Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Kaido hubiese podido soltar a un bijuu frente a sus narices, que la reacción hubiese sido la misma. Las palabras del hombre se le atragantaron en la garganta, cuyos ojos volaban de la Marca del Dragón al rostro del Tiburón. Se puso pálido de pronto, como si le hubiese sentado muy mal la comida y estuviese a punto de vomitar.
—L-lo si-siento muchísimo, K-kaido-sama. ¡No sé cómo no le reconocí! —exclamó, haciendo una torpe reverencia. Claro que no le había reconocido. ¿Cómo iba a hacerlo? No le había visto en la vida. Pero sí había oído hablar de él. El Cabeza de Dragón más joven de la historia, después de Muñeca. Azul y peligroso como un tiburón. Algunos le llamaban el hermano pequeño de Shaneji. Otros, el Hozuki débil. Oh, sí. La fama de Shaneji todavía superaba a la de Kaido. Todavía —. ¡Acompáñeme, por favor!
Shenfu Kano, por otro lado, se había quedado sin voz. Quizá por primera vez en su vida. Le hubiesen podido apuñalar en el pecho, y no le hubiese dolido más. Le hubiese podido traicionar un hijo, y no le hubiese sorprendido más.
El largirucho atravesó el gran comedor hasta llegar a una puerta que daba un largo pasillo con varias puertas más a ambos lados. Al fondo, unas escaleras que bajaban todavía más. Akame creyó que el olor allí se hacía todavía más profundo.
Llamó a la última puerta que había a la izquierda, e informó que Kaido estaba allí. La voz de Shaneji emergió desde el otro lado.
—¡Juuuuujujujuju! ¡Qué pase! ¡Qué pase!
Shaneji se encontraba en el camarote principal, en la cama, tal y como su madre le había traído al mundo. Le dio una nalgada a la chica que estaba junto a él para que se apartase y se puso unos calzoncillos que había tirados por el suelo.
—¡Volviste! —exclamó, como sorprendido.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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El Hozuki miró a los marineros por encima del hombro, y atizó a Kano, para ver su reacción. Estupefacto como nunca le había visto, su viejo amigo de Taikarune quedó, pues, sin palabras.
—Vamos —le inquirió a Akame y a Kano, para que le siguieran.
Cuando llegaron al camarote donde Shaneji se encontraba, Kaido recibió a su Hermano de agua con una sonrisa galante, crecida y ególatra.
—Me ofende que creyeras lo contrario, hermano —se acercó hasta él, fraternal, y le estrechó la mano. Luego oteó el camarote, a la puta que había en su cama y a las comodidades del barco—. te ves cansado de trabajar, Shaneji-kun. Llevas una vida muy... ajetreada, ¿no?
El borracho cerró la puerta y, pacientemente, subió las escaleras. Al tejadillo, donde las palomas. Dejó la botella de cerveza en el suelo y se acercó a una mesilla —en apariencia, perfectamente sobrio y sin trazar curvas peligrosas—, donde disponía de pergaminos vacíos y tinta. Agarró la pluma y trazó, delicadamente.
Lo hemos encontrado. Viaja al Hierro o al Agua, a una de las dos. Sigo investigando y ruego enviar un equipo. Va acompañado de otra persona.
Enrolló el pergamino con destreza y lo cerró con un sello azul.
—Ah, cabrón... En todos lados cae un poco de Lluvia...
Sin embargo, cuando los corsarios que guardaban la puerta al camarote del hedonista Shaneji se hicieran a un lado y Kaido y Kano —la doble "K"— ingresaran en el mismo, notarían que faltaba alguien. Alguien que no solía llamar la atención, ni mucho menos formar alboroto, pero cuya ausencia sin embargo sería notoria en aquel momento. Akame no estaba.
Y es que el Uchiha había aprovechado la breve confusión para deslizarse por las escaleras que descendían hasta lo que Akame presuponía que sería una bodega cargada hasta los topes de omoide. «Sólo un poco... Sólo un poco, joder...» Sigiloso como una serpiente, el renegado de Uzu se infiltraría en la estancia en busca del paraíso perdido de la magia azul. Había tratado de resistirlo, pero era simplemente demasiado fuerte; incluso aunque —supuestamente— la peor parte del síndrome de abstinencia había pasado ya, durante el viaje de ayuno, para alguien que estaba tratando de dejar el omoide meterse en un barco cargado hasta los topes de pasta azul era una condena al fracaso.
Shaneji se encogió de hombros. No se trataba de confiar o no. Se trataba de pura estadística.
—¿Crees que disfruto con esto? —preguntó. La mujer con la que estaba, de cabellos rizos y figura esbelta, yacía en la cama desnuda, jugando distraídamente con uno de sus cabellos—. Ya sabes lo que opino de esta mierda de omoide. Pero fue lo que se votó y toca apechugar, ¿hmm?
»Joder, ¡si hubiese sabido que venías hoy te hubiese conseguido a otra amiga! Pero no te preocupes, Kaido —sonrió—. No soy celoso. ¡Juuujujujuju!
• • •
Mientras tanto, Akame descendió por unas amplias escaleras hasta toparse con una puerta de acero, con una rueda en el centro que tuvo que girar hacia la izquierda para poder abrir. La bodega estaba aislada del resto del barco, con su propia atmósfera, su propia temperatura, con las paredes cubiertas por aislante térmico. A Akame le parecieron como finas colchonetas forradas de plástico gris pegadas a la pared.
Allí, el ambiente era más fresco, más liviano… Y, por los Dioses, apestaba tanto a omoide, a ese característico olor dulzón y empalagoso, que alguien no acostumbrado le entrarían ganas de vomitar.
Había todo tipo de mercancía. Baratie funcionaba tan bien para Dragón Rojo porque su dueño seguía usándolo como restaurante de cuando en cuando, para mantener su imagen. Cajas y más cajas. Barriles y más barriles. Eran estos últimos los que Akame había visto transportando en el muelle. Y estaban por todas partes. A decenas. A centenares.
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No lo creía, lo sabía. Se notaba. Pero bueno, así era Shaneji, un minimalista. Capaz de adaptarse a las condiciones, como un hijo del mar. ¿Lo iba a culpar por disfrutar de los pocos placeres de la vida que valían la pena dentro del negocio del omoide? pues... pues no.
El escualo se dirigió a la mujer como si fuera un manojo de sangre. Se echó a la cama, acomodándose en la almohada y la rodeó con las manos. Miró a Kano con una sonrisa y ejecutó un sello, distraído, al percatarse en ese instante que... a su perro de caza se le había soltado la correa. ¡Puff!
un Kage Bunshin apareció a un lado de la cama.
—Búscalo y ayúdalo a controlarse, nos espera un largo viaje.
—Joder. ¡Joder! bueno... bueno. Disfruta por mí, bacalao.
La mano de Kaido empezó a acariciar, juguetona, los lugares más prohibidos y sensibles de la mujer mientras veía a su clon alejarse.
—Hubiera llegado antes, pero tuve un par de percances en el camino mientras volvía de Inaka. De todas formas, ya tendremos tiempo de ponernos al día de todo lo que pasó. Ahora necesito que hablemos de algo importante —miró a Kano, soslayo—. ¿porqué no me contaste que tenías a mi viejo amigo Shenfu Kano cogido por los huevos, eh? ¿no crees que... merecía saberlo?
* * *
Kaido el bunshin le siguió el paso a Akame. No iba a ser muy difícil rastrearlo, porque era evidente que su espíritu de drogadicto le iba a llevar hacia el epicentro de aquél fortísimo aroma. Continuó su paso hasta los exteriores de la bodega, en silencio, sin perturbar el avance del Uchiha hasta que pudiera ver su reacción. No podía atacarlo por perder los estribos si no lo presenciaba directamente. Tenía que darle un poquito de confianza. Al menos.
Mientras todos sus sentidos le bombardeaban con estímulos demasiado tentadores como para ignorarlos, Akame avanzaba dando tumbos entre las cajas y los barriles de la bodega. Parecía que llevara semanas perdido en el desierto y hubiera hallado, por fin, un vergel radiante en el que descansar y saciar su sed.
«Sed... Tengo... tanta sed...»
Alargó el brazo derecho y pasó la mano, curtida y rasposa, por la rugosa superficie de las paredes de la bodega. Luego hizo lo mismo con la parte superior de la caja más cercana, como si con el sólo tacto pudiera saciar aquella ansiedad tan monstruosa que empezaba a comérsele por todos lados. Había perdido ya la noción del tiempo y el espacio, olvidando que estaban dentro de un barco de narcotraficantes en mitad de la noche con destino al País del Agua —o eso esperaba—.
«Tengo tanta sed...»
Inspiró hondo, dejando que aquel aroma delicioso le inundase las fosas nasales. Queriendo aspirarlo, tocarlo, saborearlo. Se acercó a la caja. Alargó las manos y buscó a tientas un resquicio por el que abrirla, y entonces...
Entonces las imágenes del Club de la Trucha ardiendo pasaron ante sus ojos. Los gritos desesperados de los carbonizados retumbaron en sus oídos. El rostro aterrado de Hōzuki Chokichi se reflejó en sus pupilas y le siguieron los de quienes eran ahora sus enemigos. Sarutobi Hanabi, Katsudon, Amekoro Yui... Datsue. «¿Datsue?» Sin darse cuenta, Akame se había detenido, y sus manos estaban cerradas en sendos puños. Apretó los dientes. La cara de una muchacha de ojos dispares y pelo blanco le miraba desde la penumbra de la bodega, recriminándole.
—Mierda —masculló entre dientes. Luego le arreó una soberana patada a la caja de omoide más cercana—. Pura mierda.
El Uchiha se pasó una mano por la llamativa pluma azul que llevaba asida a los vendajes sobre la oreja izquierda y dio media vuelta, camino a las escaleras y de vuelta al camerino de ese tal Shaneji.
La prostituta se dejó hacer como si Kaido fuese un ángel caído del cielo con el único propósito de llenarla de placer. Para eso le pagaban tan bien. Para fingir.
Empezó con suaves gemidos, casi inaudibles, acompañados de pequeños estremecimientos, como si Kaido fuese tan irresistible que ni su propio cuerpo pudiese controlarse. Luego, pasó una mano bajo la camisa de Kaido y empezó a acariciarle el pecho, el estómago… hasta llegar a la entrepierna. Por encima del pantalón, eso sí. Solo para comprobar si aquello ya estaba en su sitio.
—¡Juuuujujujuju! ¿Estás molesto por eso, Kaido? —Quiso saber. Shenfu Kano se mantenía en un discreto segundo plano. Shaneji se encogió de hombros—. Prefería contártelo en persona. Además, tú también tienes mucho que contar, ¿eh? —comentó, jocoso—. Vamos, ¡no nos pongamos tensos! Shenfu Kano y yo hemos llegado a un acuerdo de lo más beneficioso para ambas artes. ¿¡Es así o no es!? —exclamó, dando una sonora palmada en el hombro del cocinero.
—¡Hmm!
Nunca en la vida Kaido había visto a Shenfu Kano tan a merced de otro. Tan engruñado en sí mismo. Tan… apagado.
—Oye, ¿y a quién mandaste buscar con ese clon? ¿¡Acaso tenemos un invitado y yo sin enterarme!?
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Y aunque Kaido daba placer a la prostituta, lo hacía más por acto reflejo, y guardar las apariencias. Sus oídos no estaban atentos a los gemidos, sino a las palabras de Shaneji. Sí, estaba un poco molesto. Le habría gustado que se lo contase con antelación.
Cuando la mano de la mujer le acarició la entrepierna, encontró lo que solía encontrar siempre. A la bestia de todo hombre despertando tras los instintos del cuerpo, aunque aún somnolienta. Iba a tener currársela si quería excitar al tiburón, quien tenía unos gustos digamos... bastante particulares cuando se trataba de satisfacer sus placeres más carnales.
—Un nuevo aliado ha decidido acompañarme. Trabaja para mí, luego haré las introducciones —dijo.— de todas formas, yo a Kano-san no le veo demasiado contento que digamos. Me ha dicho que tienes a Koe secuestrada, y eso no le deja trabajar tranquilo. Me ha pedido que te mate —rió a carcajadas, mientras le daba una nalgada fortísima a la prostituta, y apretando su gluteo como si fuera de su propiedad—. mentira, mentira, sólo ha querido que le ayude a recuperar su vida. ¿Podemos negociarlo? ¿liberar a Koe? estoy seguro de que Kano no necesita esa diatriba para cumplir con nuestras órdenes como es debido. Baratie, después de todo, siempre estuvo destinado a ser de Dragón Rojo.
* * *
El bunshin se encontraba en lo más alto de las escaleras, recostado a la pared, y esperando como si nada hubiera pasado a su compañero.
5/05/2019, 23:36 (Última modificación: 5/05/2019, 23:38 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Akame alzó la vista, sorprendido ante la repentina voz que le saludaba desde arriba de las escaleras. Tan absorto había estado en su lucha interna que ni siquiera había advertido la presencia de Kaido allí hasta que lo tuvo delante de las narices. El Uchiha enarcó una ceja, molesto pero no mucho; no podía culpar al Tiburón por haber desconfiado de él.
—Aye aye, capitán —respondió, incapaz de negar lo evidente—. Dónde cojones está nuestro querido y seboso amigo? Y pensaba que habías ido a buscar a ese tal Shaneji.
Akame sonaba molesto, y lo estaba. No en vano lo que le había mantenido a raya en ese momento era el sabor amargo de un recuerdo lejano, y la certeza de que probablemente ya tenía demasiados problemas —más los que estaban por venir— como para andarla jodiendo. Miró a Kaido y luego lanzó un vistazo furtivo por encima de su hombro, tratando de intuir a donde había ido Shenfu Kano.
¿Un nuevo aliado? Eso sonaba bien. Dragón Rojo nunca rechazaba un buen par de manos para transportarle el omoide y limpiarles la mierda que dejaban a su paso. Lo que ya no sonaba tan bien, era eso de que Shenfu Kano le había pedido que le matase.
—Ah, ¿sí? —desvió la mirada hacia el cocinero, quien tembló de arriba abajo.
—Mentira, mentira, sólo ha querido que le ayude a recuperar su vida. ¿Podemos negociarlo? ¿liberar a Koe? estoy seguro de que Kano no necesita esa diatriba para cumplir con nuestras órdenes como es debido. Baratie, después de todo, siempre estuvo destinado a ser de Dragón Rojo.
¿Liberar a Koe? ¿Y cómo sabían que no se la iba a jugar? ¿Qué no solicitaría a algunos ninjas de mierda para liberarle? ¿O que directamente aprovechase un despiste para lanzarse a la mar y no volver atrás?
—No es que me importe. Sabes que no soy alguien que saboreé el sufrimiento de otras personas… Juuuujujujujuju. ¡JuuuUUUUJUJUJUJUJU! —Le hizo tanta gracia su propia broma que no pudo parar de carcajearse por un buen rato.
Mientras tanto, la mujer empezó a besar el cuello del Tiburón y a lanzarle pequeños mordisquitos aquí y allá.
—Pero, ¿es eso un buen movimiento, Kaido? ¿No crees que nuestro amiguito aprovechará para probar nuevos mares?
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La mano de Kaido se arremolinó entre los cabellos de su dama, y haló como los estribos de una mula. La miró a los ojos, con esos orbes profundos y cristalinos como el mar.
—Eh, eh, aquí el que muerde soy yo —replicó, mordiéndole el labio y soltándola en el acto—. pues no lo sé colega, no lo sé. Kano me debe la vida, me debe este barco, me debe todo. No en vano asesiné al puto de Katame a dos cuartos de aquí para que él pudiera continuar con su existencia, lejos de los problemas. Lejos de las drogas. Pero parece que no ha hecho los deberes tal y como se lo pedí —alzó la mano derecha y movió el dedo índice, de adelante hacia atrás, pidiéndole que se acercara—. dime, Kano, ¿qué piensas de mí ahora? ¿me sigues considerando tu amigo, a pesar de que llevo éste tatuaje? ¿si te doy la libertad de tu sobrina, me pagarás con la lealtad, o vas a traicionarme como lo han hecho otros tantos?
Otros tantos que, hoy por hoy, se encontraban pudriéndose en lo más profundo de mar.
. . .
—Están charlando con Shaneji mientras hablamos —respondió, admitiendo que estaba en ambos lugares a la vez—. vine a asegurarme de que tuvieras todo bajo control, así que no me mires así. Sólo estoy cumpliendo con lo que tú mismo me pediste.
Echó a andar y se acercó hasta las barandas de la proa, observando la negrura en la que se envolvía el mar nocturno.
—Será mejor que partamos pronto. No estaremos seguros hasta que lleguemos a Hibakari.
Akame abrió los ojos y sus labios dibujaron una "o" que parecía decir "ahora ententiendo". La vergüenza se mostró entonces en su rostro, en realidad Kaido tenía toda la razón; él le había pedido que le controlara, y así hacía. El único débil de la pareja estaba siendo Akame, y eso le jodía más intensamente que casi cualquier otra cosa. Apretando los dientes, el renegado trató de aferrarse a ese sentimiento de vergüenza y frustración para combatir el mono. «¿Acaso voy a dejarme matar como un perro?» Su adicción al omoide no sólo era un peligro para su propio cuerpo, sino que sabiendo que probablemente las Grandes Aldeas ya estaban al tanto de su situación, colocarse hasta las cejas con la pasta azul implicaba quedarse extremadamente vulnerable durante un rato.
¿Realmente era algo que pudiera permitirse siendo un prófugo de la ley de las Villas ninja?
«Claro que no, joder.»
Negó con la cabeza, y luego terminó de subir las escaleras para pasar junto al clon de Kaido —o al verdadero— y caminar hacia el camarote.
—Nadie tiene más ganas que yo, compañero —confesó, encogiéndose de hombros—. Cuanto antes pongamos esta lata de sardinas en el agua, mejor para todos.
Así pues, continuó hasta el camarote del tal Shaneji, donde se asomó tras el umbral de la puerta. Allí vio al verdadero Tiburón —no creía que Kaido fuese tan generoso como para dejar a su clon gozar de las atenciones de aquella distinguida dama que le mordisqueaba el cuello— y a uno que parecía ser un primo cercano. «Me cago en todo, menuda convención de fenómenos», se dijo Akame, incluyéndose en el lote. Con su rostro vendado, pelo desarreglado y encías azules no cualificaba precisamente como "persona común y corriente". Sus ojos negros examinaron al otro criminal.
La mujer fingió. Fingió no asustarse, no dudar, cuando Kaido tiró de sus cabellos y le miró a los ojos. Como si realmente se divirtiese con aquello. Como si realmente disfrutase. Sabía lo violentos que podían ponerse algunos hombres, y capear ese temporal en su situación era difícil, complicado. Y aquellos, desde luego, no parecían unos cualquiera.
Shenfu Kano, al otro lado, estaba más perdido que un pez fuera del agua. Jamás se habría esperado que Kaido fuese uno de ellos, y todavía lo estaba asimilando. Cuando el Tiburón le interpeló, balbuceó:
—¡C-claro que no te traicionaría, Kaido! —Pero en sus ojos no había más que miedo. Ya no le veía como ese viejo amigo con el que siempre podías contar. Ahora tenía temor. Incertidumbre.
—Bah —dijo Shaneji, haciendo un ademán con la mano—. Tú verás, Kaido. Pero es responsabilidad tuya. Si te sale mal, te tocará responder.
Desvió la mirada hacia Shenfu Kano.
—¿Qué haces todavía aquí? ¡Hay que salir ya! —Shenfu Kano dio un rebote en el sitio y se fue con la nuca caliente, y es que Shaneji le había dado tres sonoras collejas al ritmo de:—. ¡Bam, bam, bam!
Ah, no podía parar de reírse. Fue entonces cuando le vio: un chico chupado y desgreñado que tenía medio rostro vendado apareciendo por el umbral de la puerta.
—¡Juuuujujujuju! ¿Este es tu nuevo aliado, Kaido? —quiso saber, inspeccionando al chico de arriba abajo con la mirada—. ¿Te hizo esto mi hermano de agua? —quiso saber, señalándole el rostro y sonriendo al mismo tiempo—. ¡Ah, tienes que perdonarle! ¡El cabrón a veces se emociona demasiado! ¡Juuuuuujujujujuju!
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El Uchiha sacó un cigarrillo de su tabaquera tratando desesperadamente de disimular el tembleque que el síndrome de abstinencia de la magia azul le estaba produciendo. Sus manos trastabillaron un momento mientras el resto le observaba y Shaneji hacía algún que otro comentario sobre sus vendajes. Akame no contestó al momento —la tarea de sacar uno de los cuatro cigarrillos que le quedaban y ponérselo en los labios parecía toda una odisea debido al mal pulso del muchacho— sino que esperó a poder encenderse el tabaco y fumar un par de hondas pitadas. Luego dejó escapar el humo mientras observaba a Shaneji.
«¿Cómo de fuerte será este cabrón?»
Se sintió tentado de activar su Sharingan y comprobarlo, pero deshechó la idea. «No conviene que nadie se sienta amenazado, y el tipo no parece muy estable emocionalmente. Mejor volar bajo por ahora», concluyó Akame. Así que sin más dilación, habló con cuanta calma fue capaz de imprimir a su voz.
—No, los culpables no están en este barco —contestó finalmente—. Me dicen Suzaku.
Resultaba evidente que aquel era un nombre falso, pero a Akame no le importaba. Tratando con criminales, prófugos y narcotraficantes, esperaba que detalles como ese careciesen de importancia. Él, al menos, ya tenía suficientes problemas como para andar pregonando a los cuatro vientos que era un renegado de Uzushiogakure.