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25/10/2020, 19:33
(Última modificación: 22/02/2021, 01:32 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Viento Gris, año 220
Hacía frío en el País de la Tormenta. El invierno llegó aquél año con contundencia. Shanise se ocultaba tras su escritorio como si quisiera esconderse de alguien, tapándose las piernas con una manta de punto, a pesar de la calefacción. A sendos lados, dos ANBU aguardaban la llegada de los que serían sus compañeros de misión. Eran dos gemelas, de pelo largo, lacio y negro. Cruzadas de brazos, ambas hacían chocar la planta del pie contra las baldosas del suelo repetidamente, con manifiesta impaciencia.
— Déjales un poco de margen, por favor —dijo Shanise—. Seguro que están por llegar.
Shanise estaba ciertamente preocupada. Yui, la Tormenta de Amegakure, había dado órdenes de quienes tenían que ser, concretamente, los participantes en aquella misión. Y precisamente por la naturaleza de la misma es que lo estaba.
¿Llegarían pronto Aotsuki Ayame y Umikiba Kaido?
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El primero en llegar fue Umikiba Kaido.
No porque fuera el más puntual, ni el más cumplidor, porque desde luego no lo era. De hecho, a Umikiba Kaido siempre le había costado llegar a tiempo a sus compromisos. Todo por ese sueño profundo en el que sumía cada noche, y del que le costaba horrores despertar. Él siempre creyó que era a causa de la eterna lluvia que se ceñía sobre la fulgurante Amegakure. Esta le daba calma. Le regalaba paz. Le hacía sentir en casa. Quizás por eso podía dormir tan bien, estando allí, en donde siempre debió estar. En su hogar.
Ya la palabra daba el sabor de boca correcto. Habían pasado dos meses desde su agridulce regreso después de los funestos acontecimientos del Torneo de los Dojos, y casi que podía decir que todo parecía haber quedado tal y como cuando les abandonó, por allá en el 218. Muchos pueden decir que Amegakure es un lugar lúgubre, y oscuro, pero en su interior, allí en el corazón de su urbe y de su gente, hay mucha luz. Kaido esperaba rechazo y prejuicio allí a donde fuera, pero la voluntad de la Tormenta siempre es compartida por todos sus hijos. Si Yui fue capaz de recibirle de regreso con los brazos abiertos, así también lo hicieron todos los demás. Y Kaido lo agradecía. Era lo que más necesitaba. Esa fraternidad y camaradería que tanto caracterizaba a la Aldea de la Lluvia. A su Aldea.
Por eso, cuando se vio postrado una vez más frente a ese enorme rascacielos que hacía de centro de operaciones para las altas esferas de poder; no sintió temor alguno. Sino por el contrario, una energía revitalizadora le invadió el cuerpo. Era el orgullo amejin que siempre estuvo allí, en su interior, suprimido; pero vivo. Y que ahora azotaba incontrolable como la fúrica marea de una luna llena.
Frsssst. El sonido inconfundible de la tela haciendo fricción. Eran los extremos de su bandana ninja volviéndose a ajustar en su frente después de tanto tiempo.
Kaido sonreía, como siempre. Eso sí que no había cambiado.
. . .
Un camino inconfundible. Un camino inolvidable. De entrar a la recepción, tomar el elevador, y llegar a ese pasillo. Luego tocaba transcurrirlo. Caminarlo, vaya. Mientras lo hacía, era inevitable pensar en todas las veces que tuvo que cruzarlo, y de lo que le generaba a uno pensar lo que podía pasar una vez cruzase esa puerta, frente a ese escritorio de ébano tan resistente. Kaido se preguntaba si aún guardaba las heridas de guerra tras las numerosas embestidas de su ahora Arashi, y de si el pobre mueble habría tenido su tan merecida jubilación tras la ocupación de Hōzuki Shanise en el cargo.
Kaido tocó a la puerta, y una vez recibiera la comanda, se adentraría, una vez más, a la boca del lobo.
— Arashikage-sama. Umikiba Kaido, a su servicio.
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25/10/2020, 22:50
(Última modificación: 25/10/2020, 22:53 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Era un día frío, muy frío. Tan frío que la incesante lluvia de Amenokami se había visto congelada y transformada en oscilantes copos de nieve que bailaban frente a sus ojos. Unos ojos castaños, inusualmente sombríos, que miraban sin ver mientras sus pies, en modo automático la dirigían hacia su destino.
A sus memorias acudió el recuerdo de aquella mañana, cuando escuchó el tan ansiado sonido de la puerta de su casa abriéndose. Ayame se había levantado de un salto del sofá (había estado durmiendo allí desde que había vuelto del Valle de los Dojos, al encontrarse más cerca de la puerta que su habitación) y se había abalanzado, con los ojos llenos de lágrimas sobre los brazos de su padre en primer lugar, y después de su hermano. Pero desde el primer momento había sentido que algo no estaba bien. Era como si algo... faltara. Ayame se había separado lentamente de Kōri, inquieta. Y fue entonces cuando lo vio. O, mejor dicho, cuando no lo vio. Su brazo izquierdo. No estaba.
Ayame volvió a sisear entre dientes. Se agarró la túnica a la altura del pecho con fuerza para tratar de calmar aquellos sentimientos que volvían a invadirla. No era el momento de pensar en algo así, no era el momento de recordar aquellos angustiosos momentos, pero no podía evitarlo. Puede que tanto su padre como su hermano hubiesen regresado sanos y salvos del Valle de los Dojos, pero Dragón Rojo le había quitado algo irremplazable a su hermano. Y eso era algo que no iba a perdonar jamás. Pero sacudió la cabeza, apartándolo de su mente. Y aún con lágrimas en los ojos y aquel semblante tan sombrío y tan impropio de ella, se adentró en la Torre de la Arashikage. Se obligó sin embargo a esbozar una sonrisa cuando saludó a Bayashi Hida, que en esos momentos estaba al cargo de la recepción, pero aquella mueca aún cargada de tristeza fue inmediatamente sustituida de nuevo. El ascenso hasta el último piso en el ascensor hidráulico fue tortuosamente lento, pero la kunoichi aprovechó el momento para retirarse la capucha y liberar sus largos cabellos. Normalmente no solía llevar nada para cubrirse de la lluvia o de la nieve, le gustaba disfrutar de ella, pero hacía demasiado frío y sentía que se le congelaban la nariz y las orejas si no se cubría con algo. Una vez arriba, atravesó el largo pasillo entre ágiles pasos. Y después de llamar tres veces a la puerta, entró en aquel despacho que ya se le hacía tan familiar. Para su sorpresa, no llegaba la primera, sino la última. La Arashikage estaba acompañada por dos mujeres idénticas que ocultaban su rostro detrás de sendas máscaras, gemelas a simple vista, y de cabellos oscuros y lacios. Parecían algo impacientes, a juzgar por expresión corporal. Pero lo que más le sorprendió a Ayame no fue la presencia de aquellas dos mujeres, sino también la de Umikiba Kaido.
El corazón se le detuvo momentáneamente al verle. A veces aún olvidaba que volvía a estar entre ellos y sentía cierto sobresalto al verle cruzar alguna calle. Pese a todo, y pese a todos los esfuerzos que había puesto en devolver a su viejo amigo a la aldea donde pertenecía, ella había estado evitándole. Tenía sentimientos encontrados en su presencia, y no se sentía nada bien.
—Siento la espera. Espero no haber llegado tarde —dijo, inclinando el torso en una marcada reverencia.
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Shanise le devolvió una sonrisa a Kaido y le saludó, pero indicó que aguardase a su compañera antes de entablar conversación. No tenía problemas con Kaido pese a que muchos en la villa no le miraban todavía con buenos ojos, pero hacía frío y todos estaban un poco de mal humor o decaídos, depende de a quién preguntases. Mejor ir directamente a los detalles. De hecho, la muchacha no tardó en hacer acto de aparición más que el tiempo que ocupó el ascensor de la torre en bajar y en volver a subir. Ante la disculpa de la kunoichi, Shanise negó con la cabeza. Las dos ANBU sí parecieron ponerse algo más rígidas; el sonido de sus repiqueos constantes contra las baldosas ya era perceptible.
—Ahem. Buenos días, chicos. Os he hecho venir porque necesito que os embarquéis en una misión de extrema importancia. Os reúno porque sois los más fuertes que están ahora mismo a mi disposición. Por eso mismo, os pido que imaginéis cuán delicado es el asunto.
»Y peligroso. Se trata de Kurama. —Shanise hizo una pausa y se levantó, cruzando las manos tras la espalda—. Ayame, ¿recuerdas el reporte que hiciste hace tiempo, en relación a Yukio? Hemos estado intentando hacer averiguaciones a pequeña escala, pero no hemos conseguido nada. Y el gobernador asegura que el hotel Alba del Invierno no existe. Estoy empezando a sospechar que los Generales podrían tener algo más que un hotel controlado en la ciudad, no sé si me entendéis.
Hizo una pausa mientras se daba la vuelta. Caminó hasta la mesa.
»Enviamos dos chūnin hace un mes. No hemos vuelto a tener noticias de ellos. —Entonces miró a Kaido—. Umikiba, por cierto. De parte de Yui, esto es tuyo. —Shanise se sacó del bolsillo un pequeño objeto dorado. Lo lanzó al pecho de Kaido como si se tratase de un shuriken. Si lo recogía, no tardaría en comprobar que se trataba nada más y nada menos que una placa de jōnin—. Por tu trabajo durante la misión de Sekiryū, y tu terrible sacrificio. Esta es tu primera misión desde que volviste de ese infierno, así que no me falles.
»También me ha dicho que te enseñará algo que te prometió hace mucho tiempo si vuelves con vida. —La mujer se encogió de hombros—. Ni idea de qué se trata.
Era como si su sueño maldito durante el Bautizo se repitiese en la vida real, pero del revés. En el fondo, fue en ese momento cuando el sello se rompió de verdad. Cuando se demostró la total falsedad de los hechos que el Dragón quiso hacerle ver.
Yui no renegaba de él, sino que finalmente se reafirmaba en enseñarle una de sus técnicas secretas, y le ofrecía una placa de jōnin como recompensa a una misión importante con plena confianza, como si nunca se hubiese marchado. Ni Ayame ni Daruu intentaron apuñalarle por la espalda. Daruu, en realidad, había estado con él, ayudándole a superar la maldición de Sekiryū. Ayame sí se había vuelto el brazo derecho de la Arashikage, aunque la Arashikage fuese otra. Pero no por matarlo a él. En lugar de eso, ahora le acompañaba como una buena amiga. Como su prima, aunque sin saber que quizás tendría que limar ciertas... asperezas. Como Hōzuki, pese a todo.
De los de verdad. No como esos Kajitsu. No como Shaneji. No como su propio y peligroso reducto de radicales.
Hōzuki, al mando de Amegakure. Yui, Shanise, Ayame, Kaido. No les hacía falta presumir de apellidos.
El único apellido que importaba...
...era el de Ninja de Amegakure.
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El gyojin se mantuvo inamovible, como una roca, mientras aguardaban la llegada de alguien más. Indagó introspectivamente acerca de quién podría tratarse, teniendo en cuenta que aún no sabía, tampoco, para que le habían convocado allí en primer lugar; pero no obtuvo éxito encontrando una respuesta. Quizás porque también estaba muy ocupado tratando de discernir quiénes eran esas dos mujeres de idéntico semblante cuyos rostros yacían ocultos tras las peculiares máscaras que usaban los miembros del escuadrón ANBU. Kaido no olvidaba, desde luego, la que también vistieron años atrás los miembros de Kurīningu. Netsu, Pompu y Kazan. Nombres en clave, claro, de aquellos que le ayudaron a eliminar a su reducto Hōzuki. Antes solía preguntarse cuando se encontraba con algún jōnin por la calle, si habían sido alguno de ellos. Lo cierto es que nunca lo sabría, y con ellas, tenía la impresión de que iba a pasar exactamente lo mismo.
La pregunta era: ¿por qué estaban allí?
La opción de que le fueran a arrestar quedó descartada cuando la puerta se abrió, y Aotsuki Ayame ingresó a la habitación. Kaido cruzó miradas con ella, y le mostró esa misma incomodidad que ella sentía probablemente a raíz de todo lo acontecido. Si bien él había podido arreglar las cosas con Daruu casi de inmediato, con Ayame no había podido ser así. Y no porque ella le odiara, o eso quería pensar. De hecho, si no fuera por ella, el quiebre no hubiera sido posible, y por tanto, Kaido no habría podido volver a casa. Por eso le estaría eternamente agradecido y, de entre todas las personas que alguna vez le tendieron la mano, era Ayame con la que realmente tenía que hacer borrón y cuenta nueva. Recuperar su confianza y poder llamarla amiga una vez más.
Ya tendrían tiempo para eso, supo Kaido no mucho tiempo después, cuando Shanise reveló los motivos de su llamado. Una misión de extrema importancia. Un asunto delicado.
»Y peligroso. Se trata de Kurama. —Kaido quizo decir alguna vulgaridad en voz alta. Por suerte, se contuvo. Pero un mierda, o un hostia puta hubiera sido bien apropiado. No tenía dos meses que Daruu le había soltado todo lo acontecido durante su ausencia, y desde luego que el tema de Kurama y sus Generales era quizás el asunto de mayor impacto. Que le tomasen en cuenta a él entre todos los posibles candidatos para encargarse de algo relacionado con ésto era una muestra de confianza absoluta. ¿Qué mayor motivación que esa para afrontar semejante reto? ninguna. Aunque no pudo evitar preguntarse porqué no estaba Daruu con ellos allí presente. ¿Estaría ya encargándose de otra misión, acaso? —. Ayame, ¿recuerdas el reporte que hiciste hace tiempo, en relación a Yukio? Hemos estado intentando hacer averiguaciones a pequeña escala, pero no hemos conseguido nada. Y el gobernador asegura que el hotel Alba del Invierno no existe. Estoy empezando a sospechar que los Generales podrían tener algo más que un hotel controlado en la ciudad, no sé si me entendéis.
No lo entendía del todo, pero estaba claro que Shanise intuía que Kurama podría haber expandido su influencia en Yukio, una ciudad norteña que está a la vuelta de la esquina, respecto a Amegakure.
»Enviamos dos chūnin hace un mes. No hemos vuelto a tener noticias de ellos. Umikiba, por cierto. De parte de Yui, esto es tuyo.
—¿Mío?
Suyo. De parte de Yui. Una insignia de Jōnin, nada más y nada menos. La miró con ojos confusos, y vio su reflejo en la placa. Luego alzó la mirada y la intercaló entre Ayame, las ANBU y Shanise, otra vez.
—Por tu trabajo durante la misión de Sekiryū, y tu terrible sacrificio. Esta es tu primera misión desde que volviste de ese infierno, así que no me falles.
Fallar. Esa palabra no existía en su vocabulario. Fallar ya no era una opción. No cuando el bienestar de Amegakure y del resto del mundo estaba en juego.
—No lo haré, Arashikage-sama —no hacía falta decir más. La convicción y el agradecimiento en sus ojos hablaba por sí solo.
»También me ha dicho que te enseñará algo que te prometió hace mucho tiempo si vuelves con vida. Ni idea de qué se trata.
jijiji. Kaido pasó de tener casi diecisiete años, a ser un niño de cinco que, en víspera de navidad, sabe que tendrá un presente bajo el árbol en cuanto despierte. Sonreía, sonreía mucho, porque él sí que sabía de qué se trataba. Su cuerpo viajó a esa época, de tiempos mejores, donde ese muchachito azulado salió de esa misma oficina con los mismos hoyuelos en las mejillas, fantaseando sobre ese combate con su venerada Arashikage, y de la posibilidad de aprender una de sus más letales técnicas. En ese instante, frente a Shanise, Ayame, y las gemelas, no pudo sino agradecerle a Yui por todo.
—Ya lo hablaremos cuando mi compañera y yo volvamos con éxito de la misión —dijo, mientras se ponía la plaquita en el cinto que sostenía sus espadas, por ahora ausentes—. entonces han perdido comunicación con los dos chūnin. ¿Debemos suponer lo peor, que algo les ha pasado?
Por no decir que estaban muertos.
De alguna forma veía cierta similitud con su misión, y aunque no quería ser pesimista, aún sin conocer los detalles del reporte de Ayame, las probabilidades hablaban por sí solas.
Miró a su prima, a ver qué tenía para decir.
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Para alivio de Ayame, Shanise negó sistemáticamente con la cabeza, pero las dos ANBU que la acompañaban hicieron repiquetear sus pies contra el suelo con aún más insistencia si cabía.
—Ahem —La Arashikage se aclaró la garganta, buscando ser escuchada—. Buenos días, chicos. Os he hecho venir porque necesito que os embarquéis en una misión de extrema importancia. Os reúno porque sois los más fuertes que están ahora mismo a mi disposición.
«¿Una misión? ¿Con Kaido?» Ayame no pudo disimular su sorpresa, pero intentó refrenar la inquietud que la envolvió. Miró de reojo al Escualo, pero él estaba tan sorprendido como ella misma. «¿Y qué hay de Daruu? ¿No podría haber sido él?» Se sorprendió preguntándose, pero enseguida apartó aquellos envenenados pensamientos de su cabeza.
—Por eso mismo, os pido que imaginéis cuán delicado es el asunto —continuó Shanise—. Y peligroso. Se trata de Kurama.
Ayame sintió como si le acabaran de echar un cubo de agua congelada por encima. Con los ojos abiertos como platos, la muchacha se quedó pálida como la leche. Aún por aquel entonces las pesadillas seguían acribillándola por las noches: Volvía a estar en el estadio del Valle de los Dojos, entre los bastidores, y seguía viendo a Kuroyuki frente a ella, con aquellos brillantes ojos naranjas. Alzaba la mano, y ella era incapaz de moverse, y un haz de luz incandescente acompañado de aquel escalofriante sonido supersónico surgía de ella. En sus sueños muchas veces ni siquiera era salvada por Daruu en el último momento. Sentía su piel arder, sentía que le arrancaban cada fibra de su ser, y la bijūdama terminaba reduciéndola a cenizas en aquel infierno de dolor y calor para después hacerla despertar entre sudores fríos.
Pese a todo, Ayame no había compartido aquellas pesadillas con nadie, a excepción de Kokuō, que era parte de sí misma.
—Ayame, ¿recuerdas el reporte que hiciste hace tiempo, en relación a Yukio?
—S... Sí, claro —se apresuró a responder.
—Hemos estado intentando hacer averiguaciones a pequeña escala, pero no hemos conseguido nada. Y el gobernador asegura que el hotel Alba del Invierno no existe.
—C... ¿Cómo? ¡Pero eso fue lo que Kurama le dijo a...!
—Estoy empezando a sospechar que los Generales podrían tener algo más que un hotel controlado en la ciudad, no sé si me entendéis. Enviamos dos chūnin hace un mes. No hemos vuelto a tener noticias de ellos.
No. Ayame no terminaba de entenderlo. Y Kokuō parecía que tampoco. Ambas estaban seguras del mensaje que habían recibido, Kokuō aún más que Ayame. ¿Entonces qué era eso de que el hotel Alba del Invierno no existía?
«Quizás era un nombre clave, para cuando te estaba esperando allí.» Supuso la kunoichi, pero no llegó a expresarse en voz alta.
Shanise, por su parte, se había dado media vuelta para acercarse a la mesa. De un momento a otro, un destello dorado cruzó sus ojos en el aire, y cuando giró la cabeza lo que vio la dejó sin palabras. Umikiba Kaido sujetaba una placa triangular entre sus manos, una placa de Jōnin como la que ella misma lucía.
—Por tu trabajo durante la misión de Sekiryū, y tu terrible sacrificio. Esta es tu primera misión desde que volviste de ese infierno, así que no me falles —pronunció la Arashikage, solemne.
—No lo haré, Arashikage-sama —respondió Kaido, con los ojos tan brillantes como su dentadura aserrada.
—También me ha dicho que te enseñará algo que te prometió hace mucho tiempo si vuelves con vida.
Ayame no lo entendió, pero la sonrisa en el gesto de Kaido se hizo aún más pronunciada, y algo se removió en su interior. Hacía tiempo que no veía aquella sonrisa, demasiado tiempo. Hacía tiempo que sólo tenía grabada en su memoria aquella sonrisa maliciosa y llena de inquina que no era la de su viejo amigo.
—Ya lo hablaremos cuando mi compañera y yo volvamos con éxito de la misión —respondió, mientras se colocaba la placa en el cinto—. Entonces han perdido comunicación con los dos chūnin. ¿Debemos suponer lo peor, que algo les ha pasado?
—¿Dónde se encontraban estos dos Chūnin cuando perdisteis el contacto con ellos? ¿Fue hace mucho tiempo? —preguntó Ayame, antes de mirar a las dos ANBU y añadir, algo dubitativa—. ¿Supongo que nos acompañarán... ellas?
Aún no conocía sus nombres.
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Shanise asintió.
—Os acompañarán, son dos de nuestras mejores ANBU, de la división de inteligencia. No son muy habladoras, pero estoy segura de que... os darán más de una sorpresa —Por alguna razón, a Shanise le tembló la voz—. Chicas, presentáos.
—Arashi Koroi —dijo una de ellas, con tono seco.
—Arashi Yuame —dijo la otra, casi de seguido.
Shanise suspiró.
—Las gemelas son de pocas palabras, como decía. —Shanise se llevó la mano a la frente—. Con respecto a los chūnin... no puedo daros detalles. No los tenemos. Los enviamos a la misión y no hemos conseguido contactar con ellos desde entonces.
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Kaido asintió, como respuesta a la presentación de las gemelas. Luego se enfocó en Shanise, quien fue incapaz de darles detalle acerca de los chūnin, ni de su paradero, o de si estaban vivos o no. Pero Kaido sabía que Shanise estaba siendo optimista, y muy en el fondo, creía que todos allí lo sabían. Que: o sus cuerpos yacían gélidos a diez metros bajo la frondosa nieve que cubre a Yukio, o les mantenían encerrados para un propósito mayor. En ese escenario no había grises, sólo blanco y negro.
—¿Entonces es una misión de rescate? ¿debemos dar con ellos, o por el contrario, tratar de averiguar lo que los chūnin no pudieron?
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—Os acompañarán, son dos de nuestras mejores ANBU, de la división de inteligencia —asintió Shanise—. No son muy habladoras, pero estoy segura de que... os darán más de una sorpresa.
Ayame notó cierto temblor en la voz de Shanise que le puso los pelos de punta.
«Algo me dice que esta sorpresa no... nos va a gustar...»
—Chicas, presentáos.
—Arashi Koroi —dijo una de ellas, con tono seco.
—Arashi Yuame —respondió la otra, de forma idéntica.
—Las gemelas son de pocas palabras, como decía —añadió Shanise, llevándose una mano a la frente—. Con respecto a los chūnin... no puedo daros detalles. No los tenemos. Los enviamos a la misión y no hemos conseguido contactar con ellos desde entonces.
Ayame agachó la cabeza, sombría. Ella no lo sabía, pero tanto Kaido como ella estaban pensando lo mismo: Si no habían sabido nada de aquellos dos chūnin después de abandonar aquel mismo despacho donde se encontraban ellos ahora es que la misión aguardaba un oscuro y peligroso secreto. Y era más que probable que aquellos dos valientes shinobi no hayan vivido para contarlo...
—¿Entonces es una misión de rescate? —Intervino Kaido—. ¿Debemos dar con ellos, o por el contrario, tratar de averiguar lo que los chūnin no pudieron?
—Podríamos hacer ambas cosas al mismo tiempo —sugirió Ayame, mirándole de reojo—: Investigar lo que tenemos que investigar y, de paso, ver si encontramos alguna pista sobre el paradero o el destino de esos dos shinobi.
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Shanise negó con la cabeza, casi al instante. No hubo duda en sus palabras:
—No podemos perder el tiempo en buscar el rastro de alguien que probablemente está muerto —sentenció—. Debo recordaros que no estamos ante un enemigo común. Mientras buscáis información tendréis también que vigilaros las espaldas los unos a los otros.
»Si os topáis con esos chūnin por casualidad, informadme, pero no los tengáis en mente. Tenéis peores cosas de las que preocuparos.
Shanise echó una larga mirada a las dos gemelas. Sus expresiones, tras las máscaras, eran ilegibles. Pero aún así la Arashikage entrecerró los ojos ligeramente antes de decir:
»Coged lo que tengáis que coger y reuníos en la entrada de la villa: partiréis de inmediato. El camino a Yukio puede ser muy traicionero, así que preparáos bien. Y por favor, una vez más... sed prudentes. Prudentes... —Shanise se echó las manos a la cabeza, hilando sus cabellos entre los dedos. Estaba visiblemente preocupada por algo, y era evidente que era algo que Ayame y Kaido desconocían.
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—Entendido —respondió el escualo, escueto. Shanise tenía razón, y es que de ser cierto los rumores; Ayame y Kaido tendrían peores cosas de las qué preocuparse. Además, no le tranquilizaba para nada el lenguaje corporal de su sombra. Se mostraba preocupada, sin duda, acerca de algo. Lo que le estuviese molestando, no obstante, quedaría en su cabeza, y tan sólo pediría prudencia para con la actuación de ambos durante el transcurso de la misión. No iba ser él quien no cogiese el consejo de su líder, desde luego, así que estaba decidido a actuar en consecuencia, con tanta prudencia como fuera necesaria para que la misión tuviera el éxito requerido. Tratándose de Kurama, no podían permitirse fallar. No ahora. Ōnindo necesitaba una victoria para levantar la moral, y ésta era una buena oportunidad.
Kaido volteó a mirar a Ayame de refilón.
—Puedo estar en el puente en unos quince minutos, si te parece. Sólo debo ir a por unas cosas, y pillar un abrigo —admitió, viendo que su conjunto típico no iba a servirle de mucho allá, en el adyacente más frío de todo Arashi no Kuni—. también quisiera que me contaras con mayor detalle acerca de esa misión tuya en Yukio, para tener una mejor idea de en qué nos estamos metiendo ¿vale?
»Shanise-sama, si no hay nada más que tratar, pido permiso para retirarme.
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Pero Shanise negó con la cabeza casi de inmediato:
—No podemos perder el tiempo en buscar el rastro de alguien que probablemente está muerto —sentenció, con la cruel firmeza de una tormenta cerniéndose sobre un barco a la deriva en mitad del océano—. Debo recordaros que no estamos ante un enemigo común. Mientras buscáis información tendréis también que vigilaros las espaldas los unos a los otros. Si os topáis con esos chūnin por casualidad, informadme, pero no los tengáis en mente. Tenéis peores cosas de las que preocuparos.
—Entendido —respondieron Ayame y Kaido, prácticamente al unísono. Aunque ella con más pesar que él. Y cualquiera que la conociera mínimamente sabría lo que pasaba por su cabeza en aquellos instantes.
Shanise dirigió entonces una larga mirada a las misteriosas gemelas ANBU. Por alguna razón que Ayame desconocía, la líder parecía notablemente preocupada. Una sombra oscura nublaba sus vibrantes ojos azules.
—Coged lo que tengáis que coger y reuníos en la entrada de la villa: partiréis de inmediato. El camino a Yukio puede ser muy traicionero, así que preparaos bien. Y por favor, una vez más... sed prudentes. Prudentes...
La manera en que la líder enredó los cabellos entre sus dedos sólo la inquietó aún más. ¿Qué era lo que tanto temía. Estaba a punto de preguntar al respecto cuando Kaido la interpeló directamente, sorprendiéndola:
—Puedo estar en el puente en unos quince minutos, si te parece. Sólo debo ir a por unas cosas, y pillar un abrigo. También quisiera que me contaras con mayor detalle acerca de esa misión tuya en Yukio, para tener una mejor idea de en qué nos estamos metiendo ¿vale?
«Mi... ¿Mi misión en Yukio?» Ayame parpadeó varias veces, confundida.
—Eh... S... Sí, claro —asintió ella, antes de agregar, con una sonrisa nerviosa—. Yo también tengo que coger algunas cosas. Sobre todo abrigo, lo vamos a necesitar. Oh, y creo que sería buena idea que nos pasáramos por la armería. Sólo por si acaso. —Entonces se volvió hacia las gemelas enmascaradas—. ¿Nos vemos entonces en el puente de entrada en un cuarto de hora?
—Shanise-sama, si no hay nada más que tratar, pido permiso para retirarme —añadió Kaido.
Y Ayame le dirigió una mirada de soslayo a su Arashikage. En aquellos momentos, habría dado cualquier cosa por poseer la habilidad de su padre para ver más allá de los ojos de las personas y adentrarse en sus mentes. Al final la curiosidad pudo con ella y tuvo que armarse de valor.
—Si me permite la indiscreción, Arashikage-sama... —dijo, con voz temblorosa—. ¿Se encuentra bien? Parece... preocupada... —Demasiado preocupada.
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Shanise se aclaró la garganta, negó con la cabeza y despachó a sus dos subordinados con rapidez. La voz le temblaba, y eso era algo que incluso Ayame, pese a lo crédula que solía ser, captaba.
— Tranquila, estoy bien. Venga, marcháos. El tiempo apremia. ¡Vamos!
Pocas veces nevaba en Amegakure, pero ese día hacía mucho, mucho frío. Las gemelas esperaban en silencio con desinterés al final del puente, apoyadas en sendos pilares de hormigón. Ahora que ni Ayame ni Kaido ni Shanise estaban allí para verlas, refunfuñaban bajo la máscara, visiblemente molestas. ¿Cómo podían tardar tanto esos dos críos? ¡Ni que hubiese que prepararse tanto! Llegaban, veían y vencían. Rápido, sencillo. Como un rayo.
Como...
Nivel: 28
Exp: 127 puntos
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Qué decir de Kaido y el frío. Cuántos inviernos se quejó de tener las escamas del culo congeladas, eso cuando aún era un pequeñajo. Ahora no obstante parecía casi amar la nieve, tanto que no se quejaba de estar escociéndose en sudor con tanto harapo envolviéndole el pescuezo tal y como hacía en antaño.
Inusualmente vestido con un pomposo abrigo naturalmente de color negro, Umikiba Kaido llegó tiempo después al último tramo del puente. Su larga cabellera yacía atada a una coleta, y la cabeza la tenía cubierta por la capucha que venía integrada a la chaqueta de invierno, además de una bufanda de lana azul que daba un par de vueltas al cuello para mantener el calor. Sus pies calzaban botas enteras, y aunque el pantalón parecía ser el que usualmente vestía, debajo llevaba unas licras especiales para mantener el calor en las joyas de la familia. No había rastro de su bandana ni de su recién adquirida placa de jōnin. Al tener que viajar tan lejos, por caminos que podrían ser peligrosos, y teniendo en cuenta que era posible que tuviesen que adentrarse en un territorio ya controlado por el enemigo, fuera cual fuese éste; Kaido creyó conveniente no tener nada que le identificase como ninja de Amegakure. No había rastro tampoco de Nokomizuchi, aunque el gyojin había tomado previsiones acerca de esa y sus otras armas más llamativas, con las que frecuentemente entablaba un vínculo sanguíneo gracias a su destreza en el bukijutsu. Así pues, tanto su espada-sierra, como su uchigatana, y el Gran Pergamino de Invocación de Tiburones se mantenían unidos a él de esta manera, sin necesidad de llevarlos encima, algo que indudablemente llamaría la atención. El resto de sus armas y utensilios sí que las llevaba consigo, además de un kunai extra, y un sello explosivo de clase B adicional que aprovechó a tomar de la Armería, tal y como sugirió su compañera de misión.
Y hablando de llamar la atención, allí estaban las gemelas. Tan impertérritas como el primer momento en que las conoció. Más que un par de mujeres, parecían realmente una de esas esfigies de piedra que habitaban lo más alto del rascacialo de la Arashikage, pero ahora postradas en cada pilar de hormigón. Kaido se acercó, se acomodó la mochila de viaje que colgaba en su espalda y sonrió tan grotescamente como pudo.
—Ey —no hacía falta decir más, porque sabía que sus palabras no serían bienvenidas. Tan sólo esperaba que Ayame no se tardase tanto, o el silencio se iba a volver más incómodo de lo que estaba acostumbrado a soportar antes de que su lengua empezase a decir cualquier barbaridad.
Nivel: 32
Exp: 71 puntos
Dinero: 4420 ryōs
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— Tranquila, estoy bien. Venga, marchaos. El tiempo apremia. ¡Vamos!
Ayame frunció ligeramente el ceño ante la escueta respuesta de su líder. Pero había quedado claro que no respondería por mucho que insistiera por lo que, con una última inclinación de cabeza, la kunoichi se dio la vuelta y salió del despacho en compañía de Kaido. No habló mucho con él en su descenso en ascensor; de hecho, tampoco lo hizo cuando se dirigió hacia la armería con él ni cuando se separaron sus caminos después. De camino hacia su casa, donde terminaría de preparar el equipamiento que necesitaría en un lugar tan inhóspito como era el norte del País de la Tormenta, Ayame estudió con cuidado la vaina de la katana con motivos negros y azulados que llevaba entre las manos y, con un ligero movimiento de su pulgar, la desenvainó lo justo como para contemplar el reflejo de su rostro en el filo. Aquella había sido su elección en la armería. Nunca había utilizado un arma así, pero se le había antojado probarla. Y después de probar varios modelos al final se había decantado por aquella wakizashi: no era ni demasiado corta como para no buscar la distancia ni demasiado larga para que resultara aparatosa. Además, de entre todas las demás, era la que mejor podía manejar con una sola mano. Podría venirle bien.
— Bueno... Kurama, vamos allá —susurró para sí, con un terrible escalofrío descendiendo por su espalda. Volvió a envainar la katana.
Apenas un par de minutos después de que Kaido llegara al puente de salida de Amegakure, otra figura hizo acto de aparición, corriendo hacia ellos a toda velocidad. No llevaba las ropas que solía vestir Ayame, pero era ella sin lugar a dudas. Una larga capa de color blanco la cubría de los pies a la cabeza, con la capucha y las mangas recubiertas de pelo para ayudarla a protegerse del frío. En torno a su cuello y cayendo tras su espalda, una larga bufanda de color azul rematada en el símbolo de un copo de nieve. Al igual que Kaido, no llevaba la bandana ni la placa de Jōnin a la vista, pero a su espalda cargaba con su inseparable carcaj cargado de flechas con plumas de halcón y una abultada mochila (con algunas raciones de comida y alguna muda de ropa extra), y en el lado izquierdo de su cadera pendía la vaina de la wakizashi tomada de la armería.
— Perdón, ¿llego tarde? —volvió a preguntar, apurada. Mirando con especial atención a las gemelas enmascaradas al percibir la tensión que las rodeaba. Entonces, pensativa, añadió—. Podría proporcionarnos un transporte para viajar más rápido, pero creo que sólo puede cargar a tres personas al mismo tiempo...
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