar la palabra.

—Si aún hay tiempo: ¿cómo es que sabes todo eso y no has acabado en ese Infierno? —cuestionó en voz baja con las manos entrelazadas sobre el regazo.
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#84
—Yo soy la encargada de llevarlos allí —Dijo, la mirada clavada en el suelo.

Daruu se volvió a levantar y dio un paso hacia ella. Agitó el brazo y apretó el puño, y gritó:

—¿¡Por qué harías algo así!? ¡¡Quieres que acabemos con ella, pero tú misma has estado colaborando!! ¿¡Y ahora te arrepientes!?

Arashihime levantó la mirada y le dedicó una sonrisa triste.

—¿Tú no lo habrías podido hacer, verdad?

—¡Por supuesto que no!

—No habrías descubierto entonces lo que era ese Infierno que amenazaba la existencia de los que estaban aquí —dijo—. Quizás incluso Shiruuba hubiese acabado convenciéndote. O no. Ahora estarías hablando con tres ninjas de Ame sobre que es totalmente imposible salir de aquí.

Daruu agachó la mirada, helado. Arashihime echó un vistazo al reloj que colgaba de las paredes del salón.

—Por favor, siéntate, Daruu-kun. —La muchacha cogió su Ame-Cola inclinándose hacia adelante—. El tiempo se acaba.

»Kōri-senpai, un civil no sabe controlar el flujo de su chakra. Un ninja sí. El Infierno no nos haría ningún efecto, y si descubrimos cómo funciona y conseguimos librarnos de las cadenas podríamos causar un pequeño destrozo.

«Eso es lo que haré... Eso es lo que haré...». Daruu asintió, sombrío.

—Ahora, vamos a beber, a reír lo que podamos, y pasaréis la noche en mi casa. Mañana, a la misma hora, actuaremos y buscaremos a Shiruuba mientras duerme. Su verdadero yo debe de estar en alguna parte de ese lugar si quiere nutrirse con el chakra.

La estancia se hizo un poco más cálida (y un poco más fría de lo que debería gracias a una brisa que venía del sillón opuesto a Arashihime). La luz de la chimenea brillaba más, y el siguiente sorbo de sus bebidas les sabría a gloria.

Aparentemente distraída, Arashihime dijo:

—Entonces, ¿tú te llamas Amedama Daruu, no? ¿Amedama? ¿Eres hijo de Kiroe-chan, la de la cafetería?

La pregunta cayó como un jarro de agua fría. Llevaban un buen rato en aquél mundo falso, y era la primera vez que algo de dentro de él le recordaba de forma tan visceral y tan dolora a su madre. Aquella chica había sido clienta de la pastelería. Y ahora estaba muerta. Tragó saliva, y se recordó que tenía que fingir. Tenía que hacerlo. Tenía que fingir no estar al borde de gritar, de golpear algo.

—¡Sí! ¿Conoces sus famosos bollitos de vainilla? ¡Kōri-sensei no puede aguantar sin ellos! Hemos probado unos de aquí... No son iguales.

—Bah, bah, pues yo los noto igual.

—Pero estos son falsos.

—¿Falso? No, Daruu-kun, todo esto es muy real. Pronto verás que este mundo es un Paraíso...

Hasta la indignación y la melancolía de haberse visto arrastrado fuera del mundo de uno resultaba difícil de replicar y de transformar en una máscara falsa, pese que bajo ella hubiera un rostro similar.
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#85
—Yo soy la encargada de llevarlos allí —respondió Arashihime, con la mirada clavada en el suelo. Y aquellas siete palabras cayeron sobre la cabeza de los tres shinobi como un pesado martillo.

Ayame se había quedado paralizada en el sitio. Kōri había entrecerrado sus ojos. Pero fue Daruu quien se reincorporó de golpe, dando un paso hacia la mujer. Estuvo a punto de tropezarse con la mesa de cristal.

—¿¡Por qué harías algo así!? —cuestionó, sacudiendo un brazo en el aire con el puño apretado—. ¡¡Quieres que acabemos con ella, pero tú misma has estado colaborando!! ¿¡Y ahora te arrepientes!?

Ella levantó la mirada hacia él, de nuevo con aquella sonrisa alicaída en su rostro.

—¿Tú no lo habrías podido hacer, verdad?

—¡Por supuesto que no!

—No habrías descubierto entonces lo que era ese Infierno que amenazaba la existencia de los que estaban aquí —replicó—. Quizás incluso Shiruuba hubiese acabado convenciéndote. O no. Ahora estarías hablando con tres ninjas de Ame sobre que es totalmente imposible salir de aquí.

Ayame tragó saliva con esfuerzo y hundió los hombros. Odiaba tener que admitir algo así, pero Arashihime tenía razón...

—Por favor, siéntate, Daruu-kun —Arashihime volvió a coger su refresco, inclinándose hacia delante en su asiento—. El tiempo se acaba.

»Kōri-senpai, un civil no sabe controlar el flujo de su chakra. Un ninja sí. El Infierno no nos haría ningún efecto, y si descubrimos cómo funciona y conseguimos librarnos de las cadenas podríamos causar un pequeño destrozo.

«Seguro que no será tan fácil.» Pensó Ayame, hundida por el pesimismo.

—Ahora, vamos a beber, a reír lo que podamos, y pasaréis la noche en mi casa. Mañana, a la misma hora, actuaremos y buscaremos a Shiruuba mientras duerme. Su verdadero yo debe de estar en alguna parte de ese lugar si quiere nutrirse con el chakra.

De repente el calor de la chimenea volvió a abrazarlos, acompañado por la suave brisa que acompañaba siempre al cuerpo helado de Kōri, e incluso el fulgor del fuego pareció avivarse. El sofá volvía a resultar tan cómodo que incluso invitaba a dormir sobre él y el agua, cuando volvió a beber de ella, era de nuevo fresca y deliciosa. Volvían a estar dentro del influjo del Genjutsu de los deseos. Shiruuba había despertado.

Distraídamente, Ayame miró de reojo el reloj para ver cuánto tiempo había pasado desde que se había ido a descansar.

—Entonces, ¿tú te llamas Amedama Daruu, no? —intrevino Arashihime de repente, cambiando de nuevo la conversación a aquellas trivialidades propias de una reunión de amigos—. ¿Amedama? ¿Eres hijo de Kiroe-chan, la de la cafetería?

—¡Sí! ¿Conoces sus famosos bollitos de vainilla? ¡Kōri-sensei no puede aguantar sin ellos! Hemos probado unos de aquí... No son iguales.

—Bah, bah, pues yo los noto igual.

—Pero estos son falsos.

—¿Falso? No, Daruu-kun, todo esto es muy real. Pronto verás que este mundo es un Paraíso...

Y, mientras ellos dos dialogaban, Ayame seguía pensando. Miró de reojo a sus dos compañeros. Kōri parecía casi tan pensativo como ella, pero mantenía firme su máscara de hielo impenetrable a los sentimientos. Ayame sabía que todo aquel tema del Infierno y las personas a las que estaban drenando el chakra le molestaba tanto como a Daruu, sino más. Pero él sabía mantener la calma en todo momento de una manera envidiable. Sus miradas se cruzaron durante apenas un instante. Era un verdadero tedio no poder comunicarse con ellos de ninguna manera por el temor a que Shiruuba les estuviese observando.

¿Habrían descubierto cómo entrar al Infierno o cómo encontrar a Shiruuba si no fuera por la información de Arashihime? ¿Pero qué le había llevado a aceptar una tarea así? ¿Había sacrificado a aquellas personas por obtener aquella valiosa información con el pos de liberarse o había sido convencida por la diosa? ¿Y si en realidad no estaba con ellos? ¿Y si en realidad los estaba conduciendo a las fauces del lobo?

No les quedaba ninguna alternativa que confiar en la mujer. Y ahora debían aguardar un día más en aquel supuesto Paraíso para poder llevar a cabo su plan de desbaratar el Infierno y salir de allí.

Así que la tarde continuó su curso con naturalidad. O, al menos, toda la naturalidad que fueron capaces de reunir, dadas las circunstancias.
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#86
La charla continuó. Hablaron de cosas anodinas, de cosas importantes que habían sucedido en Amegakure durante la ausencia de Arashihime y de cómo iba el negocio de la madre de Daruu. Hablaron de sus vidas, anécdotas estúpidas, pero llenas de valor para una kunoichi que esperaba la muerte y nada más que la muerte. Dicho así, resulta triste pensarlo, pero en aquél momento, Daruu se sintió bien, se sintió a gusto. Casi se le había olvidado dónde estaban y por qué estaban allí cuando se puso el sol y Arashihime les hizo acompañarles al piso de arriba.

Un largo pasillo acababa en una puerta abierta donde había una cama de matrimonio, deshecha. Su habitación. Habían hasta cuatro más, todas ellas equipadas con sus propias camas, con armarios, con una televisión y con un sofá largo. Tres de ellas las ocuparían ellos.

Cuando se despidieron y cerró la puerta tras de sí, se acercó a la cama y dejó la mochila tras sus pies. Se dejó caer en el colchón, que sin sorpresa alguna era el más cómodo que había catado su espalda en años.

Y entonces, cayó en la cuenta de algo.

Se levantó y se acercó al televisor. Tomó el mando, que descansaba encima, y lo encendió. Había una imagen de la ciudad, de la plaza central, concretamente. Había una fuente con la escultura de una rana, que echaba agua por la boca. En el bordillo había un hombre sentado. Era el tabernero que les había atendido.

Estaba llorando.

Y Daruu también lloró. Por supuesto, todo aquello no hacía que su enfado pasara, pero por pura empatía, a poco que te parases a pensar todo lo que estaba pasando aquella gente, te dabas cuenta que por muy frito que tuvieran el cerebro había cosas en aquél mundo que no podrían vivir.

«Por muy lujosa que sea una cárcel, sigue siendo una cárcel», comprendió.

Apagó el televisor y volvió a dejar el mando encima. Salió de la habitación y se dirigió a la puerta de la de Ayame.

Toc, toc, toc.

—¿Se puede?
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#87
El sol terminó por ponerse, y la velada dio a su fin. Arashihime acompañó al trío de shinobi escaleras arriba, hacia el piso superior, donde les esperaba un largo pasillo que terminaba en una puerta abierta que dejaba entrever una cama de matrimonio deshecha. Aquella era la habitación de la huésped, pero para ellos había cuatro habitaciones más a ambos lados del corredor. Ayame escogió la que quedaba más cerca de las escaleras, a mano izquierda. De alguna manera, se sentía más cómoda si tenía a mano una vía de escape.

Aunque no había modo alguno de escapar en aquel mundo.

Su habitación era un espacio amplio, con una cama ya preparada, un armario, una televisión y un sofá largo. Ayame se acercó con lentitud a la ventana, desde donde tenía una amplia visión de la ciudad cobijada bajo el manto de la noche. Había algunas ventanas aún encendidas y de varias chimeneas salía humo que se alzaba hacia el cielo estrellado como si quisiera alcanzarlo con las manos. Más allá, sólo había un mar infinito. Con un profundo suspiro, Ayame se apartó de la ventana, dejó su enorme mochila a los pies de la cama y la miró con cierta desconfianza. Sabía que aquella cama iba a ser la mejor que hubiera probado en su vida, que las sábanas serían suaves como la seda, que olerían a suavizante y que las mantas la abrazarían en su calidez. Sabía que sería tan perfecta como todo lo era en aquel mundo. Y aquello le molestaba mucho.

Le molestaba porque no quería acostumbrarse a aquellas comodidades. Porque sabía que, en cuanto lo hiciera, comenzaría a olvidar. Y aquello no podía permitirlo.

Por eso se agachó junto a su mochila, y sacó de ella un pequeño bloc de notas que solía llevar consigo y un lapicero. Se sentó sobre la cama, comprobando así que era incluso más perfecta de lo que podría haber imaginado, y apoyó el cuaderno sobre sus piernas cruzadas y lo abría para empezar a escribir en él.

Pero apenas habían pasado unos pocos minutos cuando unos toques en la puerta le hicieron pegar un brinco.

Toc, toc, toc.

—¿Se puede? —escuchó la voz de Daruu al otro lado.

—¡Ah! S... ¡Sí, pasa, adelante! —se apresuró a responder, extrañada por aquella súbita visita.

¿Qué le traía a Daruu hasta allí?
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#88
Daruu giró el picaporte y entró a la habitación de Ayame. La muchacha estaba sentada en la cama, con un bloc de notas apoyado entre las dos piernas y sujetando un lápiz. Daruu se acercó, la cogió de la barbilla, se agachó un poco y le plantó un dulce beso en los labios. Luego, se retiró unos pasos y se dejó caer sobre el sofá. Dejó escapar un largo y tendido suspiro, y se pellizcó la frente con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda.

—Arrrggh... No quería estar sólo en un sitio como este, sólo eso. Y ni siquiera tengo sueño —dijo, sin que nadie le hubiera pedido una explicación—. ¿Qué haces?
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#89
El picaporte giró, y la puerta se abrió con suavidad. Daruu entró en la habitación, se acercó a ella y la tomó de la barbilla para darle un dulce beso en los labios que la derritió de arriba a abajo. Durante un instante, Ayame se descubrió pidiéndole mentalmente que se quedara junto a ella, pero él, ajeno a sus pensamientos, se dejó caer sobre el sofá con un prolongado suspiro.

—Arrrggh... No quería estar sólo en un sitio como este, sólo eso. Y ni siquiera tengo sueño —dijo, pellizcándose la frente con dos dedos—. ¿Qué haces?

Ayame desvió la mirada hacia su cuaderno de notas y después se la devolvió a él. Meditó durante un instante, sintiéndose avergonzada y estúpida durante unos segundos, pero al final se levantó con él en la mano, se acercó hasta el sofá y se sentó en él apoyando la cabeza en el hombro de su compañero. La calidez de su cuerpo y su olor siempre la reconfortaban. Y eso era lo que más necesitaba en aquel momento.

—Estaba escribiendo —explicó, con voz temblorosa, tendiéndole el cuaderno. De repente sentía un desagradable picazón en los ojos y en la garganta—. No quiero olvidar. Así que, por si acaso algo sale mal y no podemos salir a tiempo de aquí, he pensado que...

Aún no había terminado la primera página pero en ella se podían apreciar notas como:

"Mi nombre es Aotsuki Ayame. No pertenezco a este mundo sino a Oonindo. Soy una kunoichi de Amegakure. Mi padre es Aotsuki Zetsuo. La madre de Daruu es Amedama Kiroe. Tengo amigos allí, como Mogura y Kaido. No debo olvidar quién soy, ni de dónde vengo. Debo encontrar la forma de salir d..."

—¿Crees que podemos confiar en Arashihime-san, Daruu-kun? —le preguntó.
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#90
Ayame se levantó, se acercó a él y se sentó a su vera, apoyando la cabeza en su hombro. Él se sumergió en aquella pequeña piscina de cariño, y apoyó su cabeza en la de ella, haciéndose un hueco entre el pelo.

—Estaba escribiendo —dijo Ayame, con extrema congoja en la voz, y le tendió el cuaderno. Él lo cogió con una mano y leyó las primeras palabras del texto. Arrugó la nariz—. No quiero olvidar. Así que, por si acaso algo sale mal y no podemos salir a tiempo de aquí, he pensado que...

»¿Crees que podemos confiar en Arashihime-san, Daruu-kun?

—No. No confiaría en nadie de este mundo falso —dijo Daruu—. Pero sé que puedo confiar en Kōri-sensei, y él está confiando en ella. Eso me basta. —Apoyó el librillo entre su pierna y la de Ayame y alargó la mano para quitarle el lápiz a Ayame—. Trae.

Daruu apoyó la punta del carboncillo en el texto y tachó. Comenzó a tachar metódicamente, lentamente, línea por línea.

—Este texto no es necesario, Ayame... Saldremos de aquí. Saldremos de aquí. Te lo prometo. Confía en Kōri-sensei. Confía en mí. No moriremos en el altillo de una vieja con aires de grandeza.
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