9/02/2017, 16:17
(Última modificación: 29/07/2017, 01:37 por Amedama Daruu.)
—No pasa nada, ¡mira, así ya tienes un incentivo! —resolvió Daruu, con una alegre carcajada, pero Ayame se removía inquieta en su sitio. ¿Hasta qué punto le vendría bien tener aún más presión encima?—. Vas a esforzarte y vas a aprobar, porque si no no puedo hacer misiones —decía, con un tono infantil y juguetón.
—Eso espero... —respondió ella en voz baja.
El chico avanzó en torno a ella, aún con aquella reluciente sonrisa en la cara. ¿Por qué le hacía tanta ilusión? ¿O quizás se estaba riendo a su costa? ¿Le parecería divertida toda aquella situación? Un suave empujón por la espalda la pilló desprevenida, y Ayame dejó escapar una leve exclamación.
—Vamos. Entrenaré contigo esta tarde. Piensa en algo en lo que quieras que te ayude, y te echo una manita. Pero no faltes, ¿eh? A las cinco en el ring de combate número 2, de la Academia, que tiene de todo.
—¿Qu...? —preguntó, dándose la vuelta en el acto. Pero sin haber esperado siquiera una contestación por su parte, Daruu ya se alejaba, canturreando para sí—. Está bien...
Se llevó una mano al pecho, como si de esa forma fuera a mitigar los alocados latidos de su corazón. ¿Por qué se ponía tan nerviosa ante la perspectiva de que alguien la ayudara a entrenar? ¿Por qué le ponía tan nerviosa que ese alguien fuera precisamente Daruu? No estaba segura de la respuesta, pero de lo que sí estaba convencida era de que más le valía encontrar algo que hacer hasta las cinco de la tarde, porque no podía volver a su casa así como así.
Y así pasaron las horas, entre incontables paseos y tratando desesperadamente de encontrar algo con lo que entretenerse hasta la hora del encuentro. Apenas llevaba dinero encima, por lo que tuvo que conformarse con comer en un humilde puestecito de ramen que encontró en la avenida principal y cuyos precios se acomodaban a su precaria situación. No fue una comida especialmente deliciosa, de hecho enseguida se dio cuenta de que el plato debía de estar sacado de fideos instantáneos de bote, aunque ya podía dar gracias de que al menos el caldo estuviese lo suficientemente caliente. Y allí se quedó, refugiada bajo el toldo de la incesante lluvia y remoloneando hasta que se acercó la hora del encuentro.
Llegó enseguida al colosal Torreón de la Academia. Aunque enseguida maldijo para sus adentros haber quedado en aquel lugar. Su suspenso era demasiado reciente, y encontrarse delante de las puertas que debería seguir atravesando en los próximos meses no la reconfortaba en absoluto. Pese a todo, suspiró para sí y entró en el edificio.
«Dijo en el ring número... dos, creo recordar.» Pensaba, mientras enfilaba un pasillo y, tras dejar atrás una puerta corrediza se colocaba justo frente a la segunda. Antes de entrar, se aseguró de que la cinta de tela permaneciera en su sitio, y permaneciera bien fija.
—Buenas tardes —dijo al aire, al tiempo que abría la puerta con una de sus manos. Para su sorpresa, Daruu ya estaba allí, de espaldas a ella y plantado sobre la línea que dividía el estadio justamente por la mitad. Aquí y allá, el terreno estaba salpicado con varios troncos de madera gruesos cortados por la mitad. Y, en los límites del bosque, varios árboles y dianas pintadas en las paredes. Ayame avanzó con cierta timidez hacia el encuentro. El chico se rascaba distraidamente detrás de la oreja, pero sin duda debía de haber notado su presencia—. Esto... ¿Daruu...-senpai?
Ahora ni siquiera estaba segura sobre cómo debía llamarle.
—Eso espero... —respondió ella en voz baja.
El chico avanzó en torno a ella, aún con aquella reluciente sonrisa en la cara. ¿Por qué le hacía tanta ilusión? ¿O quizás se estaba riendo a su costa? ¿Le parecería divertida toda aquella situación? Un suave empujón por la espalda la pilló desprevenida, y Ayame dejó escapar una leve exclamación.
—Vamos. Entrenaré contigo esta tarde. Piensa en algo en lo que quieras que te ayude, y te echo una manita. Pero no faltes, ¿eh? A las cinco en el ring de combate número 2, de la Academia, que tiene de todo.
—¿Qu...? —preguntó, dándose la vuelta en el acto. Pero sin haber esperado siquiera una contestación por su parte, Daruu ya se alejaba, canturreando para sí—. Está bien...
Se llevó una mano al pecho, como si de esa forma fuera a mitigar los alocados latidos de su corazón. ¿Por qué se ponía tan nerviosa ante la perspectiva de que alguien la ayudara a entrenar? ¿Por qué le ponía tan nerviosa que ese alguien fuera precisamente Daruu? No estaba segura de la respuesta, pero de lo que sí estaba convencida era de que más le valía encontrar algo que hacer hasta las cinco de la tarde, porque no podía volver a su casa así como así.
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Y así pasaron las horas, entre incontables paseos y tratando desesperadamente de encontrar algo con lo que entretenerse hasta la hora del encuentro. Apenas llevaba dinero encima, por lo que tuvo que conformarse con comer en un humilde puestecito de ramen que encontró en la avenida principal y cuyos precios se acomodaban a su precaria situación. No fue una comida especialmente deliciosa, de hecho enseguida se dio cuenta de que el plato debía de estar sacado de fideos instantáneos de bote, aunque ya podía dar gracias de que al menos el caldo estuviese lo suficientemente caliente. Y allí se quedó, refugiada bajo el toldo de la incesante lluvia y remoloneando hasta que se acercó la hora del encuentro.
Llegó enseguida al colosal Torreón de la Academia. Aunque enseguida maldijo para sus adentros haber quedado en aquel lugar. Su suspenso era demasiado reciente, y encontrarse delante de las puertas que debería seguir atravesando en los próximos meses no la reconfortaba en absoluto. Pese a todo, suspiró para sí y entró en el edificio.
«Dijo en el ring número... dos, creo recordar.» Pensaba, mientras enfilaba un pasillo y, tras dejar atrás una puerta corrediza se colocaba justo frente a la segunda. Antes de entrar, se aseguró de que la cinta de tela permaneciera en su sitio, y permaneciera bien fija.
—Buenas tardes —dijo al aire, al tiempo que abría la puerta con una de sus manos. Para su sorpresa, Daruu ya estaba allí, de espaldas a ella y plantado sobre la línea que dividía el estadio justamente por la mitad. Aquí y allá, el terreno estaba salpicado con varios troncos de madera gruesos cortados por la mitad. Y, en los límites del bosque, varios árboles y dianas pintadas en las paredes. Ayame avanzó con cierta timidez hacia el encuentro. El chico se rascaba distraidamente detrás de la oreja, pero sin duda debía de haber notado su presencia—. Esto... ¿Daruu...-senpai?
Ahora ni siquiera estaba segura sobre cómo debía llamarle.