Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La silueta de Yukio se fue haciendo más y más grande a medida que avanzaba. Aunque iba cubierta por aquella capa de viaje, la ventisca se colaba a través de la tela y la atería sin compasión. Con los brazos cruzados, Ayame avanzó a través de la nieve como el reo que se dirige hacia su sentencia de muerte. ¿Se habrían dado cuenta ya de que había desaparecido de casa? ¿Qué estaría pensando su padre en aquellos momentos? ¿Y su hermano? ¿Qué sería de Daruu? ¿Y de Kiroe? ¿Y la pequeña Chiiro? Las lágrimas se le congelaban en las mejillas al pensar en ellos, pero no podía dejar de hacerlo. No podía dejar de lamentarse. Y, aún así, no podía dejar de caminar hacia delante. Kokuō no paraba de intentar instarla a que se detuviera, a que cambiara de opinión, pero ella sólo le respondía con un tenso silencio.
Era demasiado tarde para darse la vuelta.
Dos shinobi la recibieron en la entrada de Yukio. Ambos portaban bandanas en sus frentes, pero donde debía estar el símbolo de Amegakure, aquellas cuatro rayas horizontales que tan familiares les eran, sólo había un copo de nieve. El símbolo de la traición. Ambos sacaron dos kunai, en guardia, y Ayame detuvo en seco su avance. El viento helado sacudía sus ropas, haciendo ondear la capa y sus cabellos al viento. Tenía frío, mucho frío. No dejaba de tiritar. Pero hacía todo lo posible por ocultarlo.
—¡Eh, tú! ¡Aotsuki! —gritó uno de ellos, apuntándola con el metal—. ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure.
«Tú también eras de Amegakure.» Pensó la kunoichi para sus adentros, con los ojos húmedos y brillantes, por la pena y por el frío.
—¿Vienes tú sola? ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure. ¿Vienes tú sola? ¡Las manos donde pueda verlas!
—Vengo sola —Aunque ella podría estar sola. De todas maneras, descruzó los brazos, exponiéndose al frío, y los alzó muy lentamente a sendos lados de su cabeza, con las manos vacías. Se mostraba expuesta, vulnerable. Quería demostrar que no tenía ningún tipo de actitud hostil—. He venido... —¿A qué había venido? A salvar a Yui, fuera como fuese. ¿Pero cómo iba a hacer algo así mientras ella estaba cautiva y todo Yukio había sido tomado por gente de Kurama? ¿Cómo iba a hacer algo así en las mismísimas narices de Kurama y de sus Generales? Cualquier tontería, y se acabaría todo—. He venido a hablar con Kurama.
El guardia se giró hacia uno de sus compañeros, que vigilaban agazapados cerca de allí, en uno de los tejadillos:
—Yōichi, avisa al Emperador. Dile que Aotsuki Ayame está aquí.
Una bocanada de vaho escapó de la nariz de Ayame cuando dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Sólo le quedaba esperar, con las manos en alto y sin hacer ninguna tontería. Agachó la mirada, hundiéndola en la nieve. Temblaba, pero ya no estaba segura de que fuera sólo del frío.
«Lo siento... Lo siento...» Repetía, una y otra vez, a nadie en concreto y a todo Ōnindo en general.
—Está bien, Aotsuki Ayame —dijo el shinobi, asintiendo. Para su sorpresa, todos guardaron los kunais en sus portaobjetos—. Oye. Escucha. A título personal... —siguió—. ...te recomendaría no intentar nada. —El ninja negó con la cabeza—. No servirá de nada. Lo sabrá, lo sabrá antes de que siquiera comiences a moverte. Sabe sentir esas cosas. Y nosotros... —Se miró con los otros ninjas. Uno de ellos se encogió de hombros y le preguntó: "¿Nosotros, qué"?—. No estamos interesados en que te pase nada. Ni a ti ni a la Señora Kokuō.
«Noquéelos y vayámonos de aquí, señorita. ¡No merece la pena que arriesgue su vida así! ¿¡Qué ha hecho esa humana por usted!?»
—Al contrario que mi compañero, yo no tengo tanto aprecio a los enemigos declarados, ni él debería tenerlo, pero bueno. —Una kunoichi de Kurama, de cabello largo y rubio, bajó de la azotea, apuntándole con un kunai—. Pero en eso tiene razón: estáis a merced del Emperador. Me consta que ya os dio una oportunidad, y también me consta que hace tiempo que asumió que ya no la tomaríais. Así que no esperéis compasión alguna.
—¡Mei!
—Calla, imbécil —le espetó Mei. Clavó sus ojos en Ayame y sonrió, ladeando la cabeza—. Intentad disfrutar del privilegio de hablar con él por última vez, guarras. —Escupió a un lado.
—No le mintáis. Lo sabrá. Siempre lo sabe. Sólo le enfadaréis más.
—Creo que ya está enfadado de sobra... —comentó el tercer shinobi presente.
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es
20/08/2021, 17:00 (Última modificación: 20/08/2021, 17:02 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Está bien, Aotsuki Ayame —asintió el shinobi. Ayame no pudo sino sorprenderse cuando todos, y no sólo él, bajaron las armas y las guardaron.
«¿Así de fácil?» ¿Tanto la subestimaban? «No.» Comprendió pronto. Aquellos shinobi sabían que la tenían entre sus manos. Sabían que no se atrevería a hacer ninguna tontería con Amekoro Yui como rehén y Kurama protegiéndoles.
—Oye. Escucha. A título personal... —prosiguió, de forma más calmada— ...te recomendaría no intentar nada.
Ayame le miró, interrogante, ladeando ligeramente la cabeza. Pero él negó.
—No servirá de nada. Lo sabrá, lo sabrá antes de que siquiera comiences a moverte. Sabe sentir esas cosas. Y nosotros... —El shinobi intercambió una mirada con sus compañeros.
Y uno de ellos se encogió de hombros y le preguntó:
—¿Nosotros, qué?
—No estamos interesados en que te pase nada. Ni a ti ni a la Señora Kokuō.
««Noquéelos y vayámonos de aquí, señorita. ¡No merece la pena que arriesgue su vida así! ¿¡Qué ha hecho esa humana por usted!?»»
«Parece mentira que digas eso después de conocerla, Kokuō.» Replicó Ayame para sus adentros, dolorida con el comentario del bijū. «Es Yui, Kokuō. Amekoro Yui. Mi antigua Arashikage, mi Tormenta... Literalmente le debo todo lo que soy, y como kunoichi de Amegakure juré protegerla. Tengo que enmendar mis errores, ya no hay vuelta atrás.»
Una kunoichi de cabellos rubios y largos bajó de la azotea, acercándose. Ella era la única que seguía manteniendo el kunai, apuntándola directamente. Ayame le devolvió una mirada con sus ojos avellana. Cualquier brillo de rebeldía se había apagado en ellos hacía tiempo.
—Al contrario que mi compañero, yo no tengo tanto aprecio a los enemigos declarados, ni él debería tenerlo, pero bueno. Pero en eso tiene razón: estáis a merced del Emperador. Me consta que ya os dio una oportunidad, y también me consta que hace tiempo que asumió que ya no la tomaríais. Así que no esperéis compasión alguna.
—¡Mei!
—Calla, imbécil —le espetó a su compañero. Entonces le devolvió la mirada a Ayame y sus labios se curvaron en una cruel sonrisa mientras ladeaba la cabeza—. Intentad disfrutar del privilegio de hablar con él por última vez, guarras —Escupió a un lado.
—No le mintáis. Lo sabrá. Siempre lo sabe. Sólo le enfadaréis más.
—Creo que ya está enfadado de sobra... —agregó otro.
Ayame, simplemente, asintió. Todo estaba dicho, y ella no tenía ganas de hablar más con nadie que no fuera Kurama. Esperaba, impaciente, sin realizar ningún tipo de movimiento que pudiera alertar a los guardias.
—Kurama me ha ordenado que la traigamos —dijo de pronto Yōichi, el ninja que se había marchado a hablar con su Señor—. Quiere... hablar con ella.
Los ninjas se quedaron expectantes, observando a Ayame. Yōichi bajó del tejado en el que estaba. Entre él y el shinobi compasivo que había tratado de advertirle, la sujetaron de los hombros y la condujeron por una serie de calles y avenidas. Yukio, como había podido comprobar Setsuhane, estaba desierta, si no teníamos en cuenta a las fuerzas del bijū. Algunos soldados se asomaban y la miraban desde ventanas, tejados, y callejones.
«¡Señorita! ¡Yo le debo a usted las mejores partes de mí misma! ¡No me puedo permitir perderla! ¡No lo entiende! ¡No entiende que usted es mejor que todos los humanos con los que me he encontrado jamás! ¡Usted es con quien debo colaborar para vencer al gran mal de Oonindo! ¡Y estoy convencida que ese gran mal...
...es mi hermano!»
Pero ya era demasiado tarde. Al girar la esquina, se lo encontraron.
Había un crater enorme, provocado, a juzgar por el hollín del suelo, por una gran explosión. en el centro, se había erigido, con un extraño material cristalino de color negro y púrpura, una escalinata que formaba una plataforma elevada. Encima, un hombre muy alto, de hombros anchos, con el pelo rojo anaranjado y largo, liso, les observaba con una sonrisa macabra sujetando una larga y fina espada. Sus ojos eran rojos, y sus pupilas, unas agujas muy finas. Como si estuviera maquillado, sus párpados eran negros, y en las mejillas tenía leves marcas, como si fuesen bigotes. Era, sin duda, la manifestación humana del Kyūbi, como Ayame lo había sido bajo el control de Kokuō. Sin embargo, el pobre diablo al que Kurama revirtió el sello desde dentro llevaba muerto mucho, mucho tiempo.
Al lado de Kurama, atada a una silla de pies y manos y aparentemente inconsciente, se encontraba Amekoro Yui. Tenía un aspecto realmente desmejorado: tenía un moretón en un ojo y le sangraba la nariz. Su cabeza y su pelo cayeron hacia adelante, derrotados.
—¡Aotsuki Ayame! —anunció, a pleno pulmón, para que todos los presentes, que eran unos cuantos ninjas alrededor del cráter, lo escuchasen. Los ninjas que habían traído Ayame se habían apartado un poco, como podría comprobar fácilmente si se girase—. ¡Hermana! La verdad, después de que huyérais como las ratas cobardes que sois no esperaba que fuérais precisamente vosotras las que hiciérais acto de presencia. Pensaba que vendría una comitiva de soldados, o quizás un negociador. ¿Sois vosotras las negociadoras, es eso? —Kurama sonrió, inclinándose hacia adelante, y extendió el brazo de la espada, colocando su filo directamente sobre la garganta de Yui—. ¿Cuál de las dos? ¿Eres tú, Kokuō? ¿O eres tú, Ayame? —Su voz sonaba alegre, divertida. Pero Ayame, que no tenía mala vista, advirtió que tenía la mandíbula sonriente tensa y temblante. Su mano se aferraba al mango de la espada casi con ansia—. En cualquier caso, lo primero que vamos a hacer es esposarte, ¿eh? No queremos que te arrepientas y te nos vayas de aquí otra vez, ¿verdad? —Hizo una seña con la cabeza y Ayame escuchó un ruido metálico a sus espaldas—. Ahora, estate muy quietecita, o le rebano el cuello a tu querida Señora Feudal. ¿O quizás deberíamos decir Tormenta?
La amejin sintió como uno de los ninjas tomaba una de sus manos y el otro la otra. Volvió a escuchar el tintineo metálico. ¿Se dejaría Ayame esposar?
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es
—Kurama me ha ordenado que la traigamos. Quiere... hablar con ella.
Al que anteriormente habían llamado Yōichi había regresado de darle su mensaje a Kurama. Y venía con una respuesta de parte del Emperador. Aunque fue una respuesta que no sorprendió a Ayame. ¿Cómo iba a dejarla escapar ahora que volvía a tenerla entre sus garras? El shinobi bajó del tejado mientras el resto la miraban, expectantes. Ayame aguantó sus ojos con la escasa valentía que sentía y se mantuvo inmóvil cuando se acercaron a ella. Su cuerpo reaccionó de forma instintiva, sin embargo, cuando sintió que la agarraban por los hombros. Fue como un cosquilleo, como si se preparara para disolverse en agua, pero Ayame reprimió sus instintos apretando la mandíbula y se dejó guiar a través de las calles y avenidas de Yukio mientras la voz de Kokuō seguía clamando en su cabeza.
««¡Señorita! ¡Yo le debo a usted las mejores partes de mí misma! ¡No me puedo permitir perderla! ¡No lo entiende! ¡No entiende que usted es mejor que todos los humanos con los que me he encontrado jamás! ¡Usted es con quien debo colaborar para vencer al gran mal de Oonindo! ¡Y estoy convencida que ese gran mal...
...es mi hermano!»»
«Lo sé, Kokuō... Lo sé... Y me encantaría hacerlo, pero...»
Pero ya era tarde.
Giraron la última esquina, y Ayame se encontró cara a cara con la escena que Setsuhane le había descrito. Pero en su imaginación era mucho menos increíble que lo que tenía frente a sus ojos. En el centro de un enorme cráter, quizás causado por algún tipo de explosión (¿De Kurama o de Yui?), se había erigido una especie de tarima a base de un extraño material cristalino, de colores que mediaban entre el negro de la obsidiana y el púrpura. Y, sobre él, Ayame se encontró cara a cara por primera vez con el protagonista de sus más terribles pesadillas: Era alto, muy alto, con los hombros anchos sobre los que caía una larga mata de pelo lisa de color rojo anaranjado. Sus ojos, divertidos, eran rojos como la sangre y se clavaban en ella con sus afiladas pupilas como rendijas. Llevaba los párpados maquillados de negro y, en ambas mejillas, sendas marcas como bigotes. Se trataba de Kurama, en su forma humana. Y, junto a él, se encontraba Amekoro Yui, inconsciente, atada de pies y manos y con un aspecto desmejorado como nunca antes había visto en ella. Ayame, con un gemido de angustia, no pudo evitar revolverse ligeramente al verla así de demacrada.
—¡Aotsuki Ayame! —anunció Kurama, a pleno pulmón, como si estuviese proclamando una presentación frente a su selecto público. Los shinobi que la habían llevado hasta allí la soltaron y se apartaron un poco, pero ella se mantuvo inmóvil como una estatua de hielo—. ¡Hermana! La verdad, después de que huyérais como las ratas cobardes que sois no esperaba que fuérais precisamente vosotras las que hiciérais acto de presencia. Pensaba que vendría una comitiva de soldados, o quizás un negociador. ¿Sois vosotras las negociadoras, es eso? —Kurama sonrió, inclinándose hacia adelante, y extendió el brazo en el que sostenía una larga espada, colocando su filo directamente sobre la garganta de Yui. Ayame apretó sendos puños, temblando—. ¿Cuál de las dos? ¿Eres tú, Kokuō? ¿O eres tú, Ayame? —preguntó, casi divertido, pero a Ayame no se le escapó el detalle de que aquella sonrisa era tensa, y que la mano con la que sostenía el mango de la espada lo hacía casi con ansia, deseando actuar.
—No, Kurama. Soy Ayame —respondió ella, con toda la calma que fue capaz de reunir. Poca, a decir verdad—. Por favor...
—En cualquier caso —La interrumpió él, antes de que pudiera decir nada más—, lo primero que vamos a hacer es esposarte, ¿eh? No queremos que te arrepientas y te nos vayas de aquí otra vez, ¿verdad?
Kurama hizo una seña con la cabeza y un tintineo metálico a las espaldas de Ayame la sobresaltó. Sabía bien lo que venía ahora...
—Ahora, estate muy quietecita, o le rebano el cuello a tu querida Señora Feudal. ¿O quizás deberíamos decir Tormenta?
Un shinobi tomó una de sus manos, otro, la otra.
Sabía bien que en cuanto esos grilletes se cerraran en torno a sus muñecas, la puerta de la trampa terminaría por cerrarse. Todas las marcas que había ido dejando a su paso resultarían inútiles, ya no podría regresar a ellas para escapar. Se vería atrapada de nuevo. Ayame cerró los ojos... ignorando a su cuerpo que le pedía a gritos que se deshiciera en agua y escapara de allí como alma que lleva el oni. Ni siquiera sabía lo que estaba por suceder a continuación... Pero, ¿acaso tenía alternativa?
¡Chac!
Las esposas terminaron de cerrarse.
—Por favor, Kurama... —murmuró, con voz temblorosa—. Déjala marchar. Deje marchar a Yui-sama.
20/08/2021, 18:37 (Última modificación: 20/08/2021, 18:48 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
La sonrisa de Kurama se ensanchó. Se ensanchó mucho, mientras los ninjas que habían esposado a Ayame se apartaban hacia los extremos del cráter para formar la misma guardia que el resto de sus compañeros.
—¡Oh, ohjojo! —rio Kurama, apartando un momento el filo de la garganta de Yui—. ¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —cortó, y dio un paso adelante—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? —Kurama relajó los brazos, pero no soltó ni envainó su espada—. Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? —Esperó unos segundos—. Gracias, muy amable por tu parte?
»Verás —dijo, y se puso a caminar lentamente de un lado a otro de la plataforma—, cuando te marchaste, tu querida Yui siguió luchando con uñas y dientes. Casi mata a una de mis generales. Casi —puntualizó, volviendo a ensanchar su sonrisa—. Es fuerte, no te lo negaré. Kuroyuki la dejó congelada, pero tarde o temprano su jutsu se disiparía, así que decidió sellarla. Yo, en aquél momento, lo consideré una idea genial. ¡Podré negociar con Amegakure, me dije! ¡Hacerles firmar una carta de rendición! ¡Entonces todo el oeste de Oonindo caería bajo mis dominios, y nos habríamos ahorrado muchísimo terreno que conquistar por la fuerza!
»Así que montamos todo este tinglado. —Abrió los brazos, y extendió los dedos de la mano libre. Dio un par de vueltas lentas. La vista de Ayame, si siguiera sus gestos, pasaría por los shinobi que rodeaban el cráter—. Esperábamos que viniese alguien de Amegakure a negociar. Una delegación, algo. Los recibiríamos con honores, los traería aquí, y los forzaría a rendirse. A entregarme la ciudad. Exiliaría a la Arashikage y me quedaría con sus fuerzas y con su territorio. Ah, sí... verás, los bijū no somos tan diferentes de los humanos, Ayame. Tenemos muchas cualidades humanas. Nuestro padre fue humano. Y está en el ser humano el equivocarse. Yo me equivoqué.
»Porque no tuve en cuenta muchísimas cosas. Verás, Ayame, como te dije, tengo varios dilemas. Los shinobi y kunoichi de Amegakure no tienen la costumbre de rendirse, y me imaginé que tendría que ir a la guerra igualmente, al menos con algunos de ellos. Y si la Arashikage se rendía y me entregaba la ciudad, seguramente tendría que enfrentarme después a un par de guerras civiles. Todo eso con el resto de Oonindo mirándome con malos ojos. —Kurama negó con la cabeza—. Pero hay un dilema más grande, Ayame. Dime, ¿qué crees que pasaría con Amekoro una vez la liberase a cambio del exilio de la Arashikage y la entrega de Amegakure? Porque sólo aceptarían a cambio de eso, de la vida de la Tormenta. ¿Qué crees que pasaría entonces, eh? ¿Crees que esta mujer se daría por vencida? ¿Crees que no volvería con todos sus fieles a intentar partirme el culo de nuevo? He luchado contra ella, Ayame, lo he visto. Amekoro no admitiría la derrota jamás. No puedo negociar con su vida, es inútil. Ella es la raíz del valor de Amegakure. Tanto si negocio y la dejo viva como si la mato, habrá guerra. Realmente, no hay opciones. Todo esto ha sido una estupidez.
»Ahora, como estoy seguro, te preguntarás. ¿"Puedo hacer que la suelte, aunque sea entregándome"? Quizás tengas la idea de decirme, "¡puedo hacer lo que quieras! ¡Me uniré a ti!". Durante un tiempo, Ayame, habría aceptado. ¡Lo llegué a considerar! Al principio, no eras nada para mí. Otra mosca más, una que secuestraba a Kokuō. Pero si mi propia hermana te había aceptado, y si yo mismo estaba prestando mi chakra a mis Generales, en los que confiaría hasta la muerte... ¿por qué no? ¡Podría funcionar! ¿¡Verdad!? ¡Ah, pero tenemos otro dilema, Ayame!
»Yo te acepto, yo te acojo, ¡y resulta que ahora me entero que te puedes teletransportar! Incluso si te llevo conmigo, no podría confiar en ti, porque en cualquier momento puedes irte. Ah, esa sería una triquiñuela muy inteligente. Te cambias por Yui, y yo te amenazo, te digo que o trabajas para mí o voy uno por uno a todos tus familiares y seres queridos y los mato. Entonces tú te teletransportas, y yo pierdo, ¿verdad?
»Pero ahora conozco que puedes hacer eso. Y volvemos a estar ante otro dilema, no obstante. ¿De qué sirve que amenace con matar a tus seres queridos? ¡Los voy a matar igual! ¿¡No te das cuenta, Ayame!? —inquirió Kurama, abriendo los brazos—. ¡La guerra es inevitable! ¡Todo este patético espectáculo que he montado ha sido inútil! Y tú no tienes nada que yo pueda querer de ti, excepto tu muerte. Serán dos soldados menos de los que disponga Amegakure en esta guerra. Y una de ellas es bastante fuerte, ¿eh, Kokuō?
»Bueno, sí, hay una cosa —añadió Kurama—. Hay algo para lo que sí me viene bien que estés aquí. Desde que vosotros los jinchūriki empezásteis a plantarme cara, hay algo que deseo todos y cada uno de los días de mi vida, Ayame. Me viene bien que estés aquí...
...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.
Kurama alineó el filo y levantó el brazo de golpe, y su espada cortó el cuello de Yui con facilidad. La cabeza de la Tormenta cayó, golpeó la tarima de hielo negro y rodó hacia delante, botando por tres o cuatro escalones antes de cambiar de dirección, desviándose y precipitándose hacia el interior del cráter. Kurama pateó la silla con el cuerpo de la mujer y la tumbó.
Miró a Ayame fijamente.
—Y bien, Ayame, ahora dime... —pronunció Kurama, casi saboreando las palabras—. ¿Has venido tú solita a Yukio o hay alguna otra ratita escondida ahí fuera?
El sonido de un trueno hendió el aire. Hacía tiempo que había dejado de nevar. A pesar de que la lógica indicase que de haber precipitaciones, estas volverían a ser en forma de copos de nieve, en Yukio se puso a llover.
Quizás se tratara de Amenokami. Aquél día, se encontraba especialmente triste.
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es
20/08/2021, 19:21 (Última modificación: 20/08/2021, 20:11 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero la sonrisa de Kurama sólo se ensanchó aún más al escuchar su petición, y Ayame sintió un desagradable escalofrío. Tenía un mal presentimiento. El peor presentimiento que había sentido jamás. Pero nunca habría sido capaz de imaginar siquiera lo que estaba por suceder.
—¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? —rio Kurama, apartando momentáneamente el filo de la garganta de Yui—. ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —la interrumpió, antes de que pudiera responder por sí misma—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? Gracias, muy amable por tu parte?
Kurama comenzó entonces un pequeño monólogo sobre todos los problemas que se le venían encima.
Yui había continuado luchando después de que Ayame se marchara con Zetsuo y Kōri. Había tenido la victoria al alcance de la mano, había estado a punto de vencer a Kuroyuki. Pero al final su hielo oscuro había prevalecido, y la Tormenta ahora se encontraba en el peor estado que Ayame le había visto en su corta vida.
Las intenciones iniciales de Kurama habían sido las de utilizar su vida como moneda de cambio por la aldea de Amegakure, tal y como le había propuesto a Ayame durante su anterior captura. Pero parecía que se había dado cuenta de que Amekoro Yui jamás se rendiría tras la cesión de la aldea y el exilio de Shanise. Se había dado cuenta de que terminaría regresando junto a sus fieles para reclamar lo que era suyo por derecho, y entonces habría más guerras.
Incluso había tenido en cuenta que Ayame intentaría ofrecerse bajo cualquier precio con tal de salvarla. Pero su habilidad de teletransporte suponía una grave amenaza que Kurama no estaba dispuesto a pasar por alto. Ella quiso revolverse, al darse cuenta de la sombra que se estaba cirniendo sobre ella, del grave peligro que estaba corriendo. Quiso suplicar. Quiso ofrecer que le sellaran aquella técnica, o que la dejaran esposada para siempre si era necesario para que no pudiera utilizar el chakra nunca más. Pero entonces se desató lo impensable:
...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.
Lo que sucedió a continuación fue como si lo estuviese soñando a cámara lenta. Kurama volvió a alzar la espada y, con un solo movimiento, el filo pasó a través del cuello de Yui como si no fuera más que mantequilla. Ante los desorbitados ojos de Ayame, la cabeza de su anterior Arashikage se separó de su cuerpo, cayó al suelo y rebotó una, dos y tres veces por los escalones de la tarima antes de precipitarse al interior del cráter.
«Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo...»
Todo a su alrededor se había silenciado. Todo se había congelado. Sólo escuchaba la voz de Kurama repitiendo lo mismo una y otra vez en su mente. Ayame se había quedado paralizada, incapaz de comprender qué era lo que acababa de pasar. Hasta que algo se activó con un click en su cabeza. Amekoro Yui había muerto. Kurama la había asesinado.
—¡¡¡¡¡AAAAAAAAHHHHHH!!!!!
Ayame aulló con toda la fuerza de sus pulmones, rota de dolor. Todo a su alrededor comenzó a girar a toda velocidad de repente, y se sintió mareada. Sus piernas no la sostuvieron por más tiempo y cayó al suelo de rodillas entre arcadas y resuellos agitados. Lloraba y gritaba a partes iguales. Gimoteaba como una niña pequeña. Se revolvió contra sus grilletes, pero era inútil. Giró a su alrededor, buscando una vía de salida, pero se encontró completamente rodeada. Rendida, dolida y humillada, Ayame se dejó caer sobre la nieve sin dejar de sollozar. Había dejado atrás la seguridad de su hogar, había decidido ir sola a aquel sitio perdido en el norte abandonando tras su paso a sus compatriotas en el tren... Todo por salvar a Amekoro Yui. Pero ya no había Yui que salvar. Había fracasado por tercera vez. Sólo entonces se dio cuenta de lo estúpida que había sido. ¿De verdad creía que iba a tener alguna oportunidad de salvarla? ¿De verdad había llegado a creer que saldrían de allí ambas sanas y salvas? ¿Que le echaría la bronca por haber regresado a por ella pero después le daría las gracias? ¿Cómo había llegado a ser tan estúpida?
Kurama había formulado una pregunta, pero ella no había sido capaz de escucharla siquiera.
Entonces, Ayame escuchó el ruido de unos pies posándose, ligeros, a su lado. Unos pies que la patearon, obligándola a ponerse boca abajo. La suela de una bota pisó con fuerza su espalda.
—Ahh, sí. Sí, Ayame. Esto es lo que pasa cuando te enfrentas al próximo Emperador de Oonindo. Esto es lo que pasa cuando uno sigue defendiendo el mismo sistema inútil que casi extingue a la humanidad y que tanto sufrimiento nos causó, Kokuō. —Kurama apretó con más fuerza, deleitándose—. Ojalá pudiera contactar por vídeo con tu kage para enseñarle vuestras muertes en directo, Ayame. A toda tu familia. A tus amigos. Para romper sus voluntades por completo. Para declararles la guerra. Y para que la pierdan un segundo después.
»Pero no puedo hacerlo, Ayame. Así que tendré que enviar un mensaje. Vuestras cabezas en un bonito paquete servirán. ¿Qué te parece? —rio—. Bien. Hasta nunca, Ayame. Hasta luego, Kokuō. Espero que para entonces hayas aprendido la lección.
Kurama levantó el filo de su espada, y lo precipitó hacia el cuello de Ayame.
Para la kunoichi, todo se volvió negrura. Una negrura terrible y terrorífica.
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es
20/08/2021, 20:02 (Última modificación: 20/08/2021, 20:03 por Amedama Daruu.)
Hubo un estallido. Una nube de humo blanco. Daruu sollozó. «¡Por favor, por favor, por favor!» Kōri, Zetsuo, Chiiro y Kiroe, todos tenían el corazón en un puño. Y entonces...
...entonces apareció Ayame, sucia, resollando, atada con unas esposas supresoras y con la mirada perdida.
—¡Ayame! —chilló Daruu. Probablemente los demás harían lo mismo. Prácticamente se abalanzó sobre ella, le dio la vuelta y la miró a los ojos. Pero los de Ayame miraban más allá—. ¡Ayame! ¿Qué ha pasado? Oh, gracias a Amenokami, gracias por haberme llamado, Zetsuo. Oh, dioses...
—Ayame...
—Ayame, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué volviste...?
Vi coherente que esto sucediese, dada la circunstancia de que Zetsuo y Kōri pudieran intuir que Ayame se había marchado de vuelta y tienen medios, además, para averiguarlo. Roleemos lo que quieras, Ayame, y luego volvemos a la masterización si lo consideramos conveniente.
¤ Unmei no Akai Ito ¤ Hilo Rojo del Destino - Requisitos:Ninjutsu 70
Daruu y Ayame han firmado un Pacto de Invocación con sangre. Mediante el uso de la técnica Kuchiyose no Jutsu, previo pago de 160 CK, uno puede invocar al otro cuando lo necesite como lo haría con un miembro de una Familia Animal Shinobi. El gasto de la invocación puede ser compartido en el momento en el que uno siente la acción de la técnica sobre su cuerpo.
Unos pies retumbando sobre los escalones, acercándose a ella. Ayame no se atrevió a moverse, ni siquiera cuando Kurama se colocó junto a ella. No pudo evitar, sin embargo, soltar un gemido de dolor cuando sintió una patada que la obligó a colocarse bocaabajo y la suela de una bota presionó su espalda contra el suelo.
—Ahh, sí. Sí, Ayame. Esto es lo que pasa cuando te enfrentas al próximo Emperador de Oonindo. Esto es lo que pasa cuando uno sigue defendiendo el mismo sistema inútil que casi extingue a la humanidad y que tanto sufrimiento nos causó, Kokuō —Kurama apretó su presión, como si Ayame no fuera más que un simple insecto que ha tenido la osadía de invadir su casa.
«Voy a morir...» Comprendió, entre lágrimas. Era una posibilidad que había contemplado desde el principio, pero al menos esperaba haber sido de utilidad y haber salvado a Yui antes de entregar su vida de aquella manera tan cruel y humillante.
—Ojalá pudiera contactar por vídeo con tu kage para enseñarle vuestras muertes en directo, Ayame. A toda tu familia. A tus amigos. Para romper sus voluntades por completo. Para declararles la guerra. Y para que la pierdan un segundo después.
«Voy a morir... Y voy a arrastrar a todos los demás conmigo...» Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas sin cesar.
—Pero no puedo hacerlo, Ayame. Así que tendré que enviar un mensaje. Vuestras cabezas en un bonito paquete servirán. ¿Qué te parece? —se rio, de forma cruel y escalofriante, y la cabeza inerte de la Amekoro Yui le devolvió la mirada a Ayame, varios metros más allá. Una mirada vacía, donde antes habían restallado relámpagos y tormentas en sus ojos cristalinos. Ayame comenzó a jadear, aterrada, pero se veía incapaz de apartar la mirada.
—Bien. Hasta nunca, Ayame. Hasta luego, Kokuō. Espero que para entonces hayas aprendido la lección.
Kurama alzó su espada una vez más. Y Ayame ladeó la cabeza hacia él, no sin esfuerzo. A través de sus cabellos oscuros, Kurama podría ver un ojo turquesa inyectado en sangre que le miraba como si quisiera atravesarle con sus pupilas.
—Nos veremos en el Yomi, MONSTRUO.
¡Zas!
El filo se precipitó contra el cuello de Ayame, y todo pareció teñirse de rojo antes de que una terrorífica oscuridad se apoderara de ella. Se hizo el silencio. Dejó de sentir frío. ¿Ya estaba? ¿Eso era la muerte? ¿Entonces por qué aún sentía los brazos agarrotados tras su espalda? ¿Por qué su corazón seguía bombeando en sus sienes como un tambor enfurecido? ¿Por qué...?
—¡Ayame!
Piernas a su alrededor. Ayame se revolvió, aterrorizada, gimoteando porque la dejaran en paz. Pero unos brazos la rodearon, impidiendo que se moviera...
Abrazándola.
—¡Ayame! ¿Qué ha pasado? Oh, gracias a Amenokami, gracias por haberme llamado, Zetsuo. Oh, dioses...
—Ayame...
—Ayame, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué volviste...?
—¡Hermana!
—¡Ayame! ¡Mi hija!
Sólo entonces reconoció el origen de aquellas voces, y fue como si todo a su alrededor se derrumbara como un castillo de naipes. Seguía viva. De algún modo, seguía viva.
Aunque también se sentía muerta por dentro.
Ayame se quedó petrificada mientras Aotsuki Zetsuo prácticamente la arrancaba de los brazos de Daruu y la estrechaba con fuerza contra él. A su espalda, unas manos heladas aferraron las esposas, que se quebraron con un característico tintineo de metal congelado.
—Joder... ¡Joder...! ¡Maldita sea, Ayame! —Siseaba el médico entre dientes, sollozando como sólo Kiroe podría haber visto. Una sola vez—. ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡¿Cómo se te ha ocurrido?!
Pero Ayame no respondía a sus preguntas. Ni a las de Daruu. Ni a las de Kiroe. Sus ojos, inundados de lágrimas, manaban lágrimas de forma continua y miraban sin ver, más allá. En su mente, la cabeza sin cuerpo de Amekoro Yui seguía devolviéndole la mirada, el pie de Kurama seguía aplastándola contra el suelo y su filo seguía descendiendo sobre su cuello. Su mente seguía esperando la muerte, y sólo al cabo de varios largos segundos, su cuerpo reaccionó al fin. Se estremeció visiblemente en un aullido ahogado y se encogió sobre sí misma como una niña pequeña buscando protección tras una terrible pesadilla. Zetsuo enterró los dedos de una de sus manos entre sus cabellos, y con la otra buscó el hombro de Daruu.
Daruu se apartó rápidamente cuando Zetsuo arrancó a Ayame de sus brazos, y se quedó, incómodo y llorando, apoyado en una esquina. Chiiro se acercó y se abrazó a él, sollozando. Daruu le posó una mano en el pelo y se lo revolvió.
—No lo ha conseguido, entonces... —le susurró su madre. Daruu asintió—. Amekoro Yui ha muerto.
—Sin poder vengar a su hermano. Es frustrante. Es injusto.
—Rara vez el mundo es justo, lo sabes, ¿verdad?
Daruu, simplemente, asintió en silencio.
El Hyūga se vio sobresaltado cuando Zetsuo le puso una mano en el hombro, Daruu bajó la vista. Era triste. Era lo más triste que había vivido nunca. Ni siquiera le gustaba ver a Zetsuo tan cariñoso con él, tan aliviado. Era antinatural. No era el orden apropiado para las cosas. Todo estaba roto.
—Gracias. Gracias por traerla de vuelta.
—Ya lo he hecho tres veces. Lo volveré a hacer una cuarta, una quinta. Las veces que sean necesarias.
24/08/2021, 00:59 (Última modificación: 24/08/2021, 01:01 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Ya lo he hecho tres veces —respondió Daruu, con los ojos llorosos—. Lo volveré a hacer una cuarta, una quinta. Las veces que sean necesarias.
Zetsuo asintió, serio. Daruu estaba acostumbrado a verlo serio, pero aquella seriedad iba más allá de lo que era habitual en el médico. Era una seriedad que mezclaba preocupación, enfado, sombras... El hombre apoyó las manos en los hombros de su sollozante hija y la obligó a apartarse de él para observar mejor su estado: Piel pálida como la cera, sucia y magullada. Sus ojos estaban perdidos en algún punto en el infinito, seguramente rememorando una y otra vez los sucesos que había vivido en el norte. No presentaba heridas de gravedad, más allá de las contusiones; pero sí tiritaba sin cesar. Ella no parecía notarlo, pero cuando Zetsuo apoyó la mano en su mejilla, se dio cuenta de que estaba congelada. Presentaba claros signos de hipotermia. Zetsuo frunció el ceño y, pasando los brazos por debajo de sus rodillas y su espalda, la alzó en vuelo.
—Kiroe, necesito utilizar tu cuarto de baño. Ayame necesita un baño caliente y ropa limpia y cálida.
También tenía que hablar con ella, extraer información, pero todo a su debido tiempo. Pero, de repente, Ayame se agarró a su camiseta con desesperación.
—De... Detén el tren... —murmuró, con un hilo de voz tan débil que Zetsuo apenas fue capaz de escucharla—. No... No dejes que los maten... A ellos también... Yokuna... Todos...
Kōri se levantó como un resorte.
—El ferrocarril que iba hacia el norte, ¿qué hacemos para detenerlo? Los comunicadores no llegan tan lejos y ya debían de estar llegando a Yukio.
Zetsuo se volvió hacia Ayame, pero la muchacha había terminado por colapsar y había caído inconsciente.
Zetsuo inspeccionó a Ayame: ahora que todos veían a través del dulce alivio y del terrorífico pesar, de verdad la vieron. Pálida de por sí, Ayame yacía blanca como la leche y tiritando en los brazos de Zetsuo. Tenía los labios azules, y los ojos se le entrecerraban. Las lágrimas en las pestañas casi parecían cristales de hielo.
—Kiroe, necesito utilizar tu cuarto de baño. Ayame necesita un baño caliente y ropa limpia y cálida —dijo.
—Tienes mi casa a tu entera disposición —se entregó Kiroe—. Sígueme, te abro. —Daruu quisó seguirla también, pero Kiroe le lanzó una mirada que significaba ahora no y otra, muy significativa, que apuntaba a Zetsuo. Chiiro sí que consiguió salirse con la suya. La muchacha tenía un rictus de terror y la piel casi tan pálida como la de Ayame, pero aún así no quería apartarse de la que consideraba casi como su hermana mayor.
Fue entonces cuando Ayame hablar por primera vez.
—De... Detén el tren... —murmuró, con un hilo de voz tan débil que Zetsuo apenas fue capaz de escucharla—. No... No dejes que los maten... A ellos también... Yokuna... Todos...
Kōri se levantó como un resorte.
—El ferrocarril que iba hacia el norte, ¿qué hacemos para detenerlo? Los comunicadores no llegan tan lejos y ya debían de estar llegando a Yukio.
Zetsuo se volvió hacia Ayame, pero la muchacha había terminado por colapsar y había caído inconsciente.
—Joder...
Daruu caminó de un lado a otro, nervioso, los engranajes de su cerebro funcionando a toda velocidad. «No llegaremos a tiempo, no hay forma de que nadie llegue a tiempo, ni siquiera desde Shinogi-To. La única forma sería...» Pensó. Se detuvo un momento, pero cuando se dio la vuelta vio que Ayame había perdido el conocimiento. Volvió a ponerse en marcha, probablemente poniendo nervioso a todo el mundo. «No, aunque hubiese... ella no puede volver. No podría hacerlo, está inconsciente, y si pudiera, no querría pedírselo. No podemos hacer...» Volvió a detenerse.
—Esperad. —Daruu se acercó un poco—. Kokuō —dijo—. Kokuō. ¿Puedes oírme? ¿Puedes tomar el control? —El Hyūga no se atrevió a mirar a Zetsuo. Pero se puso de rodillas. Pidió por favor con las palmas de las manos—. Kokuō. Hazlo por un segundo. Usa el Bijū Bunshin. Sal y quédate conmigo y con Kōri. Ayúdanos... aunque sea por Ayame.
25/08/2021, 12:49 (Última modificación: 25/08/2021, 12:55 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
—Esperad —intervino Daruu, después de deambular arriba y abajo durante varios y largos segundos durante los cuales las ideas iban y venían como nubes en el cielo. Aunque eran más las que iban que las que venían... El chico se acercó un poco a Ayame—. Kokuō. Kokuō. ¿Puedes oírme? ¿Puedes tomar el control?
Zetsuo frunció el ceño en un brusco rictus de desaprobación.
—Joder, ¡¿crees que es el mejor momento para...?!
Pero el Hyūga le ignoró, se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos en una súplica.
—Kokuō. Hazlo por un segundo. Usa el Bijū Bunshin. Sal y quédate conmigo y con Kōri. Ayúdanos... aunque sea por Ayame.
El silencio inundó la casa. Pasó un segundo. Pasaron dos. Incluso tres. Y cuando Zetsuo resopló y se dispuso a darse media vuelta para atender a su maltrecha hija, las temblorosas manos de Ayame se entrelazaron lentamente en sello de la clonación. Una pequeña nube de humo estalló entre el médico y el Hyūga. Tras ella, una réplica exacta de Ayame con los cabellos blancos, los ojos agumarina y las sombras de los párpados inferiores teñidas de rojo carmesí. Su mirada distaba mucho de su habitual calma. Estaba airada, furiosa. Y no hacía nada por disimularlo. Apoyó la mano en el hombro de Ayame, apretándolo con suavidad, y entonces se volvió hacia el resto de los allí presentes.
—Lo siento, Daruu, pero no puedo quedarme con ustedes. El tiempo apremia —Sus manos comenzaron a entrelazarse—. La señorita dejó una marca en el ferrocarril antes de marchar por si... Bueno, por si necesitaba volver. Regresaré enseguida, yo no necesito otra marca para volver.
»Ah, no se acostumbren a esto. Lo hago por ella, no por ustedes. Suficientemente rota está ya.
Un destello rojo inundó la habitación con la última palmada, y Kokuō desapareció sin más. Si todo iba bien, aparecería en el mismo vagón del ferrocarril por el que Ayame se había escapado la última vez. ¿Pero con qué estampa se encontraría?
—Gilipollas —gruñó Zetsuo, entre dientes, antes de comenzar a subir junto a Kiroe.
—Por favor, cuidad de Ayame —imploró Daruu, mientras Zetsuo, Kiroe y Chiiro se la llevaban. Luego, cuando se hizo el silencio, se dejó caer sobre una de las sillas de la pastelería y se dirigió a su sensei—: Yui. Siempre fue demasiado orgullosa. Pero fue una buena líder...
»¿Qué va a pasar ahora? —Daruu levantó la cabeza y miró a Kōri, impasible como de costumbre—. Habrá guerra.
· · ·
Entre Zetsuo y Kiroe, sumergieron a Ayame en la bañera, llena con agua caliente. Hasta entonces ninguno de los presentes había pronunciado palabra alguna. Kiroe no era médica, pero sabía exactamente como proceder por fuerza de la experiencia.
Entonces se sentó en la taza del váter y se llevó las manos a la cara. Comenzó a llorar.
—¡Mamá! —Chiiro se acercó a su madre adoptiva y tiró del pantalón—. ¿Qué pasa? ¡No llores, por favor! ¡Ayame estará bien!
—Nada está bien —contestó—. Nada está bien —repitió.
»No me lo puedo creer... por qué se soltó... por qué esa endiablada mujer se soltó...