20/10/2016, 00:45
—¡Suiton: Suigadan!
—¡Rasen: Shippai!
Los gritos de los dos combatientes se entremezclaron por encima de la torrencial lluvia.
Un colmillo de agua ascendió justo desde debajo de Daruu, de los charcos que su misma técnica había provocado. Un cúmulo de energía verdosa estalló desde la misma mano del chico, y Ayame alzó los brazos en un último y ridículo esfuerzo por protegerse. La violenta explosión desató una nueva nube de vapor que los envolvió a ambos durante varios segundos de tensión contenida. La nube oscura que se había creado por encima de sus cabezas se disipó, y con ella la lluvia volvió a la normalidad en el momento en el que también se dispersaba la nube de vapor.
Y Aotsuki Zetsuo contuvo la respiración cuando quedó a la vista el resultado de la última acción. Esperó, con el corazón en un puño, pero los cuerpos de los dos jóvenes permanecían inmóviles, inconscientes, y no daban señales de que fueran a recobrarse como habían hecho en los últimos minutos.
El combate había terminado para ambos.
—Ayame...
No debería haberlo hecho. No era propio de un médico abandonar a un paciente y dejarlo atrás, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Zetsuo pasó prácticamente al lado de Daruu y en dos zancadas se plantó junto a su hija, se agachó junto a ella y le apartó el cabello del rostro para inspeccionar su estado.
—Está bien —dijo Kōri, junto a él, y Zetsuo asintió en silencio. La bandana se le había caído a un lado, pero más allá de varios rasguños y los restos de alguna quemadura que no había conseguido evitar a tiempo, parecía que se encontraba sana y salva. El médico dejó escapar un pesado suspiro y, tras pasar sus brazos por detrás de su cuello y de sus rodillas la alzó con delicadeza del suelo.
—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta —le dijo a la mujer, volviéndose hacia ella.
—¡Rasen: Shippai!
Los gritos de los dos combatientes se entremezclaron por encima de la torrencial lluvia.
Un colmillo de agua ascendió justo desde debajo de Daruu, de los charcos que su misma técnica había provocado. Un cúmulo de energía verdosa estalló desde la misma mano del chico, y Ayame alzó los brazos en un último y ridículo esfuerzo por protegerse. La violenta explosión desató una nueva nube de vapor que los envolvió a ambos durante varios segundos de tensión contenida. La nube oscura que se había creado por encima de sus cabezas se disipó, y con ella la lluvia volvió a la normalidad en el momento en el que también se dispersaba la nube de vapor.
Y Aotsuki Zetsuo contuvo la respiración cuando quedó a la vista el resultado de la última acción. Esperó, con el corazón en un puño, pero los cuerpos de los dos jóvenes permanecían inmóviles, inconscientes, y no daban señales de que fueran a recobrarse como habían hecho en los últimos minutos.
El combate había terminado para ambos.
—Ayame...
No debería haberlo hecho. No era propio de un médico abandonar a un paciente y dejarlo atrás, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Zetsuo pasó prácticamente al lado de Daruu y en dos zancadas se plantó junto a su hija, se agachó junto a ella y le apartó el cabello del rostro para inspeccionar su estado.
—Está bien —dijo Kōri, junto a él, y Zetsuo asintió en silencio. La bandana se le había caído a un lado, pero más allá de varios rasguños y los restos de alguna quemadura que no había conseguido evitar a tiempo, parecía que se encontraba sana y salva. El médico dejó escapar un pesado suspiro y, tras pasar sus brazos por detrás de su cuello y de sus rodillas la alzó con delicadeza del suelo.
—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta —le dijo a la mujer, volviéndose hacia ella.