9/05/2017, 01:03
El Uzureño se movió hasta izquierda inmediata de su azulado interlocutor, haciéndole saber que se encontraba en perfectas condiciones para comenzar a planear su actuación con respecto a la ardua batalla que estaban a punto de librar. Las filas enemigas cada vez estaban más próximas, y cada vez más juntas; unidas en un cúmulo de perpetua unidad dispuesta a eliminar a sus más imperiosos objetivos. Clones, controlados y de arcilla; pero tan organizados como se habría podido esperar de un shinobi.
Lo que le sorprendió no fue aquello, sin embargo, sino la perspicacia de su compañero peliblanco. Quien a pesar de las bajas probabilidades de victoria, se atrevió a retar a quien menos debía retar en aquel momento. ¿Que sería él capaz de eliminar a más enemigos que el mismísimo Tiburón de Amegakure?
Eso estaba por verse. Kaido dijo nada en lo absoluto y sonrió, pícaro y filoso cual sonrisa que ataviaba su rostro. Kotetsu podría interpretar su silencio, y su extrema confianza. Iba a ganar la apuesta, sin lugar a dudas.
Entonces se preparó, cual bestia a la espera de su aniquilador. Suspiró con furia un par de veces y asentó sus pies lo más fuerte que pudiera en la tierra, colocando sus manos en ristre y dispuesto a esperar a que los enemigos llegasen en una sola carga hasta su posición. Era una locura, enfrentarlos tan directamente, pero en su pequeña cabeza hueca esa, con el poco tiempo de acción que tenían, era la mejor opción. Pero entonces, el peliblanco tomó la batuta, y entre ininteligibles murmullos y un fugaz razonamiento introspectivo, dejó salir sus propios pensamientos.
—Sí, son como bueyes —¿cómo bueyes? ¿a qué se refería con eso? —. tengo una idea, Kaido-san. Esto podría darnos la victoria si funciona, pero si no lo hace y muero, quiero que sepas algo... si hubiésemos peleado, te hubiese pateado el trasero.
«vive de esa mentira, Hakagure Kōtetsu; y regresa con la cabeza entre tus hombros»
En silencio, el escualo dejó ver irse a su compañero y le siguió con la mirada hasta la distancia, donde éste comenzó a tramar la idea que no le había podido explicar. Clamó a los ocho musculosos porteadores a que tomaran entre todos la litera, moviéndola en forma horizontal y disponiendo de ella como un sendo escudo frente a ellos. Fue sólo entonces cuando Kaido comprendió que, si bien en la unidad está la fuerza, esa era la respuesta más evidente para afrontar de primera mano la arremetida de los veintitantos clones de arcilla que se acercaban marchantes y con compacta unidad hacia sus posiciones.
Era una idea desbocada, prácticamente suicida. Entonces comprendió que el uzureño no lo iba a lograr sólo. Quizás, sólo quizás, se había embarcado en semejante arremetida con el sincero pensar de que el escualo le iba a salvar, de alguna forma. Allí fue cuando...
Kaido tomó su termo, lo alzó y bebió de él. Enjuagó su boca y escupió al suelo.
El agua mojó la tierra bajo sus pies, y ésta se desmoronó por sí sola ante el pequeño pero poderoso caudal.
Y allí lo vio todo, tan claro como el agua. Y él, era El Agua.
«Esos clones parecen estar hechos de arcilla, o algún material blandengue. De lo contrario, Yosehara no habría podido desmonorarlos como lo hizo. Cuando le aplicas agua a la tierra, ésta se vuelve pesada, maleable a tu antojo. En éste caso, predecible, más débil»
—¡Vosotros séis, dividiros a la mitad ahora mismo! flanquead el muro de contención que ha dispuesto el valiente Kotetsu por cada extremo, tres a la derecha, tres a la izquierda, y protéganse con la litera hasta que ambas tropas hayan hecho contacto. Cuando yo les dé la orden, bladen sus malditas espaldas y decapitan a todo enemigo que esté en la primera fila de empuje.
Los hombres, los soldados, los esclavos. Hicieron lo propio, y tres de ellos se movilizaron hasta el extremo izquierdo del poderoso muro levantado por los ocho porteadores. Otros tres, tomaron el extremo derecho. Sin embargo, éstos se vieron protegidos por la litera hasta el momento en el que el choque entre ambas tropas fue inminente: donde se veía enfrentada la resistencia de sólo ocho hombres, aunque de una musculatura que les hacía valer por dos; contra veinte enemigos a pie, sin miedo a perecer en la batalla.
Mientras que aquel pulso de fuerzas se debatía con fiereza, Kaido ya se había preparado para su próximo movimiento; «espero que ésto funcione, Ame no Kami, o te haré pagar desde el infierno por quitarme la vida tan pronto. Hijo de las mil putas»; Surcó la retaguardia, realizó los sellos pertinentes con la velocidad que su poca experiencia le permitía, e infló el pecho de forma sobrenatural.
—¡Suiton: Mizurappa!
De su boca salió despedida una riada de agua en forma de trompeta, desde el extremo más izquierdo. No era el caudal más fuerte, ni el más extenso, pero su estrategia iba dirigida hacia las primeras filas de hombres-arcilla que empujaba fuertemente del otro lado de la balanza. No obstante, consiguió tumbar a algunos, los cuales probablemente sucumbirían ante las mismas pisadas de los otros soldados enemigos.
Escupió tanta agua como el chakra invertido le permitía, empapando a cuantos pudo, esperando que el resultado fuera el esperado: que el agua les convirtiese en una masa pesada y descifrable, incapaz de generar tanta fuerza y permitiéndole así a los ocho porteadores equiparar las fuerzas enemigas. Así como también hacerlos más suaves, para él poder dar la orden inminente de ataque.
—¡Ahora, ahora! matad a esos hijos de puta! —dando la señal, los séis soldados armados comenzaron su ofensiva. Desde los costados, usaron la extensión de sus espadas para cortar a tantos enemigos como pudieran, esperando que su hoja atravesase a los enemigos más fácil, viéndose ellos mojados en su totalidad.
Kaido mantendría la distancia, y esperaría hasta ver el resultado de la estrategia. Si lograban reducir el número de ellos, ya tendrían más posibilidades a la hora de meterse de lleno en el campo de batalla.
Si sus posibilidades dependían de poder localizar al verdadero infractor, lo más sensato era planificar en base a ello. Yarou lo sabía, y esperaba que Naomi también.
El viejo señaló al hombre a caballo y le pidió que tomase la retaguardia. Necesitarían de ese caballo para llegar rápido hasta donde se encontrase el ninja forajido. Pidió a los dos porteadores que rodearan en una semi-cúpula a Naomi por delante de ella. A los dos soldados de a pie, les instó a tomar la primera fila, separados entre ellos por al menos cinco metros. Él tomó el centro de la formación.
—Encuéntralo, nosotros te protegemos.
Su primera acción fue la más apropiada, teniendo en cuenta que lo que necesitaban era tiempo. Hizo uso de una técnica suiton en la que arrojaría una masa viscosa, tan extensa como le fuera posible, y a una velocidad envidiable. Aquella desparramaría sobre el terreno de combate una especie de gel que no sólo evitaría que los clones pudieran moverse apropiadamente, sino que le daría tiempo a los dos soldados y a él de llevarse a unos cuantos.
Uno, dos, tres shuriken. Todos arrojados en una misma dirección: la cabeza de los enemigos.
Lo que le sorprendió no fue aquello, sin embargo, sino la perspicacia de su compañero peliblanco. Quien a pesar de las bajas probabilidades de victoria, se atrevió a retar a quien menos debía retar en aquel momento. ¿Que sería él capaz de eliminar a más enemigos que el mismísimo Tiburón de Amegakure?
Eso estaba por verse. Kaido dijo nada en lo absoluto y sonrió, pícaro y filoso cual sonrisa que ataviaba su rostro. Kotetsu podría interpretar su silencio, y su extrema confianza. Iba a ganar la apuesta, sin lugar a dudas.
Entonces se preparó, cual bestia a la espera de su aniquilador. Suspiró con furia un par de veces y asentó sus pies lo más fuerte que pudiera en la tierra, colocando sus manos en ristre y dispuesto a esperar a que los enemigos llegasen en una sola carga hasta su posición. Era una locura, enfrentarlos tan directamente, pero en su pequeña cabeza hueca esa, con el poco tiempo de acción que tenían, era la mejor opción. Pero entonces, el peliblanco tomó la batuta, y entre ininteligibles murmullos y un fugaz razonamiento introspectivo, dejó salir sus propios pensamientos.
—Sí, son como bueyes —¿cómo bueyes? ¿a qué se refería con eso? —. tengo una idea, Kaido-san. Esto podría darnos la victoria si funciona, pero si no lo hace y muero, quiero que sepas algo... si hubiésemos peleado, te hubiese pateado el trasero.
«vive de esa mentira, Hakagure Kōtetsu; y regresa con la cabeza entre tus hombros»
En silencio, el escualo dejó ver irse a su compañero y le siguió con la mirada hasta la distancia, donde éste comenzó a tramar la idea que no le había podido explicar. Clamó a los ocho musculosos porteadores a que tomaran entre todos la litera, moviéndola en forma horizontal y disponiendo de ella como un sendo escudo frente a ellos. Fue sólo entonces cuando Kaido comprendió que, si bien en la unidad está la fuerza, esa era la respuesta más evidente para afrontar de primera mano la arremetida de los veintitantos clones de arcilla que se acercaban marchantes y con compacta unidad hacia sus posiciones.
Era una idea desbocada, prácticamente suicida. Entonces comprendió que el uzureño no lo iba a lograr sólo. Quizás, sólo quizás, se había embarcado en semejante arremetida con el sincero pensar de que el escualo le iba a salvar, de alguna forma. Allí fue cuando...
Kaido tomó su termo, lo alzó y bebió de él. Enjuagó su boca y escupió al suelo.
El agua mojó la tierra bajo sus pies, y ésta se desmoronó por sí sola ante el pequeño pero poderoso caudal.
Y allí lo vio todo, tan claro como el agua. Y él, era El Agua.
«Esos clones parecen estar hechos de arcilla, o algún material blandengue. De lo contrario, Yosehara no habría podido desmonorarlos como lo hizo. Cuando le aplicas agua a la tierra, ésta se vuelve pesada, maleable a tu antojo. En éste caso, predecible, más débil»
—¡Vosotros séis, dividiros a la mitad ahora mismo! flanquead el muro de contención que ha dispuesto el valiente Kotetsu por cada extremo, tres a la derecha, tres a la izquierda, y protéganse con la litera hasta que ambas tropas hayan hecho contacto. Cuando yo les dé la orden, bladen sus malditas espaldas y decapitan a todo enemigo que esté en la primera fila de empuje.
Los hombres, los soldados, los esclavos. Hicieron lo propio, y tres de ellos se movilizaron hasta el extremo izquierdo del poderoso muro levantado por los ocho porteadores. Otros tres, tomaron el extremo derecho. Sin embargo, éstos se vieron protegidos por la litera hasta el momento en el que el choque entre ambas tropas fue inminente: donde se veía enfrentada la resistencia de sólo ocho hombres, aunque de una musculatura que les hacía valer por dos; contra veinte enemigos a pie, sin miedo a perecer en la batalla.
Mientras que aquel pulso de fuerzas se debatía con fiereza, Kaido ya se había preparado para su próximo movimiento; «espero que ésto funcione, Ame no Kami, o te haré pagar desde el infierno por quitarme la vida tan pronto. Hijo de las mil putas»; Surcó la retaguardia, realizó los sellos pertinentes con la velocidad que su poca experiencia le permitía, e infló el pecho de forma sobrenatural.
—¡Suiton: Mizurappa!
De su boca salió despedida una riada de agua en forma de trompeta, desde el extremo más izquierdo. No era el caudal más fuerte, ni el más extenso, pero su estrategia iba dirigida hacia las primeras filas de hombres-arcilla que empujaba fuertemente del otro lado de la balanza. No obstante, consiguió tumbar a algunos, los cuales probablemente sucumbirían ante las mismas pisadas de los otros soldados enemigos.
Escupió tanta agua como el chakra invertido le permitía, empapando a cuantos pudo, esperando que el resultado fuera el esperado: que el agua les convirtiese en una masa pesada y descifrable, incapaz de generar tanta fuerza y permitiéndole así a los ocho porteadores equiparar las fuerzas enemigas. Así como también hacerlos más suaves, para él poder dar la orden inminente de ataque.
—¡Ahora, ahora! matad a esos hijos de puta! —dando la señal, los séis soldados armados comenzaron su ofensiva. Desde los costados, usaron la extensión de sus espadas para cortar a tantos enemigos como pudieran, esperando que su hoja atravesase a los enemigos más fácil, viéndose ellos mojados en su totalidad.
Kaido mantendría la distancia, y esperaría hasta ver el resultado de la estrategia. Si lograban reducir el número de ellos, ya tendrían más posibilidades a la hora de meterse de lleno en el campo de batalla.
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Si sus posibilidades dependían de poder localizar al verdadero infractor, lo más sensato era planificar en base a ello. Yarou lo sabía, y esperaba que Naomi también.
El viejo señaló al hombre a caballo y le pidió que tomase la retaguardia. Necesitarían de ese caballo para llegar rápido hasta donde se encontrase el ninja forajido. Pidió a los dos porteadores que rodearan en una semi-cúpula a Naomi por delante de ella. A los dos soldados de a pie, les instó a tomar la primera fila, separados entre ellos por al menos cinco metros. Él tomó el centro de la formación.
—Encuéntralo, nosotros te protegemos.
Su primera acción fue la más apropiada, teniendo en cuenta que lo que necesitaban era tiempo. Hizo uso de una técnica suiton en la que arrojaría una masa viscosa, tan extensa como le fuera posible, y a una velocidad envidiable. Aquella desparramaría sobre el terreno de combate una especie de gel que no sólo evitaría que los clones pudieran moverse apropiadamente, sino que le daría tiempo a los dos soldados y a él de llevarse a unos cuantos.
Uno, dos, tres shuriken. Todos arrojados en una misma dirección: la cabeza de los enemigos.