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Tras la prueba de fuego (¿o tal vez debería de decir prueba de hielo?) del clon, el trío estaba preparado para hacer una incursión propia en la habitación. Como habían acordado, Kōri se puso al frente de la marcha. Con cuidado, los tres sortearon cráneos sacados de la peor película de terror que pudiesen haber imaginado hasta plantarse en pleno centro de la estancia.
El clon de nieve se acercó a la mesa sorteando la silla de ruedas. El tomo le esperaba sobre su atril, brillando con luz propia como una lámpara de una mesita de noche. No había un sello en las dos páginas, como había descrito a primera vista con el Byakugan (estaba más preocupado de los esqueletos que rodeaban al libro), sino que en cada una de las dos páginas había un sello distintos. Ambos brillaban con la misma intensidad.
El Bunshin cogió el libro.
El sello de la página izquierda empezó a brillar con una fuerza increíble tan pronto el clon posó un dedo encima del libro. La réplica desapareció al instante. Daruu activó su Byakugan instintivamente, pero ya era demasiado tarde.
— ¡La habitación está llena de chakra! ¡Se mete den...! ¡Es un Genjutsu, mierda, mierda, cuidado! —exclamó, y formuló un sencillo sello con la intención de deshacerlo.
Pero ninguno de los tres podría haber disipado una ilusión de tamaña magnitud.
Pronto, caerían en un profundo sueño, los tres juntos, rodeados y acompañando a los que vinieron antes que ellos, y ahora dormían para siempre...
· · ·
— ¡¡UAFF!!
Daruu cayó sobre un lecho de arena y rodó unos metros hasta que el rozamiento del suelo frenó su avance. Las puntas de los dedos de su mano derecha fueron lamidas por una ola. Se levantó de golpe, tanto que le dio un mareo y volvió a caer de rodillas. Estaban en una playa, en una isla redonda que no debía de medir más de cien metros de orilla a orilla, a juzgar por su posicion. La playa se adentraba diez metros hacia el interior, y luego, súbitamente, se veía cortada por múltiples rocas irregulares, pero más o menos cúbicas, de dos metros cuadrados, que se amontonaban en una pila alrededor del territorio.
El equipo entero de ninjas estaba allí, aunque se habían precipitado a varios metros de distancia cada uno del otro.
— Mierda, mierda, ¿dónde estamos? —dijo, y entonces le golpeó una terrible realidad— . ¡Oh, no! ¡Los esqueletos! ¡Ellos también cayeron en este Genjutsu! ¡Vamos a acabar como ellos!
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Pero tan pronto sus dedos de nieve rozaron la primer página, el sello de la página izquierda brilló con tal fuerza que parecía una estrella en miniatura.
—¡CUIDADO! —gritó Ayame, con voz estrangulada por el terror.
—¡La habitación está llena de chakra! —advirtió Daruu—. ¡Se mete den...! ¡Es un Genjutsu, mierda, mierda, cuidado!
Los dos genin juntaron al unísono las manos en el sello que les permitiría liberarse de la ilusión, pero ninguno de los dos estaba tan versado en el arte del Genjutsu como para combatir la técnica de una mujer que había demostrado ser una experta no sólo en el arte del sellado. Y mucho menos El Hielo, que era tan negado para el Genjutsu como su hermana lo era para el Fūinjutsu. Todo se oscureció alrededor, y así, los tres shinobi cayeron al suelo para acompañar a los que, como ellos, osaron una vez entrar en aquella casa.
Donde dormirían para siempre...
La arena amortiguó su caída, pero se le metió por la ropa y sintió cierto regusto crujiente en la boca. Ayame se reincorporó rápidamente, quitándose el grueso de polvo de encima, y se sorprendió al ver las olas del mar acariciando sus pies.
—¿Qué...? —se preguntó, mirando a su alrededor.
Ya no estaban en el despacho. De hecho, ni siquiera estaban en el interior de una casa. Estaban en una playa, la playa de una pequeña isla que no debía medir más de cien metros de punta a punta de la playa. Más allá, todo era océano.
—Mierda, mierda, ¿dónde estamos? —escuchó la voz de Daruu cerca de ella. Tanto él como Kōri también habían aparecido allí, pero, aunque más aliviada al no verse sola, eso no terminaba de calmarla—. ¡Oh, no! ¡Los esqueletos! ¡Ellos también cayeron en este Genjutsu! ¡Vamos a acabar como ellos!
Sus palabras cayeron sobre ella como un balde de agua congelada. Pálida como la cera, Ayame volvió a juntar las manos.
—¡KAI! ¡KAI! —gritaba, una y otra vez, intentando de forma desesperada deshacer el embrujo en el que habían caído. Tenía que hacerlo, tenía que esforzarse al máximo y deshacer aquella ilusión. Sólo así podría salir y liberar a su hermano y a su pareja—. ¡No quiero! ¡No quiero ser un esqueleto! ¡No voy a ser un esqueleto! ¡KAI!
Pero todo era inútil. Luchar contra aquella ilusión era como intentar luchar contra la gravedad. Y la desesperanza la invadió. Una mano de hielo agarró su hombro.
—Basta, Ayame. No conseguiremos nada así —dijo Kōri, tratando de enfriar con su voz los sentimientos de la muchacha que lloraba desconsolada—. Buscaremos otra manera de salir.
—¿Cómo? —gimoteó ella—. ¡Estamos en una isla diminuta en mitad de la nada!
Kōri se volvió hacia Daruu, solicitante.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?
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Ayame había externalizado una preocupación compartida por Daruu; la única diferencia era que él se la guardaba para sí mismo. Y eso la hacía más dolorosa, porque no había nadie que pudiera entrar en la cabeza de uno para tranquilizarle. Afortunadamente la desesperación de su compañera accionó unas palabras de Kōri que bien podrían servirle a él. Se preguntó por qué siempre conseguía hacer que cualquier situación pareciese mucho más banal y segura de lo que en realidad era.
Y se respondió que lo más probable es que hubiera salido de situaciones peores.
Pero estaban dentro de un Genjutsu, ¿no? Al menos, así le había parecido. ¿Cómo iban a salir de él? Además, parecía una técnica sellada en el libro durante muchos años.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?
Pero Daruu negó con la cabeza.
—Mis ojos no servirían de nada en una situación como esta, sólo para confirmar que seguimos dentro del Genjutsu —explicó—. Dentro de una ilusión, o el autor de la misma se inventa el funcionamiento de mi técnica y me muestra lo que él quiere, o sería inútil. Pero por falta de una alternativa mejor, voy a probar.
Daruu activó su Byakugan y observó a su alrededor. Estaban en una isla desierta sin nada de vegetación, sólo arena y rocas. El horizonte se extendía hacia el infinito. Daruu podía ver con extrema claridad el flujo de chakra suyo propio y el de sus compañeros, y lo extraño era que no parecían estar afectados por un Genjutsu.
Es decir:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra.
»A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Daruu dio unos torpes pasos hacia atrás y se cayó de culo sobre la arena. Una figura esbelta flotaba a unos metros de ellos, sobre el agua. Era una mujer, espigada, de cabello negro rizado y gafas cuadradas, vestida con una túnica negra y larga y descalza. Un cinturón marrón sujetaba una Kusarigama que llevaba al cinto.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
«¿¡Shiruuba!? ¿¡Esta es la vieja!? Pero si...»
—Pero no temáis. Ahora sois libres. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.
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7/02/2018, 11:19
(Última modificación: 7/02/2018, 11:20 por Aotsuki Ayame.)
—Mis ojos no servirían de nada en una situación como esta, sólo para confirmar que seguimos dentro del Genjutsu —explicó, negando con la cabeza, y Ayame dejó caer los hombros con abatimiento. Hasta el momento, los ojos de Daruu les habían servido casi para cualquier cosa, habían sido su llave de salvación en más de una ocasión. Si ni siquiera él era capaz de ver nada ahí dentro, eso quería decir que estaban perdidos en una isla desierta, sin vegetación ni agua potable que pudieran beber. Ayame llevaba consigo su enorme mochila, pero por mucha comida que hubiese podido meter dentro tampoco les duraría para siempre—. Dentro de una ilusión, o el autor de la misma se inventa el funcionamiento de mi técnica y me muestra lo que él quiere, o sería inútil. Pero por falta de una alternativa mejor, voy a probar.
El Hyūga volvió a activar su Byakugan y echo un vistazo a su alrededor mientras Ayame y Kōri aguardaban expectantes. Y, al cabo de varios minutos, la terrible verdad se abrió paso:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada —confirmó—. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra. A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Kōri clavó la mirada en el suelo, pensativo.
—Es posible que...
—¡Ah! ¡Allí! —exclamó Ayame súbitamente, interrumpiendo las palabras del Jōnin.
Pálida como la luna, señalaba con el dedo índice hacia el mar. Allí, suspendida sobre el agua, una mujer alta y espigada, de belleza misteriosa e imponente, les observaba en silencio. Tenía los cabellos oscuros y rizados y sus ojos se refugiaban tras los cristales de unas gafas cuadradas. Vestía una túnica larga, negra como la noche, y sus pies estaban desprovistos de cualquier tipo de calzado. Un cinturon marrón sujetaba una kusarigama a su cintura.
«Es la Muerte. Ha venido a por nosotros.» No pudo evitar pensar.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
Ayame parpadeó, completamente confundida.
—Es... S... ¿Shiruuba-san? —preguntó, intercambiando una mirada con sus dos compañeros, esperando ver cualquier tipo de reacción en sus rostros. Daruu parecía igual de atónito que ella, pero Kōri mantenía inalterable aquella máscara de hielo que siempre esgrimía.
¿Pero cómo era posible? La señora Shiruuba era una anciana, ¡y aquella mujer parecía estar en la flor de la vida! Además... Algo pintaba muy mal en todo aquello, y no iban a tardar mucho en descubrirlo.
—Pero no temáis. Ahora sois libres —continuó hablando—. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.
Ayame tardó unos segundos en comprender el significado de aquellas palabras, pero cuando lo hizo se sintió hundirse en la desesperación.
—¡¿Qué?! ¡NO! ¡No quiero quedarme aquí! ¡Quiero vol...!
En aquella ocasión fue Kōri el que la interrumpió. Había avanzado hasta quedar de nuevo frente a los dos genin, y ahora esgrimía un pergamino enrollado que tendía hacia la mujer.
—Shiruuba-san, venimos por orden de Yui-sama —habló, y su voz sonó tan calmada y tan falta de cualquier tipo de sentimiento que Ayame sintió un escalofrío. ¿Cómo era capaz de mantener la compostura en una situación como aquella? Definitivamente, era el Rey del Hielo—. Según lo estipulado en el contrato que firmasteis con la Arashikage, ese libro pasaría a ser parte de la Biblioteca de Amegakure tras vuestra defunción.
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7/02/2018, 11:31
(Última modificación: 7/02/2018, 11:31 por Amedama Daruu.)
Shiruuba torció la cabeza y observó a Kōri, sin comprender, durante unos segundos.
—No lo entiendes, albino. Te he dicho que no puedo permitir que te lleves mi libro. Y ahora, por vuestro propio bien, más vale que os relajéis y empecéis a vivir en el Mundo del Libro. Vuestro otro yo ya está muerto.
»Sois los primeros ninjas que entran aquí, pero dudo que poseáis el intelecto para comprender la grandeza del asunto. No lo entenderíais. El Genjutsu sólo es un canal de entrada a la conciencia y al alma, y el Yin que me permitió modelar esta realidad y sellarla. Ahora es tan real como el mundo de fuera.
»Y vuestra alma y vuestra conciencia se encuentra en estas páginas. No es una simple ilusión. Si no, muerto mi cuerpo y mi carne, mi alma se habría ido con él. Ahora soy eterna.
»De modo que relajáos. Vuestro cuerpo ya no os atañe. No os preocupés por él. Ahora viviréis aquí.
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7/02/2018, 11:52
(Última modificación: 7/02/2018, 12:16 por Aotsuki Ayame.)
—No lo entiendes, albino —habló Shiruuba, ladeando ligeramente la cabeza y su voz sonaba con la infinita paciencia de quien le está explicando muy simple a un niño pequeño que no acaba de comprender la situación—. Te he dicho que no puedo permitir que te lleves mi libro. Y ahora, por vuestro propio bien, más vale que os relajéis y empecéis a vivir en el Mundo del Libro. Vuestro otro yo ya está muerto.
Otro pesado mazazo para su conciencia, y Ayame calló de rodillas, derrotada.
—¿Qué...? —balbuceó débilmente.
¿Muertos? ¿Estaban muertos? Durante un instante su mente dibujó la grotesca imagen de sus cuerpos reducidos a esqueletos, vestidos con las ropas que llevaban justo en ese instante, y acompañando al resto de huesos que ahora yacían allí. Sintió una violenta arcada.
—Sois los primeros ninjas que entran aquí, pero dudo que poseáis el intelecto para comprender la grandeza del asunto. No lo entenderíais. El Genjutsu sólo es un canal de entrada a la conciencia y al alma, y el Yin que me permitió modelar esta realidad y sellarla. Ahora es tan real como el mundo de fuera. Y vuestra alma y vuestra conciencia se encuentra en estas páginas. No es una simple ilusión. Si no, muerto mi cuerpo y mi carne, mi alma se habría ido con él. Ahora soy eterna. De modo que relajaos. Vuestro cuerpo ya no os atañe. No os preocupéis por él. Ahora viviréis aquí.
Pero Ayame era incapaz de tranquilizarse. No, dadas las circunstancias. Ella no quería vivir en una realidad alternativa, quería vivir en el mundo real. Quería estar con su familia, su novio y sus amigos. Tenía planes de futuro. Quería demostrarle a su padre lo que realmente valía. Quería prepararse para el examen de Chūnin y superarlo junto a Daruu. Quería crecer. Quería hacer su vida. Quería...
—¡NO ME IMPORTA! ¡YO NO HE ELEGIDO VENIR AQUÍ! —bramó, completamente ida de sí—. ¡SÁCANOS AHORA MISMO!
—¡Ayame! —exclamó Kōri, volviéndose hacia ella, pero no llegó a tiempo.
Ayame había entrelazado las manos en un único sello y le imprimió toda su rabia y desesperación a su técnica. A su comanda, las aguas que se encontraban debajo de Shiruuba se agitarían, se alzarían y se revolverían sobre sí mismas hasta formar un taladro de agua que atentara con atravesar a la mujer.
—¡SUITON: SUIGADAN!
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Shiruuba se limitó a levitar elevándose y esquivando el ataque de la muchacha. Luego, negó con la cabeza, lentamente.
—No sirve de nada. Tendréis que vivir con ello, y aceptarlo. Como hicieron los demás.
Daruu dio un paso adelante.
—Has dicho que tendríamos todo lo que quisiéramos. Deseo salir de aquí.
Shiruuba hizo una mueca.
—¿Por qué desearías algo así? ¡Estáis en un paraíso! Eso podría tener consecuencias horribles para mi mundo. Podrías destruir el libro. De modo que no puedo permitir eso.
—¡Eso no es un paraíso, es una tiranía!
—Alguien tiene que controlar el paraíso. —Y con estas palabras, la figura desapareció.
Como por arte de magia, unos tablones de madera empezaron a salir del agua y a formar un largo puente que se alejaba de la isla, hacia el horizonte...
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7/02/2018, 22:04
(Última modificación: 7/02/2018, 22:14 por Aotsuki Ayame.)
Sin embargo, todo intento fue inútil. La mujer levitó en el aire de manera antinatural, pero con una facilidad casi insultante, y el taladro de agua no llegó a alcanzarla rozarla siquiera antes de que la fuerza de la gravedad devolvieran a las aguas a su origen natural.
—No sirve de nada. Tendréis que vivir con ello, y aceptarlo. Como hicieron los demás.
Daruu se adelantó entonces.
—Has dicho que tendríamos todo lo que quisiéramos —habló—. Deseo salir de aquí.
«¡Eso es!» Celebró Ayame, conteniendo la respiración. ¡Combatir los deseos con sus deseos era lo que tenían que hacer!
O eso era lo que pensaba hasta que vio a Shiruba torcer el gesto. Y antes de que comenzara a hablar, Ayame se dio cuenta de que ni siquiera eso funcionaría.
—¿Por qué desearías algo así? ¡Estáis en un paraíso! Eso podría tener consecuencias horribles para mi mundo. Podrías destruir el libro. De modo que no puedo permitir eso.
—¡Eso no es un paraíso, es una tiranía! —protestó el genin.
—Alguien tiene que controlar el paraíso.
Y tal y como había aparecido, desapareció.
«Estamos perdidos...» Pensó Ayame, dejando escapar el aire de los pulmones, derrotada.
Pero no tuvo mucho tiempo para lamentarse. Frente a ellos, el agua del mar se agitó y tembló, y de repente surgieron de la nada una serie de tablones de madera que comenzaron a alinearse los unos con los otros hasta formar un largo puente de madera que se perdía en el horizonte.
—¿Y ahora qué? —preguntó la muchacha, con un hilo de voz.
Kōri se volvió sobre sus talones, pensativo. Sus ojos de escarcha recorrieron la pequeña isla que les rodeaba de parte a parte antes de detenerse momentáneamente en sus dos alumnos. En Daruu y en su hermana pequeña. Y después continuaron hacia la longitud del puente.
—Seguiremos el puente —afirmó al fin.
—¡Pero no sabemos lo que hay al otro lado! ¡Seguro que nos espera alguna trampa!
Kōri volvió a mirarlos.
—Es lo más probable. Pero quedándonos aquí no solucionaremos nada. En esta isla no hay más que arena y rocas. Vamos —les instó, antes de comenzar a dirigirse hacia el corredor de madera que se adentraba en aquel océano desconocido—. Estad atentos y manteneos detrás de mí en todo momento. Seguramente Shiruuba intente engañarnos, engatusarnos con ese paraíso del que no deja de hablar. No os dejéis engañar. No olvidéis quiénes sois ni de dónde venís.
«Especialmente tú, Ayame.» Podía tener muchas cualidades, pero, de los tres, Kōri sabía bien que la muchacha era la más débil en cuanto a voluntad se refería. Era la más inocente, la más voluble, la más manejable. No podía permitir que pasara algo como con los Kajitsu Hōzuki. No podía quitarle el ojo de encima.
—¿Por qué está haciendo algo como esto? —preguntó la kunoichi en un momento dado, tenía la mirada perdida en las aguas que se extendían en el lado del puente sobre el que caminaba—. Se suponía que trabajaba con Amegakure.
—Sí —asintió Kōri—. Pero seguramente tenía sus propios planes y el trabajar para la aldea sólo le daba la tapadera perfecta para no levantar sospechas.
—La inmortalidad... —murmuró Ayame, recordando las palabras de Shiruuba. Había construido un paraíso en el que había encerrado su alma y su conciencia. Como ella había dicho, ahora era "eterna".
Kōri asintió.
—¡Pero ha arrastrado a gente que nada tenía que ver con esto!
—No creo que lo pretendiera. Más bien, al proteger su libro para que no fuera destruido y poder mantenerse en esta realidad alternativa, ha surgido como un daño colateral.
—Pero esa gente ya no podrá volver... —musitó Ayame, recordando los esqueletos que invadían la habitación—. ¿Qué habrá sido de esas personas? ¿Qué será de ellas si siguen aquí encerradas? ¿Qué será... de nosotros...?
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Con la desaparición de Shiruuba, Daruu se había mantenido en silencio mientras los hermanos entablaban una pequeña discusión sobre ella, sus motivos y el plan que trazarían a continuación. Junto a ellos, el muchacho comenzó a recorrer el puente. Sólo intervino en el debate cuando las preguntas de Ayame parecían estar a punto de caer en un saco roto.
—Probablemente deberíamos, precisamente, tener cuidado con esa gente que sigue aquí encerrada —dijo—. Ponte de su parte por un momento. En el mundo real, tu cuerpo está muerto. No tienes un sitio donde volver. En este libro, tienes la conciencia y el alma atrapada eternamente, pero estás vivo. Y probablemente feliz, después de tanto tiempo, si te has acostumbrado.
»No es diferente de mudarse a otro lugar. Pierdes a tus amigos, a tu familia, pero al final te acostumbras, y más si te dan todo lo que pudieras querer.
Daruu echó una mirada al cielo. Sonrió.
—En ese sentido, me considero afortunado de ser un soso sin pretensiones —dijo—. Vivo bien, tenemos un negocio familiar. Estoy bien con mi madre. Me gusta la aldea. ¿Qué coño podría querer? Na, gracias, no me vas a convencer, vieja asquerosa.
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Las palabras iban y venían, sólo acompañadas por el crujir de la madera bajo sus pies y el sugerente susurro de las olas acariciando los tablones.
—Probablemente deberíamos, precisamente, tener cuidado con esa gente que sigue aquí encerrada —intervino Daruu—. Ponte de su parte por un momento. En el mundo real, tu cuerpo está muerto. No tienes un sitio donde volver. En este libro, tienes la conciencia y el alma atrapada eternamente, pero estás vivo. Y probablemente feliz, después de tanto tiempo, si te has acostumbrado. No es diferente de mudarse a otro lugar. Pierdes a tus amigos, a tu familia, pero al final te acostumbras, y más si te dan todo lo que pudieras querer.
Ayame palideció al escucharle. No le estaría tentando la idea de que quedarse allí no estaría tan mal, ¿verdad?
—En ese sentido, me considero afortunado de ser un soso sin pretensiones —continuó—. Vivo bien, tenemos un negocio familiar. Estoy bien con mi madre. Me gusta la aldea. ¿Qué coño podría querer? Na, gracias, no me vas a convencer, vieja asquerosa.
«Menos mal...» Suspiró Ayame, profundamente aliviada.
—Esas personas... Shiruuba... Morirían si el libro es destruido, por eso ella quiere mantenernos aquí —murmuró Ayame, casi para sí. Levantó la mirada, tratando de ver algo en el horizonte—. ¡Pero yo no he elegido "mudarme" aquí! Quiero seguir en Amegakure, viviendo mi vida normal. No quiero convertirme en una especie de espíritu residente en un libro. ¡Ni hablar!
»¿Creéis que esto llevará a algún sitio?
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—Esas personas... Shiruuba... Morirían si el libro es destruido. Por eso ella quiere mantenernos aquí.
—Oh, no, lo dudo mucho —repuso Daruu—. Hablaba con una arrogancia increíble. Por lo orgullosa que parece, es bien probable que lo único que le importe sea mantenerse con vida. Pero digo que tenemos que tener cuidado porque si los habitantes de este mundo se enteran de nuestras intenciones, probablemente quieran matarnos.
—¡Pero yo no he elegido "mudarme" aquí! Quiero seguir en Amegakure, viviendo mi vida normal. No quiero convertirme en una especie de espíritu residente en un libro. ¡Ni hablar!
»¿Creéis que esto llevará a algún sitio?
—Espero que sí. Espera. —Daruu activó su Byakugan. Más allá del horizonte, distinguió una nueva isla, sobre la que se erigía un pequeño pueblo amurallado—. Sí. Más allá hay un pueblo. Es curioso, parece Shinogi-To en miniatura. Por la arquitectura sólo, claro. Se nota que los que han estado intentando robar el libro eran arashijin.
Desactivó su dōjutsu.
—Estoy empezando a tener la extraña sensación de que tarde o temprano vamos a tener que matar a Shiruuba para deshacer este Genjutsu. Si el ejecutor sigue vivo...
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—Espero que sí. Espera —respondió Daruu, antes de activar de nuevo su Byakugan bajo la expectante mirada de Ayame—. Sí. Más allá hay un pueblo. Es curioso, parece Shinogi-To en miniatura. Por la arquitectura sólo, claro. Se nota que los que han estado intentando robar el libro eran arashijin.
Kōri agachó ligeramente la cabeza, con sus ojos escarchados fijos en un horizonte que comenzaba a desdibujarse entre la bruma de la distancia. Sólo habían llegado a atisbar una decena de esqueletos en el despacho de Shiruuba, pero parecía que ya habían conformado un pueblo para ellos solos. ¿O tal vez sería también obra de la anciana? Fuera como fuese, debían andarse con cuidado. Aún no conocían la magnitud de aquel extraño Fūinjutsu combinado con el Genjutsu. No sabían hasta dónde podía llegar Shiruuba con todo aquello.
—No podemos bajar la guardia una vez lleguemos allí. Como ha dicho Daruu-kun, si los habitantes de esta realidad alternativa se enteran de nuestros planes, lo más probable es que intenten detenernos convenciéndonos de lo maravilloso que es este mundo... bajo la amenaza de matarnos si no lo aceptamos.
—¿Podemos morir aquí? —preguntó Ayame, con un escalofrío. De alguna manera, al saberse "incorpóreos", había llegado a suponer que la muerte estaba fuera de su alcance. ¿Pero qué pasaría si sus almas, sus conciencias, morían? ¿Si su cuerpo seguía vivo en el mundo real entraría en una especie de coma hasta que terminara desfalleciendo por la inanición?
—Estoy empezando a tener la extraña sensación de que tarde o temprano vamos a tener que matar a Shiruuba para deshacer este Genjutsu. Si el ejecutor sigue vivo... —añadió Daruu, y Ayame se estremeció ante la sola idea.
—¡Pero si hacemos eso, todos morirán! —rebatió, profundamente afligida—.¿No cabe la posibilidad de que salgamos del libro y ya está? Si lo dejamos en la Biblioteca de Amegakure nadie les molestará y podrán seguir viviendo sus nuevas vidas...
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Daruu negó con la cabeza y chasqueó la lengua con desagrado.
—Creo que la decisión de dejar el libro en la Biblioteca de Amegakure no nos correspondería a nosotros —caviló—. Y quizás Arashikage-sama decida que hay que estudiar los contenidos del libro, y quizás rompan en sello en el proceso, y mueran de igual forma. Por otra parte, ¿cómo vamos a salir de aquí si Shiruuba no nos deja por voluntad propia? ¿Acaso es capaz ella de sacarnos, sin más? —se preguntaba, en voz alta—. Y de convencerla, tendría que ser... antes de que muramos allá afuera de sed. No. No creo que haya otra alternativa. Y esta gente, en realidad, lleva muerta mucho tiempo.
»No creo que haya otra alternativa —intentó convencerse.
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Junto a ella, Daruu chasqueó la lengua.
—Creo que la decisión de dejar el libro en la Biblioteca de Amegakure no nos correspondería a nosotros —dijo, pensativo—. Y quizás Arashikage-sama decida que hay que estudiar los contenidos del libro, y quizás rompan en sello en el proceso, y mueran de igual forma. Por otra parte, ¿cómo vamos a salir de aquí si Shiruuba no nos deja por voluntad propia? ¿Acaso es capaz ella de sacarnos, sin más? Y de convencerla, tendría que ser... antes de que muramos allá afuera de sed. No. No creo que haya otra alternativa. Y esta gente, en realidad, lleva muerta mucho tiempo. No creo que haya otra alternativa —se repetía, como si estuviera intentando convencerse a sí mismo.
—Pero...
—El objetivo de nuestra misión era recuperar el libro y devolverlo a la Biblioteca de Amegakure en caso de que Shiruuba hubiese fallecido —intervino Kōri, tan cortante como una estalactita de hielo. Sin detenerse, había girado la cabeza lo suficiente como para mirar a su hermana, pero sus ojos eran tan inescrutables como un muro congelado—. Así lo estipulaba su contrato, y así debe hacerse. Sin embargo, nuestra máxima prioridad ahora mismo es encontrar el modo de salir de aquí. Después hallaremos el modo de cumplir la misión. Ayame, no te dejes llevar por los sentimientos en una situación así, o podrías condenarte a ti misma.
Ella agacho la cabeza, clavando la mirada en los tablones de madera que iban pisando. Pero su mente seguía, inevitablemente, en funcionamiento, como los engranajes de un reloj. Ya no podían hacer nada para devolver a aquellas personas a la vida, era cierto y lo comprendía, ¿pero de verdad podían terminar de condenarlos de aquella manera?
«No es justo...» Se mordió el labio inferior, maldiciendo para sus adentros a Shiruuba y al momento en el que se le ocurrió crear una técnica así.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
Kōri volvió a hacer de autoridad en el debate entre los dos genin. El objetivo de la misión seguía siendo recuperar el libro y devolverlo a la Biblioteca de Amegakure, aunque la prioridad máxima debía ser encontrar el modo de salir de allí.
Desde un punto de vista pragmático, Daruu sabía que aquello significaba que tendrían que hacer lo que hiciese falta para salir. Cualquier cosa. Y eso incluía destruir aquél mundo.
Aquella farsa.
Daruu apretó los puños. Puede que aquella gente no quisiera morir ahora, quizás les habían lavado el cerebro, poco a poco. ¿Pero y todo lo que habían tenido que sufrir desde entonces? Estaba seguro que fuesen quien fuesen, ladrones, asesinos... habían tenido que irse rindiendo poco a poco. Haciéndose a la idea de que nunca volverían a ver a sus familias, a sus amigos, de que nunca volverían a sus hogares, o a viajar...
Eso era una T O R T U R A.
Y en ese caso, esa gente estaba mejor muerta.
El trío caminó por el puente de madera durante un buen rato más, y al fin sus pies tomaron tierra en otra isla que parecía muchísimo más grande que la anterior, ahora que la tenían cerca. Un camino de tierra subía por una loma y salía de la playa, entre las rocas, para acabar a la entrada de la muralla. No había vigilantes.
El olor de un buen asado llegó a sus fosas nasales. Salía del humo de la casa más cercana. Si ponían un pie en el pueblo, descubrirían que se trataba de una taberna.
Y ya de paso, que aquél lugar parecía una ciudad enorme. Pero sólo las primeras casas tenían humo saliendo de la chimenea.
A Daruu le dio un escalofrío. Hacía frío allí afuera, y el humo, aunque falso, gritaba fuego, y el fuego era cálido y acogedor, y habían estado un buen rato viajando. Hacía apenas unas horas. Sacudió la cabeza.
«Es increíble cuánto puede joderte la mente una ilusión...»
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