27/04/2016, 21:02
(Última modificación: 28/04/2016, 00:11 por Hanamura Kazuma.)
Ante la mirada impiadosa del Ishimura, el joven Uchiha decidió abandonar su escondite y aquellas pretensiones de mantenerse al margen del conflicto. En aquel momento, Kazuma espero a que el muchacho se pusiera de su lado y se entregará al inevitable combate que debía de suceder, pero lo que Datsue hizo luego estaba muy alejado de la muestra de fuerza y valor que estaba esperando.
Se acercó caminando hacia el que parecía ser el jefe de los bandidos.
—Me gustaría hacer un trato —pidió, llevándose con lentitud una mano al bolsillo interior de su yukata—. No sé si lo sabéis, pero soy uno de los participantes del Torneo. Aquel que aceptó un diamante como soborno… —añadió, convencido de que habrían oído la historia—. Era un diamante de los gordos. De esos que valen una fortuna… ¿Qué os parece si os doy ese diamante y olvidamos todo esto, ¿eh? —dijo, sacando el diamante de su bolsillo para que todos lo pudiesen ver.
Todos los presentes abrieron por completo los ojos cuando la luz mortecina de la tarde lluviosa dio de lleno en aquella gema. Los matones que se habían quedado a raya hasta ahora se acercaron con bocas babeantes y ojos chispeantes, era imposible no impresionarse ante tal cristal… Bueno, imposible para quien no fuera Kazuma o aquel maltratador de camareras. El sujeto vio el diamante al igual que alguien que ha comido a reventar ve un plato de comida insípida, sin el menor interés o emoción alguna.
«¡Datsue, cabezota ¿Qué crees que haces?! —sabía muy bien cómo podría terminar aquel insulso intento de compra—. ¡Este no es un rufián cualquiera!»
Por más que deteste admitirlo, aquel sujeto se parecía a él y por tanto podía comprender cómo reaccionaría ante distintos estímulos. Había estudiado, como si de especies animales se tratara, cada tipo de bandido y rufián que existía. Primero estaban los idiotas; quienes hacían las cosas porque sí y porque era fácil someter a los más débiles utilizando su poder, cobardes al final, los que habían enfrentado en la mañana. Luego estaban los codiciosos; los que le pegarían a su propia madre si le pagaban lo suficiente por ello, difíciles de disuadir, aquellos que él pelinegro vio en los que entraron al local. Finalmente estaban lo verdaderos villanos; eran aquellos a los que no les interesaba el dinero y que solo causaban dolor por una mera satisfacción personal, seres que ni se molestaban en dilucidar conceptos como el bien y el mal.
Aquel que ahora se levantaba frente al Uchiha era uno de estos últimos, un ser igual y opuesto al Ishimura. Un ser que solo quería ver arder al mundo.
—Lo siento, pero no puedo aceptarlo —se disculpó con una sonrisa mientras se levantaba—. Yo soy un hombre de principios… Uno de ellos reza que “Las mejores cosas de la vida no se pueden comprar”. Como el sufrimiento humano... Como el tuyo, por ejemplo.
El sujeto abrió sus ojos y fijó su mirada gélida en el chico que tenía delante de él. Por un instante concentró su atención solo en el joven, que era más bajito, y comenzó a mover de forma extraña su mano. Estuvo a punto de ponersela encima, cuando el filo de una espada amenazando su ojo hizo que retrocediera.
—Eso estuvo cerca… Para ambos —dijo mientras se acomodaba el sombrero—. Pero como ya les he dicho; Solo he venido a hablar, no tienen por qué ponerse tan locos.
Datsue sentiría el frío filo de la espada de Kazuma rozando su abdomen. De cierta manera la escena se convirtió en algo bastante fuerte. Daba la impresión de que el de ojos grises había apuñalado a su compañero para poder alcanzar a su enemigo, pero la verdad era otra.
—Yo también tengo principios que se aplican a la gente como tú. —Aseguro con una frialdad notable.
Bohimei había atravesado de lleno el yukata y de haber tenido filo le hubiera sacado las vísceras al muchacho. Por supuesto, el espadachín activo la capa de chakra que despojó de filo a su arma, para evitar que eso pasara. Pero el chico no sabía esto, él supondría que se encontraba a salvo gracias ,únicamente, a su milagrosa piel y no a las intenciones asesinas del peliblanco, pues para él aquella era un arma mortal en toda la definición de la palabra.
Se acercó caminando hacia el que parecía ser el jefe de los bandidos.
—Me gustaría hacer un trato —pidió, llevándose con lentitud una mano al bolsillo interior de su yukata—. No sé si lo sabéis, pero soy uno de los participantes del Torneo. Aquel que aceptó un diamante como soborno… —añadió, convencido de que habrían oído la historia—. Era un diamante de los gordos. De esos que valen una fortuna… ¿Qué os parece si os doy ese diamante y olvidamos todo esto, ¿eh? —dijo, sacando el diamante de su bolsillo para que todos lo pudiesen ver.
Todos los presentes abrieron por completo los ojos cuando la luz mortecina de la tarde lluviosa dio de lleno en aquella gema. Los matones que se habían quedado a raya hasta ahora se acercaron con bocas babeantes y ojos chispeantes, era imposible no impresionarse ante tal cristal… Bueno, imposible para quien no fuera Kazuma o aquel maltratador de camareras. El sujeto vio el diamante al igual que alguien que ha comido a reventar ve un plato de comida insípida, sin el menor interés o emoción alguna.
«¡Datsue, cabezota ¿Qué crees que haces?! —sabía muy bien cómo podría terminar aquel insulso intento de compra—. ¡Este no es un rufián cualquiera!»
Por más que deteste admitirlo, aquel sujeto se parecía a él y por tanto podía comprender cómo reaccionaría ante distintos estímulos. Había estudiado, como si de especies animales se tratara, cada tipo de bandido y rufián que existía. Primero estaban los idiotas; quienes hacían las cosas porque sí y porque era fácil someter a los más débiles utilizando su poder, cobardes al final, los que habían enfrentado en la mañana. Luego estaban los codiciosos; los que le pegarían a su propia madre si le pagaban lo suficiente por ello, difíciles de disuadir, aquellos que él pelinegro vio en los que entraron al local. Finalmente estaban lo verdaderos villanos; eran aquellos a los que no les interesaba el dinero y que solo causaban dolor por una mera satisfacción personal, seres que ni se molestaban en dilucidar conceptos como el bien y el mal.
Aquel que ahora se levantaba frente al Uchiha era uno de estos últimos, un ser igual y opuesto al Ishimura. Un ser que solo quería ver arder al mundo.
—Lo siento, pero no puedo aceptarlo —se disculpó con una sonrisa mientras se levantaba—. Yo soy un hombre de principios… Uno de ellos reza que “Las mejores cosas de la vida no se pueden comprar”. Como el sufrimiento humano... Como el tuyo, por ejemplo.
El sujeto abrió sus ojos y fijó su mirada gélida en el chico que tenía delante de él. Por un instante concentró su atención solo en el joven, que era más bajito, y comenzó a mover de forma extraña su mano. Estuvo a punto de ponersela encima, cuando el filo de una espada amenazando su ojo hizo que retrocediera.
—Eso estuvo cerca… Para ambos —dijo mientras se acomodaba el sombrero—. Pero como ya les he dicho; Solo he venido a hablar, no tienen por qué ponerse tan locos.
Datsue sentiría el frío filo de la espada de Kazuma rozando su abdomen. De cierta manera la escena se convirtió en algo bastante fuerte. Daba la impresión de que el de ojos grises había apuñalado a su compañero para poder alcanzar a su enemigo, pero la verdad era otra.
—Yo también tengo principios que se aplican a la gente como tú. —Aseguro con una frialdad notable.
Bohimei había atravesado de lleno el yukata y de haber tenido filo le hubiera sacado las vísceras al muchacho. Por supuesto, el espadachín activo la capa de chakra que despojó de filo a su arma, para evitar que eso pasara. Pero el chico no sabía esto, él supondría que se encontraba a salvo gracias ,únicamente, a su milagrosa piel y no a las intenciones asesinas del peliblanco, pues para él aquella era un arma mortal en toda la definición de la palabra.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)