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— Por favor, cuidad de Ayame —la última súplica de Daruu detuvo momentáneamente a Zetsuo una última vez.
— Eso siempre —musitó, antes de desaparecer con Kiroe y Chiiro.
Daruu se dejó caer sobre una de las sillas de la pastelería, ahora cerrada al público. Kōri, ya sin su brazo de hielo, se sentó justo enfrente, su rostro igual de inexpresivo que siempre. Aunque por dentro le invadía una amarga preocupación.
— Yui. Siempre fue demasiado orgullosa. Pero fue una buena líder... —comentó Daruu.
Kōri clavó en él sus ojos gélidos.
— Ya la das por muerta —observó. Y entonces lanzó un largo suspiro—. A quién vamos a engañar. Desde que decidió soltarse, poco había que hacer ya. Pero Ayame no podía dejarla. Tendría que haber visto venir que haría algo así.
— ¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Daruu, alzando la cabeza hacia él—. Habrá guerra.
Kōri tardó algunos segundos en responder.
— Shanise-sama se alzará como nueva Tormenta. Alguien tendrá que tomar el puesto de nuevo Arashikage... Y, sí, habrá guerra contra el ejército de Kurama. Se vienen tiempos duros, Daruu. Más nos vale estar preparados.
Los vapores del agua caliente llenaban el cuarto de baño, dificultando la respiración y empañando los espejos. Con ayuda de Kiroe y de Chiiro, Zetsuo había desvestido a Ayame y la había sumergido en la bañera. Tras varios minutos en agua caliente, el color de su piel había mejorado notablemente y ya no tiritaba de aquella manera tan violenta.
Ahora, en completo silencio, Zetsuo pasaba una esponja por su piel, limpiándola con una delicadeza que no parecía encajar para nada con su usual carácter. Kiroe se derrumbó sobre la taza del váter, sollozando.
— ¡Mamá! —exclamó Chiiro, acercándose a ella y tirándole del pantalón—. ¿Qué pasa? ¡No llores, por favor! ¡Ayame estará bien!
«Físicamente, quizás.» Zetsuo se mordió el labio inferior, sin apartar los ojos de su hija. La conocía demasiado bien, y sabía el impacto que debía haber tenido todo por lo que había pasado en su endeble espíritu. Ayame jamás se había enfrentado a una situación así. ¿Cómo saldría de ella? Ni él mismo podía hacer una predicción al respecto. Pero sabía que iba a necesitar ayuda. Mucha ayuda.
— Nada está bien. Nada está bien —repetía Kiroe—. No me lo puedo creer... por qué se soltó... por qué esa endiablada mujer se soltó...
Zetsuo no supo qué responder en un principio. Apretaba las mandíbulas, lleno de rabia, y de un momento a otro golpeó la pared del baño con uno de sus puños apretados.
— ¡Maldita sea! ¡Joder! ¿Cómo hemos llegado a esto? —blasfemó, con los nervios a flor de piel. Yui había muerto. Hacía apenas un día se había presentado en su propia casa para llevarse a Ayame en aquella condenada misión. ¿Cuándo se habían torcido tanto las cosas?
Zetsuo respiró hondo varias veces, intentando serenarse. Su pecho subía y bajaba con cada respiración, dejando escapar un ligero gruñido. No. No podía calmarse. No cuando Amekoro Yui había muerto. No cuando un maldito zorro de nueve colas la había asesinado. No cuando ese puto bijū estaba detrás de su hija y había estado a punto de matarla... Por segunda vez.
No habría un tercer intento.
— No voy a quitarte los ojos de encima. Aunque me odies por ello —le dijo en voz baja a Ayame, aunque ella no podría responderle—. No dejaré que te vayas de nuevo sola.
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«Alguien tendrá que tomar el puesto de nuevo Arashikage...»
¿Zetsuo? ¿Mamá? ¿Kōri...?
¿...Yo?
Recordo un buen día, de hacía mucho tiempo. El día en el que el destino de Oonindo dio un giro de noventa grados. Aquél día, luchó contra Uchiha Datsue por muchas cosas. Por desahogo. Por venganza. Curioso día aquél...
Curioso día aquél. Empezaban como enemigos que se odiaban a muerte, y terminaban compartiendo un saludo afectuoso y revelándose técnicas ninja, ayudándose el uno al otro como si fueran compañeros de Villa.
Daruu se encerró en la cabaña de vacaciones de la familia Amedama y se fue directo al baño para desinfectarse la herida con agua oxigenada y unas gasas. Mientras hacía el trabajo sucio y desagradable, pensó que giros como el de aquél día eran lo que hacía que aquella herida, en el fondo, importase menos. Que la sangre derramada tuviera sentido. A decir verdad, él nunca se había sentido del todo motivado para ser ninja. Había nacido en Amegakure, una aldea ninja, así que el suyo era un oficio común y deseable, con prestigio y considerablemente bien pagado si se te daba bien esto del Ninjutsu. No había habido dudas, y aún así tampoco había habido un proyecto a futuro, una razón de ser. Simplemente, había sucedido.
Pero ahora que comprendía que, como Datsue y Ayame en la ronda de combates del examen, un par de ninjas podían cambiar el curso de Oonindo entero en apenas unos minutos; como él y Datsue ese mismo día también... Ahora que sabía que con su trabajo y sus acciones podía dirigir el rumbo de la humanidad en un rumbo o en otro...
...Daruu estaba seguro de que aquél era su oficio. Que aquella, y otras tantas heridas que estaban por venir valdrían la pena. Porque él quería formar parte de la tripulación cuando hubiera que decidir hacia dónde virar el timón.
Desde aquél día, la perspectiva de Daruu sobre su trabajo había cambiado mucho. Ya no formaba parte de la tripulación. Era parte de los hombres de confianza de su Capitana. Los marineros de su país, sin embargo, estaban acostumbrados a navegar bajo la Tormenta. Ahora la Tormenta se había marchado, y el barco necesitaría un nuevo Capitán...
Recordó aquél día en el Torneo de los Dojos.
Pero los dioses son caprichosos. Suijin no se conformaba con devorar a uno de sus hijos, tenía que obtener el sacrificio adecuado. Por ello, volvió a levantarse con un rugido monstruoso. El público de nuevo volvió a gritar de expectación cuando la ola comenzó a levantarse, derribando a los clones de sombra de Daruu, tomándolos por sorpresa. Como una guerrera del océano, Aotsuki Ayame se abalanzó con un grito de guerra hacia su compañero de aldea, clamando como suyas las aguas que Daruu había liberado del sello. Las sombras hicieron de noche el Valle de los Dojos, al menos para el Hyūga. La luna, allá en el cielo, eclipsó al sol.
Daruu tomó aire y juntó las manos en una palmada. Desde ahí cerró los dedos formando el sello del Mono, y sus brazos se envolvieron en una capa de electricidad cerúlea. Los extendió hacia el centro de la ola, y disparó desde las palmas dos serpientes zigzagueantes de rayo, que se juntaron en una sola, más grande y temible. La serpiente hendió a través del mar como en una leyenda religiosa y lo partió en dos, dejando a Ayame en el aire.
—Y yo seré la Tormenta.
Y fue entonces cuando él se alzó, de un potente salto, con los brazos en cruz. Sus brazos volvieron a invocar a Raijin, y liberó sus Futatsu Mukei con dos cortes directos en forma de equis...
En aquél momento, aquella frase no tenía un sentido, más allá del figurado. Pero Daruu ya había asumido cual sería su destino, incluso si el destino no tenía del todo claro el pesado significado de la palabra Tormenta.
...y después...
—Y tú, Amedama...
»Lidera a mis shinobi de vuelta a Amegakure.
Daruu recordaba aquellas palabras, que se le habían quedado grabadas a fuego. Las pronunció Amekoro Yui, en aquél entonces Señora Feudal por tiempo breve. Y él, también por tiempo breve, cargó con el peso del sombrero. Recordó la presión, el miedo, pero también el orgullo. Cómo le quitaron a Kaido aquél endemoniado sello de Dragón Rojo, con la inestimable ayuda de Datsue. Cómo guió a sus shinobi y kunoichi de vuelta a Amegakure...
...sus shinobi y kunoichi.
Daruu se levantó de la silla de golpe.
— Amegakure no caerá hoy. Ni mañana. El País de la Tormenta no se doblegará —dijo, clavando la vista en su sensei, con los puños cerrados. Una solitaria lágrima cayó por su mejilla izquierda—. Son palabras de Amekoro Yui, la mejor Kage que ha conocido esta aldea. Son las palabras de una heroína del país. Son una guía, son un camino. Los amejin somos ninjas fuertes, entrenados para desempeñar nuestro oficio en las más duras condiciones. ¿¡Deja de caer la lluvia cuando una sola gota cae al suelo!?
» ¿¡Se va la Tormenta para siempre cuando amaina!?
» Siempre estuvimos preparados. Somos amejin. Las dificultades son nuestro elemento.
» Y yo, Kōri-sensei... yo seré la Sombra de la Tormenta. Me propondré como Rokudaime Arashikage.
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27/08/2021, 16:49
(Última modificación: 27/08/2021, 17:02 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Zetsuo había terminado de bañar a Ayame. Con ayuda de Kiroe y de Chiiro, la vistieron con ropas secas y limpias y la llevaron a una habitación vacía. Iba a necesitar calma y silencio, necesitaría descansar antes de recobrar la consciencia y enfrentarse de nuevo a la cruda realidad.
Zetsuo soltó su muñeca después de comprobar por enésima vez su pulso cardiaco y se levantó. Pero sus ojos no se apartaban de ella, y viéndola allí, envuelta entre varias capas de sábanas y edredones, respirando ahora pausadamente y en calma; se veía incapaz de marcharse y dejarla de nuevo sola. ¿Y si se despertaba mientras él estaba fuera y volvía a hacer alguna de las suyas?
— Kiroe, puedes volver. Me quedaré aquí con ella hasta que despierte —decidió al fin.
Daruu se levantó de la silla de repente. Kōri no era muy asiduo a asustarse, al contrario que su hermana, pero sí siguió el movimiento del muchacho con sus ojos escarchados.
— Amegakure no caerá hoy. Ni mañana. El País de la Tormenta no se doblegará —bramó, con los puños cerrados y mirada decidida. Una solitaria lágrima cayó por su mejilla izquierda—. Son palabras de Amekoro Yui, la mejor Kage que ha conocido esta aldea. Son las palabras de una heroína del país. Son una guía, son un camino. Los amejin somos ninjas fuertes, entrenados para desempeñar nuestro oficio en las más duras condiciones. ¿¡Deja de caer la lluvia cuando una sola gota cae al suelo!? ¿¡Se va la Tormenta para siempre cuando amaina!? Siempre estuvimos preparados. Somos amejin. Las dificultades son nuestro elemento. Y yo, Kōri-sensei... yo seré la Sombra de la Tormenta. Me propondré como Rokudaime Arashikage.
«Has crecido, Daruu.»
Kōri que no había pronunciado palabra hasta el momento, se puso de pie, poniéndose a la misma altura que Daruu, y le miró largamente a los ojos. Mucho tiempo había pasado desde que aquel ninja recién salido de la academia había quedado bajo su tutela como su pupilo. Mucho tiempo había pasado desde que habían realizado su primera misión como el Equipo Kōri, irónicamente, en las tierras de Yukio. Pero el Daruu que se presentaba aquel día ante él, era muy diferente de aquel Daruu novato.
— Proponerte como Rokudaime Arashikage... Estás a punto de meterte en el ojo de la tormenta. Vas a ser otro punto de mira en el ojo de Kurama. A Ayame no va a hacerle ninguna gracia...
Kōri cerró los ojos con un suspiro, y la temperatura pareció descender bruscamente varios grados más. Para cuando volvió a abrirlos, sus iris gélidos brillaban como nunca antes lo habían hecho. Brillaban con la fuerza de un iceberg bajo la luz de la luna llena.
— ¿Y crees que es tan sencillo como eso? ¿Crees que puedes decir de la noche a la mañana que te colocarás el sombrero de Arashikage y toda la aldea doblará la rodilla ante ti?
» Primero vas a tener que demóstrarmelo a mí. A tu sensei. Demuestra que eres digno de ese Sombrero o yo mismo te lo arrancaré de la cabeza.
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Kiroe, en una esquina de su habitación, observaba preocupada a Zetsuo. El médico se había quedado mirando a su hija fíjamente con ojos vidriosos diez largos minutos, los cuales transcurrieron en completo silencio. A su lado, Chiiro alternaba miradas con él, con ella y con Ayame, asustada.
—Kiroe, puedes volver. Me quedaré aquí con ella hasta que despierte —decidió al fin Zetsuo.
Kiroe se lo pensó muy bien antes de hablar.
— Zetsuo, te entiendo. No obstante, siendo esta mi propia habitación y siendo tu hija... parte de mi familia —titubeó— , no voy a irme muy lejos. Estaremos en el salón. No dudes en llamar si necesitas algo.
La pastelera tiró de la mano de Chiiro con delicadeza pero con decisión, y cerró la puerta tras de sí después de dejarles solos.
Kōri se puso de pie y le mantivo la mirada a Daruu. Sin saber por qué, el amejin sintió un escalofrío. De repente, tuvo miedo.
Pero el miedo estaba para enfrentarlo.
—Proponerte como Rokudaime Arashikage... Estás a punto de meterte en el ojo de la tormenta.
— Lo sé.
—Vas a ser otro punto de mira en el ojo de Kurama.
— Lo sé.
—A Ayame no va a hacerle ninguna gracia...
— ...lo sé.
Kōri cerró los ojos con un suspiro, y la temperatura pareció descender bruscamente varios grados más. Para cuando volvió a abrirlos, sus iris gélidos brillaban como nunca antes lo habían hecho. Brillaban con la fuerza de un iceberg bajo la luz de la luna llena. Daruu trató de mantener la compostura, pero empezaba a sentirse de verdad en el ojo de una tormenta. De nieve.
—¿Y crees que es tan sencillo como eso?
— No.
—¿Crees que puedes decir de la noche a la mañana que te colocarás el sombrero de Arashikage y toda la aldea doblará la rodilla ante ti?
— No.
»Primero vas a tener que demóstrarmelo a mí. A tu sensei. Demuestra que eres digno de ese Sombrero o yo mismo te lo arrancaré de la cabeza.
Daruu relajó la postura e intercambió el peso de un pie al otro del cuerpo un par de veces.
— Vaya —dijo, al cabo de unos segundos—. Esa frase es más propia de Zetsuo que de ti. Das miedo, sensei. —Intentó que sonara divertido, pero le tembló la voz. Hizo el amago de darle un codazo amistoso dando un paso hacia él, pero se quedó a medio camino y sólo lo hizo parecer más raro. Suspiró y abatió los hombros—. ¿Sabes? Le prometí un combate. A ella —dijo—. Me quedaré con la ilusión para siempre. Pero también quería medirme contra ti, sensei. Desde hace mucho tiempo. No sabes cuánto. —Sonrió, afable—. Kōri-sensei. Ayame tardará un tiempo en recuperar la compostura, y seguro que Shanise no se conforma con un quizá, por mucho que todos sepamos lo que ha ocurrido. Podemos tener este duelo ahora. Quizás me ayude a... relajarme. —Sintió una punzada de dolor en el pecho. Toda la tristeza ahora era furia. Todo el miedo ahora era energía—. Pero si prefieres esperar, quiero que sepas que yo no lo haré, y en cuanto se confirmen nuestras sospechas me ofreceré a la señora Arashikage... Tormenta.
Daruu quería más que nadie que Yui siguiese viva. Pero en el fondo de su corazón había dejado de llovar, como en los peores días que había visto Amegakure.
De hecho, hacía un sol radiante.
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1/09/2021, 09:56
(Última modificación: 1/09/2021, 09:56 por Aotsuki Ayame.)
—Vaya. Esa frase es más propia de Zetsuo que de ti. Das miedo, sensei —comentó Daruu. Parecía haber intentado sonar divertido, pero en el último momento le tembló la voz. Incluso hizo el amago de acercarse más a Kōri, pero se quedó a mitad de camino.
—Es normal. Soy su hijo —respondió él, encogiéndose de hombros ante la evidencia.
Aunque lo cierto era, y nunca lo admitiría bajo aquel techo, que se había querido mostrar más brusco de lo normal ante su pupilo, sólo para probar su determinación ante aquellas palabras. Después de todo, un Kage no podía permitirse el lujo de dudar o cambiar de opinión conforme cambia el viento.
—¿Sabes? Le prometí un combate. A ella —especificó, refiriéndose claramente a Yui sin nombrarla—. Me quedaré con la ilusión para siempre. Pero también quería medirme contra ti, sensei. Desde hace mucho tiempo. No sabes cuánto. —Daruu sonrió, afable—. Kōri-sensei. Ayame tardará un tiempo en recuperar la compostura, y seguro que Shanise no se conforma con un quizá, por mucho que todos sepamos lo que ha ocurrido. Podemos tener este duelo ahora. Quizás me ayude a... relajarme. Pero si prefieres esperar, quiero que sepas que yo no lo haré, y en cuanto se confirmen nuestras sospechas me ofreceré a la señora Arashikage... Tormenta.
Kōri le miró largamente, antes de responder. Sus ojos viraron de Darius hacia la dirección por la que habia desaparecido su padre con su hermana.
—Hoy no —decidió al fin—. No sabemos cuándo despertará Ayame... Ni lo que ocurrirá cuando eso suceda. Necesitamos esa información, su información. Y aún está el asunto de Kokuō... —añadió.
No. Era demasiado pronto para ponerse a combatir. Ambos tenían los sentimientos a flor de piel y había demasiadas incógnitas sin resolver. No podrían concentrarse adecuadamente.
—Dejémoslo para mañana. Al amanecer. Supongo que podrás esperar hasta mañana.
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Hoy no, fue lo que le dijo Kōri. Una parte de él sabía que debía ser así. La otra de verdad necesitaba descargar la adrenalina. Pero era la decisión correcta. Daruu se dio la vuelta, tomó una silla y volvió a sentarse. Echó una mirada distraída a la puerta.
— Espero que Ayame esté bien —dijo.
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¡Puff!
Una nube de humo estalló en el norte, en el vagón casi vacío de un tren en marcha. Casi, porque la corpulenta Yuka, kunoichi corpulenta y fan número uno de Aotsuki Ayame, se encontraba allí llorando desconsolada cuando se encontró a lo que parecía ser un fantasma. No.
Blanco. Copo de nieve. Kurama.
Yuka se abalanzó sobre Kokuō y la derribó al suelo. Con las piernas a ahorcajadas, levantó el puño cerrado y...
...se detuvo.
—¿Qué... quién... Aya... me? —Sucede una cosa. Y es que por muy blanca que fuese Kokuō, tanto casi como Kōri, no podía disimular aquella luna azul de la frente. Al fin y al cabo, se trataba del cuerpo de Aotsuki Ayame. Cuándo el cerebro de Yuka consiguió asimilar lo que sus ojos habían visto, sin embargo, Kokuō se llevaría una desagradable sorpresa—. ¡No! ¡Lo han vuelto a hacer, han revertido el sello!
Por supuesto, todos en Amegakure sabían ya que Ayame y Kokuō compartían cuerpo. Algunos estaban de acuerdo. Otros no. Yuka era de las que estaban de acuerdo, pero también muy, muy asustada. De que Kurama y su hermana conspiraran.
Yuka confiaba en Ayame y era leal a Yui y a Shanise. Pero Ayame había ido al encuentro con Kurama, y ahora, debajo suya, estaba Kokuō.
Su cerebro ató los cabos incorrectos.
Y trató de descargarle un puñetazo en la cara.
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Kokuō volvió a aquel gélido vagón con apenas una pequeña explosión de humo. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, una parte de ella se sentía maravillada ante las posibilidades que tenían los humanos con el uso del chakra. En apenas un parpadeo había recorrido decenas de kilómetros, con el solo uso de un poco de sangre y algo de energía.
Pero no tenía tiempo para esas cosas en aquellos momentos. Pronto se dio cuenta de que aquella bestia metálica a la que llamaban ferrocarril seguía en movimiento hacia Yukio, y que no había ni rastro de las decenas de shinobi que Ayames había dormido con sus ilusiones. A excepción de aquella enorme mujer que ahora lloraba desconsoladamente y que no tardó ni dos segundos en reparar en su presencia. Kokuō quiso hablar, alzar una mano para llamar su atención, pero casi no tuvo tiempo de abrir la boca cuando aquella mujer se le echó encima. La derribó contra el suelo, y el bijū con forma humana reprimió un gemido de dolor cuando el golpe le cortó la respiración. La kunoichi se colocó sobre ella a horcajadas, inmovilizándola, levantó un enorme puño cerrado que debía tener la fuerza de un martillo y entonces...
—¿Qué... quién... Aya... me? —preguntó, visiblemente confundida.
—No —respondió la voz de Kokuō, resaltando lo evidente. Aunque tenía la misma figura que ella, sus cabellos blancos, la mirada afilada de sus ojos aguamarina y la sombra roja de sus párpados inferiores hablaban por ella.
Pero no tuvo tiempo de explicarse antes de que la humana estallara de nuevo, llena de ira:
—¡No! ¡Lo han vuelto a hacer, han revertido el sello!
La kunoichi descargó aquel terrible puñetazo sobre el rostro de Kokuō, que no dudó ni un instante en tomar prestadas las habilidades de Ayame. Sus nudillos sólo encontraron un ruidoso chapoteo de agua, que se escurrió por debajo de ella hasta volver a formar su cuerpo unos metros a su espalda, con las manos levantadas en señal de paz.
—¡Escúchame, humana! ¡Sólo soy un clon, así que si me golpea regresaré sin remedio al cuerpo de la señorita, en Amegakure! He venido a avisaros: tenéis que detener el tren ahora mismo. Os dirigís hacia un matadero.
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—¡AHHHH! —Yuka también sabía que los Hōzuki podían hacer eso, pero nunca lo había visto. No tenía muchas luces, y en ese momento no cayó en que aquello no era una habilidad del bijū sino el famoso Suika. Cuando escuchó la voz de Kokuō a sus espaldas, se dio la vuelta y se retiró, arrastrándose por el suelo del vagón—. ¿Un clon? ¿Matadero? ¿En Amegakure? N... no entiendo nada. Aotsuki se fue a Yukio, Aotsuki...
Sus ojos empezaron a anegarse de lágrimas sin saber muy bien por qué.
»¿Qué ha pasado?
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—¿Un clon? ¿Matadero? ¿En Amegakure? N... no entiendo nada. Aotsuki se fue a Yukio, Aotsuki... —Los ojos de la kunoichi se anegaron de lágrimas. Probablemente, en su mente se estaban dibujando mil y una posibilidades. A cual, peor que la anterior—. ¿Qué ha pasado?
Kokuō la miró fijamente. Se permitió el lujo de bajar los brazos, pero no se movió de su posición para no alertar a la humana.
—Vuestra Tormenta ha muerto —dijo, sin ningún tipo de anestesia. La empatía ninlos remilgos habían sido nunca su fuerte. Y aunque sí lo fuera, no podía permitirse el lujo de andarse con rodeos. Cada segundo perdido era un grano de arena menos en su lado del reloj—. Sí, la Señorita fue a Yukio, ¡y mira que intenté convencerla de que no lo hiciera! Pero no sirvió de nada. Yui ha muerto, y ella estuvo a punto de hacerlo también. Si no fuera por Daruu, que la invocó de vuelta a Amegakure con una de sus técnicas, yo no estaría hoy hablando con usted con este aspecto.
Dejó que sus palabras calaran, pero no esperó mucho más.
—Sé que queréis venganza contra Kurama, sé cómo os sentís, humanos. Pero tenéis que dar la vuelta ahora mismo: Ya no hay nada que salvar en Yukio y sólo conseguiréis que os maten. A todos. No tenéis nada que hacer contra mi he... —Kokuō se interrumpió, apretó las mandíbulas con un gruñido lleno de rabia y entonces se corrigió—: Contra Kurama.
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Yuka miraba a través de Kokuō con el rostro enloquecido, como si no existiera. Sus ojos se movían a toda velocidad, como cuando una duerme, pero con los párpados tan abiertos como la lacerante herida en su corazón. Sin preámbulo, rompió a llorar. Un llanto silencioso, pero lleno de dolor.
—No... no es verdad... —repetía, una y otra vez—. No p-puedes estar hablando en serio... no puedes...
La expresión de su rostro cambió: llegaba la rabia.
»¡Ayúdanos! ¡Ayúdanos a derrotarle! —Se reincorporó. Pese a lo fuerte que aparentaba, le temblaban los brazos y las piernas—. ¡Tú misma lo has dicho! ¡Tu hermano! ¡Sois igual de fuertes, no! ¿¡No!? —Yuka se acercó a Kokuō. No como antes, para agredirla. Sino casi rogando.
Suplicando.
»Si estás aquí, es porque perdisteis, ¿verdad...?
Quizás algún día Kokuō se compadeciese de los humanos. Quizás algún día, aprendiera a formar vínculos con ellos. Pero en ese momento, el Cinco Colas recibió una señal más apremiante que el sufrimiento de una humana: la silueta de Yukio, que cada vez estaba más cerca.
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La noticia cayó sobre la kunoichi como un duro mazazo. No fue difícil verlo.
—No... no es verdad... —repetía, una y otra vez, mientras las lágrimas rodaban de forma silenciosa por sus mejillas. Pero sus palabras no eran una negativa a creerla, eran una súplica—. No p-puedes estar hablando en serio... no puedes...
Kokuō ni siquiera se reafirmó. No necesitó hacerlo, pues el silencio habló por ella misma. Y el mensaje le llegó alto y claro. El rostro de la mujer se contrajo en una súbita mueca de ira.
—¡Ayúdanos! ¡Ayúdanos a derrotarle! —bramó, reincorporándose. Pero sus brazos y sus piernas temblaban. Estaba tan dolida como aterrorizada—. ¡Tú misma lo has dicho! ¡Tu hermano! ¡Sois igual de fuertes, no! ¿¡No!? —suplicaba, acercándose al bijū.
Pero Kokuō lanzó un largo suspiro, cargado de pesar.
—No. No lo somos —admitió al fin, llena de rabia. Kurama siempre se había jactado de ser el hermano mayor y el más fuerte de todos. Y era imposible luchar contra aquella obviedad. Kokuō era muy consciente de que no podría ella sola contra él, pero incluso dudaba de conseguirlo con la fuerza de Shukaku y Chōmei juntas.
—Si estás aquí, es porque perdisteis, ¿verdad...? —dijo al fin, comenzando a aceptar la verdad. La cruda verdad.
—Sí —Kokuō giró la cabeza entonces, hacia las ventanillas. La figura de Yukio acercándose cada vez más había llamado su atención, y el Gobi apretó las mandíbulas con una maldición—. Escuche —añadió, acercándose a la kunoichi y tomándola por los hombros—. He venido a ayudaros, pero no de la forma que creéis. Ya habrá tiempo para llorar a la Tormenta, ya habrá tiempo para la venganza. Pero ahora tenéis que detener este tren, y tenéis que hacerlo ya. Tenéis que volver a Amegakure o todos ustedes moriréis allí. No hay alternativa —Kokuō se detuvo bruscamente, sus ojos mirando con intensidad a la humana que tenía entre sus manos—. He venido porque la Señorita me lo pidió. No quiere perderos también a ustedes. No os embarquéis en una misión suicida.
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Yuka se quedó mirando a Kokuō, casi implorante, mientras ésta la tomaba por los hombros. Era curioso: mirar a un bijū desde arriba. Sin saber muy bien por qué eso le parecía tan gracioso, la mujer soltó una risa triste.
—Escuche... Kokuō —dijo, cambiando el modo de hablar para adaptarse a ella—. Usted estuvo aquí cuando se produjo la discusión. Desde que nos despertamos, casi no se ha pronunciado palabra alguna. Yo puedo entender lo que me dice y puedo creerla. No estoy preparada todavía para aceptar que está de nuestro bando. Todavía es difícil de creer. Pero yo no perdí a nadie en la Ciudad Fantasma.
»Hay otros aquí que sí. Usted mató a sus familias. No importan los motivos —se apresuró a decir, negando con la cabeza—. Pero no le escucharán. Y tampoco me escucharán a mí. A duras penas tienen en cuenta ya la opinión de Yokuna, y es quien nos lideraba antes de que Ayame nos...
Se pensó un poco lo que iba a decir. Se mordió el labio y apartó la mirada.
»...nos abandonara. Hay cierto enfado... hay quien quería luchar a su lado... hay...
»No, no nos escucharán —repitió, agarrándose el brazo—. Aunque lo escuchasen de la mismísima Ayame, algunos preferirían morir junto a Yui que vivir sabiendo que no intentaron vengarla.
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La kunoichi soltó una risa. Pero era una risa que se alejaba mucho de sonar alegre.
—Escuche... Kokuō —dijo—. Usted estuvo aquí cuando se produjo la discusión. Desde que nos despertamos, casi no se ha pronunciado palabra alguna. Yo puedo entender lo que me dice y puedo creerla. No estoy preparada todavía para aceptar que está de nuestro bando. Todavía es difícil de creer. Pero yo no perdí a nadie en la Ciudad Fantasma. Hay otros aquí que sí. Usted mató a sus familias. No importan los motivos. Pero no le escucharán —se apresuró a añadir. Seguramente, al percibir una tenebrosa sombra cruzando los ojos del Bijū, en su forma humana—. Y tampoco me escucharán a mí. A duras penas tienen en cuenta ya la opinión de Yokuna, y es quien nos lideraba antes de que Ayame nos... nos abandonara —agregó, apartando la mirada y mordiéndose el labio inferior—. Hay cierto enfado... hay quien quería luchar a su lado... hay... No, no nos escucharán —repitió una vez más, agarrándose el brazo en un gesto defensivo—. Aunque lo escuchasen de la mismísima Ayame, algunos preferirían morir junto a Yui que vivir sabiendo que no intentaron vengarla.
Los ojos de Kokuō seguían clavados en la mujer, duros como dos espadas de acero templado. Era incapaz de comprender a los humanos. Su lógica y su forma de actuar escapaba muchas veces a su comprensión. Se estaban dirigiendo de cabeza a su propio exterminio y nada parecía hacerles cambiar de opinión. Sólo recibía protestas y más protestas, a cada cual más ridícula que la anterior. Terminó soltándola, pero sus ojos volvieron a mirar por la ventana. Yukio estaba cada vez más cerca, y si tenía que convencer a todos y cada uno de los testarudos shinobi de aquel cacharro con ruedas, no lograrían hacerlo a tiempo.
—No me importa si me creen o no. No me importa si la creen a usted. No estoy aquí por ustedes, estoy aquí por la Señorita —repitió, con mucha más crudeza que la vez anterior—. Y no tengo tiempo de ir convenciendo a cada uno de ustedes. Si tengo que detener este trasto con mis propios cascos. Así lo haré. —Aunque tuviese que abrirse paso por todo el ferrocarril hasta llegar a la sala de máquinas—. Dígame qué tengo que hacer para parar esto. Luego ya habrá tiempo de convencer a quien haga falta. Mire que he visto a la Señorita hacer locuras; pero, maldita sea, parece que los humanos tengan ganas de morir. ¿Tan suicida pueden llegar a ser?
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—Me temo que sí... —contestó Yuka, sin pensárselo dos veces—. Para muchos, Yui es... era, la esencia de Amegakure. Para otros, la única que quedaba a la que pudiesen llamar familia. —Se detuvo un momento. ¿Y si...?—. Espere, Kokuō. La sala del maquinista.
»Kokuō, el ferrocarril tiene dos vagones de maquinista. Uno para una dirección, y otro para la otra. Los trenes son más o menos automáticos, pero es posible activar un freno manual. Y cuando esté parado... —Yuka daba vueltas por el vagón. Al parecer, conocía bastantes detalles sobre el ferrocarril de Amegakure—. ...cuando esté parado, podemos cambiar el sentido y huir hacia Shinogi-to.
»¡Yo me encargaré! Pero tenemos un problema. Seguro que desde el otro extremo desactivan el freno, o vienen a investigar. Habrá una pelea. Como le he dicho, algunos no aceptarán la retirada. ¡Tiene que asegurarse que el tren no puede volver a circular hacia Yukio! ¡Tiene que hacerlo! ¡De alguna forma, rápido!
Sin apenas dejarle tiempo para contestar, Yuka abandonó el vagón corriendo hacia la parte trasera del tren.
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