Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Estabas muerto desde el principio, solo que no te diste cuenta. —Zaide jadeaba, pero incluso así consiguió arrastrar los pies en dirección al Gran Dragón. Hacia su cuerpo tirado en el suelo, hacia sus escamas hechas ceniza—. Desde que pensaste que intenté alcanzarte con un Hebi Mikazuchi cuando en verdad buscaba atraer las nubes. No, desde mucho antes —tuvo que corregirse—. Desde que mandaste matar a mis camaradas. Desde que me arrinconaste. Desde que asesinaste a mi hermana.
Llegó a sus pies. Le escupió un gargajo sanguinolento.
—¡¿Pensabas que iba a dejarlo pasar, huh?! ¡¿Qué haría la vista gorda?! —a medida que hablaba, su voz se iba encendiendo más y más, como si fuesen llamas alimentadas por una rabia tan negra como el petróleo—. ¡No soy capaz de dejar de verla! ¡Incluso sin omoide, no puedo dejar de verla!
A todas horas. En todas partes. Recordándole lo que había hecho. Recordándole lo que había dejado hacer. Y estaba cansado. Demasiado cansado. Con la única mano buena que le quedaba, tomó una Nage Ono, se arrodilló sobre el pecho de Ryū y le estampó el hacha en el cráneo. Con toda la fuerza que le quedaba, que era poca. Con toda la rabia acumulada, que era mucha. Con todo el peso que habían hundido sus hombros y constreñido su corazón por años, que, eso, era tan abismal como el universo.
Nada más hacerlo, algo dentro de él se alivió. Decían que las venganzas no servían para nada, y quizá no se sentía bien, pero sí más liviano. Como si acabase de quitarse una gran losa de encima, con la que había cargado tantos años que ni siquiera recordaba cómo era no tenerla. Rio, y el cielo despejado le devolvió la carcajada. Gritó, y el valle entero le devolvió el bramido de triunfo.
Se levantó, pero el hacha no quiso acompañarle. Estaba tan enterrada en el cráneo que se había quedado atascada. No, no era eso…
Era…
Era la mano del Gran Dragón. Que sujetaba el mango del filo y lo mantenía a milímetros de su frente. Ryū tomó el antebrazo de Zaide y, esta vez, se lo retorció tras su espalda, estampándole la cara en el suelo. No iba a cometer el error de mirarle de nuevo a los ojos.
—Caíste en tu propio truco, Zaide. —La voz de Ryū sonó más fuerte y más gutural que nunca. Las escamas de su cuerpo caían hechas ceniza, y todo chakra de Senjutsu había desaparecido de su cuerpo. Tenía la piel quemada y magulladuras por todo el cuerpo, pero estaba vivo. Claro que estaba vivo. ¿Acaso alguien lo había dudado? —. Darme por muerto.
Zaide intentó revolverse. Su mano libre estaba rota, y la buena firmemente sujetada con la fuerza de unas tenazas de toneladas de peso. Probó a ejecutar el Nagashi, pero justo en ese momento Ryū tiró todavía más fuerte de su brazo y le dislocó el hombro, arrancándole alaridos de dolor. Pataleó, gruñó, comió sal y vio su cara estampada contra el suelo una, y otra, y otra vez.
Supo que iba a morir, y extrañamente eso le relajó. Dicen que, antes de morir, la gente rememora en flashes toda su vida. Que ve pasar ante sus ojos los momentos más importantes y felices, en imágenes fugaces.
Zaide no vio nada de eso, pero sí tenía la certeza de que, por un momento, descansaría. Era lo que tanto quería su hermana. Era lo que tanto llevaba él ansiando.
Harto de machacarle la cabeza, Ryū alargó un brazo para tomar el hacha que estaba tirada en el suelo. Se detuvo en el último instante, sin embargo. Había jurado, cuando era otro hombre, con otro nombre, nunca volver a empuñar un arma con filo.
Pensaba seguir siendo fiel a su promesa.
Además, no la necesitaba. En su lugar, llevó ambas manos a la cabeza del Uchiha mientras hundía la rodilla en su espalda y tiró con brusquedad hacia un lado.
¡Crrrrrraaaaaack!
Por unos largos segundos, Otohime había creído vencedor a Zaide. Por un momento, le había visto alzándose victorioso. Entonces vio una vértebra sobresaliendo del cuello roto del Uchiha, y lo recordó. Recordó que aquello no era ningún cuento. Ni ningún anime para críos.
En la vida real, aquel que empezaba mal un combate, lo continuaba peor y seguía contra las cuerdas hacia el final, no hacía una épica e inesperada remontada. Eso estaba muy trillado en las películas, pasaba casi siempre, pero curiosamente casi nunca sucedía así en la realidad. En la vida de verdad, el pez grande se comía al pequeño. El fuerte machaba al débil. El poderoso ganaba al pobre.
Y nunca en la vida había visto a un ninja más grande, más fuerte y más poderoso que el Gran Dragón.
Ryū apoyó los pies sobre el cadáver del Uchiha, posó las zarpas bajo su mandíbula y tiró con fuerza. El cuello de Zaide resistió unos segundos antes de estirarse y separarse del torso como mantequilla arrancada. Ryū tomó la cabeza por la barba con una mano, y caminó hacia ellos como quien sujeta un bote de pintura roja y se le va desparramando por llevarlo muy lleno, manchando el lienzo en blanco que era el suelo de un río carmesí.
Se frenó frente a Kaido, y le enseñó la cabeza.
—Cómo enfrentarte a los ojos de un Uchiha; y cómo asegurarte de que le has vencido —dijo, repitiéndole las palabras de la noche anterior—. ¿Aprendiste la lección?
Mientras Zaide saboreaba su victoria, escupiendo en forma de improperios e insultos hacia el —supuestamente— derrotado Ryu todo el veneno que guardaba dentro, Akame no podía evitar entrecerrar los ojos con un sentimiento creciente de... Inquietud. Como un sexto sentido desarrollado a base de enfrentar a la muerte cara a cara y vivir para contarlo, el joven Uchiha sentía que su primo lejano estaba cometiendo un gravísimo error. Ryu todavía vivía, podía ver su chakra arremolinándose alrededor de su cuerpo de montaña, como un manto protector. "Hasta el rabo, todo es toro", había oído decir una vez a un labriego de Minori.
Qué sentido tan literal iba a cobrar aquel dicho popular.
Akame ni siquiera encontró fuerzas para intervenir cuando sucedió la tragedia. Ryu machaba a su contrincante sin piedad, con aquella fiereza que le caracterizaba. Parecía un toro, esta vez sí, embravecido y furioso; le faltaba echar humo por la nariz. Durante los instantes que duró aquella grotesca escena, el joven renegado se obligó a no apartar la vista ni un instante; él no era, aun así, muchacho escrupuloso... Pero lo sanguinario del trofeo de Ryu habría sido capaz de arrancarle una arcada hasta al ninja más veterano. Sosteniendo la cabeza arrancada de su enemigo —tal y como Akame había hecho con la de Shaneji días atrás—, el Gran Dragón reafirmó su supremacía sobre aquella banda. Sobre todo lo que sus ojos podían ver. Y el joven uzujin grabó aquella imagen a fuego en su retina: la cara descompuesta de aquel rostro sin vida, la sangre goteando de su cuello desmembrado.
Era el recuerdo de una lección muy valiosa: los errores se pagan caros. Akame se aseguró de no olvidar nunca aquello.
Atónito como sólo él podía estarlo, Umikiba Kaido escuchaba el discurso de Zaide, absorto. Tan absorto e incapaz de moverse, que parecía más una piedra que un maldito tiburón. Los ojos abiertos, incrédulos, y la mandíbula apretando con tanta fuerza que las mejillas se le empezaron a entumecer. Sólo reaccionó en una mueca de... ¿vacío? cuando escuchó el sonido indescriptible de la Nage Ono clavándose en el cráneo de quien se suponía iba a ser su mentor.
El grito sórdido de Zaide, que descargó toda esa ira y todo ese dolor contenido por años y que estremeció incluso a las almas de aquellos que también perecieron en aquél mar de arena blanca, atizó en los oídos del escualo, que por primera vez en un minuto se había permitido coger aliento.
Estuvo a punto de darse la vuelta y salir cagando leches de ahí. Estuvo a punto.
A punto.
Pero entonces lo vio. Una mano. Una mano negra, poderosa. Una mano viva. Una mano viva apretando fuerte retorciendo el brazo de Zaide como si fuese un mísero mondadiente. Luego, esa voz gutural. Estaba vivo el hijo de puta. ¡Estaba vivo!
La desdicha de Kaido se transformó de pronto en la más pira adrenalina. Sonreía, sonreía como un hijo de puta. ¡Estaba exultante! ¡Había sido un combate de proporciones épicas, y él... ¡é! había ganado! Bám. Bám. Bám. La cabeza de Zaide estaba siendo azotada como un jodido balón de fútbol. Golpe tras golpe. Martillazo tras martillazo. Hasta que... crack.
Kaido hizo una mueca con el rostro, como recordando su experiencia con cabezas arrancadas. Datsue le había hecho sentir en una ilusión algo parecido, y no pudo sino sentir resquemor cuando Ryu se la puso en frente.
Sólo entonces, cuando lo tuvo a escasos centímetros, arrugó la nariz y entrecerró los ojos. ¿Se había acabado? ¿de verdad?
El escualo asintió, claro que había aprendido la lección. Pero con los Uchiha eso no bastaba, y Kaido era un hombre que había visto morir a varios Uchiha más de una vez y los hijos de puta seguían volviendo, y volviendo, y volviendo.
Miró a la izquierda, a la derecha. Hacia arriba. Hacia abajo. Al lejano horizonte.
Ryū supo que iba a quejarse antes siquiera de verla abrir la boca.
—¿Tenías que hacerlo? —preguntó, con cierto tono arisco, la Anciana—. Lo tenías subyugado, a tu merced. Ha sido una temeridad con todo lo que nos estamos jugando.
Ryū se llevó una mano de forma parsimoniosa al portaobjetos y se echó una píldora roja a la boca. Su nuez bajó por la garganta como el desprendimiento de un acantilado.
—Sé que no me estás cuestionando, porque eso sería una osadía tras todo lo que sacrifiqué por Dragón Rojo. —Cuestionarle era precisamente lo que había intentado hacer. Y lo que era peor: delante del resto—. ¿Qué tratas de decirme, Anciana? Todos visteis que no iba a parar hasta matarme. Era él, o yo.
Miró a todos y cada uno de los presentes, por si a alguien se le ocurría contradecirle. Aún tras la batalla que acababa de librar, le quedaba más chakra que cualquiera de ellos. Si alguien quería decirle algo, estaba más que preparado para responder.
—Murió en combate, luchando por lo que amaba. Sé que no habría deseado muerte mejor que esa. Un digno adversario, y como tal le honro. —Era sincero en sus palabras. Probablemente había sido el rival más fuerte al que se había enfrentado jamás. Merecía su respeto por ello—. Le enterraremos en el pico de la montaña más alta, estoy seguro de que le hubiese gustado. Mas su fuerza permanecerá con nosotros. Por siempre.
Quizá alguno pensase que lo decía metafóricamente. Más bien, el nuevo. Akame. El resto sabía que él no era de jugar con las palabras.
—Kyūtsuki, date prisa y extrae sus ojos. Ponlos en los frascos que te pedí que trajeses. Otohime, séllalos en mi cuerpo. Me quedaré con el derecho; ya veremos qué hacer con el izquierdo.
—Pero…
—¿No es extraño? —inquirió Otohime, con el rostro confuso. Kaido, por su parte, no paraba de mirar a los lados, arriba e incluso abajo, buscando algo que no encontraba—. Su cuerpo… no ha ardido. —Ni habían experimentado las últimas emociones del Uchiha.
Ryū frunció el ceño. Levantó la mano que sujetaba el cráneo y, allí…
Allí…
........No había cabeza. .....No había cabeza. ......................................................................No había cabeza. ....................No había cabeza. ........No había cabeza. .............................................No había cabeza. ..........................................................................................................No había cabeza. ....................................No había cabeza.
.....NO HABÍA CABEZA.
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Una lanza dorada penetró en su espalda, atravesó carne, músculo y huesos y salió por su pecho, continuando su camino hasta el rostro de Kaido y atravesando también su cara azul si no hacía nada por remediarlo.
—¿Có… mo? —Quiso saber, llevándose una mano al orificio del pecho y embadurnándose con su propia sangre—. ¿Có…?
No pudo terminar la frase. La lanza se dividió en múltiples cuchillas que le hicieron un destrozo en el torso. Lo último que sintió fue un golpe en la corva para que sus rodillas saludasen el suelo, y una bota sobre su cabeza para que sus labios besasen la sal.
Akame era el que mejor podía haberlo visto. Su Sharingan no mentía. Nunca. Y sus ojos le habían dicho que el cabrón de Zaide estaba muerto. Que la cabeza que había colgado en el aire era la suya, que su cuerpo había perecido, y que el chakra que bañaba su sistema se había secado como un árbol en el desierto. No podía haber sido una ilusión. Ni treta alguna. Y, aún así…
Aún así ahí estaba, sobre el cuerpo de Ryū, como un alpinista sobre el pico de una montaña que no había sido coronada en la vida. Con el hombro dislocado; los dedos por los que había filtrado el Chidori Eisō rotos; y un rostro tan machacado que era un amasijo de bultos sanguinolentos. Pero sus ojos seguían brillando entre la oscuridad. Uno tan carmesí que a su lado la sangre palidecía; otro tan blanco que destacaba como un copo de nieve virgen recién caído en una herida abierta.
Hacía no tanto, Akame le había puesto cierto apodo. Nunca uno había definido tan bien a su persona: Zaide, El que no se muere.
—Aiza… vive.
Se aseguró de que nadie ponía objeción mirándolos a los ojos uno a uno. Si la mirada de Ryū había sido altiva pero calmada y sosegada, como la de un oso que se sabe superior y no le importa que le devuelvas la mirada siempre y cuando no le toques los cojones, la de Zaide era todo lo contrario. Era la mirada de un viejo perro de pelea, apaleado y medio ciego. Era la de un animal contra las cuerdas, medio muerto y con la rabia. No, no estaba calmado. No, no estaba sosegado. De hecho, era precisamente eso lo que daba miedo de sus ojos. Que transmitían que ni siquiera él mismo sabía lo que iba a hacer en el próximo latido, y que le importaba una mierda no saberlo.
Por último, miró al grandullón por si tenía algo que decir. No fue el caso.
—¿Sabéis lo que es un Águila de Sangre? —Torció la boca ensangrentada en lo que se intuía una sonrisa. Era difícil saberlo con tantos moratones, hinchazones y sangre—. Es...
»Hu…h.
No pudo explicárselo. Cayó como un saco de patatas, desplomándose en el suelo. Akame pudo ver porqué: había gastado tanto chakra en aquella última técnica que a duras penas le quedaba para que su cuerpo pudiese seguir respirando. Que hubiese aguantado de pie aquellos pocos segundos, de hecho, era un pequeño milagro.
Ryū:
-39/210
–
417/500
–
Atributo descubierto:
• Resistencia 100
Uchiha Zaide:
25/310
–
-14/400
–
¤ Izanagi ¤ Dios de Toda Creación - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 70 - Gastos: 60 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Pérdida completa de uno de los Sharingan - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Genjutsu que se proyecta sobre el usuario en lugar de los demás y el más poderoso entre este tipo de artes. Cuando esta técnica se activa, el usuario elimina los límites entre la realidad y la ilusión dentro de su espacio personal. Hasta cierto punto esto permite al usuario controlar su propio estado de existencia, pero normalmente sólo se activa durante el más breve de los momentos. Mientras que el usuario permanece físicamente real mientras que combate, esta técnica es capaz de convertir cualquier evento incluyendo lesiones e incluso la muerte en meras ilusiones mientras que la técnica se encuentre activa.
Cada vez que el usuario recibe una herida mortal, automáticamente se desvanece como si hubiese sido una ilusión desde el principio y luego vuelve de nuevo a la realidad, real y físicamente ileso. Izanagi sólo puede ser utilizado por aquellos con los rasgos genéticos del Sabio de los Seis Caminos. Los Uchiha, descendiente del sabio, son capaces de realizar Izanagi con su Sharingan. A cambio del control breve de la realidad que les permite, el Sharingan queda ciego para siempre. Por esta razón, se etiquetó como Kinjutsu. Un Uchiha que no conozca esta técnica o su funcionamiento no podrá utilizarla porque sí.
Para hacer un uso completo de Izanagi, los usuarios también deben tener los rasgos genéticos de los Senju, es decir su ADN, que también descienden del Sabio. Esto extiende la vida útil de la técnica en dos turnos completos.
¤ Chidori Eiso ¤ Lanza Afilada de los Mil Pájaros - Tipo: Ofensivo - Rango: A - Requisitos: Raiton 60 - Gastos:
72 CK
(Raiton 80) 96 CK
- Daños:
120 PV
(Raiton 80) 160 PV
- Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: La lanza tiene el ancho de la mano del usuario y alcanza los 5 metros de longitud
Esta técnica utiliza la transformación de la forma del chakra para transformar el Chidori original en una especie de lanza o espada de gran envergadura que es capaz de atravesar y cortar al oponente. Está adaptada para ataques de medio rango (con un máximo de cinco metros); con la ventaja de que el riesgo para el usuario es menor y puede utilizarla para ataques sorpresivos. De forma normal, la técnica surge en línea recta desde la mano del usuario, pero este también puede mover el brazo una única vez para cortar en lugar de penetrar.
(Raiton 80) Cuando el oponente ha sido atravesado, el usuario puede alterar la forma de la lanza para hacer surgir múltiples cuchillas adicionales que atraviesan al oponente desde distintos puntos, infligiéndole heridas de extrema gravedad.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Es curioso, ¿sabéis? cuando sabes que contra uno de esos miembros de un clan tan maldito como el Uchiha, no podías confiar en lo que tus ojos miraban, en los que tus oídos escuchaban, en lo que tu nariz olfateaba, ni en lo que tus papilas saboreaban. Nada era tan real como no, cuando se estaba frente a ellos. Tanto, que incluso podías llegar a considerar tu propia existencia como inequívoca. Kaido no era un tipo prodigiosamente inteligente, pero algo en su interior le decía que no dejara de mirar hasta que estuviera totalmente seguro que aquello que le rodeaba realmente le pertenecía. Pero sus más profundos temores se hicieron realidad, cuando lo que estaba ahí, ya no estaba. No había llama que confirmarse la muerte de aquél dragón. No había sangre que bañase la halita de rojo vino. No había cabeza ni tampoco el cuerpo del que había sido arrancado.
Todo, absolutamente todo, había sido una... ¿ilusión?
No. Era algo más palpable que eso. Más poderoso. Más temido. Era la reencarnación misma.
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Un haz de luz azulenco atravesó el cuerpo de Ryü como si la montaña de pronto ya no estuviera hecha de la más dura piedra caliza, sino por el contrario, de simple barro maleable. Pero el rayo no se detendría entre los músculos, la carne y la sangre del Dragón de ébano, sino que seguiría su rumbo hacia la persona que estaba justo frente a él, y ese era Kaido. Incapaz de reaccionar de una manera más propicia y sabiendo a conciencia que usar el suika no era una posibilidad, el escualo subió la mano, giró el rostro, y dejó que fuera su antebrazo el que recibiera el impacto de la técnica. El dolor le hizo apretar los dientes y la sangre comenzó a correr cuesta abajo, hasta que sendos hilos rojos tintaron gran parte de su hombro y torso.
El escualo alzó la vista, y lo vio. Estaba de pie, victorioso, con un Ryu bajo su suela, prácticamente derrotado. Curiosamente, uno de sus ojos estaba apagado como si la luz de su poder demoníaco se hubiese esfumado para siempre.
Cuando lo vio caer, inconsciente, el tiburón se alzó, y rompió el silencio entre los presentes. Herido como estaba, se movió hasta su maestro y trató de sentirle el pulso, para ver si, por obras del destino, seguía vivo.
—Tú ganaste éste combate, Ryu. Lo ganaste como lo hacen los hombres, a puño limpio. Sin trucos. Sin ilusiones. Sin... —miró al resto—. ¡ese de ahí no se merece ser considerado el ganador! ¡estaba muerto! ¡muerto, coño!
Mientras Ryu sostenía en alto la cabeza decapitada de Zaide, Akame quiso abalanzarse sobre aquella montaña con forma de hombre y deformarle el rostro a golpes. No lo hizo por multitud de razones, la principal siendo que después de lo que había visto, era más probable que él se partiese las manos antes de que lo hiciera la cara del Gran Dragón; que seguramente estaba esculpida en roca. No quería hacerlo por vengar a Zaide —le consideraba un truhán y un canalla como a cualquiera de los otros Ryutō—, sino por aquella orden que había dado a la Mujer Sin Rostro: Kyuutsuki. Una chispa de orgullo herido y antaño olvidado le sacudía las entrañas, pidiendo retribución. Y es que... ¿Sacarle los ojos y conservarlos? ¿Era siquiera alguno de aquellos sucios hampones dignos de disponer de un poder de esa magnitud? Por semejante atrevimiento, los grandes guerreros Uchiha del pasado habrían hecho pasar a cuchillo a toda la maldita banda para después destripar sus cadáveres y colgarlos de las ramas del árbol más cercano, para que los cuervos se diesen un festín.
¿O tal vez sólo estaba frustrado porque el Gran Dragón acababa de demostrarle que había en este mundo fuerzas superiores, no sólo ya a la magnitud del poder del Sharingan, sino a cualquier cosa que Akame hubiera podido imaginarse? ¿Que aquel duelo rompía unos esquemas que él había considerado siempre intocables? Quién sabe.
Esas preguntas no iban a ser respondidas aquel día. No, por el momento. Porque allí sucedió algo que —por primera vez en su vida— Akame no fue capaz de ver, ni de explicar, con su Sharingan. Fue apenas un parpadeo: primero la cabeza arrancada de Zaide estaba allí, y luego no. Así de sencillo, así de fácil. Con un zumbido que el Uchiha reconoció muy bien, una lanza de puro charka eléctrico atravesaba el pecho de Ryu y daba a conocer el verdadero ganador del Kaji Saiban.
Zaide.
—¿Cómo es... posible...? —masculló el Uchiha, completamente anonadado.
Antes de que pudiera darse cuenta, Uchiha y Dragón yacían tirados sobre la halita, muertos o cerca de estarlo; por el momento ambos conservaban la vida, como delataba el manto de chakra que les envolvía. El primero en reaccionar fue Kaido, acercándose al Gran Dragón y profiriendo un perjurio sobre su rival. Akame apretó los puños, mientras trataba de entender qué acababa de pasar.
«¿Un Genjutsu? Pero eso es imposible... ¿Caímos todos en él? ¿Cómo puede ser? El Saimingan sólo permite afectar a un enemigo, no a siete, y sólo con contacto ocular directo... ¿Qué demonios?» Akame se fijo entonces en el ojo apagado de Zaide. Él conocía bien el precio a pagar por algunas de las técnicas más poderosas del clan, como bien atestiguaba su ojo izquierdo, sangrante. «¿Fue eso...?»
El Uchiha se acercó a Zaide de forma idéntica a como Kaido lo había hecho con Ryu. Sin embargo, él no necesitó tomarle el pulso: sabía que seguía vivo. El por cuánto tiempo más, era la cuestión.
—¿Alguien de aquí es médico? —miró a Kyuutsuki, a quien Ryu antes había confiado la extracción del Sharingan de Zaide, y a la que Akame supuso habilidades en el campo de la medicina—. Están vivos, pero no creo que duren mucho más. Necesitan atención médica urgente.
Luego miró a Kaido con una mezcla de desafío y arrogancia. Su pataleta parecía el llanto de un infante, desconocedor de cómo funcionan realmente las cosas.
—¿Entiendes ahora lo que significa enfrentar a alguien con el poder de un dios, Kaido? —entonces le largó una mirada a Otohime—. Hay que salvarlos a los dos, me cago en la ostia.
18/11/2019, 14:47 (Última modificación: 18/11/2019, 14:48 por Uchiha Datsue.)
Otohime se había llevado una mano a la boca, soltando el brazo de Akame por primera vez y ahogando un chillido. ¿Qué coño acababa de pasar? Sus ojos le decían una cosa, pero su mente le replicaba que eso era imposible. Que escapaba a la razón, a la lógica, a lo que ella tenía entendido como realidad.
Mas ella había sido la primera en darse cuenta que el cadáver de Zaide no ardió. Mas ella había sido la primera en darse cuenta que no rememoraron sus últimas emociones. Había visto la cabeza decapitada del Uchiha, y el chorro de sangre que fue dejando a su paso, y ahora ya no estaban. Como un maldito espejismo en el desierto.
—Kaido… —Apoyó una mano en su hombro, en un intento de consuelo. ¿Qué más daba quién merecía o no ser considerado vencedor? Uno estaba muerto; el otro no. Pero sabía que para Kaido sí era importante, y por eso calló al respecto—. Kaido, no hay nada que hacer. No hay nada que hacer…
Su mano le dijo lo mismo: no hay nada que hacer. Las yemas de sus dedos buscaron una señal de vida, un pulso, algo. Encontraron la carótida en el cuello de Ryū y trataron de sentir esa leve contracción. Ese bombeo. Lo que fuese.
Más hubiese notado al tocar una fría lápida.
Más hubiese sentido al rozar un fantasma.
Mejores noticias hubiese encontrado buscando en los ojos de un Tengu.
—Kaido… Kaido… —oía que trataba de llamarle Otohime—. Tenemos que vendarte esa herida. Vas a desangrarte como sigas así.
Era inútil mantener la esperanza. Por mucho que lo intentase, sus dedos no sentían nada.
Nada…
Nada.
De hecho, ahora que se paraba en ello, no sentía literalmente nada. No se quemaba por un fuego que no estaba y debería. No notaba la brisa entre su dedos. Ni la piel. Joder, si es que por no sentir, ¡no sentía ni su propia mano! Alguien había agarrado su antebrazo y le apretaba con tanta fuerza que le había cortado la circulación sanguínea. Lo que le había aprisionado no podía considerarse una mano, porque eso sería como llamar martillo a un Dai Tsuchi. O culebrilla a un dragón. O puño a una maldita zarpa de titanio negra.
Joder…
Joder.
—¿Alguien de aquí es médico? Están vivos, pero no creo que duren mucho más. Necesitan atención médica urgente.
Vaya que si estaba vivo. ¡Vaya que si estaba vivo! Tenía un boquete abierto entre pecho y espalda, como mínimo tenía reventado un pulmón, ¡y aquel bastardo le acababa de agarrar del brazo, negándose a morir! Tenía una herida mortal, había llegado su maldita hora, ¡y era como si la mismísima Izanami le otorgase un tiempo extra porque tenía demasiado miedo de acercarse a él para reclamar su alma!
—¡Kyūtsuki! —bramó la Anciana, cuando esta no reaccionó a las palabras de Akame.
La kunoichi voló hacia la montaña de ébano y, con cuidado, le dio la vuelta al cuerpo para que estuviese boca arriba. Desde ese lado, la herida se veía todavía más fea. Se podían apreciar las costillas rotas, la sangre brotando sin control, y un pulmón con un enorme boquete en el centro y agujereado por todas partes.
Tendría que estar muerto.
Tendría que haber cruzado ya el umbral del Yomi.
Pero ahí estaba. Inconsciente, pero vivo, y con una mano apresando a Kaido por puro reflejo.
Nuevo atributo de Ryū descubierto: Voluntad 80
—¡Qué haces ahí parada! ¡Haz algo, coño!
Kyūtsuki tardó unos largos segundos en salir de su trance. De sus manos empezó a brotar una luz del color del césped recién cortado. De la naturaleza. De la vida.
—Tiene el puto pulmón derecho colapsado y reventado. Necesito… Necesito tiempo. —Se sacó una píldora del portaobjetos—. Una píldora estimuladora de sangre. Toma. Haz que se la trague —pidió a Kaido, mientras seguía intentando tratar aquella herida con una técnica que a todas luces era insuficiente.
—¡Kyūtsuki, tienes que salvarle! ¡No podemos perderle! ¡No ahora! ¡Haz algo! ¡Lo que sea! ¡Lo…!
—¡Cállate, joder, cállate! —le espetó, iracunda. Nunca la habían visto estallar así—. ¡Curar a los demás no es mi puta especialidad! ¡Necesito concentrarme!
Aún oculta tras su máscara camaleónica, a Kyūtsuki se la veía nerviosa. Sus guantes aterciopelados no ocultaban el temblor de sus manos, y la duda asomaba en cada uno de sus inacabas decisiones. ¿Ocuparse primero del pulmón? ¿Estabilizar las otras heridas? ¿Comprobar otros daños?
Si alguna vez había tratado una herida semejante, se notaba que no había sido en los últimos años.
—El corazón y su pulmón izquierdo parecen estar ilesos.
—¡Bien!
—Pero el pulmón derecho…
—¿Puedes regenerarlo, no? Coño, hay gente que hasta recupera ojos perdidos. ¡Ojos! —exclamó, repentinamente optimista.
—El Chikatsu Saisei no Jutsu. Una técnica cuya tasa de éxito ya no suele ser muy elevada de por sí. Y yo no la he usado en un paciente real en la vida. Y además se recomienda de cuatro a ocho personas para su ejecución.
La noticia cayó como un jarro de agua congelada en la Anciana y Otohime.
—B-bueno… Pero el menos no… Al menos no tienes que regenerar tooodo el pulmón, ¿no? Te será más fácil…
Se produjo un tenso silencio, interrumpido únicamente por una respiración rota y frágil de Ryū. Era como escuchar a un terminal de cáncer de pulmón en sus últimos minutos de vida.
Kaido sufre una hemorragia grave (-10PV/turno) hasta que la herida sea tratada)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
19/11/2019, 03:41 (Última modificación: 19/11/2019, 03:49 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
—Kaido… —el escualo no reaccionó, si quiera, al tacto de la mano que ahora le consolaba sobre el hombro de su brazo ya herido y maltrecho por el chidori, ni tampoco malgastó energía en prestar atención en las provocaciones de Akame. Estaba sumamente concentrado en detectar así fuera un ápice de pulso, aunque era evidente, por su rostro de frustración, que no estaba lográndolo—. Kaido, no hay nada que hacer. No hay nada que hacer…
La sangre manaba, y manaba, y manaba. Daba igual. ¿Akame decía que estaba vivo? también daba igual. Un bombeo. Es todo lo que necesitaba.
«Venga, hijo de mil puta. Una señal. ¡Vive, coño, vive!»
—Kaido… Kaido… Tenemos que vendarte esa herida. Vas a desangrarte como sigas así.
—¡Cállate, coño, cállate! —gritó, sin despegar su mano de la carótida. Pero tenerla allí pegada era como el terrorista que activa una bomba que sabe va a explotar muy pronto. En el caso de Ryu, su cuerpo terminaría ardiendo tarde o temprano, y sería su mano la que sintiese el inclemente fuego que reduciría su cuerpo etéreo en un montón de cenizas. Ese momento, sin embargo...
... no llegó.
Sus ojos se abrieron como dos platos. ¿Que le dolía? sí, le dolía. Era como si una prensa hidráulica se estuviese contrayendo sobre los huesos de su brazo. La sangre no fluía correctamente, y si su piel ya era de por sí azul imaginad cómo estaba al no circular la sangre como es debido. Pero pronto se dio cuenta que no era una prensa sino la mismísima garra del Dragón que, contra todo puto pronóstico, y en un acto reflejo se aferró al brazo de Kaido como el alma que no se digna a cruzar las puertas a las tierras del Yomi, y debe hacer contra a la fuerza de cientos de demonios que luchan ansiosos por sumergirlo en sus mares de lava.
¡Ryu estaba vivo, apenas, pero vivo!
Pero ahora que su deseo estaba cumplido, quedaba el hecho de que el cuerpo del sobreviviente estaba hecho trizas. La técnica eléctrica le abrió un boquete en todo el abdomen y según Kyūtsuki, varios órganos vitales se habían convertido en un amasijo de carne inservible y muerta. La de la máscara, visiblemente alterada y nerviosa —al menos en cuanto a gestos corporales se refiere, pues su rostro aún seguía siendo todo un misterio—. le dio a Kaido una píldora de sangre y le pidió que hiciese que Ryu la tomara. En ese momento, sin tener muchas opciones sobre la mesa, estuvo más que dispuesto a acatar la orden, así que llevó la pequeña pastilla a las fauces de dragón.
Pero antes de que la ingiriera, tiró de brazo.
—No, no. Tengo entendido que si te comes dos de estas mierdas en un mismo día puede causar efectos negativos. Ya se tragó una antes de que Zaide rompiera el velo —contestó, devolviéndole la pastilla. Luego puso él su mano en el hombro de ella—. tranquila, confiamos en ti. ¿Necesitas chakra? aquí tienes bastante.
Luego miró a Otohime.
—¿Puedes vendarme esta mierda? —no le iba a ser de mucha utilidad a Kyūtsuki si se moría él también, desangrado.
A Uchiha Akame casi se le desconyuntó la mandíbula al ver cómo el cuerpo de Ryu, aun carente de consciencia propia, lanzaba una manaza rápida como el rayo para agarrar a Kaido como si quisiera todavía cobrarse su victoria con la presa más cercana. «Menuda bestia», pensó el Uchiha por enésima vez durante aquel encuentro, aquella batalla de titanes que se había saldado con una victoria poco clara y muy ajustada. El exjōnin quedó unos segundos absortos, mirando cómo el resto de los Ryutō presentes se arremolinaban en torno al Gran Dragón como un enjambre de abejas obreras con el único propósito de salvarle la vida.
Sin embargo, todos ellos se habían olvidado del ganador del Kaji Saiban. Un hombre maltrecho también, que yacía no muy lejos del propio Ryu, derrumbado sobre la halita.
—¡Zaide...! —llamó Akame, inútilmente, tratando de que alguien le prestara primeros auxilios también al otro.
Pero luego entendió que nadie iba a ocuparse de él. Bajó la cabeza y apretó los puños: «si quieres que algo salga bien...» Se agachó sobre el cuerpo inerte de su pariente lejano, agarrándole de la camisa. El Sharingan de su ojo izquierdo adoptó la forma de una espiral. «... tienes que hacerlo tú mismo.»
«Zzzzzzup.»
—
—¡¡MONEY!!
Un grito desesperado de auxilio hendió el aire cargado de humo y rompió el ambiente taciturno del despacho del contable de Sekiryuu. Akame se incorporó mientras dejaba el cuerpo de Zaide sobre el suelo, con cuidado de que no se golpeara la cabeza, y empezaba a vocear el nombre del propietario.
19/11/2019, 21:02 (Última modificación: 19/11/2019, 21:02 por Uchiha Datsue.)
Kyūtsuki se interrumpió en las curas por un segundo.
—¿Se había tomado una? —replicó a Kaido, avergonzada por no haberse fijado en aquel detalle. Había estado a punto de cagarla y mucho.
—Yo pensé que era una píldora de soldado —dijo Otohime, si bien sonaba poco convencida.
—No —dijo la Anciana, tajante—. He visto a Ryū gastando el doble de chakra que hoy. No la necesitaría. Bien visto, Kaido.
La voz de Akame, monótona y tan interesante como un violín tocando siempre la misma nota y al mismo ritmo, sonaba detrás de ellos. Nadie le hacía ni puto caso. Nadie le hacía ni puto caso hasta que desapareció en un parpadeo junto a Zaide.
—¿Qué narices…?
—¿A dónde ha…?
—¡Kyūtsuki, concéntrate, coño! —exclamó la Anciana, pese a que ella misma no había podido evitar volver a clavar la vista allí dónde segundos antes había estado Akame. A buen seguro iba a querer saber más acerca de aquel extraño poder que poseía el nuevo, pero eso sería para otro momento, en otro sitio. Estaban demasiado ocupados tratando de salvar la vida del Gran Dragón como para distraerse ahora.
Otohime tomó del kit médico de su compañera unas vendas e hizo un rápido apaño en el brazo de Kaido, lo suficiente como para que dejase de sangrar por el momento.
Kyūtsuki, ante la oferta de Kaido, no pudo más que negar con la cabeza.
—No soy experta en fuuinjutsu como Otohime. No soy capaz de utilizar el chakra de otros. —Lo cual era una lástima—. Anciana, facilítame las cosas. —Se levantó e hizo un ademán al cuerpo.
La Anciana no necesitó más explicaciones. Con un simple sello de mano, una mesa de hielo surgió del suelo y elevó a Ryū un metro sobre el aire. Pasaron varios segundos, que parecieron eternos, hasta que la Mujer Sin Rostro volvió a pronunciarse.
—Es inútil, no puedo hacer nada así. Si estuviéramos en un hospital sería otra cosa, pero así, yo sola… Tendré que jugármela con el Chikatsu Saisei no Jutsu. Le auguro entre un diez y un veinte por ciento de probabilidad de éxito. —En aquellas condiciones, y con su experiencia, quizá hasta estaba siendo optimista.
Era como tirar un dado de cien y esperar a que saliese un crítico. ¿Iba a ser aquél el caso de Ryū?
Kaido notó cómo le tiraban del brazo sano. Sus ojos captaron un sutil movimiento en los labios de Ryū, casi imperceptible. Tuvo que pegar el oído para escuchar un gorjeo apenas audible. Una frase. Un mensaje.
—Qué… ¿Qué te ha dicho? —quiso saber Otohime.
Continuaremos los sucesos de Akame en otra trama
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Una nariz arrugada, y una maldición. Una mirada recelosa, y una súbita desesperanza. Akame se había ido con su habilidad especial, incrementando plausiblemente las probabilidades de que Zaide viviera. Ellos, sin embargo, se encontraban en una llanura de sal blanca a kilómetros de civilización, en pleno campo abierto, sin la sanidad suficiente ni los elementos como para realizar un tratamiento intensivo a un paciente tan moribundo como lo estaba Ryū en ese momento. Kyutsuki les mareaba con sus tan característicos números probables, porcentajes, y mierdas de su estilo, pero cada divagación era un segundo en el que el Dragón de ébano estaba más cerca de la muerte.
Como si tuviese él siempre que decidir por el resto, el líder hizo acopio de su pletórica voluntad y tuvo la lucidez suficiente como para tomar a Kaido del brazo otra vez y tratar de comunicarse con él en apenas visibles movimientos de labio. El escualo se acercó para poder escucharle, y suspiró preocupado tras oírlo.
—Qué… ¿Qué te ha dicho?
—Nada de hospitales, tenemos que hacerlo aquí y ahora. Por otro lado... —miró a todos—. quiere que le arranquemos el jodido pulmón, y si lo piensas detenidamente, creo que dadas las circunstancias y la poca probabilidad de éxito de esa técnica tuya, no es tan descabellado. ¿Puede vivir alguien con un solo pulmón?
—¿¡Qué!? —dijeron al unísono la Anciana y Otohime—. Está delirando. ¡Estáis delirando los dos! —exclamó Otohime, incrédula ante lo que Kaido decía—. Él y su puta manía de siempre mostrarse fuerte —aunque tampoco es que pudiesen llegar a un hospital estando dónde estaban. Al menos, no a tiempo—, sería capaz de arrancarse el pulmón sólo por considerarlo mancillado. Y tú… ¡Tú por hacer caso a sus locuras!
La Mujer Sin Rostro negó con la cabeza.
—No… No lo está. Ninguno de los dos.
—Pero, ¿¡qué coño dices!? ¡¡Kyūtsuki!!
—Lo que digo es que… Lo que digo es que Kaido tiene razón. Hacer en estas condiciones el Chikatsu Saisei no Jutsu es tirar una moneda al aire y esperar a que salga cara. Pero si le practico una neumonectomía… Si se lo arranco… Bueno, no tendré pulmón que sanar. Me ahorro el puto follón, y “solo” tengo que preocuparme de un puto boquete de diez centímetros de diámetro y varias heridas menores que no afectan a órgano alguno. —Dicho así casi hasta parecía fácil. Casi.—. Todavía no las tendría todas conmigo pero el porcentaje de éxito aumentaría drásticamente.
—Joder, Kyūtsuki. Esto… ¿Esto es en serio?
—Responde a Kaido —ordenó la Anciana—. ¿Vivirá con un pulmón? —No, no vivir…—. ¿Luchará?
—Vivirá.
Hubo un momento de silencio. Todos entendieron lo que significaba aquella respuesta.
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Sí, a él también le pareció una locura, en un principio. Pero tras meditarlo un poco, la lógica le decía que quizás sería más fácil para Kyutsuki lograr que viviese sin un pulmón, que tratando de darle uno nuevo. Y así lo confirmaba de forma más metódica que la intervención del propio Kaido, quien, dicho sea de paso, no tenía ni puta idea de medicina. Ni puta.
—Responde a Kaido —ordenó la Anciana—. ¿Vivirá con un pulmón? —No, no vivir…—. ¿Luchará?
—Vivirá.
—Y luchará también, me cago en la hostia. ¿Es que no lo estáis viendo? ¡este tipo está vivo, después de haber recibido el impacto del martillo de Raijin! —dijo, señalando el cielo de donde había venido aquella afrenta creada por Zaide—. ¡vivo, con un agujero de diez putos centímetros en el abdomen!
»Vivirá, luchará, y llevará a Dragón rojo a la jodida gloria tal y como está planeado —miró a la de la máscara—. no perdamos más tiempo. Hazlo.
20/11/2019, 01:27 (Última modificación: 20/11/2019, 01:29 por Uchiha Datsue. Editado 3 veces en total.)
Kyūtsuki tuvo la tentación de corregir a Kaido. La herida no estaba en el abdomen, sino en el pecho. Se dio cuenta de la gilipollez que era comentar eso en una situación como aquella, y optó por centrarse en lo importante.
—Necesito máximo silencio. Nada de preguntarme cómo va a cada maldito minuto o a pegarse sobre mi hombro para mirar.
Se inclinó sobre el cuerpo de Ryū, se mantuvo quieta por unos largos segundos, y finalmente empezó a cortar haciendo uso del Bisturí de Chakra.
Mientras la operación seguía su curso, la Anciana se flagelaba por lo bajo, alejada.
—Esto fue un error. Un maldito error —rumiaba, una y otra vez, sin dejar de caminar en círculos sobre la halita—. Estamos a un paso de conseguirlo todo y…
Y una de sus mayores incorporaciones había perdido un ojo en el combate. Eso significaba que había perdido un Mangekyō, uno de sus dos grandes poderes. Y, lo que ella todavía no sabía, algo aún más importante. Eso, si es que sobrevivía.
Pero, más importante todavía, podían perder a Ryū. Su seguro de vida. Su ariete y su escudo. Quizá sobreviviese a aquel día. Quizá viese llegar el otoño, y el invierno. Pero, ¿sobreviviría el luchador, como auguraba Kaido? ¿O las secuelas serían demasiado grandes como para siquiera reconocerlo en combate? Ella sabía que el pulmón derecho era el más grande del cuerpo humano. De perder uno, hubiese sido preferible el izquierdo. Hasta para eso no había tenido suerte.
Se dio cuenta entonces que, aquel día, Ryū no había perdido. Tampoco Zaide. Había perdido todo Sekiryū. Y lo peor de todo es que sus enemigos no habían tenido que mover ni un solo dedo. Había sido completamente entre ellos solos.
Ellos solos.
—Tenía que haberlo visto venir… —Pero no, no había estado ni cerca. Su confianza en Ryū era tal que le había considerado vencedor con facilidad. Su único temor había sido, de hecho, que se le fuese de las manos y matase a Zaide en el proceso.
Cuán engañada había estado.
Cuán inocente había sido.
Nunca más.
—Kaido —llamó su atención, tratando de entretener la mente con otra cosa—. Ese poder de Akame… ¿Conoces cómo funciona? Es una especie de teletransporte, ¿no es cierto?
Que se me olvidó. El tema de Akame y Zaide continúa aquí
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A la lejanía, donde no pudiesen perturbar la operación, Kaido y la Anciana entablaban ahora una conversación.
—Desconozco los entresijos, pero sí, en la práctica es un teletransporte a toda regla. Sé que sucede cuando su sharingan cambia de forma —buena fuente de información había sido Daruu en su momento, cuando discutían lo sucedido a la vuelta del examen de Chunin—. y que puede saltar largas distancias, incluso pudiendo llevarse hasta a tres personas al mismo tiempo, con lo cual... ha de ser una técnica jodidamente compleja.
Lo peor del caso es que no era el único que podía hacer lo mismo. Amedama Daruu era capaz de teletransportarse también.