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Había llegado a Notsuba con tanta ilusión como una niña pequeña. Miraba el mapa con brillo en los ojos. El primer día iría a ver la Torre de Meditación, el legendario fuinjutsu que la mantenía intacta era un misterio incluso para los Uzumakis de su villa. Otro de los muchos sitios de Onindo que una kunoichi tenía que ver, y más ella que quería dedicarse a eso. El segundo día se acercaría al Volcán, pero solo lo justo, tampoco era tan idiota como para creer que la lava no le iba a hacer daño solo porque era usuaria de Yoton. Y si el tercero se veía con ganas iría a las Escaleras.
Cerró el mapa con seguridad, podía hacerlo sin perderse. Si lo decía con seguridad seguro que acababa por creérselo. No se había pasado dos días metida en ese maldito tren pasando todo el País del Bosque para ahora llegar ahí y perderse. Tenía que sacar la orientación que no tenía y la lectura de mapas que necesitaba para poder llegar a los sitios en cuestión.
Llegó de buena mañana a Notsuba, la ciudad con aspecto tradicional que se alzaba en medio de un exuberante valle, lleno de verde y azul. Miró a todas partes como buena turista inocente que era y cargando con su mochila se acercó a una humilde posada. Tras dejar sus cosas y salir con una mochila mucho más manejable se puso rumbo a la Torre de Meditación.
Hana, que no era muy creyente de los malos augurios, ignoró las señales del universo. Saludó al gato negro que se le cruzó, le deseó un buen día a los carpinteros que trabajaban en un tejado mientras pasaba por debajo de su escalera y cuando se puso a llover, simplemente se puso la capucha de la capa de viaje. Todavía estaba en las inmediaciones de Notsuba cuando el universo se vengó por haberle ignorado.
Saltaba de rama en rama como se movían todos los ninjas, no estaba acostumbrada a hacerlo con lluvia, así que le prestaba incluso más atención a donde pisaba. Sin embargo, solo necesitó un segundo de distracción, un desliz en la sujeción de la Kodachi para que Hana llevase la mano alarmada al arma y colocase el pie en mala posición. El dolor del mal paso se evaporó con la caída, que fue mucho peor. Cayó de lleno en unos matorrales, lo cual no fue tan malo, al menos le habían aliviado un poco el golpe. Maldiciendo entre dientes intentó ponerse en pie, a lo cual su tobillo le contestó que no, que ni de coña. El dolor punzante hizo que volviese a caer de culo al suelo.
— Me cago en... — la interrumpió otro dolor punzante, esta vez en la palma de la mano izquierda, que estaba usando para apoyarse en el suelo, solo que en vez del suelo eran unas malditas zarzas.
Levantó la mano, exasperada. Se volvió a intentar poner de pie, usando el pie que aún tenía un tobillo útil. Genial, hasta aquí había llegado su excursión. Apretó los puños, airada.
— Pues a tomar por... — había empezado a caminar fuera del embarrado matorral, y de nuevo se vio interrumpida.
Al intentar mover su pierna buena, algo la retuvo, intentó cambiar el peso a la del tobillo tocado y acabó, como no podía ser de otra manera, en el suelo, esta vez de cara. Apretó los dientes, aguantando el dolor y la ira. Miró la pierna que se le había quedado atrapada, una maldita zarza se envolvía alrededor de la parte baja de su pierna, rasgando su ropa. No se lo podía creer. ¿Había algo más que pudiese salir mal?
Respiró hondo. Solo tenía que cortar esa maldita planta y podría volver a Notsuba y tratarse el tobillo. Llevó su mano al lado izquierdo de su cintura para coger su katana, ahí no había nada. Ahora sí que estaba al borde del ataque de pánico. Echó un vistazo alrededor para encontrar su Kodachi entre más zarzas a unos cinco metros de donde estaba ella. Desesperada, se planteó quitarse aquella zarza con las manos, teniendo cuidado, pero siempre que intentaba soltar una otra se clavaba más.
Su paciencia se estaba desvaneciendo a la misma velocidad que la lluvia se intensificaba. Si no conseguía salir de ahí acabaría con una maldita neumonia. Ahora solo quedaba una pregunta que responder, ¿qué podía ser peor, una kunoichi pidiendo ayuda por una maldita zarza o una kunoichi muerta de hipotermia? Tragó saliva y aprovechó para tragarse también su orgullo.
— ¡Ayuda! ¡¿Hay alguien aquí?!
Tenía cortes por todo el cuerpo, la capa de viaje había minimizado el daño en la medida de lo posible, excepto su pierna y la palma de la mano, donde las espinas se clavaban directamente sobre la piel. Eso sin contar con el barro que bañaba casi completamente sus ropas. Por suerte, eso no sería un problema, ya que con la intensidad de la lluvia, tarde o temprano se le limpiaría. Ya no se tenía que preocupar por parecer una vagabunda, solo por acabar muriéndose.
Si nadie daba señales de vida, tendría que empezar a buscar un plan B para librarse de la planta, aunque fuese a mordiscos.
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¿Quien quería ir a los Dojos? Ren ¿Quien sé equivoco de tren? Ren también ¿Quien tenía que hacer tiempo hasta que saliera uno de vuelta a casa? Pero ya eso último poco le importaba, decidió que era buena idea aprovechar y quedarse un tiempo por el lugar. Tampoco estaba tan lejos de casa, y con un poco de ayuda y un mapa, no debería llevarle más de algunos días la vuelta a pie. Tras dejar sus pertenencias en una posada de la zona, pensó que era buena idea salir a practicar un tiempo con su bokken.
Al fin y al cabo, era el principal objetivo de su viaje, relajarse e intentar mejorar en su esgrima; podría ir hasta la Torre de Meditación incluso, su maestro siempre le recordaba que una mente tranquila y serena siempre sale triunfante. Aunque le costaba un poco eso de mantenerse quieta. Pero la lluvia de su país siempre la reconfortaba y calmaba; suponía que no era suficiente, y que a lo mejor Nanashi se refería a una paz más espiritual, como la que solían predicar los monjes y peregrinos herrantes.
Tras varias horas en aquel bosque, dando varios golpes a tocones de madera secos, simulaciones de cortes a arbustos y ramas, comenzó a llover, pero parecía llover de aquella forma tan característica de su aldea; Ren alzó la mirada al oscuro cielo de nubes, cerrando los ojos apaciblemente, como si intentara purificar su alma con aquel gesto. Duró tan solo un instante, pero creyó haber comprendido aquello a lo que se refería su maestro. Decidió igualmente volver donde se hospedaba, en busca de un agua caliente que no le proporcionarían las nubes, aunque poco después de comenzar su camino, le pareció oír la voz de alguien.
— ¿S-Sera un fantasma?... — pensó andando en busca del origen de la voz. No era fan del ocultismo, pero se sentía ligeramente atraída hasta que llegaba un momento, en que tenía que apartar la mirada del miedo.
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La lluvia ahogaba cualquier sonido de las cercanias que la kunoichi pudiese escuchar, como también habría ahogado sus llamadas de auxilio, concluyó Hana finalmente. Tendría que hacer un último esfuerzo antes de ponerse a la desesperada.
— ¡AYUDA! ¡ALGUIEN! ¡ESTOY HERIDA! — gritó a pleno pulmón esperando que el destino fuese algo más piadoso con ella.
Sin embargo, esta vez no esperó a que nadie contestase, se puso manos a la obra. Como primera idea había decidido intentar usar sus uñas para deshacerse una a una de esas malditas zarzas. Pero como esas plantas del demonio no tenían suficiente con rajar la piel, encima picaban como endemoniadas, haciendo que cada herida le resultase terriblemente incomoda.
— Me cago en todo lo que es santo, joder. — maldijo entre dientes cuando, al quitarse una, se le quedó la espina clavada.
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Esta vez lo oyó alto y claro; alguien pedía auxilio en el denso bosque, no sonaba como una voz espectral, alguien necesitaba ayuda y por suerte ella estaba allí para hacer todo lo que estuviera en su mano. Corrió por una densa zona, donde grandes matorrales azotaron su piel y le hicieron cortes y pequeñas heridas.
— ¡¿HOLA?! ¡¿DONDE ESTAS?! ¿¡PUEDES OIRME!?— grito a pleno pulmón en una pequeña pausa entre sus arbustos, colocando sus manos para intentar proyectar más su voz al bosque.
Si se trataba de una broma, desde luego era una bien pesada; pero si de verdad alguien necesitaba ayuda, no podía negarla sin más, alguien podía estar en serio peligro por la lluvia. Además podía cernir la noche, y las bestias saldrían a cazar.
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13/02/2020, 08:23
(Última modificación: 13/02/2020, 08:24 por Himura Hana. Editado 1 vez en total.)
Una voz resonó por los alrededores, la primera que no era la suya propia.
— ¡¿HOLA?! ¡¿DONDE ESTAS?! ¿¡PUEDES OIRME!?
— ¡AQUÍ, ESTOY AQUÍ! AYUDAME.
Lo único que había sacado en claro de la voz era una clara preocupación, lo cual tranquilizó a Hana que pensó en todas las clases de personas que podrían encontrarla. Bandidos, asesinos, exiliados u otro tipo de malhechores.
Miró a todas partes intentando conseguir visual del ángel que le había mandado Kami-sama después de que Shiona-sama le dijese que como siguiese puteandola iba a darle una paliza digna de un bijuu. Incluso sus pensamientos se estaban volviendo más radicales de la desesperación.
La intensa lluvia, con sus correspondientes nubes, había hecho desaparecer gran parte de la visibilidad. Aún se colaba algún haz de luz ocasional entre los recovecos de las nubes, pues no dejaba de ser de día, casi mediodía ya.
— AQUÍ ABAJO. — volvió a llamar la kunoichi una vez recuperado el aliento.
Estaba sentada, con el culo enterrado un par de dedos en barro y las manos apoyadas en el suelo en zonas despejadas por ella de cosas puntiagudas.
Tenia la cara limpia gracias a la lluvia pero el resto de su ropa seguía embarrada.
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Con el primer grito aligeró el paso entre la maleza; una rama golpeó su rostro dejándole algunas heridas sobre las mejillas y la frente, su pelo comenzaba a empaparse por completo y sus piernas ya estaban sucias de barro hasta casi las espinillas, pero era el ambiente habitual en los alrededores de Amegakure, por lo que no se veía afectada por ello.
El segundo grito fue muy alto pero sobretodo claro; por lo que debía estar a pocos metros, apartó algunas ramas y allí estaba. Su rostro asomó entre la maleza, para observar una joven de cabellos rubios tendida en el suelo.
— ¿¡Hana!? ¿Que te ha ocurrido?— atravesó la última planta que las separa, apartandola a un lado, todavía sorprendida. Más por quien era la que estaba pidiendo ayuda, que el propio estado en el que estaba, el cual desconocía.
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— ¿¡Hana!? ¿Que te ha ocurrido?
La joven kunoichi se quedó a cuadros cuando su salvadora resultó ser Himura Ren. Por un largo momento se quedó con la boca entreabierta mirando a la muchacha. Tenía algunos cortecitos en el rostro, fruto de la prisa que se había dado por alcanzarla.
— Ren... Yo... — se sonrojó terriblemente — Me he caído de un árbol, justo en este matojo de plantas asesinas y creo que me he hecho un esguince. Cuando he intentado salir, se me había enredado la pierna buena y mi Kodachi no estaba. Está por ahí y, bueno, no podía moverme para cogerla. — señaló detrás de la chica, sobresaliendo de otro cúmulo de plantas estaba la katana, envainada.
¿Por qué? ¿Por qué la había encontrado la última persona que quería que viese su lado más torpe y estúpido? Ahora Ren tendría la prueba tácita de que Hana era la peor kunoichi que había pisado Onindo. Pidiendo ayuda por unas estúpidas zarzas. No pudo volver a mirarla a los ojos y la sangre acumulada en sus mejillas no se movía de allí.
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Siguió con la mirada el arbusto al que Hana apuntó, para con suerte vislumbrar la espada envainada sobresaliendo de un matorral. Sin perder más tiempo, se acercó para sacarla de aquella planta, sin la suerte de convertirse en la reina de aquel lugar, pero con la satisfacción de poder devolverle a Hana algo que parecía más que importante para ella.
— Uuuhm... ¿Crees que puedes cortar las ramas con ella? Por vergonzoso que sea, todavía no llevo algo con un verdadero filo. — dijo algo avergonzada, trayendo de vuelta su reliquia familiar. — Si realmente tienes el tobillo dañado, te ayudaré a volver de vuelta, no te preocupes por eso.
Dijo finalmente con una sincera sonrisa.
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— Uuuhm... ¿Crees que puedes cortar las ramas con ella? Por vergonzoso que sea, todavía no llevo algo con un verdadero filo. Si realmente tienes el tobillo dañado, te ayudaré a volver de vuelta, no te preocupes por eso.
Ren se abstuvo de comentar la inutilidad de Hana, centrandose en liberar su pierna. Fue tan amable de acercarle su Kodachi y la rubia extendió las manos para aceptarla, dandose cuenta entonces de lo mucho que le temblaban las manos. Estaba helada, tenía su diestra llena de heridas y lo cierto es que estaba nerviosa, convencida de que si lo intentaba ella se iba a cortar una pierna y a quedar aún más en ridículo.
No sabía desde cuando le había importado tanto fallar en algo, nunca le había detenido, pero se sentía incapaz de hacerlo bajo la atenta mirada de Ren.
— ¿Te importaría hacerlo tú? No... no me veo capaz de no liarla más. — le pidió a Ren que aún tenía su espada en las manos.
Si bien era cierto que su día había sido todo cuesta abajo hasta que había aparecido la kunoichi de la Lluvia, no era solo eso, es que no quería hacer más el ridículo delante de ella.
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— ¿Pero no es una reliquia familiar? Usarla así tal vez desgastaría el filo — dijo con una voz algo apenada
La vida de Hana era más importante que un objeto inanimado para ella, pero en su búsqueda de conocimiento por los samurais; sabía lo importante que podría llegar a ser un arma para el que la blandiera; era como una extensión de su ser mismo. Ren hizo una mueca de preocupación, mirando detenidamente la vaina de la espada con el rostro empapado, para luego examinar el estado de su compañera.
«Pero tampoco puedo dejarla así. Aunque hiciera fuerza y palanca con mí bokken las ramas se ven bastante gruesas.»
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— ¿Pero no es una reliquia familiar? Usarla así tal vez desgastaría el filo
Hana miró a Ren, en su cara se reflejó a la perfección la confusión que sentía. ¿Qué más daba eso ahora? Antes de empezar a gritarle que cogiese la maldita espada y cortase las malditas plantas, Hana intentó comprender su punto de vista. Para ella, que quería ser una maestra de la espada, una katana debía ser algo especial, ya que aún ni siquiera tenía una de verdad.
Respiró hondo.
— Ren, no te preocupes, conozco a un herrero que podrá reparar la katana si le pasa cualquier cosa. — hizo una breve pausa — Ahora, ¿me ayudas? El agua está empezando a calar, tengo frio, me duelen las dos piernas y quiero salir del barrizal, por favor.
Había intentado no sonar demasiado tajante, no lo había conseguido. Había sido un día duro, muy duro, y que Ren pusiese el bienestar de un trozo de metal por encima del suyo, le había dolido. Aún así, diría que se había contenido bastante. Lo peor es que la había visto mirando la Kodachi y después su pierna atrapada, planteándose si había otra forma, la muy gilipollas.
Definitivamente, se había puesto de mal humor. Seguro que con rescatar la katana hubiese sido feliz.
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Las palabras de Hana la hicieron darse cuenta de la situación; ella estaba acostumbrada a la humedad, el barro y aquel frío tan característico que a veces calaba hasta los huesos, pero Hana no era de la misma villa. Desenvaino entonces la hoja y la deslizó entre la pierna y las ramas varias veces, dejando la parte roma hacia el cuerpo de la chica. Repitió el proceso un par de veces, mientras agitaba la hoja con cuidado para deshacerse de las enredaderas.
— V-Vale, creo que ya esta — envaino el arma y la dejo en un bolsillo interior de su uwagi negro, sobresaliendo la empuñadura de esta; se levantó apoyándose en el árbol del que seguramente cayó, y posteriormente le tendió su mano como ayuda a Hana.
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— V-Vale, creo que ya esta —
Tras el breve pero intenso discurso de Hana, Ren se había puesto manos a la obra y con una eficiencia asombrosa, cabe decir. La rubia se dedicó a mirar como trabajaba la morena en silencio. Tardó varios segundos en darse cuenta de que había acabado, pues seguía observandola, con la empuñadura de su katana asomando sí que parecía una autentica samurai.
No fue hasta que Ren le tendió la mano que Hana reaccionó.
— Oh, sí, voy. — dobló la pierna con cuidado para evaluar los daños que había sufrido y lo cierto es que una vez liberada de la planta, casi ni le dolía, le escocía a lo sumo.
Se apoyó sobre la pierna buena, con cuidado de no apoyar la otra sin querer y aceptó la mano que le ofrecía Ren.
— G-Gracias, Ren, te debo una. — le agradeció sinceramente la kunoichi — Perdona por como te he hablado antes...
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— No tienes porque dármelas — respondió con una suave risa al final.
Alzó la mirada al cielo dubitativa; vivir bajo las copiosas nubes de lluvia de su país no te ayudaba a determinar cuando podía cesar esta de caer; y a diferencia de ella, la lluvia no le había bendecido. Entonces Ren se arrodilló, dándole la espalda a Hana y tendiendo un poco los brazos hacía atrás de forma incitativa.
— Sube, no sé como de lejos estaremos realmente de Notsuba, pero tampoco puedo dejar que andes con la pierna así durante mucho rato... — el bondadoso corazón de la joven no se daba cuenta de lo que realmente estaba sucediendo.
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— No tienes porque dármelas
— Sí que tengo que dartelas. Solo Kami-sama sabe cuanto hubiese tardado en librarme sola. Gracias, Ren. — repitió una vez de pie, apoyada en el árbol.
Vio como Ren se ponía en una posición extraña y no fue hasta que habló que entendió lo que la kunoichi le estaba proponiendo.
— Sube, no sé como de lejos estaremos realmente de Notsuba, pero tampoco puedo dejar que andes con la pierna así durante mucho rato...
Su primera reacción fue dar un paso atrás, reacción que tuvo que suprimir, pues estaba apoyada en un solo pie. Miró la espalda de Ren avergonzada, la idea le parecía terrible y reconfortante al mismo tiempo. La última y única persona que la había llevado cargada a la espalda había sido su padre.
— Yo... No... — claro que la idea de caminar hasta Notsuba era terrible y la idea de estar cerca de Ren tentadora. — E-e-está bien...
Se colocó sobre la espalda de la kunoichi de Amegakure, abrazandola por el cuello y dejando que cogiese sus piernas. Estaba roja desde la punta de la nariz hasta la punta de las orejas y aún así, cuando se rozaron, Hana pudo notar la diferencia de temperaturas. Ella estaba helada mientras que Ren estaba ardiendo, como si aquella luvia para ella fuese un dia soleado estandar.
El mismo momento en que se puso en posición, dudó.
— ¿Estás bien? ¿Peso demasiado? No-no te fuerces, Ren-san. Puedo intentar andar, de verdad. No hace falta que te hagas daño tú también por mi culpa, ¿vale? — empezó a hablar rápido para no tartamudear, era una técnica que le funcionaba bastante bien cuando estaba nerviosa.
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