Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
18/04/2020, 11:44 (Última modificación: 18/04/2020, 11:45 por Uchiha Akame.)
Sorry hamijos, tenía que recargar pilas.
Ebisu tomó un ruidoso sorbo a su café.
—Muy aguda, joven detective —respondió a la pregunta de Ren—. Al final los ninjas no dejamos de ser currantes, por mucho que a más de un jōnin se le haya subido el rango a la cabeza. Mirad, no es que yo sea el "sargento de hierro", pero la verdad es que nada anima más a un par de genin como vosotros a espabilar que partirse el espinazo cargando cajas.
De nuevo, por el tono de voz y la forma de expresar sus ideas no parecía que aquel chūnin quisiera burlarse de ellos o hacerles miserables, pero por otra parte su desparpajo y carencia de filtro podían interpretarse de muchas maneras. El joven maestro terminó su café y, mirando el reloj, animó a sus pupilos a ponerse en marcha.
—Va, vamos, que tenemos que estar allí antes de las doce. Suerte que no íbamos apretados de tiempo, pero Ren, cómprate ese despertador, ¿eh? —apostilló—. Especialmente cuando vayamos a currar para tíos como este tal Yamaguchi. Los peces gordos suelen ser bastante más capullos y menos tolerantes con la impuntualidad que vuestro ilustre maestro Ebisu-sensei.
Sin más ni más, el chūnin pagó el café en la barra y salió al frío y lluvioso exterior. Una vez allí, comenzó a caminar calle arriba, esperando que sus alumnos le siguieran.
—Por ser vuestra primera misión en equipo, os acompañaré para asegurarme de que no la liais parda. Además, la alternativa era quedarme pasando informes a limpio y, meh —se encogió de hombros—. Aunque ya me he leído vuestros expedientes —en serio, me los he leído, creo que soy el primer sensei de la historia que no miente con esto—, ¿qué tal si ponemos en común vuestras habilidades? Por increíble que parezca, las probabilidades de morir de forma horrible en una misión se reducen más cuanto mejor conoces a tus compañeros.
—Muy aguda, joven detective. Al final los ninjas no dejamos de ser currantes, por mucho que a más de un jōnin se le haya subido el rango a la cabeza. Mirad, no es que yo sea el "sargento de hierro", pero la verdad es que nada anima más a un par de genin como vosotros a espabilar que partirse el espinazo cargando cajas.
«Si tu lo dices... Pero supongo que es mejor ser repartidor que dedicarnos días y días a limpiar retretes...» Pensó viendo como intentaba maquillar aquel trabajo como algo maravilloso.
Tras una ojeada rápida al reloj, incito a que ambos genin se movilizaran. Tras otro sermoncito, y salir a la lluviosa calle; prosiguió con su monólogo, aunque esta vez invitándoles a participar
—Por ser vuestra primera misión en equipo, os acompañaré para asegurarme de que no la liais parda. Además, la alternativa era quedarme pasando informes a limpio y, meh —se encogió de hombros—. Aunque ya me he leído vuestros expedientes —en serio, me los he leído, creo que soy el primer sensei de la historia que no miente con esto—, ¿qué tal si ponemos en común vuestras habilidades? Por increíble que parezca, las probabilidades de morir de forma horrible en una misión se reducen más cuanto mejor conoces a tus compañeros.
Bueno, morir enterrado entre un monton de cajas a lo mejor no era la forma más digna para un shinobi de morir; pero alguna lesión grave se podría llevar. Y era hora de mantener una conversación de ese tipo con un futuro compañero, hubiera deseado tenerla antes del incidente en Yachi, pero mejor tarde que nunca.
— Oh, pues por suerte nos conocemos de antes — dijo levantando el dedo indice, como si eso fuera una especie de punto a favor, subiendo uno a uno a continuación, mientras miraba sus propias manos. — Supongo que tengo un nivel básico en casi todos los apartados... Puedo utilizar el elemento fuego... Pero si tengo que destacar algo supongo que sería el uso de la espada ¡Quiero volverme una espadachín de renombre!
Y eso a él que coño le iba a importar; desde luego se podía leer en cada una de sus facciones y acciones. Un hombre cansado que buscaba una vida simple y tranquila sin duda alguna; y la morena se le había puesto a hablar de sus ambiciones cuando lo único que le pidió fuera que hablara de sus habilidades.
19/04/2020, 11:10 (Última modificación: 19/04/2020, 11:13 por Taka Kisame. Editado 2 veces en total.)
En cierto modo, odiaba aquel tipo de trabajos. Sabía perfectamente sus fortalezas y limitaciones y precisamente el físico era algo que saltaría a la vista de cualquiera. Él era un tirillas y aquellos encargos le hacían sufrir más de lo habitual. No quiso aportar nada, él ya había recibido su reprimenda antes y se la había merecido, debía de aprender a tener mejor filtro a la hora de tratar con su sensei y compañeros, las personas a veces tenían códigos de respeto y trato que no lograba entender, pero debía adaptarse si no quería morir haciendo sentadillas bajo la lluvia. Efectivamente, se conocían de antes y ya se habían jugado el pellejo frente a una dantesca criatura en Yachi, Él sabía sus habilidades y ella aprte de las suyas pero desde entonces el de Amegakure había afinado su técnica de combate incluyendo una técnica más que le hacía ahora muchísimo más defensivo y odioso en combate porque si, aparte de jugar al Shōgi y combatir, apenas sabía hacer alguna otra cosa. Eso y devorar libros como si mañana no fuese a amanecer.
-Eso es correcto. Por suerte o por desgracia esta chica y yo ya nos hemos conocido antes. No obstante, debo señalar de antemano y para que no sea una sorpresa que el trabajo físico o cualquier actividad que implique el uso del cuerpo y los músculos es algo en lo que soy pésimo y es mi principal y más acusado punto débil. Por lo demás, normalmente trato de mantenerme al margen socialmente. En cuanto al combate, utilizo un estilo defensivo con el elemento Doton y el Genjutsu. Suelo tratar de tomar el control de la situación antes de jugar mis cartas. Ya sabe, prudencia y frialdad. -Hizo una breve pausa para coger aire y continuó -Supongo que mi fuerte es el cerebro, es lo único prácticamente que he cultivado durante todos estos años. -Dijo hablando despacio, mientras miraba a su compañera y luego a Momochi-sensei -Nunca lo habría pensado, pero en varias ocasiones me he sorprendido tomando el liderazgo de una pareja o pequeño grupo. No es algo que me guste ni me disguste, solo digo que a veces ocurre. -Concluyó, volviendo a mirar al frente.
Ebisu seguía caminando, y apretó el paso cuando los muchachos empezaron a hablar. Ren fue la primera en hacerlo, como antes lo había sido para tomar el pergamino de misión; parecía que a aquella chica le gustaba tomar la iniciativa. Su compañero, mientras tanto, se mantenía en un discreto segundo plano. Cosas de la diferencia de edad, supuso el chūnin.
—Así que Katon y Kenjutsu, bueno, no está mal —concedió el sensei. Luego miró a Kisame—. ¿Kisame-kun?
El mentado comenzó a explayarse sobre sus habilidades, intereses y virtudes. Pese a que Ebisu era perezoso por naturaleza y ya de antemano había supuesto que aquella charlita sería un peñazo, lo cierto es que no le estaba resultando tan aburrido escuchar a los dos genin.
—¿Así que no te gusta doblar el lomo, eh? Qué jodío, aunque no puedo culparte. Eres de los míos —concedió el chūnin, con una risilla traviesa—. Por desgracia para ti, Kisame-kun, vas a tener que chuparte unas cuantas misiones de dar cera y pulir cera, ya sabes, el Camino del Genin y todo eso. Hazme caso, cuanto mejor lo hagas y menos la cagues, antes ascenderás y podrás quitarte de encima la purria de misiones que os suelen asignar a los novatos.
Después de aquel inciso, Ebisu volvió a cederle la palabra a su alumno. Al contrario de lo que le había parecido en la cafetería, a Kisame sí que le gustaba explayarse y hablar; ¿o tan sólo lo hacía por cumplir con la petición de su sensei? Aquel chico estaba deseoso de hacerlo bien, y se notaba. Aquellas ganas de trabajar y de ser mejor le daban cierta pereza al chūnin, pero, al fin y al cabo... ¿qué no lo hacía?
—¿Así que "mantenerte al margen socialmente", eh? Kisame-kun, te voy a dar otro consejo, y gratis. Hoy estoy generoso, pero el tercero ya serán cincuenta pavos —rió, jocoso—. Todo ese rollito de ser frío y distante con los compañeros está muy bien para los cómics y las historias de héroes que se enfrentan solos al peligro. Pero te llevo unos cuantos años de ventaja en esta profesión, y aunque sabe Amenokami que nunca he sido el más popular de mi casa —más bien tenía bastante pocos amigos, aunque los genin no lo sabían y por tanto la aplastante ironía que cargaban las próximas palabras que iban a salir de su boca, les pasó desapercibida—, pero todos necesitamos amigos. Y un shinobi, más que nadie. Las historias de Llaneros Solitarios que matan al monstruo y se llevan a la cama a la chica son eso, historias. En la vida real, lo que va a hacer la diferencia entre volver a casa o terminar criando malvas... —miró a Ren—. Serán tus compañeros.
Con tanta cháchara el camino se les hizo corto al trío de ninjas. Antes de que pudieran darse cuenta, los amejin dieron con sus pasos frente a una gran persiana metálica, en un callejón del Distrito Comercial. Parecía la única entrada a un enorme edificio de varias plantas con un letrero algo parco en detalles que enunciaba el renombrado apellido de su dueño.
«Almacenes Yamaguchi»
Ebisu suspiró.
—Pues aquí vamos. Yamaguchi-dono debería estar ya esperándonos —el chūnin consultó su reloj de muñeca—. Las doce en punto. Bien, joder. Recordad, pipiolos, estamos en Amegakure pero los modales siguen siendo importantes; especialmente cuando tratéis con un ricachón como este tipo.
El chūnin se adelantó y tocó varias veces con los nudillos en la persiana metálica. Pasaron unos minutos hasta que ésta se abrió, y de ella salieron dos hombres; uno de ellos era bajito y ancho de hombros, vestía con un mono de trabajo azul y llevaba guantes muy sucios. El otro era prácticamente su antítesis: alto, delgado, calvo y vestido con un precioso traje de chaqueta blanco que parecía valer más de lo que cualquiera de aquellos tres ninjas fuera a ganar en un mes. El del mono se limitó a echarles un vistazo a los dos genin, mientras que el del traje se dirigió al chūnin, a quien reconoció por su placa plateada.
—Yamaguchi-dono, mi nombre es Momochi Ebisu, chūnin de Amegakure. Estos son mis alumnos, Himura Ren y Taka Kisame. Serán ellos los encargados del reparto promocional de Amemermelada durante el día de hoy.
Yamaguchi Egin asintió, complacido, y luego sus ojillos pequeños y astutos se posaron en los genin. Parecía estar evaluándolos, y no escondía en absoluto aquel hecho. Hombres como él estaban acostumbrados a no tener que disimular cuando querían algo.
El perezoso Chuunin, siguió dandoles lecciones de vida gratuitas, aunque no pudo evitar dejar escapar un bufido ante un jocoso comentario que soltó. Pero aquello que dijo de los Lobos solitarios, que se dedicaban a cazar monstruos y luego llevarse a una preciosa joven de cabellos largos, ligeramente timida, algo aniñada pero mu y dulce... La habían golpeado de lleno; ella deseaba ese aire tan guay con una ondeante capa al viento. Algo la hizo percatarse mentalmente ¿por qué precisamente la chica tenía que tener esos matices? Aunque esas eran las ideas principales que le venían a la cabeza al pensar en una princesa en apuros.
Con tanta cháchara el camino se les hizo corto al trío de ninjas. Antes de que pudieran darse cuenta, los amejin dieron con sus pasos frente a una gran persiana metálica, en un callejón del Distrito Comercial. Parecía la única entrada a un enorme edificio de varias plantas con un letrero algo parco en detalles que enunciaba el renombrado apellido de su dueño.
Más pronto que tarde, llegaron a su destino; una gran pared metálica se erguía frente a ellos, y tras otro consejo de su nuevo maestro, golpeo ligeramente la puerta. Poco después dos hombres hicieron acto de presencia cuando esta se alzó. Uno era bastante bajo pero sobretodo ancho de espalda mientras que el otro apestaba a clase alta y pretenciosa por todos lados.
—Yamaguchi-dono, mi nombre es Momochi Ebisu, chūnin de Amegakure. Estos son mis alumnos, Himura Ren y Taka Kisame. Serán ellos los encargados del reparto promocional de Amemermelada durante el día de hoy.
— G-Gracias por confiar en nosotros. Esperemos no defraudarles — añadió educadamente algo nerviosa, inclinándose frente a ambos con las manos cerca de su cintura.
Ren podía ser un desastre, liante y le gustaba una buena bronca barriobajera como a la mayoría; pero algo que grabó a fuego lento en su mente, fue el respeto a las autoridades y sus mayores.
Sin hacer muestra de una arrogancia que comenzaba a crecer dentro de él, se limitó a asentir cuando escuchaba las palabras de su maestro. Sabía perfectamente que le iba a tocar currar y precisamente había estado preparando su físico para ello, porque sería algo inevitable al menos hasta que ascendiera a un rango más importante o con más mando. En cuanto a su personalidad... Se extrañó de que le dijera eso, como si lo hiciese a drede. El hecho de ser reservado y frío era algo que venía en su ser y no tenía ningún propósito épico, de hecho, era más una carga que una virtud pues tenía series dificultades para integrarse socialmente y entablar amistad con otras personas. Que sus compañeros eran importantes ya lo sabía, pero no quiso reprochar, entendió que era posible que desde su perspectiva todo fuera diferente.
Una vez dentro de los almacenes, observó detenidamente cada detalle como solía hacer. Era un malísimo observador, pero al menos le ponía interés. Los hombres que aparecieron tras la puerta eran una antítesis total. Estaba claro que uno era el currela y otro el jefe, y la actitud de aquel rico le daba tanto asco como la que había visto en esa mujer... Kobayashi. Tener ego estaba bien, pero si la razón era porque eras rico le parecía algo que podía incluso rozar lo gracioso. El dinero no tenía valor alguno en su vida, o al menos nunca había sido capaz a verlo como algo más que una moneda de cambio para comer.
Saludó con una inclinación de cabeza al hombre rico, manteniendole la mirada a los ojos. No desafiante, en absoluto, sino simplemente para estudiarle. No quiso decir absolutamente nada, tenía que ser él quien tomase la iniciativa... Al fin y al cabo, era el contratante y ellos solo unos empleados que iban a transportar cajas. Un derroche de adiestramiento militar a su forma de ver, pero así funcionaban las aldeas ninja...
El cliente se limitó a asentir, aparentemente conforme con los modales de aquellos ninjas. Su aire de superioridad era tan palpable, tan aplastante, que no cabían más palabras que las de educación y servilismo. Casi parecía que aquel tipo estuviera usando algún jutsu sobre los muchachos para cautivarles —o aterrorizarles—, pero lo cierto era que no se trataba de nada de eso; el carisma era un talento no reservado sólo a los ninjas. Yamaguchi Egin derrochaba carisma puro y sin refinar, como si por sólo pensarlo ya fuese el dueño y señor de la misma realidad. Con un simple gesto de su mano el capataz entendió, desapareciendo tras el umbral de la persiana metálica, mientras el señor Yamaguchi esperaba en silencio. Observando a sus ninjas.
El capataz de obreros del almacén volvió a los pocos minutos. Iba acompañado de un muchacho que tendría la edad de Kisame, vestido también con mono de trabajo, y que remolcaba una enorme carreta repleta de cajas. Las mismas eran de cartón y estaban selladas, todas etiquetadas inequívocamente con... "Amermelada". El mozo de almacén dejó la carreta junto a los dos genin y volvió a sus quehaceres. Yamaguchi ni siquiera le dedicó una mirada; se limitó a intercambiar una con su capataz, y volver adentro.
Sólo cuando la figura del dueño de una de las corporaciones de alimentación y distribución —y quién sabe de qué más— más grandes de Arashi no Kuni desapareció tras aquella persiana metálica, el capataz dejó escapar un suspiro de alivio, como si hubiese estado aguantando la respiración todo aquel rato. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y miró a los tres shinobi como si acabara de reparar en su presencia.
—A ver, vamos al lío —dijo por fin, señalando la carreta de remolque—. Son veinte cajas, tienen que llegar todas, ¿estamos? Y en buen estado, claro. El reparto tiene que estar hecho antes de hoy a las seis, que es cuando se suele cerrar inventario —de uno de los bolsillos de su mono de trabajo sacó una hoja de papel arrugada que le entregó a Ebisu—. Ahí están todos los clientes a los que hay que dejarles muestras. Un par de cajas por cliente, si alguno os pide más, pues le dejais más. Si se os acaban, volveis mañana a por más.
El chūnin enarcó una ceja.
—¿Mañana? No, no, me parece que te estás equivocando, amigo. La misión es para hoy. Mañana nosotros no queremos tener nada que ver con esto —replicó, con la destreza de quien ha tenido que meterle las cabras en el corral a más de un cliente a lo largo de los años.
Contrariado, el capataz no hizo intento alguno por disimular su molestia, pero tampoco parecía dispuesto a verbalizarla de más. Tal vez no quería cruzar alguna línea roja, o tal vez simplemente estaba demasiado ocupado como para discutir.
—Como sea, "amigo" —masculló al fin—. Vosotros hacedlo así y no habrá problemas. Del mañana ya se encargará mi jefe de gestionarlo con la tuya. Que los de arriba siempre acaban entendiéndose, ¿eh? —Ebisu se limitó a encogerse de hombros, su rostro enunciando un claro "ese no va a ser nuestro problema"—. Ale, que os sea leve.
El capataz se dio media vuelta, pero antes de que desapareciera tras la persiana metálica, pareció recordar algo. Dio media vuelta y, señalando la arrugada lista de clientes que el chūnin tenía en la mano, remarcó unas palabras.
—Ah, y por cierto... Lo pone ahí bien claro, pero os lo repito para que no se os olvide. Tenéis que entregarle las dos cajas que tienen la etiqueta amarilla a la gente de Ferrocarriles. Muy importante eso.
Ebisu asintió con la misma indiferencia con la que afrontaba el resto de las cosas, y el capataz volvió adentro del almacén. Con una media sonrisa en los labios, el sensei se volvió hacia sus alumnos.
—Bueno, los he conocido peores —admitió—. Si hay que entregar dos cajas a los de Ferrocarriles eso significa que vamos a tener que patearnos toda la Villa varias veces, así que mejor empezar ya. Uno de vosotros que agarre esa carreta y empiece a remolcar mientras el otro, no sé, nos canta algo para animarnos. ¿No es así como funciona?
El bárbaro hace el trabajo pesado y el bardo sube la moral del equipo; era de cajón. Divertido, Ebisu miró a sus dos alumnos, tratando de decidir en su cabeza quién podía ser cuál.
Para hacerlo algo más interesante, os propongo implementar un poco de dados. Así no nos limitamos a rolear 3-4 turnos de "llego a X sitio y entrego unas cajas", y le ponemos algo de picante a la misión.
El sistema de entrega de la mercancía que os propongo es el siguiente:
Hay que hacer 5 entregas en total. La dificultad inicial es de 6.
Para remolcar la carreta cargada de mercancía hay que hacer una tirada de Fuerza:
Éxito: entrega completada
Fallo: turno perdido
Fracaso: algo inesperado y potencialmente malo para la misión ocurrirá...
Al final de cada turno que un pj pase intentando llevar la carreta, deberá hacer una tirada de Aguante:
Éxito: la dificultad de las tiradas se reduce en -1
Fallo: -5 Aguante
Fracaso: la dificultad de las tiradas aumenta en +1
Las tiradas se hacen con d10 (dados de 10 caras); podéis usar dados que tengais en casa, herramientas online, etc. Me fío de vosotros, no hace falta que me pongáis ninguna "prueba" de qué os ha salido XD Cuando hagáis una tirada, tiráis tantos dados como el atributo/10. Por ejemplo, si Ren hace una tirada de Fuerza, tirará 4 dados de 10 caras.
La dificultad de las tiradas determina qué número tenéis que sacar en la tirada para que se considere exitosa. Si la dif. es 6, cada dado que saque 6 o más es un éxito. Si en una tirada no hay éxitos, se considera un fallo. Si en una tirada no hay éxitos y hay al menos un "1", se considera un fracaso.
Para narrar esto, poneos de acuerdo en quién va a remolcar la carga primero, haced tiradas y luego rolead en consecuencia. En principio yo postearé cada turno, pero puede ser que en algún turno no haga falta (por ejemplo, si no conseguís avanzar pero tampoco sacáis un fracaso en la tirada de Fuerza...); en ese caso os lo comentaré para que sigais vosotros.
Importante: aunque he querido meter el sistema de dados para darle más dinamismo a la misión, eso no significa que sólo podais jugar con eso. Cualquier idea que se os ocurra y que tenga sentido on-rol para ganar ventaja, hacer más eficiente el reparto, etc. es bienvenida y será valorada muy positivamente por un servidor.
Aquellos aires de grandeza por parte de Yamaguchi le resultaba de lo más molesto; la forma de hacer los gestos, aquellos aires y mirada de superioridad como si el resto de los presentes, solo estuvieran allí para dejarle lo más brillante posibles sus refinados zapatos. Por suerte no abrió la boca, y se marchó dejando al capataz con los shinobis, sintiendo que todo estaba en orden.
Ren se limitó a escuchar como discutían ambos; si tenía que volver el dia siguiente... Pues lo haría pensó, era un rango raso así que tampoco tenía mucho de lo que quejarse, pero Ebisu se negaba a mover un dedo más de la cuenta; seguramente no lo hacía por sus nuevos pupilos, pero era algo que a ellos les beneficiaba, por lo que no decidió abrir la boca. Tras dejarles un encargo que parecía más especial que el resto, el rechoncho hombre se marchó, por su parte no le prestó más atención a eso; ellos tenían que llevar los paquetes y no hacer preguntas.
— Bueno, si como dice Kisame no destaca en el ejercicio físico; puedo empezar yo y cuando necesite descansar que se ocupe él un rato. Asi vamos rotando y no nos fatigamos hasta el extremo — dijo levantando el indice, ya detrás de aquella carretilla.
Y sin más preámbulos, empezo a tirar de esta, seguramente seguido de Ebisu y Kisame; había varios paquetes así que con suerte tardaría podrían tachar varios nombres de las listas sin tener que hacer una visita de vuelta. No supuso un gran esfuerzo para la joven kunoichi tirar de aquel carro por las calles, era lo bueno de la aldea de la Lluvia, al haber sido edificada sobre un lago desde cero, el suelo en toda esta era artificial; asfaltado y muy liso.
Llegó hasta una pequeña zona residencial, con un parque en el centro de esta, mirando en los laterales los números de las casas hasta encontrar el deseado. Tocó en la puerta del número 27 y poco después salió una anciana; tanto esta como Ren se sorprendieron, ya la había ayudado en otra misión con un altercado de un gato callejero. Se ofreció hasta dejar el paquete en el recibidor de la señora y se despidieron con calidez una de la otra.
Un par de calles después, llegaron hasta la puerta de una pequeña tienda. El propietario, que era el encargado y obviamente su único trabajador; no dudo en preguntar si aquel era su pedido. Asintió y entre ambos llevaron la caja con botes de mermelada hasta la entrada de su negocio, así el agua no seguiría estropeando la caja.
La siguiente calle no era capaz de identificarla, pero el dependiente se ofreció encantado a darle unas indicaciones; resultaba que estaba en una calle lateral, casi al final de la misma en la que estaban. Ahora con el carro más aligerado, se apoyaba subiendose a una barra que sobresalía bajo a la que se aferraba para empujar el carro, dejándose llevar encima de este con una suave brisa en el rostro. Como el impulso no fue excesivo, no tuvo ningún problema en frenar, deteniéndose frente a un restaurante. Todavía faltaban varias horas para que la cocina empezara a funcionar y el personal estaba preparando las mesas y las sillas; un joven se percató desde el interior, dando una voz a su superior; un hombre bastante fornido que llevaba una sonrisa de oreja a oreja a juego con una gran barba. Él solo cargó con la caja, y agradeció a todos los shinobis presentes que hubieran sido tan raudos con el pedido; motivo por el que no pudo evitar dirigir una mirada avergonzada a Ebisu, recordando su torpe madrugada.
Todo parecía ir de ruedas, al igual que la shinobi que se volvió a apoyar en el carro de forma despreocupada, era primera hora y todavía el cansancio no hacia mella en ella.
No era precisamente aquel ego lo que le resultaba asqueroso. Quien era poderoso tenía la obligación moral de mostrárselo a los demás. Era de ser un hipócrita ser enormemente magnánimo y mostrarse humilde, y eso le resultaba muy molesto al amejin. No obstante, otra cosa que le parecía enormemente mal, era que alguien fuese egocéntrico sin motivo alguno excepto tener dinero, papel mojado, bienes materiales. Sabía el poder social que podían llegar a ejercer aquel tipo de personas y realmente, aunque su rostro solo mostrase indiferencia, aquello le producía un fundado terror que solo pudo controlar porque acabó por irse lo suficientemente rápido.
No dijo nada, Ebisu se defendió perfectamente en la conversación y se sentía a gusto pensando que a su maestro le gustaba tan poco trabajar como a él mismo. Al menos les había librado, aparentemente, de trabajar al día siguiente aunque al menos ahora tendrían que entregar todos los pedidos. Ren parecía defenderse bien con aquella carretilla pues, obviamente, tenía entrenamiento físico detrás. Kisame por su parte, no tenía físico entrenado, ni tenía intención alguna de llevarlo más allá en ningún momento. Su fuerte era su cerebro... ¿Por qué entonces entrenar sus músculos? Era ridículo entrenar tus debilidades y no enfocar tu atención en tus fortalezas, de esa manera jamás lograrás destacar en nada y serás un completo mediocre. Esa era su forma de ver la vida.
Por suerte para él, su compañera se encargó de hacer tres pedidos y ni siquiera parecía cansada. Él por su parte, el hecho de caminar ya le había hecho jadear y... bueno, de cuando trató de coger la carretilla mejor ni hablamos. No solo no podía con ella, sino que ni siquiera pudo moverla del sitio. Viendo que era imposible y sin sentir ni un ápice de vergüenza, trató de agarrar una caja para llevarla al siguiente punto de entrega pero... Tampoco. No había manera de mover aquellas cosas. Se lamentó entonces por no poder dominar aún la técnica del clon de rocas. Él haría todo ese trabajo sin que él mismo tuviera que cansarse y lo peor era que además de haberse cansado, no había hecho absolutamente nada. No solo había habido un fallo, había dos fracasos.
El desempeño de los dos genin en aquella tarea fue como el propio Ying y Yang; o más bien, Gym y Ñam. Porque mientras Ren hizo gala de una forma física en excelentes condiciones, cargando con el remolque sin dar muestra alguna de cansancio y recorriendo la Aldea a buen paso mientras entregaba aquellas cajas de mermelada en promoción como si lo hubiera estado haciendo durante toda su vida, Kisame parecía apunto de echar un pulmón por la boca tras apenas un par de intentos de mover la carretilla. Tal fue su mala suerte, que en un último empujón, una de las cajas con etiqueta especial que debían entregar al almacén de la compañía de Ferrocarriles cayó del remolque y se estrelló contra el suelo.
«¡Puf!»
El silencio se hizo durante lo que pareció una eternidad, consumida sin embargo en el lapso de unos pocos segundos. Ebisu miró a Kisame, miró el remolque, miró a Ren, miró a Kisame otra vez y por último miró la caja en el suelo. Abrió la boca mientras se giraba de nuevo hacia el Taka, pero entonces pareció reparar en algo y volvió a mirar la caja con etiqueta especial.
—¿No... notais algo? —masculló el chūnin—. Mejor dicho, ¿no notais algo que no se nota porque... no ha ocurrido? —puntualizó, mirando a sus alumnos—. ¿"Puf"? ¿Cómo que "puf"? Ese no es el sonido que hace una caja repleta de botes de mermelada cuando se estrella contra el suelo a diez metros por segundo.
Sí, el cálculo quizás era una aberración aproximista que haría revolverse en su tumba a varios prestigiosos físicos de la Universidad de Taikarune, pero el punto de aquel sensei seguía estando ahí. Ebisu se inclinó sobre la caja y extrayendo un kunai de su portaobjetos, la abrió en canal.
—Me cago en...
Si los dos genin se acercaban a fisgonear, verían que lo que contenía aquella caja no eran botes de mermelada... Sino paquetes de una extraña plasta azul envasada al vacío en unidades de plástico transparente. Ebisu ni siquiera se atrevió a tocar una de ellas. Las manos le temblaban.
—Me cago en —repitió, incrédulo—. No me jodas.
Se incorporó, haciendo caso omiso a sus dos alumnos, y comenzó a deambular de un lado a otro mientras se mesaba la barbilla con visible nerviosismo. Tras unos momentos se detuvo, mirando a los genin.
—Vosotros seguid con el reparto. Yo voy a tener una pequeña charla con nuestros amigos de Ferrocarriles. Cuando termineis, volved al Edificio de la Arashikage y reportad que la misión ha sido cumplida con éxito.
El chūnin se echó aquella caja al hombro, tomó la otra del remolque —la que tenía el etiquetado "especial"— y echó a correr hacia el almacén de Ferrocarriles de la Villa, saltando de tejado en tejado. Sin duda se le veía apurado.
Cuando aquella caja golpeó el suelo, Ren no fue capaz de saber a que se refería Ebisu hasta que describió por completo lo que realmente debió haber sucedido. La kunoichi estaba más centrada en ayudar a su compañero que en lo que estaba ocurriendo, se acercó hasta Kisame, cogiendo la caja que este intentaba levantar sin ningún éxito; y posteriormente se giró a ver a un nervioso chunin que se debatía internamente. Ebisu pareció cambiar radicalmente; comenzó a moverse de un lado a otro completamente nervioso, Ren miró a Kisame, algo atolondrada por lo sucedido, quería preguntarle a su sensei directamente, pero no era ni el lugar ni el momento. Poco después se marchó, dejándoles el recado de acabar lo empezado, la morena asintió preocupada, dirigiéndose hacía su compañero que parecía algo dolorido al no verse capaz de mover las cajas.
— No te preocupes Kisame, yo me ocupare de esto lo mejor que pueda. Al fin y al cabo, todavía te debo una por lo de Yachi ¿no? — alzó la cabeza, viendo como Ebisu desaparecía entre los altos edificios, saltando de uno a otro cargado con aquellas cajas tan especiales. Caminó hasta la puerta de la casa que les correspondía, tocando a la puerta; pero la única respuesta que recibió fue la de un largo silencio. — Parece que no hay nadie... ¿Volvemos más tarde? No deberíamos pararnos aquí
Volvió a postrar la caja sobre la carretilla, y comenzó a tirar de ella acompañada del silencioso moreno. No tardaron mucho en llegar hasta el último lugar de reparto; al igual que antes, era otro pequeño local, donde un rechoncho hombre les esperaba sonriente. Agradeció la entrega con una amplia sonrisa, puntualizando en que habían sido bastante rápidos. ¿Con cuánto retraso trabajaba aquellos repartidores? se preguntó. Ya solo les quedaba aquel ultimo paquete, del cual nadie respondió; pero la única opción era volver al lugar.
— ¿Que crees que habra pasado? Ebisu estaba realmente agitado — el paso de Ren tirando de la carretilla comenzó a ralentizarse; tantas horas tirando de ella comenzaban a pasarle factura.
Sintió vergüenza por no haber sido capaz a mover las cajas ni la carretilla. Seguramente tuviera que sufrir situaciones como aquella muy a menudo así que tendría que curtirse al fracaso. No le gustaba que otros tuvieran que ahcer las cosas por él, suerte que Ren era un cielo de niña y se había ofrecido en su ayuda con mucha iniciativa. Eso si, cuando la caja cayó acto seguido se quedó mirando a su sensei. No le gustó la cara que puso y a judgar por su expresión, algo gordo había pasado. supuso que, evidentemente aquella caja no contenía Amermelada sino algo mas turbio. No quiso hacer preguntas, solo esperó a que se fuera, no sin antes hacerle un par de reverencias silenciosas, a modo de disculpa.
-No me debes nada, de haberme quedado quieto habría muerto yo mismo también... Además, tu lo hiciste realmente bien -Reconoció mirándola brevemente -Si, vendremos luego, seguro que está haciendo otras cosas. Ah y... Gracias -Dijo tímidamente, le daba vergüenza, por qué negarlo.
Caminó junto a ella e hicieron la penúltima entrega, pero parecía que ella estaba cansada. El hecho de que les agradecieran tanto la rapidez le hizo pensar lo que se temía, seguramente aquellos repartidores fueran unos incompetentes y por eso habían encargado a ninjas el reparto además de llevarse el plus de que esa entrega chunga iba a llegar segura escoltada por un equipo de shinobis. No era listillo ni nada... Seguramente Ebisu-sensei no les diría nada respecto a eso, pero el amejín podía imaginarse de qué se trataban esos paquetes.
-Que ese empresario es un tipo demasiado listo. Ese paquete era algo turbio, extraño... Y sospecho que muy posiblemente mal visto o siendo dramáticos, ilegal. Mi teoría es que pretendía que lo entregásemos de forma segura, al fin y al cabo somos shinobis entrenados y ningún civil se atrevería a tratar de asaltarnos aún sabiendo lo que llevamos. Su coartada de la Amermelada especial era buena, pero me resulta extraño que hubiera que llevársela a los del ferrocarril -Expuso haciendo evidente que si, llevaba razón cuando decía que tenía cerebro -Permíteme, voy a ahcer otro intento... Échale una mano a las cajas no vaya a ser que se caigan mientras las levanto, por favor -Pidió antes de coger la carretilla.
Posiblemente porque estaba casi vacía o porque se había motivado en exceso por su fracaso. Así funcionaba Kisame, a las malas... Siempre había aprendido de esa forma. Levantó la carretilla y por suerte no se cayó ninguna caja, no obstante, el hecho de llevarla le fatigaba muchísimo. Se sentía casi exhausto pero tenía que llegar al lugar donde antes no había nadie. Tras un rato y con serias dificultades, picó a la puerta y fue recibido por un joven de aspecto fortachón, con las manos llenas de harina el cual recibió el paquete con una sincera disculpa. Parecía que había ido a por algún tipo de suministro para su negocio. Hecha la entrega y muy cansado, se acercó a su compañera y se apoyó contra una pared cercana, jadeante por el esfuerzo. Su orgullo estaba a salvo.
Los lozanos genin habían cumplido, y sobradamente en cuestiones de tiempo de entrega, con la misión del día. Todas las cajas promocionales de la nueva Amermelada —"¡el desayuno de los jōnin!"— habían sido recibidas satisfactoriamente por sus respectivos destinatarios, y dentro del horario establecido. A excepción de aquellas dos cajas de "etiquetado especial", claro, las cuales Ebisu se había llevado —supuestamente— a los almacenes de Ferrocarriles... En busca de una explicación.
Los muchachos todavía tenían que devolver el carrillo de mano al capataz de Yamaguchi y reportarse en el Edificio del Arashikage para declarar la misión como cumplida. ¿Lo harían y darían el día por concluido, dejando a su maestro el asunto de las misteriosas cajas...?
— Cuando te encuentres mejor, devolvemos la carretilla e informemos sobre la misión — dijo con una sincera sonrisa, al ver a su fatigado compañero recuperando el aliento.
Esperó un buen rato, aunque les quedara devolver carreta y reportar sobre su cometido, tampoco quería retrasarse mucho; aún recordaba las palabras de Ebisu sobre que la kunoichi necesitaba comprarse un despertador nuevo. Tirando de esta ahora sin ningún problema junto a Kisame, partieron de camino a los almacenes para devolverla.
— Uuuhm... Y supongo que tampoco esperarían que comprobásemos el contenido ni nada por el estilo; recoger y entregar. Es sencillo y es solo mermelada, no tendríamos que darle más importancia — dijo mirando a Kisame, y estirando una mano como si aquello apoyara aquel comentario de alguna forma.
Finalmente llegaron hasta los almacenes; con el día ya avanzado seguramente algo de actividad se movería por aquel local. Dejarían el trasto metálico dando una breve explicación a un empleado que se les acercó; y ahora sin nada que arrastrar por las calles, el siguiente lugar sería el edificio de la Arashikage.
Tras un rato se encontraba mucho mejor, al menos no estaba mareado como hacía unos minutos por el esfuerzo. Puede que fuese un chico debilucho, pero solía recuperarse de los esfuerzos con normalidad, al menos como la media de alumnos de la academia ninja. Agradecía que su compañera fuese tan considerada, al menos ella sabía que no era completamente inútil pues ya le había demostrado que había otras cosas que se le daban realmente bien. Ahora tenía que demostrarle su valía a Ebisu-sensei... Quien por el momento solo había visto que como bien decía, era un tirillas.
-No sé que opinas tu, pero yo considero importante ayudar al sensei... No en busca de recompensa, eso me da igual. Pero quiero saber que pasó con esa caja, que era y cuales eran las intenciones del empresario. Estoy seguro de que Ebisu-senpai se encargará de ello, pero nunca hay que descartar la posibilidad de que la cosa se ponga fea... Recuerda lo de Yachi. En principio solo era un zorro -Dijo con seriedad comenzando a caminar junto a ella, hacia los almacenes.
Una vez llegaron allí y Ren avisó al trabajador de que la carretilla estaba vacía y las entregas habían sido exitosas, quería buscar al profesor. Lo que no sabían era donde demonios estaba. ¿Quizás allí? Habría que fijarse bien, había olvidado decirle que sincronizasen sus comunicadores, de esa forma posiblemente podrían localizarle facilmente.