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Su cuerpo era un relámpago que centelleaba en las dunas del desierto. Era rápido, muy rápido. La electricidad imbuía todo su cuerpo y la arena que levantaba sus pisadas volaba como si fuese arrastrada por un huracán. Pero no era suficiente. No contra lo que se enfrentaba.
Uchiha Zaide acostumbraba en los últimos tiempos a dar la sorpresa. A aparecer cuando menos se le esperaba. A bajar el hacha y dictar sentencia. Pero no siempre fue así. Hacía no muchos años, Dragón Rojo había sido su peor enemigo, y cada vez que su cuerpo se forzaba a correr era para huir.
Aquella era una de esas veces.
El empeine de su pie golpeó una roca saliente y su cuerpo cayó sobre la arena. Rodó y rodó hasta dar con sus huesos contra la falda de la montaña dorada. Quiso levantarse, pero no pudo. El sol pegaba tan fuerte y se encontraba tan mareado que lo único que pudo hacer fue yacer allí, empapado en sudor y con los labios agrietados y secos.
Con sus últimas fuerzas, formó una cadena de sellos y se mordió el pulgar.
Se despertó con un dolor de cabeza terrible. La temperatura era fresca, no obstante, y estaba a la sombra. Eso estaba bien. Seguía vivo, a todo esto. Suponía que eso también estaba bien. Por un momento, cuando abrió los ojos, el mundo a su alrededor fue una mancha de nubarrones oscuros. Tras parpadear varias veces más el mundo se convirtió en un prado de hierba azul y brillante como miles de luciérnagas en una noche sin luna.
— Joder… ¿Me he metido otra vez omoide? —Se pasó un dedo por los dientes. Lo único que vio fue sangre seca. De hecho, tenía la cara, las manos y los brazos embadurnados en sangre seca. Recordó con alivio que gran parte no era suya. Gran parte— . ¿El Bosque de Azur?
Era la única alternativa que le encajaba. A su lado yacía una momia. Yota, más bien, envuelto en vendas. Su ojo sano captó una pluma junto a él. Ató los pocos cabos que le quedaban por atar y chasqueó la lengua.
— Maldita sea mi suerte, joder.
Tras comprobar que seguían solos, arrancó la etiqueta de sellado sin siquiera levantarse y aguardó, allí tumbado. ¿A qué Yota se encontraría hoy? ¿Al iracundo que se cagaba en todos los santos y todos los dioses habidos y por haber? ¿O al que aceptaba su destino con la boca cerrada y un caramelo en ella?
Con ese chico nunca se sabía, y por eso seguía esposado.
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Como si de un robot se tratase, mi cuerpo volvió a activarse una vez que el fuinjutsu de aquellas telas fue desapareciendo al ritmo que las propias telas iban cayendo al suelo. aquella sensación que había experimentado tanto Daigo en los últimos dçias y ahora me había tocado a mí. Mis ojos se abrieron y empezaron a observar con cierta perplejidad los alrededores. La última información que poseía era que nos íbamos al desierto con Zaide y Daigo pero aquello no tenía pinta de desierto. Ni mucho menos. Traté de mover mis brazos y la atadura de los grilletes me lo impidieron. Chasquee la lengua.
— Esto debe significar que sigo vivo — pensé en voz alta.
Posé mi culo en el suelo y crucé las piernas. Con la mirada trataba de buscar a Daigo, pero también a Zaide. solo alcancé a ver al Uchiha, pues no lograba ver al peliverde. Chasquee la lengua otra vez.
— Así que ya lo has entregado — dije con la cabeza gacha — Supongo que ya tienes lo que anhelabas, ¿por qué te tomas tantas molestias en mantenerme vivo?
«¡Púdrete con tu sucio y asqueroso dinero, hijo de puta!»
El destino y mi desempeño en el valle del fin habían provocado que Daigo estuviera más que sentenciado y estaba viviendo, al menos por el momento para experimentar las mieles de la derota en mis labios.
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Se quedó mirando a Yota por unos instantes, con expresión seria. Responder a su pregunta no era fácil. Serle franco era una buena opción, claro.
—Creo… Creo que… Creo que me he enamorado de ti.
Buena, pero no divertida. Su propia broma le arrancó una carcajada. Así de solo se encontraba, que tenía que hacerse reír a sí mismo. Joder, cuánto echaba de menos a sus camaradas. A los de verdad. A Aiza. Kuma. Incluso a Katame. El tío había sido un bastardo hijoputa, pero no podía negarle la guasa. Hasta casi los últimos tiempos, siempre había conseguido arrancarle una carcajada incluso en los momentos más jodidos.
Extendió un pergamino en el suelo y de su interior salió una garrafa de agua, que usó para refrescarse primero y luego limpiarse la sangre seca del rostro y las manos.
—Lo cierto es que me sorprende hasta a mí mismo —dijo, esta vez en serio—. Hace tiempo te hubiese rajado el cuello y no te hubiese dedicado ni un segundo pensamiento. Pero después de… —Su mirada se perdió por un instante en la bóveda multicolor de ramas y hojas que se alzaban sobre sus cabezas. Eran tan espesas que ni se intuía el sol. Carraspeó—. Supongo que preferiría no volver a matar a nadie a sangre fría… salvo que me fuercen la mano.
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—Creo… Creo que… Creo que me he enamorado de ti.
En otra condiciones me hubiese levantado como si fuese un muelle y le hubiese propinado una buena patada en los morros, pero me convenía ser un buen chico. De cualquier modo, la respuesta de Zaide no pudo evitar que mi rostro se desencajase y volviese a su estado original al escuchar la carcajada del barbudo.
—Lo cierto es que me sorprende hasta a mí mismo —dijo, esta vez en serio—. Hace tiempo te hubiese rajado el cuello y no te hubiese dedicado ni un segundo pensamiento. Pero después de…
Era raro. Un asesino a sangre fría como él como si se estuviese abriendo en canal allí mismo, en medio de aquel bosque de árboles de todos los tonos azules que uno pudiese imaginar. No obstante durante todo mi cautiverio estaba descubriendo un Zaide distinto al que nos habían pintado desde fuera. Era un capullo y un miserable, esto era así. Sin embargo, se estaba mostrando mucho más humano de lo que uno podía imaginarse si uno se quedaba con la imagen de que fue uno de los impulsores de la masacre del valle de los Dojos.
—. Supongo que preferiría no volver a matar a nadie a sangre fría… salvo que me fuercen la mano.
— Hay algo que quería preguntarte. — dije con seriedad llevando mi mirada al cielo que no alcanzaba a ver debido a la gran cantidad de ramas y hojas — ¿Por qué Kintsugi no pagó el rescate? ¿Qué te dijo cuando le pediste el dinero del rescate?
Simplemente necesitaba saberlo. Como cuando un perro es abandonado en la cuneta del camino por el que ha sido su dueño desde un primer momento. Jamás pensé que uno podía sentirse tan solo y vulnerable. Y ahora sin Daigo, quién parecía que ya estaba en manos de Nathifa en la Prisión del Yermo, lo cual no dejaba de torturarme, como si de una gota malaya se tratase.
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Zaide le pasó la garrafa de agua a Yota —debía de estar sediento— antes de responder a su pregunta.
—Creo que estaba dispuesta a pagar —dijo, sincero—. O eso parecía hasta que escuchó el precio. Treintaicinco mil por tu cabeza. —Sonrió—. Una buena suma, ¿huh? Su respuesta fue un apuñalamiento por la espalda. Tuviste suerte de que era un clon.
Porque como hubiese muerto aquel día… Yota y Daigo se hubiesen ido con él al Yomi.
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—Creo que estaba dispuesta a pagar
Si ya estaba muerto de curiosidad por conocer la verdad, tras las primeras palabras toda mi atención estaban absolutamente pendientes de lo que dijese. Nada a mi alrededor importaba, solo la verdad sobre aquel rescate y la posición de Kintsugi. Ni siquiera uno de mis caramelos podría interesarme más que lo que fuese que tuviese que decir.
—. O eso parecía hasta que escuchó el precio. Treintaicinco mil por tu cabeza.
— ¿Treinta y cinco mil?
Es que no tenía ningún sentido. Mi cabeza no valía eso. Incluso yo lo sabía. Lo que empezaba a pensar es que zaide tan solo quiso vacilar a la Morikage, hacerse el molón y esas cosas y probar fortuna.
—. Una buena suma, ¿huh? Su respuesta fue un apuñalamiento por la espalda. Tuviste suerte de que era un clon.
Chasquee la lengua en una especie de confusión de sensaciones. Por un lado de me daba rabia, mucha rabia. Evidentemente que Kusagakure sería capaz de sacar esa suma de dinero. Por otro era consciente de que no era como el que va a por un bote de dangos y que tendría sus consecuencias para la economía de la aldea. Joder, era el primero al que le jodía haber sido capturado. Pero entonces recordé algo.
— ¡Maldita sea! Así que para eso me jugué la vida para proteger la aldea del ataque de un General de Kurama, ¿eh? Para que a als primeras de cambio me den la puta espalda
Era una sensación extraña ver toda la rabia que recorría mi ser en aquellos momentos. Me sentía como el perro que es abandonado en la cuneta. Ni más ni menos. Entonces me percaté de la garrafa e hice un ademán de ir a beber pero...
— Voy a necesitar que me la inclines un poco — dije mientras mi boca se acercó a la, boca de la garrafa.
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Zaide rio ante el comentario. Fue una risa agria.
—Al final eres un bien prescindible, ¿huh? Una pieza sacrificable —dijo, inclinando la garrafa para que bebiese un poco. Cuando hubo terminado, cerró la botella y volvió a sellarla en el pergamino, que introdujo en el portaobjetos—. El Conejo Blanco estuvo presente durante la charla, ¿te llegué a contar?
Mientras hablaba, Zaide volvió a otear a su alrededor. Apoyó un pie en el suelo, las manos en la rodilla, y se levantó con esfuerzo. Debían empezar a caminar, ¿pero hacia dónde? La bóveda de ramas y hojas que se alzaba sobre sus cabezas era demasiado espesa como para ver el sol —ni las estrellas, cuando fuese de noche—, y no contaba con una brújula a mano.
—¿Has estado alguna vez en el Bosque de Azur, Yota?
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Con la ayuda de Zaide alcancé a beber un poco de aquel agua. La verdad es que sin darme cuenta la había necesitado más de lo que creía y me llegaba a encontrar algo mejor. estaban siendo jornadas bastante convulsas y mis tiempos sin cautiverio parecían tan distantes...
«Maldita sea, tiene la puta razón»
Y eso me carcomía por dentro. Pensar que desde mi propia aldea, la mismísima Morikage pensase que era una mejor opción dejar que la suerte decidiese mi futuro más inmediato. Y no solo el mío, sino también el de Daigo.
— Ranko...
Así que ella también lo sabía. como podría mirarla de nuevo a la cara. Osea, si es que tenía la oportunidad de hacerlo de nuevo. Zaide volvió a sellar la garrafa de agua en su pergamino y me preguntó por aquel maldito bosque que se antojaba tan raro.
— No, creo que es la primera vez que estoy aquí — dije lanzando una mirada a mi alrededor — ¿Es aquí donde vas a rajarme las tripas?
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Zaide puso cara de asco.
—Puag… qué bestia. —Rajar las tripas a alguien era asqueroso. Te llenabas de bilis, de puto vómito y olía horrible—. Yo soy un ninja a la antigua, Yota. Si has de morir por mi mano, que sea con algo más limpio. Como un hachazo al cráneo. Te lo has ganado.
No es que fuese exactamente limpio, tenía que reconocerlo, pero al menos solo te manchabas de sangre. Normalmente. Recordaba aquella vez en la que…
—Yo tampoco he estado aquí nunca —dijo, apartando aquella macabra imagen de su mente—. Ya sabes lo que dicen de los que se adentran demasiado. Por no hablar de las patrullas de Amegakure. Joder, no sé ni como hemos llegado hasta aquí de una pieza.
Miró a su alrededor una vez más. Después escogió una dirección al azar. Que el destino decidiese por él.
—Vamos —le pidió a Yota, empezando a caminar.
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—Puag… qué bestia.
Arquee una ceja, incrédulo ante la repentina repugnancia que destilaba mi captor.
—. Yo soy un ninja a la antigua, Yota. Si has de morir por mi mano, que sea con algo más limpio. Como un hachazo al cráneo. Te lo has ganado.
«Sí, seguro que eso es muy limpio y ni siquiera te manchas»
Sin embargo, ni yo, ni al parecer Zaide teníamos previsto permanecer en aquel lugar ad eternum. Aquel sitio era un lugar que pocos habían explorado y los que lo habían hecho se habían ocupado de hacer conocer historias y leyendas de los peligros y del misticismo que rodeaba todo aquel lugar. Y allí estábamos los dos en medio de aquel lugar que solo podía haber creado el regente del Yomi.
—. Ya sabes lo que dicen de los que se adentran demasiado. Por no hablar de las patrullas de Amegakure. Joder, no sé ni como hemos llegado hasta aquí de una pieza.
Asentí con la cabeza. Era muy consciente de en el problema en el que nos había metido el jodido Uchiha. Igual, incluso, aquel era el modo que tenía de matarme sin mancharse las manos. De forma literal, de hecho.
—Vamos
— Espera, espera. No pretenderás que me meta allí dentro con las manos atadas y sin poder usar chakra, ¿verdad?
Lo jodido es que lo más probable es que si que lo pretendiese.
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Yota le arrancó una sonrisa. El chico sabía la respuesta a su pregunta, de eso no tenía dudas, pero Zaide tenía que concederle que aún así seguía intentándolo. Supuso que venía de fábrica en todos los kusajines: no rendirse, sin importar las circunstancias.
—Considéralo un piropo, Yota. —En parte lo era—. Prefiero arriesgarme a no tener ayuda en el Bosque de Azur a tu Chidori por la espalda.
»O peor aún —añadió, sin poder retener su lengua—, a que me muestres a alguien que no quiero ver en forma de zombie.
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Evidentemente que mi pregunta resultó ser al final más retórica que otra cosa. En cierto modo esperaba aquella reacción, pero no por ello dejaba de ser decepcionante. Es decir, por un lado era muy consciente de que si el peligro nos acechaba, Zaide era más que capaz de enfrentarlo por si mismo, por algo era el Uchiha más buscado de todo Ōnindo, pero nadie me aseguraba que llegados a ese punto si Zaide tenía que escoger entre su vida o la mía no iba a tardar más de un milisegundo a tomar la decisión. Probablemente sería la decisión más sencilla de toda su vida.
—, a que me muestres a alguien que no quiero ver en forma de zombie.
El muy cabrón tuvo la desfachatez de cachondearse sobre eso. Aquello si que fue un buen golpe bajo.
— Si lo piensas fríamente es la única manera de que consigas una cita con tu amada Morikage
Poco me conocía si pensaba que iba a callarme. Poco tenía ya que perder. Me levanté y me dispuse a seguirle con la esperanza de que tuviésemos un golpe de suerte y pudiéramos evadir los peligros que habitaban aquel bosque maldito. Bonito pero maldito.
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Yota le arrancó una media sonrisa.
—¿Eso crees? No la viste cuando me tuvo enfrente, Yota. La intensidad con la que me miraba… Oh, yo diría que tener una cita conmigo es algo que está deseando.
Apostaba a que si se daba sería de lo más pasional. Eso le hizo recordar lo intenso que se volvía Yota cuando…
—Ey —dijo, lanzándole un caramelo para que lo cazase al vuelo con la boca—. Bueeeeen chico —no pudo evitar cachondearse—. Disfrútalo. Me estoy quedando sin ellos.
Zaide continuó la marcha. ¿Adónde llevarían sus pasos? ¿A la salida? ¿Hacia el corazón del bosque? No lo sabía. En aquellos momentos, lo único que podía hacer era confiar en su suerte y consolarse con que, en realidad, fuera del bosque tampoco es que estuviese más a salvo.
Las tres grandes Villas le buscaban, después de todo, y Ōnindo entera quería su cabeza.
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—¿Eso crees? No la viste cuando me tuvo enfrente, Yota. La intensidad con la que me miraba… Oh, yo diría que tener una cita conmigo es algo que está deseando.
Era cierto. No había tenido la oportunidad de ver la reacción de Kintsugi in situ y, aunque no estaba diciendo aquello en serio, sino más bien para pincharlo era conocedor de que la vida tiene la capacidad de sorprenderte en el momento menos pensado.
— No te fies, las apariencias nunca suelen ser lo que parecen. En Kusagakure somos muy conscientes de que las apariencias engañan. Mira a mi amigo Jurete. Lo que ocurrió entre él y Kenzō-sama fue de todo menos predecible
Poco después el Uchiha me lanzó otro de aquellos caramelos que tuve que cazar al vuelo. Al menos me relajaba un poco en medio de aquel infierno azul en el que me había visto inmerso. Creo que era lo único que podía llegar a calmarme en aquel momento.
«Maldita sea, ¿ya se los ha acabado?»
entonces hay que salir de aquí cagando hostias e ir a comprar unos cuantos
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25/10/2021, 22:32
(Última modificación: 25/10/2021, 22:38 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El Bosque de Azur era un lugar prohibido. Un lugar rodeado de leyendas y rumores, a cada cual más tenebroso y escalofriante que el anterior. Situado al oeste del País de la Tormenta, ni siquiera los shinobi de Amegakure se habían atrevido a adentrarse en sus profundidades. De hecho se decía que, quienes lo habían hecho, no habían regresado jamás... y los que regresaban habían perdido su mente en el proceso, y terminaban por olvidar lo que fuera que hubiesen visto en aquel bosque.
Pero ahora la fortuna había invitado a dos nuevos visitantes al Bosque de Azur. Uchiha Zaide y Sasagani Yota estaban ahora encerrados entre barrotes con forma de troncos de árboles. ¿Era de día o de noche? No podían saberlo. El follaje era demasiado denso como para poder ver el cielo sobre sus cabezas y las hojas no dejaban pasar ni un solo rayo de luz de sol o de luna. Sin embargo, no se encontraban a oscuras. Bajo sus pies, la hierba brillaba con un misterioso y hermoso destello azulado que tintaba el ambiente e iluminaba sus titubeantes pasos. Uno de ellos, encadenado como un preso. ¿Pero hacia dónde se dirigían? Sin poder contar con el sol o las estrellas, se hacía difícil la tarea de orientarse. Y, si las leyendas que circulaban alrededor de aquel bosque eran ciertas, los peligros acechaban detrás de cada tronco.
El primero llegó en forma de voz humana, a unos quince metros a su derecha.
— ¡Eh! ¿Quién anda ahí? ¡Está prohibido el acceso! ¡Identificaos!
Un shinobi de Amegakure se acercaba a ellos desde la distancia, apartando las ramas de los arbustos que se cruzaban frente a él. Iba seguido de cerca por otra kunoichi. Ambos con katanas a sus cinturas. Ambos, con la misma actitud hostil.
Y es que, era cierto, Amegakure había dispuesto a varios de sus shinobi a vigilar el Bosque de Azur. O, más bien, a vigilar que nadie fuera tan insensato como para adentrarse en sus profundidades.
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