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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#75
Para el momento en que la guardia de la ciudad llegó al sitio de la pelea todo había acabado. Eran un grupo de seis samuráis novatos que, aunque flojos, no pudieron eludir el angustioso pedido de ayuda de las personas del restaurante. Lo que encontraron en aquel lugar los dejo perturbados y desconcertados a partes iguales. La calle estaba completamente destrozada, como si hubiese pasado un huracán o como si se hubiera librado una batalla entre dos grupos fuertemente armados de samurais.

¿Qué fue lo que pasó aquí? —Le costaba comprender las dimensiones del daño—. Dijeron que había una pelea, pero más bien parece que hubiese habido una guerra.

¡Miren ahí! —gritó señalando al medio de la calle—. Encaja con la descripción que nos habían dado.

Piel morena y cabello blanco, si, debe ser el muchacho. —Intuyo el que hacía de líder.

En el centro de todo aquel desastre se encontraba Kazuma. Se le veía de pie y tembloroso, con la espada clavada en el suelo a manera de apoyo. Todo el espacio a su alrededor daba muestras de la ferocidad del combate que había librado. Había postes rotos y tapas de alcantarilla incrustadas en varios sitios. Había docenas de surcos en el suelo y en las paredes como si un gigante, con una espada igual de grande, se hubiera vuelto loco.

¡No... No necesito de su ayuda! —exclamó en cuanto lo rodearon, pero resultaba poco creíble con todos aquellos golpes y con la sangre que le manaba de múltiples heridas—. ¡DEMONIOSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS! —Gritó a todo pulmón.

Se sentía terriblemente avergonzado, tamaña humillación era algo nuevo para él. Lo más molesto era la cara de aquellos sujetos que lucían impresionados. Lo cierto era que… Su enemigo le había dejado escapar. A él, un cazador de matones que no comprendía el concepto de piedad en ninguna de sus empresas. A él, aquel sujeto le mostró misericordia con el pretexto de que le perdonaba la vida por que tenia la esperanza de que lo buscara cuando fuera más fuerte. El muy desgraciado no utilizo ni la mitad de fuerza, mientras que el Ishimura tuvo que jugarse la vida en cada movimiento para poder seguirle el ritmo. Utilizo todo lo que sabía, cada táctica, cada técnica e incluso intentó algunas totalmente nuevas e impresionantes durante la pelea, pero al final no fue suficiente. Al final nada de lo que entrego fue suficiente.

Recuerda mi nombre como yo recordare el tuyo, Umisora Harikēn… —la lluvia cesó y entre la nubes se abrió una brecha que permitió que los cálidos y dorados rayos solares de la tarde cayeran sobre él, arrancando destellos carmesí del filo de Bohimei—. Porque la próxima vez que nos encontremos… Perderás la vida a manos del fantasma gris.

Hablaba solo consigo mismo, grabando con fuego aquellas promesa en su ser. Su oponente solo le había dejado un nombre el cual recordar y un objetivo el cual perseguir. El también le había dado dos cosas, un pequeño corte sobre el párpado y el nombre por el cual solo le debían de conocer los seres a los cuales cazaba.

El joven de cabellos blancos envaino su espada tambaleándose y los samuráis se encargaron de sujetarlo. Lo subieron a una especie de camilla ligera, pero no se atrevieron a tratar de quitarle su katana. Al joven lo llevaron hacia el hospital del cual había salido temprano en la mañana, reconocía la dirección en que se estaban moviendo. Se mantuvo despierto todo el camino, pensando en la bronca que le montaría Haruka. La litera era pequeña y gris, por lo que sus blancos y largos cabellos se notaban desde lejos.

En cierto punto pasaron por una calle que le lucía en extremo familiar. En aquel sitio vio una figura que hacía poco había desaparecido justo frente a sus ojos. Pensó que sería bueno el que los jóvenes samuráis se detuvieran para hacer algo, pero sería demasiado tedioso el darles explicaciones.

¡Uchiha Datsue! —gritó levantándose en la camilla mientras que la misma seguía en movimiento—. ¡Aun sigo vivo, desgraciado, así que ni se te ocurra olvidarte de la apuesta!

Dar aquel grito le había costado mucha más energía de la que pensó que necesitaría, al instante le dieron mareos y no le quedó de otra que recostarse un rato. Las nubes se dispersaron rápidamente, dejando que el dorado del ocaso iluminara la ciudad completa. Aquel día le dejo dos asuntos pendientes; Uno era encargarse de aquel cruel sujeto de ojos verdes y cabellera castaña. El otro era recordarle al chico de Takigakure que no podría evitar el acuerdo al cual habían llegado. Habiendo cumplido con la segunda, solo quedaba una que habría de realizar a su debido tiempo.
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RE: La odisea de los cautivos - por Hanamura Kazuma - 18/05/2016, 22:02


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