28/04/2017, 17:04
(Última modificación: 28/04/2017, 17:05 por Uchiha Akame.)
«¿Para qué quieren saber?», se cuestionó el joven Uchiha ante la pregunta de uno de los guardias. Haskoz había sido el único en identificarse, pero Akame y Kotetsu no habían dado sus nombres. Podía parecer un detalle sin importancia, pero, ¿por qué los guardias estaban interesados entonces? Hasta hacía tan sólo un momento, no habían dado muestra alguna de que les importase lo más mínimo aquello que los jóvenes tuvieran que decirles.
—Yo s...
En ese momento, Kotetsu se revolvió haciendo aspavientos con los brazos.
—Por los dioses, ¡cómo odio ese molesto artefacto llamado cámara! —vociferó.
Akame desvió su vista hacia el punto a donde su compañero estaba mirando, molesto. El Uchiha no tardó en comprobar que era la esquina del otro lado de la calle que bordeaba la gigantesca mansión de los Sakamoto. «Un momento... ¡Cámara!». Sólo tuvo que sumar dos más dos para llegar a la conclusión. A punto estuvo de avisar a sus compañeros tal cual, pero entonces recordó un pequeño detalle... «Haskoz-kun no sabe nada de las fotografías, ¡maldición! No debe enterarse... No todavía, al menos».
—Tendrán que disculparme, todos, pero acabo de recordar que me he dejado una olla en el fuego —se excusó atropelladamente Akame.
Ni corto ni perezoso echó a correr, como alma que lleva el diablo, hacia la esquina de la calle; allí donde Kotetsu había visto aquello que le incomodaba tanto.
—Yo s...
En ese momento, Kotetsu se revolvió haciendo aspavientos con los brazos.
—Por los dioses, ¡cómo odio ese molesto artefacto llamado cámara! —vociferó.
Akame desvió su vista hacia el punto a donde su compañero estaba mirando, molesto. El Uchiha no tardó en comprobar que era la esquina del otro lado de la calle que bordeaba la gigantesca mansión de los Sakamoto. «Un momento... ¡Cámara!». Sólo tuvo que sumar dos más dos para llegar a la conclusión. A punto estuvo de avisar a sus compañeros tal cual, pero entonces recordó un pequeño detalle... «Haskoz-kun no sabe nada de las fotografías, ¡maldición! No debe enterarse... No todavía, al menos».
—Tendrán que disculparme, todos, pero acabo de recordar que me he dejado una olla en el fuego —se excusó atropelladamente Akame.
Ni corto ni perezoso echó a correr, como alma que lleva el diablo, hacia la esquina de la calle; allí donde Kotetsu había visto aquello que le incomodaba tanto.