4/06/2017, 21:25
La noche se hizo presente, y guiados por un sirviente, el grupo de ninjas se encamino hacia el oscuro interior de aquel suntuoso edificio. Puede que fuese debido a que caminaban lento, pero el pasillo provocaba la sensación de ser interminable. Enfrente andaba Yosehara que, pese a seguir luciendo imponente, no podía disimular una leve cojera producto de las heridas recientes. Incluso se podía sentir el esfuerzo del andar en su respiración, pero era demasiado orgulloso y tosco como para permitirse mostrar debilidad.
—Aquí es —dijo Jokei, quedándose estático frente a una gran puerta corrediza ricamente decorada.
El hombrecillo le permitió el paso al alguacil, quien se adelanto y utilizo la fuerza de sus brazos para abrir el shōji de par en par, con un portazo abrumador. Sin duda aquello era una especie de orgulloso desafío al hombre que les estaba esperando en la gran sala ornamentada que se revelaba frente a ellos. En el centro de aquel espacio, rodeado de cojines, libros y bandejas con comida se encontraba sentado Nishijima Satomu, deleitándose con una delgada pipa a la cual recurría de cuando en cuando, provocando que leves volutas de humo recorriesen la estancia.
—Vamos, Yosehara-san, si te portas así conmigo mis invitados creerán que de verdad me odias —le asevero el escultor.
—¿Y qué razones tendría yo para odiar a un hedonista excéntrico y ególatra como tú? —pregunto, con voz sarcástica.
—Y pese a todo aquello soy un hombre de palabra, pues se que nuestra relación, que por momentos es frágil, es también necesaria.
—Ya lo creo, pero solo tolero tal relación porque soy alguien competente y disciplinado, un profesional.
La situación dio un extraño giro, pues el ambiente pasó de estar inundado de una fuerte tensión y hostilidad a fluir con cierto grado de complicidad. La expresión enojada del alguacil pasó a ser fría y serena, mientras que la del escultor pasó de una falsa indignación a una sonrisa socarrona. Aquel que les había recibido hizo una señal con la mano y una señorita se acerco hasta el soldado, portando un cofre de hierro que parecía ser en extremo pesado.
—A ver —dijo Jokei, tomando con rudeza el pequeño baúl, el cual abrió con recelo—. Bien, muy bien ¿Y la otra parte?
—Más tarde, cuando podamos hablar en privado. Por ahora necesitas descansar, estas hecho todo un desastre, y me parece que estas dejando gotear tu sangre sobre mi alfombra favorita —señalo, mientras daba una profunda calada—. Por cierto… ¿Dónde está la muchacha, mi otra invitada?
—¡Yo que se…! Seguro que aun no se siente bien y no ha querido venir —exclamo el soldado.
—Bien, dile que no se moleste en aparecer luego, no necesito de gente indispuesta —Fijo su mirada en el grupo de ninjas, como si recién estuviese reparando en que estaban allí—. Por ahora solo los necesitare a ustedes tres.
El alguacil se retiro refunfuñando, cerrando tras de sí la puerta con la misma energía que cuando la había abierto, dejando a los invitados a merced de su anfitrión. La arrogancia de aquel sujeto rayaba en lo esperable por parte de un señor feudal, inclusive les miraba con cierto grado de superioridad, como si fuesen un bloque de marmol al cual él habría de darle uso y forma.
—Dime, muchacho, ¿que necesitas decir? —pregunto en cuanto vio al Hakagurē levantar la mano para intervenir, mientras que Naomi parecía querer detenerlo.
—Yo… Yo no entiendo bien cuáles son las normas de etiqueta en esta región, pero no puedo evitar preguntar algo: ¿Por qué actúa usted como un gran cretino?
Satomu se levanto, sentándose recto y fulminando al joven y al resto del grupo con su mirada.
—Aquí es —dijo Jokei, quedándose estático frente a una gran puerta corrediza ricamente decorada.
El hombrecillo le permitió el paso al alguacil, quien se adelanto y utilizo la fuerza de sus brazos para abrir el shōji de par en par, con un portazo abrumador. Sin duda aquello era una especie de orgulloso desafío al hombre que les estaba esperando en la gran sala ornamentada que se revelaba frente a ellos. En el centro de aquel espacio, rodeado de cojines, libros y bandejas con comida se encontraba sentado Nishijima Satomu, deleitándose con una delgada pipa a la cual recurría de cuando en cuando, provocando que leves volutas de humo recorriesen la estancia.
—Vamos, Yosehara-san, si te portas así conmigo mis invitados creerán que de verdad me odias —le asevero el escultor.
—¿Y qué razones tendría yo para odiar a un hedonista excéntrico y ególatra como tú? —pregunto, con voz sarcástica.
—Y pese a todo aquello soy un hombre de palabra, pues se que nuestra relación, que por momentos es frágil, es también necesaria.
—Ya lo creo, pero solo tolero tal relación porque soy alguien competente y disciplinado, un profesional.
La situación dio un extraño giro, pues el ambiente pasó de estar inundado de una fuerte tensión y hostilidad a fluir con cierto grado de complicidad. La expresión enojada del alguacil pasó a ser fría y serena, mientras que la del escultor pasó de una falsa indignación a una sonrisa socarrona. Aquel que les había recibido hizo una señal con la mano y una señorita se acerco hasta el soldado, portando un cofre de hierro que parecía ser en extremo pesado.
—A ver —dijo Jokei, tomando con rudeza el pequeño baúl, el cual abrió con recelo—. Bien, muy bien ¿Y la otra parte?
—Más tarde, cuando podamos hablar en privado. Por ahora necesitas descansar, estas hecho todo un desastre, y me parece que estas dejando gotear tu sangre sobre mi alfombra favorita —señalo, mientras daba una profunda calada—. Por cierto… ¿Dónde está la muchacha, mi otra invitada?
—¡Yo que se…! Seguro que aun no se siente bien y no ha querido venir —exclamo el soldado.
—Bien, dile que no se moleste en aparecer luego, no necesito de gente indispuesta —Fijo su mirada en el grupo de ninjas, como si recién estuviese reparando en que estaban allí—. Por ahora solo los necesitare a ustedes tres.
El alguacil se retiro refunfuñando, cerrando tras de sí la puerta con la misma energía que cuando la había abierto, dejando a los invitados a merced de su anfitrión. La arrogancia de aquel sujeto rayaba en lo esperable por parte de un señor feudal, inclusive les miraba con cierto grado de superioridad, como si fuesen un bloque de marmol al cual él habría de darle uso y forma.
—Dime, muchacho, ¿que necesitas decir? —pregunto en cuanto vio al Hakagurē levantar la mano para intervenir, mientras que Naomi parecía querer detenerlo.
—Yo… Yo no entiendo bien cuáles son las normas de etiqueta en esta región, pero no puedo evitar preguntar algo: ¿Por qué actúa usted como un gran cretino?
Satomu se levanto, sentándose recto y fulminando al joven y al resto del grupo con su mirada.