Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Cuando Zaide volteara la cabeza, vería al joven Uchiha agarrado a las plumas de Tormenta Pálida como si le fuera la vida en ello, y su imagen contrastaba de forma cómica con la regia postura del avezado jinete de águilas. Akame estaba blanco como la leche, con los ojos enfocados en algún punto indeterminado de la espalda del calvo, los nudillos pálidos de apretar y un nudo en la garganta. Para Zaide aquello podía ser sinónimo de libertad, surcar los cielos a lomos de su amiga, pero para Akame... Era una nueva experiencia; y no una placentera, precisamente. El exjounin acababa de descubrir, gracias a su ahora mentor, que no le gustaba volar.
—N... n... no estamos hechos para esto, co... ño —balbuceó, tratando de contener una arcada—. ¡Si no, tendríamos alas!
Parecía evidente que Akame no quería mirar abajo. La sola idea le mareaba y amenazaba con hacerle perder las fuerzas. Pero las palabras de Zaide le obligaron a contestar, consciente de por qué venía esa pregunta en ese momento.
Zaide rio, divertido, ante la ocurrencia de Akame. Quizá no tenía ese carisma y esa gracia para convertir un chiste malo en uno gracioso, pero sin duda tenía ingenio. Y eso era algo que se tenía o no se tenía.
—Quién dice que los Uchihas no podamos desarrollar alas, ¿huh? —Y rio de nuevo, sin aclarar si estaba de coña o iba en serio—. Hablo, Akame, de cierta historia que me ibas a contar si ganaba el Kaji Saiban. Cierta historia de cierto Uchiha capaz de tragarse una Bijuudama con un ojo.
Lo miró con detenimiento.
—Bah, ya me la contarás en tierra firme. ¡Vamos, relájate! ¡Eh! —exclamó de pronto. Otra de esas buenas ideas acababa de taladrarle el cerebro—. ¿Quieres probar algo nuevo? Causa la misma sensación que una cucharada de omoide, pero sin el vicio y toda esa mierda que tú ya sabes.
Concentró chakra en la planta de los pies y se levantó, extendiendo los brazos y sonriendo de oreja a oreja.
—¡Uiiiiii! ¿Otra vez con eso? ¡Pareces un niño pequeño!
—Va, va. ¡Solo será una vez! Tú verás, Uchiha Akame. Pero esto es…
Ah, era cierto. Aquella historia. El mero recuerdo de Datsue evocó sensaciones contradictorias en Akame y le trajo un amargor bilioso a la garganta, que el muchacho tuvo que reprimir como buenamente pudo. Estaba a punto de preguntar si realmente Zaide creía que era el mejor momento para andar contando historias, a más de mil pies de altura del suelo, cuando el jinete de águilas le ofreció un particular divertimento...
—¿¡Qué cojones...!?
Akame bajó la vista sólo un momento para seguir a la figura de Zaide, que se precipitaba entre las nubes y hacia el suelo, en caída libre. La sola visión de la altura que los separaba de la tierra firme le provocó al muchacho un mareo tan intenso que tuvo que cerrar los ojos y aferrarse a las plumas de Tormenta Pálida como si fuera la teta de su madre.
—¡Este tipo está como unas maracas! —gimió, aterrado.
Oh, sí, lo estaba. Y si Akame no quería experimentar la adrenalina, el éxtasis puro y —quizá también—, el vértigo de tirarse en caída libre, no le quedaría más remedio que probar lo que se sentía en uno de esos parques de atracciones con montañas rusas.
Tormenta Pálida volteó el cuerpo y, súbitamente, empezó a caer en picado. Sus alas, plegadas; su pico, cortando el viento; y todo su cuerpo parecía estar construido para una única función: coger y coger velocidad.
Hubo un momento en que ni siquiera el Sunshin hubiese sido tan rápido como ella. Hubo un momento, en que la velocidad era tal que el lejano océano de pronto no lo parecía tanto. Qué coño, si ya casi estaban llegando. Si hasta… ¡Si hasta se les echaba encima!
Tormenta Pálida atrapó a un Zaide que aullaba de puro éxtasis con las garras, extendió las alas, y el viento chocó contra ellas como lo haría contra un paracaídas. Muy lentamente, en una suave curva, el águila empezó a maniobrar para retomar el control del vuelo.
Minutos más tarde, Uchiha Zaide todavía no se podía creer que Akame no le hubiese seguido en su pequeña aventura.
Horas más tarde…
El resto del viaje fue tranquilo en comparación. Acabado el tiempo de invocación, se vieron obligados a reemprender el vuelo en otra águila de menor tamaño. Tras una pequeña parada en una de las islas del Archipiélago del Agua para reponer energías, se detuvieron en una de las islas pertenecientes al País de la Espiral para cenar y dormir. La ruta de viaje era clara: llegar hasta Ushi, atravesar por el cielo el Bosque de la Hoja y la frontera con el País del Bosque, y recorrer el Bosque de los Hongos hasta llegar a Tsuchi no Kuni.
Nuestros protagonistas se encontraban en una posada de lo más normalucha. El fuego se alimentaba de la leña de la chimenea que daba calor a aquel garito medio vacío, y salvo los propios residentes del pueblo, no estaba abarrotada de clientela. Una birra de hidromiel reposaba en la mano de Zaide, con el estómago lleno de estofado y caldo. Sentados en una esquina, como repudiados, el único ojo sano del Uchiha observaba a su acompañante con interés.
—¿Nervioso por volver a pisar estas tierras?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Akame alzó la vista —que había estado fija en las crepitantes llamas de la lumbre hasta ese momento— ante la inesperada pregunta de su mentor. Durante el resto del viaje el joven Uchiha no había hablado mucho, como si la turbulenta cabalgada aérea sobre Tormenta Pálida le hubiera quitado las ganas de hablar, o de vivir. Sin embargo, tras llegar por fin a la posada y recuperarse del todo con un buen plato de estofado y caldo caliente —incluso aunque en aquellas tierras todavía hacía calor por el día—, se encontraba más a tono.
—Bah, qué va —mintió, dándole un sorbo a su taza de té negro para disimular.
Lo cierto era que desde que había puesto un pie en el País de la Espiral, Akame había estado nervioso. Muy nervioso. Incluso aunque su calma natural le permitía esconderlo, Zaide se habría dado cuenta de las miradas por encima del hombro, a cada sombra, a cada esquina. Se sentía como una bestia a la que fueran a dar caza en cualquier momento, y se notaba. Aun así, vestía con sencillez sus habituales ropas, y llevaba el rostro descubierto, dejando a la vista de todos su deformidad. La pluma azul eléctrico de Yume adornaba su oreja izquierda, sujeta por una venda que llevaba anudada en la frente.
—Parece una eternidad, pero sigue haciendo tanto calor como recordaba, y el té conserva su sabor. La vida sigue, supongo —confesó, con una pizca de decepción.
¿Quizás había esperado otra cosa? ¿Un comité de bienvenida formado por los mejores shinobi de Uzu? ¿Un enfrentamiento épico contra su antiguo Hermano?
No lo sabía, y aquella sensación de incertidumbre y a la vez certeza de que todo seguía igual le atosigaba. ¿Cómo se suponía que debía sentirse?
Había cosas que ni un gran mentiroso podía ocultar. Y Akame, desde luego, no lo era. Podía decir misa, pero nada podía negar la continua tensión que había sobre sus hombros. Sus miradas de soslayo. Su estado de alerta, como una presa que ha entrado en territorio de caza. Zaide conocía muy bien esa sensación. La había tenido durante los últimos años de su vida.
—Hmm… Sí, supongo que sí. Somos nosotros los que a veces nos negamos a seguir, ¿huh?
Dio un trago a su hidromiel. Él sabía de lo que hablaba. Demasiado bien.
—Oye, ¿cuánto crees que ofrecerán por tu cabeza? ¿Diez de los grandes? —dijo, en voz más baja, tras echar una visual y asegurarse de que nadie los escuchaba—. Después de tanto tiempo encamado, no te negaré que una parte de mí desea que un uzujin te reconozca y tener algo de acción.
Las palabras de Zaide le obligaron a levantar la vista y clavarla en el rostro curtido de aquel veterano criminal. Aquella simple frase se le había clavado en lo más hondo, y no se debía al magnético carisma de aquel tipo, sino a la verdad que encerraba. Por un momento Akame se sintió como si Zaide le hubiera sondeado y encontrado su más profundo ser; ¿tenía razón, y era él quien no dejaba ir aquellos pensamientos, y los recuerdos que le ataban a Uzushiogakure?
Sacudió la cabeza al escuchar otra vez a su compañero. Pero esta vez se cruzó de brazos, con una sonrisa entre amarga y —por qué no decirlo— vestida de una especie de orgullo provocador. Tomó otro sorbo a su té antes de contestar.
—¿Diez mil? Serían unos tacaños entonces. O unos inconscientes... No, yo creo que mi precio debe andar más por los... —hizo una pausa, como si echara cuentas de cabeza—, ¿veinte mil? ¿Treinta? La verdad, si yo fuese Uzukage, daría todo el dinero del mundo por echarle el guante a un tipo como yo.
Se clavó un índice acusatorio en la sien.
—Lo que hay aquí dentro, camarada... Podría destruir Uzushiogakure.
Pareció entonces darse cuenta de que estaba dejándose llevar por su orgullo y cayendo en una actitud pretenciosa que no le hacía juicio. Akame siempre había gustado de ser un tipo callado, directo, de pocas palabras; las justas. Fardar de ser uno de los criminales más buscados por la Aldea le pareció entonces una soberana estupidez, ¿cómo enorgullecerse de llevar una diana gigante en la espalda? Como queriendo retirar la palabra dicha, le quitó hierro al asunto con un gesto de su mano derecha.
—Bah, no me hagas caso. La verdadera pregunta es, ¿cuánto dinero estaría dispuesto a ofrecer, y quién, por el gran Uchiha Zaide? "El que no se muere".
Akame despertó en Zaide una sonrisa afilada al indignarse por la poca cantidad sugerida. ¿Treinta mil, más bien? «Por treinta de los gordos me replantearía muchas cosas». Dejó escapar el aire por la nariz y, tras un momento de debate interno, negó con la cabeza. No, había líneas que nunca cruzaría.
«¿No, huh? Pero bien que vas a acatar las órdenes de Umigarasu cuando se formalice el contrato». El cristal de la caña sonó como si estuviese a punto de romperse, y se obligó a soltarlo antes de perder medio vaso de hidromiel.
Luego, tras la segunda intervención de Akame, le miró a los ojos, y creyó que el chico estaba equivocado. No, no era lo que había en su cabeza lo que podría destruir Uzushiogakure. Era otra cosa. Algo mucho más… concreto.
—Bah, no me hagas caso. La verdadera pregunta es, ¿cuánto dinero estaría dispuesto a ofrecer, y quién, por el gran Uchiha Zaide? "El que no se muere".
Emitió un bufido corto.
—Apuesto a que la Arashikage ofrece un buen pellizco por mí, pero dudo que alcancen tus cifras. Yo no represento tanta amenaza. Después de todo… —Contuvo el aliento mientras jugaba con el contorno del vaso con un dedo, como si estuviese a punto de soltar algo importante. Y mientras esbozaba una sonrisa traviesa, dijo:—, no tengo tu ojo izquierdo, ¿huh?
Había estado dándole muchas vueltas durante las últimas semanas, especialmente cuando se había pasado los días encamado. Money sostenía que tanto Akame como él habían aparecido de la nada en su bar, y Otohime, con quien había hablado hacía poco, aseguraba que a ella la había librado del Katon de Ryū teletransportándose. Y había un detalle curioso al respecto, algo que el resto no había dado la importancia que se merecía, por no conocer los entresijos del clan Uchiha como él sí sabía. Resultaba que Akame…
… había sangrado por el ojo izquierdo. No el derecho, no ambos, tan solo el izquierdo. Luego había sumado dos más y dos y ahora aguardaba a ver en el rostro de Akame si había hecho bien las cuentas en la primera parte de la ecuación.
Aquella fue una respuesta mascullada, casi para sí mismo. Como quien se encuentra pillado en calzones mientras comete una travesura, Akame se revolvió, visiblemente incómodo, en su asiento. ¿Tenía sentido seguir negándolo? Zaide era un Uchiha, uno muy experimentado, y además parecía un tipo inteligente. Probablemente el negar la evidencia sería tomado como un insulto por su parte, y a Akame no le convenía tenerlo a malas. Al fin y al cabo, todavía necesitaba aprender muchas cosas de él.
De modo que el más joven de los Uchiha suspiró con fastidio, apuró el té negro y luego se cruzó de brazos.
—Me está bien empleado por intentar salvarle la vida a unos cabronazos como vosotros —concluyó—. No voy a negar la evidencia. Todos me vieron usarlo en el Kaji Saiban, cuando evité que Otohime acabara convertida en un palito de carne a la brasa. Así que sí, ese es el poder de mi Mangekyō izquierdo. ¿Contento?
Evidentemente molesto, Akame se giró para hacerle señas al mesero y pedir otro té negro con mucho hielo. Luego volvió a la conversación.
—¿La Arashikage, eh? ¿Oriundo de Amegakure no Sato, imagino? —disparó, respondiendo con otra pregunta—. ¿Qué le hiciste a la buena de Yui? Apenas he tenido el placer dudoso de verla un par de veces, pero según tengo entendido es una hija de puta de cuidado. Vamos a tener que andarnos con mucho ojo en Tsuchi no Kuni, dudo que haya una distancia de seguridad lo suficientemente segura si esa mujer te quiere hincar el diente.
Zaide sonrió con suficiencia y asintió, visiblemente complacido. Oh, sí, estaba contento. Todavía no conocía los límites de aquel jutsu tan prometedor, ni los engranajes, o tan siquiera los requisitos. Pero el mero hecho de imaginarse teletransportándose a una Villa por sorpresa hizo que se le hiciese la boca agua. Boca que contuvo llenándola de hidromiel y vaciándose la birra de un largo trago.
—Entonces, te voy a dar un consejo. —Porque quizá algún día necesitase tomar prestado ese poder—. Uno que en el fondo ya sabes, o te imaginas. No lo uses a destajo, ¿huh? —Y menos por pillarse un rebote al encontrarse con hambre, joder—. No es bueno.
Él lo sabía muy bien, para su desgracia. Hacía mucho tiempo que no usaba sus ojos —salvo en el Kaiji Saiban—, y aunque había recuperado algo de visión, sabía que ya nunca sería la misma.
Pero lo que dijo a continuación Akame le despertó una carcajada. ¿Él, oriundo de Amegakure no Sato? Ese era un buen chiste.
—Yo nací libre, compañero. —En lo alto de las montañas de Tsuchi no Kuni. Se encogió de hombros—. Mi padre lo fue un tiempo. —Era curioso, decían que el tiempo todo lo curaba. ¿Por qué, entonces, seguía sintiendo aquella presión en el pecho cada vez que lo recordaba? Levantó la mano buena, y pidió otra hidromiel al posadero. No fue hasta que se hubo marchado, volviendo a dejarlos en soledad, que respondió a las preguntas de Akame—. A ella directamente nada —confesó—. Pero asesiné a algún que otro ninja con su emblema. Y secuestré a otros cuantos. Y… Bueno, hubo una vez, cuando no era un mercenario tan honrado como lo soy ahora, que cierto ser me pidió asesinar al Señor Feudal de la Tormenta. Y acepté… y fracasé. —Pero a buen seguro sabían que él estaba detrás de aquel atentado fallido.
»Y bueno, en Uzu también me deben tener fichado, ¿huh? —No era necesario explicar los motivos—. ¿Nunca tuviste curiosidad de mirar mi ficha?
—¿No jodas? Y yo que pensaba que me llevé toda la tarde con el ojo sangrando porque me dormí con las lentillas puestas —replicó, ácido. Aun así, había algo en la actitud de Zaide que decía que él sabía más sobre aquel tema—. Perdona, perdona... Me he puesto nervioso con esta mierda. Nunca antes me había pasado, aunque bien es cierto que tampoco había hecho un uso tan extenso de mi Mangekyō en un reducido lapso de tiempo. Porque esa esa la causa, ¿no? El precio a pagar —aventuró, con una media sonrisa. Luego le dio un sorbo a su té negro y disparó sin miramientos—. ¿Hay alguna forma de evitarlo? No me gustaría terminar mis días vendiendo cupones.
Zaide hizo un ademán, como quitándole importancia a la réplica ácida de Akame.
—Déjate de preocuparte por la sangre, y preocúpate más por la visión que pierdes. Porque como lo uses a lo tonto como ese día en la cueva, llegará un momento en que te quedes más ciego que tras tomarte veinte copas y diez chupitos. —Y ninguno de los dos quería eso.
»Ah, quieres ahorrarte el precio, ¿huh? Estafar al Dios de los Uchiha —sonrió. No le culpaba, él también había buscado la respuesta por mucho tiempo. Una que cuando la encontró, no le agradó en absoluto. Al final siempre se acababa pagando el precio. De una manera... u otra—. ¿Has visto alguna vez a un no-Uchiha con nuestros ojos, Akame? ¿Te has preguntado alguna vez qué pasaría si en vez de trasplantárselos a alguien foráneo, trasplantases el Sharingan a un Uchiha de sangre?
El aludido no respondió inmediatamente. ¿Qué tenía que ver eso con lo que acababa de preguntar? Pues la cuestión era que, de hecho, Akame sí que había conocido a alguien que tenía el Sharingan sin que la sangre de Hazama corriese por sus venas. "Conocer", de hecho, era una palabra que ni siquiera le hacía justicia a esa historia. Porque esa persona era Yume, su amada, a la que había roto el corazón cuando Hanabi y Raito le pillaron en calzones y le encerraron en las mazmorras. Esa misma a la que había querido alejar por miedo a que fuese incriminada, dada la estrecha relación que tenían cuando se levantó la liebre. No había sido la única chica a la que había amado en su vida, pero sí aquella a la que le entregara su corazón sin reservas.
Un sabor bilioso le inundó la boca, y tuvo que contenerse para no vomitar. Sólo de pensar en Yume, en sus rostro vivo y repleto de colores, hacía que se le cayera el alma a los pies. Su actitud desde que habían cruzado las fronteras de Uzu no Kuni no tenía solo que ver con la traición de un amigo, la expulsión de su hogar y demás trágicos sucesos; sino también con un sueño imposible. Un lugar al que, Akame sabía bien, nunca podría volver.
Yume.
—No entiendo dónde está el misterio —respondió, al fin—. En Uzu hay una kunoichi que tiene un Sharingan en su ojo izquierdo. Sí, no es tan habilidosa como un Uchiha de sangre pura podría serlo, pero era capaz de usar nuestros jutsus. O algunos, al menos.
Algo en la mirada de Akame cambió. Decían que los ojos eran el reflejo del alma, y la de Akame pareció empañarse. Oscurecerse por un dolor indescriptible. ¿Imaginaciones suyas? Zaide lo dudaba, pero optó por no remover en aquella herida.
Había cosas que era mejor no preguntar.
—Sí, sí, pero estás perdiendo el punto. Lo que te digo es: imagínate, tú, trasplantarte el Sharingan de otro Uchiha, uno que no lo haya desgastado. Tú que ya lo llevas en la sangre, ¿no renacería tu visión? ¿No recuperarías lo perdido? —preguntas para las que no tenía respuesta, todavía. Toda conjetura había que probarla, o no eran más que palabras bonitas perdidas en el viento—. Mas un día leí una cosa al respecto —prosiguió, bajando la voz—. En el mismo sitio donde descubrí el poder para cambiar la realidad. —Y eso, era aval suficiente para considerarlo confiable. Que estuviese allí con vida era prueba de ello—. Se le conoce como…
»… el Mangekyō Sharingan Eterno.
Se dio cuenta de algo y frunció el ceño.
—¿Invitas tú a estas rondas, no? —Vale que estuviese pagando una deuda, pero la hidromiel iba aparte—. Bien, bien. Pues, como te estarás imaginando por el nombre, se dice que este Mangekyō nunca se apaga. Nunca sufre. Nunca se deteriora. La hostia, ¿eh? Claro que si conoces de negocios, sabes que lo que no pagas por un lado, lo acabas apoquinando por el otro. En este caso… Bueno. En este caso tienes que arrancarle el Sharingan a un familiar y ponértelos. Y no me refiero al primo tonto que todos tenemos. Uno de línea sanguínea directa, ¿hmm? Un hermano, por ejemplo.
Ni aunque Zaide le hubiese dejado toda una vida para aventurar la respuesta a aquella pregunta Akame habría podido acertar. Lo que el veterano Uchiha le reveló estaba más allá de cualquier idea que hubiera podido tener el joven, un secreto cuyas ramificaciones —de ser cierto— eran tan terribles como impredecibles. ¿Recuperar la vista al transplantarse los ojos de un familiar cercano? No sólo cercano, ¡directo! ¿Cuántos Uchiha a lo largo de la historia habrían matado a sus propios parientes en busca de semejante poder?
¿Era aquella leyenda el origen de la Maldición del Odio que durante tanto tiempo, en el pasado, había perseguido a los de su linaje?
Akame tuvo que beber otro trago de té para que se le quitara el nudo que tenía en la garganta.
—¿Qué... cojones...? —fue capaz de balbucear, al poco—. ¿Qué cojones, joder?
El Uchiha se puso en pie de repente, con los brazos en cruz y la mano derecha mesándose el mentón. Luego dio media vuelta, caminó un par de pasos pero pareció reparar en algo y deshizo su breve trayecto. Tomó el té y se lo empinó de un tirón, luego miró a Zaide con gesto indescriptible y finalmente acabó por dejarse caer en la silla. Parecía derrotado.
—Esto es una barbaridad, por las tetas de Amaterasu. ¿Estás completamente seguro? ¿Cuál es ese sitio que dices? —quiso saber, incisivo—. Un hermano...