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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Atípico. Atípico santo y seña que tenían los guardias de la Prisión del Yermo. Dar de golpes desesperadamente en la pared a la espera de alguna respuesta.

Los enormes portones de hierro se abrieron a contra viento, apenas, el espacio suficiente como para que los guardias pudieran adentrarse en aquella tumba subterránea. Las arenas arremolinadas buscarían entrometerse entre ellos y su inserción, siendo succionados hacia el interior junto a unos cuántos kilos de arena encima.

La intensa luz de los enormes reflectores que hacían vida en lo más alto de aquél techo le obligó a Kincho a taparse ligeramente el rostro mientras trataba de sacarse un poco el polvo de encima. No obstante, aprovechó ese pequeño instante para analizar lo que era la recepción del Yermo y de las pequeñas sutilezas que acompañaban la enorme sala. Bocinas, reflectores, dos ninja con bandanas que les identificaban como shinobis adjuntos a la Aldea de la Hierba y que probablemente estaban sub-contratados para la protección de aquella extraña prisión. Los dos rozaban la treintena y parecían, en un análisis superficial, bastante competentes.

Tras ellos, un hombre mucho más viejo hacía la de secretario y anotaba en una libreta las asistencias del personal.

El alma de Kaido se iluminó, sin embargo, con lo que el hombre desveló con la llegada de Kincho y Tokore.

Jo-der, estáis como cabras. Sois los únicos del turno de noche que ha venido. Muchos del turno de tarde se fueron yendo pensando que la tormenta no era para tanto. ¡Estamos en horas bajísimas! Menos mal que habéis venido. Tokore y… Ah, aquí estás, Kincho —en cuanto escuchó su nuevo nombre, y con el aliento debidamente recuperado, Kaido encanijo la postura y se deshizo de esa confianza presencial suya, tratando de convertirse en Kincho. Kincho era un muchacho lánguido con los ojos tan saltones como los de un sapo. Un hijo de papi de algún ciudadano con cierta influencia en Inaka y que había obtenido el cargo, imaginaba él, por el pago de un favor. Por tanto, el deber de Kaido que ahora ocupaba su imagen tras su técnica de reflejo, era la de actuar tal y como había percibido a Kincho, como un cachorro asustadizo que está dando sus primeros pasos lejos de las tetas de su madre—. Tú madre estará orgullosa. Faltar al trabajo no es lo vuestro, ¿eh? Incluso aunque haya una tormenta como esta de por medio.

Pero Kincho tenía sus limitaciones. Una de ellas era que no podía hablar. Más bien murmuró una respuesta afirmativa por encima de una sonrisa ligeramente tímida. Uno de esos orbes que parecía querer salirse de la cuenca se torció hacia Tokore. No necesitaría de un ninjutsu ni de algún genjutsu visual para que a la mujer se le cruzase la imagen de su hija en aquél reflejo para que comenzara a tomar la batuta de la conversación, y le sacara de allí cuanto antes. Necesitaba acortar la charla y ocupar sus puestos de trabajo para minimizar las posibilidades de que les descubrieran.

Aunado a que Muñeca, pequeña como podía parecer a cualquiera... pesaba un huevo.

«¿pero adónde se te va la comida, hija de puta?»
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#17
Tokore pilló aquella mirada al vuelo.

¡Oi! ¿Y Zurkias? —preguntó, curiosa, al no verle. Kaido recordó que Tokore le había comentado que siempre había dos guardias supervisando quien entraba y quien salía de allí, aparte de los dos ninjas de Kusa. Y allí solo había uno.

Echando una mano en el segundo piso. Ya te digo que andamos justos y allí abajo andan especialmente revueltos. Parecen perros, alterándose por la tormenta.

El hombre rio, pero nadie pareció verle la gracia al chiste.

Bueno, vamos a cambiarnos rápido entonces —dijo Tokore, avanzando a pasos rápidos hacia su izquierda, a una puerta donde colgaba un cartelito que ponía:

Vestuarios

Nada más entrar, dos puertas más. Una daba a los vestuarios de hombres. La otra, al de las mujeres. El interior era idéntico: taquillas a ambos lados —con un nombre inscrito en cada taquilla—, un banco largo donde sentarse o colgar la ropa, y unas duchas al fondo. También un par de habitáculos con inodoros.

Bueno, nos vemos a la salida —murmuró Tokore, dirigiéndose al vestuario de mujeres.


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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#18
Umikiba Kaido se convirtió, de pronto, en una esponja. Entrar en la Prisión del Yermo le supuso un nivel extra de atención a los detalles del cuál usualmente no se preocupaba, pero ahora que estaba prácticamente solo en aquella tarea, tenía que ser más vivo que los demás. Más listo. Más hijo de puta que siempre.

Por tanto, todos los detalles por más pequeño que fueran, le iban a servir. Como por ejemplo, el hecho de que los guardias que custodiaban la entrada y salida no se encontrasen donde debían estar por la falta de personal gracias a la tormenta. O de la actual distancia en pasos que tendría que ocupar para moverse por la amplia prisión, de la que sólo tenía perfectamente grabada la imagen de un modesto croquis proporcionado por Comadreja. Todo, absolutamente todo, le iba a servir para sobrevivir.

Una vez en los vestuarios, Kincho detuvo a Tokore antes de irse. Eran los ojos del endeble compañero, pero la mirada era la de un criminal.

—¿Nos vemos a la salida? —replicó—. nos vemos en media hora en el jodido punto de encuentro. Consígueme la jodida celda del tal Razaro y llévamelo a la enfermería. Haz tu puta parte.
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#19
No, no coló. Tokore lo había visto venir desde el principio, pero no se hubiese perdonado en la vida de no haberlo intentado.

¿Qué? No, no, no, no. ¿Estás loco? —le susurró, espantada, cuando oyó la segunda parte. ¡Se suponía que le habían contado cómo funcionaba la prisión allí! Abajo, cada preso compartía celda con un compañero. Pero, ¿en el primer piso, dónde estaban los presos que no eran ninjas? Allí era una jodida jungla. Había seis habitáculos enormes separados por rejas en la zona de dormitorios de hombres, donde dormían todos apelotonados en futones o en el jodido suelo, si hacía falta. Ir allí sola, de noche, era un riesgo que no estaba permitido. Incluso aunque tuviese el silbato corrector—. Necesitaré que vengas tú conmigo, Kaido. Y un tercer guardia debería estar vigilando en la entrada. —Ese, al menos, era el procedimiento protocolario.
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#20
¿Qué? No, no, no, no. ¿Estás loco? —¿quién de todos ellos no estaban jodidamente locos habiéndose colado a una prisión de máxima seguridad, de la que nada más y nada menos; querían sacar a un jodido preso? si esa no era la puta definición de locura, ¿qué lo era entonces?—. Necesitaré que vengas tú conmigo, Kaido. Y un tercer guardia debería estar vigilando en la entrada.

Oh, Tokore le estaba crispando los nervios. ¡Le estaba tocando muchísimo los cojones! cambiándole los planes a cada segundo. Haciéndose la estúpida y renegando de sus putos deberes. Kaido no quería tener que recordarle lo que le iba a pasar a su pequeña hijita, pero... pero... se lo estaba poniéndome endemoniadamente difícil.

El dedo de Kincho se alzó. La señaló. En otra ocasión le habría disparado una bala mortal de agua al centro del corazón. Esa vez, no.

—Estás tentando a la suerte, mujer. Primer aviso —le concedió. Le quedaban dos. Luego le habló a su khopesh—. Muñeca, ¿estás bien? debemos ocuparnos de Razaro rápido y concentrar los esfuerzos en lo verdaderamente importante.
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#21
Pues vamos a cambiarnos de una vez y nos vemos aquí en dos minutos, joder —protestó ella, temerosa de que alguien entrase o saliese del vestuario justo en aquel momento y pillasen a ambos hablando de lo que no debían.

Cuando Kaido accedió al vestuario de los hombres, se encontró con una amplia sala con bancos y percheros de madera a lo largo de esta. Taquillas a ambos lados. Duchas al fondo. Un par de habitáculos con inodoros al lado. Y, a lo lejos, se oía el agua correr de fondo.

Tenía la llave de su taquilla —tras robársela al verdadero Kincho de acorde al plan—, pero lo que no sabía era dónde estaba la suya. Por suerte, todas las taquillas tenían inscrito el nombre del que la usaba en un papelito. No le sería difícil encontrarla. Solo tenía que…

Pasos. El agua dejó de correr. Alguien salía desnudo de las duchas.

Hombre, ¡Kisho! ¿Tú por aquí?

Era un joven de unos veinticinco años, rubio y pelo rizado y con unos pendientes en ambas orejas. Caminó hasta él en chanclas y se anudó una toalla a la cintura. Kaido sintió a Muñeca removerse, inquieta, en su transformación.

¿Es verdad lo que dicen? ¿Tan jodida es la tormenta?
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#22
El escualo —aún transformado en Kincho—. se adentró a los vestuarios y empezó a revolver todos los armarios para buscar aquél que tuviera su nombre. El problema es que su introspección fue interrumpida por el evidente sonido del caudal de agua apagarse. Los pasos de pies mojados también fueron lo bastante reveladores como para entender que no se encontraban solos.

Kaido le vio acercarse tras su saludo y descolgó el kopesh, dejándolo sobre una butaca izquierda. Dio dos pasos hacia atrás y con el dedo índice izquierdo, se apretujó los labios, pidiéndole al muchacho que hiciera silencio.

Luego le atizó con un gesto de mano, como diciéndole: "acércate, acércate" porque quería contarle un secreto acerca de la Tormenta.
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#23
El hombre, sorprendido por la reacción de Kincho, frunció el ceño.

¿Hmm? ¿Qué ocurre?

Se acercó a él con aire tranquilo, mientras Kaido notaba como el arma en el que se había transformado Muñeca temblaba más y más.

Ya te aviso que a mí me suda la polla. Cumplí con mi horario de tarde, y ni Fūjin va a detenerme de que esta noche esté en Inaka.
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#24
Y cuando estuvo lo suficientemente cerca...

... Kincho —el flacuchento hijo de papi—. le sostuvo la boca con la mano derecha con una fuerza impropia de su cuerpo endeble y poco trabajado, y con la otra le atizó la parte posterior del cuello. Hizo uso del apoyo de sus piernas para calar una de ellas por detrás de las piernas del susodicho guardia y le torció la nuca lo suficiente como apretarle el área de la carótida y obstruir la respiración. La mano en la boca servía como bozal para que aquél hombre no gritara, y sólo esperaba que Muñeca aprovechara la situación para reducirlo —si él no lograba su objetivo—. con una de sus técnicas de dolor.

De todas formas, no cometía aquél riesgo sólo por las risas.

Tenía que conseguirle un cuerpo a Masumi para que pudiera acompañarlos sin levantar sospechas a los espacios comunes de la Prisión. Llevarla todo el rato como un kopesh no era más una opción.
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#25
Pero el guardia poco pudo hacer para defenderse. Le había pillado de improvisto, y pese a que estaba en buena forma, cuando pudo reaccionar Kincho ya había ejecutado su llave. Forcejeó y pataleó lo que pudo, pero ya era demasiado tarde…

Demasiado tarde.

La toalla de la cintura se le cayó en el forcejeo, y Muñeca perdió finalmente la concentración. Su transformación se deshizo, pero lejos de ayudar a Kaido, se arrastró por el suelo, alejándose. Respiraba con tremenda dificultad, como si le estuviese dando un ataque de ansiedad. Inspiraba, espiraba. Inspiraba, espiraba. Alejándose…

Alejándose.

Kincho notó cómo el cuerpo del guardia caía finalmente inconsciente. Podía seguir apretando, y rematarle, o podía correr el riesgo de dejarle así.

Por otro lado, vio una taquilla abierta.
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#26
Dejarle vivo no era una opción.

Kincho apretó, y apretó, y apretó; hasta que los pulmones del desconocido colapsaran aún estando inconsciente. Los ojos cerúleos del escualo se pasearon, no obstante, por el cuerpecillo de Muñeca que se arrastraba por los suelos con lo que parecía ser una incapacidad para respirar. ¿Era cosa de su gripe, o es que ver una polla de un hombre mayor era demasiado para ella?

Kaido llevó el cuerpo inerte del hombre hasta la casilla abierta y lo metió ahí, cerrándola de un portazo.

—Joder, Muñeca. ¿Qué coño te sucede? —le dijo, recriminándola—. nos queda un minuto. Cálmate y conviértete en ese hombre.
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#27
El cuerpo del guardia dio unas últimas sacudidas antes de que su corazón dejase de latir. Así de fácil ponía fin Kaido a una vida. ¿Quién era? ¿Cómo era? ¿Tendría hijos? ¿Esposa? ¿Hermanos pequeños a los que cuidar?

No se sabía.

No importaba.

Dragón Rojo tenía una misión que cumplir, y cualquier cosa que sucedía por el camino eran meras eventualidades.

No… No… No le vi bien —se excusó Muñeca, ante la petición de Kaido para que se transformase en él. Seguía respirando con dificultad, aunque parecía que poco a poco se iba calmando, y por alguna razón evitaba mirar al Tiburón, escondiendo su rostro.
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#28
Kaido continuaba su camino de destrucción personal. Con cada muerte que se metía en el bolsillo, con cada cadáver resultante de sus propias acciones, más se dejaba entregar a los vestigios del Bautizo Draconiano. Con cada gota de sangre derramada, Umikiba Kaido daba un paso más hacia los brazos del Dragón Rojo, y se alejaba de aquellos a los que su corazón realmente les era fiel.

Se alejaba de Daruu, de Ayame, de Mogura. Se alejaba de su líder ejemplar, de su ídolo. De su meta a seguir.

Se alejaba de Amokoro Yui.

En ese instante, Kaido tuvo un milisegundo de lucidez donde les recordó. Donde recordó como ser quien era antes. Pero más pronto que tarde, con los quejidos moribundos de Muñeca; los olvidó otra vez.

«Tenía que haberme traído a Shaneji, maldita sea»

—Pues acércate al maldito armario. Abre la maldita puerta, y ¡mírale la puta ca....! —se cayó en súbito, recordando las palabras de Otohime. Tendría que tenerle paciencia a Masumi. Debía comportarse a la altura de un aliado—. está bien, Muñeca, está bien. Veámosle sólo el rostro, ¿está bien? yo te alzaré. Por favor, te necesito al cien por cien, Muñeca. No podemos fallar. ¿Entiendes lo que sería una nueva decepción para Padre? ¿entiendes que seremos carne de cañón como Katame?
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#29
¿Padre? No, no, no, no. No podía decepcionarle otra vez. No podía fallarle.

Se dejó guiar por Kaido y, con gran repulsión dibujada en su rostro, aguantó la respiración y miró, por segunda vez, el rostro de aquel hombre.

Pero… ¿con qué ropa hago la transformación? —preguntó, indecisa.
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#30
El gyojin se señaló el atuendo, aunque antes alejó a Muñeca lo suficiente para rebuscar en el armario del hombre —manteniendo su cuerpo dentro—. para dar un rápido vistazo al atuendo del que había dispuesto para tomar esa ducha. Quería asegurarse más que nada que no se tratase de un guardia con un cargo extraordinario y cuyo vestuario fuera diferente al de ellos. Cerciorándose de ello, hablaría con Muñeca para darle luz verde.
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