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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
¡Suiton: Suigadan!

¡Rasen: Shippai!


Los gritos de los dos combatientes se entremezclaron por encima de la torrencial lluvia.

Un colmillo de agua ascendió justo desde debajo de Daruu, de los charcos que su misma técnica había provocado. Un cúmulo de energía verdosa estalló desde la misma mano del chico, y Ayame alzó los brazos en un último y ridículo esfuerzo por protegerse. La violenta explosión desató una nueva nube de vapor que los envolvió a ambos durante varios segundos de tensión contenida. La nube oscura que se había creado por encima de sus cabezas se disipó, y con ella la lluvia volvió a la normalidad en el momento en el que también se dispersaba la nube de vapor.

Y Aotsuki Zetsuo contuvo la respiración cuando quedó a la vista el resultado de la última acción. Esperó, con el corazón en un puño, pero los cuerpos de los dos jóvenes permanecían inmóviles, inconscientes, y no daban señales de que fueran a recobrarse como habían hecho en los últimos minutos.

El combate había terminado para ambos.

—Ayame...

No debería haberlo hecho. No era propio de un médico abandonar a un paciente y dejarlo atrás, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Zetsuo pasó prácticamente al lado de Daruu y en dos zancadas se plantó junto a su hija, se agachó junto a ella y le apartó el cabello del rostro para inspeccionar su estado.

—Está bien —dijo Kōri, junto a él, y Zetsuo asintió en silencio. La bandana se le había caído a un lado, pero más allá de varios rasguños y los restos de alguna quemadura que no había conseguido evitar a tiempo, parecía que se encontraba sana y salva. El médico dejó escapar un pesado suspiro y, tras pasar sus brazos por detrás de su cuello y de sus rodillas la alzó con delicadeza del suelo.

—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta —le dijo a la mujer, volviéndose hacia ella.
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#17
Kiroe había comenzado a correr desde antes incluso que sucediera. Desde que los muchachos anunciaron a plena voz el nombre de sus técnicas, desde que aquél destello de la técnica de su hijo la había cegado.

Corrió y se agachó casi patinando por el cemento al lado de su hijo. Tenía una quemadura muy fea en la espalda, pero afortunadamente no se trataba ni de lejos de una herida grave. A juzgar por su apariencia, en una semana de reposo estaría perfectamente curado.

Echó un vistazo a un lado y se encontró con los ojos de Zetsuo.

—Está bien —dijo Kori. Kiroe suspiró, aliviada.

—Mucho me temo, Kiroe, que nuestros hijos se han empeñado en dejarnos sin apuesta.

Kiroe bajó la mirada, reflexiva.

—¿Has visto cómo han peleado, Zetsuo? —dijo—. Si esto sigue así, al paso que van, pronto nos superarán y...

»...tendremos que advertirles de que podrían matarse.


···


Ahora ya no dolía nada. Era una sensación agradable, aquella. No sabía por qué estaba allí. Tampoco le importaba demasiado.

Blanco.

Todo era blanco. Todo lo que le rodeaba era del color de la nieve. Pero no hacía frío: todo lo contrario. Le invadía una tenue y agradable sensación de calor por todo el cuerpo.

Y frente a él, estaba ella. Estaba Ayame.

—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó. —Daruu sonrió.

Miró a un lado. Miró a otro.

—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio?

De pronto se sintió estúpido por preguntar. Y es que todo era tan onírico... Tan... extraño, y a la vez familiar.
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#18
—¿Has visto cómo han peleado, Zetsuo? —respondió Kiroe, con la mirada gacha—. Si esto sigue así, al paso que van, pronto nos superarán y... tendremos que advertirles de que podrían matarse.

Zetsuo aguardó unos segundos antes de responder. Pero cuando lo hizo, alzó la barbilla, orgulloso.

—Habla por ti, vieja bollera —le espetó—. A esta chiquilla aún le falta mucho camino que recorrer para igualarme siquiera. O a su hermano.

Señaló a Kōri con un seco movimiento de su cabeza. Sin embargo, pese a la crudeza de sus palabras, sus ojos aguamarina se ensombrecieron notablemente cuando devolvió su mirada hacia la inconsciente Ayame. Le costó varios segundos, pero terminó por añadir algo en voz más baja.

—Tendré una charla con ella. No parece consciente del poder que tiene. ¡La muy idiota no deja de subestimarse!


...


Recordaba el dolor abrasando cada célula de su piel. Después de aquel cegador destello verde, un agujero de oscuridad la había absorbido por completo. Sin embargo, ahora estaba rodeada de un blanco impoluto y no sentía ningún tipo de dolor. Más bien al contrario, estaba llena de un sentimiento cálido y apacible. Como si alguien la estuviera abrazando. Pero en aquel vacío lugar no había nadie...

Mentira. Sí había alguien. Daruu estaba allí. Frente a ella.

—Se acabó la apuesta, supongo. Se acabó —Daruu sonrió, y Ayame respondió al gesto, aliviada.

—¿Crees que se darán por satisfechos? Espero no haberles decepcionado... —Las palabras habían salido solas de su boca. No estaba segura de por qué, pero aquella extraña dimensión la inspiraba a sincerarse como en pocas veces habría hecho.

—Oye... ¿tú tienes idea de qué es este sitio? —preguntó Daruu, mirando a ambos lados.

Ayame hizo lo mismo. Pero todo lo que les rodeaba era blanco. Blanco como la nieve. No había nada más que aquel color y ni siquiera podía diferenciar suelo de techo o de cielo o de...

Repentinamente, se llevó ambas manos a las mejillas.

—¡AH! ¡Oye! ¡No será esto el cielo! ¿Verdad? —preguntó, repentinamente horrorizada ante la idea—. No nos habremos matado sin querer con ese último ataque... ¡Yo no quería hacerlo, lo siento!
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#19
—¡AH! ¡Oye! ¡No será esto el cielo! ¿Verdad? —preguntó Ayame, y Daruu no pudo hacer otra cosa que soltar una fuerte carcajada—. No nos habremos matado sin querer con ese último ataque... ¡Yo no quería hacerlo, lo siento!

—No creo que estemos muertos, aunque... —Pensó en lo extraño que era aquél lugar. Pensó en lo ilógico que era que, estando inconscientes, por poner un ejemplo, pudieran estar comunicándose—. No... No siento que esté muerto, ni nada de eso.

Era una afirmación que hacía con total seguridad, pero no tenía razones para creer en ello. Aún así lo creía, así era ese sitio.

—Esto es... parecido a cuando Rikudo-sennin nos habló, más bien.

Deseó acercarse a Ayame. Y por arte de magia, la distancia que les unía fue reduciéndose.

—Y creo que es porque... nos queda algo que hacer. ¿No? —Extendió la mano hacia adelante...

...y formó el sello de la reconciliación.

Sonrió.
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#20
Pero los temerosos balbuceos de Ayame se vieron bruscamente interrumpidos por la carcajada de Daruu.

—No creo que estemos muertos, aunque... —Daruu se mantuvo pensativo durante algunos instantes, antes de continuar—: No... No siento que esté muerto, ni nada de eso.

Ella tampoco se sentía muerta. De hecho se sentía muy viva. ¿Pero cómo podía saberlo? ¿Cómo era sentirse muerto?

—Esto es... parecido a cuando Rikudo-sennin nos habló, más bien —añadió, y Ayame se sobresaltó ligeramente al recordar aquel extraño encuentro con el Sabio de los Seis Caminos.

—Es cierto... aunque... entonces sí estuvimos muertos... No entiendo nada, ¿vamos a renacer de nuevo? —murmuró, con una risilla nerviosa.

De repente, y sin explicación aparente, la distancia entre los dos fue reduciéndose hasta que quedaron a apenas un palmo.

—Y creo que es porque... nos queda algo que hacer. ¿No? —dijo, extendiendo el brazo derecho hacia ella.

Ayame siguió con sus ojos el movimiento, y su corazón aleteó con aquel extraño cosquilleo de felicidad cuando vio a Daruu sonreír. Contagiada por aquella felicidad, ella sonrió a su vez y extendió su propio brazo hacia delante. Sus dedos índice y corazón se entrelazaron con los de Daruu y unas extrañas cosquillas recorrieron su cuerpo cuando sintió la calidez de su mano.

Durante un instante deseó quedarse más rato con Daruu en aquel extraño y pacífico lugar. Sin embargo, el blanco del ambiente se volvió más y más intenso, hasta el punto de convertirse en una cegadora luz que le obligó a cerrar los ojos y se vio arrastrada de nuevo a un profundo sueño del que aún tardaría en volver a despertar...


...


En una de las habitaciones del Hospital de Amegakure, un chico y una chica dormían plácidamente sobre sus respectivas camillas. Ambos yacían arropados por sus respectivas sábanas; pero ambos, de alguna manera inexplicable, mantenían el brazo izquierdo y derecho, respectivamente, fuera de la cama.

Y sus manos seguían entrelazadas en el sello de la reconciliación.
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#21
En el momento en el que Ayame juntó sus dedos con los de Daruu, una luz intensa los dejó sin vista. Cerró los ojos y apretó muy fuerte los párpados, pero sus dedos seguían firmemente cerrados en torno a los de su compañera cuando...


···



Cuando despertó. Abrió los ojos con dificultad y de nuevo quedó cegado por los fluorescentes de la habitación. Miró hacia la derecha, por la ventana. Estaba lloviendo. Guau, qué sorpresa. Miró a la izquierda, y encontró a Ayame. Estaba despierta, también. Y tenían los dedos unidos todavía.

No los soltó.

—Eh... ¿lo que acaba de pasar... lo has soñado... o vivido tú también no? ¿Lo del sitio blanco ese...?

PUM.

Daruu dio un respingo y retiró la mano de golpe, tan de golpe como se había abierto la puerta. Por ella entraron Zetsuo y Kiroe, ambos con una sonrisa en el rostro.

Ambos con una sonrisa.

Ambos.

Zetsuo también.

Joder, qué mal rollo. ¿Os imagináis lo difícil que es ver la sonrisa en el rostro de alguien que el noventa coma nueve nueve nueve nueve nueve por ciento del tiempo —aquél día era, por lo visto, el porcentaje restante— parece una piedra ritual tótem de la Tribu de la Seriedad?

—¡Hemos oído voces y... ay, menos mal que ya habéis despertado! —Kiroe le dio un estrujón que le hizo temer por su vida, pero extrañamente las heridas no le dolían—. Menuda siesta, ¿eh? Lleváis una semana con las heridas totalmente curadas pero seguíais sin despertar. Estábamos empezando a preocuparnos.
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#22
Ayame fue la primera en despertar.

Y su primera reacción fue llevarse la mano izquierda a la frente, aterrada. Sin embargo, sus dedos toparon con algo áspero. Alguien debía haberle vendado la frente mientras estaba inconsciente.

—Gracias... —susurró al aire, aunque ni siquiera sabía a quién se estaba refiriendo.

Ya más calmada, se dio cuenta de que sus dedos seguían entrelazados con los de Daruu, igual que en el extraño sueño que acababa de tener, y que yacía inconsciente en una camilla contigua a la suya. Sonrió para sí, y sin soltar su mano se recostó de nuevo, con la mirada perdida en un techo inmaculadamente blanco. Estaban solos. Y el silencio de la habitación del hospital se le antojaba pesado como una piedra. ¿Qué había pasado después de que lanzara el Suigadan? ¿Dónde estaban todos? ¿Tardaría mucho Daruu en despertar?

«Qué raro... ya no me duele nada.» Reparó entonces, removiéndose en el sitio para asegurarse.

—Eh... —La inesperada voz de Daruu la sobresaltó. Ayame giró la cabeza para encontrarse con sus ojos castaños, ahora abiertos de par en par—. ¿Lo que acaba de pasar... lo has soñado... o vivido tú también no? ¿Lo del sitio blanco ese...?

El corazón de Ayame se olvidó de latir durante un instante.

—¿Tú tamb...?

La puerta se abrió de manera repentina. Ayame dio un respingo y se reincorporó, y Daruu se soltó de su mano casi de manera instantánea. Zetsuo y Kiroe entraron en la habitación. Y ambos sonreían.

—¡Hemos oído voces y... ay, menos mal que ya habéis despertado! —exclamó Kiroe, practicamente estrujando a Daruu entre sus brazos. Ayame no pudo evitar sonreír para sí, aunque en un gesto inconsciente movió uno de sus brazos para abrazarse el abdomen—. Menuda siesta, ¿eh? Lleváis una semana con las heridas totalmente curadas pero seguíais sin despertar. Estábamos empezando a preocuparnos.

—U... ¡¿Una semana?! —no pudo evitar preguntar, horrorizada. Intercambió miradas entre Zetsuo, Kiroe y finalmente con Daruu, a quien señaló con un dedo—. P... pero... si acabábamos de...

Se mordió el labio, incapaz de continuar hablando. ¿La tomarían por una loca si les contaba lo de aquel supuesto extraño sueño?
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#23
—U... ¡¿Una semana?! —Ayame intercambió miradas con su padre, la madre de Daruu, y el propio Daruu. Le señaló con un dedo— P... pero... si acabábamos de...

Pero qué haces, animal.

—Acabamos de despertarnos —Daruu tosió, llamando la atención, y clavó los ojos en el hierro de la cama—. Lo siento, todo esto es muy confuso. Para mí hace apenas unos minutos estábamos peleando. Es como si todavía tuviera el corazón acelerado.

Qué fluída había salido la media verdad.

—Bueno, bueno, todavía tenéis que estirar las piernas. Tendréis que moveros un poco por el hospital antes de volver a casa, así que os dejamos tranquilos y ya os váis recuperando. Yo voy a ir preparando los bollitos para la fiesta de bienvenida.

Kiroe se dio la vuelta y tiró de la manga de Zetsuo, pero el águila estaba de brazos cruzados y no muy dispuesto a moverse. Kori, por otra parte, ya estaba en la puerta, ofreciéndoles paso.

...y en eso que entró una enfermera a tropel, sudando la gota gorda.

—Señor Zetsuo, el paciente de la sala treinta y ocho dice que quiere una cerilla para quemar el hospital.

Zetsuo chasqueó la lengua y salió corriendo por la puerta, casi atropellando a la enfermera.

—¿Qué le pasa? Nunca es así —les susurró con cuidado la mujer—. Bueno... casi nunca.

—Cosas de padres... anda, vámonos.

La enfermera, Kiroe y Kori, que tenía un extraño brillo en los ojos, salieron por el umbral. El Hielo, antes de despedirse, les dirigió unas escuetas pero cariñosas palabras:

—Recuperáos. Luego volvemos.

Pum.

Pasaron unos minutos. Unos tensos, largos minutos. O tal vez fueran unos segundos. Qué más da. Daruu se levantó de la camilla, poco a poco. No tenían el gotero puesto ni aparente presencia de heridas, pero tenía miedo igual. Lo único que restaba de enfermedad en él eran las piernas: quién sabe cuánto tiempo habían estado inconscientes.

Se levantó con dificultad y se acercó a la camilla de Ayame. De nuevo, formuló el sello de la reconciliación.

—Sigo pensando que tenemos algo pendiente. Estoy cansado de huir.

Cuando Ayame sujetó sus dos dedos con los suyos. Daruu tiró suavemente y sus labios se unieron en un agradable beso.
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#24
—Acabamos de despertarnos —intervino Daruu rápidamente, y Zetsuo le dirigió una mirada cargada de sospecha. El chico había clavado sus ojos en los hierros de la camilla, por lo que le era imposible acceder a los recovecos de su mente, pero la veterana águila conocía muy bien el olor de la mentira...—. Lo siento, todo esto es muy confuso. Para mí hace apenas unos minutos estábamos peleando. Es como si todavía tuviera el corazón acelerado.

Ayame hundió los hombros con un cansado suspiro. A decir verdad, ella también se sentía como si la pelea hubiera acabado hace apenas unas horas. O unos minutos.

—Bueno, bueno, todavía tenéis que estirar las piernas. Tendréis que moveros un poco por el hospital antes de volver a casa, así que os dejamos tranquilos y ya os vais recuperando. Yo voy a ir preparando los bollitos para la fiesta de bienvenida.

«Bollitos...» A Ayame se le hizo la boca agua de tan solo pensar en tal manjar. Pero se esforzó en sonreír.

—Muchas gracias.

Kiroe giró sobre sus talones y tiró del brazo de Zetsuo, pero el médico seguía de brazos cruzados y no parecía muy conforme con la idea de marcharse de la habitación. Hasta que entró una enfermera, jadeante y alarmada.

—Señor Zetsuo, el paciente de la sala treinta y ocho dice que quiere una cerilla para quemar el hospital.

«Qué quiere... ¡¿QUÉ?!» No pudo evitar preguntarse Ayame, igual de sorprendida.

Su padre, por su parte, chasqueó la lengua con fastidio y salió de la habitación en tropel, casi atropellando a la pobre enfermera en el proceso.

—¿Qué le pasa? Nunca es así —les susurró con cuidado la mujer—. Bueno... casi nunca.

—Cosas de padres... anda, vámonos.

Todos salieron de la habitación, y el ultimo en hacerlo fue Kōri, que acababa de aparecer y no había traspasado el umbral de la puerta siquiera.

—Recuperáos. Luego volvemos —dijo, y a Ayame le pareció percibir cierto rastro de inusual emoción en su tono de voz.

La puerta se cerró tras su partida, y Ayame no pudo evitar ladear la cabeza con cierta extrañeza.

—Están todos... muy... raros... ¿o es mi imaginación? —se preguntó en voz alta.

Daruu se levantó de la camilla, y Ayame hizo lo mismo casi a la vez. No le dolía nada, pero sentía las piernas tirantes y pesadas, como si se hubiera atado a ellas sendas bolas de presidiarios. Odiaba aquella sensación, se sentía como un pájaro encadenado... ¿Cuánto tardaría en volver a recuperar su movilidad normal?

Ni siquiera se había dado cuenta de que Daruu se había acercado hasta su posición hasta que su voz la sobresaltó.

—Sigo pensando que tenemos algo pendiente. Estoy cansado de huir.

Nuevamente, alzaba el brazo hacia ella con el sello de la reconciliación formulado. Ayame ladeó la cabeza, extrañada.

«Quizás quiere sellar el combate fuera de aquel extraño sueño...» Se dijo, antes de aceptar el gesto entrelazando los dedos índice y corazón con los suyos.

Lo que no esperaba era que la atrajera repentinamente hacia él y fueran sus labios los que se vieran sellados por los suyos en un beso tan dulce que volvió a agitar las mariposas de su estómago. De repente, aquellas cuatro palabras de Daruu tomaron sentido en su mente y una lágrima de felicidad rodó por su mejilla. Débil como estaba en su estado, tuvo que apoyarse en su pecho para no caer al suelo. Y cuando se separaron, sus ojos brillantes se cruzaron con los suyos, castaño con castaño. Intimidada, Ayame desvió la mirada hacia el suelo y se llevó la mano izquierda hacia la frente de nuevo.

—D... ¿De verdad? ¿Estás seguro de esto...?
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#25
El estómago le dio un vuelco al igual que su cabeza. No es broma, estuvo a punto de caer al suelo, pero no sabía si el mareo era del beso o de que se había levantado muy rápido.

—D... ¿de verdad? ¿Estás seguro de esto?

Qué ojos más bonitos tienes —dijo Daruu, y le levantó la barbilla. Volvió a besarla, pero esta vez fue un beso muy breve—. Siempre he estado seguro de esto... Simplemente... Tenía miedo. No es que haya dejado de tenerlo, pero me parece que no voy a poder ignorarlo, ¿sabes?

Rió, y después abrazó a Ayame y restregó su cabeza contra la suya.

—Durante todo mi viaje con Seremaru no he dejado de pensar en ti y de pensar en lo que pasó. Solo que... Han pasado tantas cosas malas también... Lo de aquellos tipos, y luego lo del torneo...
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#26
—Qué ojos más bonitos tienes. —Daruu parecía empeñado en querer averiguar cuál era el grado máximo de rubor que su rostro que podía alcanzar. Ayame se vio irremediablemente obligada a mirarle de nuevo de manera directa cuando él le levantó la barbilla y plantó un nuevo beso en sus labios—. Siempre he estado seguro de esto... —respondió, al fin, a su pregunta—. Simplemente... Tenía miedo. No es que haya dejado de tenerlo, pero me parece que no voy a poder ignorarlo, ¿sabes?

Se rio, y cuando la estrechó entre sus brazos Ayame dejó escapar un profundo suspiro. Daruu restregó su cara contra la suya, y la calidez de su piel la derritió de nuevo.

—Durante todo mi viaje con Seremaru no he dejado de pensar en ti y de pensar en lo que pasó. Solo que... Han pasado tantas cosas malas también... Lo de aquellos tipos, y luego lo del torneo...

Le costó algunos instantes recordar que los tipos a los que se referían habían sido aquellos hombres, allá en el valle de los dojos, que habían tratado asesinarlos por una apuesta en su contra. Ayame volvió a sentir que se le llenaban los ojos de lágrimas y maldijo su debilidad.

—Yo... tampoco pude dejar de pensar en ti... tenía miedo de que me hubieras olvidado, o te hubieras arrepentido de... del primer beso... —confesó, con un hilo de voz, apoyando la cabeza en su pecho para que no la viera llorar—. Nunca he sentido esto. Es... muy raro...

Por un momento se sintió estúpida. Sentía las palabras torpes en sus labios, más que de costumbre. Como si cualquier cosa que pudiera decir fuera lo más estúpido del mundo. ¿Qué se hacía en aquellas situaciones? ¿Qué se decía?

—Creo... creo que estoy enamorada de ti...

Como aquello. La estupidez más grande del universo.
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#27
—Yo... tampoco pude dejar de pensar en ti... tenía miedo de que me hubieras olvidado, o te hubieras arrepentido de... del primer beso... —dijo Ayame, sollozando aunque quisiera ocultarlo. Notaba la humedad de las lágrimas a través de la bata del hospital—. Nunca he sentido esto. Es... muy raro.

—¿Ra... raro?

«Ahora es cuando me dice que igual que le gustó aquello no está segura, y me lía más, y ay ay ay ay.» El corazón le latía a mil por hora, y de pronto se dio cuenta de que probablemente se notaba. Estaba apoyada en su pecho. También se dio cuenta de lo estúpido que debía parecer intentando respirar más lento para bajar la frecuencia de sus latidos.

—Creo... creo que estoy enamorada de ti...

Daruu dejó escapar una risilla muy estúpida.

—Tonta. Me estabas asustando... Yo no lo creo. Yo lo sé. Sé que estoy enamorado de ti.

De pronto, se dio cuenta de que hacía frío. Hacía bastante frío. Hacía un frío familiar. Se dio la vuelta bruscamente, y allí estaba, Kori, el Hielo.

—Yo yo yo yo yo - esto... esto...

Miró alrededor. No había señales de que Zetsuo estuviese cerca. Respiró, aliviado.

No, espera, qué narices. No estaba aliviado.

Se agarró la bata a la altura del corazón, y una sensación que, no supo por qué, le resultó familiar, le invadió por completo: como si tuviera una fría estaca atravesándole el pecho.
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#28
Daruu se rio entre dientes, y Ayame se mordió el labio inferior convencida de que se estaba riendo de lo estúpido que habían sonado sus palabras. Y, sin embargo...

—Tonta. Me estabas asustando... Yo no lo creo. Yo lo sé. Sé que estoy enamorado de ti.

El corazón de Ayame se olvidó de latir durante un instante. Y cuando volvió a hacerlo, lo hizo con renovadas energías. Ayame se estremeció y cerró sus dedos, aferrando la bata de Daruu con más fuerza. De repente se dio cuenta de que la temperatura en la habitación había descendido varios grados de golpe. Hacía frío. Y era un frío que ella conocía muy bien. Se apartó de golpe y palideció al mirar por encima del hombro de Daruu y ver una silueta completamente blanca que los observaba con un gesto totalmente inexpresivo y ojos gélidos como un iceberg.

—Yo yo yo yo yo - esto... esto... —Daruu también se había dado cuenta, y ahora balbuceaba agarrándose la bata a la altura del corazón como si los ojos de Kōri le estuvieran atravesando de parte a parte.

—No... no es lo que parece... —dijo Ayame, y Kōri le dirigió una mirada en la que percibió fugazmente el brillo de la incredulidad.

"Te lo dije. Te gusta Daruu". Le estaban diciendo aquellos ojos, rememorando la conversación que tuvieron aquella lejana noche, cuando estuvo a punto de cometer una de las mayores locuras de su vida. Sin embargo, Kōri tomó una silla cercana y se sentó en ella con el respaldo por delante de su cuerpo. Apoyó ambos brazos y entrelazó sus dedos.

—Tranquilos. Voy a hacer que no he visto nada y no diré nada al respecto. Y... os recomiendo hacer lo mismo, por el momento al menos —dijo, pero su mirada se dirigió especialmente a Ayame y ella tragó saliva al recibir el mensaje—. En realidad he vuelto para proponeros algo.
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#29
—No... no es lo que parece... —se excusó Ayame.

Daruu le dio un codazo.

—¡Que no parece nada, idiota! Porque... no ha pasado nada.

—Tranquilos. Voy a hacer que no he visto nada, y no diré nada al respecto. Y... os recomiendo hacer lo mismo, por el momento al menos.

Ambos muchachos tragaron saliva al mismo tiempo. Kori se había sentado en una silla cercana con el respaldo por delante. Hasta que no dijo aquello, como tenía los dedos entrelazados, Daruu se pensaba que iba a lanzarle algún tipo de técnica y tenía todos los músculos del cuerpo en tensión.

Suspiró y trató de relajarse. Se sentó en su cama.

—En realidad he vuelto para proponeros algo.

—¿Es la receta de esos bollitos de vainilla lo que quieres? Puedo... puedo enseñarte, pe-pero mi madre igual me mata después... Verás Kori, yo lo siento mucho pero no puedo darte lo que quieres...
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#30
—¿Es la receta de esos bollitos de vainilla lo que quieres? —respondió Daruu, y Kōri clavó en él sus ojos de hielo repentinamente interesado por sus palabras—. Puedo... puedo enseñarte, pe-pero mi madre igual me mata después... Verás Kori, yo lo siento mucho pero no puedo darte lo que quieres...

Ayame miró confundida a su hermano. Por muy obsesionado que estuviera con aquellos adictivos bollos de vainilla, su hermano mayor no era tan simple. Y, efectivamente, el albino no tardó en sacudir la cabeza.

—No es eso lo que he venido a decirlos. Aunque... me apuntaré esa sugerencia, Daruu-kun —replicó, y un extraño brillo recorrió sus iris unos segundos antes de añadir—: Era broma.

Ayame enarcó una ceja, escéptica. Tal y como lo había dicho, con aquella voz tan antipersonal como de costumbre, era muy difícil determinar si estaba hablando en serio o de verdad era una simple broma. Incluso para ella, que era capaz de ver dibujadas diferentes expresiones en los minúsculos cambios faciales del rostro de Kōri.

Él, ajeno a sus pensamientos, volvió a encorvarse sobre el respaldo de la silla.

—Lo que he venido a proponeros es que formemos un equipo los tres.

—¿Qué? ¿Un equipo? ¿Los tres? —exclamó Ayame, pillada por la sorpresa, y Kōri asintió.

—Sí. Yo, como superior vuestro que soy actuaría como vuestro sensei y tú, Ayame, y Daruu-kun, como mis discípulos. Haremos misiones juntos y yo haré lo que esté en mi mano por mejorar vuestras habilidades como shinobi.

»Si es que aceptáis, claro está. Esto es una decisión de los tres, no una imposición.


—¡Sí! —exclamó Ayame, con una resplandeciente sonrisa dibujada en su rostro. Aunque enseguida su gesto se congeló al girarse hacia Daruu, temerosa—. Bueno... si tú quieres...
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